sábado, 21 de agosto de 2010

Homilía: Que nuestra esperanza sea una tentación para los demás (Domingo XX del Tiempo Ordinario)

Este año se llevó al cine un libro, “The Road”/“La Carretera” (que salvo que les guste mucho el cine no se las recomiendo), en la que un padre junto a su hijo del cual nunca sabemos el nombre, después de un cataclismo donde muere la mayoría de la humanidad, tienen que empezar a bajar una carretera, ir hacia el sur por el frío ya que no van a seguir resistiendo tanto tiempo casi sin comida, pasando todas esas calamidades que hay. Es por eso que empiezan ese camino en busca de zonas más cálidas, más benignas, con todos los peligros que ese camino tiene. Y nos muestra como una pérdida de la confianza en este padre que, después de ver todo lo que ha visto, cómo la humanidad ha cambiado y todo lo que queda de ella, lo único que busca es poder llevar a su hijo a un lugar un poco más seguro y un poco mejor. El problema es que ya no confía en nadie y ya no espera absolutamente nada. Pero, a pesar de todo ese clima en el cual la película se va desarrollando, queda como un atisbo de esperanza en el hijo, en ese niño que muestra una calidez, una espontaneidad, una manera de vivir que intenta romper con ese circulo vicioso. Y mientras el padre, como nos pasa a notros a veces, siente que todo es pesimismo, muchas veces por el miedo o por inseguridad, ve en el hijo, aún asumiendo riesgos a alguien que quiere vivir algo distinto.

Muchas veces en la inocencia de los niños o en personas más grandes que a veces uno dice: “Que inocente, ¿cómo puede pensar esto? ¿Cómo le puede parecer esto?”, uno muchas veces ve algo distinto, o deslumbra algo distinto. A veces a nosotros los más grandes nos pasa que cuando muchas cosas no han sido como uno esperaba, uno va perdiendo la confianza, como hablábamos la semana pasada, pero la pérdida de la confianza nos lleva casi inexorablemente a la pérdida de la esperanza. ¿Qué es lo que voy a esperar si ya no confío? ¿De quién voy a esperar si yo no confío? Y es por eso que muchas veces nos vamos cerrando en un círculo más pesimista. A veces puede ser por una acumulación de cosas, a veces puede ser por un hecho puntual en nuestra vida, y no tiene que ser grande, ya que a veces algo escala tan hondo en lo profundo de nuestro corazón que nos cuesta confiar. Aún más de lo que nos cuesta confiar, nos cuesta esperar. Pareciera que nada puede ser distinto.

Casi como en la película pareciera haber sucedido un gran Apocalipsis, algo que ya nada va a cambiar. El problema es que el Apocalipsis, justamente este libro que nos narra la Primera Lectura, Juan nos dice que viene en medio de todo lo que pasa, en medio de las calamidades, en medio de las desgracias a traernos esperanza. Tenemos un problema, que es que nunca se nos ha explicado del todo bien este libro y por acumulación de datos de las sectas o los nuevos movimientos religiosos, vemos esto como casi una palabra mala o una desgracia. En realidad, Juan escribe para darle esperanza a la gente. El Apocalipsis es el gran libro de la esperanza de todo el nuevo testamento, donde en medio de las dificultades, donde la gente esta muriendo por ser cristiana, y Juan les dice: “Sigan esperando. La esperanza de ustedes no es vana. Sigan caminando. Jesús les trae algo distinto”. Y eso es lo que escuchamos en este texto, pero el problema es que son imágenes que muchas veces nos cuesta descubrir y profundizar, en el cual María da a luz a este niño. Y cuando parece que todo se va a acabar porque, como dice la imagen, “este gran dragón va a acabar con este niño”, el niño triunfa.

Y esa es la esperanza que Juan les trae. Cuando quisieron terminar con todo, él trajo algo nuevo. “Por eso esperen con la cabeza levantada”, pero no solamente les dice ‘una esperanza para el más allá’ (como diciendo que el día que se acabe todo y que lleguemos al cielo todo va a ser distinto, aunque esperamos que muchas cosas sean distintas allá en el cielo), sino que esa esperanza los tiene que traer a vivir a de una manera diferente aún hoy en medio de las dificultades. “Ustedes tienen que vivir algo distinto”.

Y por eso, al principio se pasa mucho tiempo escribiendo cartas a muchas comunidades, las cuales les pide que vuelvan a vivir con fuerza y esa esperanza que alguien les trajo, que es Jesús. Esa confianza que se había perdido, esa esperanza que el pueblo ya no tenía. Ese cambio se tiene que dar cuando uno descubre a Jesús en la vida, que se da de alguna manera en esta comunidad de Corinto, en la Segunda Lectura, cuando Pablo les anuncia algo distinto que es que Jesús dio la vida por ellos. Sin embargo, con el correr del tiempo, el pueblo va perdiendo esa fuerza, va perdiendo esas ganas, no entiende qué significa tanto esto de que Jesús haya dado la vida, casi como que se acostumbró, como muchas veces nos pasa a nosotros y todo nos cuesta un poco más. Entender a Jesús, seguirlo, rezar, muchas veces no sentimos que eso dé los frutos que uno espera. Y es ahí donde Pablo les recuerda: “Jesús dio la vida por ustedes y resucitó, y eso les trae algo distinto a ustedes hoy. No vuelvan a vivir como antes, si no que miren hacia delante de una manera distinta porque todo esta puesto bajo los pies de Jesús hoy”. Eso nos dice este himno. Eso es lo que nos dice Pablo a nosotros: “Jesús resucitó, y eso los invita a ustedes a esperar y a vivir de una manera diferente”.

Esto es lo que descubrió María. Tuvo una invitación, y como esperaba, le abrió el corazón a Jesús. Cuando hemos dejado de esperar las cosas nos pasan de largo, no nos damos cuenta porque no esperamos que algo pueda ser diferente. ¿Qué es lo que puede haber de diferente en esto? ¿Qué es lo que puede haber de diferente que merece que yo lo vuelva a intentar? ¿Qué es lo que puede pasar si yo vuelvo a confiar? Y preferimos quedarnos donde estamos… sin embargo para esperar, para poder tener esa gracia, uno tiene que animarse a optar, a elegir, y esto es lo que hizo María: “Feliz de ti por haber creído” le dice Isabel. María creyó y por eso esperó. Esperó con confianza esta promesa que Dios le había hecho, y durante 9 meses siguió caminando con confianza esperando algo distinto. ¡Y vaya que tuvo motivos seguramente María para abortar esa esperanza! Poría haber dicho que no entendía, que no comprendía, o pudo haber dicho “murió, se acabo todo”, pero siempre siguió esperando, siempre siguió confiando. Cuando los discípulos no entendían nada porque Jesús había muerto, María estaba con ellos, seguramente dándoles confianza, diciendo que esperen, creyendo. Cuando Jesús resucita sigue con ellos, cuando Jesús ascendió a los cielos siguió con ellos, siempre esperó. Aún en los momentos difíciles.

Y esa es la invitación que hoy nos hace a nosotros. Que creamos y por eso esperemos, y eso es lo que vive hoy María en esta fiesta que celebramos: la gloria de estar con Jesús. Pero ¿por qué? Porque en eso creyó. En el fondo podríamos decir que vive hoy en el cielo lo que vivió acá, creyó en Jesús, optó por Jesús, esperó en Jesús. Y ahora vive esa gloria y ese fruto de lo que le ha dado.

Eso es lo que se nos invita hoy a vivir a nosotros: creer en Jesús, optar en Él, esperar con Jesús, haciendo lo que hizo María: compartiéndolo. En un clima difícil, María fue a compartir con Isabel aquello que tenía, le llevó a Jesús. Muchas veces nos preguntamos qué le podemos llevar a los demás, o cómo podemos cambiar las cosas, o cuál es la mirada que debemos tener en un mundo tan difícil, tal vez lo central que hoy Jesús nos invita a transmitir es la esperanza.

Muchas veces tenemos la sensación de que lo que falta es mas fe. A mi no me parece, porque a lo largo de la historia la gente tuvo fe, el pueblo de Israel creyó en algo, y nuestros hermanos en la fe nos mostraron el camino; los paganos creían en algo, creían en los dioses. Aún hoy, el mundo oriental que no conoce a Jesús o que no cree en Él, cree y por eso sigue otra religión como el budismo, hinduismo. Cuando el cristianismo entró en crisis, la gente puso su confianza más en el hombre, creyó en el racionalismo, es decir, el hombre tiende a poner la fe. Pero tal vez algo distinto que les mostraron es que podían vivir y esperar de una manera diferente. Creo que los primeros cristianos transmitieron esa esperanza de una manera distinta. Y vivir y transmitir esa esperanza de una manera distinta, los hizo creer en algo distinto y los hizo invitar a seguir a Jesús.

Y esa es la invitación que nos hace hoy a nosotros. Casi podríamos decir que nuestra esperanza sea como una tentación para los demás, un impulso, que puedan ver algo diferente en nosotros, que esa fe nos lleve a esperar de una manera nueva.

Esto es lo que vivió María, esto es lo que le invitó Jesús, y esto es lo que nos invita hoy Jesús a nosotros, a que nos animemos a esperar en Él. Pidámosle entonces a María, aquella que creyó en Dios y esperó con un corazón abierto, que también nosotros a ejemplo de ella podamos poner nuestro corazón en Jesús, esperarlo y transmitirlo a los demás.

sábado, 14 de agosto de 2010

Homilía: "Cree y confía”, pero ¿en qué? “En qué no, en quién. En Mi”. (Domingo XIX del Tiempo Ordinario)

La comedia de suspenso“El caso Thomas Crown”, comienza cuando el actor Pierce Brosman (quien hace de Thomas Crown) se roba un cuadro de Monet del Museo Metropolitano, y a continuación una detective de seguros, la actriz Renee Russo, quien hace de Catherine Banning viene para intentar resolver quién es el que se lo robó y ayuda a la policía. La historia toma otros carriles, y en ese intentar descubrir quién es el que se lo robó (en este caso el mismo Thomas Crown, un multimillonario) empiezan ambos a enamorarse. Tienen una historia de idas y venidas de amor en ese camino, pero que nace polémicamente con muchos problemas, y es por eso que les cuesta entregarse, darse, y confiar en el otro. Hasta que llega un momento en la película en que ella ya entra en crisis en este camino, y le dice que no puede confiar en él. Entonces Thomas le dice: “Yo voy a confiar en vos. Mañana 3:30 de la tarde voy a ir al museo y voy a devolver el cuadro, lo voy a poner en el mismo lugar en el que estaba. Queda en tus manos entregarme o no”… Si la vieron, ya saben como sigue, y si no alquílenla.


Pensaba cómo muchas veces nos cuesta en la vida, mas allá de la película, ganarnos la confianza del otro. Aquello que sería lo más natural, que es la confianza que uno deposita en sus padres desde que es pequeño, es como que en la sociedad y el mundo en el que vivimos está en tela de juicio. Y creo que esta así porque está puesto en duda uno de los valores más importantes que como mundo/sociedad tenemos: el valor de la verdad. Animarse a ser veraz, porque desde la verdad es de donde surgen un montón de consecuencias: las palabras que uno da, la transparencia, el poder creer en el otro. Pero todo esto entra en tela de juicio cuando no terminamos de creer que el otro es veraz con nosotros, y cuando esto sucede, la confianza también tambalea.

Tal vez como un ejemplo de esto, lo mas natural seria preguntar “¿en quienes no confías?”, pero parece que hoy tendríamos que preguntar al revés “¿en quienes confías?”, porque sería mucho más fácil. Es mucho más simple decir “no confío en nadie”, que decir “en estos sí confío”, y no solamente los que están lejos, muchas veces nos pasa en los que están a nuestro lado. Es mucho más difícil crecer y madurar si no partimos de esa confianza, de esa fe básica del otro.


Tal vez otro claro ejemplo de la actualidad son las Instituciones que están en tela de juicio, por ejemplo, la política. Deberíamos poder creer en los proyectos y lo que los políticos dicen (no tengo nada en contra de la política) pero muchas veces nos cuesta. Casi no tenemos ganas de escuchar discursos, de leer, se hacen encuestas en la calle y la gente dice “¿qué se va a votar?”, ni siquiera eso saben. Y mucha veces me pasa que me dicen (sé que existen excepciones) que los jóvenes de hoy no están comprometidos con la política, y hay que empezar a decir que eso es una consecuencia de una causa que es ¿qué hemos hecho con esto? Y que uno dice: “yo no me quiero comprometer con algo que está viciado, que lo veo mal”. Es verdad que se podría mirar de otro lado y ver cómo transformalo, pero ese es el punto de partida: cómo podemos cambiar esto para que sea atrayente para todos, para que todos digamos que queremos luchar por esto y hacer algo diferente.


Pero no solo pasa en esa institución, pasa en muchas más, incluida nuestra Iglesia. Por no haber aprendido a ser veraces, hemos perdido esa confianza básica que uno tiene que tener. También nos pasa en el vínculo, en la relación con los demás. La confianza que muchas veces nos ayuda a construir caminos, que nos ayuda a crecer en el vinculo con los demás, en una amistad, en un noviazgo, en una pareja, en una relación padre-hijo, muchas veces entra en tela de juicio, y nos cuesta mucho confiar en el otro. Y por eso lo que buscamos es cómo lo podemos controlar, de qué manera: con un marido, con una mujer, con un novio/a: “a dónde vas, cuándo, cómo, dónde salís”. Y no siempre es por un tema de seguridad, si no que, muchas veces, es porque nos cuesta ir largando las riendas y confiar en el otro. Obviamente que esto siempre tiene un doble juego, y la confianza uno la tiene que aprender a cuidar, y no ganársela. La confianza tendría que ser algo de lo que partimos en un vínculo, y en todo caso podemos perderla y tener que aprender a recobrarla, pero no decir: “yo me tengo que ganar algo”, porque es ahí donde hemos cambiado los caminos, y hemos dado vuelta aquello que tendría que ser el punto de partida de un vínculo y una relación. Porque la confianza es lo que nos ayuda a creer en el otro, y también en los demás. Y tal vez porque nos cuesta creer en los demás, como sociedad y también como Iglesia. Antes, creer “era básico”, nosotros creíamos en lo que nos decían, creíamos en Dios, creíamos en Jesús. Sin embargo, hoy eso está en tela de juicio, y la fe, “el creer en Dios, es una gran pregunta: “por qué creo, en qué creo, de qué manera creo”. A veces pareciera que hay que dar razones para creer. Lo que pasa es que es muy difícil si uno tiene que tomar eso como punto de partida, pero es lógico en un camino. En un camino donde frente a vaivenes que tiene la vida, frente a cosas que nos pasan, frente a preguntas que nacen en nuestro corazón, empezamos a cuestionarnos si esto es lo que queremos en un vínculo y en nuestro vínculo con Jesús. Como muchas veces les digo a los jóvenes: la duda es parte del camino de la fe, pero parte de un camino para poder crecer.


Y por eso siempre se nos invita a animarnos a confiar. Esta invitación se le hace a Abraham. Él, nuestro padre en la fe, es al que se le dice primero de una manera especial “Cree y confía”, pero ¿en qué? “En qué no, en quién. En Mi”. Y uno podría haber hecho un montón de preguntas: cómo se cuándo, de qué manera va a pasar esto que me dijiste, que deje todo que vaya a otra tierra, que me vas a dar una familia que ya no esperaba. Y Dios le dice: “Tenés que creer en esta promesa, tenés que creer en mí“. Y Abraham vio cumplido su deseo porque creyó, porque se animó a caminar detrás de ese deseo, ¡y miren que tardó! Tuvo que caminar, tuvo que dar vueltas, pero se animó a continuar ese camino a pesar de que a veces no entendía ni comprendía. Aprendió a esperar lo que no ve, lo que todavía no llegó, porque cuando lo tenemos no tenemos que esperar nada más porque ya llegó. Justamente la esperanza es creer en algo que en el futuro se me promete, creer que eso va a suceder, y que por eso lo espero con esa esperanza que Dios me regala, que Dios me trae.


Lo mismo hicieron los discípulos, se los invitó a seguir a Jesús, y ellos creyeron en Él. Sin embargo esa fe entró en duda muchas veces. Llegó un momento en el que no entendían a Jesús, donde no veían, no comprendían, y Jesús en ese momento los invitó a dar un salto. Hay momentos en la vida en todos lo vínculos (incluido el de Jesús) en el que tenemos que dar saltos, y en ese momento, en esos cruces de caminos, en esas encrucijadas, es donde se va jugar nuestra fe, si creemos o si confiamos, si nos animamos a dar el salto, si nos animamos a cruzar ese camino, a elegir qué es lo que yo quiero.


Esa es la fe que nos invita a tener Jesús. Animarnos a decir: “Hoy no veo claro, pero camino por acá, detrás de esto que se nos prometió, detrás de esta esperanza, detrás de este regalo que Dios nos trae.” Ese es el regalo que Dios nos hace y que nos invita a cuidar: “No temas pequeño rebaño” les dice Jesús, “¿por qué? porque se les ha dado algo grande, un Reino”. Ese es el regalo, ese es el tesoro, eso es lo que día a día se nos va dando, eso es lo que día a día tenemos que aprender a descubrir. Una de las cosas que les costó al principio a los discípulos fue descubrir que Jesús no lo invitaba solamente a algo futuro, sino a algo que en ese momento se iba a hacer presente. Y también nosotros tenemos que aprender a descubrir la manera en la que Dios se nos hace presente en cada momento, pero no basta solamente con eso, sino con poner la mirada en el futuro y caminar, aún sin entender, sin comprender, pero detrás de una promesa, sabiendo que hay alguien que la cumplió y que nos invita a creer que la volverá a cumplir. Por eso nos invita a estar vigilantes, a caminar con esperanza, a ir preparando en esta vida nuestro corazón y ponerlo al servicio del Reino.


Y es ahí donde pone esta Parábola. Dice que un amo, había ido a un casamiento, a una fiesta. Sus esclavos (sus siervos) estaban esperando en la casa. ¿Y qué es lo que tienen que hacer como buenos esclavos? Esperar. Porque no saben en qué momento de la fiesta el amo va a volver. Y esperaban con las túnicas ceñidas, con las lámparas encendidas hasta que el amo llegara para abrirle la puerta y para volverle a preguntarle: “¿Qué es lo que quiere que haga por ti?”. Los esclavos ya no elijen, tienen que cumplir. Ya no esperan nada, tienen que hacer lo que se les dice. Y Jesús nos dice a nosotros en esta parábola, que tambien nosotros tenemos que esperar y prepararnos. Pero la cambia, porque al final dice que cuando llegue el amo, se va a poner a servirnos a nosotros. Él es el que va a tender la mesa, Él es el que los va a atender a ustedes y se va a poner al servicio.

Jesús siempre es el que se pone como servidor de todos. Lo hizo en su vida, y lo va a volver a hacer, pero nos invita a nosotros, mientras tanto, en el camino a ponernos al servicio de los demás, porque ahí está el tesoro, el descubrir de qué manera yo puedo servir al otro, de qué manera yo encuentro en la vida de los otros un tesoro para mí, de qué manera yo puedo con ese tesoro irme enriqueciendo día a día. Y donde esté ese tesoro es donde yo voy a ir poniendo mi corazón. Por eso Jesús puso el corazón en las personas, porque ahí estaba el tesoro. A nosotros pareciera que a veces se nos desvía, pero tenemos que aprender a mirar como Jesús, que nuestro verdadero tesoro está en los demás, y descubrir de qué manera podemos aprender a servirlos, de qué manera podemos crecer en la confianza en ellos, de qué manera podemos creer en ellos.


Hoy Jesús, como Abraham, nos invita a tener fe, a creer en lo que Dios nos promete. Creer en eso significa ponernos en camino, ir detrás de eso sabiendo que tenemos un inmenso tesoro en quien buscar que es Jesús, un inmenso tesoro en quién bucear, que es Él, poniendo la esperanza en que tiene un regalo mucho más grande para nosotros.


Pidámosle en este día que poniendo nuestra fe en Él, nos animemos a creer justamente en lo que Él nos regala. A poner la esperanza en Él y en los demás, y a que creciendo en esa confianza los unos con los otros como comunidad, podamos caminar detrás de aquel tesoro que Él nos regala.

lunes, 2 de agosto de 2010

Homilía: "Lo que a mi se me dio, ténganlo, es de ustedes" (Domingo XVIII del Tiempo Ordinario)

En la película “Corazón Valiente” (que supongo que la mayoría vio), después de que William Wallace con su ejército vence al ejército del Norte y toman York, vuelven a Escocia y se reúnen con los nobles. En esa reunión lo nombran a él “caballero”. En cuanto terminan de nombrarlo y festejan la victoria, aparece uno de los nobles que le dice: “William, tú eres un clan que siempre fue apoyado por esa casa, esa nobleza, entonces te decimos que nos apoyes a nosotros como legítimos herederos al reino.” A partir de ahí empiezan a pelearse entre todos, algunos recriminaban a otros por no haber ido a pelear, y ahí es cuando Wallace se enoja, da media vuelta y se va. Cuando se está yendo, los demás frenan porque se dan cuenta de que se iba y le preguntan por qué lo hace. “Porque ustedes no entienden. En vez de unirse, de luchar por algo juntos, de tener un mismo ideal y un objetivo, siempre se están peleando por migajas, por cosas pequeñas, descuidando cosas mucho más importantes. Ustedes sigan peleándose por eso, que nosotros vamos a ir por cosas más importantes”. Wallace se va de ahí, y también sale Robert Bruce (uno de los nobles más importantes), y le dice: “Vos tenés que entender que estos nobles tienen mucho para perder, tienen muchas cosas”. William Wallace le contesta: “Y el campesino, el obrero, cualquiera que vaya a pelear, ¿acaso no tiene nada para perder? Hay cosas mucho más importantes que esos bienes que ellos creen que tienen para sí, y no para dar y compartir con lo demás”. La conversación sigue, y Wallace lo invita Robert Bruce para que se anime a unir a todos los nobles.


Pensaba, entonces, cómo la tirantez de este dialogo, entre uno que invita al otro a que lo que tiene sea para todos, y otro que dice que los nobles tienen muchas cosas y se arriesgan mucho si van a la guerra, es una tensión que tenemos nosotros en el corazón, no solamente con las cosas, si no también con las actitudes y los deseos. ¿Cuantas veces tenemos deseos de entregarnos, de darnos? Decimos: “Yo quisiera hacer esto. Quiero vivir esto de una manera diferente”, y al poco tiempo, descubrimos que nos cuesta, que en vez de abrirnos nos cerramos; que en vez de darnos a los otros, nos mantenemos egoístas; que en vez de entregarnos, nos aferramos a las cosas; que en vez de tener un corazón mas generoso, tenemos un corazón egoísta que no se anima a entregarse. Vivimos siempre en esa tensión, entre los deseos de un corazón que pueda entregarse más y vivir más plenamente, una realidad de un corazón que pueda llegar a vivir de esa manera. Continuamente estamos en este camino y en esta lucha. Y creo que una cosa central para intentar vivir esto, es justamente, pensar de qué manera yo me aferro a las cosas, a lo que tengo, tanto bienes materiales como mis dones, o los dones que tienen las personas cercanas a mí. Porque muchas veces, yo miro todo lo que tengo como si fuera solamente mío, y cuando yo miro algo de esa manera, me lo termino creyendo, y no quiero que los otros, de ninguna manera, la compartan, la tengan, la vean (casi como en la película “El señor de los Anillos”, la actitud del personaje de Smigol para con el anillo. “Mi tesoro, mi tesoro”, repite y no deja que nadie lo pueda ver, ni siquiera compartir, es sólo para él).

Y es por eso que se nos invita cada vez a descubrir, a alegrarnos por lo que se nos da, pero también a entrar en esa dinámica de aprender a compartir y dar todo aquello que, como don, Dios nos ha regalado. Porque sino, nos puede suceder como en el Evangelio que acabamos de escuchar, donde creemos que todo es nuestro. Comienza con un pedido bastante simple que le hacen a Jesús: “Dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”, algo que podría ocurrir hoy en día (y que a veces ocurre). Jesús, que podría responderle de muchas maneras, le dice: “¿Quién me constituyó juez y árbitro de esto?”. Y creo que esto es lo primero central e importante: no siempre Dios o Jesús se meten en todo lo que hacemos y en todas las decisiones que tenemos que tomar. Diferente es que nos da criterios para tomar esas decisiones, que nos da valores. No nos dice: “Tenés que hacer esto porque…”, Jesús nos dice: “Esto es algo que ustedes tienen que resolver. No soy yo en esto, el juez o el árbitro”. Pero sin embargo, advierte el peligro de las riquezas o el peligro de la abundancia. ¡Ojo! Evangelio no está en contra de estas cosas. Las riquezas son un gran don, y al mismo tiempo un gran desafío. Podemos encontrar otro texto donde también, como acá, los hombres quieren que “se acumule” o “se hagan graneros”; como en el Antiguo Testamento, José (hijo de Jacob) está haciendo graneros, pero no para él, sino para el pueblo. Venían tiempos de hambre y pensó en cómo podía hacer para que todos vivan mejor. Entonces la riqueza siempre es un don, un regalo que Dios nos ha dado, pero también es una oportunidad para descubrir algo que se me dio. Porque también existe la tentación, como en el caso de este hombre, “tuve tanto que, ¿qué hago con esto?”, y en vez de descubrir que puedo tener un corazón mas generoso, construyo mas para mí, para mis bienes, mis graneros, mi vida. Todo es mío, y cuando yo veo que todo es mío, pierdo la alteridad, el descubrir que lo que Dios me ha dado es una oportunidad para que yo lo disfrute junto con los demás. Sino, es como que cada día, me voy aislando más del otro, y voy perdiendo el verdadero valor de las cosas; porque las cosas ( y todos tenemos experiencia) nunca terminan de llenarnos el corazón.

Esto es lo que dice Coelet en la Primera Lectura: “Vanidad, todo es vanidad”. Coelet no tiene problema: tiene una buena vida, tiene cosas, pero descubre que eso no le sirve de nada. ¿Por qué? En la época en que se escribe esa lectura, no había una visión del mas allá, ni una vida después de la muerte. “¿Para qué quiero esto, si un día se va acabar, si un día se va a terminar? ¿Qué sentido tienen mis luchas y mis penas?” Bueno, nosotros creemos que hay un mas allá, y que hay un Dios que nos invita a ir día a día creciendo en riqueza para eso. Pero tenemos que aprender a descubrir qué es ser rico a los ojos de Dios. Es una gran tentación en el día de hoy poseer las cosas, apropiarnos de ellas y perder esta dinámica a la que nos invita Jesús, la dinámica del día a día: “Yo recibo también para dar”. Creo que todos tenemos experiencia de haber recibido en la vida, de haber recibido de Jesús, de nuestras familias y de los demás, y está en nosotros si continuamos con este camino, con esta dinámica. Y eso es porque Jesús nos va mostrando el camino. Cuando a Jesús se le pregunta si es juez o árbitro, Él dice: “No, yo vengo a mostrarles qué es lo que tienen que hacer, y cómo tienen que vivir, para que ustedes también den testimonio de eso”. La vida de Jesús fue una vida que se dio continuamente, y por eso nos invita a nosotros, de alguna manera, a entrar en esa dinámica, porque sino el camino no termina nunca.

Vayamos a los bienes, no más, algo más simple. Creo que este evangelio es uno de los más actuales, porque el mundo de hoy cada vez nos invita a tener, tener, tener y tener más, ¿y dónde termina? ¿Dónde termino ese camino? ¿Qué es lo que yo tengo que asegurar? Porque si miramos al mundo de hoy, agarramos la revista Forbes y vemos que Tiger Woods gana 90 millones al año y no se cuanto más, surge la pregunta: ¿dónde está el límite? ¿A quién le tengo que asegurar el futuro? Porque acá es: “aseguro mi vida”, pero parece que hoy decidimos asegurar nuestra vida, la de nuestros hijos, la de nuestros nietos, nuestros bisnietos… parecería que tengo que asegurar a toda la generación. Pero después termina siendo como lo que vemos hoy, es injusto como las cosas se reparten. Pero parte de que yo creo que “todo lo mío es mío, porque yo me lo gané”. El gran cuestionamiento de Jesús es ese: ¿yo me lo gane o alguien me lo dio? ¿Por qué yo nací acá? ¿Por qué yo tuve el don, el regalo de nacer en una familia que estaba bien, que me dio una vocación? ¿Por qué? ¿Por qué no nací en el medio de África, en el medio de Asia? ¿Por qué tuve un montón de posibilidades? ¿No será que con eso Jesús me quiso decir algo? ¿No será que es para que yo aprenda que puedo vivir y ayudar a que los demás vivan de una manera diferente? Pero para eso tengo que salir de esa dinámica de “el poseer”, de pensar que “esto es mío. Mi plata, mis cosas, mis dones”, y pueda poner eso en la dinámica del Reino: lo que a mi se me dio, es para los demás.

El más rico hizo eso, Jesús: “Lo que a mí se me dio, ténganlo, es de ustedes. Hasta la última gota.” Ahora nos invita a nosotros, a que descubramos qué es lo que debemos hacer con todas las riquezas que Dios nos dio, con todos los dones, con todos los talentos.

Pidámosle a Jesús, aquel que vino para mostrarnos lo que significaba darse, lo que significaba entregarse, lo que significaba compartir la vida con los demás, que nosotros, viendo su ejemplo, viendo todo lo que Él y otros nos han dado a lo largo de la vida, podamos hacer lo mismo.