sábado, 12 de diciembre de 2009

Homilía: "mi realeza no es de este mundo"

Hace varios años salió una comedia que se llamaba “Todopoderoso” con Jim Carrey y Morgan Freeman; en la cual, para los que no la vieron, Jim Carrey era una persona a la que le pasaban varias cosas, todas nefastas. No estaba contento con su vida. Pensaba que siempre tenía mucha mala suerte, le decía a Dios que el haría las cosas de otra manera, que no podía ser que las cosas fueran así. Hasta que en un momento de la película se le aparece Morgan Freeman, quien hace de Dios. Empieza a dialogar con él, le cuenta quien es, y le dice que le va a dar su poder, el poder de ser Dios durante un tiempo, pero en un lugar pequeño, como si dijéramos San Isidro, para que no tuviera que preocuparse de tanto. Y le avisa que tiene que cumplir solamente una regla, que es que respetar la libertad de los demás, el libre albedrío. Jim Carrey sale de ahí y se da cuenta que es verdad, que lo que decía o lo que pensaba se cumplía, se hacía realidad. Y empieza a usar ese poder, obviamente, para beneficio propio. A la semana se le vuelve a aparecer por segunda vez Dios y lo primero que le pregunta Jim Carrey es que son todas esas voces que escuchaba cada vez más fuertes en su cabeza. Y Dios le contesta que son las voces de los demás, lo que están pidiendo los demás. Lo que pasa, continúa, es que lo único que haz hecho toda esta semana es preocuparte por vos y por las cosas que vos querés. Es decir, haz utilizado el poder que se te esta dando para beneficio propio y te estas olvidando de todos los demás y de ver como ayudar a los que te necesitan. Así que de ahora en más, empezá a preocuparte por todos los demás porque sino esto va a ser cada vez peor. Bueno, si quieren saber como sigue vayan a Blockbuster.
Y pensaba que nosotros, a pesar de que no tengamos ese poder, obviamente, ya que a nadie se le apareció Dios de esa manera, si todos ejercemos el poder de alguna u otra forma. Tenemos lugares donde sabemos que cierto poder o autoridad tenemos: en el trabajo, en los colegios, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en grupos, según el rol que cada uno ocupa. Todos de diferente manera tenemos cierto poder o cierta autoridad. Y como ya, el primer problema que encontramos, tiene que ver con esta palabra nomas: poder y/o autoridad. Porque ha sido tan mal usada durante los últimos tiempos que algo que tendría que ser neutro como una palabra, autoridad o poder, ya tiene un matiz negativo. Y en general cuando escuchamos la palabra poder o autoridad ya casi que estamos pensando mal, estamos diciendo quien hace las cosas mal, quien lo ejerce mal. Por eso también las instituciones en nuestro país hoy están tan desprestigiadas y es como que han perdido su significado. Un significado que podría ser bueno pero que empieza ya desde un mal lugar. Por eso ya hay personas que ni siquiera quieren ocupar un lugar de autoridad, ejercer el poder, en donde le toca.
En segundo lugar tenemos el problema de lo que nos cuesta ejercer el poder y la autoridad. Por ejemplo vamos a lo más común y a lo más normal: una madre o un padre, que desde siempre se ha ejercido, se ha hecho. Ahora, todos sabemos lo difícil que es ser madre o ser padre. A pesar de que es lo más normal de la vida, cuando a uno le toca vivir ese rol, más hoy en día, uno descubre la dificultad que tiene educar, ejercer esa autoridad, lo difícil que es muchas veces poner límites, no sobrepasarse, encontrar el lugar justo. Todo lo que cuesta en cada uno de los lugares. Cuesta la maternidad, la paternidad, cuesta en una empresa…, cuanto nos cuesta llevar a los demás, llevarla adelante nuestros roles. Cuantas veces nos preguntamos si estamos haciendo bien.
En tercer lugar también el problema que es nuestro propio limite, nuestra propia vida, nuestras miserias, muchas veces nuestros pecados, muchas veces que hacemos las cosas mal y que tenemos que ir a aprendiendo sobre la marcha. Esto siempre y cuando intentemos estar haciendo las cosas relativamente normal y bien. Y no cuando muchas veces uno ni siquiera lo intenta. Es por eso que ejercer un poder o una autoridad, mas allá de las buenas intenciones que hay en el corazón, siempre nos cuesta. Pero no nos cuesta a nosotros solamente, les cuesta a todos, y les costo en la época de Jesús.
Hoy estamos celebrando para nosotros los cristianos el cierre del año, del calendario litúrgico con esta fiesta de Cristo Rey. Para nosotros hoy cierra el año y comienza el domingo que viene con el primer domingo de adviento preparando el corazón para la Navidad. Y lo hacemos celebrando fiesta en la cual proclamamos que Cristo es Rey de todo el universo.
Y acá también tenemos un problema que es la propia palabra “rey”. Porque casi que si queremos descubrir a Jesús como un Rey, tenemos como en la computadora que hacer “delete” en todo lo que significa para ser rey y pensar en un rey totalmente diferente. Porque no es ni lo que creemos ni lo que queremos para nosotros un rey como los demás. Y esto no es solo lo que no queremos nosotros sino tampoco es lo que quiere Jesús.
Miremos este diálogo que Jesús tiene con Poncio Pilatos. Pilatos le pregunta a Jesús si es rey. Y Jesús tiene acá dos problemas. El primero de ellos es que si él dice que es rey, como dirían los jóvenes esta en el horno, porque todo el que se hacía pasar por rey, este loco o no, moría. El único rey era el emperador, nadie podía hacerse pasar por rey en esa vida. Pero esto no es un verdadero problema para Jesús, ya que después va a terminar muriendo, Pilatos lo va a condenar. El segundo problema es que Jesús no quiere que piensen que es un rey como los demás, que hace las cosas como las hacen los demás. Y esto no solo lo deja claro en este episodio, sino que lo dejo claro en todo el evangelio. Cada vez que lo quisieron hacer rey se escapó. Cuando los discípulos preguntaban quién es el más grande, les responde el que se pone a servir. Muchas veces les pone como ejemplo el mal comportamiento de los gobernantes que ejercen su poder y autoridad déspotamente y como no debe ser así en el Reino de Dios, en el Reino que Él viene a traer. Es decir, Jesús quiere tomar distancia de lo que los demás hacen, y busca mostrarnos que quiere vivirlo de otra manera. Es más, el no renuncia a este puesto, cuando Pilatos ya cambia un poco el centro de atención va a decir: “Yo soy Rey, pero mi realeza no es de este mundo, pero para eso he venido y para eso he nacido”. Y podríamos decir que en esto están las dos grandes tentaciones que uno podría tener. En primer lugar es la tentación que tuvo la Iglesia durante mucho tiempo de hacer un reinado como eran el resto de los reinados. Por eso el papa era prácticamente un rey, por eso la Iglesia tenía sus ejércitos, iba a la guerra, tenían sus tierras. Durante muchos siglos esto fue así, se buscó hacer un reinado como son los reinados de acá. Bueno, gracias a Dios eso ya no existe más, pero sin embargo muchas veces tenemos la nostalgia de querer volver a eso, de querer volver a imponernos de esa misma manera, por la fuerza, por lo que fuera. Creo que en su vida Jesús dejo claro que este no es el camino. Y esta no es la manera como quiere que haya un reino. En segundo lugar es pensar que este reinado no tiene nada que ver con este mundo. Como dice Jesús, “mi realeza no es de este mundo”. Pero no dice “el reino” dice “mi realeza”. El modo de vivirla. Porque entonces podríamos decir como muchos han dicho: “esto es para vivir espiritualmente, en el corazón, pero no me comprometo con la realidad de hoy”. No busco transformarla, no busco vivir las cosas de otra manera, no busco hacer las cosas distintas. El reinado de Jesús es plenitud para el cielo, pero desde ahora lo tenemos que vivir. Y desde ahora nos invita a vivirlo de una manera diferente. El tema es como se vive esto, porque el problema no es el poder o la autoridad que se ejerce, el problema es como se ejerce, porque eso determina el modo de relacionarse con los demás. Si yo lo ejerzo de una manera autoritaria y sin preocuparme por el otro, como se ejerce muchas veces, eso no es verdadero poder o autoridad y seguro no es cristiano. Otra cosa es si yo ejerzo mi poder como nos invita Jesús, si yo me pongo al servicio de los demás. Jesús demuestra que es Rey y lo hace relacionándose con los demás. Pero lo hace desde el servicio, lo hace desde la generosidad, desde la bondad, desde la solidaridad. Lo hace queriendo cambiar las cosas. Lo hace queriendo vivir de una manera diferente. Jesús viene a este mundo para mostrarnos que uno puede tener autoridad y puede hacerlo de una manera distinta a los demás. Porque si no qué es lo que nos distingue.
Hoy vivimos una inseguridad muy grande, muy injusta muchas veces, en la cual uno se siente o es damnificado muchas veces. Sin embargo cuantas veces queremos devolver con la misma moneda. Uno escucha, por ejemplo, hay que matarlos a todos o hay que eliminarlos, o saquémoslos de acá, de este barrio. El cual seguramente estaba antes que nosotros, pero llevémoslo a otro lugar. No decimos transformémoslo sino por lo menos que no lo vea, que este en otro sitio. Ahora, ¿este es el camino? Porque si no estamos haciendo lo mismo que los demás, le devolvemos con la misma moneda. O en el gobierno. Hace un tiempo atrás escuchamos, y tal vez hoy dentro de poco escuchemos de nuevo, hay que matarlos a todos o que se vayan todos, hay que hacer tal cosa. Ahora, ¿ese es el camino? ¿Esa es la forma? ¿Eso es lo que nos invita Jesús? Porque si no estamos haciendo siempre lo mismo, casi como en la película, utilizamos el poder para nosotros. Ahora voy a preguntarnos, ¿Qué hacemos nosotros en los lugares que tenemos poder y autoridad? ¿De que manera lo ejercemos? ¿De qué manera utilizamos aquello que se nos dio? Ojalá podamos decir todos, lo hago de manera servicial, intento ayudar, intento promover al otro. Y cuando yo deseo tener más poder o más autoridad, ¿Para qué lo quiero? ¿Para beneficio mío? ¿Para estar yo mejor o para poder también ayudar a los demás? Porque a veces uno tiene la ilusión del si tuviera más: si tuviera más poder, si tuviera más cosas, si tuviera mas plata yo haría las cosas de otra manera. Esa es la gran pregunta: ¿Haríamos las cosas de otra manera? Porque haríamos las cosas de otra manera en ese momento si no hacemos las cosas de otra manera hoy. Porque uno vive con mucho o con poco los valores de la misma forma. Creo que lo bueno por lo menos es ser sincero con uno, decir bueno a mí esto me cuesta, yo esto no puedo, pero crear la ilusión de que voy a ser distinto en otro momento... O puedo con lo que tengo y lo que soy hoy, intentar vivirlo de otra manera ahora. Acá hay un peligro que es que muchas parece que lo que nosotros podemos hacer es insignificante. Ahora, imagínense si Jesús hubiese dicho que lo que podía hacer era insignificante. Porque pareció insignificante. Jesús murió en la cruz, crucificado, y ya somos muchos más hoy acá de los que tal vez estuvieron en el Gólgota. Si Jesús hubiera dicho yo hago las cosas como los demás, ejerzo el poder como los demás, respondo a la violencia con violencia, soy agresivo como son agresivos, no se hubiera cortado esa cadena. Hubiera sido una persona más, tal vez no hubiera muerto, pero no hubiese cambiado el corazón de tantos. El se animó tal vez a ser insignificante porque quería vivir así. Y vaya si transformo las cosas, y vaya si transforma las cosas cuando hay hombres y mujeres que buscan vivir las cosas de otra manera. Desde las personas tal vez más notables en nuestra fe como los santos que nosotros tanto admiramos por lo que han hecho, desde tantas personas que anónimamente día a día la pelean, la luchan e intentan hacer las cosas de otra manera. Dios también nos ayuda a nosotros.
Jesús quiere ser Rey. Jesús es Rey. Pero fue Rey entregando la vida. Jesús se hace Rey en la cruz, cuando dice “yo me doy por los demás”. Ese es su reinado. Y nosotros viviremos en su reino en la medida que hagamos lo mismo, en la medida que nos animemos a vivir entregándonos a los demás. Dándonos a los demás. Aunque parezca insignificante. Aunque parezca que nadie lo vea. Esto es lo que lo edifica, esto es lo que cambia las cosas. No vivir en la ilusión de que los demás cambien, sino cambiando yo, cambiando el corazón. Empezando a transformarme. Lo que da testimonio no es lo que yo creo, lo que yo pienso, lo que yo digo, sino lo que yo hago. Jesús dijo muchas cosas, pero casi no lo siguieron a Jesús hasta el final. Lo siguieron recién cuando hizo las cosas, es decir, cuando dio la vida. Cuando dio testimonio todos lo empezaron a seguir de una manera diferente.
Bueno, tal vez es el momento de que entre todos dejemos de hablar tanto, como a veces me pasa a mi acá adelante, y empecemos a hacer. Empecemos a dar testimonio. Empecemos a intentar cambiar en el corazón las cosas entregándonos, en lo que nos toca: en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestros colegios, en nuestras comunidades. Pidámosle a Jesús, a aquel que se entrego por los demás, que también nosotros podamos vivir así.
(Cristo Rey, lecturas: Dt 7, 13-14; Sal. 92, 1ab. 1c-2. 5.; Ap 1, 5-8; Jn 18, 33-37)

Homilía: "lean los signos de los tiempos"

Hay una película que salió hace más o menos 10 años, que se llama “Un canto a la esperanza” y que cuenta la historia de un grupo de mujeres de diferentes países, que durante la segunda guerra mundial, vivían en Singapur. Y muestra cuando los japoneses invaden Singapur y ellas se escapan en barco. Pero el barco es alcanzado, las toman presas a las mujeres, y se las llevan a un campo de concentración en Sumatra. Ellas viven ahí, luchando, peleando por su dignidad, por lo que ellas creen. Pero el tiempo empieza a pasar, lo que ellas esperaban que fuera un período corto, algo que solucionara fácil o que se pudiera negociar, no sucede. Más tarde que alguien las rescatara, tampoco sucede, y empiezan a perder la esperanza, empiezan a perder el sentido de por qué están ahí. Muchas empiezan como a querer dejarse morir, ya no tienen ganas de pelearla ni de lucharla.
Y justo una de las mujeres que estaba en el campo de concentración, era directora de un coro. Y encuentra la manera de devolverles la esperanza y de darles una motivación en el día a día. Y no solamente aquella esperanza lejana basada en que algún día las rescaten o esto se termine. Sino también en lo cotidiano de todos los días. Así deciden entre todas, formar un coro. Logra que se animen a cantar. Y empiezan a luchar para que las dejen, empiezan a buscar tener un resquicio para su libertad. En aquel lugar donde habían perdido mucho de su libertad, de lo que querían y podían hacer, encuentran en el canto un espacio para poder ser ellas mismas. Y algo que le devuelve la esperanza para seguir luchando y peleando, algo que les devuelve el sentido a lo que ellas viven y tienen.
Y nosotros muchas veces vamos como perdiendo el sentido de la vida aún en situaciones tal vez menos complicadas y difíciles exteriormente pero en el cual no encontramos qué es lo que queremos hacer. Y no solo no encontramos qué es lo que queremos hacer, que puede ser porque no estamos en una búsqueda, sino como que vamos perdiendo el interés.
Hace poco estaba en una mesa con unos amigos míos, y uno de mis amigos de aproximadamente 30 años dice “bueno, yo ya puedo morir en paz”. Y no dijo ya puedo morir en paz porque vio a su equipo campeón o algo más importante. Sino que nos dice: “no sé por qué luchar, no se por qué vivir en este momento”. No fue necesario que yo diga nada porque el resto de mis amigos saltaron, empezaron a decir cosas, empezaron a cuestionarle cómo podes morir en paz ya, tan joven. Y el decía no, lo que pasa es que todo lo que tenía que vivir lo viví ya en estos 30 años. ¿Cómo puede ser? Puede ser que uno a los 30 años ya haya vivido todo lo que tiene que vivir. No se si en algún momento de la vida uno puede llegar a decir ya he vivido todo lo que tenía que vivir, aún siendo muy grande. Porque sería como cerrar el corazón a las sorpresas, a lo que puede venir, a lo que la vida me puede suscitar. Es verdad que uno puede ser muy agradecido con todo lo que recorrió o vivió, y con todo lo que la vida le dio, pero no decir hasta acá llegamos. Y menos creo que tan joven.
Sin embargo, hoy, esta actitud, de diferentes maneras, la vemos mucho. Cuantas veces vemos gente que esta muy deprimida, muy angustiada, que no encuentra el sentido, que no quiere seguir luchando. Cuantas veces también nos pasa a nosotros, que pasamos momentos duros, difíciles, donde no la queremos seguir peleando, luchando, donde nos sentimos angustiados, donde creemos que todo se cae. Y vamos perdiendo aquello por qué luchar. Y pensaba como esto, tal vez como signo, sucede desde que somos pequeños hoy en día: No creo que antes pasara tanto, y seguramente alguno de los chicos que andan por acá me quieren matar. Hace poquito estábamos en casa, estaban mis sobrinos, y uno de ellos nos dice a nosotros, jugando a la computadora, cómo puede ser que ustedes se divirtieran cuando eran chicos, que no tenían computadora, que no tenían celular, que no tenían un montón de cosas. Y, en vez de contestarle yo le pregunté a mi mamá, diciéndole a mi sobrino, vamos a preguntarle a la abuela: “¿yo me aburría cuando era chico? Para cambiar un poco el foco de la pregunta. Y mamá dijo: “no, no, no me acuerdo que te aburrieras. En general la pasaban bien, se divertían”. Y mirando para atrás yo pensaba cómo, en general, nosotros no nos aburríamos cuando éramos chicos. Sin embargo hoy se escucha mucho de que un chico se aburre: “Estoy aburrido, no se que hacer, qué puedo hacer.” Y no solo los más chicos, sino los más grandes también. A la medida que la vida se va complejizando, se va haciendo más difícil, muchas veces más dura, uno no solo se va aburriendo, sino que va perdiendo las ganas. Va perdiendo aquello que lo motive, y uno se pregunta para qué vive, no encuentra sentido. Y creo que muchas veces no encontramos sentido a lo que hoy estamos haciendo. No encontramos por qué luchar y pelear en lo que día a día nos toca. Y las cosas se hacen difíciles y duras, y se nos complican, y uno siente que no hay ni una luz de esperanza por ningún lado.
Pero creo que hay algo mucho más profundo que eso, lo que nos pasa en ese momento. ¿Qué es? Que perdemos la esperanza y el por qué luchar mirando un horizonte. ¿Cuál es el horizonte? ¿Qué es lo que nos mueve? ¿Por qué yo lucho hoy mirando hacia delante? ¿Cuál es la esperanza única que tengo en el corazón? Porque, también pasamos momento duros y difíciles todos, en los cuales no bajamos los brazos. En los cuales seguimos caminando con esperanza, en los cuales vemos gente que no sabemos cómo hace para seguir caminando, para seguir peleando. Tener ese optimismo en un momento difícil. Y eso pasa cuando uno no se queda solamente con lo que le sucede en ese momento; sino que mira para adelante, sino que tiene algo mucho más profundo que lo ayuda a caminar, sino que ha descubierto un sentido, el por qué luchar, el por qué seguir creciendo. A veces en los demás, a veces en la propia vida y en el propio corazón.
Esto es de alguna manera lo que Jesús les dice a sus discípulos en este evangelio que acabamos de escuchar. Verán un momento, tal ves oscuro, donde todo sucederán signos, donde parezca que todo se acaba, pero sin embargo viene algo nuevo. Sin embargo alguien viene con una nueva esperanza, con una nueva gloria. Y esto se puede ver desde la vida de Jesús cuando da la vida. Cuando parece que todos los caminos se truncaban, cuando Jesús muere pero vuelve resucitado y de una manera nueva. Como decíamos hace poquito: “¿qué cambió de los discípulos antes de que resucite Jesús y después?” Porque antes de que resucitara Jesús lo seguían, después de que muera Jesús lo seguían. No cambió eso. Lo que cambió es que lo vivían de una manera diferente. Aún lo difícil. Porque cuando Jesús les decía: “Yo tengo que morir, pasar por la Pasión, resucitar”; ellos respondía: “no, no queremos, o no es lo que deseamos, o no es lo que buscamos”. Sin embargo después, y en un contexto mucho más difícil, ya a los discípulos no lo perseguían cuando estaban con Jesús, ellos van a cambiar. A los discípulos se les van a complicar las cosas, y en serio, cuando Jesús muera y resucite. Cuando ahí sí los persigan, los calumnien, los terminen matando. Sin embargo ahí si anunciaban de una manera diferente. ¿Qué es lo que cambia para que hasta en una situación hostil uno pueda vivir de otra manera? Y creo que lo que cambia es una esperanza más profunda, eso que uno encontró y le da sentido a la vida. Algo que nos ayuda a caminar distintos.
No somos idealistas que no sabemos ver que hay veces que las cosas son duras y difíciles. Basta ver nuestro país hoy nomás a grandes rasgos para ver lo duro y difícil que es. Sin embargo no se nos agota todo ahí. ¿Eso es lo único que pasa? ¿O podemos encontrar motivaciones más profundas en nuestro corazón? ¿O Jesús nos invita a encontrar algo distinto en nuestra vida? Algo que le de sentido a qué luchar. Algo que le de sentido a qué caminar. Pero para eso hay que saber leer los signos. Y Jesús pone este ejemplo: “ustedes cuando ven las ramas de la higuera que se pone flexible, que brota, dicen: “está por venir el verano. Esta por tener frutos”. Bueno, por qué no hacen lo mismo con la vida”. Por qué no descubren algo distinto en esa vida donde las ramas se hacen flexibles, donde las cosas están por brotar. Y ese, quizás, flexible que esta por brotar es Jesús. Jesús es el que les trae algo distinto a los discípulos. Y no como un ideal futuro, o como una utopía que el día de mañana vamos a vivir. No es un banquémonosla hoy acá porque el día de mañana cuando lleguemos al cielo las cosas van a ser diferentes. A ver, las cosas son diferentes en el cielo, pero esa esperanza se nos invita a vivir hoy acá. Porque tenemos algo distinto por qué vivir acá. Porque tenemos algo distinto que transmitir. Como les decía, los discípulos aún en un ambiente hostil se animaron a salir y transmitir una esperanza distinta, y decirle a la gente, que había algo distinto por qué ser feliz y alegrarse. Y eso creo que es lo que nos tiene que distinguir hoy como cristianos.
Tal vez si hay algo más característico o es una de las características de la sociedad de hoy, es que muchas veces se es muy pesimista, muy negativo. Pensamos, por ejemplo, en nuestro país que nunca van a cambiar las cosas, que todo siempre va a ser así, para qué lucharla. Y pensaba, ¿cómo cristianos eso es lo que queremos transmitir hoy? Muchas veces decimos falta fe. Entonces, respuesta, transmitamos la fe. Pero la gente en general cree, tal de diferentes maneras o en diferentes cosas. Pero creo que ha algo especial que Jesús nos invita a transmitir hoy y es la esperanza. A un mundo donde tal vez ya no espera nada, a un mundo que muchas veces baja los brazos, Jesús como cristianos, nos invita a ser hoy hombres y mujeres de esperanza. Y a decirles que hay alguien distinto a quién esperar, que hay alguien que aunque parezca que todo se acaba, como en la muerte, trajo algo nuevo, que es la vida. Y si pudo vencer con la vida a aquello donde parece que todo termina, cuánto más puede hacer en los momentos duros y difíciles de nuestra vida. Cuánto más nos puede traer como esperanza al corazón aún en los momentos que parece que todo se cierra.
Creo que en este tiempo, donde nos acercamos al adviento, Jesús nos viene a renovar en la esperanza y a que nos animemos a transmitir esa esperanza. Esa esperanza que Él nos trae y que quiere que llevemos a los demás. Y hoy vamos a poner un signo de esa esperanza que hoy Jesús quiere transmitir, que es un sacramento, la unción de los enfermos. Mucha gente se me acerca y me dice Padre ¿puedo recibir la extrema unción? Que era como se llamaba o lo llamaban antes: “La extrema unción de los enfermos”. Cuando uno se estaba por morir se acercaba a recibir la extrema unción, como the last chance, la última oportunidad. Pero sin embargo uno fue profundizando y ve que Jesús quiere algo más. No solamente trasmitirnos algo para el final de nuestra vida. Sino en un sacramento mostrarnos que Él quiere traernos una vida más plena, una vida más profunda. Que no quiere el sufrimiento y el dolor para nosotros, aunque sin embargo muchas veces lo pasamos y tenemos que aceptarlo. Y ese es el sentido de la unción. Cuando uno esta viviendo una enfermedad importante, cuando ya esta muy mayor y necesita que Dios le de fuerza, un Dios que en ese momento difícil y duro, nos quiere volver a devolver la vida. Nos quiere volver a dar esperanza. Eso es lo que nos quiere traer a nosotros. Y eso es tal vez lo que podemos llevar a los demás. Ser hombres y mujeres de esperanza que transmitan la alegría de lo que Jesús nos trae.
Muchas veces nos preguntamos, ¿qué testimonio podemos dar? Porque cuesta dar testimonio hoy como cristianos. Bueno, transmitámosle la alegría a los demás de lo que vivimos. Mostrémosle que tenemos una esperanza que supera ese pesimismo que muchas veces se vive en nuestro trabajo, en nuestras comunidades, en nuestros hogares. Llevemos aquello que Jesús nos trae.
Pidámosle entonces, en esta noche a Jesús, que nos renueve en la esperanza, que nos ayude a que pongamos la mirada en Él, y que renovados en el corazón por esa esperanza que Él nos trae, nos animemos también a llevarla y transmitirla a los demás.
(Domingo XXXIII, lecturas: Dan 12,1-3; Sl 15, 5. 8. 9-10. 11.; Hb 10,11-14.18; Mc 13,24-32Mc 12,38-44)

Homilía: "dio todo lo que tenía para vivir"

Hace poco salió una película, llamada “Desafío” con Daniel Craig, basada en hechos reales, que cuenta la historia de un grupo de judíos en Bielorrusia durante la segunda guerra mundial. Muestra cuando los nazis llegan a un pueblito, Stankeville, y, como sabemos pasan masacrando a los judíos. Matan a toda una familia y pero quedan unos hermanos, los Bielsky que para que no los maten se esconden en el bosque. En ese bosque que conocían desde niños, desde su infancia, ahora viendo cómo pueden sobrevivir a esas condiciones. Y también piensan como vengarse, sacarse esa espina clavada que tienen. Y mientras van pensando estas cosas y ver que hacer, empiezan a encontrar que también había otros escondidos en el bosque. Y estas personas se empiezan a juntar con ellos, se empiezan a agrupar. Ellos no saben bien qué hacer con toda esta gente. Y para colmo sigue apareciendo gente. Y las cosas se le empiezan a complicar, no tienen qué comer, dónde dormir. Se les viene el invierno con todo lo duro que es en esos lugares, con la nieve, el frío. Y en momento Tubia el hermano más grande, se va a ir a una ciudad, para arreglar algunas cosas, y ver si conseguía algo para comer. Y el hermano que lo seguía Sus, eran los dos líderes, le dice: “ve, consigue lo que necesitamos pero no traigas a nadie más”.
Bueno, obviamente vuelve con algo de comida y con muchísima más gente que había encontrado en el camino y que se les unía a ellos. Y ahí hay una gran discusión entre los hermanos porque uno le dice que no tenemos ni para sobrevivir nosotros y cada vez hay más gente. Y ese no tener para sobrevivir ellos, se va a transformar en un grupo de 1200 personas que intento en el día a día lucharla, escondida en los bosques para poder sobrevivir en ese momento tan difícil. ¿Cómo? Entregando y dando todo lo que podían, todo lo que tenían, ayudándose los unos a los otros. ¿Cómo sigue? Como siempre van a tener que ver la película, yo solo les digo el tráiler no más. Y creo que esto es un claro ejemplo de que en una situación límite donde uno muchas veces piensa como puedo sobrevivir como me puedo salvar de esta. Pero no pensando solamente en uno sino como podemos salvarnos, como podemos ayudarnos entre todos.
Muchas veces en los momentos de más tensión, en los momentos más difíciles, en los momento en que las cosas se ponen más complejas, es donde se define qué es lo que hacemos: “si solamente nos preocupamos por nosotros, si solamente nos preocupamos por el que tenemos más cerca, o si tenemos un corazón que se anima a abrirse a los demás”. Si tenemos un corazón que confíe en otro en los momentos difíciles, un corazón que se entregue al otro en los momentos complejos. Y esta es una tarea de toda la vida. Todos tenemos la experiencia de lo que nos cuesta darnos y entregarnos. Tal vez una de las cosas que han sido más minadas, más atacada en esta época, en nuestra sociedad, ha sido la confianza. Nos cuesta mucho confiar en el otro. En vez de partir de lo que sería más básico yque nos enseñan desde chiquitos que es a confiar en el otro, es casi lo contrario, partimos desde desconfiar en el otro, partimos desde la duda. Y cuando se parte de la desconfianza es cuando más cuesta entregarse, darse al otro. La entrega supone que yo confío en lo que va a pasar, en el que está al lado mío, en el que me acompaña y en mí mismo. Pero muchas veces en vez de confiar intento mantener las cosas controladas. Sé que en este lugar, en este pequeño recinto yo me puedo mover bien; pero no quiero salir de acá, y no solamente en un nivel físico, sino también vital, en mi propia vida.
Y este es un trabajo de toda la vida. Uno tiene que animarse a abrirse, uno tiene que animarse a confiar en el otro. Es verdad que uno a veces es herido en esas situaciones y cuesta volver a animarse a abrir el corazón para entregarse. Pero también todos tenemos la experiencia de la felicidad que se vive cuando uno encuentra a quien, con quien o a que entregarse. El gozo que se produce en el corazón cuando se puede ser totalmente libre, cuando descubro que la entrega pudo partir de lo más profundo de mi ser. Y en la vida del otro, cuando puedo ver como crece, como confía, como hace camino, se puede entregar. Y como también nos ponemos felices cuando el otro se entrega a nosotros, cuando descubrimos lo profundo de la entrega del otro que conmueve lo más profundo de nuestras vidas. Y como decía antes, esto es todo un camino: el aprender a abrirse, aprender a entregarse, aprender a darse. Es un camino en la vida, es un camino en la fe. El aprender a darse y entregarse a Dios, también es un camino que día a día vamos recorriendo, vamos transitando, y que nos cuesta infinidad de veces.
Hoy escuchamos en el evangelio este ejemplo donde Jesús nos invita a poner la confianza y a entregarnos. Podríamos imaginar la escena. El templo de Jerusalén, que no conocemos porque ya esta destruido, en el cual parece que los escribas estaban enseñando, hablando como hacían siempre. Seguramente los discípulos estaban admirados mirando esa maravilla que era el templo. Y una persona insignificante, que prácticamente pasa desapercibida en medio del templo: Una mujer, viuda.
Primer problema mujer. Yo no tengo ningún problema como ya les he dicho con las mujeres, pero en esa época estaban muy abajo en la escala social. Segundo, gran problema: viuda. Tan así que uno de los deberes de los israelitas era cuidar de las viudas. Porque quedaban totalmente desprotegidas sin nadie que las mantenga. Y no sólo era una mujer viuda a la que nadie le prestaba atención sino que deja algo insignificante en el tesoro del templo. En ese gran tesoro del templo en el que parece que varios dejaban grandes sumas esta mujer deja sólo dos monedas de cobre. Y sin embargo, Jesús llama a sus discípulos para enseñarles. Y pone como criterio de lo que se tiene que hacer a esta mujer, que parece que no está haciendo nada. Parecía totalmente insignificante lo que estaba realizando. ¿Por qué los llama? Porque sabemos que Dios mira lo profundo del corazón. Dios mira lo que pasa en el interior de nuestras vidas. Y a los discípulos les costaba. Y a nosotros nos cuesta. Somos de mirar más los resultados. No importa el esfuerzo, lo que el otro hizo, la forma en que se hizo, como uno se desgasto. Nos quedamos muchas veces en las fachadas y no vamos a lo profundo. Y también nos cuesta entregarnos, también nos cuesta darnos.
Hoy, Jesús nos pone como criterio a esta mujer. En realidad, tal vez para quedar bien como las mujeres hoy, en el evangelio de Marcos hay tres mujeres que son criterio. Y que le muestran a Jesús el camino.
En primer lugar, no sé si recuerdan, lo leímos hace poco, una mujer sirofenicia, que tenía una hija enferma y va a pedirle a Jesús que la cure. Y Jesús le contesta que no, que vino para las ovejas perdida del pueblo de Israel. Y la mujer grita, molesta, insiste, hasta que Jesús dialogando con ella y frente a la frase: “hasta los cachorros comen las migas que caen de la mesa”, hace el milagro. Es decir, esta mujer le muestra a Jesús que tiene que abrirse todos. Que su misión en ese momento no es solamente para el pueblo de Israel sino que tiene que ser para todos los hombres. Le anticipa lo que tiene que hacer.
Hoy leemos la segunda, esta mujer viuda, que le muestra con un simple gesto que se pueda dar todo uno. Y que en ese gesto de entrega pone su confianza total en Dios. Y le muestra a Jesús lo que va a tener que hacer. Entregar todo. Darse. Le anticipa el camino, lo que va a vivir.
Por último tenemos otra mujer, que antes de su muerte unge a Jesús con perfume. Y también le muestra que tiene que dar la vida. Que el único camino que queda es entregarse todo, que Él tiene que darse por los demás.
Tres mujeres que le van mostrando el camino de lo que significa abrirse, confiar. Este gesto que va a tener Jesús.
Y lo primero que pensaba es, que difícil es hablar de la entrega, me resulta casi farisaico. Porque la escena es muy curiosa. Por un lado los escribas, los fariseos que hablan, seguramente dicen lo que uno tiene que hacer religiosamente para acercarse a Dios. Y Jesús no los pone como ejemplo. Por otro una mujer, que puso dos monedas, su ejemplo. Una mujer que puso un gesto. Una mujer que hace. Y pensaba lo contradictorio de este momento, yo estoy hablando acá. Tengo el micrófono todos los domingos. Y lo que está pidiendo Jesús es poner gestos. Aprender a entregarnos. Y, yo me pongo en primer lugar, pensamos, tenemos un montón de palabras y criterios para todas las cosas, pero ¿hacemos? ¿Ponemos gestos concretos?
Animarnos a darnos, a entregarnos, a poner la vida en lo que nos toca. Aún en las cosas que parecen más insignificantes. Porque a veces pareciera que el entregarse vale cuando las cosas son grandes o importantes. El gesto este es totalmente insignificante. O pareciera. Porque termino siendo criterio para todos los demás. Tanto criterio que está en el evangelio. Pensaba, no se cuanto más habrá vivido esta mujer, ni idea, pero me imaginaba años después si esta mujer tuvo la suerte de escuchar este evangelio. Se hubiese acordado que 30 o 40 años antes puso dos moneditas en el tesoro de un templo y que es de ella de quien están hablando. Seguramente escucharía, se alegraría, y se preguntaría de quien están hablando, que lindo gesto el de esta persona. Porque ese gesto seguramente ni a ella le llamo la atención. ¿Por qué? Porque partió de lo profundo de su corazón. Lo que hizo no se dio ni cuenta. Y cuantas veces nosotros no nos damos cuenta de lo que hacemos. Nos parece insignificante. Tanto que se escucha la frase no vale la pena, o no sirve para nada. No, para cambiar las cosas no se puede hacer nada en nuestro país, o en nuestros trabajos, colegios, facultad, familias. No vale la pena gastarse.
Jesús no pone como ejemplo cosas grande, pone como ejemplo lo que parece insignificante. Lo que parece que no cambia nada, eso es criterio para los demás. Eso es lo que cambia dice Jesús, eso es lo que nos cambia, eso es lo que cambio a los demás que miraban y escuchaban. Entregarse en lo que le tocaba.
Los discípulos no cambiaron de vida antes y después de que Jesús se entregara. Pero entendieron en ese gesto lo que tenían que hacer: entregarse. Es muy simple, antes lo siguieron, después lo siguieron. Pero la manera cambio. Cuando vieron en Jesús lo que significaba darse, entregarse por completo, ellos quisieron vivirlo. Vivieron lo mismo pero ahora dándose y entregándose de una manera diferente.
Muchas veces pensamos que es lo que tenemos que hacer. No sigamos pensando. Sigamos haciendo lo que hacemos pero entregándonos de una manera diferente. Los que están en el colegio, entréguense totalmente, juéguense la vida ahí. Den todo lo que tienen, inténtelo. Los que están en la facultad lo mismo. ¿Pero no sé si es mi carrera, si es lo que quiero? pero pongo toda mi vida ahí, intento, aunque sea entregándome, ver si es lo mío, si puedo. O hago la plancha y tal vez después cambia la marea y voy para otro lado. En las familias, en nuestra Iglesia, nosotros acá. En lo que nos toca vivir estamos abriendo el corazón y dándonos. Eso es lo que define. Eso es lo que después se recuerda. Eso es lo que llena el corazón, Eso es lo que nos ayuda a crecer.
Tal vez no nos demos cuenta como esta mujer, tal vez parezca que no sirve para nada. Para que me degasto día a día en mi casa, en mi colegio, en tal lugar. Bueno, eso es lo que Jesús pone como ejemplo, eso es lo que nos pide día a día a nosotros. Eso es lo que quiere que hagamos.
Pidámosle entonces a esta mujer que entendió que lo importante eran los gestos, entregarse, confiar en Dios, sin saber lo que iba a pasar al otro día, que también nosotros podamos hacer lo mismo. Podamos, en lo que nos toca, vivir de esa manera: Entregarnos, darnos.
(Domingo XXXII, lecturas: 1Rey 17,10-16; Sl 145,7-10 ; HB 9,24-38; Mc 12,38-44)

Homilía: "felices ustedes"

Este ultimo tiempo me han pasado, regalado varias películas, no se bien por qué. Una de ellas que no paso por el cine acá se llama, “Gifted hands “, y es de difícil traducción. Algo así como “manos sanadoras”, “manos consagradas”, una película muy linda que trata la vida real de, Ben Carlson, un neurocirujano muy famoso de los Estados Unidos. Y muestra, cuando comienza la película, que le piden si puede llevar adelante un caso difícil de unos niños, hijos de una pareja alemana, que han nacido siameses, unidos por la cabeza, por el cerebro. Ben mira el caso, lo lee, se lo devuelve a su director y le dice, mira esto no tiene solución, nunca nadie lo ha podido hacer hasta hoy en el mundo. Y el director le contesta: “por eso te lo están dando a vos, para ver si lo podes solucionar, por eso te llamaron hoy a vos”. Ben empieza a estudiar el caso y empieza a recordar una frase de su madre que le dice de chico: “tenés que aprender a mirar más allá”. Podríamos decir: “tenés que aprender a mirar más en lo profundo”, no quedarse solamente con lo que uno ve. Y a partir de ahí empieza a mostrar la vida de esta persona desde niño, y es curioso, porque Ben que es uno de los doctores más importantes del mundo, comienza siendo una persona muy pobre, que le cuesta mucho todo en el colegio, que sus compañeros se ríen de él. Una persona de raza negra que tiene que luchar contra las adversidades. Y en una escena le entregan prueba de matemática en la que se saca cero, todos se burlan por eso. Y ahí está su madre, insistiéndole para que no deje de estudiar, para que no baje los brazos y gracias a esa insistencia, descubrirá que el problema no es el estudio sino su visión: necesita anteojos para ver mejor. Y entre esa vista que mejora, y el que empieza a esforzarse, empieza a crecer en la escuela. Hasta que un día va a una iglesia, y el pastor da un sermón y el vuelve muy contento a su casa, porque Ben siempre le decía a su mama que nunca podía trascender, ver más allá como ella le pedía. Y le dice: “mamá ya sé qué quiero ser”. Ella le pregunta: “¿qué querés ser?”.
- Quiero ser un doctor misionero como nos enseñó el pastor de la Iglesia, ¿voy a poder?
- Y la madre le contesta: “podés ser lo que quieras ser, siempre y cuando trabajes en aquello que deseas”.
Y creo que en dos frases resume una enseñanza central: “todos tenemos deseos en nuestro corazón, pero para poder llevarlos adelante tenemos que trabajar en ellos”. El deseo no cae como arte de magia, el deseo no se concreta sin esfuerzo. Generalmente aquello que deseamos con ansias en lo profundo del corazón es aquello por lo que tenemos que trabajar más, aún cuando el principio se dé fácilmente. O, cuando desde el principio sentamos que las cosas no resultan sencillas. Y tengamos que poner nuestro esfuerzo, o tengamos que poner nuestras ganas, tengamos que luchar.
Todos tenemos deseos en el corazón. No sólo los más jóvenes, desde los más chicos hasta los más grandes. No importa la edad. En cada momento descubrimos deseos profundos, a veces renovando los deseos que traemos desde hace tiempo y descubriendo que queremos seguir caminando en ese deseo que nos viene acompañando. Otras, en aquel deseo que todavía no se concretizo pero que descubro que es donde tengo que redoblar la apuesta para que se pueda concretizar. O por lo menos para poder vislumbrar aquello que buscamos.
Lo que nos pasa es que hoy en día muchas veces se nos invita a descubrir que uno no tiene que pelear mucho por las cosas. Y entonces casi que nos volcamos en deseos que son superficiales; como si estuviésemos en el mar y no nos animáramos a bucear, sino que vamos haciendo snorkell, nos mantenemos en la superficie o bajamos un poquito y subimos. Entonces eso que vivimos, una noche, un momento, un rato con alguien, nos da un rato de felicidad en el corazón, pero no nos termina de colmar. Y descubrimos que nos falta algo más. Descubrimos que nuestra vida no es plena así, que necesitamos y buscamos algo más para nosotros. Y es por eso que tenemos que animarnos a bucear. Buscar en lo profundo para encontrar aquello que realmente anhelamos y deseamos. En el fondo creo que es lo mismo para todos, que es ser feliz. Creo que en general, salvo que estemos pasando un mal momento, muy deprimidos, todos queremos ser felices en la vida. Todos buscamos y luchamos por eso. Es más, nos merecemos eso, ya que para eso Dios nos trajo a la vida. Pero para eso nos tenemos que animar a buscar con ganas aquello que nuestro corazón quiere, necesita. Y aquello que Dios quiere también para nosotros.
Escuchamos hoy este evangelio del sermón de la montaña, tal vez el sermón más importante que Jesús dio, y fíjense la palabra que se repite todo el tiempo: “felices, felices, felices, felices…”. Felices ustedes cuando hoy. No pone el felices más allá. Jesús pone aquello que nos puede hacer felices hoy. Y nos puede traer aquella paz al corazón hoy. ¿Por qué? Por lo que nos dice Juan: “miren como nos amó el Padre, o cuánto Dios nos ama”. Y Dios nos quiere y nos ama tanto que como dice Juan nos ha hecho hijos. Hijos e hijas. Tal vez esto lo podrían expresar mucho mejor los padres que están acá o las madres, y decir lo mucho que uno quiere y ama, y lo que busca para su hijo o hija. Que es que sea feliz. Y aún cuando uno tiene que elegir poner un límite uno busca eso. Seguro que también los más jóvenes cuando uno le da un consejo a un amigo, o una amiga, o a alguien es: “hace esto porque esto es lo que te va a traer felicidad al corazón”. Y cuando uno busca aun equivocándose, llevar adelante aquello que le de plenitud en el corazón, uno está buscando la felicidad.
Dios nos ama como a hijos y a hijas. ¿Por qué? Porque lo somos, dice Juan. Y porque lo somos quiere darnos aquello que merecemos, aquello que todo padre quiere, que es que seamos felices. Y por eso Jesús nos invita a buscar ese camino. Pasa que a veces nos ha costado transmitir esto como Iglesia. Parece que en la Iglesia aquello que vale es aquello que es muy sacrificado, que cuesta, que duele, que se sufre; que a veces toca, pero que no es lo que Dios quiere para nosotros. Lo que Dios quiere para nosotros es que seamos felices. Y parece que eso a veces chocaría con Jesús. Pero Jesús también quiso ser feliz, creo que fue feliz. Ser feliz lo llevó a dar la vida porque eso era lo que llenaba su corazón. Y por eso nos invita a nosotros a que descubramos aquello que deseamos en lo profundo para que también seamos felices. Porque Dios no quiere personas triste, angustiadas, deprimidas. Y a veces lamentablemente tenemos que vivir eso. Dios lo que quiere son personas que puedan vivir con gozo y alegría aquello que les toca. Que sean cosas buenas, que sean cosas lindas, y darnos la fuerza para poder luchar en los momentos difíciles. Y los invita a aquellos que lo están escuchando a que vivan esa felicidad, como les decía, hoy. Felices ustedes los pobres, felices ustedes los que lloran, felices ustedes los pacientes. Pasa que nos cuesta. Siempre vemos esto como algo muy lejano, difícil. Pero tal vez podríamos intentar traducirlo en nuestra vida.
Empecemos con la primera bienaventuranza. Creo que gracias a Dios todos nosotros no somos pobres con la primera acepción que significa esa palabra. Pero podríamos decir tal vez, felices ustedes cuando se contenten con lo que tienen, cuando saben ser agradecidos, cuando saben también dar a los demás. Cuando no nos ponemos en una carrera loca en la que siempre deseamos más, más, más y nunca nos conformamos con lo que tenemos. Y eso nos hace angustiarnos, eso nos hace vivir siempre a la carrera, eso no nos deja gozar de aquello que tenemos hoy, porque siempre estamos buscando más. Siempre parece que la meta está lejos. Y no podemos gozar y contemplar aquello que Dios nos ha dado.
U otra, felices cuando trabajen por la paz, dice Jesús. Cuando nos animemos a llevar una palabra de consuelo, cuando le llevamos paz al corazón a aquel que está intranquilo, a aquel que está pasando un momento difícil, cuando lo acompañemos, cuando busquemos que las cosas sean distintas, cuando no devolvamos con violencia aún la violencia que tuvieron con nosotros.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia en un mundo tan duro y tan difícil donde muchas veces parece que le va bien solamente al que hace las cosas mal, al que es corrupto, al que no sigue los caminos que Jesús nos invita. Dios nos dice felices ustedes cuando sigan luchando por el bien, cuando busquen la justicia, cuando hagan lo que es justo.
Felices los misericordiosos, aquellos de los que nos reímos porque parece que no devuelven nunca nada. Aquellos que saben perdonar, aquellos que saben poner la otra mejilla. Aquellos que siguen intentando, casi como tontos, aun cuando el otro muchas veces les dio la espalda.
Y podríamos mirar una por una y descubrir en el corazón cómo podemos nosotros vivir esto hoy. Aquello que nos trae felicidad. Aquello que nos trae gozo. Aquello que Jesús nos invita a vivir.
Una de las cosas que más le criticaron a la Iglesia siempre era que ponía la ilusión en el más allá para olvidarse de lo que se vive acá. Bueno, es verdad Jesús pone el ideal, el deseo en el más allá pero para empezar a vivirlo hoy. ¡Felices hoy ustedes! Se llegará un día a la plenitud en el cielo. Hoy lo que estamos celebrando en la fiesta de todos los santos, pero también en aquellos que hoy lo sepan vivir. En aquellos que hoy descubran algo distinto. Porque esto es lo quiere Jesús. A veces creemos de que los santos son solamente aquellos que hicieron grandes cosas, como San Francisco, San Cayetano, San Don Bosco, Santa Teresa. Pero tenemos muchísimos que día a día la fueron luchando y viviendo. Porque eso es lo que quiere Dios para nosotros, que lo vivamos hoy. La santidad no es algo que se gana, es algo que se regala. Es lo que Dios nos da a nosotros. No hay algo que podamos hacer para eso. Solamente abrir el corazón. ¿A quién? A aquel que nos ama. ¿Y cómo abrimos el corazón a aquel que nos ama? Intentando vivir como aquel que nos ama. Intentando llevar adelante aquello que aquel que nos ama nos pide, aún cuando nos cueste. Y cuando no podamos, abriendole el corazón a Él y diciéndole no puedo.
Cuando uno lee la vida de los santos una de las cosas que más llama la atención, es que los que escribieron sus vidas, terminan relatando como en sus últimos años hasta sintieron que Dios no existía. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, la Madre Teresa ahora casi santa prácticamente. Y uno dice: ¡uh pero yo no tengo tanta fe, a mi me cuesta, yo no me siento tan bueno!. Bueno, tal vez si esos santos estuvieran acá dirían: “bienvenidos al club. Yo cuando veía eso intenté abrirle el corazón a Jesús. Intenté poner la vida en Él.” Eso es lo que quiere Jesús. Hombres y mujeres que intenten vivir en Él lo que les toca hoy, en donde estemos. En el colegio, en la facultad, en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestras Iglesias en la calle. Eso es lo que nos pide Jesús. ¿Por qué? Porque eso es lo que le hizo feliz a Él. Porque Él está convencido que es lo que nos va a hacer felices a nosotros. Poder vivir lo que nos toca poniendo nuestra vida en Él. Cuando nos es difícil y cuando no podemos, redoblar la apuesta, poner dos veces la vida en Él, para que Él nos ayude, para que Él nos acompañe, para que Él la cambie.
Pidámosle a Jesús, el único Santo, el Santo de Dios, pero que no quiere quedarse solo, sino que nos quiere regalar todo a los demás, que aceptemos ese regalo que Jesús nos hace. Que lo abramos, que lo descubramos en el corazón, y que con un corazón agradecido por lo que nos da, nos animemos a caminar detrás de Él.
(Todos los santos, lecturas: Ap 7, 2-4.9-14; Sal 23; 1Jn 3,1-3; Mt 5, 1-12)

Homilía: "que quieres que haga por ti"

Los invito hoy a empezar la homilía de una manera particular. Vamos a hacer un pequeño ejercicio. Los invito a todos a cerrar los ojos durante un minuto, para poder pensar e imaginar lo que sentía este hombre que estaba al borde del camino en el evangelio. Imaginémonos que esta es nuestra manera de nuestra manera de percibir la realidad, el no poder ver lo que sucede. Imaginémonos que generalmente vivimos en esta oscuridad, que no podemos ver nada en nuestro alrededor. No podemos distinguir los colores, no podemos distinguir lo que pasa. No nos damos cuenta si algo se mueve, quien está a nuestro alrededor. No podemos ver a quien queremos, a aquel que amamos. No podemos percibir hacia dónde vamos, cuál es nuestra dirección. No podemos distinguir de pronto por qué alguien se ríe, de una mueca, por algo que pasa, por algo que sucede. Y como esta oscuridad nos va aislando de los demás, nos va dejando de lado, casi como si estuviésemos al borde del camino, sin estarlo. Porque hay algo que nos separa del otro.
Los invito, ahora, a abrir los ojos. Después si quieren pueden seguir haciendo el ejercicio un rato en su casa, pero me parecía bueno hacerlo para empezar a entender lo que le sucede al hombre en este evangelio. Ya que nosotros, en general, tenemos la gracia de poder ver. Algunos mejor que otros. Yo bastante bien gracias a la operación que tuve hace poquito. Podemos conocer y distinguir a los demás. Podemos hasta pasar un largo rato delante de la televisión, como hacen muchos, mirando. Podemos mirar los paisajes, podemos mirar los colores. Y como esa oscuridad del ejercicio o cuando vivimos en oscuridad, nos cuesta. Cuántos, de chiquitos, le teníamos miedo a la oscuridad. Cuántos le pedíamos a papá o a mamá que prendan la luz, que dejen la puerta abierta, que estén a nuestro lado hasta que nos durmamos. Cuántos, cuando se empieza a hacer oscuro tenemos miedo en nuestro corazón, porque no podemos ver, porque no podemos percibir lo que sucede.
Ahora, la ceguera no es solamente ver o no ver lo que pasa a nuestro alrededor, sino también es no ver en lo profundo. Porque a todos nos gusta poder ver o poder saber. Y cuando no vemos la realidad o con claridad, cuando no sabemos con claridad, no nos gusta. Para poner un ejemplo claro, cuando el gobierno nos dice que según el Indec la inflación fue tanto y cada vez que vamos al supermercado nos damos cuenta que las cosas subieron bastante más, no nos gusta, porque decimos esta no es la realidad, esto no es lo que está pasando, esto no es lo que sucede. Uno quiere poder ver con claridad, más allá de que las cosas cuesten o no. Pero para alejarnos tanto y agarrárnosla con el gobierno miremos en nuestra propia vida. Cuando uno no puede ver con claridad lo que le sucede al otro, lo que le pasa al otro, nos cuesta. Cuando vemos a alguien que sufre, alguien que queremos, alguien que amamos, pero no lo podemos ayudar, nos duele. Cuanto nos cuesta, cuanto nos duele en el corazón cuando no podemos ver con claridad. Cuando estamos en conflicto con los demás y no vemos la salida, cuando nos encontramos frente a un problema que tenemos en nuestra vida, cuando no vemos como caminar mejor, cuando no encontramos solución a los problemas, cuanto nos cuesta. Y la mejor manera es aprender a mirar con ojos nuevos. No eludir la realidad. Esto es lo que está pasando, esto es lo que nos pasa. Esto es lo que nos sucede.
Hay un conflicto en nuestra familia, no busquemos esquivarlo, no mirarlo, taparlo, sino animarnos a enfrentarlo, animarnos a ser transparentes, animarnos a decirnos lo que nos pasa. No dejar las cosas de costado o de lado, porque sino la realidad nos vuelve a nosotros. Para poner un ejemplo desde lo social. A veces uno escucha muchas veces que frente a todos estos barrios más pobres, muchas veces llamados barrios de emergencia o villas, en vez de preguntarnos como podemos hacer para promover a esta gente, para que a esta gente le vaya mejor, para que pueda tener una vida más digna; uno lo que escucha es, como podemos trasladar a este barrio, como podemos hacer para no verlo, para esconder esta realidad. Después lo sentimos todos, por ejemplo, en toda la inseguridad que vivimos. Nos vuelve efecto boomerang. Pero igualmente, en vez de buscar cual es el bien que hay detrás buscamos como podemos apartar todo esto de nuestra vida. Y ese no es el camino, porque eso nos aparta de los demás, nos aleja de los demás. Y deja muchos al costado del camino. No solo en lo social, sino también en nuestra vida. Porque cuando no nos animamos, como decía antes, a mirar con claridad en nuestro corazón y en el corazón del otro también eso nos va distanciando, también eso no nos deja terminar de reconocer el corazón del otro, aunque lo veamos con nitidez.
Este relato que escuchamos en el evangelio hoy, esto que le sucede a los discípulos nos muestra esta realidad en la que nos cuesta ver a los demás. En primer lugar es muy claro cuando los discípulos, a este hombre que está gritando: “Jesús Hijo de David, sálvame”, en vez de ayudarlo lo quieren callar. Y no podemos decir bueno los discípulos son principiantes, es el último milagro que va a hacer Jesús en este evangelio. Es el último milagro antes de la Pasión. Los discípulos vienen caminando hace tiempo con Jesús. Se supone que lo conocen, que saben quien es, y que lo que les ha enseñado es ayudar a los demás. Y en vez de posibilitar que este hombre se encuentre con Jesús cuando empieza a gritar lo quieren callar, lo quieren dejar de lado.
Menos mal que Jesús escucha y que lo manda llamar. Y podemos descubrir como ya desde acá Jesús les empieza a enseñar. Porque lo podría haber ido a buscar él mismo a este hombre. O podría haberlo llamado o podría haber gritado, pero no… a los discípulos que lo están callando, les está diciendo ahora vayan y llámenlo. Y los discípulos, se ve que en ese poquito tiempo algo aprendieron o recordaron, van y le dicen: “ten ánimo, ven, el maestro te llama”. Jesús siempre les está enseñando. Jesús siempre está buscando que cambien esa actitud del corazón, que miren a los otros de una manera nueva. No como alguien que me estorba, que tiene que quedar a un costado, sino como alguien que puedo ayudar, como alguien al que me puedo acercar. Y al acercarlo a Jesús, Él obra este milagro.
Yo creo que el problema que en primer lugar tenían los discípulos es que no sabían quien era Jesús todavía. No habían terminado de descubrir que era lo que Jesús venía a traer. No habían terminado de descubrir de que manera podían y debían acercar al otro. Y esto nos puede pasar a nosotros muchas veces en la vida, que no encontramos cual es la manera que podemos unir o acercar a los demás.
La función de los discípulos con Jesús era la de ser puente. La función de los cristianos es la de ser puente. No somos nosotros los que tenemos que decidir. Jesús no les dijo a los discípulos vayan y decidan si este puede venir a acercarse a mi. Jesús siempre lo que les enseño es que ellos tenían que ayudar a que la gente se encuentre con Él. El que decide siempre es Jesús, el que posibilita siempre el encuentro es Jesús, el que mira al corazón es Jesús. Y el modo de obrar nuestro es el de formar vínculos. Es el de hacer puentes, el de hacer que la gente se encuentre con Él. Y en todas las circunstancias de nuestra vida, con la gente que nos necesita, con la gente que está a nuestro lado.
¿Cómo podemos ayudar a que nos entendamos mejor? ¿Cómo podemos ayudar a que los otros se entiendan mejor? ¿Cómo podemos ayudar a que la gente se encuentre con Jesús? El problema es que muchas veces pensamos, que es lo que tenemos que hacer, que es lo que tenemos que decidir, nos gusta juzgar o nos gusta tomar decisiones. O nos gusta, no sé, sabérnosla todas, tener la última palabra. Bueno, podríamos decir que en la fe, somos aplazados. Nos pasa como a los discípulos. En la medida que nosotros queremos tomar la decisión, nos puede ir mal. En cambio, en la medida que hacemos lo que Jesús nos pide que es posibilitar el encuentro, ayudar llevar al otro; y ahí empezamos a aprobar, porque eso es lo que quiere Jesús, que nosotros ayudemos a que el otro se encuentre con Él. Para que ahí pueda cambiar, para que ahí pueda ver.
Es muy claro que este hombre lo que necesitaba era ver. Cuando Jesús le dice que quieres que haga por ti, el hombre le dice Maestro que yo pueda ver. Pero acá el único ciego no es Bartimeo. Este es el único milagro de este evangelio que sabemos el nombre de la persona a la que Jesús le hizo el milagro. Es el único milagro así con nombre y apellido, en el cual nos dice claramente que es lo que Jesús quiere hacer, pero no solamente con este hombre sino por todos. Este “¿Que querés que haga por ti?”, que Jesús le pregunta a Bartimeo es lo que también le podría preguntar a los discípulos, ¿Qué quieren que yo haga por ustedes? O ¿Qué es lo que necesitan ver de una manera nueva? Y cada uno de nosotros podría pensar cuales son nuestras cegueras, que es lo que no sabemos ver bien, que es lo que tenemos que mirar con una mirada nueva, cuales son las personas que no queremos ver, cuales son los problemas que no queremos mirar, cuales son las cosas que no queremos solucionar. Y es ahí donde le podríamos pedir a Jesús que nos ayude tener una nueva luz, que nos ayude a iluminar nuestra vida, la vida de los demás, nuestros problemas, de una manera nueva. Que nos ayude a mirar con una mirada nueva.
Esto es lo que hizo con los discípulos, esto es lo que hizo con Bartimeo, esto es lo que quiere hacer con cada uno de nosotros para que de a poquito podamos abrirle el corazón y podamos abrir el corazón a los demás. Yo creo que el problema que tenían los discípulos era que siempre querían ser protagonistas y les faltaba crecer en esa humildad de descubrir que el verdadero protagonista era Jesús. El verdadero hombre que cambiaba las cosas era Jesús. Cuando Pedro le dice a Jesús yo voy a dar la vida por vos, seguramente decía yo quiero tener un protagonismo importante en esto, yo quiero también ser parte de esta salvación, yo soy el que quiero salvar a los demás. Y lo que tenía que aprender era que el único que podía salvar era Jesús. Cuando Jesús le dice a este hombre “tu fe te ha salvado” le está diciendo que por creer, se salvo. Pero por creer en Jesús, por poner su fe en Él. Y la salvación a nosotros viene por lo mismo, el único que salva es Jesús.
Hace poco escuchamos que los discípulos le dicen a Jesus ¿Quién podrá salvarse? Y Jesús responde: “nadie”. Para los hombres es imposible. Pero para Dios todo es posible. Es Dios el que nos puede salvar. Es Jesús es el que nos puede hacer mirar de una manera nueva. Y esto es lo que tuvieron que aprender los discípulos, por eso los discípulos van a vivir esto después de la Pascua de Jesús, después de que aprendan con humildad que el que obra es Jesús. Eso es lo que nos quiere enseñar a nosotros, que tenemos que aprender a mostrar a Jesús, que tenemos que aprender a ver a Jesus en los demás, que tenemos que aprender a mirar de una manera nueva. ¿Para que? Para poder a hacer lo mismo que Bartimeo.
Pasa casi desapercibido pero al final del evangelio Jesús le dice “vete tu fe te ha salvado”. Por creer en Jesús este hombre se salvo. Y Jesús le dice bueno ahora vete, ya esta. Pero el texto no dice que el hombre se fue, dice que se curó y lo siguió a Jesús. Porque justamente se sintió salvado. Y cuando uno se siente salvado, cuando uno se siente amado, cuando uno se siente valorado, cuando uno se siente querido, uno quiere estar con el otro, uno quiere seguir al otro. Ya no es necesario que el otro le diga: “sígueme”.
Al principio del evangelio Jesús les tuvo que decir “síganme”. Ahora cuando Jesús obra, cuando Jesús hace los gestos, cuando Jesús cura, sana, ama, la gente lo sigue. Será porque por primera vez primera, se sintieron queridos verdaderamente. Seguramente sintió algo distinto, diferente.
Esto es también lo que nos invita a nosotros. Ahora para eso tenemos que responderle a Jesús cuando también nos pregunte a nosotros: “¿Qué querés que haga por ti? Tal vez podríamos pensar esta semana que queremos que Jesús haga por nosotros, que queremos que Jesús ilumine, que queremos que traiga de nuevo, que queremos que Jesús salve. Él nos pide una cosa solamente, que creamos en eso. Y que creyendo en eso hagamos lo mismo que Bartimeo, que lo sigamos, que caminemos detrás de Él. ¿Por qué? Porque eso es lo que cambia nuestra vida.
Abrámosle entonces el corazón a este Jesús que nos sale al encuentro, a este Jesús que nos pregunta en el corazón que necesitamos, que queremos y respondámosle con un corazón abierto que creamos en Él. Luego, sigámoslo de una manera nueva.
(Domingo XXX durante el año, lecturas: Jer 31,7-1; Sal 125; Hb 5,1-6; Mc 10, 46-52)

Homilía: "lo miró con amor"

Hace poco salió una excelente película argentina que se llama “El secreto de sus ojos”. Quédense tranquilos que no les voy a contar el final. En ella Benjamín Espósito, protagonizado por Ricardo Darín, trabaja en un juzgado, tribunal penal. De pronto llega a trabajar una joven mujer, Irene, Soledad Villamil, que viene como secretaría del juez. Y en un momento hay una escena en la que él entra al despacho de esta mujer, que siempre estaba con anteojos, de mirada bastante seria y le dice que necesita decirle algo importante, necesita que para eso abra el corazón, y por favor no lo interrumpa, que lo escuche. Y uno empieza a ver como se empieza a transformar la mirada de esta mujer, se saca los anteojos, empieza a mirar con una mirada nueva, le cambia totalmente la cara. Lo empieza a mirar con un amor muy profundo, alegre y contenta, esperando lo que ella cree que Benjamín le va a decir. Le pide que cierre la puerta del juzgado que siempre tenía abierta, y cuando va a cerrar la puerta aparece otro de los empleados. Ella lo reta porque se esta metiendo en un momento íntimo y personal, o lo que ella creía que era un momento íntimo y personal pero el le dice: “no, él me va a acompañar en este momento”. Bueno, obviamente, toda esa magia que parecía que había entre ellos se perdió en cuestión de segundos. El no pudo percibir esa mirada profunda que ella tenía sobre él, esa mirada nueva. Y los ojos de ella decían lo que su corazón sentía, también lo que él estaba esperando.
Y cuanto nos dicen las miradas. Esas miradas que no tienen sentido, que están como perdidas o esas miradas que uno siempre busca desesperado que es la mirada de aquella persona que ama. La mirada de aquella persona que lo puede mirar en profundidad, que casi como que nos desnuda con la mirada, que puede mirar nuestro corazón. Esa mirada en la cual nos sentimos amados. Esa mirada que buscamos toda la vida porque es justamente lo que nos cambia la vida. Esos ojos que se miran y se hablan através de esa mirada. Esta fue la mirada que Jesús tuvo justamente con este hombre en este Evangelio. Porque por algo Marcos se detiene a decirlo: “Jesús lo miró con amor”. Tal vez no parecía lo más importante, lo leemos casi al pasar. Pero nos muestra que más importante que lo que le tenía que decir era la manera como miraba su corazón. Era la manera como miraba la vida de este hombre en aquel momento donde le tenía que pedir algo. En este momento, en el que la persona descubría que tenía que dar un paso, descubría que quería crecer pero que para eso necesitaba ser sostenido. Para eso necesitaba a alguien que lo mirara de una manera diferente. Seguramente como muchas personas se sintieron miradas por Jesús a lo largo de la vida.
Cómo le habrá cambiado la vida a Zaqueo cuando Jesús lo miró de una manera especial, a la mujer adultera cuando Jesús la miró de una manera especial, a los discípulos cuando Jesús los miró de esa manera especial. Como habrá sido de amorosa y penetrante esa mirada de Jesús que hizo que hombres y mujeres cambien rotundamente de vida por siglos, por encontrar con aquella persona, alguien que les decía que los amaba, alguien que se los mostraba con sus ojos. Y esto es lo mismo que hace en este Evangelio.
Porque el amor implica siempre renunciar a algo. Para amar, tengo que renunciar. Desde lo más simple como es cuando uno se enamora y tiene que renunciar al resto de las mujeres o varones por ese amor, o un montón de renuncias cotidianas que uno va haciendo por amor. En la familia cuando se aman y se quiere y tiene que aprender a consensuar entre ellos, aprender a pensar en común. En las parejas, los novios, los matrimonios que tienen que ir aprendiendo a crecer juntos, que tienen que aprender a quererse, a esperarse, a tenerse paciencia. A descubrir qué es lo que el otro necesita, qué es lo que quiere el otro. Como tiene uno que ir aprendiendo a vivir esos momento. Y aún aquel fruto mayor del amor como son los hijos, donde uno renuncia tal vez a un montón de comodidades que tiene, en el cual la vida ya casi no alcanza, porque para colmo me tengo que levantar también a la noche, cuando estoy cansado, tengo que ir a trabajar. Y que uno elige cuando se descubre amado, cuando descubre aquello que es fruto del amor. Porque eso es lo que le da un sentido, el amor es lo que le da sentido a todo lo demás. El sentirse querido, amado, valorado, hace que yo camine y deje cosas atrás, a veces hasta casi inconcientemente no me doy cuenta de las renuncias que hago. ¿Por qué? Porque lo que hay ahora en mi corazón me hace feliz. Esto que encontré y descubrí.
Y esta es la manera con que lo mira Jesús a este hombre cuando le tiene que pedir que de un paso más en la vida. Este hombre que se acerca a Jesús y que le hace tal vez la pregunta más profunda que podemos hacer los cristiano: ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?, ¿qué tengo que hacer para ir al cielo?, diríamos de manera simple. Sabiendo la respuesta que Jesús le va a dar: “tú conoces los mandamientos”. Pero ya acá aparece la primera curiosidad, porque Jesús no nombra a todos los mandamientos, nombra solo algunos mandamientos. Solamente aquellos que tienen que ver con la relación con el prójimo. No nombra los mandamientos que tienen que ver con la relación con Dios. Solamente los mandamientos que tienen que ver en mi vínculo con el otro. Esos son los que nombra Jesús, y le dice: “eso es lo que vos tenés que hacer”. Y se ve que este hombre, que se ve que era bastante bueno, más bueno que yo porque le contesta: “esto lo cumplo desde mi juventud”, a mí me cuesta bastante cumplir todo eso que dice ahí, ahora va y da un paso más. Y lo da porque lo necesita, el hombre necesita entregarse de una manera nueva. No se queda tranquilo con lo que Jesús le dice, y Jesús descubre en el corazón de este hombre que este hombre necesita dar otro paso. Como muchos pasos que nosotros queremos dar en la vida. Como cuando encontramos que queremos dar saltos aunque nos de miedo, aunque nos cueste. Y es ahí como decía antes, donde Jesús lo mira con amor. Y lo primero que le pide es que vaya, que venda sus bienes y que los de a los pobres. Lo invita a profundizar en aquello que el ya hacía.
Jesús se lo podría haber dicho de entrada a esto, pero primero lo quiere hacer descubrir que tiene un montón de cosas buenas que ya esta haciendo en las cuales él se puede apoyar. Porque sino en la fe es como que siempre nos falta algo. Voy todos los fines de semana a misa menos uno: “no, como puede ser, soy un desastre”. Solamente porque hay uno que no voy. No pienso en todos los que voy. Rezo todas las noches menos una: “me falta rezar más”. Hago tal cosa y ayudo a tal persona pero me falta...
Y el problema no es que uno descubra que le faltan cosas, sino que eso me termina cansado. Cuando yo no encuentro en qué apoyarme, cuando yo no encuentro que es lo que me da fuerza, me canso. De pronto tenemos un montón de desafíos, que tenemos un montón de cosas en que crecer. Pero eso lo voy a poder hacer en la medida en que yo me sienta amado. Porque es el amor el que me ayuda a dar saltos. No el cumplir, no el hacer las cosas bien o mal, porque eso no es lo que me da fuerza, aunque este bueno que haga las cosas bien. Lo que me da fuerza es alguien que me ama, alguien que me agarra, alguien que me ayuda a caminar. Y esto es lo que hace Jesús. Bueno, ahora si da este paso con tu hermano, hace aquello que vos descubrís que hoy querés hacer en el corazón y todavía no te animas a realizar.
Lamentablemente no se animó y por eso no pudo vivir la segunda parte: “después ven, y sígueme”. Porque el seguimiento de Jesús implica el darse. Para seguir a Jesús yo tengo que aprender día a día a darme a los demás. Para seguir a Jesús yo tengo que aprender a entregarme día a día, porque eso es lo que hizo Jesús. Jesús se entregó, Jesús se dio, porque esa es la dinámica del reino. Lamentablemente es difícil para nosotros como era difícil en esa época, porque el paradigma es el poseer. “Se fue triste porque poseía muchos bienes”. Tener, poseer, ser exitoso, ese es el paradigma. Y el camino del reino es el contrario, es el darse, es el entregarse, es el vaciarse. Es el descubrir que con el otro yo me realizo. Porque el amor es un darse, el amor implica reciprocidad, el amor implica al otro y esto es lo que nos invita a hacer Jesús. Pero para eso tengo que renunciar a cosas.
Todos podemos descubrir en nuestra vida un montón de cosas donde podemos darnos, no solo en lo económico donde Jesús nos invita a ser austeros, sino también un montón de dones, de carismas, de cosas que Dios puso en nuestras vidas. Pensemos cuán distinto sería si todos los que estamos acá, no se ni cuántos somos hoy pusiéramos nuestros dones al servicio de los demás, pusiéramos aquello que Dios nos dio para que todos crezcamos como comunidad, como cristianos en la sociedad en donde nos toca. El problema es que muchas veces nos invitan a acomodarnos, no a darnos. Me acomodé acá, hasta acá yo doy. De esta manera me doy. Hasta acá yo crezco.
En el camino de fe nunca termino, en el camino de fe voy a encontrar un Jesús que me mira con amor, que me mira fijamente y me invita a más. Sin embargo nos cuesta mucho darnos. Y ahí aparece, nos aparece, esta pregunta de los discípulos: “entonces ¿quién se va a poder salvar?” Porque si hay que darse así no hay manera. Y es ahí cuando Jesús usa esta frase: “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos” Creo que alguna vez se los dije pero se han escrito libros para ver como hacer que un camello entre por el ojo de una aguja, pero no entra, ni pelito por pelito entra, no hay manera. Porque nosotros intentamos aflojar lo que nos dice Jesús, porque nos encontramos muchas veces como ese abismo. Jesús me invita a hacer tanto y yo no entro ni a place, como dirían en las carreras. Pero por suerte no termina ahí. Porque le dicen: “entonces es imposible”, y Jesús les contesta: “si es imposible”. Para los hombres es imposible.
Por suerte Jesús lo hizo por todos nosotros. Dios lo hizo por todos nosotros en Jesús. Jesús se entregó por las veces que nosotros no podemos entregarnos. Y en ese poquito que muchas veces nosotros damos, ahí Jesús nos da el ciento por uno. Pero para entrar en esa dinámica de recibir el ciento por uno tengo que aprender a darme, tengo que aprender a abrir el corazón, tengo que soltar aquello de lo que me aferro, aquellas seguridades, aquella dureza de corazón para caminar más libre, ablandar mi corazón. Para encontrar o encontrarme con los demás de una manera nueva.
Hoy Jesús nos mira a nosotros con amor y nos mira al corazón de una manera nueva para que nosotros descubramos en qué tenemos que darnos hoy, qué es lo que tenemos que aflojar, qué es lo que Jesús me invita a entregar hoy. De qué manera me invita a caminar hoy con un corazón más libre. Animémonos a escuchar esa pregunta que Jesús nos hace, animémonos a que resuene en nuestro corazón y animémonos a responderle dándonos a los demás.
(Domingo XXVIII durante el año, lecturas: Sab 7, 7-11; Sal 18, 8. 10, 12-13. 14; Hb 4, 12-13; Mc 10, 17-30)

martes, 1 de diciembre de 2009

Homilías atrasadas

Quería pedirles disculpas ya que últimamente no pude subir las homilías al blog. El problema fue la pedida de nuestra anterior computadora. Mañana subiré la homilía de este último domingo y en estos días iré subiendo las que quedaron pendientes.
Saludos. Padre Mariano