viernes, 24 de septiembre de 2010

Homilía: "Hagan ustedes también experiencia mía", Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

Hace unos 10 años salio una película con Robin Williams, un poco trágica que se llama “Más allá de los sueños” en la que él, Chris, junto con Annie forman un matrimonio muy lindo, tienen 2 hijos que lamentablemente mueren en un accidente de tránsito, y por si esto fuera poco, al tiempo muere el marido también en un accidente. El marido después de fallecer va al cielo, se encuentra con sus hijos y empieza a hacer su camino, pero su mujer obviamente entra en una gran depresión por todo esto que le va sucediendo y termina suicidándose. Entonces van a él que está en el cielo y le dicen que justamente su mujer había fallecido, por lo que él espera poder encontrarla, y le dicen que no está en el cielo porque se ha suicidado, que se encuentra en el infierno (así pensaba antes la Iglesia). Y él no acepta eso en su corazón, no entra en su lógica del amor, no concibe perder aquello que tanto amaba y quería. Y es por eso que empieza a buscar la manera de poder hacer un puente, de llegar hasta donde ella está.

Nos muestra este deseo del corazón humano que va más allá, muchas veces, de lo que uno puede entender. Nosotros podríamos decir (obvio porque es una película) cómo hace uno para saltar de un lugar al otro, cómo puede ser que en un lugar tan pleno uno piense así. Pero podemos trasladar eso a nuestra vida cotidiana en esta lógica del amor: cuando no entendemos un montón de cosas que justamente uno hace por amor, ¿cómo puede ser que esta chica/o siga esperando a este chico/a, o a pesar de que le hace esto y esto? O en un matrimonio, que no entendemos cómo puede vivir así, cómo puede seguir perdonado, esperando. O en cualquier otro vinculo, la paternidad, la maternidad, la amistad…

Uno no entiende porque en realidad no hay mucho que entender porque no pasa por la razón, sino que es la lógica del amor y pasa por el corazón. Como la otra persona, en el fondo, sigue siendo un misterio para mí, yo no puedo entender ni comprender aquello que siente y vive, aquello por lo que vibra y espera. Y es por eso que en esa nueva lógica que es la ‘lógica del corazón humano’ empiezan a pasar nuevas cosas, cosas que van más allá de lo que uno entiende o comprende. En esta experiencia es en donde entra el regalo que Dios nos hace a nosotros, porque también Dios quiere hacer experiencia de nosotros.

Podríamos decir: “Bueno, Dios nos dio la vida, Dios nos creó”, entonces a partir de ahí decir que Dios nos entiende, que nos comprende. Sin embargo quiere vivir la experiencia de lo que nosotros vivimos, de lo que significa ser hombre, y en Jesús, Dios hace la experiencia del hombre. Dios se hace uno de nosotros, vive como nosotros, siente como nosotros, se hace cercano a nosotros. Lo que no entra en ninguna lógica: cómo Dios siendo lo que es se va a ser hombre. Y en el fondo no entra en ninguna lógica, porque entra en la lógica del amor: un Dios que ama y por eso busca a los que estaban perdidos, y nos viene a buscar a nosotros, para que podamos empezar a entender, comprender y vislumbrar un poco cómo funciona el corazón de Dios. En Jesús nosotros tenemos experiencia de lo que siente Dios. En Jesús nosotros hacemos experiencia del corazón de Dios.

Muchas veces nos han enseñado que Dios está más allá de todo, que Dios no siente, pero podemos entender el corazón en Dios en Jesús. Lo que siente, lo que vibra Dios por nosotros empezamos a comprenderlo en este Jesús que viene a nosotros, y que por eso, muchas veces, nos es difícil comprender cómo puede ser que Dios se haga hombre, cómo puede ser que Dios camine con nosotros. Dios hace experiencia del hombre en Jesús, y nosotros hacemos experiencia de Dios en Jesús en ese encuentro porque tenemos esa necesidad. ¿Cuántas veces nos pasa que quisiéramos entender o poder ver lo que pasa en el corazón de la persona que amamos? Y por eso le decimos y le preguntamos: ¿qué te pasa? ¿Qué sentís? ¿Qué queres que haga por vos? ¿Qué necesitas de mí? Porque no podemos terminar de ver ese corazón. Bueno, podríamos decir que Jesús hace lo mismo en un corazón humano, empieza a entender de una manera nueva quiénes somos nosotros. Y nosotros empezamos a entender de una manera nueva quién es Dios, un Dios que viene en Jesús a buscarnos.

Y es por eso que nos pone estas parábolas hoy. En la primera nos habla de una oveja que se perdió, y de un pastor que deja a las 99 ovejas en el campo (el único pastor en el mundo porque nadie dejaría a sus 99 ovejas. ¡Para perder el resto mejor perdernos una sola!), y va a buscarla. En otra de las parábolas hay una mujer que pierde una dragma y da vuelta la casa para buscarla, (cosa que tampoco haría ninguna mujer) y aquí también encontramos una mujer que busca algo que nadie buscaría. En la última parábola, ya tan conocida, de un hijo que se va de la casa: el hijo prodigo, y el padre espera día y noche que el hijo vuelva.

Un Dios que busca, un Dios que revuelve hasta encontrar, un Dios que espera, un Dios que nos sale al encuentro. Un Dios al que no le importan las 99 ovejas que tenga, si no esa que está perdida. Un Dios al que no le importa cuántas monedas andan dando vuelta, si no esa que no encuentra. Un Dios al que no le importa cuántos hijos tiene, si no ese que está perdido. Podríamos decir que más allá de las ovejas, las monedas, o lo hijos, en Dios cada uno es todo, y perder uno para Dios es perderlo todo. Y por eso sale al encuentro, y por eso busca hasta lo imposible, haciendo cosas que nadie haría, abriendo caminos donde nadie los abriría, buscando donde nadie encuentra.

Por eso Dios hace lo que nadie hace: nos envía a Jesús para poder buscarnos, para que nosotros lo encontremos, para que nosotros podamos empezar a entender qué es lo que hace Jesús. Esa es la gran pregunta. ¿Cuántas veces nos pasa que no entendemos qué es lo que hace Jesús? Porque muchas veces no entendemos su corazón. ¿Por qué? Porque tenemos que empezar haciendo experiencia de Él.

El Evangelio empieza diciendo que publicanos y pecadores comían con Jesús. ¿Qué hacen estos hombres comiendo con Jesús? Esa es la gran pregunta, y la respuesta es que están haciendo experiencia de Dios. Y los que están afuera no entienden: Los escribas, los fariseos se preguntan: ¿qué es lo que hace este hombre? ¿Quién es Jesús que come con estas personas? ¿No se da cuenta? Y la respuesta de Jesús sería: “Siéntense ustedes. Hagan ustedes también experiencia mía”.

En primer lugar, siempre Dios nos sale al encuentro. En segundo lugar, siempre lo primero que hace es posibilitar que uno pueda hacer experiencia de Él… y a partir de ahí empieza el camino.

Podríamos decir que Dios primero se nos da. En Dios está el don, no la exigencia. Eso es lo que nos pasa muchas veces: antes de empezar un camino empezamos a decir “no, porque hay que hacer esto y esto”. Pero eso no es lo que hace Dios. Antes de empezar Dios busca, antes de empezar Dios espera, antes de empezar Dios sale al encuentro.

Pablo hizo experiencia de lo que significa la misericordia de Dios, y lo que significa un Dios que espera. Y por eso la transmite: “Dios tuvo paciencia conmigo como nadie la tuvo. Dios me esperó”. Pablo reconoce en esa paciencia, en esa espera de Dios esa posibilidad de encontrarse con Él: hizo hasta lo imposible, salió al encuentro de Pablo en Damasco. Y Pablo sale a transmitirles a los demás esta experiencia que dentro de la justicia no se entiende. ¿Por qué? porque dentro de la justicia es o ‘lo vive’ o ‘no lo vive’, ‘lo cumple’ o ‘no lo cumple’. Y Dios sale de esa túnica, Dios se revela, Dios se da, Dios nos muestra su amor. No lo juzga a Pablo, le muestra su corazón, le dice: “Este soy yo, ¿querés venir? ¿queres seguirme?”. Esa es la experiencia de la misericordia que Dios tiene con Pablo, y frente a ese regalo o ese don Pablo se convierte en la oveja perdida, y encuentra el camino a casa guiado por Jesús de los hombros.

Esa es la experiencia que Dios quiere que nosotros tengamos de Él. Esa es la experiencia de un corazón de Dios que nos va a buscar hasta lo imposible, que nos va a esperar siempre, y que va a hacer lo posible para encontrarnos.

Pidámosle a Jesús poder hacer nosotros esta experiencia de Dios, el poder descubrir a este Dios que nos busca hasta donde no parece que puede haber más búsqueda, y haciendo esa experiencia en el corazón podamos vivirla, seguirla, y transmitirla a los demás.


Primera Lectura: Éxodo 32, 7-11. 13-14
Salmo: 50
Segunda Lectura:
Primera carta del apóstol San Pablo a Timoteo 1, 12-17
Evangelio:
Lucas 15, 1-32

Homilía: "Carguen con su cruz" Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Hace un par de años salio una comedia muy divertida, “Simplemente no te quiere” que se trata de una serie de parejas de novios, mirados siempre desde la perspectiva de la mujer. Muestra la ilusión que las mujeres ponen en el otro, y de que el hecho de que sea justamente el hombre que ellas buscan, es una excepción. Pero quiero detenerme en una escena en la cual Jennifer Connelly, que hace de Jenny, quien esta viviendo con el novio (algo bastante común para la época en que vivimos), pero se entera de algunas cosas que le hacen darse cuenta que su noviazgo y la convivencia que está llevando no parece ir a llegar a buen puerto como ella esperaba. Ella se da cuenta y lo encara al novio y le dice: “Quiero hablar con vos. Algún día te vas a casar conmigo ¿sabes no?”, por lo que el novio le contesta: “De nuevo este tema, ya la charlamos”. “No me importa si lo charlamos, yo quiero saber si te vas a casar o no conmigo. No me des más vueltas”, dice ella, y entonces él le responde: “Vos sabes lo que yo pienso del matrimonio”. Jenny le vuelve a preguntar, y él no responde nada. Se va triste por no haber encontrado la respuesta que esperaba del otro, y la entrega que esperaba del otro más allá del significado que para uno o para cada uno de nosotros tenga el matrimonio.

Porque, si somos sinceros con nosotros mismos, todos esperamos del otro una entrega total en la vida. Eso es lo que queremos, lo que deseamos, y lo que buscamos día a día. Por eso cuando somos jóvenes vamos escalando y buscando cuáles son los verdaderos deseos que tenemos en el corazón. Esto muchas veces nos cuesta o nos lleva tiempo: encontrar qué es lo que quiero, cuál es mi lugar en el mundo, con qué persona uno quiere hacer un camino y entregarle la vida, cuál es la propia vocación, cuando vemos que a los chicos les cuesta encontrar la carrera y después comprometerse con ella, o con un trabajo…

No sólo es encontrar. También vemos que hay dificultad para recorrer ese camino, para poder llevar a cabo eso que queríamos y deseábamos durante toda la vida. Ahí es cuando las cosas no se dan como uno quiere o espera. Para eso basta mirar lo que pasa en nuestra sociedad (sin juzgar) cuando vemos que los matrimonios que se casaron con ese deseo en el corazón de vivir toda la vida, no lo pueden llevar adelante. O la vida religiosa o sacerdotal donde muchas veces uno se consagra con ese deseo en el corazón pero tampoco lo puede llevar adelante de la manera que esperaba o quería. Y así podríamos mirar muchas cosas y muchas áreas de nuestra vida donde nos cuesta recorrer ese camino que pensábamos y queríamos lograr.

Sin embargo, podríamos hacernos una pregunta frente a esto: ¿entonces vivir un deseo tan profundo en el corazón es una utopía, es un ideal que no se puede llevar adelante? Y creo que para esto podemos mirar realmente si lo que deseamos es otra cosa. Por ejemplo: podemos mirar la situación de un casamiento, en la que el marido o la futura mujer les dijera: “yo me caso con vos pero por unos años, por 3, por 5, o de lunes a viernes, el fin de semana olvidate de mí”, ¿uno se casaría de esa manera? ¿uno espera ese tipo de entrega del otro? O espera que la entrega sea: “Yo te quiero en las buenas y en las malas”… después veremos cómo se recorre ese camino, pero uno espera ese deseo de uno o del otro. En una amistad, por ejemplo: que uno le diga al amigo: “yo voy a ser amigo tuyo pero por un tiempo, no me quiero comprometer en ninguna circunstancia”, ¿uno espera eso del otro? O espera que un amigo justamente esté siempre, más cuando uno lo necesita, ¿no es ese el deseo que buscamos? Entonces creo que muchas veces cuando se relativizan los vínculos, no se está respondiendo al deseo profundo que uno tiene en el corazón, sino tal vez a un modo de vivir no tan comprometido pero que en el fondo no termina de saciarnos porque nos estamos mintiendo unos a otros. Porque claramente no es lo que buscamos ni queremos, sino que justamente lo que nos va a hacer felices es lo que verdaderamente colma al corazón, que es el deseo que uno tiene de poder entregarse y poder recibir del otro esa misma entrega en la vida. Obviamente que después en el camino hay mucha dificultades, y todos las hemos experimentado o la vamos experimentando, pero de diferentes formas y maneras intentamos vivir estos deseos, y aun cuando se frustren no tenemos que abortarlos, sino buscar la manera, aunque a veces sea un poquito rebuscada, de poder llevarlos adelante.

Y este deseo que tenemos en la vida, en el fondo es el mismo deseo que Dios tiene para nosotros en nuestra vida de Fe. En primer lugar porque es lo que Él hizo por nosotros. Él no nos dijo: “Les doy la vida, ahora es problema de ustedes”, sino que justamente se comprometió por nosotros: nos creó, se hizo hombre, estuvo con nosotros, nos mostró el camino, dio la vida, y día a día se sigue comprometiendo con nosotros. Ahora, esa entrega de Dios, de toda la vida por nosotros exige una reciprocidad de nosotros, y eso es lo que espera, que nos entreguemos, que nos demos.

Es esa entrega reciproca que se ve en este Evangelio. Tal vez uno de los Evangelios más exigentes que nos dice Jesús en el cual nos pide primero ‘un amor como el que Él tuvo por nosotros’. Él amó con todo el corazón y hasta dar la vida, y nos pide de nosotros un amor que se comprometa por eso, y no un amor que el día de mañana diga “ahora quiero más a este o este o tal cosa y ya no me comprometo más en este camino”, sino un amor que diga “Yo quiero caminar con vos y quiero caminar hasta siempre”.

El Evangelio dice que había mucha gente con Jesús. Ahora, seguramente Jesús descubrió que en esa ‘mucha gente’ que estaba con él había muchos tipos de personas: seguramente algunos que quisieron conocerlo, otros que pensaban (como se dice hoy) que ‘Jesús estaba de moda’, o ‘en este momento me viene bien’ o ‘me esta ayudando’, y Jesús les dice: “Yo quiero algo más de ustedes, no solamente que me rodeen, no solamente que caminen conmigo, si no que se entreguen y me sigan”. Podríamos decir que hay una diferencia entre caminar con Jesús para verlo, que decir “Yo te quiero seguir, yo me quiero entregar por vos”, porque esa entrega, primero exige un amor mucho más grande, y en segundo lugar también exige una renuncia a muchas cosas.

Y esa es la segunda cosa que nos pide Jesús: “Carguen con su cruz”, porque muchas veces habrá cosas que nos cuesten, que no vamos a entender, o que nos duelen, pero Jesús nos dice: “Yo también tuve que cargar con esa cruz. Ahora en ese camino también anímense ustedes, y vívanlo”. Cargar la cruz siempre tiene un objetivo más grande, que es el amor. Dios nos carga en la cruz por amor, y nos invita a nosotros a que descubriendo ese amor también nos animemos a cargar con las cosas que nos duelen, nos cuestan y que no entendemos de nosotros, de los demás, de nuestra Iglesia, de nuestra comunidad, para animarnos a seguir caminando igual.

Por último un ‘renunciar’ a lo que tenemos, en orden a Jesús. Y no porque no se pueda tener todas las cosas, creo que todos las tenemos y en general en abundancia (nos sobra), sino porque ellas estén supeditadas a Jesús. No puede ser que por las cosas o por cosas superfluas dejemos ese camino de Jesús, y es por eso que Él nos dice que todo lo demás tiene que estar supeditado a Él y al servicio de Él.

En el fondo nos invita a seguirlo con un corazón entregado, y a querer animarnos a recorrer el camino durante toda la vida, no durante un momento. Obviamente que ese seguimiento de Jesús implica también todo lo que Él nos invita, y también que vuelve a invitarnos, que vuelve a llamarnos, que es misericordioso, que nos perdona, que nos levanta, que esta a nuestro lado. Pero lo que nos pide es que nos animemos, que el deseo de nuestro corazón sea una entrega total y para toda la vida.

Pidámosle entonces en este día a Jesús, que así como Él se entregó por nosotros, nosotros también podamos tener esa entrega por Él, y que entregándonos por Él podamos amarlo y seguirlo con todo el corazón y toda nuestra vida.

Primera lctura: Sabiduría 9, 13-18
Salmo: 89
Segunda lectura: Carta de San Pablo a Filemón 9b-10. 12-17
Evangelio:
Lucas 14, 25-33

sábado, 4 de septiembre de 2010

Nuestra capacidad de confiar

La confianza es una de las actitudes que nacen naturalmente en cada hombre y mujer. Sin embargo, es una de las actitudes que más nos cuesta en la medida que crecemos, más en el mundo de hoy.

Hay un juego que se llama el lazarillo en el cual hay uno que guía y otro que hace de ciego que es guiado, en el cual, aparecen las dificultades que tenemos en confiar en quien nos guía. Como no quiero lastimarme o herirme, busco tener seguridades o controlar la situación. Así arrastro los pies, no me animo a avanzar, pongo mis manos delante de mi, etc. Esto que surge a partir de un juego nos muestra una actitud que aparece también en la vida.

Ahora, así como el miedo engendra la necesidad de defenderse y protegerse frente al peligro, la confianza nos permite confiarnos a otro, dejarnos conducir por su voz, caminar sin defenderme. Confío, porque el otro sabe, el otro ve, me quiere y busca lo mejor para mí.

La confianza de la que hablamos, es aquella que nace de creer que Dios me quiere y que va disipando mis miedos y me purifica de mis seguridades construidas. Pero para eso tengo que dejar de controlar las cosas. Hay dos palabras muy parecidas pero con un significado totalmente diferente: confianza y control. Cuando yo tiendo a querer controlar las cosas, voy perdiendo mi capacidad de confiar. De confiar en Dios, de confiar en los demás y de confiar en mí. Por eso tengo que animarme a soltar mis seguridades y lanzarme hacia adelante. Y para esto tengo que jugarme. Si estoy siempre evitando lo que me pueda resultar conflictivo, si busco tomar distancia de todo aquello que me pueda complicar o movilizar, si no me animo a buscar nuevos horizontes y caminos, voy a tener muy poca disponibilidad para escuchar y entregarme. Obviamente que no estamos hablando de ser ingenuos, de no ser precavidos, de dejar todo en manos de cualquiera, sin conocerlo, siendo totalmente indiferentes. Pero sí de ir creciendo en la confianza día a día con Dios y con los que va poniendo a nuestro lado.

Vivimos en un mundo donde hoy se nos invita más a desconfiar que a confiar. Parece que los demás tienen que probar que son dignos de confianza (algo que tendría que ser natural). Y este camino no tiene salida. Justamente la confianza es dar un salto. Yo elijo confiar en vos. No es algo que se pueda probar, sino solamente comprobar con el paso del tiempo.

Es verdad que a veces seremos defraudados, es verdad que a veces seremos heridos, pero también es verdad que es el único camino para crecer y madurar en la vida. Confiar los unos en los otros.

Imagínense si Jesús hubiese tenido que esperar que nosotros diéramos pruebas de nuestra confianza. O que nos la hubiese quitado porque nos equivocamos o no actuamos como esperaba. Justamente lo que nos ayuda a crecer y cambiar es esa confianza profunda que Cristo sigue teniendo en nosotros. “Levantate, volvé a caminar, yo sigo confiando en vos”.

¿Por qué? Porque me ama. La confianza es la convicción profunda de que el Padre me quiere en casa. Yo no me dejo encontrar cuando dudo que merezco que me encuentren y creo que se me quiere menos que a otros. Por eso tengo que seguir repitiéndome: “El Padre te busca”. ÉL irá a cualquier parte para encontrarte. Te ama, te quiere en casa, no descansará hasta que estés con Él.

Viviendo en esta confianza se abrirá el camino de Dios hacia mí y se cumplirán así mis deseos más profundos.

Homilía: "Amigo, acércate más". Domingo XXII del Tiempo Ordinario

En la película “Avatar”, que seguramente la mayoría vio, Jake Sully llega casi de manera inesperada a un nuevo planeta, descubierto hace unos años, llamado Pandora. De esta manera se encuentra con un mundo totalmente nuevo y distinto, porque ya casi recién llegado, tiene que empezar a interactuar con este mundo. No comprende mucho de lo que pasa en ese lugar: no solo un mundo distinto sino un idioma distinto, una manera de vivir y ver las cosas totalmente diferente. Es por eso que él (que empieza a interactuar entre ese mundo mientras esta despierto, y el otro mundo estando en el mismo lugar, más desde su realidad de ser humano) tiene que empezar a hacer todo un camino en el corazón para entender algo distinto, ¡con toda la dificultad que eso tiene!


Creo que si hay una cosa que nos cuesta a todos es comprender lo distinto, interactuar con lo distinto a nosotros. Es mas, a veces nos sentimos agredidos cuando estamos frente a algo diferente, y a él le pasa lo mismo. Me quedo entonces, con dos imágenes sencillas de la película (para los que no la vieron quédense tranquilos, no son esenciales): una es apenas llega, Neytiri (una de los habitantes ‘na’vi’ que lo salva) termina matando a un animal para salvarlo y él le agradece por lo que ella hizo, “No me agradezcas nada, lo que hice esta mal. Yo no tenia por qué matar a este animal, pero él me estaba agrediendo y tiene que empezar a entender algo distinto”. A nosotros muchas veces el valor de los animales, el valor de las cosas nos es totalmente menor, tan mínimo que ni lo comprendemos. Para Neytiri, existía una interacción, algo diferente a lo que Jake vivía, y algo que no valía la pena hacer por una tontería de parte suya. En segundo lugar, hay un momento en el que Jake empieza a tener problemas con una frase que repetían mucho: ‘yo te veo’. Él les preguntó a aquellos que tenían más experiencia, como la doctora Grace o el doctor Norm, qué significaba. Ellos le decían ‘yo te veo no significa que te veo con la vista, sino algo más profundo, veo tu corazón, te veo a ti, veo lo que pensas, lo que sentís, lo que sos, la manera en que vivís. Puedo ver en tu interior, puedo ver algo mucho más profundo que esa fachada que muchas veces nosotros ponemos’.


Y así de esa manera tiene que empezar a acotejar y a vivir con un mundo nuevo. Algo que a veces (como alguna vez hablamos) también nos sucede a nosotros: cuántas veces tenemos que aprender a dialogar con un mundo distinto, con un mundo nuevo, y no porque nos mudamos a un país diferente y no entendemos la lengua, podríamos pensar en las distintas generaciones de personas que estamos acá, desde los más grandes a los mas pequeños, y seguramente si nos ponemos a dialogar vemos las cosas de manera diferente, tenemos valores diferentes. Es más, muchas veces eso nos preocupa, ¿por qué? porque el otro no vive lo que yo creo que tendría que vivir, o uno que mira mas para arriba, porque el otro no vive lo que a nosotros nos hubiera gustado que viva.


Y así muchas veces nos encontramos con maneras de vivir diferentes. Ni hablar cuando a veces nos alejamos un poco de nuestras realidades sociales, de nuestro microcosmo pequeño y reducido en el que vivimos, en donde muchas veces no entendemos lo que nos pasa. Hace poco me pasó estando en una casa con una persona, que estaba un poco enojado con la gente de clase un poco más baja por todo el tema de los delitos, de los robos, y varias cosas más como si fuera prioritario solamente de ellos. Pero más allá de eso, lo que decía era: ‘Lo que pasa es que ellos son todos iguales’, a lo que entonces yo le contestaba: ‘Es curioso… ¿y sabes por qué? Porque ellos piensan lo mismo de nosotros, que somos todos iguales, que no nos preocupamos por ellos, etc’: es este distinto mundo en el que interactuamos sin ponernos del lado de ninguno.


Y a todo esto podemos sumarle un mundo distinto en el que también nos encontramos cuando vamos creciendo, que es el mundo de Jesús, un mundo que nos invita a vivir de una manera diferente. Lo que pasa es que sentimos esa tirantes en el corazón, la tirantes de lo que nos invita Jesús y lo que nosotros queremos o vivimos, entonces continuamente buscamos cómo podemos adaptar el Evangelio a nosotros, porque muchas veces así como esta nos parece casi ‘invivible’ y no porque no sea bueno (al contrario, nos parece grandioso), pero muchas veces nos parece tan lejano lo que Jesús nos invita que en vez de decir “hago lo que puedo y hasta acá llego esforzándome”, preferimos decir “adaptémoslo un poquito, cambiémoslo porque por lo menos que no diga esto; no nos gusta y buscamos la manera de decir que Jesús en realidad dice otra cosa”.


Y esto sucede con muchas cosas, desde parábolas que son difíciles de entender, con la gran misericordia que Dios nos da y nos regala, hasta también las parábolas que hoy hemos escuchado. En la cual en la Primera Lectura, nos invita a “no buscar los primeros lugares”. ¿Quién de nosotros no busca los primeros lugares? Por lo menos podemos hacer una cosa que es ser sinceros: lo busco, empecemos por ahí, diciendo: “me cuesta, vivir de la manera que Jesús me invita”, y por eso es todo un camino y un dialogo. Un dialogo nuevo con un Jesús que me invita a vivir de una manera nueva. Yo me imagino, o intento imaginarme a los fariseos, o también a los que estaban cerca de Jesús (sus discípulos, sus apóstoles) cuando Jesús les decía esta parábola: “No busquen los primeros lugares”, ellos se preguntarían: “¿Qué esta diciendo Jesús? ¿Qué es esto de ‘buscar el último lugar’?” Es empezar por atrás. Y no estoy diciendo que se desinteresen de las cosas, “no se preocupen”, sino que busquen otra cosa. Y algo más llamativo es que ambas parábolas, desde un lugar diferente piden lo mismo: en la primera somos invitados a una fiesta y nos dice que elijamos el último lugar; en la segunda somos los que invitamos a una fiesta a comer y nos dice que elijamos a los últimos. Se nos trastocan los órdenes, porque nosotros pensamos de una manera diferente en un mundo donde se nos invita a vivir de una manera diferente, a ser el primero. Nos peleamos por quién es el primero o quién es el mejor, que en general no podemos serlo porque siempre hay alguien mejor que nosotros, o entonces tal vez con quién es el mejor futbolista, quién es el mejor actor, lo que fuera, y casi pareciera que hay que encontrar quién es el mejor. Y tal vez podríamos preguntarnos si Jesús no nos invita a lo mismo, pero de otra manera. Tal vez Jesús sí quiere que seamos el primero en muchas cosas, pero podríamos preguntarnos en qué nos invita a ser el primero… y tal vez es en la humildad, en el servicio, en el entregarnos, en el darnos, en la bondad, en esos valores que día a día nos va mostrando.


Creo que si hay algo que intentó Jesús durante toda su vida fue transmitir cuáles eran los medios de Dios, cuáles eran los valores que teníamos que vivir en el camino que elijásemos. Si hay algo que Jesús nos da es plena libertad para elegir: ¿hacia donde quiero ir? ¿Cuál es el camino que quiero recorrer? No dice: “hagan esto”, “vos tenés que ser esto”, sino: “viví de esta manera tu deseo”, “caminá de esta manera”, y en este caso siendo humilde, siendo sencillo.


La gran pregunta es: ¿qué es esa humildad? Si vamos a la etimología, la humildad viene de ‘humus’ que es “tener los pies sobre la tierra”, lo cual es una de las virtudes más difíciles porque nos cuesta mucho (aunque los tenemos continuamente). Y Santo Tomás decía que era: “aprender a descubrir quién era o no”; o Santa Teresa “la verdad de uno, esa es la humildad”. Es decir, descubrir que estos son mis dones, mis talentos, todo lo que Dios me dio y puedo poner yo al servicio de los demás, y al mismo tiempo descubrir mis pobrezas, mis miserias, mis pecados que le quiero dar a Jesús para que reconcilie, que tengo que pedirle día a día que los transforme. Lo que pasa es que vivir ese equilibrio nos cuesta mucho, porque siempre tendemos a querer dejar algo de lado. A veces las cosas que no nos gustan de nosotros las tapamos; en primer lugar para que no las vean las demás, en segundo lugar para que no las veamos nosotros. El problema es que si tapamos nosotros mismos nuestras pobrezas y debilidades, no las vamos a poder cambiar, no las podemos transformar porque las estamos negando. Pero muchas veces no nos pasa esto, nos pasa que no descubrimos nuestros talentos, nuestros dones. Como algunas veces hablo con alguno, que le pido que me diga un don suyo, y me responde: “no, yo no tengo ningún don”. Yo le digo “bueno, ¡qué mal te hizo Dios! Porque no puede ser que no te haya dado ni uno”. Y nos cuesta vivir ese equilibrio, y eso mismo es la humildad. La humildad es poder descubrir quién soy. ¿Acaso Jesús no era bueno en muchas cosas? ¿Pero qué hacia con eso? Lo ponía al servicio de los demás, lo daba, lo entregaba. No buscaba el primer lugar por eso, y varias veces, hasta escapó porque querían hacerlo rey, querían ponerlo primero, querían elogiarlo, y el esquivaba ese lugar.


Y esa es la manera como nos invita a que vivamos. ¡Cuánto mejor estaríamos si no lucháramos por esas cosas, por entregarnos, por ser serviciales, por escuchar sin esperar hablar, por no contestar aunque me cueste, por no seguir en esa escalada cuando las cosas van subiendo, y dejarme en ese último lugar!


Eso es lo que Jesús nos invita a hacer. Nos invita a vivirlo con desinterés. Esta segunda parábola, creo que es más difícil que la primera, donde podríamos preguntarnos quién en el mundo vive esto: “no inviten a sus familiares, amigos, a nadie que conozcan; inviten a lisiados, pobres”, preséntenmelo porque no lo conozco. Tal vez, profundizándolo, podríamos decir qué es lo que estamos viviendo o nos esta invitando a vivir Jesús acá. Tal vez, el comienzo de este camino es ‘vivir con desinterés’, no estar mirando lo que hago y por qué lo hago. “Te doy esto para que vos me des esto”, “te entrego esto para que vos me entregues esto”, y vas perdiendo el sentido de las cosas. O por ejemplo como pasa ahí: hago una cena, un almuerzo, y a la hora de invitar gente, pienso en alguna persona que sé que si la invito después me va a dar algún beneficio o me va a invitar a algún lugar. En cada uno de los vínculos o la relaciones hago esto porque quiero darme, no estoy pensando recíprocamente qué es lo que tengo que hacer, si no qué es lo que yo quiero y de qué manera quiero amar. ¿Por qué? Porque de esa manera yo me voy realizando, y cuando vivo esto el otro también se alegra.


Hoy hemos elegido esta frase que dice: “Amigo, acércate más”. Y pensaba qué pensará uno cuando se sienta en el último lugar y le dicen “ven, acércate”. Qué pensaría uno de nosotros que está mirando de lejos, si Jesús nos dice “Ven, te quiero más cerca, quiero que estés conmigo”, porque muchas veces tendemos a distanciarnos, no nos sentimos dignos de ocupar ese lugar (obviamente no lo somos), pero es Él el que nos lleva, es Él el que nos toma de la mano, es Él el que nos acompaña, Él que humildemente nos dice: “Podés ocupar ese lugar”.


Ese es el camino que nos invita a vivir Jesús. ¿Por qué? Porque Él lo vivió primero. Él fue humilde, y se dio sin buscar interés, por nuestros intereses, dando la vida por nosotros.


Pidámosle entonces en este día, poder descubrir este llamado en el corazón que nos hace vivir con humildad, poder descubrir este llamado en el corazón que nos hace poder darnos y entregarnos, y que de esta manera podamos caminar y acercarnos como amigos cada día más a Él.


Lecturas

1º Lectura: Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29

Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11(R.: cf. 11b)

2º Lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24a

Evangelio: Lucas 14, 1. 7-14