martes, 17 de noviembre de 2009

Nota: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? (Mc 10,17)

Hace aproximadamente un mes escuchamos en boca de un hombre rico esta pregunta a Jesús. Tal vez la pregunta más central de toda nuestra vida cristiana, ya que nos remite al horizonte último, aquello que da sentido a nuestra vida.
Seguramente hoy no lo diríamos de la misma manera, pero todos los cristianos buscamos lo mismo: estar con Jesús. No solamente hoy o mañana sino todo nuestra vida acá en la tierra y, como dicen siempre los chicos, en el cielo.
Ahora, esta pregunta no la hace solamente este hombre en los evangelios, sino que aparece en otros textos como el del Buen Samaritano (Lc 10,25-37). Sin embargo la respuesta de Jesús siempre es la misma aunque formulada de diversas maneras: “Amar a Dios, amar al prójimo y seguirlo”. Y esta respuesta se puede resumir en dos palabras: “Amar y seguir”. Dos palabras que se retroalimentan. Siguiendo a Jesús voy a aprender a amar y amando voy creciendo en el seguimiento de Jesús.
Juan Pablo II decía: “La aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios” Un sí a Dios que se concretiza en el seguimiento de Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida (Jn14,6). ¿Para llegar adónde? A la casa del Padre, donde hay muchas habitaciones, o sea un lugar para cada uno de nosotros.¿Cómo llegamos? Por medio de Jesús. Como dice el texto de Juan el es el único camino por eso tengo que aprender a seguirlo y aprender a amar a Dios y a mis hermanos.
¿Qué esto nos resulta difícil? Obviamente. A todos nos resulta difícil aprender a amar. Es muy claro en los evangelios, con el hombre rico, con los apóstoles, con cada uno de los hombres y mujeres que quieren vivir el evangelio. Aprender a amar implica aprender a abrir el corazón y eso siempre nos cuesta. Pero creo que lo primero que tenemos que entender es que estamos hablando de la pregunta más central de nuestras vidas o dicho de otra manera del premio mayor, del regalo más grande. Y que esperamos: ¿Qué sea fácil? ¿Qué no nos cueste? Es como que Jesús nos dijera: “querés esto. Bueno, ahora agarrate”. Pero no porque sea algo inaccesible, sino porque implica un esfuerzo desde el corazón. Y cuando uno mira el corazón encuentra los propios límites, las fragilidades, el propio pecado. Sin embargo este camino no esta hecho para hombres y mujeres perfectas. La santidad es compatible con la fragilidad natural, con las miserias de la vida. Lo importante es que una vez verificada y aceptada esa fragilidad, aprendamos a desprendernos de nosotros mismos para contemplar con humildad la misericordia de Dios que nos invita a retomar el camino. Por lo tanto, la santidad no es perfección, sino entrega. Entrega del corazón a Dios, entrega del corazón a mis hermanos. Y cuando no pueda entregarme tendré que aprender a reconstruir el vínculo, volver a cimentar sobree bases sólidas, volver a abrirme.
En realidad el único santo es Jesús, él es el que pudo llevar adelante la voluntad del Padre. Es el único justo. Y la santidad es un regalo que Jesús nos hace no porque lo merezcamos, sino porque nos ama y nos quiere hacer este gran don, regalo de la salvación. Pero Dios nunca invade nuestra libertad. Somos nosotros los que tenemos que elegir si aceptamos o no este regalo. San Agustín dice “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Esto no significa que nosotros ganamos la santidad, el que salva es Jesús; pero sí que exige nuestro compromiso y elección.
Caminar hacia la santidad, hacia ese regalo de Jesús, significa ir por las grandes ligas, por el premio más grande, por el regalo más hermoso. Esto da muchas esperanzas y llena el corazón, pero implica de nosotros un desafío muy grande: “Aprender a Amar y seguir a Jesús”.

Homilía: "Entregarse por amor"

Hay una película italiana muy linda que se llama: “Un casamiento inolvidable”, en la que Tomás y Estefanía van con su autito a una pequeña capilla llamada San Michelle, o San Miguel en castellano. La misma queda en un pueblito italiano donde van para arreglar todo lo que tiene que ver con su casamiento. Llegan ahí y hablan con el sacerdote. El cura les pregunta porque se quieren casar por Iglesia; le dicen por tradición, más que nada por sus padres. El sacerdote los invita a que entonces le digan algo más profundo, especial, aunque sea más allá de la fe, una imagen de lo que significa el matrimonio para ellos. Y ellos utilizan esa imagen tan linda de la que una vez hablamos, de dos que están patinando sobre el hielo y esa fragilidad y ese cuidado que uno tiene que tener sobre el otro mientras lo hacen. Y la imagen se corta en la película con el día del casamiento. Llega el momento del consentimiento matrimonial, el sacerdote les pide que ellos dos empiecen a repetir con él lo que les está diciendo: “Yo Estefanía..., yo Tomás..., prometo serte fiel, tanto en la prosperidad como en la adversidad....”, y sorpresivamente continua “o, más bien, prometo casarme y casi siempre serte fiel, aunque haga alguna picardía” los novios se empiezan a frenar y no repiten lo que el cura está diciendo. Y el sacerdote los pide que continúen: “¡Vamos repitan!, aunque a veces te deje sola, aunque a veces no te escuche”; hasta que el padre del novio, salta de la silla y le grita: “qué estás diciendo”. El sacerdote se sonríe y le contesta: “por fin alguien que me detiene”, y continúa “ellos me dijeron que querían que sea un casamiento especial y yo lo estoy haciendo especial. Y estoy diciendo mucho de lo que pasa, mucho de lo que vemos. Las encuestas nos muestran que ellos tienen el 20% de probabilidades de separarse, tienen el 25% de probabilidades de engañarse el uno al otro.., este es el mundo que los espera, esto es lo que hoy muchas veces se nos invita” Y continua reflexionando sobre esto. Y empieza a mostrar y a pedirles que le cuenten por qué se quieren casar. Hasta que en un momento importante de la película les dice a los demás que no le alcanza con lo que ellos están prometiendo, que necesita que otros se comprometan. Que necesita que otros de los que estén ahí, como que se casen con ellos. Que digan que los van a acompañar hasta el final. Pero nadie se compromete. Nadie termina de poner las manos en el fuego, todos tienen alguna excusa que poner: que los que se casan son ellos, que no puedo yo soy abogado y me dedico a los divorcios, y muchas otras. Entonces el sacerdote cuando están por terminar les pide a todos que se retiren, que ya que no se comprometen los dejen solos en este momento. Porque si ellos lo van a tener que vivir así, con un mundo que muchas veces te deja solos, que esto lo vivan en intimidad y se lo prometan el uno al otro. ¿Y qué es lo que se tienen que prometer? Es el querer entregarse el uno al otro, el querer darle la vida y el corazón, con lo que uno es, con lo que uno tiene. Y no sólo el querer entregarme al otro, sino también poner la confianza en el otro. El saber que quiero confiar en alguien y el saber que hay alguien que quiere confiar en mi. En esto tan lindo y tan fascinante que es como empieza todo vínculo, toda relación, pero que al mismo tiempo tanto se dificulta a lo largo del camino. Todos celebramos, somos felices el día que se casan, o yo el día que me ordené, pero sin embargo, los que tiene muchos más años de vida que yo saben lo que es pelearla y lucharla día a día. Tener que volver a entregarse, tener que volver a profundizar en el corazón. Ese día es como que uno abre una puerta, pero el aprender a entregarse es un camino que lleva toda la vida. Es un camino que tiene que pasar a veces por muchas dificultades. En este mundo post-moderno por muchas crisis. O se podría decir, por muchos momentos de profundización en el vínculo. No alcanza con el vínculo que uno tiene cuando se acaba de casar. No alcanza con el vínculo que uno tiene cuando tiene 5 años de casado. No alcanza con el vínculo que uno tiene cuando tiene 10. Continuamente lo tengo que ir alimentando. Continuamente lo tengo que ir recreando. Continuamente tengo que irle dando fuerza. ¿Para qué? Para que cobre un nuevo sentido. Porque esa primera atracción, ese primer deseo tiene que ser purificado. Todos tenemos la experiencia de que aún aquellas cosas que tanto nos gustan hay momentos en los que no tenemos ganas, hay momentos en los que nos cuestan, hay momentos que se nos hacen cuesta arriba. Ese es el momento donde uno tiene que tener paciencia en el corazón. Sin embargo este deseo de unión a pesar de las dificultades, creo que es el deseo más profundo que cada hombre o mujer tiene.
La Biblia casi empieza con eso, Dios le creo al hombre alguien semejante, la mujer, no importa quien sea primero, para que justamente tenga con quien acompañarse. Para que ese deseo pueda vivirlo uno en el corazón. Y tal vez, utilizando lo que se dice en la película, si yo también me pusiera a hablar en cualquier charla prematrimonial o el día del casamiento, y les dijera: “cásense por ahora, según como venga el viento, total el día de mañana se pueden separar o divorciar”. ¿A quién le gustaría? ¿Quién diría, eso es lo que yo quiero? ¿Uno quiere eso del otro?, que se case a media máquina, que sea por un tiempo. ¿O uno espera que el otro sea sincero en el corazón, y se entregue con toda la vida? Después vendrán los momentos de la vida donde habrá que pelearla, pero en el momento de la entrega es el momento donde uno quiere tener ese deseo profundo en el corazón. Es lo que uno desea tener, y es lo que uno espera del otro. Es lo que uno quiere y le pide al otro. Esto es lo que critica Jesús en el evangelio.
Cuando a Jesús se le acercan con esta pregunta sobre el matrimonio, el les contesta: “¿Qué es lo que dijo Moisés?” Y en esa actitud machista que había en esa época, le contestan que el hombre tiene que redactar un acta de divorcio. Y Él les dice que eso fue por la dureza de ustedes, por la dureza del corazón que está buscando una ley cómoda, una ley para poder deshacer a su antojo aquello que ustedes quieren, aquello que ustedes buscan, una ley totalmente injusta desde el vamos. Primero como les decía totalmente machista, el que podía hacerlo era el hombre, no la mujer que no tenía ningún tipo de derecho. Segundo tratando al otro como un objeto; esto es mío y yo hago lo que quiero. En el momento que yo quiero me lo saco de encima, y en el momento que yo quiero lo tengo.
Ahora, ¿eso es lo que sacia al corazón? Y no solo del que esta padeciendo esa situación, sino tal vez del que tiene el privilegio de poder elegir. ¿Eso es lo que uno busca? ¿Eso es lo que uno desea? ¿o uno esta buscando algo mucho más profundo? Este es el salto que les pide Jesús. No se rijan por una ley. Ríjanse por un regalo y por un don que es el amor. Esto es lo que hizo Dios, los creó para que se amen. Los creó para que hagan alianza. Esto es lo que hizo Dios con nosotros. Nos creó para amarnos, nos creó para hacer alianza con nosotros. Porque eso es lo que buscamos, porque eso es lo que queremos en lo profundo del corazón. ¿Es fácil? No. ¿Se complica? Si muchas veces. Pero eso es lo que intentamos día a día. Y muchas veces esa entrega no bastará. Muchas veces tal vez los caminos se tengan que separar. Pero que sea desde esa entrega profunda del corazón. Que sea desde que lo hacemos porque no quedaba otra, porque la luchamos con todas nuestras fuerzas hasta que nos dimos cuanta que no pudimos.
Jesús también se quiso entregar y en algún momento se quedó solo. Tal vez entregándose uno también se quede solo en algún momento. Tal vez vea que aquí llegue, pero que sea desde esa vocación y desde ese don que Dios nos ha hecho, que Dios nos ha dado. Porque eso es lo único que puede plenificar al corazón. Porque eso es lo único que nos puede traer gozo. Porque eso es lo que deseamos. Podríamos decir que vivimos en un mundo que muchas veces tiende más a dividir, como hablamos en el último tiempo, que a juntar. Pero lo que trae gozo es cuando estamos juntos, cuando caminamos unidos, cuando descubrimos que hay alguien que entiende mi corazón y que me acompaña. Y aún cuando llegan los momentos difíciles, cuando no encuentro los caminos, cuando no termino de comprender lo que me pasa, puedo vivirlo con otro, tengo alguien a mi lado con quien compartir eso. Aunque sea alguien con quien quejarme. Aunque sea con quien discutir. Creo que ninguno de nosotros fue hecho para estar solo sino para poder caminar con otros. Y eso es lo más profundo que nos dio Dios, eso es lo que nos invita a hacer en todas las realidades. Como familia, como matrimonio, como Iglesia, como comunidad. Y eso va a ser posible en la medida que nos entreguemos. ¿Qué es lo que va a pasar después? Ninguno de nosotros lo sabe. Pero lo único que puede traer gozo es esa entrega profunda. La única manera que uno sea feliz, es entregándose y caminando juntos, queriendo hacer alianza. Y queriendo pelear por esa alianza que Dios nos invita a hacer. Pidámosle hoy a Jesús que nosotros descubramos toda esa entrega que el hizo por nosotros. Que nosotros descubramos a todos los que a lo largo de nuestra vida también se van entregando por nosotros. Nos van amando, nos van queriendo. Y que guardando esto en el corazón también nosotros deseemos lo mismo, también nosotros queramos entregarnos al otro, también nosotros queramos pelear con esto, también nosotros queramos llevar una esperanza distinta. San Agustín decía que había dos grandes males en el mundo, y los dos tenían que ver con la esperanza. El hombre que perdió la esperanza y el hombre que tiene una esperanza vana. Bueno, Jesús nos invita a una esperanza profunda, una esperanza del que descubre en el corazón que hay una alegría para caminar juntos, una esperanza del que descubre que todavía hay una oportunidad nueva, una esperanza del que descubre que hay alguien que se quiere entregar por mí. Una esperanza que descubre que vale la pena entregarse por el otro.
(Domingo XXVII durante el año, lecturas: Gn 2,18-24; Sal 127,1-6; Hb 2,9-11; Mc 10,2-16)