miércoles, 17 de febrero de 2016

Homilía: “Lo central es que uno descubra la vida como don y que uno descubra qué es lo que quiere” – I domingo de Cuaresma

Al comenzar la película Corazón Valiente, William pierde a su papá y a su hermano con los ingleses y él se queda solo. Viene su tío a cuidarlo, a hacerse cargo de él y está unos días con él, es un poco duro como tal vez era en esa época, “te vas a venir conmigo”, le decía pero William le decía que no quería. “Tampoco querías que tu papa muriera”, le contestaba. Una noche, se acercan a una fogata donde estaban tocando las gaitas y él le pregunta a su tío qué es lo que están haciendo y dice que lo están despidiendo a nuestra manera. Con cantos prohibidos, con gaitas prohibidas, no tenían permitido los escoceses tocarlas. Su tío estaba con una espada y William se queda mirándola y entonces su tío se la pasa, se la muestra, él quiere aprender a usarla y su tío le dice “primero tenés que aprender de acá (corazón) para luego poder aprender a usar eso”.

Como ustedes recordarán, cuando William vuelve a su hogar, años después, está transformado, es otra persona, quiere formar una familia, ya descubrió cuál es su deseo. Después continua como ya saben.

Podríamos decir que el objetivo en nuestra vida es el mismo, es saber qué es lo que queremos con el corazón, qué es lo que mi vida reclama, qué es lo que mi vida desea, quiere. Al saber eso, yo sé hacia donde quiero ir. En general, la mayoría de los problemas empiezan cuando no sé qué es lo que quiero porque cuando no sé qué es lo que quiero, no sé qué camino tomar. No se hacia dónde ir, hacia dónde dirigirme, me dejo llevar por un montón de cosas y voy perdiendo el rumbo. Por eso, siempre es necesario que recuerde qué es lo que se me dio, la vida que se me regaló y que mi vida tiene un objetivo, tiene un sentido. Por algo se me regalaron estos años, a cada uno de nosotros acá en la tierra. 

De alguna manera, es lo que pasa en la primera lectura, ustedes escucharon, el pueblo está a las puertas de entrar a la tierra prometida, se fueron de Egipto hasta esa tierra. Moisés los reúne y les dice que esa tierra es un regalo de Dios para ellos, que cuando entren y después, cada año, tomen las primicias de la tierra, los primeros frutos que cosechen, que se los ofrezcan a Dios. Esto es llamativo porque la tierra ES de Dios. Todo los árboles, todas las plantas, todo lo que hay en la tierra es de Dios. Sin embargo, les dice que lo tomen y se lo ofrezcan a Dios. Podríamos preguntarnos, ¿Qué sentido tiene esto? ¿Por qué ofrecerle a Dios lo que es de Dios? Creo que Moisés los invita a celebrar esto para que nunca olviden en su corazón que lo que ellos empiezan a vivir es un regalo, es un don. Que esa tierra no es de ellos como a veces nos pasa que nos apropiamos de las cosas, y que esos frutos que ellos van a trabajar con su sudor, con su esfuerzo, que van a plantar, tampoco es de ellos. Es un regalo que Dios les trajo y, para que eso no se les olvide porque a lo largo del camino todos tendemos a olvidar cosas y apropiárnoslas, les dice “celébrenlo, ofrézcanlo a Dios”.

Contrario a esto, hay una frase que algunas veces uno escucha que dice “a mí nadie me regaló nada”. Es justamente lo contrario a este evangelio. No solo el que dice eso mira solo el 10% de la realidad, con suerte, sino que se perdió de un montón de cosas en la vida. Primero y principal, ¿la vida se la regaló él solo o le regalaron la vida? Lo segundo, ¿la familia nunca se la regaló nadie? ¿La educación? ¿La oportunidad de ir a un colegio o de estar en una facultad? A veces solo miramos nuestro esfuerzo, lo que Dios quiere que recordemos es que todo es un don, todo es un regalo. A partir de que yo descubra eso, vivo de una manera diferente. 

Cuando yo no descubro que las cosas son regalo, pienso que a mí todos me deben, todos me exigen, nada me alcanza, sentimos que no nos reconocen nada, ¿Por qué? Porque no descubro nada como regalo, no descubro nada como don y entonces las tentaciones se multiplican. ¿Por qué? Porque no sé qué es lo que quiero. Siento que a mí todos me deben entonces casi como que puedo hacer lo que quiero, yo soy el dueño mío, yo soy el que decido las cosas. Es por eso que es tan central que uno descubra la vida como don y que uno descubra qué es lo que quiere. Cuando yo descubro qué es lo que quiero, se hacia donde me muevo y es mucho más fácil, sino, las cosas las hago voluntariamente y la voluntad siempre tiene fecha de caducidad, tiene un límite.

Pongamos un ejemplo. Estamos en Cuaresma y hay una tablita dando vueltas, tal vez algunos la vieron, que te va diciendo qué hacer cada día de Cuaresma, podríamos preguntarnos hasta donde llegamos. Si el esfuerzo es solo QUIERO hacer un sacrificio, entonces me sacrifico y quiero hacer cosas. Una de las invitaciones en Cuaresma es la oración, hay que rezar entonces me propongo en Cuaresma rezar todos los días, ¿hasta dónde llega mi rezar todos los días? Estirémoslo de la Cuaresma, porque la Cuaresma es un espíritu de conversión, empiezo a hacerlo, no por Cuaresma, para que esto cambie en mi vida. Entonces sigamos después de Cuaresma para ver hasta dónde llega. Si es por voluntad o por cumplir o porque lo tengo que hacer, puedo durar tres días, una semana, dos semanas, dos meses, seis meses algunos muy voluntariosos. Pero si yo no descubro por qué rezo y a quién le rezo, tiene fecha de caducidad. Si yo no descubro quién es Dios para mí, en algún momento de la vida, lo central, que es estar con Dios, lo lindo, que es estar con Jesús, el gozo y la alegría que siento cuando rezo, si no descubro eso, lo voy a hacer por un tiempito. Hasta que se me acaban esas ganas, ese primer empujón, se va carcomiendo mi voluntad y ya no tengo más ganas. Si la oración cobra un sentido en mi vida, un sentido de encuentro con Dios y la descubro como un tesoro, ahí la rezo desde otro lugar. Voy a sentir en el corazón esa necesidad, necesito rezar, QUIERO rezar, ¿Por qué? Porque cambia mi vida.

Es por eso que es tan central descubrir el valor de las cosas. Si yo no descubro el valor de las cosas, soy tentado más fácilmente y mi voluntad se va carcomiendo. Por eso Jesús puede resistir a las tentaciones en el desierto. A Dios se lo tienta, en Jesús, con las mismas tentaciones que tenemos nosotros practicante. La primera es en relación con sí mismo, “dejá de ser libre con vos, dejá que las cosas te posean”, en algo tan simple como “comé algo” cuando él está ayunando, es decir, “sacá un beneficio propio”. Pero él dice que no, que no solo de pan vive el hombre, que hay cosas más importantes. La siguiente tentación es el poder, “yo quiero tener poder sobre los demás” y si hay alguien que puede vivir bien el poder es Jesús. Sin embargo, dice “yo no vine para eso, yo vine para servir, no para ser servido”. Por último, en su vinculo con Dios, “póstrate frente a mí”, ¿frente a cuántos ídolos nos ha pasado en la vida que también nos postramos y nos vamos olvidando de Dios?

Esos tres vínculos, el propio, el que tiene que ver con los demás y con Dios, son nuestras tentaciones. Yo no descubro en mi vida, la vida del otro y la vida de Jesús como un regalo, no sé cómo soportar eso, la tentación me va carcomiendo y es mucho más fácil.

Por eso escuchamos frases como “si yo no le hago mal a nadie”, porque no termino de descubrir el bien. No estamos hablando de hacer males, estamos hablando de hacer el bien, eso es lo que quiere Jesús. Cada vez vamos bajando el listón, casi como en el colegio, uno exigía por acá, después por allá, a ver si zafamos con un cuatro y no porque Dios sea muy exigente sino porque nuestra conciencia va perdiendo un montón de cosas. Vamos a poner un ejemplo simple de esto, una cosa que enseñamos y está en los mandamientos: No mentir. Si yo no enseño a la gente el valor de la verdad, lo lindo que es decir la verdad, no tener secretos, ser transparente y que eso me hace feliz. ¿Cuánto puede resistir el no mentir? Creo que hay que mirar la propia vida, yo puedo mirar la mía para ver lo que eso me ha costado a lo largo de mi vida.

Después, eso se prolonga porque después, nos quejamos de cosas más grandes, mentiras pequeñas o piadosas, siempre tenemos una excusa para mentir y después nos quejamos de que hay corrupción u otras cosas pero eso lo hemos cultivado. Si no hemos enseñado nosotros, si no hemos transmitido que hay una verdad que brilla, que puede transformar las cosas. Cuando yo no enseño el valor que hay detrás, la tentación siempre es mucho más fácil. “Bueno, pero ¿qué pasa si hago esto?”, después cae en efecto dominó, una tras otra.

Podemos poner ejemplos que tengan que ver con el placer, el pecado de la lujuria, en un mundo totalmente lujurioso hoy. Basta agarrar cualquier computadora donde aparecen imágenes todo el tiempo, a cualquier boliche donde los chicos chapan, hacen cualquier cosa total, “si no le hago mal a nadie”. ¿Hago bien? ¿Eso me hace bien a mi? ¿Le hace bien al otro? Ni hablar de cuando suceden cosas más graves, la infidelidad, ¿Por qué llegamos a que la infidelidad lamentablemente hoy sea moneda corriente? Porque hemos quebrado un montón de cosas y, como no hemos educado el verdadero valor que tiene la fidelidad, que tiene el otro, la persona humana del otro con la cual yo no puedo jugar, quebremos un montón, sigamos. Y ese camino no tiene vuelta, en la medida en que yo no empiece a descubrir el valor que hay detrás de las cosas, lo empiece a vivir y lo empiece a transmitir.

Esto es lo que hace Jesús. Por eso, nos pone en camino en esta Cuaresma. La Cuaresma a veces es difícil porque la leemos desde la Cuaresma y la Cuaresma desde sí misma no tiene sentido. El sacrificio por el sacrificio no tiene ningún sentido. La Cuaresma tiene sentido porque existe la Pascua y sin Pascua no hay Cuaresma. Entonces, si queremos vivir la Cuaresma, lo primero que tenemos que hacer es vivir la Pascua y la Pascua, ¿Qué es? La resurrección y ¿la resurrección qué es? ¿Qué es lo que me da vida? Lo que tendríamos que mirar, si quiero cambiar algo, es dónde necesito vida, qué es lo que a mí me puede dar vida y escuchar esa voz que grita en el corazón, “quiero más vida”. A partir de ahí, mirar qué es lo que tengo que cambiar por eso y obviamente que cuesta, la Pascua cuesta. Para que haya resurrección, tiene que haber muerte, y ninguno quiere morir, ni Jesús quiere morir. 

Fíjense cómo termina el evangelio de hoy, el demonio se retiró hasta que tenga una nueva oportunidad, ¿se acuerdan la última tentación de Jesús? En Getsemaní, “si es posible, que pase de mi este cáliz pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Antes de morir, Jesús en nuevamente tentado y va a tener que apostar por la vida y lo va a poder hacer porque tiene confianza en el padre, porque descubrió a lo largo de su vida qué era lo que lo sostenía. En nosotros pasa lo mismo, morir ciertas cosas cuesta un montón, implica muchas veces opciones drásticas en nuestras vidas y lo vamos a poder hacer si descubrimos la promesa que hay en la vida que Jesús nos regala. En el fondo, transitar la Cuaresma es poner los ojos fijos en la Pascua y, a través de la Pascua, dejarme guiar por Jesús, por ese Jesús misericordioso que me lleva, que, cuando yo no tengo fuerza, me dice “confiá, dejate guiar, dejate llevar”.

Creo que lo lindo de esta Cuaresma sería que algo pase, porque la Pascua es paso y, si no pasa nada, la pregunta es qué Pascua viví esta vez o qué Cuaresma se recorrió en mi corazón para llegar a la Pascua. Creo que sería lindo que las cosas no nos pasen de largo, sino que nos pongamos un ratito en oración esta semana y miremos qué es lo que queremos que pase en nuestro corazón, en dónde siento que me falta vida, en dónde puedo crecer, cambiar. En la oración, pedirle a Jesús que me ayude a transitar eso y que tenga esa paciencia, esa misericordia que Dios en Jesús tiene con nosotros para poder vivirla.

Escuchemos entonces en el corazón esa voz de Jesús que nos llama a esos pastos que dan vida, a esos pastos que llenan nuestro corazón y caminemos con confianza hacia el autor de la vida.

Lecturas:
*Deuteronomio 26,4-10
*Salmo 90
*Romanos 10,8-13
*Lucas 4,1-13

lunes, 1 de febrero de 2016

Homilía: “¿Me animo a ser testigo de Jesús? ¿A ser ese profeta frente a los demás?” – IV domingo durante el año

Hay una película que salió hace varios años que se llama En Busca del Destino, en la cual Will es un joven que trabaja en la limpieza de una universidad muy prestigiosa de ciencias exactas. Él es un chico muy inteligente, es un genio pero que abandonó todo ese camino. Uno de los profesores de la facultad da a un curso un problema matemático y, el que lo resuelva, tendría aprobada la materia. Para su sorpresa, aparece el problema resuelto. Le pregunta a los alumnos más brillantes que tiene pero ninguno lo ha hecho entonces pone otro problema. 

Al poco tiempo, ve a una persona, justamente de limpieza, pensando y haciendo garabatos en el pizarrón y cuando se acerca está resuelto el problema. Empieza a buscar quién es él y, cuando lo encuentra, está en la cárcel por una riña en un bar. Entonces le ofrece ser su tutor pero para eso le dice que tiene que cumplir dos cosas: Una es que estudie matemática, o más que estudiar, ir avanzando en ese don que tiene. La segunda es que vaya a un psiquiatra una vez por semana para trabajar cierta insolencia y violencia que a veces vivía. 

Él empieza a hacer todo un camino pero no se anima a encontrarse con el mismo. En un momento, cuando este psiquiatra, John, está con este hombre que no puede atravesar la barrera que impone, él le dice: “Vos sos un genio, de eso no cabe ninguna duda, pero nadie puede saber qué es lo que pasa en tu interior. Tú te crees que por haber visto un cuadro que yo tengo puedes recitar y decir quién soy yo, toda mi vida. Tú eres huérfano, pero te crees que, porque yo leí Oliver Twist, puedo saber todo lo que pasa en tu vida y quién sos vos, que un libro me puede enseñar quién sos vos. Me encantaría, me fascinaría que me hables de vos pero no te animas a hablar de tu interior, tenés miedo de hablar de quien sos vos y contar eso”.

Esto que le pasa a Will que es ese miedo de encontrarse con quien es no lo deja ser ni avanzar en la vida, no se quiere comprometer en un noviazgo porque se va a desilusionar. No quiere usar este don de la matemática, prefiere quedarse con sus amigos porque piensa que no le sirve. Creo que esto se ve muchas veces reflejado en nuestras vidas o en la vida de personas cercanas a nosotros o en la sociedad de hoy. No nos animamos a dar los saltos y los pasos que la vida nos va invitando. Por eso muchas veces nos encontramos con adolescentes que siguen siendo niños o con jóvenes que siguen siendo adolescentes o con adultos que casi que siguen siendo niños, no solo adolescentes o jóvenes. Personas mayores que les cuesta mucho tomar la vida en sus manos y también quieren seguir siendo adultos o jóvenes u otras palabras que a veces algunos usan. ¿Por qué? Porque nos cuesta mucho animarnos a tomar la vida, apropiarnos de ella, crecer, madurar, es el desafío más lindo de la vida, es fascinante porque es lo que nos da plenitud. Pero madurar implica dar un salto y muchas veces me aferro a lo anterior, me es más fácil quedarme en esto entonces me cuesta. 

Cuando uno está en el colegio no lo quiere terminar, los primeros años queremos volver atrás. Uno está en la facultad pero no tiene ganas de estar en la facultad y le cuesta. Mas allá de que a veces cueste encontrar la carrera, creo que a veces va más a lo interior, “no quiero esto, no quiero dar este salto, no me animo”. Lo mismo cuando uno empieza a ser más joven o más adulto, donde nos cuesta apropiarnos de aquello que nos toca y vamos perdiendo lo que podemos gozar de vivir en ese momento.

Qué lindo que es cuando uno se encuentra con una persona que tiene tal edad y refleja esa edad, y lo vive y da testimonio de eso. Sin embargo, a veces pareciera que es como buscar una perla, que uno no termina de encontrar o de ver, o buscar un oasis en el desierto. ¿Por qué? Porque nos dejamos llevar por esa tentación. Me quedo anclado en este momento de la vida o maduro en algunas cosas y otras las voy dejando atrás. Nos pasa lo que dice Pablo en la segunda lectura, esta lectura que eligen mucho los novios cuando se casan, en la que él dice: “Cuando yo era niño, actuaba como niño, hacía las cosas de niño pero, ahora que soy hombre, actúo como hombre y hago las cosas de hombre”. Decirlo es facilísimo, es muy simple pero después tomarlo en la vida es todo un proceso y a veces no maduramos o a veces maduramos en algunas cosas y en otras nos quedamos más infantilmente y no nos animamos a dar ciertos pasos y a ir caminando y creciendo. Por eso la invitación de Pablo es la invitación para todos, que nos animemos a crecer, ¿Por qué? Porque eso es lo que nos hace felices.

En un primer momento puede ser lindo, esa tentación de “me quedo acá”, pero después empiezo a descubrir en mi corazón que hay algo que falta, que hay algo que no me llena, que no toca mi corazón. Por eso, la invitación y mi propia vida me exige, me pide, que dé esos pasos, que me anime a caminar y ¿Qué es lo que me ayuda a eso? Lo que me dice Pablo, ¿Qué es lo central en la vida? Aprender a amar. “Les he mostrado un camino perfecto”, Pablo les viene hablando hace un montón a los corintios, es su carta más larga esta, “pero ahora les voy a mostrar un camino más perfecto”, les dice. ¿Cuál es? El camino del amor, porque el amor es el que integra las cosas. Cuando yo me puedo amar verdaderamente, me amo con mis dones y con mis defectos, con las cosas que hago bien y con mis pecados, con la edad que tengo, con el camino que recorrí; con lo que pude o no pude hacer, con los que logré o no logré, lo que me gusta y lo que no me gusta; ahí me integro. Cuando yo puedo amar al otro con lo que me gusta y lo que no me gusta, con lo que amo del otro y lo que tiraría por la ventana del otro, ahí es cuando puedo verdaderamente crecer.

Yo, cuando los novios eligen esta lectura, les digo que la eligieron porque no la leyeron bien, “el amor lo soporta todo”, ¿están dispuestos a soportar todo? “El amor lo perdona todo”, no la parte más simple del amor, ahí no nos diferenciamos, eso lo vivimos, pero el amor me llama a algo más pleno y para eso tengo que ir dando pasos y tengo que ir dando saltos. Pero esos pasos y saltos cuestan en la vida, son un desafío porque implican encontrarme conmigo mismo y el amor tensiona. Cuando yo amo, siento una tensión y esa tensión es la que me mueve y, en general, en el mundo de hoy, me quedo en un estadio anterior porque quiero romper esa tensión, quiero que la vida esté tranquila, fácil, pero eso no es lo que llena el corazón. La paso bien este ratito, puede ser, pero lo que me va a ayudar a crecer son esos saltos, que me la juegue, que me arriesgue, eso es lo central. Esto es lo que descubrió Pablo, esa es la invitación que le hace a su comunidad y por eso los invita a integrar todo.

Hace unos días estuve en una reunión de colegio en donde me hablaban maravillas de un curso, y después empezaron a comparar, como hacen siempre, todos los demás cursos con ese. “Porque este tiene este problema, este tal otro…”, y les digo, “me parece que el problema lo tenemos nosotros, que no tenemos ganas de educar parece, queremos que nos toque un curso fácil, que esté todo bien, que no traiga problemas”. Eso no es educar, a todos les gusta pero lo central, ¿Qué es? Ir acompañando al otro, ir resolviendo problemas. 

También, otro día, estábamos en una reunión y cada uno contaba problemas de su familia, su trabajo y una persona dice “no, yo no tengo ningún problema”. Otra mujer más grande, con esa simpleza y profundidad que tienen muchas veces, le dice: “Eso no puede ser porque, si no hay problemas, no hay vida”, y es central eso. Nos toca acompañar la vida y la vida es una tensión y en las tensiones aparecen dificultades, problemas, luchas pero, usando la misma palabra, ese no es el problema. El problema es que no lo asuma, que no lo enfrente, que no lo atraviese, que no me anime a dar saltos y, por eso, muchas veces tengo que luchar, enfrentar dificultades, tengo que ir dando pasos, tengo que aceptar cosas mías y cosas de los demás. Esa es la invitación constante que la vida nos trae, esa es la invitación que nos hace Jesús. 

Esto que sucede en la vida, sucede en la fe, esto es lo que le pasa a Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar. Es un problema este evangelio porque está partido, espero que hayan visto El Capitulo Anterior la semana pasada porque leyeron la primera mitad que es cuando Jesús va a la sinagoga de Nazaret. Ustedes saben que Israel tenía un solo templo que estaba en Jerusalén, ahora está destruido, y el resto, como no habían más templos, tenían sinagogas que era donde se reunían. Para hacer un paralelismo, podríamos decir que es como acá que está la catedral de la diócesis y el resto son parroquias, no sé si es la mejor imagen pero para que se den una idea. Va a esa sinagoga, Jesús lee el texto de Isaías y continúa con esto cuando dice “hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír”. La homilía más corta de la historia pero la más escandalosa y problemática. Jesús dice esto y lo primero que hace la gente es admirarse, se quedan sin aliento, “esto es lo que esperábamos, esto es lo que queríamos”. 

Sin embargo, cuando pasan esa primera sorpresa y admiración, empiezan a hacerse preguntas en su corazón, Jesús descubre lo que está pasando y les dice, continúa la homilía podríamos decir, y les pone estos dos ejemplos de Elías y Eliseo que, en tiempos de crisis, no hicieron milagros en Israel sino en tierra pagana. ¿Por qué? Porque el pueblo no se lo merecía, ellos entienden claro lo que les está diciendo Jesús y por eso pasan de la admiración al escándalo y a querer matarlo a Jesús, quieren eliminarlo, quieren sacarlo. No eran capaces de dar un salto en su corazón, Jesús los enfrentaba con un paso que tenían que dar y no querían. Por eso dice esto, “nadie es profeta en su propia tierra”. Le cuesta a Jesús.

A nosotros, crecer en la fe, nos cuesta. Por eso también nos tentamos en quedarnos como niños o adolescentes o jóvenes y, a veces, nuestra edad no solo no coincide con nuestra vida sino que tampoco con nuestra fe. Seguimos teniendo una fe muy adolescente o muy infantil donde es más fácil, nos acomodamos, nos hacemos una estructura rígida porque es más simple, solo cumplo con esto. Pero Jesús me invita a algo más. Esto es lo que pasa acá, esta gente es religiosa, no es que no son religiosos, se reunieron en la sinagoga a escuchar pero Jesús los confronta, les dice, “ahora den un paso más, que la fe de ustedes no se acomode, que tenga una tensión”. Eso es lo que no pueden. A nosotros la fe nos va a tensionar, nos va a tensionar en la vida, con los demás, hay momentos en los que no lo vamos a entender a Jesús, nos vamos a enojar con él, nos va a costar, y ahí es donde nos van a llamar a dar un paso en la confianza y en crecer. Ahí es donde se va a jugar, ¿soy capaz de dar este paso? ¿Soy capaz de animarme a crecer en esto? ¿Para qué? Para que nuestra fe coincida con nuestra edad y para que podamos encontrarnos con esas personas que son signo de Dios para los demás.

Acá Jesús se revela como profeta, cuando les dice que ningún profeta es bien recibido, ¿por qué? Porque anuncia, pero el mismo anuncio es una denuncia, muestra en su corazón lo que ellos no viven y eso en primer lugar nos pasa muchas veces a nosotros. Casi que podríamos decir que si yo no siento una tensión frente a Jesús, significa que me acomodé en la fe, no lo quiero escuchar bien. Si lo escucho bien, empiezan los problemas. Si escucho bien la segunda lectura nos pasa como a los novios, a mi me pasa, a veces no tengo ganas de perdonar, a veces no tengo ganas de soportar, de tener paciencia, de ser servicial y un montón de cosas, me cuesta. Jesús me llama a algo más y puedo poner mil excusas o puedo ser sincero y decir que me cuesta. Jesús me está pidiendo un corazón más bueno, un corazón que se ablande, que se deje afectar.

A veces, en la vida, vivimos o nos gustaría vivir como piedra, ser piedra porque la piedra no sufre, pero tampoco vive, no quiere sentir y Jesús lo que busca es ir profundizando, ir calando en nuestro corazón. Por eso siempre dice “quiero quitar el corazón de piedra y poner un corazón de carne”. Podríamos poner como niveles si quieren para que se entienda: El primer nivel es el del pensamiento, a veces encontramos esas personas en la vida que la saben toda, explican todo, todo lo que fuera pero se quedan ahí. El segundo nivel es lo que le pasa a Will en la película, el de los sentimientos, qué es lo que siento, ¿me sé encontrar con mis sentimientos? ¿Sé compartirlos? ¿Con mis emociones, con lo más profundo mío, vivirlo, darle lugar? Compartirlo con los más cercanos, eso es lo que busca Jesús, pero para eso me tengo que dejar afectar y me tengo que encontrar verdaderamente con él y esos pasos que voy errando son los que me van a ir alegrando. Ni uno se alegra cuando ve personas que no condicen con su edad, que son adultos pero son adolescentes, ni uno mismo cuando es adulto se alegra por vivir eso, eso trae como mala espina, eso en algún momento me molesta. 

Jesús lo que busca son personas que se animen a vivir la aventura de la vida, que se animen a profundizar, que se la jueguen. Por eso, no solo es profeta él sino que nos invita a nosotros a vivir lo mismo. En la primera lectura, a Jeremías se lo elige para ser profeta y se lo envía como profeta y va a tener que anunciar y, al anunciar, va a tener que hacer una denuncia y va a tener problemas por esto. Todos nosotros somos profetas. En el bautismo, se nos llama a cada uno de nosotros a ser profetas frente a los demás y voy a haber madurado en la fe cuando me anime a vivir esto, ¿me animo a ser testigo de Jesús? ¿A ser ese profeta frente a los demás? Esto en algunas cosas lo voy a poder vivir y en otras me va a costar.

Por ejemplo, venir a misa, para muchos, venir a misa es confrontar con su familia, “¿para qué vas a misa? ¿Qué sentido tiene? Que la iglesia tal cosa…”. Es un anuncio y al mismo tiempo confronta al otro y el otro me confronta a mí y, si me animo a vivirlo, a pesar de esa resistencia, a pesar de lo que el otro a veces me quiere convencer, soy profeta en esto, anuncio algo diferente. Así como lo digo en esto, lo puedo decir en un montón de cosas, algunas que podré vivir y que por ahí a algunos les sale más fácil y a otros nos cuestan y otras que son al revés. En el servicio puedo ser signo de Dios, profeta, en el amor, en la paciencia, en el perdón, en la generosidad, ser una Iglesia que sabe abrir sus puertas, una comunidad que sabe recibir y acoger a los demás , que integra y no juzga, una persona que sabe encontrarse e intentar entender al otro y muchas veces eso va a ser contracultural, va a mostrar algo distinto pero va a ser un claro signo de Dios, esa es la invitación que él nos hace.

Animémonos entonces esta semana a poner eso en oración con Dios. El nos invita a cada uno de nosotros a crecer en la fe, a dar ese salto que con la edad nos toca hoy, a ser profetas desde nuestro lugar. Pongámoslo entonces en oración, en manos de Jesús, pidámosle que nos haga testigos de él en medio del mundo. 


Lecturas: 
*Jeremías 1,4-5.17-19
*Salmo 70
*Corintios 12,31–13,13
*Lucas 4,21-30



miércoles, 23 de diciembre de 2015

Homilía: “Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y descubrir quiénes están a mi lado” – IV domingo de adviento

Hace unos años, un amigo mío se fue a vivir al exterior y la familia se quedó acá. Si bien no habían tantas formas de comunicación como ahora, habían posibilidades de hablar casi todos los días. Entonces iban dialogando y charlando con la mujer pero, como a veces nos pasa a los varones, cuando le preguntaba cómo estaba, él respondía “bien” o, si le preguntaba qué hizo, “lo mismo que ayer”, si tenía alguna novedad “no, ninguna” y cosas así que supongo que algo parecido alguna vez les pasó. Ella le recriminaba un poco que no le contaba nada y entonces él, un día, jorobando, empezó “hoy me levanté a las seis de la mañana, me lavé los dientes, fui a la cocina, me hice tostadas, un café con leche…” y así siguió contando con lujo de detalles todo lo que había hecho. Irónicamente, cuando terminó le preguntó “¿esto es lo que querés?” y ella le contestó “sí”. 

Más allá de mostrar los distintos universos en los que vivimos muchas veces los varones y las mujeres en estas distancias, voy a la búsqueda. ¿Cuál era la búsqueda de ella? El querer sentirse parte de su vida, que, a pesar de la distancia que los separaba, poder compartir y saber lo cotidiano de cada día, lo que vive que es lo que la ayuda a sentirse ahí presente. Es el deseo que todos tenemos, sobre todo con las personas que más queremos, que más amamos, poder compartir tiempo. 

Yo, hoy al mediodía, como hago casi todos los domingos, me fui a comer con mis papas. Estoy un rato, a veces más, a veces menos, depende las actividades que tenga el domingo, y la frase de mamá es “siempre a mil, ¿ya te vas?”. No importa que a veces yo ya ni estoy con ella, ella está haciendo otras cosas pero es ese “quiero que estés acá, cuanto más cerca mejor, y compartir, estar juntos”. Este debería ser el deseo de cada uno de nosotros, el estar y compartir con aquellos que amamos, con aquellos que queremos. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de cómo esto muchas veces se desajusta, que por las exigencias o por lo que fuere, vamos perdiendo los órdenes de prioridades y dejamos de lado aquello que verdaderamente nos da vida, aquello que verdaderamente llena nuestro corazón. 

Si miramos nuestra vida, en general, los momentos más lindos son los que compartimos con los demás, los que tuvimos ese don y esa posibilidad. Aun en los proyectos personales, un examen, una carrera, un ascenso personal o lo que fuera, es lindo cuando lo puedo compartir con otros, cuando el otro se siente parte de eso. A veces nos cuesta ir a la casa de los demás “uh, tengo que ir otra vez allá o lo que fuere”, pero nos encanta, nos gusta, ¿Por qué? Porque lo que cuesta es el primer paso, el primer motor. 

Esto es de lo que hoy nos dan testimonio María e Isabel en el evangelio. María, que tiene que cambiar su vida, para que se den una idea, María tiene doce o trece años en ese entonces. Comparándolo con el hoy, porque no existía la adolescencia, serían unos 19 o 18 más o menos. En medio de un Dios que le cambió, le trastocó la vida, de tener que entender eso, de encontrarse con José, arreglar todo esto, se entera de Isabel y corre hacia allá. Se entera de lo que pasa en la vida de Isabel y, en vez de quedarse con lo que le pasa a ella, dice “no, yo quiero compartir su vida, compartir su alegría, quiero encontrarme con ella” y sale a su encuentro y comparte la vida. 

Isabel, mujer anciana, mayor, que ya no podía tener hijos, que también estaría sorprendida por este regalo y este don de la vida que Dios le había hecho; tampoco se queda ahí adentro con sus cosas como a veces nos pasa. Ella también se da cuenta de lo que pasa en María. Esta con esa panza, con ese niño, ya de varios meses y, sin embargo, dice “feliz de ti por haber creído”, se da cuenta de lo que pasa en María, ¿Por qué? Porque tienen este deseo en el corazón de compartir la vida con los demás y porque saben ir a lo central, a lo esencial. 

Esa es la invitación que en primer lugar hoy nos hace a todos nosotros. Lo que llena nuestra vida y nuestro corazón es encontrarnos con el otro, el otro es el signo de Dios para nosotros y con eso nos invita a valorar esto. A descubrir esto como algo central en nuestra vida y a luchar por esto.

A veces estamos corriendo tanto, tan exigidos, con tantas cosas que lo que tenemos que darnos es tiempo para nosotros. Cuando paramos y nos preguntamos qué es lo central pero, sin embargo, casi que no nos damos cuenta, es como que pasamos de largo y a veces lamentablemente nos damos cuenta cuando pasa algo o cuando quiero volver para atrás y no puedo. Entonces, Dios lo que nos da es esa oportunidad de decir “tengo que frenar un poco para encontrarme con el otro, tengo que bajar un par de cambios para darme cuenta de a quien Dios puso a mi lado y poder encontrarme con él”. Esa es la primera invitación que nos hace. Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y puedo aprender a descubrir quiénes están a mi lado.

Lo segundo es esto que descubre Isabel. Isabel le dice “feliz de ti por haber creído”. Se da cuenta de lo que está pasando en María y se da cuenta que Jesús, Dios, está en medio de ellos. Nosotros también muchas veces tenemos a Dios en medio y nos cuesta darnos cuenta, percibirlo, encontrarlo. Fíjense, esta imagen del evangelio, bellísima, muy linda, si no fuera por Jesús, hubiera pasado desapercibida, no la estaríamos escuchando, pero como Jesús está presente, la imagen cobra otro significado, trasciende los tiempos. Muchas de ustedes han estado embarazadas, han tenido encuentros lindísimos pero no están en ningún libro. Sin embargo, como Jesús está ahí, eso cobra un significado distinto.

En nuestra vida pasa lo mismo cuando nos animamos a poner a Jesús en el medio, nuestra vida cobra una trascendencia y un significado distinto y no es una mirada ingenua o inocente. Nos es que con Jesús no hay problemas o dificultades sino que cobra, toda la vida, las alegrías y las tristezas, los gozos y los dolores, un sentido y una trascendencia diferente.

Dentro de poco vamos a celebrar la noche buena y la navidad, por poner un ejemplo. Seguramente hemos tenido un montón de encuentros familiares a lo largo del año pero en noche buena va a ser un encuentro especial. Ese día, encontrándonos con la familia en Jesús, mas allá de la fe de cada uno de nosotros, es un momento especial, que todos lo queremos vivir diferente, con una alegría diferente, con una predisposición diferente. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace Dios, de lo cotidiano, de lo que parece de todos los días, le da un sentido diferente y me enseña a mí a descubrir lo mismo, ¿Cuándo? Cuando yo lo hago parte de mi vida. Esto es lo tercero. 

La navidad nos muestra un Dios que quiere ser parte de nuestra historia y de nuestra vida. ¿Por qué Dios se hace hombre? Porque quiere estar con nosotros, porque lo que quiere es estar cerca del que ama. Busca trascender todas las barreras para encontrarse con el otro. El amor de Dios hacia nosotros es tan grande que no se banca el estar tan lejos.

En general, en la catequesis, nos han enseñado otra cosa, pero lo que mueve a la historia, a la vida, a nosotros, a Dios, es el amor. Lo que mueve a Dios, a Jesús, a venir a nosotros, es cuánto nos quiere y, por amor, quiere estar con nosotros, quiere ser familia. Lo que busca, no solo con María, con José y con su pueblo día a día y con cada familia, es estar. Va buscando los caminos, los recovecos como hicieron María y José caminando a Belén para que le demos un lugar y eso es lo que quiere y eso es lo que busca. Esa es la invitación especial en esta navidad que nos hace: “yo quiero ser parte de ustedes y de toda la vida”.

Seguramente, si yo les preguntase ahora a ustedes cómo están con Dios, cómo es su relación con Dios, empezarían a pensar cómo están en la oración, si están rezando o no, si están yendo a misa o no, empezaríamos por ahí. Pero Dios va mucha más allá de eso, no es eso solamente lo que le importa, él quiere ser parte de toda nuestra vida. “Quiero estar a su lado en las alegrías, acompañarte, darte una mano en tus problemas, consolarte en tus tristeza, déjame ser parte”. ¿Necesito momentos de intimidad con los demás y con Dios? Sí, y eso es la oración, eso es la misa. Dios dice “yo no me quedo en eso, yo quiero trascender eso y que me descubras presente en tu vida, en lo cotidiano y que descubras como conmigo tu vida cobra una dimensión diferente”. Este es el deseo que tiene para cada uno de nosotros y esta es la invitación.

Hoy podemos pedirles a María y a Isabel que nos ayuden a descubrir esto, la gracia y el don de apostar por la vida. Apostar por la vida es apostar por los que están a nuestro lado, el otro es el que me salva, el que Dios pone a mi costado, ¿Por qué? Porque es el que hace de mi vida una vida diferente y me invita a descubrir todo lo bueno que hay en el otro. Esto es lo que hizo Isabel, Isabel descubre que Jesús esta en el vientre de María. 

En general, en este tiempo que vivimos nosotros tan así, apurados, corriendo, lo que discutimos con el otro es lo que no hace, lo que hace mal, lo que tenemos para quejarnos, lo que nos molesta. Jesús nos dice “trasciendan eso en la vida, encuentren lo bueno que hay en el otro”, porque eso es lo que hizo Jesús. ¿Por qué Jesús quiere salvar a todos? Porque trasciende eso que nosotros primero miramos, va al corazón, y cuando va al corazón ve los dones y lo bueno que cada uno tiene, eso es lo que nos invita a mirar, eso es lo que nos invita a valorar, a querer y a compartir. Pidámosle entonces también esto a Jesús, el poder descubrir todo lo bueno que hay en el otro y que en esta navidad pueda nacer.

Lecturas:
*Miqueas 5,1-4
*Salmo 79
*Hebreos 10,5-10
*Lucas 1,39-45

martes, 22 de diciembre de 2015

Homilía: “Jesús nos invita a dar un paso más, empezando por este sentimiento de alegría que contagia a los demás” – III domingo de adviento

En la película para chicos y no tan chicos Intensamente, Riley es una chica que siente, podríamos decir, muy a flor de piel las emociones que van naciendo en su cerebro, en su conciencia y que van luchando y peleando y trabajando en ella. Estas están representadas por personajes y son Alegría, Tristeza, Miedo, Ira y Desagrado, quienes buscan guiarla en su día a día. A medida que Riley va creciendo, Alegría es la que va guiando al resto de sus emociones, lo que va sintiendo. Ella va creciendo y, como saben, cuando uno crece las cosas se complejizan y no son tan fáciles. Además, se da la situación de que su papa consigue un nuevo trabajo y se tienen que mudar de Minnesota a San Francisco y eso remueve los sentimientos en su interior. 

Cuando empieza a recordar cosas de su antigua vida, estas van de cambiando de color a un azul porque le da tristeza el recordar ciertas cosas. La alegría se empieza a sentir desubicada, ¿Por qué pasa esto? No quiere que pase, quiere seguir siendo la que predomina. Riley en un momento va a la escuela, se larga a llorar en ella, se le arma un poco de lio en la cabeza. Tristeza y Alegría son expulsadas de ahí, de lo que sería la base central donde está la consola de control, y van a tener que comenzar un camino de vuelta.

Esta imagen me venía mucho a la cabeza especialmente este fin de semana donde las lecturas invitan a la alegría. Isaías le grita al pueblo que se alegre, le vuelve a repetir varias veces “está sucediendo algo distinto, vivan esa alegría, compártanla, contágienla”. Pablo dice lo mismo a los cristianos de Roma, “Alégrense, vuelvo a insistir, alégrense, que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres”. Todos, a sus comunidades, les van pidiendo que vivan esta alegría que brota de Jesús, que vivan esta alegría que es signo de poder celebrar la vida y celebrar la fe. 

Sin embargo, todos, desde los más chicos hasta los más grandes, tenemos la experiencia de que vamos perdiendo la fe. No sabemos por qué, casi que la tenemos que buscar al cajón de los recuerdos o nos cuesta vivir y mantener esa alegría. No hablo de reirnos un poquito o que nos saquen una sonrisa que puede ser muy bueno, sino de ese estado en el que estamos felices, en el que estamos alegres por aquello que estamos viviendo.

Alguna vez les conté que, una vez, después de que yo me ordene en el 2003 de diacono, hacía muchas cosas, estaba trabajando. Al poco tiempo de ser sacerdote, una amiga me agarró y me dijo que yo era mejor antes. Cuando le pregunte por qué me dijo “porque antes estabas más alegre”. Obviamente que al principio mucho no me gustó, pero después me sirvió para hacer un camino de conversión en el corazón e intentar mirar qué era lo que me estaba pasando. Lo que me estaba pasando era que quería abarcar muchas cosas, me habían soltado las riendas de cura y yo tenía ganas de hacer todo. Pero por sentirme tan exigido con tantas cosas que a todo tenía que responder, cada demanda, iba perdiendo la alegría. Siempre sentía la presión, siempre algo más, nunca a nada llegaba bien. Iba perdiendo la alegría que creo que era uno de mis dones o mis características, o por lo menos uno de los que siempre más me han marcado. Mi pregunta fue, ¿vale la pena esto? ¿Está bien hacer más pero perder aquello que es contagioso también para los demás? 

Muchas veces, por no decir casi siempre, el cómo tiene que ver con el fin. No es solo el hacer las cosas sino también el cómo las vivo y cómo las hago, porque eso es lo que se transmite a los demás. A veces tendremos que aprender que rendiremos menos, que no haremos tantas cosas, que nos exigiremos menos, que no todo se podrá hacer. Sí intento poder vivir esa alegría que brota del corazón e intento siempre recordar esto, ¿Por qué? Porque, en general, cuando uno es alegre, cuando uno ve la alegría del otro, casi que quiere con celos robársela, quiere arrebatársela. Uno quiere vivirla, quiere contagiarse de eso, creo que a ninguno de nosotros nos gusta, y a veces hasta con muchos justificativos, estar tristes o estar de mal humor, o no poder vivir aquella alegría que brota del corazón.

Creo que eso es lo primero que deberíamos aprender cuando queremos transmitir algo. En muchas circunstancias de la vida y de la fe, lo que le llega más a la gente no es lo que se dice sino el cómo. Por poner algunos ejemplos, cuando uno va a misionar o cuando uno va a un retiro, que se tomó un tiempo y estuvo más tranquilo, o la gente que va a dar una mano a Pascua Joven, lo que más resaltan es la alegría, cómo lo viven. Se acuerdan las primeras comunidades, cómo compartían y cómo vivían. Tal vez eso es lo primero que tenemos que replantearnos en el corazón cuando queremos vivir y transmitirá antes.

Hoy, descubrimos que hay muchas cosas, instituciones y demás que están en crisis y lo primero que tendríamos que mirar es cómo lo estamos viviendo y cómo lo estamos transmitiendo. Pongamos como ejemplo la fe, nuestras comunidades, nuestros grupos, ¿son grupos alegres?

Yo me acuerdo, una vez, una teóloga que decía que a veces cuando salía de misa parecía que en vez de a una fiesta habían ido a un velorio más o menos por cómo la gente salía seria, enojada. A mí me han retado un par de veces por reírme un poco en misa pero, ¿somos alegres? ¿Nos alegra el poder vivir la experiencia de Jesús? ¿El poder compartir la fe? ¿Aquel que viene a nuestros grupos puede descubrir eso? O en lo que queremos transmitir, el sacerdocio, por poner el ejemplo mío, también es una institución que está en crisis y lo primero que tenemos que replantearnos es si lo vivimos con alegría. Porque si yo descubro mi vocación, una de las cosas por las que me quise hacer cura es porque me hacía feliz lo que hacía: iba a misionar y me hacía feliz, iba a confirmación y me hacía feliz y digo “yo eso quiero vivirlo toda la vida”. 

Yendo a lo que hacen la mayoría de ustedes, los matrimonios: vemos que también está en crisis la institución matrimonial, ¿le transmito a mis hijos, a los que me rodean, la alegría mía del matrimonio, de vivir en familia? ¿O solo son quejas, siempre estoy de mal humor, estoy discutiendo con el otro? Creo que el mensaje de Jesús, el mensaje de las lecturas de hoy va justamente a eso, el poder vivir esa alegría del corazón que atrae a los demás, que llama a los demás. Todos tenemos experiencia de esto, de ser causa de alegría muchas veces para los demás y también podríamos pensar qué personas a nosotros nos cambian el humor. Hay personas, hay lugares, a veces hay personas que están de mal humor en la casa, en el colegio en la facultad en algún lugar y cuando va a otro le cambia la cara, está de buen humor con los amigos, con su mujer, con los hijos. Hay personas que tienen esa capacidad y nosotros tendríamos que a veces volver a eso para descubrir esa alegría que brota del corazón.

Los mismo con Jesús, ¿Cuáles son esos espacios que alegraron mi corazón? Hoy tal vez me está costando rezar, vivir mi fe, compartirla. No hay que quedarse con la nostalgia de lo que viví antes, sino, mirando hacia el futuro, cómo puedo volver a encontrarme con Jesús en esos espacios. Cómo volver a ir a aquello que me alegra, aquello que cambia mi corazón. Porque son esos espacios y esas personas los que sacan lo mejor de nosotros.

Fíjense lo que le pasa a Juan el Bautista: Juan está predicando, hace tiempo que el pueblo estaba esperando una voz de parte de Dios y, como profeta, la gente se acerca a preguntarle qué es lo que tienen que hacer. La presencia de Juan que llama a preparar el corazón, a convertirse, saca lo mejor de los demás y van y le dicen “¿qué tengo que hacer para prepararme?”. Tienen ganas, los ha motivado Juan. Me reía cuando escuchaba el evangelio porque hay cosas que no cambian nunca, “conténtense con su sueldo”, creo que lo podríamos repetir hoy. Le preguntaba a cada uno “¿Qué es lo que yo tengo que hacer?”. Podríamos intentar volver a ese sitio, a ese lugar, a ese espacio de nuestra vida y nuestro corazón donde Jesús saca lo mejor de nosotros, donde Jesús nos invita a dar un paso más, pero empezando por este sentimiento de alegría que, como ya les he dicho varias veces, contagia a los demás. 

Esa es la experiencia de María, esa es la experiencia de Jesús, esa es la experiencia de los primeros cristianos que se nos invita hoy también a nosotros a tener y a transmitir. Hoy como comunidad queremos hacer experiencia de esa alegría, queremos poder vivirla y compartirla y queremos que esa alegría contagie a los demás. Podríamos decir que la alegría es lo que trae esperanza aun cuando las cosas no me cierran, están duras, están difíciles, son injustas. Cuando puedo vivirlas con alegría, cuando alguien me trae esa alegría, eso transforma, eso cambia. 

Como gesto, en la misa se repartieron unas estrellitas a todos. Se los invitó a que escriban en estas estrellas quiénes los alegran, quiénes alegran hoy sus vidas, intentando volver a ellos. Después, a proponerse alguna persona a la que la tengan que ayudar en este adviento, alguna persona a la que le tengan que devolver la esperanza, alguna persona a la que le tengan que devolver la alegría, que puedan ser ese testimonio. Anotar esas personas que los ayudan y aquella para las que quieran ser un signo. Estas estrellas después se van a poner junto al pesebre, este deseo de que esto también nazca en nuestro corazón.

Lecturas: 
*Sofonías 3,14-18ª
*Is 12,2-3.4bed.5-6
*Filipenses 4,4-7
*Lucas 3,10-18



lunes, 14 de diciembre de 2015

Homilía: “El fruto es directamente proporcional al tiempo y al proceso que se le da a las cosas” – II domingo de adviento

En el 2007 se retiró Joshua Bell, uno de los violinistas más importantes del mundo, quien se prestó a una prueba social, un experimento social. Agarró su violín, se fue al subte en Washington en hora pico, a las 19hs, y se puso a tocar, él que tocaba en los lugares más importantes del mundo. La gente fue pasando, como pasamos nosotros más o menos cuando andamos en subte, sin prestarle prácticamente atención. Se muestra que solo 6 personas en esos 45 minutos que estuvo se detuvieron a escucharlo, uno de los que estuvo fue un chiquito que la mamá lo sacó rápido. Solo una mujer se dio cuenta de quién era y se quedó ahí. En esos 45 minutos que estuvo juntó, por la gente que le tiraba unas monedas, 32 dólares. 

De esta forma mostraban que lo que uno hace, en este caso una persona con un talento increíble, tiene que ver muchas veces con el contexto, el lugar, del tiempo que nos tomamos, de la atención que uno pone. Creo que todos hemos tenido la experiencia en un momento de decir “la verdad es que no vale la pena esto, hacer esto, decir esto”. O que uno está luchando por un montón de cosas importantes y siente que cae como en un saco vacio o que es muy poco a veces lo que se logra con mucho esfuerzo y poniendo un montón de energía. 

Pensaba en cuando yo estaba en el seminario y una de las materias que tuve fue Orígenes Cristianos que trata de que Jesús resucitó y la historia de la Iglesia. Cuando uno escuchaba y leía como fue creciendo la Iglesia, en ese crecimiento, depende de dónde se lo mire, puede decirse que fue lento en las primeras comunidades cristianas. ¿Por qué subrayo esta palabra “lento”? Porque, en general, uno, por el entusiasmo, por el fervor que los primeros cristianos ponían, piensa en grandes comunidades.

Por ejemplo, en la comunidad de Corintios vivían 250 mil personas, de las cuales 400 eran cristianos, para que se den una idea. Se perdían los cristianos en esa gran metrópolis y así podríamos ir con cada una de las ciudades. Lo que pasa es que ellos estaban tan contentos del camino, de lo que el evangelio les iba abriendo, como semilla en cada una de esas ciudades o comunidades que nos lo transmiten como un fervor. No dicen “uy que garrón, se convirtieron 400 nada más” o “que poquito, mira todo lo que tuve que hacer, me flagelaron, me golpearon”, no. Pablo está feliz y alegre, y así empieza esta segunda lectura, “doy gracias a Dios”, ¿Por qué? “Por la obra que hace en ustedes, porque se mantuvieron en lo que han aprendido, porque con sus parrabas y con sus gestos, quieren dar testimonio de Dios”. Como sabe que eso no es fácil y que mantener la fe muchas veces nos cuesta, dice “rezo por ustedes para que se mantengan firmes en aquello que han aprendido”. Nos deja como enseñanza este descubrir lo valioso de lo cotidiano y lo sencillo de cada día, eso que muchas veces nos cuesta ver.

Creo que esto es así por dos razones, sobre todo en la fe. La primera es porque el punto de partida ya es diferente, nosotros venimos de varios siglos de cristiandad y a veces sentimos que la cosa disminuye más que crecer como era en la época de Pablo. Pero, más allá de esa razón, también porque nosotros vivimos en una época donde tenemos las cosas rápidas, queremos las cosas ya, no solo cuando vamos a McDonald’s o cuando nos toca hacer una fila en un banco o lo que fuere. Cuando tenemos que esperar mucho a veces nos enojamos y nos ponemos mal y nos violentamos pero también hay cosas más importantes. Quisiéramos que los deseos, las ganas que le ponemos y tenemos en ciertas cosas sean más rápido, que los chicos crezcan más rápido, un montón de cosas que quisiéramos que no duren el tiempo que llevan. Sin embargo, el fruto casi que es directamente proporcional con el tiempo y el proceso que se le da a las cosas y todo empieza cuando uno se anima a gestarlo, a hacer germinar. 

Que Jesús se haga presente, no solo lleva los nueve meses del embarazo de María sino también, los treinta años que Jesús va a tardar en salir a predicar. Y uno no dice “uh, todo ese tiempo”, uno sabe que Jesús tuvo que madurar como persona aquel mensaje que tenía que dar. Sin embargo, cada momento y cada paso es importante y desde lo sencillo.

Este evangelio comienza contando un poco el contexto, “en la época del emperador…, siendo tetrarca…” y así todos los cargos importantes y de repente dice “en el desierto, se apareció Dios”. Mientras uno muchas veces espera que Dios se haga presente en lo importante, en lo grande o venga una persona que cambie nuestro ser cristiano y Dios dice que ahí, en los lugares de poder, en los lugares donde están todas las personas importantes no está él presente. Que Dios fue y buscó un hombre en el desierto y que le pidió a ese hombre que vaya y anuncie, que vaya y prepare el camino del señor. Tuvo que empezar desde lo sencillo, desde lo cotidiano, Juan se tuvo que hacer un nombre, tuvo que, de a poquito, ir anunciando. Lo mismo Pablo, y así, le costó muchas veces y lo mismo cada uno de los cristianos. 

Es por eso que en este adviento, la primera invitación para nosotros es aprender a cambiar la mirada, aprender a valorar cada gesto, cada palabra que brota de Dios en mi vida y en mi corazón. Creo que lo primero que podríamos hacer nosotros es descubrir qué dones tenemos que Dios nos dio, qué cosas tengo en mi corazón que son signo de Dios, que pueden dar testimonio a los demás, qué palabras, qué conversaciones. De qué manera yo puedo llevarlo y transmitirlo a los demás y aprender a valorarlo desde lo pequeño y desde lo chico, desde lo que a veces parece que no tiene peso pero así se construye el reino. Para muchas personas, esa palabra y ese gesto van a ser una de las pocas palabras y gestos de parte de Dios que tengan en su vida. Casi que podríamos decir que nuestra vida va a ser el evangelio abierto que el otro va a poder leer. Si nos animamos los cristianos a llevarlo, a transmitirlo, a descubrir que así se va formando el reino y desde ahí nace y este es el ejemplo de Jesús. 

Jesús nace en un establo, en medio de los animales, vive en un pueblito con 250 habitantes como era Nazaret. Desde las pequeñas cosas, se va gestando y por eso nos invita a valorar aquello que desde nuestra humilde vida nosotros podemos dar. Desde el pesebre de nuestro corazón, nosotros podemos llegar a los demás. Si bien el otro es el que va a tener que ir recorriendo el camino, yo lo que puedo hacer es dar testimonio, puedo ayudar.

Tanto en la primera lectura como en el final del evangelio dicen lo mismo “preparen el camino- como si fuera fácil- bajen las montañas, rellenen los valles, arreglen los caminos sinuosos”. Eso lleva trabajo y lleva tiempo pero podemos hacer que en nuestra vida lo logre. Yo a veces cuando pienso en mi persona pienso en cuando vamos por la calle y aparecen los carteles que dicen “disculpen las molestias, estamos trabajando para usted”, pienso que Dios pone lo mismo en mi. Cuando la gente viene y yo hago lo que puedo, dice lo mismo, “estoy intentando que sus gestos, sus palabras, su vida sea un signo para los demás”. Dios hace lo mismo con nosotros si nos disponemos a eso. De esa manera va logrando que el evangelio llegue a los demás, que el evangelio se haga carne en el otro. Esa es la esperanza que brota en el adviento. 

Si me quiero quedar esperando como todos esos primeros nombres que nombra al principio del evangelio, sigan esperando. Si me animo a mirar y descubrir que desde lo pequeño se va gestando y a ser yo parte de eso, ahí el reino se va haciendo presente.

Esa es la experiencia que tuvo María y ese es el ejemplo que nos da a todos nosotros, “¿Quién soy yo?”, le dice María al ángel. Quédate tranquila que vos SOS alguien, ¿Por qué? Porque como dice Pablo a su comunidad, “los llevo a todos tiernamente en el corazón de Cristo Jesús”. Lo mismo nos diría a nosotros, cada vez que ustedes lo intentan, ponen un gesto, uno no devuelve, se calla la boca, pone una sonrisa, ayuda a alguien, vuelve a decir lo mismo, los llevo a todos tiernamente, por eso que buscan, por eso que intentan, por ese ser ese signo de Dios.

Pidámosle entonces a María, a ella que con mucha paciencia fue gestando a ese Dios en medio nuestro, que nos ayude a nosotros a gestarlo en nuestro corazón y a llevarlo a los demás. 


Lecturas:
*Baruc 5,1-9
*Salmo 125
*Filipenses 1,4-6.8-11
*Lucas 3,1-6

viernes, 4 de diciembre de 2015

Homilía: “El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino” – I domingo de Adviento

Hay una película que salió hace unos años que se llama Niños del Hombre o Hijos del Hombre (Children of Men) que muestra un mundo donde no hay más nacimientos. La película empieza cuando el último hombre que había nacido, justamente en Buenos Aires, muere con 18 años de edad. En un momento, hay una persona activa a quien se lo llama y se le encomienda una misión especial porque, milagrosamente, acaban de encontrar una mujer que quedó embarazada y se logró que vuelva a haber vida después de 18 años. Por todas las controversias que hay, le dicen que se tiene que llevar a esa mujer, que tiene que pasar todas las barreras que hay y lograr llegar hasta un sitio donde están llevando a esta gente. 

Hay una imagen en la que me quiero detener que es muy significativa: En un momento, él queda en medio de una guerra de guerrillas donde están el ejército nacional y la subversión, metido en medio de las bombas, las balas y quedan rodeados. Ya no pudiendo saber qué hacer, se van juntos, este hombre con la mujer y su bebe que ya había nacido. Él bebe empieza a llorar frente al ruido y en la película se hace un silencio muy muy grande. Todo se acaba, todo el ruido, toda la gente frena, la guerra, la violencia, para mirar esa vida que en medio de la violencia, de la dificultad, se empieza a abrir camino.

Yo pensaba este tiempo de adviento de la misma manera. El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino. En una vida que, en medio de las dificultades, de las controversias, de la violencia que sentimos, empieza a cambiar las cosas. Esto es lo que escuchamos en el evangelio. Jesús, hablando de su segunda venida, cuenta todas estas catástrofes, todos estos signos impresionantes y dice “levanten la cabeza y miren, tengan ánimo, hay algo que va a pasar, hay alguien que vuelve a nosotros, hay una vida que se va abriendo camino”.

Vieron que cuando las cosas no salen como queremos o esperamos, perdemos el ánimo, empezamos a bajonearnos. Porque a veces no logramos los deseos, los objetivos que vamos queriendo cumplir y sentimos que fracasamos, nos frustramos y nos vamos poniendo de mal humor, no le encontramos sentido a las cosas. Hasta la propia imagen, nos vamos como encerrando. Cuando uno pierde el ánimo, recién se da cuenta cuando ve al otro, cuando lo miran a los ojos y le dicen “¿Qué te pasa?”, alguien que te conoce bien. O la persona está toda encorvada, mirando para adentro. Entonces, la invitación es a descubrir lo que tenés y animarte a levantarte, eso es lo primero, erguite y volvé a recobrar ese ánimo del corazón, ese ánimo que trae cuando uno se anima a descubrir y a apostar por aquello que nos da vida a todos. 

A veces uno escucha “¿para qué voy a prender la televisión o la radio? Son todas cosas negativas, todas cosas malas, no tiene mucho sentido”, en las reuniones que uno tiene también, “no, nada puede cambiar, nada puede ser diferente, nada puede ser distinto”. Casi como que no vale la pena, muchas veces la pregunta es qué es lo que da sentido y por qué luchar. Pero eso nos pasa también a nosotros, no solamente lo que pasa afuera. Podríamos pensar un poquito, cuando charlamos con los demás, en casa, con un amigo, ¿Qué compartimos? ¿Compartimos las cosas buenas que nos pasan? ¿Les preguntamos qué buenas noticias tuvieron, qué alegría, qué les pasó de bueno? ¿O compartimos todas pálidas, los problemas, las dificultades que tenemos?

Cuando uno se va a dormir, muchas veces nos quedamos pensando todo lo que no hicimos en el día, todo lo que no llegamos a hacer, todo lo que no hicieron por lo que uno quería que hicieran, en vez de mirar y agradecer por las cosas que pudimos hacer. En el mundo en que vivimos hoy, aunque tuviéramos cincuenta horas, no llegamos ni por casualidad a hacer todo lo que creemos que tenemos que hacer. Entonces, si miramos, muchas veces tenemos una carga negativa de ir hacia lo que falta, de ir hacia lo que no tenemos, de ir hacia lo que no se concretó y, por mirar eso, vamos perdiendo nuestra capacidad a veces de luchar y, más profundo, muchas veces de desear, ¿Qué es lo que quiere?

La invitación de Jesús es esa, a descubrir que en medio de las contrariedades de la vida, de las dificultades, de las injusticias, también hay un montón de signos de vida. También hay un montón de cosas que pasan a nuestro alrededor por las que yo puedo dar gracias, en las que yo me puedo sostener, en lo que veo que en la vida se abre camino y continúa. Porque en el fondo es qué voy eligiendo. Podríamos decir que hay una elección que yo tengo que hacer.

¿En la vida suceden cosas injustas? Si, ¿en la vida suceden cosas malas? Si, ¿en la vida suceden cosas que no queremos? Si, ¿no logramos cosas que buscamos, que deseamos? También. Es más, si buscáramos el libro de quejas, hay varios tomos en el cielo de todas esas cosas que nos quejamos. Pero también suceden un montón de cosas lindas, también pasan alrededor nuestro un montón de signos de vida cotidianos de personas que están a nuestro alrededor, que nos acompañan, que luchan, que pelean, que nos sacan una sonrisa, que nos hacen levantar la cabeza, que nos cambian el ánimo. En el fondo, ¿qué es lo que define? Dónde yo pongo el corazón. Algunos momentos serán un poco más duros, con más signos de muerte, algunos serán mucho más lindos, con más signos de vida. La diferencia es por dónde yo dejo y elijo que mi corazón vaya y hacia dónde me animo a ir. 

La invitación del adviento es a, justamente, elegir aquello que me da vida, aquello que trae algo nuevo y este es el camino de la navidad. La navidad tiene una certeza para todos nosotros que es que algo va a pasar y que no depende de nosotros. En general, nosotros tendemos a bajar la cabeza, a perder el ánimo, ¿Por qué? Porque no sabemos cómo vamos a salir de esto, no siento que yo pueda cambiar las cosas, no encuentro los caminos. ¿Qué es lo que yo puedo hacer? La navidad me dice “mirá, vos no tenes que hacer nada, lo hago yo”, dice Dios, “yo me ocupo de esto, yo me hago presente, yo soy el que trae una vida nueva que abre caminos”. Hace dos mil años aproximadamente, en medio de las dificultades, de lo duro que era el camino. En medio de un montón de gente que no lo quería recibir y que le costó encontrar un lugar hasta que encontró uno en un establo. 

Dice "la vida se abre camino, Dios abre camino”, y a lo que nos invita es a apostar por eso, a descubrir ese camino que Dios abre por nosotros y, cuando no tengo respuestas, animarme a dar ese salto con esa esperanza verdadera puesta en Dios. Eso sí es una elección nuestra. Cuando nosotros sentimos que las cosas se van de nuestras manos, a lo que se nos invita es a confiar o, de una manera nueva, a creer. ¿Quién podría creer que un niñito, un bebe nacido en un establo podía cambiar las cosas? Solo María y José, ahí pegando en el palo a último momento, no muchos más. Unos pastores, unos magos se acercaron, eran muy poquitos pero creyeron y confiaron. Con esto pequeño, se pueden cambiar las cosas, y esa es la invitación para nosotros. En este tiempo de adviento, animarnos a apostar por la vida y por aquello que da vida.

A veces, para intentar esquivar esta lucha interior, no vamos por la tangente, empecemos a tapar. La navidad, en vez de ser una vida que se abre, es un regalo, a veces montañas de regalos que tenemos en las casas, que hacemos, ¿tiene algo malo? No me refiero a que es algo malo o bueno, lo central es, ¿me animo a descubrir que viene Jesús? Más allá de eso que a veces es parte de nuestra cultura y difícil de sacarlo de encima, lo central es, ¿eso es lo esencial? ¿En eso se me va a ir el adviento? En mirar que tengo que comprar, que tengo que hacer, cuál es mi amigo invisible, ¿o me animo de nuevo a poner el corazón en Jesús? ¿Me animo de nuevo a descubrir que hay alguien que viene? Porque sin él no hay navidad y puede pasar en nuestra vida como pasó en Belén, desapercibido. 

Jesús está ahí, pasa y, gracias a Dios, se hace presente y va a buscar caminos para llegar a nuestro corazón pero nos da una oportunidad de abrirle el corazón antes, de descubrir que viene a nosotros antes. Esa es una elección para cada uno de nosotros, ¿Cómo? Con cosas pequeñas. En el evangelio dice “recurran a la oración”, podemos rezar un poquito más, demos un paso en este adviento, “hay mil cosas a fin de año”, pero tomémonos un ratito para estar con Jesús. O un gesto, un signo, qué podemos hacer con nuestra familia, con alguien que lo necesita. Abramos el corazón a aquello que verdaderamente da vida y con cosas pequeñas, como un niño, sepamos que la vida va cambiando, que la vida se va haciendo camino.

Esto es lo que hizo María. María se animó a esperar y a confiar en aquello que iba cultivando en su corazón. A veces nos pasa desapercibido pero si hubo alguien que tuvo que cambiar todo lo que pensaba era ella y lo pudo hacer porque seguramente iba esperando en Dios. Cuando se le vino como un tsunami encima de cosas dijo “quiero seguir apostando por aquello que da vida”. Tal vez en un nacimiento no es tan claro para las que son mamás, cuando Jesús muere en la cruz tiene que hacer lo mismo, volver a confiar en Dios. Cuando parece que la vida se cierra, volver a esperar a ese Dios que actué, a ese Dios que, resucitando a su hijo, nos vuelve a traer vida y vuelve a abrir el camino. Esa es la esperanza que tiene María, la confianza puesta en Dios, eso es a lo que nos invita a nosotros.

Pidámosle a María que en este tiempo, en estas semanas previas a la navidad, nos renueve en la esperanza, que nos ayude también a ser signos con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras acciones de nuestra fe, de esa esperanza puesta en Jesús en medio de nuestros hermanos. 


Lecturas:
*Jeremías 33,14-16
*Salmo 24
*Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3,12–4,2
*Lucas 21,25-28.34-36

lunes, 30 de noviembre de 2015

Homilía: “Yo no puedo cambiar lo que no germiné” – XXXIV domingo durante el año

Hay una historia que narra la vida en un monasterio que, después de un tiempo de esplendor, empieza a tener una crisis. Varios monjes se van, empiezan a no tener vocaciones o muy poquitas y el Abad empieza a preocuparse, dice “¿qué es lo que está pasando acá?”. Como las cosas no van bien, no se empiezan a tratar bien entre ellos, las cosas se les van yendo de las manos y el Abad no sabe qué hacer. Entonces le dicen que hay un Abad emérito, muy sabio, ya retirado y decide ir a hablar con él. Llega hasta ahí, se pone a hablar con el Abad quien lo recibe y le dice que le cuente y él le tira la catarata de cosas que tenía en su corazón, todo lo que estaba pasando, sus preocupaciones. Este Abad le contesta que no pierda la esperanza, que el mesías esta entre ellos. “¿Cómo?” le pregunta él, “El mesías es uno de ustedes” repite. 

El Abad vuelve rápido, muy contento, queriéndole contar la noticia a todos los monjes, se reúnen ahí en comunidad cuando llega al monasterio y les cuenta. Empiezan a pensar quién será, “es fulanito, que es tan bueno, que es servicial, que es generoso…” y empiezan a estar muy atentos a él. Después otro dice “No, debe ser tal que siempre está haciendo chistes, bromas, que nosotros nos enojamos y nos debe estar empujando un poquito para ver cómo lo tratamos a pesar de esto…”. Toda esa sensación hace que cambie la vida en el monasterio.

Claramente, lo que hace que ellos cambien su forma de vivir es sentir que Jesús está entre ellos, volver a poner la mirada en Jesús y esto es lo que hoy queremos celebrar. Queremos celebrar la fe, pero para celebrar la fe nosotros tenemos que poner a Jesús en medio nuestro. Muchas veces, como en muchas cosas de la vida, vamos perdiendo lo central, lo esencial, nos vamos preocupando por cosas que son secundarias y perdemos el centro. 

Hoy queremos celebrar y vivir a Jesús. Todo eso lo venimos escuchando y si algo dejó claro en su vida Jesús es que venía a traer el reino de Dios. Que el reino de Dios no era algo solamente para esperar el día de mañana en su plenitud, sino que ya él, acá, lo hacía presente. De eso habló siempre. Pero cada vez que hablaba algo del reino, y Jesús se iba haciendo más famoso, y lo querían hacer rey, como recordaran, él decía que no y se iba, se escapaba, se iba a predicar a otro lado. No dejó nunca que en su vida lo hagan rey, hasta el final de su vida. Recién acá, en este evangelio que estamos escuchando de Juan, frente a Pilato, es el momento en el que Jesús acepta que es rey.

Como recordaran, el segundo momento es en la cruz: “Este es el rey de los judíos”, dice la inscripción. Si bien Jesús viene a anunciar el reino de Dios, no quiere que se confunda qué es lo que él viene a traer, no quiere que haya un doble mensaje. Esto no solo le pasó a Jesús sino que también le pasó a la Iglesia porque esta fiesta tiene muy pocos años, tiene aproximadamente cien años. Es decir, esta fiesta se instauró en la Iglesia cuando las monarquías empezaron a caer. Cuando podríamos decir que pasó lo mismo, cuando no había un rey, no había tanta confusión de querer tener un rey de la misma manera que las otras monarquías. 

Lo central es que Jesús viene a traer algo distinto y quiere que lo descubramos, que es la manera en la que se vive en el reino de Dios. Creo que lo primero es descubrir cómo vivimos el testimonio y para eso tenemos que encarnar en nuestra vida aquello que Jesús nos dice. Cuando miramos la vida de Jesús, Jesús estuvo treinta años en Nazaret aprendiendo, viviendo, encarnando valores que descubría y, recién después, al final, salió a predicar. Cuando lo que él iba a decir era lo que había vivido. Porque muchas veces nos pasa a muchos de nosotros, por lo menos a mí, que decimos lo que no hacemos, “estaría muy bueno ser tolerante”, pero no lo hacemos, o con otras cosas. Las palabras quedan vacías, no tienen contenido. Jesús, lo primero que quiere, es mostrar qué es el reino de Dios, después vienen las palabras. Eso es lo que fue mostrando y lo que le fue pidiendo a sus discípulos y, como toda educación, hay cosas que salen y fluyen bien y hay cosas que cuestan un poquito más, no solo con los chiquitos, también nos cuesta a nosotros. Con los discípulos le pasó lo mismo, hay cosas que las encarnaba y otras que les tenía que ir corrigiendo, mostrándoles.

Jesús nos invita hoy a vivir lo mismo. Podríamos pensarlo desde los núcleos más sencillos, en la familia. Creo que, si yo hiciera un ballotage, ya que estamos en eso, en el templo preguntando cuáles son los valores esenciales en la familia, seguramente coincidiríamos en un 90% todos. ¿Qué es lo que nos distinguiría? Cuál valor hemos podido encarnar más en cada familia. Porque las cosas que creemos más o menos las sabemos pero lo central es cómo yo trabajo, a veces hasta lucho contra migo mismo, para poder vivir. Muchas veces pedimos diálogo pero yo, ¿soy dialogante en mi familia? Pedimos que nos sepan escuchar pero, ¿yo sé escuchar al otro verdaderamente? Pido que me entiendan en mi casa, ¿yo intento entender al otro? ¿Cómo intento vivir aquello que quiero que vivan conmigo? Esto que Jesús nos enseña.

Hace un tiempo me pasó que uno de los chicos se mandó una flor de macana en uno de los grupos y me vino a decir a mí a ver qué decisión tomaba. Había roto una de las máximas, por decir así, y la consecuencia sería que tenía que dejar los grupos. Entonces, los coordinadores de esos grupos me preguntaron qué iba a hacer y lo invité a que me fuera a ver al día siguiente. “¿Si te pide perdón que vas a hacer?”, me preguntaban. “Y si me pide perdón es un problema porque lo tengo que perdonar” -les dije- “eso es lo que me enseñó Jesús, si él viene y me pide perdón, seguirá en el grupo y lo tendré que perdonar, creo que es claro en el evangelio”. “Pero van a decir que al final es todo lo mismo”, me decían. Que digan lo que quieran, el mensaje de Jesús es claro, cuando alguien me pide perdón, yo tengo que darle una segunda oportunidad. Después, lo que piensen de mí no importa, que piensen lo que quieran, cada uno es libre para eso. Uno intenta ir aprendiendo y probando, esto me salió, otras cosas no me saldrán. Creo que a todos nos pasa lo mismo, cómo de a poquito puede vivir eso que yo quiero.

Ya que han terminado las elecciones y no voy a influir en nadie, por ejemplo, en las redes sociales, uno veía a veces mensajes que eran totalmente contradictorios. Uno leía en Facebook o alguna red social: “Ojalá se acabe esta intolerancia” y el mensaje que se veía era totalmente intolerante. Yo no puedo cambiar lo que no germiné, lo que no intenté que de a poquito vaya creciendo, lo que no se aprende. A veces tenemos una ilusión falsa, “cuando pase esto, voy a cambiar”, pero lo que uno no trabaje en el corazón no cambia. La invitación de Jesús siempre es a crecer, pero que yo siembre ya, este es el momento. 

Si en algún aspecto de mi vida, de los que me rodean, de mi país, quiero algo diferente es cómo yo lo trabajo hoy, cómo lo voy sembrando yo hoy. Muchas veces no es fácil, sembrar amor, esperanzas, fe, tomar las virtudes de Jesús, eso lo llevó a la cruz. Querer transmitir eso lo llevó a dar la vida. Supongo que hay muchos valores que enseñarlos, transmitirlos, los ha desgastado, los ha cansado, les ha costado, a veces se han ofendido, “yo vivo esto y así me responden”, “yo intento hacer esta cosa y el otro no me entiende”. Lo que nos muestra Jesús es que eso siempre va a dar fruto, no sé cuándo, porque yo no lo puedo manejar a eso. Pero sé que si yo vivo y siembro amor, fe, esperanza, tolerancia, paciencia, eso, tengo la certeza, de que en algún momento va a florecer. Esto es lo que dice Jesús, dio la vida con la esperanza puesta en el Padre de que iba a resucitar. Y eso es a lo que nos invita a nosotros, a ir viviendo el reino acá, pero como esto a veces cuesta, por eso nos habla, nos enseña, nos va recordando día a día. Por eso, en un ratito, nos va a alimentar, para que podamos luchar por aquello que verdaderamente da vida. Para que podamos encarnar esos valores que Jesús nos dice que tengamos la certeza de que van a dar fruto.

Pidámosle en este día de Cristo Rey a María, que ella es la que engendró a Jesús, ella que siguió a Jesús, aquella que acompañó a la Iglesia durante sus primeros años de una manera especial, que también hoy nos acompañe a nosotros. Que nos ayude a mirar a Jesús, a seguirlo y a ir viviendo el reino en medio de lo que Jesús pone a nuestro lado. 

Lecturas:
*Profecía de Daniel 7,13-14
*Salmo 92
*Libro del Apocalipsis 1,5-8
* Juan 18,33b-37