viernes, 22 de octubre de 2010

Homilía "Oren incesantemente, no se desalienten". Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

En la película “Sueños de libertad”, Andy Dufresne es encarcelado, y acusado de matar a su mujer y su amante. Después de un período difícil en la cárcel logra la confianza del jefe de los carceleros que le enseña algunas maniobras financieras para que no le quiten tantos impuestos. Y así se empieza a ganar la confianza de cada uno de los que trabajaba ahí en la cárcel, hasta que llega al alcalde de la prisión, y empieza a ayudarlo con ciertos negocios financieros. Y en medio de esa confianza le pide si puede pedirle al Estado (mandándole una carta) para que le permitan poner una biblioteca en la prisión para los presos. Él le dice que sí y manda una carta. Pasa el tiempo y, obviamente, no obtiene ninguna respuesta. Entonces le pregunta al alcalde qué es lo que pasó, si sabe algo, él dice: “No, no, no te van a escuchar estos”, y Andy le responde: “Ya que no me van a escuchar, voy a empezar a mandar una carta por día”. Entonces todos los días empieza a mandar una carta, esperando respuesta. Pasa el tiempo, un año, dos años… hasta que un día, aparece alguien en la prisión y le dice: “Tu pedido encontró eco”, y va, y encuentra varias cajas con cheques viejos, y un cheque por 300.000 dólares para armar la biblioteca. Y el alcalde le dice a Andy: “Espero que estés contento ahora”, y él le dice: “¿Con esto? No, a partir de ahora voy a empezar a mandar 2”, y todos los días empieza a mandar dos cartas, hasta que le piden (mandándole libros de regalo, etc) que por favor no mande más cartas. Esta insistencia de él logró que algo que era justo (que lograran tener una biblioteca), algo para pasar el tiempo, educarse, recrearse, se pudiera hacer una realidad. Algo que parece simple y justo, pero que no es tan simple cuando se lleva a la vida real.

Es algo que nos pasa a nosotros en muchas situaciones. ¿Cuántas veces vemos muchos dolores que de nuestra sociedad en la televisión, o que sufrimos nosotros mismos cuando participamos de alguna marcha pidiendo justicia, pidiendo mejores condiciones para trabajar, para mejorar distintas realidades de nuestro país, esperando y luchando para que las cosas se hagan de diferente manera? Pero, ¿cuántas veces también nos cansamos en ese camino, y en ese buscar aquello que nos parece justo y está bien, y tendemos muchas veces a bajar los brazos? Y lo que es seguro es que cuando bajamos los brazos, eso que anhelamos se acabó, no sabemos cuándo va a llegar y cuánto tenemos que insistir, pero muchas veces sabemos que es la única forma de que alguna vez eso sea escuchado.

Hace un tiempo atrás cuando estaba en la parroquia del Huerto de los Olivos, me tocó visitar en un barrio muy carenciado a una persona que me pidió la unción para un hijo de ella muy chico, que tenía una enfermedad muy grave, y para eso necesitaba una silla especial (cosas que pasan a menudo). Me hablaba muy bien del Intendente porque le había conseguido la silla, y mi primera pregunta fue cuánto tiempo había tardado en llegar al intendente: “como 2 años y medio” me contestó. Pero justamente yo decía que consiguió esta silla por la insistencia, lo que tendría que haber sido algo tal vez más simple, tuvo que ser un insistir e insistir todos los días para poder conseguirlo.

Algo similar a lo que sucede en este Evangelio: una mujer viuda, desprotegida (como lo eran en esa época) pidiéndole a un juez que haga lo que tenía que hacer: impartir justicia. Algo simple para ver que muchas veces no se da como se tendría que dar. Insiste, insiste e insiste hasta que este hombre, cansado de su insistencia, le da la razón y no porque era su deber, sino porque la mujer lo cansó, lo aburrió. Es ahí donde consigue aquello que merecía, pero tuvo que trabajar con constancia para conseguirlo.

Y una imagen que se me venía a la cabeza cuando pensaba en este texto, es la imagen de los chicos cuando empiezan a pedir algo, esto que las madres y los padres conocen mejor que yo, este gran trabajo en el cual empiezan a insistir, pedir y pedir, taladrar hasta que uno dice “basta”: con tal de tener un poco de paz muchas veces uno empieza a ceder.

Y sin embargo es esa insistencia en la que se logra lo que uno quiere. Acá Jesús nos invita justamente a descubrir cuáles son las cosas por las que tenemos que insistir verdaderamente. Tal vez todos nosotros, desde los más jóvenes hasta los más grandes, podríamos pensar cuáles son las cosas por las que luchamos, nos peleamos e insistimos tantas veces en nuestras casas, en nuestros hogares: los más grandes en la educación, los más jóvenes con los profesores o en su casa para salir… Y así empezar a descubrir y mirar al mismo tiempo en el corazón cuáles son las cosas que yo verdaderamente quiero, cuáles son las cosas que en lo profundo de mi corazón me doy cuenta que deseo, y cuánto insisto y lucho por ellas. Porque, muchas veces, si uno se frena a mirar, descubre que uno insiste un montón por cosas que en el fondo no son tan importantes pero que las quiero ahora, y me olvido de luchar y pelear e insistir por cosas que para mí son centrales, por cosas que uno quiere con todo el corazón. Y cuando hago esto, como muchas veces hablamos, termino abortando a veces mis deseos, mis valores. ¿Cuántas veces pensamos que pelear por este valor, por este ideal no tiene sentido? Y tendemos a bajar los brazos, tendemos a veces a dejarnos llevar por la corriente, por lo que todos hacen aunque no esté de acuerdo, y no luchamos por aquello que verdaderamente vale la pena, y no vamos creciendo en aquellos valores que nos pueden ayudar a crecer y madurar en la vida.

Esa es la invitación de Jesús: “Oren incesantemente, no se desalienten”. Porque en primer lugar, esa oración los va a ayudar a encontrarse con Dios. ¿Qué es lo primero que hace la oración? Ponernos en dialogo con Jesús. Y cada vez que nos ponemos en oración con Jesús, nos ayuda a descubrir que somos hijos, y que hay un Dios que también quiere entrar en diálogo con nosotros. Esto no siempre llegará de la manera que esperamos o que queremos, pero nos anima a crecer y profundizar en ese vínculo de amor.

Esta es muchas veces una tarea ardua, nos cansamos porque a veces no llegan las cosas como esperamos o queremos, porque a veces nuestra oración se hace árida, se hace difícil. Sin embargo la única manera de crecer y progresar es animarnos a ponernos en oración, animarnos a insistir en este vínculo con Jesús.

La imagen que pensaba para esto de por qué, muchas veces, las cosas no son como uno quiere o como uno espera, la pensaba también para la relación padres e hijos. ¿Cuántas veces uno como padre o como madre no puede responder a todo lo que un hijo le pide? Hay veces que quisiera pero esta más allá de lo que se puede, a veces porque en ese momento no es bueno.

Creo que, analógicamente, muchas veces esto también pasa en la relación con Dios. La certeza que nos invita a tener Jesús es que Dios es fiel a sus promesas, y que de una u otra forma aquello se va a cumplir en algún momento, y por eso nos invita a crecer en ese vínculo y a mantener la fe.

La pregunta de Jesús es si quedará fe cuando Él llegue, si nos animaremos a caminar con insistencia… Los discípulos lo habían dejado todo y lo siguieron, la pregunta de Jesús es sí esto va a ser para siempre. Y la pregunta para nosotros es la misma. De distintas formas y de distintas maneras lo hemos seguido, y hoy nos pregunta a nosotros si también nos animamos a crecer, a orar, a rezar sin desalentarnos, sin desanimarnos, a hacerlo con confianza y con insistencia, para que también cuando Él vuelva encuentre esa fe en nuestro corazón.

Pidámosle a Jesús que escuchando esta pregunta en el corazón, la dejemos resonar. Miremos de qué manera queremos rezar, acercarnos a Él, hacer crecer nuestra fe, seguirlo y encontrarnos también con Él y con nuestra fe cuando Él venga.

lunes, 18 de octubre de 2010

Homilía: "Descubrió el paso de Dios por su vida, dio la vuelta y le dio gracias", Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario.

El año pasado les comente de una película no muy conocida que se llama “Prueba de Fuego”, la cual trata sobre un matrimonio que esta en crisis, en el que Caleb quiere separarse de su mujer Catherine. Cuando su padre se da cuenta de lo que esta pasando le da un libro en el cual le dice: “esta bien, si te tenes que separar cuando llegue el momento lo harás, pero yo te pido que si en tu corazón guardas algo por lo cual vos ves que hay algún tipo de deseo en el que vos sentís que queres estar con ella, pruebes esto” y le daba 40 lecciones. Eran 40 días para hacer distintos actos durante esos 40 días. Él acepta y empieza a probar punto por punto lo que aconsejaba ese libro. Sin embargo como sucede muchas veces, cuando la situación ya esta muy tensada o tirante, por más que uno afloje es muy difícil levantar las cosas. Entonces ambos siguen en su postura: Caleb enojado porque se lo ve que impone signos, gestos día tras día y su mujer ni siquiera lo reconoce, ni se da cuenta ni le dice algo, al contrario cada vez se distancia mas, y entonces ella esta en posición de no querer saber absolutamente nada; ni le importa ya los gestos que su marido esta poniendo por eso. Hasta que llega un momento en el que Caleb hace algo grande, algo importante por ella. Catherine no sabe quién fue, hasta sin querer de casualidad se entera quien fue él el que hizo eso. Y el reproche de ella para con él, aparte de agradecerle, es “por qué no me dijiste que fuiste vos el que hizo esto”.

Casi ironizando podríamos decir que habría que poner un cartel que diga ‘DAME GRACIAS’, como cuando uno le dice a un chiquito “¿cómo se dice? Gracias…”, que parece sencillo y por eso lo intentamos educar con los más chicos, pero sin embargo a veces algunos nos cuesta un poco más cuando somos grandes el aprender a agradecer por lo que el otro hace, porque muchas veces damos casi todo como por supuesto, no solamente a veces porque estemos enojados, como en este caso de la película en una crisis, sino también a veces porque pensamos que lo que tenemos es porque lo merecemos, o porque solo lo tenemos porque nosotros lo luchamos, o por lo que fuera. Pero vamos perdiendo esa sensibilidad que se alegra por lo que Dios y por lo que nosotros le damos. Y en ese camino vamos perdiendo esa sorpresa y ese deseo de agradecer al otro por lo que el otro hace conmigo.

Y en ese camino muchas veces nos pasa, como en el Evangelio que acabamos de escuchar, en el cual estos hombres se acercan a Jesús pidiéndole que los cure, mejor dicho, desde lejos le piden a Jesús que los cure. Como ustedes saben, alguna vez hablamos, la lepra que en ese entonces había no era la lepra que se descubrió en el siglo XIX, era una enfermedad mucho más grave porque no se conocía. Entonces cualquier enfermedad de la piel, cualquier mancha de la piel se consideraba lepra, sea considerada o no lepra en si. Y como la gente tenia miedo a un contagio, se los expulsaba de las ciudades o vivían en los cementerios. Para que se den una idea lo que era la lepra (si quieren pueden leer el Levítico), hasta las casas tenían machas de lepra, entonces perdían esa belleza, lo natural que la casa tiene….Y por eso ellos le piden esto a Jesús, ya que ellos no se podían acercar a la gente.
Y acá sucede lo primero curioso de este relato que es que Jesús no les dice que se acerquen. En general, hemos visto que Jesús ha tocado o curado a leprosos, pero esta vez Jesús desde lejos los escucha y le dicen “Ten compasión de nosotros”, es decir ‘sentí como nosotros’, ‘ponete en nuestro lugar’.
Podríamos decir que dan el primer paso en la fe, que es descubrir en Jesús alguien a quien le pueden pedir algo. Pero no solo dan este primer paso, sino que Jesús les dice “Ustedes quieren curarse, vayan al sacerdote” (en ese entonces el sacerdote no solo daba el culto, sino que podríamos decir que daba el ministerio de salud publica; cuando alguien tiene una enfermedad, en este caso la lepra, tenía que mostrar al sacerdote que estaba curado para que él lo dejara volver a unirse a su familia o comunidad). Y ellos creen en eso que Jesús les dice porque se ponen en camino, van hacia el sacerdote. No los cura inmediatamente, si no que Jesús los hace ponerse en camino, tal vez porque quería que hicieran un proceso en su corazón. Y en ese camino es que ellos quedan curados.
Y acá sucede este gesto llamativo, en el cual solamente uno de ellos vuelve hasta Jesús. Los otros 9, no sabemos por qué razón, no vuelven a agradecerle a Jesús lo que Él ha hecho. Tal vez porque no se dieron cuenta que fue Jesús el que los curó, tal vez porque querían rápidamente pedirle al sacerdote que les diga que estaban curados, querían juntarse con su familia, tal vez porque creían que se lo merecían, no lo se, esto no lo dice el Evangelio. La cuestión es que esto es un signo de pregunta para Jesús… Cuando este hombre, samaritano, se acerca a Jesús, la pregunta de Él fue: “¿Acaso no fueron curados todos?”.
Y lo primero llamativo es que el único que se acerca es un extranjero, un samaritano, clásico en Lucas. Hace muy poco escuchamos como un samaritano era el único que se detenía a ayudar a un hombre que había sido robado y golpeado.
Jesús nos muestra con este gesto como muchas veces los que se acercan a Él son los que creen que no se merecen algo, sino que lo reciben gratuitamente. Sino que los que creen que se lo merecen, no se dan cuenta justamente del don que Dios les ha dado. Y por eso no lo agradecen, y sin embargo como vimos, fueron dando pasos en la fe: creyeron en Jesús, se pusieron en camino, pero no volvieron a agradecerle eso que Dios había echo por ellos.

Mucho de lo que muchas veces nos pasa a nosotros, como por ejemplo en la oración. Cuántas veces le pedimos un montón de cosas a Jesús, a lo largo de la vida, a lo largo del día. La pregunta que nos podríamos hacer es si también le agradecemos con la misma insistencia o no, por lo que nos da, por lo que tenemos. Podríamos hacer una historia de nuestra vida, y mirar cuáles son los gestos o las personas, lo que Dios ha hecho, lo que Dios me ha dado día a día. Pero aún ahí podríamos aprender a mirar más en lo profundo, tal vez como dice esa canción que todavía resuena en los labios de Mercedes Sosa ‘Gracias a la vida que me ha dado tanto, me dio ojos, pies, un corazón, me dio la posibilidad de reírme, de llorar’, aprender a descubrir todo como un gran don, como algo que siempre se me dio. El tema es que muchas veces nos acostumbramos o muchas veces creemos que es parte de la rutina.

Por ponerles un ejemplo simple, ayer en la misa con niños, yo le preguntaba a los chicos si ellos cocinaban todos los días, y me decían que no, también si ellos lavaban todos los días, no, si ellos trabajaban todos los días, me decían que no casi hundidos, pero les decía, ¿sin embargo tienen eso en tu casa? ¿y agradecen por eso? Algunos de los mas grandecitos me contestaban que cocinaban, que lavaban… pero podemos dar un paso más siendo más grandes y podemos aprender a mirar qué es lo que agradecemos verdaderamente.

Me acuerdo que cuando era chico, una vez fuimos a un restaurant con mi papá y llega un momento en el que el mozo nos sirvió a todos la comida, y papá obviamente le dijo, más educado que yo, “muchas gracias”. Y entonces yo le dije: “Papá, ¿por qué le decís gracias?”, y mi papá me miró extrañado y me preguntó por qué pensaba eso. Yo le dije: “Nose, porque él hizo lo que tenía que hacer”. Y me empezó a explicar: “¿Vos hiciste la comida?” No. “¿Vos la pusiste en la mesa?” No. “¿Él te la trajo?” Si. “Agradece lo que él te hizo, agradece lo que esta haciendo por vos”. Para que sepan que es verdad, los chicos me preguntaban eso a la salida de misa, y si, realmente es verdad, era cabeza dura y lo sigo siendo… Pero me acuerdo que a partir de ahí fui descubriendo que hay un montón de cosas que uno las da por echas y no las termina agradeciendo frente al otro. Somos como muy rápidos para quejarnos, ¿pero somos igualmente rápidos para agradecer al otro lo que día nos da, para alegrarnos por lo que él otro hace, por lo que el otro ve? Porque vivimos en un mundo en el que parece que fuéramos casi intolerantes, estamos en el borde, y nos vamos cayendo.
Yo veo mi propia vida, a veces con mi familia, a veces mis hermanos sacerdotes, cuando hay cosas con mi Iglesia, cuando hay cosas que no me gustan soy el primero en criticar o quejarme, ¿pero agradezco con el mismo énfasis, por las cosas buenas que ellos día a día hacen? O podríamos pensar en lo que nos toca vivir… muchas veces nos vivimos quejando: en mi trabajo, que no me gusta mi jefe o tal cosa, voy al banco y tengo que hacer colas, no me tratan bien cada lugar que estoy, en el colegio, con la profesora que no me trata igual que a los demás… Ahora, ¿agradecemos con la misma rapidez con la cual nos quejamos cuando no nos gustan las cosas? ¿aprendemos a descubrir cada día lo bueno que el otro me da? En cada cosa, en cada ámbito nuestro, es como que vamos perdiendo esa sensibilidad, y el problema es que cuando perdemos esa sensibilidad solo miramos lo negativo y nos vamos cansando, y no solo nos vamos cansando, si no que eso nos angustia. ¿A quién le gusta ver lo negativo, o estar pelándose todo el tiempo? Y es por eso que tenemos que aprender a descubrir las cosas positivas y lo bueno que el otro pone día a día en mi vida, y no solo descubrirlo, si no dar gracias, porque eso ayuda no solo a querer seguir en el camino, sino también a darle fuerzas al otro por lo bueno que él hizo.

Creo que si hay algo que Jesús nos muestra es justamente animarnos a hacer por el otro, pero nos invita a nosotros a que cuando descubrimos todo lo que el otro hace por uno, tengamos esa grandeza en el corazón de decirle gracias, solamente eso.

Este es el ejemplo que nos da hoy este samaritano, tal vez el menos indicado. Descubrió el paso de Dios por su vida, dio la vuelta y le dio gracias. También miremos nosotros nuestra vida, descubramos el paso de Dios por nuestra vida, el paso de tanta gente que día a día hace tantas cosas por nosotros, y démosle también gracias todos los días.


Primera Lectura: Lectura del segundo Libro de los Reyes 5, 10.14-17
Salmo: 97, 1-4
Segunda Lectura: Segunda Carta a Timoteo 2, 8-13
Evangelio: Lucas 17, 11-19

Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Jesús

Hace unos días estuve haciendo mi retiro anual en el monasterio benedictino San Agustín en Córdoba. El espacio de silencio y recogimiento que encuentro en esos lugares me ayuda a bajar las revoluciones, a ir haciendo silencio desde el exterior al interior y a buscar encontrarme con Dios. Para meditar me lleve grabado (ayudado por la tecnología de hoy), un retiro del Padre Manuel Pascual, sacerdote de la arquidiócesis de Buenos Aires, basado en la siguiente frase de San Pablo “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Jesús” (Flp 2,5).

En sus charlas el Padre Manuel ayudaba a descubrir como en nuestra relación con Dios entra en juego toda nuestra persona, todo nuestro ser. Por lo tanto también nuestro fondo afectivo, íntimo, personal para poder así tener un vínculo integral con Jesús. Meditando y reflexionando me surgieron algunas líneas que creo nos pueden ayudar a encontrarnos con Jesús desde nuestro corazón y a evangelizar nuestros sentimientos.

1. Fomentar la capacidad de estar en contacto con nuestro fondo afectivo: escuchar nuestras sensaciones, sentimientos y emociones, prestar atención a lo que sentimos en el aquí y ahora. Es fundamental la actitud de atención continua a la vivencia del presente. Aprender a descubrirse y a conocer mis necesidades, mis deseos, mis expectativas... "¿Cómo me estoy sintiendo?" Es una pregunta que tenemos que hacernos de manera cotidiana, en medio de la actividad o de la relación interpersonal. La pregunta y la respuesta lejos de separar del entorno o del momento, ayudan a adecuarse mejor al mismo y a lograr una mayor integración personal.

2. Favorecer saber identificar y diferenciar nuestros sentimientos y emociones: la amplitud y la riqueza de experiencia emocional nos habla de la profundidad del corazón humano, de la forma creativa de vivenciar la realidad y de los múltiples modos de comportamiento a adoptar. Saber qué es lo que vivo y siento es darme cuenta de la propia interioridad y cimentar una autoestima que irá creciendo y, a su vez, fortaleciéndome.

3. Posibilitar la aceptación de todos los sentimientos como naturales y válidos. La crítica propia o ajena por sentir tal emoción o sentimiento, lleva frecuentemente a distorsiones afectivas. Todas las emociones y sentimientos que podemos experimentar, por el hecho de ser humanos y propios de uno mismo, son aceptables. Cada persona tiene derecho a sentir miedo, amor, odio o alegría. Los sentimientos no son discutibles. Son y pertenecen a cada cual que los siente.

4. Propiciar la responsabilización (hacernos cargo) de los propios sentimientos. Como fenómenos personales que vivimos y sentimos nos pertenecen, por ello son responsabilidad nuestra. Dicha responsabilidad abarca también las conductas que actúan a partir de esos sentimientos y emociones. Responsabilizándose de los propios sentimientos y de los comportamientos derivados, asumimos el poder de elegir nuestras conductas y la construcción de nuestro propio bienestar personal.

5. Permitirse vivir y expresar sentimientos y emociones diversas: crecer y desarrollar una vida plena.

Cuando Dios nos sale al encuentro en Jesús pone en juego sus sentimientos. Es más, podríamos decir que en Cristo nosotros conocemos los sentimientos de Dios. Jesús es la encarnación de los sentimientos del Padre. Y en Él, Dios se expone a nosotros y nos muestras sus sentimientos: su amor, su misericordia, su compasión, su humidad, su transparencia, etc. Pero no solo nos los muestra sino que nos invita a compartirlos, a hacerlos nuestros. Ese es el camino de todo cristiano. Ir día a día asimilando los sentimientos de Jesús. Animándose a descubrirlos y tratando de vivirlos en cada uno de los momentos de la vida.

Pidámosle a Jesús que descubriendo sus sentimientos podamos cultivarlos y hacerlos crecer.

Homilía: "Anímense a creer y a confiar", Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.

Cuenta una leyenda que en la época donde los pueblos querían construir sus Iglesias para tener donde encontrase de una manera especial con Dios, un pueblo decidió hacer un templo en una isla a dos millas de la costa. Y después, viéndolo en el lugar donde estaba como pasaban los vientos, decidieron encargarle a un montón de orfebres que diseñaran distintos tipos de campanas que adornaran en ese pueblo esa Iglesia y que ellos pudieran escuchar desde la costa, para que a ellos siempre les recordara y les anunciara esa presencia de Dios a través de la naturaleza, a través de diversas cosas. Y el pueblo se fue haciendo famoso por estos sonidos, estas campanas que retumbaban continuo frente a esos vientos que pasaban. Sin embargo el tiempo fue pasando y como sucede con las islas, esta isla se perdió, se hundió, y se perdió el templo con sus campanas. Pero quedó esa leyenda en que aún un día esa Iglesia se seguía escuchando esos sonidos a través del mar. Y siglos después, un hombre escuchando y admirado por esta leyenda, y con este deseo de poder encontrarse también a través de esos sonidos con este Dios, decidió ir hasta ese lugar para poder escuchar. Se sentó a la orilla y empezó a escuchar con mucha atención, y empezó a escuchar muchos sonidos pero no escuchaba nada de las campanas Entonces decidió seguir viniendo los días sucesivos para aprender a escuchar mejor. Y cada día que pasaba escuchaba cada vez mejor, pero el bramido de las olas, cómo se acercaban, también la bruma, pero no podía escuchar a esas campanas que repiqueteaban. Entonces fue hasta el pueblo, habló con los sabios del pueblo para que ellos le dijeran y le mostraran el camino para poder escuchar estas campanas. Ellos le dijeron que si, que si uno escuchaba con atención podía escucharlas, así que se volvió a poner en ese lugar desde donde observaba el mar, para poder escuchar esos sonidos. Los días siguieron pasando y los sonidos fueron siempre los mismos. Así que un poco decepcionado por no poder escucharlos, decidió irse, dijo “tal vez no se escuchar, tal vez esto es solo un mito o una leyenda, pero no tiene sentido que lo siga haciendo”. Así que fue por última vez a la costa, se tiró tranquilo en la playa a mirar el cielo, y empezó a escuchar de nuevo lo que escuchaba todos los días. Pero en esa tranquilidad, empezó a descubrir que esas olas que a él le hacían enojar día tras día porque no le dejaban escuchar esas campanas, tenían también un ruido muy grato a los oídos. Y entonces se dejó llevar, escuchando cada vez con mayor dulzura el sonido de las olas, hasta que de pronto absorto en medio de las olas, empezó a escuchar en lo profundo esas campanas que sonaban. Y descubrió como esa insistencia y ese dejarse llevar por las olas hizo que escuchara aquello que su corazón estaba esperando.

Y pensaba mientras recordaba esta historia, como también nosotros a lo largo de la vida vamos encontrando muchas cosas que nos alegran la vida y el corazón: sonidos, personas, historias, cosas que pasan en nuestra vida. Y que nos hacen tomar senderos, caminos, que nos hacen seguir caminando con un corazón renovado, pero en el que sin embargo muchas veces empezamos a perder esos sonidos, empezamos a ya no escuchar lo que escuchábamos antes, a no encontrar aquello que buscábamos, a desesperarnos un poco por no hallar lo que queríamos. Y como muchas veces nos vamos enojando, nos va angustiando, y muchas veces vamos abandonando aquello que buscamos. Y como en el camino muchas veces nos vamos dando cuenta que aquello que queríamos ya no es como antes. Ahora, ¿no es como antes porque no es lo queremos o deseamos, o no aprendimos a escuchar de nuevo? O hemos perdido esa sensibilidad para escuchar en lo profundo…porque a lo largo del camino muchas veces, como pasa en esta historia, vamos perdiendo esos sonidos.

Todos creo que en algún momento de la vida nos hemos encontrado con Dios. Si estamos acá es porque hemos descubierto que Él de alguna manera ha tocado nuestro corazón y nos ha llamado, pero cuántas veces también nos hemos perdido en el camino, cuántas veces hemos dejado de escucharlo, cuántas veces hemos dejado de encontrarlo, cuántas veces nos preguntamos si esto vale la pena., si tenemos que seguir caminando con Él o no, si queremos seguir buscándolo o no, y en medio de esos sonidos que hemos perdido nos preguntamos si eso que hicimos también valió la pena. Sin embargo la pregunta es: ¿en qué parte del camino estoy? Porque muchas veces a lo largo del camino, las respuestas que teníamos antes ya no nos alcanzan. Los sonidos que escuchábamos antes ya no nos alcanzan, y tenemos que aprender a escuchar mejor, tenemos que aprender a mirar con una mirada nueva.

Yo escuchaba, o leía el Evangelio, y me retumbaba esta frase que hemos puesto: “Auméntanos la fe”. Los discípulos o los apóstoles pidiéndole a Jesús que les aumente la fe. Yo decía, si ellos le pidieron que les aumente la fe, no se que queda para mi… porque si estos hombres que dejaron todo, lo encontraron a Jesús y lo siguieron, y en un momento del camino le empiezan a pedir y le dicen que no les alcanza la manera en que creen, como que ya no escuchan de la misma forma y manera. Ellos podrían haber dicho “nos decepcionamos frente a este Jesús”. Sin embargo no dicen eso, y le piden a Jesús que los ayude a poder creer de nuevo, que los ayude a confiar más, que les aumente aquello que les dio en un momento. Y esto frente a un pedido o a una pregunta que Jesús les responde: “Si tu hermano se equivoca, peca frente a ti, repréndelo”. Tal vez lo primero que hablo es explicar esto, ‘si tu hermano peca, repréndelo’, no dice ‘si te molesta lo que hace tu hermano o si no te gusta’ sino que si hizo algo que esta mal, uno tiene que corregirlo, uno tiene que enderezar. Ahora si se arrepiente, perdónalo; y si sigue viniendo arrepentido, perdónalo. Ahora la pregunta sería hasta cuándo, porque cuántas veces nos cansamos de un montón de cosas, no solo de los demás, si no también muchas veces de nosotros mismos, y también de cosas que pasan. Y tenemos la tentación de abortar todo, de dejar: “esto no es como yo quería” “esto no es como yo pensaba”. O me desilusiono, frente a las instituciones, frente a la Iglesia, frente a las personas que me mostraron el camino, y tengo esa tentación en el corazón de decir ‘hasta acá llegué’. Sin embargo los discípulos en vez de decir “yo no puedo” “me frustro frente a esto” “no me da la vida”, lo que le piden a Jesús es que les aumente la fe, que les enseñe a confiar más. Y en ese pedido de los apóstoles, de que los haga creer en este convencimiento y en esta fe, Jesús les pide que ‘aprendan a escuchar’. Les dice que si ‘tuvieran fe como un grano de mostaza’, ellos podían pedir que esa planta se plante en el mar y se halaría… yo lo he intentando, pero hasta hoy no lo he logrado, ni tampoco el mover montañas, así que mi fe es más chiquita que 2 mm de diámetro, como mide un grano de mostaza por si no lo conocen. Ahora la pregunta es: ¿una fe mueve solo eso? ¿o una fe puede mover también el corazón de las personas? No solo lo he hecho yo, si no que no conozco a nadie que haya podido hacer eso, pero si que he visto mucha gente que a lo largo de la vida y de la historia que fue transformando su vida por medio de la fe. He visto mucha gente que ha podido superar un montón de cosas por medio de la fe. He visto mucha gente que le cambió la vida a la otra por medio de la fe, por confiar en Dios, por confiar en el otro, y por confiar en ellos, por seguir insistiendo, por no cansarse, por decir “yo pongo mi fe en esto”. Es decir, he visto cómo el corazón se transforma cuando uno empieza a creer de nuevo, cuando uno se anima a confiar y a creer, y cómo uno puede lograr muchas más cosas de las que esperaba, de las que quería, de las que pensaba cuando se anima a creer.

Eso es lo que nos invita Jesús: “Anímense a creer y a confiar”.

“Si yo les dijera que haga eso, lo haría”. Tal vez lo que nos esta diciendo a nosotros es anímense ustedes a hacerlo, anímense ustedes a mover su corazón, anímense ustedes a mover sus pensamientos, a ponerse en camino, a ser como ese hombre, ese esclavo que cuando se le dice algo, lo hace solamente porque le toca hacerlo… Y entonces “ustedes confíen en mi”. ¿Por qué? Porque a lo largo de la vida no todo nos cierra, a lo largo de la fe no todo nos cierra. Algunas cosas las entendemos y las comprendemos, y otras cosas no las comprendemos ni las entendemos. Algunas cosas de las que nos pide Jesús nos cuestan, y en algunas otras decimos que si, que mas o menos nos cierra, y otra nos resulta dificilísimo. Sin embargo Jesús nos vuelve a decir: “Anímense a confiar, y sigan buscando”.

Me venía a la cabeza un genero de película que es el de aventura, como la película “Indiana Jones”, buscando toda la película hasta que encuentra algo… ¿de qué manera nosotros buscamos a Jesús? ¿hasta cuándo buscamos a Jesús? ¿o cuánto tiempo nos animamos a decir que perdemos (si se puede decir así) buscando a Jesús? ¿acaso, pienso yo, una madre o un padre dejaría de buscar a su hijo si no lo encuentra? ¿acaso alguien que ama dejaría de buscar ese amor si no lo encuentra? De la misma manera Jesús nos invita a buscarlo a Él, nos invita a caminar incansablemente, y cuando sentimos que nuestro brazo se cansa, que estamos quedándonos ya sin fuerzas, Jesús nos dice “vuelvan a confiar”.

Eso es lo que nos pide Jesús. Eso es lo que le pide Pablo a Timoteo: “Se digno de fe. Haz lo que se te pidió. Transmite lo que Jesús te mostró y lo que otros, te mostraron”. A nosotros se nos invita a confiar, y en segundo lugar se nos invita a transformar a los demás mostrándole nuestra fe, mostrándoles de qué manera se puede creer, y de qué manera se puede buscar, aun cuando uno no escucha más, aun cuando uno no ve, animarse a caminar en esa noche oscura.
Una vez les dije que si hay una cosa que me llamo mucho la atención en la cantidad de historias de vida de los santos que leí, sobre todo cuando estaba en el seminario, era cómo todos inexorablemente pasaron por momentos en los que no creían, momentos en los que no veían, años y años. Y sin embargo se animaron a decirle a Jesús: “Aumenta mi fe”…

Hoy nos invita a nosotros a mirar en nuestro corazón de qué manera lo buscamos y de qué manera creemos. Y animarnos a pedirle como los discípulos que aumente nuestra fe, para que podamos buscarlo y para que podamos encontrarlo.


Primera Lectura: Habacuc 1,2-3
Salmo: 94, 1-2.6-9
Segunda Lectura: Segunda Carta a Timoteo 1, 6-8.13-14
Evangelio: Lucas 17, 3b-10

Homilía: "Jesús resucitó para mostrarnos el camino, para hacernos desde acá hombres de Dios", Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

En el año 2008 ganó el Óscar a la mejor película Slumdog Millionaire, acá llamada “¿Quién quiere ser millonario?”. La película comienza con Jamal Malik, un niño de la calle, a punto de responder la última pregunta por 20 millones de rupias. Y aparece un cartel, como si fuese una pregunta del programa para que la resuelva el espectador: Jamal Malik está a una pregunta de ganar 20 millones de rupias ¿Cómo lo hizo?
A-Hizo trampa B-Tiene suerte C-Es un genio D-Está escrito
Y empieza a mostrar como las personas toman diferentes posturas frente a él. Muchos no le creen, ya que como puede ser que un chico humilde y sencillo sepa más que ingenieros, abogados, gente formada. Por otro lado, todo el pueblo más carenciado toma partido por él, lo tiene como bandera. Y la película juega entre estas dos posturas, no sólo por una pregunta sino por toda una ciudad, Bombay dividida. Es como un juego de contrastes continuamente, donde viven juntos, o uno al lado de otro pero donde pareciera que hay un abismo entre unos y otros. En la forma de vivir, pensar, sentir…

Abismos que vivimos a diario nosotros también. Cuan diferentes nos sentimos de muchos que viven a nuestro alrededor. Cuantos lugares de nuestros barrios no queremos pasar ni siquiera con el auto. Por no hablar de diferencias, abismos enormes que hay en salud, educación, situación social. Pero que se nos hacen tan cotidianos que vamos haciéndonos insensibles frente a ellos. Casi nos pasan desapercibidos.
Hasta abismos más cercanos a nosotros que tienen que ver con lo vincular. Cuantas veces sentimos que hay abismos entre nosotros y las personas que queremos. No nos entendemos, no nos comprendemos, no sabemos que es lo que quiere el otro, que le pasa, como llegar a él. O nos sentimos aislados, incomprendidos, alejados de todos. Pareciera que no solamente tiene que haber un precipicio enorme para que haya un abismo sino que aún en la cercanía esto se puede dar.

Como pasa en el evangelio. Miremos esta diferencia: en medio de los tormentos, este hombre que la tradición llamo epulón (en griego comilón), ve a la distancia a Abraham y a Lázaro y por primera vez en su necesidad lo nombra y pide que le haga y un favor. Lo que nunca se percató en la cercanía, un hombre pobre, que no tiene que comer, que vive a su puerta y que es tratado con indiferencia, ahora lo descubre en una situación contraria. El evangelio nos muestra dos hombres en posiciones totalmente contrarias que viven uno al lado del otro, en el que no hay ningún vínculo, como si hubiese un abismo entre ellos. Y uno de ellos que es juzgado por no haber tomado la iniciativa, por no haber hecho algo con lo que Dios le dio frente a la necesidad del hermano.
Porque ese es el camino de Jesús. Si queremos pensar en alguien que no necesitaba salir de sí mismo e ir al encuentro del otro es Dios. Sin embargo al ver nuestra necesidad, sale de sí mismo y viene a nuestro encuentro. No sólo nos da la vida, sino que al ver que estamos extraviados, que necesitamos alguien que se acerque, nos comprenda, nos sane y nos salve, se encarna para venir a nuestro encuentro. Como leímos hace poco somos esa oveja perdida que Jesús va a buscar. No se queda indiferente sino que se compromete. Y nos invita a nosotros a entrar en esa dinámica. Si queremos vivir ese encuentro, ese vínculo profundo con Dios en el cielo, tenemos que aprender a vivirlo con nuestros hermanos acá.

Epulón descubrió en la otra vida que quería comenzar, de alguna forma, a vivir lo que no había vivido acá, pero ya fue demasiado tarde. Por eso se nos invita a nosotros a seguir otro camino. Este hombre ya en esa situación pide a Abraham que envié a Lázaro para que sus hermanos lo escuchen, y este le contesta que tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen, o mejor dicho que abran el corazón frente a lo que sucede. A lo que Epulón contesta que si alguien resucitará ellos creerían. Lo que es rechazado también por Abraham, ni siquiera así creerían.

Hoy somos nosotros esos cinco hermanos de la parábola, con una gran ventaja. No sólo tenemos a Moisés y los profetas, sino que tenemos a Jesús que resucitó para mostrarnos el camino, para hacernos desde acá hombres y mujeres de Dios. Como le dice Pablo a Timoteo, hombre de Dios practica la justicia, la fe, el amor, la constancia, la verdad… pelea el buen combate para conquistar la vida eterna. Hoy nos lo dice a nosotros ser hombre de Dios, es animarse a vivir una tensión: mirar el horizonte y comprometerse hoy. Durante mucho tiempo sólo se miraba al futuro olvidándose de vivir el día a día en el presente. Hoy muchas veces se mira solamente al presente, a mi comodidad, a que quiero y que me interesa hoy sin mirar hacia el futuro, sin tener algo por lo que luchar o comprometerse. Y en la fe no se pueden eliminar las tensiones, aunque podríamos ser más amplios, en la vida no se pueden eliminar las tensiones. Si queremos ser cristianos, hombres y mujeres de hoy como nos invita Pablo tenemos que empezar a vivirlo ahora: la fe, el amor, la justicia…

Esa es la invitación de Jesús animarnos a romper las distancias, a cruzar los abismos, a vincularnos los unos a los otros, como lo hizo el con nosotros, a tener una mirada distintas. A abrir los ojos de nuestro corazón para ver las necesidades de los demás.


Primera Lectura: Amós 6,1a.4-7
Salmo: 145, 7-10
Segunda Lectura: Primera Carta a Timoteo 6, 11-16
Evangelio: Lucas 16, 19-31

Homilía: "Aprender a servir a Dios, aprender a seguir a Dios, aprender a hablar este nuevo lenguaje de Dios", Domingo XXV del Tiempo Ordinario


Este es el día cada 3 años que los sacerdotes esperamos que nos llegue para poder tener que explicar este Evangelio que es un poco complicado. Y generalmente buscamos la forma de salir por la tangente, que es la última frase que es la más fácil: “No se puede servir a Dios y al dinero”, lo cual les digo que es una tentación muy grande en este momento. Pero vamos a intentar explicar esta parábola, si es que se puede explicar, si es que la podemos entender.

En primer lugar, tenemos que comprender el género literario de las parábolas. El género literario de las parábolas de Jesús busca que nosotros siempre desde la parábola tomemos una postura. Busca que uno se tenga que comprometer con el texto. Frente a esa parábola (esta o cualquiera), uno no puede pasarla como desapercibido. Hasta a veces no nos puede terminar de cerrar, como por ejemplo nos paso hace un tiempo explicando la parábola del Hijo Prodigo, que uno de los chicos levanto la mano y me dijo que no estaba de acuerdo con esa parábola, es decir, uno puede ser más sincero o no, tal vez se pone del lado del hijo mayor, del hijo menor, pero uno tiene que tomar una postura frente a eso. Y frente a todas las parábolas, Jesús busca que uno se involucre. Eso es lo primero central, busca que uno tome una posición.
En segundo lugar, la parábola no intenta explicar toda la realidad. Muchas veces en las parábolas, uno no entiende (como en este caso) que haya sido deshonesto, o que Jesús avala que haya sido deshonesto, o que uno sea injusto, sino que la parábola va a una enseñanza y va a un punto concreto, que es lo que quiere terminar de transmitir. El problema en este caso es terminar de descubrir ese punto concreto, y qué es lo que Jesús nos quiere transmitir.
Y creo que son dos enseñanzas las que nos quiere dar con esta parábola.
En un primer lugar es la urgencia del mensaje, el mensaje de Jesús: ese Reino nuevo que viene a nosotros, esa nueva manera de vivir que Jesús nos trae es urgente, e implica de nosotros una respuesta urgente. “Dame cuenta de tu administración porque ya no lo harás más”, no es que tiene tiempo para preparase, fíjense: no es que tiene tiempo para hacer juicio, para ver si lo que están diciendo los demás es verdad o no, tiene que dar una respuesta en ese momento, y tiene que actuar en ese momento. Y lo primero que se nos invita a nosotros es animarnos a tomar una opción en el encuentro con Jesús en ese momento. El mensaje de Jesús es urgente, y no es algo que yo puedo trasladar. No es algo en el cual yo puedo decir que ‘voy a elegir el momento en el cual me convierto’, o ‘debo elegir el momento en el cual elijo a Jesús’, si no que esta parábola nos deja en claro que nuestra opción tiene que ser ya, y que la decisión que yo tome tiene que ser en este momento. Ese es el primer paso que da este administrador, más allá de la elección, descubre la urgencia del momento y descubre que tiene que cambiar de conducta, que lo que ya hizo hasta ahora no sirve. Esa es la primera pregunta que nos hace tal vez a nosotros,
sí estamos dispuestos a hacer una opción por Jesús o por Dios en este momento, sí estamos dispuestos a elegirlo de corazón en este momento.
En esa frase final, “No se puede servir a Dios y al dinero” esta esa respuesta, qué es lo que yo elijo. Nosotros descubrimos muchas veces que nos cuesta, caminamos como a medias, eligiendo en algunos casos una cosa, en otros otra… Jesús nos invita a hacer una opción por Él de corazón.
En segundo lugar esta parábola intenta romper con una manera de ver la realidad. Jesús le esta hablando a los escribas y a los fariseos, a aquellos que se manejan con los demás con un solo criterio, que es el criterio de la justicia. Y frente a ese criterio de las justicia, ¿esta parábola no tiene sangre?, o mejor dicho este administrador no tiene salvación. Este administrador administró mal, tiene que dar cuenta de su administración, y para hacerlo sigue haciendo las cosas mal. Cualquiera que mire esta parábola va a decir que eso esta mal, que uno no puede hacer eso, uno buscaría que ese hombre busque otra salida, pero casi que diríamos que se embarra más. Y en la manera de ver nosotros las cosas desde ese criterio de justicia (el que hace bien las cosas o mal) este administrador no tiene salvación. Sin embargo para sorpresa de todos los que leemos esta parábola, el Señor alaba a este administrador. Obviamente no alaba su administración, pero alaba su astucia, alaba que buscó los caminos, que intentó hacer algo, y nos mete en nueva manera de relación con Dios, ya no solamente por la justicia sino habiendo descubierto que todo lo que se nos da es don, y que todo lo que se nos regala es verdad. Esa es la manera con la que Dios se relaciona con nosotros, descubriendo que hay un Dios que nos da mucho a todos, porque no solamente a este administrador, si no a esos deudores que también se les perdonó. “Debe 20, anota 10; debe 400, anota 200”, podríamos decir que hay unos hombres que se hacen cómplices de esta persona que también firma y sin embargo tampoco son acusados. Y nos muestra que todo lo que Dios nos da como don es un regalo para ver qué es lo que nosotros hacemos, que a veces lo hacemos bien y que a veces lo hacemos mal, pero que más allá de eso Dios esta dispuesto a perdonar si nosotros buscamos los caminos, si nosotros nos animamos a descubrir que aunque sea algo tenemos que cambiar, aunque sea ayudar a los demás como hizo en este caso (aunque no de buena manera) este hombre. La nueva relación con Dios ya no se basta en una justicia en la cual no tendríamos salvación, si no en un regalo, un don que Dios nos da y un perdón que Dios nos ofrece.

Y esa es la dinámica, es la que nos invita a convivir con Él. Esa es la nueva manera de vivir con Él. Sin embargo nos cuesta mucho. Nosotros muchas veces preferimos que se nos trate según la justicia, es mucho más fácil para nosotros y es mucho más simple en la relación con los demás. Cuántas veces cuando hacemos las cosas mal, cunado nos equivocamos, y el otro nos dice “no paso nada”, nos cuesta hasta a nosotros mismos perdonarnos, nos cuesta hasta a nosotros mismos aceptarlo, casi preferimos que el otro nos rete, nos grite, nos insulte, nos diga algo para que nosotros le digamos “Sisi, tenés razón”, y en ese tipo de relación nosotros nos sentimos bien. Pero cuando se nos perdona mucho, cuando se nos da mucho, muchas veces nos cuesta aceptarlo. O cuántas veces nos cuesta en la relación con Dios… cuántas veces cuando uno descubre que ha hecho algo grave, o que hay cosas que no puede cambiar, y las intentamos poner en reconciliación con Dios e intentamos pedir perdón, pero no terminamos de perdonarnos a nosotros mismos. Tenemos la certeza por un lado, de que Dios nos ha perdonado, pero a nosotros nos sigue dando vuelta… ¿por qué? Porque casi preferiríamos que fuera de otra manera… Se me viene a la cabeza una imagen que es la de película “La misión” (nose si la recuerdan porque supongo que la habrán visto hace mucho tiempo), en la cual hay uno de los hombres que se convierte: él venía atrapando a los nativos, a los indios y se mete dentro de los jesuitas, y cuando tiene que ir a una de las colonias, va subiendo llevando atada su armadura, hasta que uno de los que esta con ellos no acepta esa carga que este hombre tiene que llevar, y entonces va y rompe la soga para que se caiga toda la armadura y él pueda subir más tranquilo. Y este hombre va, baja, vuelve a atar su armadura y sigue subiendo. Él descubría que tenía que pagar de alguna manera eso, y si eso le era gratuito, él no lo podía terminar de aceptar… Entonces, cuántas veces nos pasa eso a nosotros. El tema es que Jesús nos mete en un nuevo tipo de relación: todo lo que Dios me da es un regalo, y yo lo que tengo que descubrir es qué es lo que hago con eso, y cuál es la manera en que me relaciono con los demás, y descubriendo que más allá de eso, siempre hay un Dios que está dispuesto a perdonarme, siempre hay un Dios que esta dispuesto a darme otra oportunidad, a caminar de nuevo con Él si yo me animo a poner el corazón en Él. En el fondo es aprender a servir a Dios, aprender a seguir a Dios, aprender a hablar este nuevo lenguaje de Dios.

Y esto es lo que trae Jesús, una nueva manera de relacionarnos con Él. Y ese es un camino que tiene que ir haciendo el corazón, para ir descubriendo que hay un Dios que nos invita a vivir, a hablar, a comportarnos de una manera nueva, a relacionarnos de una nueva forma.

Pidámosle a Jesús, aquel que viene a mostrarnos este nuevo corazón del Padre, aquel que viene a revelarnos el amor, la misericordia que Dios tiene por nosotros, que nosotros podamos abrirle el corazón, aprender a escucharlo de una manera nueva y seguirlo con el corazón renovado.




Primera Lectura: Amós 8,4-7
Salmo: 112,1-2.4-8
Segunda Lectura: Primera Carta a Timoteo 2,1-8
Evangelio: Lucas 16,1-13