sábado, 3 de octubre de 2009

Homilía: "Aprender a estar juntos"

Hace unos años se llevo al cine, la obra maestra de Tolkien, “El Señor de los anillos”. En la primera de ellas, estando en Rivendel, sucede el Concilio de Elrond, donde se empieza de definir el destino de la Tierra Media. Allí se forma la comunidad del anillo que decide ir a destruir el anillo a las tierras de Mordor. Y comienzan a caminar juntos unidos por un mismo deseo. Sin embargo rápidamente las cosas se van a complicar. No van a poder pasar las montañas por el paso de Caradhras, van a perder a Gandalf en las minas de Moria, hasta que luego de pasar por otros lugares van a llegar a los prados de Parth Galen, a los pies del Amon Hen. Allí Boromir, va a discutir con Frodo y intentar adueñarse del anillo que él llevaba Frodo, con el deseo de poder utilizar su poder. Y esto sucede porque no va poder entender ni trascender todo lo que el anillo significa. No ve todo el mal que causó y que puede causar. Sólo aquello que le puede ayudar en lo inmediato, y por eso quiere quedárselo. Y esto va a traer otro problema que es que la comunidad del anillo se va a separar. A partir de este momento van a tener que seguir caminos separados. Ya no hay un objetivo, un deseo en común en todos, y esto desemboca en la separación del grupo. Frente a las dificultades que van viviendo aquello que los unía ya parece lejano y pesan mucho más las diferencias que tienen cada uno.
Lo cual ocurre también muchas veces en nuestras vidas. Desde chicos nos gusta, en general, estar en grupos, encontrar gente con quien compartir lo que uno cree, piensa, desea, vive. Parece que vamos a compartir toda la vida con ellos, sin embargo la vida de a poco nos va separando. Muchas veces porque son personas que fueron muy importantes para un momento de nuestra vida, por ejemplo amigos de la infancia. Pero con los que no teníamos un horizonte lejano, algo que pesará para que siempre estuviésemos juntos, y con el correr del tiempo, casi sin darnos cuenta nos fuimos distanciando.
Y hay otros con los que si tenemos o teníamos un objetivo, deseo, meta en común. Pensábamos y queríamos compartir toda la vida. Nos sentíamos muy unidos y pensábamos que nada podía separarnos. Pero el correr del tiempo nos fue mostrando que nada es tan simple ni fácil. Que aquellas cosas que nos unían muchas veces se van como desvaneciendo, que empiezan a pesar más las diferencias que tenemos con el otro que las cosas que nos unen. Y ese es el tal vez más clave y definitorio en el crecimiento de nuestros vínculos: de que manera vivimos las diferencias que tenemos. Como enfrentamos esos momentos duros donde creemos que ya nada nos une. O que pesa más lo que nos distingue que lo que nos une. Sólo hay que mirar en nuestra propia vida y a nuestro alrededor para ver cuanto cuesta. Cuantos matrimonios se separan, no importa si son muchos o pocos los años que estuvieron juntos. Cuantos padres y hijos se pelean, o hermanos entre ellos. Cuantas amistades se rompen o distancian. Ni hablemos en lugares donde el vínculo no es tan fuerte como el trabajo, club, equipo...
La vida nos va mostrando que hay etapas, momento, donde las relaciones se vuelven difíciles, donde nos cuesta ver las cosas positivas. Donde sentimos que el otro es muy distinto que nosotros, que no nos entiende. Donde perdemos de vista todas aquellas cosas que nos unen. Que nos llevaron a querer compartir la vida, a plantearnos horizontes en común.
Y también en la fe. Cuanto les cuesta a las comunidades religiosas mantenerse unidas, a nosotros los sacerdotes compartir la vida, trabajar juntos, no terminar peleados uno en una punta de la diócesis y otro en la otra. A nuestras comunidades, grupos de catequesis, jóvenes. Pareciera que es más fuerte o son más las cosas que nos diferencian que las que nos unen. Tenemos un gran tesoro, alguien que nos llamo a todos a vivir la fe, alguien que dio la vida por todos nosotros y sin embargo pareciera que no bastara. Tenemos un gran don que es Jesús, tenemos alguien que nos unió a todos pero seguimos peleándonos mirando las diferencias.
Para nuestro alivio esto pasaba desde la época de Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. No entiendo, es contradictoria la frase. ¿Alguien hacia algo en nombre de Jesús y no es de los nuestros? Fíjense como empieza uno a mirar más lo que nos distingue que lo que nos une. Parece que fuera Boca – River, no es de los nuestros. Yo pensé que no había equipos en la fe. Que todos éramos de Jesús. Pero desde siempre nos cuesta mirar lo importante. Es decir, somos de Jesús, todos, el nos llama, el nos une, el nos sana. Los demás no competimos. Y si fuera una competencia entramos lejos. Es a él al que tenemos que mirar. Es por él que tenemos que hacer las cosas. Para que les quede claro Jesús les cambia la manera de pensar: “el que no está contra nosotros, está con nosotros”. Sin embargo siempre nos cuesta vivir esto. Empezando por la cantidad de confesiones cristianas que hay. Permanezcan unidos nos dice Jesús, y nosotros empezamos a pelearnos por un montón de cosas, a no saber dialogar, compartir, intentar comprender al otro. Y así nos vamos separando. Las diferencias empiezan a ser más fuertes que quien nos une. Empezamos a pensar que el otro no esta con nosotros. Cuando lo importante es que este con Jesús, y si esta con Él esta con nosotros. Nos guste o no, piense como nosotros o no. Él es el centro, por el pasan todas las cosas, en él se define de que lado estamos.
Cuanto distinto sería si en esos momentos difíciles de la fe, de la vida, nos animamos a detenernos un momento, a volver a pensar las cosas, a mirar en el corazón que es lo que nos junto. Es verdad que muchas veces las cosas no se podrán arreglar, que hay vínculos que se van a terminar rompiendo. Pero también cuantos se pueden sanar, curar, arreglar si nos animamos a dialogar, a darnos tiempo, a tenernos paciencia, a intentar comprender al otro. A intentar descubrir que es lo que el otro me da o me dio. A no ser tan tajante: ¿estás conmigo o no?.
Y si aprendemos a mirar las cosas de otra manera todo va a ir cobrando un sentido diferente. En Jesús todo va cobrando un sentido diferente. Doy un vaso de agua, solo eso, y resuena en el cielo, escandalizo a alguien y también resuena. Pero resuena lo que hago o no hago en Jesús. En aquel que me une. Y resonará aquello que hago o no en mi familia, en mis amigos, en mis trabajos. No ya si pensamos igual o no, sino si trabajamos en común, si intentamos crecer juntos.
Eso es lo que nos intenta mostrar Marcos en el evangelio, todo tiene su sentido en Jesús. Es en él en quien tenemos que mirar las cosas.
Para terminar quiero referirme un poco al final del evangelio que creo que es también una manera de aprender a mirar, en este caso a leer el evangelio. Porque si miramos literalmente, como dicen los chicos estamos en el horno. Empezando por mi, yo sería un monstruo. Sin brazos, piernas ... Ahora eso es lo que nos quiere decir Jesús. Porque o todos son muy buenos acá, y nadie peca, o tachamos este pedazo del evangelio, o aprendemos a mirar de otra manera, aprendemos a trascender las palabras. A pensar, que es lo que nos quiere decir Jesús acá. No es que Jesús quiere que nos cortemos la mano, los pies, o nos arranquemos el ojo. Quiere que aprendamos a mirar que de nuestra vida tenemos que cambiar, que opción tenemos que hacer para seguirlo. Pero esta manera de leer no se aplica solamente para este texto. Sino para toda la Biblia Seamos justos. O leamos todo literal, aunque no se los recomiendo. O aprensamos a leer en cada pasaje que es lo que nos quiere decir. No tiremos a los demás un pasaje por la cabeza, o siendo más claros, no pongamos pesadas cargas sobre el otro diciendo la Biblia dice, sino intentemos descubrir que es lo que Jesús nos quiere transmitir ahí.
Y esto podemos aplicarlo a la vida también. No nos quedemos solamente con lo que el otro dijo, hizo sino aprendamos a descubrir que es lo que me esta mostrando con eso. Que es lo que le esta pasando. Que es lo que me esta queriendo transmitir. O en nuestra vida: porque estoy actuando así, hablando así, pensando así. De donde proviene eso. Que es lo que tengo que descubrir de mi mismo.
Una vez escuche que Jesús murió en la cruz, así como lo vemos, con los brazos abiertos para abrazarnos a todos. Traduciendo, para unirnos a todos. Contemplemos entonces a aquel que murió y resucitó para unirnos, y descubramos aquellas cosas que nos une con los demás.
(Domingo XXVI durante el año, lecturas: Núm 11,16-17.24-29; Sl 18; Sant 5,1-6; Mc 9,38-43.45.47-48)

Homilía: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»

En la película Corazón de Caballero, William comienza a ganar torneos compitiendo contra otros caballeros y así empieza a ganarse el corazón de Joselyn, que era la princesa del lugar. Eso lo va logrando a través de muchas cartas que le envía, que le escribían sus amigos. Así con esas poesías comienza a ganarse su corazón. Pero llega un momento en el que se encuentran, en una escena medio grotesca, en la que él entra con un caballo en un templo, y se ponen a charlar los dos. Ella le pide que le diga algo lindo, él esta en el horno porque no era lo que mejor le salía, no era lo que sabía hacer, y ella le pide que ya que no le puede decir nada lindo, que quiere saber que va a hacer por ella. William le responde: “yo voy a ganar el torneo por vos”. Y Jocelyn que ya estaba cansada de que todos los que se le acercaran dijeran que iban a ganar el torneo por ella, se enoja, no le importa, no quiere que gane el torneo por ella. “Si, lo voy a ganar, voy a vencer a todos” le responde William. “No, no quiero eso” le contesta Jocelyn. “Bueno, ¿qué es lo que querés?” le pregunta él a ella. Y Jocelyn le Contesta: “si me amas, si verdaderamente me querés, quiero que pierdas”. William le dice que esta loca pero Jocelyn le vuelve a insistir que si verdaderamente la quiere, que haga lo que le pide.
Y más allá de lo que pasa en la película, donde después de darle una lección, cuando esta compitiendo le va a pedir que ahora cambie y gane, lo que resuena es que están en otra sintonía. Que si bien de alguna manera ellos están enamorados y se quieren el uno al otro todavía no han podido encontrarse, todavía no han descubierto verdaderamente quién es el otro. Y él en especial no sabe exactamente qué es lo que ella necesita. Y le da aquello que cree que quizás es lo más importante, aquello que lo hace grande, y no verdaderamente lo que ella busca, que es el corazón de él, que es su propia vida, que es que de alguna manera él se entregue a ella.
Y esto nos sucede de diferentes formas y maneras también a lo largo de nuestra vida. Cuantas veces queremos entregarle algo al otro en los diferentes vínculos que tenemos pero no terminamos de encontrar qué es lo que le queremos dar al otro. O no terminamos de encontrar qué es lo que el otro nos quiere dar. O lo que el otro nos esta dando en ese momento no es lo que nosotros precisamos y necesitamos. Cuantas veces pasa por ejemplo en la relación entre padres e hijos, en la que uno siente que esta haciendo todo por el otro, que esta trabajando un montón, que le esta dando un montón de cosas y de pronto el hijo no siente que eso sea lo que quiere del padre o de la madre. Y uno comienza a frustrarse. O el mismo hijo, que siente que le va bien en el colegio, que siente que hace tal cosa, tal otra, y que ni la mamá o el papá terminan nunca de estar conformes con lo que hace. Más allá de que pase justo de esta manera, cuantas veces en esto o en otras cosas de la misma índole, sentimos como que estamos en otra sintonía, que queremos agradar, o entregarnos, o complacer al otro, pero que no encontramos cómo.
O también en otras facetas de nuestras vidas: en los noviazgos, en el matrimonio; donde muchas veces sentimos que las cosas se van apagando, donde nunca termino de entender y de comprender al otro, donde muchas veces sentimos, como en este caso, que quedamos en otra sintonía. Y también, cuantas veces quedamos como en otra sintonía en nuestra vida de fe. Cuantas veces no comprendemos lo que Dios nos esta pidiendo. O no sentimos que no escuchamos o descubrimos presente a Dios en aquello que hoy nos esta pasando. O no percibimos que Dios nos responda. Cuantas veces sentimos una aridez muy profunda en el corazón, o cuantas veces sentimos que lo que Dios me esta pidiendo no es verdaderamente lo que yo quiero, lo que yo deseo. Puede ser la manera de vivir, la manera que tengo de hacer las cosas, la manera de actuar. Y el problema es que eso hace que de a poquito nos vayamos separando del otro. De a poquito vaya como creándose un margen, una distancia, entre nosotros. Y creo que ese es el momento en el que necesitamos sobre todo animarnos a confrontar con el otro. Animarnos a sentarnos y discutir, dialogar, charlar, poner lo que pensamos en común; y descubrir qué es lo que le esta pasando en el corazón al otro y qué me esta pasando a mi. Porque sino puede suceder lo que acabamos de escuchar en el evangelio.
El domingo pasado escuchábamos que Jesús anunciaba su pasión y su resurrección. Él nos decía que era el Mesías, que iba a morir y resucitar y los discípulos le contestaban que eso no iba a pasar. Bueno, como escuchamos el domingo pasado Pedro se comió el reto más grande de todo el Nuevo Testamento. Y entonces cuando Jesús lo vuelve a repetir, lo vuelve a decir: “yo soy el Mesías, que voy a morir, que voy a sufrir, que voy a resucitar”, ahora no le dicen nada. Directamente callan, hacen silencio. Hay algo que los separa de Jesús. Entre lo que Jesús esta deseando, y lo que ellos están esperando de Jesús, hay una distancia tan grande que ya no se animan ni siquiera a confrontar. ¡Callan!. Y no es un silencio respetuoso de lo que el otro esta diciendo, o un silencio que brota de la aridez que hoy tengo en el corazón de que no se que decir o no se que hacer; sino un silencio de que estamos en dos polos totalmente opuestos. Y es por eso que hablan entre ellos sobre otras cosas y aún cuando Jesús les pregunta qué es lo que estaban hablando, se quedan callados. No quieren ni dialogar con Jesús porque se dan cuenta que se han alejado de Él, que no están viviendo lo que Jesús les esta pidiendo. Y es ahí en ese momento, que Jesús los confronta. Jesús sabe que de alguna manera tiene que hacerlos volver, que de alguna manera los tiene que hacer acercar a Él. No los puede dejar seguir distanciándose y por eso les sigue enseñando. No deja que se sigan alejando, sino que les enseña que es lo que tienen que vivir y de que manera.
A ver, seguramente los discípulos no entendieron nada de lo que les estaba diciendo Jesús en ese momento. No comprendían lo que sucedía pero Jesús necesitaba volver a ponerlos en camino, volver a estar en contacto, intentar dialogar para encontrarse con ellos. Y ahí les dice: “el que quiera ser el más grande, que se haga servidor de todos”. Y ni ellos, ni nosotros, terminamos de comprender estas palabras que continúan “que los primeros sean los últimos”. Porque vivimos en un mundo donde se nos pide otra cosa en general. En la mayoría de las cosas se nos pide que seamos primeros, en la mayoría de las cosas se nos pide que luchemos siempre por más, por más y por más. Y el problema no es, podríamos decir, buscar una realización personal. Todos tenemos que encontrar aquello que nos realice. El problema es a costa de que yo hago eso. A costa de que los discípulos están diciendo quien es el más grande.
Porque sino terminamos en la Iglesia también como pasa en el mundo, haciendo una escala. Y bueno, hay ricos, entonces tiene que haber pobres; hay grandes, entonces tiene que haber chicos, hay gente que vive en abundancia, hay gente que tiene que pasar hambre. Hay gente que es muy linda, entonces hay gente que es muy fea. Hay gente exitosa, entonces hay gente que fracasa. Y siempre pareciera que tiene que haber una escala, quién esta arriba, y quién esta abajo. Quien es mejor. Y Jesús quiere romper con esto, Jesús quiere romper con nuestra manera tradicional de pensar las cosas, con lo que tal vez nuestro cuerpo, o nuestra vida, o nuestra mente nos lleva casi por inercia. Con la manera con que el mundo nos invita a vivir. Por lo menos, Jesús les dice: ustedes vivan de otra manera, relaciónense de otra manera. Y la manera de vivir, de seguir a Jesús es ponerse a servir. ¿Quieren ser el más grande? Sirvan más que cualquier otro. Pónganse al servicio de los demás, piensen en el otro.
Entonces nosotros podríamos pensar que Jesús nos esta pidiendo que nos olvidemos de nosotros. Eso quiere Jesús, ¿qué nos olvidemos de nosotros mismos? Creo que todos tenemos experiencia que cuando pensamos en el otro, cuando nos entregamos al otro, muchas veces eso nos realiza. Y también cuando el otro piensa en mi, cuando el otro se entrega a mi eso también a mi me realiza y así dándonos nos ayudamos a realizar a los demás.
Cuantos de acá han ido a misionar, han ayudado en alguna actividad solidaria, han ayudado a gente que lo ha necesitado, se han acercado a alguien que necesitaba de ustedes y no solo han sentido que han ayudado, sino que eso ha llenado sus corazones. Cuantas veces el otro cuando yo lo necesitaba se ha acercado a servirme, a ayudarme, a estar presente en mi vida y eso me ayudó, me hizo crecer, pero no solo a mi, sino también al otro. Es como que descubrimos, en ese entretejido que ayudándonos nos vamos realizando todos. Pero eso sucede cuando aprendemos a abrir el corazón, cuando aprendemos a pensar en los demás, cuando nos ponemos al servicio.
Y el mejor ejemplo de esto es Jesús. Porque por un lado podríamos pensar que por ponerse a servir no terminó muy bien ya que murió en la cruz, casi solo, abandonado, casi vacío. Pero ¿eso vació su corazón? El tener que entregarse de esa manera hasta el final, que vemos que lo fue dejando solo, ¿lo alejo o lo acercó a los demás? Porque Jesús murió porque ese era su deseo, porque esa era su manera de entregarse al otro. Y por eso logró el gran premio para todos, que es la resurrección. Por eso nos dio vida a todos. Porque se quiso hacer el último, porque se puso al servicio, porque descubrió que su vida podía ser para los demás. Y eso no lo dejaba vacío sino que a lo realizaba.
En la medida que también nosotros nos animamos a realizarnos juntos a crecer como familia, como matrimonio, como amigos, como comunidad, a fortalecer nuestros vínculos sirviéndonos, ayudándonos, eso nos ayuda a realizarnos, eso nos ayuda a crecer, eso nos ayuda mirar de otra manera. Pero para eso tenemos que animarnos a dialogar. Tenemos que animarnos a tener la misma sintonía, tenemos que animarnos a crecer juntos.
Miremos a Jesús, a aquel que se puso al servicio de los demás, a aquel que entregó la vida por el otro, que también nosotros encontremos en ello la realización, que también nosotros encontremos en eso la felicidad, en descubrir por quién o por quiénes quiero entregarme. En descubrir de qué manera y de qué forma quiero ir dando mi corazón, para que de esa manera podamos crecer todos juntos, para que de esa manera podamos encontrarnos con Jesús.
(Domingo XXV durante el año, lecturas: Sab 2, 12. 17-20; Sal 53, Sant 3, 16-4, 3 Mc 9, 30-37)