miércoles, 30 de junio de 2010

Homilía: “Señor, yo te seguiré a donde vayas” (Domingo XIII del Tiempo Ordinario)


Hace varios años salio una película, “Blue Chips” o en castellano “Ganar de cualquier manera”, con Nick Nolte, Shaquille O’neal, Larry Bird y varios jugadores de basket más, que trata solamente sobre basket. Nick Nolt hace de Pete Bell que es un entrenador de Western University durante muchos años. El tenía un equipo muy bueno, era un brillante entrenador. A la Universidad le iba muy bien hasta que empieza a estar en baja su equipo de basket y cada día juega peor. Se acercan algunos de los responsables a decirle que esto tenía que cambiar, sabían que el problema no era él, sino que eran los jugadores que se estaban reclutando desde los colegios para la Universidad. El problema era que, aunque no se podía, los jugadores buenos iban por algún tipo de regalía, como por ejemplo un trabajo para el padre, cosas encubiertas que hacían que los mejores jugadores terminaran en las Universidades donde les daban mejores oportunidades a sus familias y a ellos. Pete en un primer momento no aceptó esto, decía que se estaba perdiendo la lealtad al deporte, hasta que le empiezan a mostrar que esto que el creía que era una lealtad muy grande con esos equipos menores que él había entrenado no había sido tan así. Se da cuenta de que ellos, a pesar de eso, habían manipulado muchas cosas, como la diferencia por la que ganaban, cuándo ganaban y cuando no para poder tener mejores réditos en las apuestas. Él se empieza a desilusionar y a ver que esa lealtad con la que el actuaba no había sido tal. Por lo tanto, deja que le consigan a estos buenos jugadores para su Universidad. Ahí empieza a tener una tirantez en el corazón porque se da cuenta que ahora tiene un equipo digno en su Universidad con el que ir en búsqueda de un campeonato, pero al mismo tiempo perdió esa libertad con la que él obraba, haciendo cosas con las que no estaba tan de acuerdo, ya no podía enseñar de la manera q a él le gustaba.


Esta experiencia en la que Pete se va dando cuenta de que, por el sistema, va perdiendo su libertad creo q es una experiencia que tenemos todos a diario. En la cual nos damos cuenta que, aun cuando el mundo nos invita a una libertad cada vez más grande; y pareciera que hoy se puede hacer lo que uno quiere, elegir lo que uno quiere, vivir como uno quiere… no es tan grande. En el fondo nos damos cuenta que muchas veces el entorno condiciona nuestra libertad. La gran pregunta que nos podemos hacer es ¿verdaderamente nosotros como personas o como sociedad hacemos lo que queremos? Después podemos juzgarlo y decir si esta bien o mal, pero en primer lugar debemos ver si esa libertad es tan grande como pensamos. Y no sólo por lo exterior que va condicionando nuestra libertad y a veces la va transformando hasta llevarnos a hacer cosas que no pensábamos que íbamos a hacer. Sino también en nuestra propia vida, con nuestros propios deseos. En un mundo que nos invita a elegir, ¿nos animamos verdaderamente a elegir lo que queremos? ¿A seguir a nuestro corazón? ¿A decir: “voy detrás de esto que quiero”?

Porque muchas veces nos quedamos paralizados por miedos. Descubrimos que queremos estudiar tal cosa pero también nos da miedo. Descubrimos que no estamos tan contentos en el trabajo que tenemos y queremos cambiar pero nos da miedo. No terminamos de dar el paso. ¿Cuántas veces esa libertad no termina siendo tal en nuestra vida? O quizás no es miedo, sino que no nos animamos. Tenemos todo controlado y la libertad implica una elección. Elegir algo para ir hacia delante y esa elección implica que ya no controlo tanto. Cuando estoy seguro en un trabajo, con el estudio, o con una persona, no me animo a dar el paso de elegir otra cosa que sí quiero porque ahí ya no estoy tan seguro. Implica confiar y no tanto controlar las cosas.

Así podríamos ir analizando distintas facetas de nuestra libertad para ver qué tan libres somos. También pasa cuando queremos cambiar, decimos: “esto no lo voy a hacer más” y no duramos ni 24 horas. Nos damos cuenta que no podemos cambiarlo tan fácilmente. Esta experiencia es la que tiene Pablo cuando invita a su Comunidad a que sean libres. Les dice: “Jesús dio la vida para que ustedes sean libres entonces vivan de otra manera. Utilicen esa libertad.” Sin embargo, Pablo también tiene la misma experiencia y muchas veces no puede. A veces la carne tira para un lado, el espíritu para el otro. La vida no nos deja hacer lo que verdaderamente queremos. Por eso invita a su comunidad a que se deje conducir por el Espíritu. Porque, justamente, si se dejan conducir por él van a vivir una libertad distinta. Es aprender a elegir con un corazón nuevo, renovado, entregado… y así poder seguir a Jesús también de una manera nueva. Esto es lo que Jesús nos muestra y pide en el Evangelio. Estamos en un momento crucial en la vida de Jesús, donde ya ha ido caminando, ha ido enseñando, ha puesto gestos y llega el momento en que tiene que ir a Jersualem. Todos sabemos que ahí Jesús va a dar la vida. Y por eso dice el texto “Jesús se dirigió decididamente a Jerusalem”. Si lo tradujéramos directamente del griego en realidad dice: “Jesús endureció su rostro”, como cuando uno se tiene que poner firme, cuando uno dice “quiero hacer esto y sé que va a ser difícil. Pero yo ya lo elegí y quiero hacerlo aunque me cueste”. A Jesús le va a llevar la vida esto.

En ese contexto en que Jesús ya eligió desde su libertad, aparecen estos diálogos con los discípulos en los que algunos quieren seguir a Jesús y otros a quienes Él va a invitar a que lo sigan. En el primer caso escuchamos a un hombre que le dice a Jesús: “Señor, yo te seguiré a donde vayas”. Esa expresión tan entregada es confrontada por Jesús que le dice: “Mirá que no va a ser tan fácil. Se acaban las seguridades, acá no vas a poder controlar tanto las cosas. Los zorros, los pájaros tienen donde estar pero yo no. Si querés seguir este camino preparate porque vas a tener que dejar muchas cosas en el camino”. Y no lo dice por desalentar a la persona (está claro que Jesús quiere q lo sigan) sino porque quiere que el otro sepa a lo que se va a enfrentar y que haga un camino en su corazón. Y como en este, en todos los casos aparece un diálogo. Seguir a Jesús no es tan sencillo y siempre implica un ida y vuelta. A los siguientes dos Jesús los invita a seguirlo, y sin embargo, hay reticencias frente a esto (“dejame enterrar a mi padre”, “antes quiero ir a saludar”, “tengo que hacer tal cosa”). El lenguaje de Jesús en su respuesta nos cuenta un poco, parece muy duro, dan ganas de decir: “aflojá un poquito, dejá que vivan estas cosas”. Es un lenguaje más duro, más semita y oriental. En el fondo lo que los discípulos están haciendo es poner una excusa porque no sienten que sea momento de seguirlo. Necesitan un tiempo para terminar de decidir. Esto es casi como contradictorio porque justo cuando Jesús se decidió a dar la vida, los otros dicen que todavía no es momento, y quieren esperar. Pero en la vida llega un momento donde uno tiene que dar el paso. Ya no puede retrasarlo más. Esto pasa en la familia, en un noviazgo, en el estudio, etc. Esto es lo que les dice Jesús: “Llegó el momento. Si quieren seguirme tienen que decidirlo ahora”.

Y frente a esto me venía una imagen de cuando fui a escalar el Aconcagua el verano pasado, del día en que intentamos hacer cumbre. Salimos con noche cerrada y el guía iba marcando el camino. No veíamos nada, teníamos una linterna en la frente que sólo nos dejaba ver las pisadas del otro, del que iba guiando el paso. Uno pisa donde él pisa. Primero, porque uno no sabe ni donde está, si hay un precipicio… el único lugar seguro es donde pisó el otro. En segundo lugar, porque uno no puede alejarse porque se pierde. Caminar así implica seguir el ritmo del otro y confiar en él. Esta imagen es la que más se me aproxima a lo que les está pidiendo Jesús. “Ahora suelten todo y síganme. Por mí y por lo que yo hago”.

Para que se den una idea, a Jesús lo llamaban Maestro, y los de esa época no eran como los del colegio de ahora que enseñan sólo algunas cosas y para colmo padres y chicos los cuestionan. Ellos eran maestros de vida, era algo mucho más profundo. No se les podía cuestionar nada, y se los distinguía porque caminaban y los discípulos caminaban detrás, aprendiendo de sus maestros una nueva manera de vivir. Si no estaban de acuerdo se iban, pero era el Maestro el que mostraba el camino. Esto es lo que tienen que ir aprendiendo los discípulos de Jesús, y esto es lo que nos pide a nosotros: “No pongan excusas ni peros. No digan que todavía no es momento. Empiecen a caminar, a vivir de esta manera. Después fíjense si esto es lo que les llena el corazón, pero ha llegado el momento”.

A nosotros a veces también nos cuesta seguir a Jesús con toda nuestra vida, que no sea algo más. Porque a veces pareciera que Jesús es para ciertos momentos de nuestro día: para cuando vamos a misa, para cuando rezamos o cuando tenemos un problema. Él quiere personas que lo sigan con todo, siempre, que las reglas no cambien estén donde estén. Porque sino se va creando como una esquizofrenia: “Cuando estoy en Pascua Joven o en misa sí, te sigo. Cuando salgo a la noche no, ¡olvidate!”. Jesús quiere algo distinto, que a partir de ahora lo sigan viviendo lo que Él vive. Implica un modo de vida distinto y hay que elegirlo. No se puede seguir jugando a dos puntas. Obviamente que no siempre podemos, pero la paciencia y la misericordia de Jesús es mucho más grande. Llega el momento en que hay que decir: “Opto por vos. Ayudame a elegirte y seguirte de esta manera”.

Esa es la invitación que Jesús les hizo a sus discípulos y la que nos hace a nosotros para seguirlo con toda nuestra libertad y toda nuestra vida. Pidámosle a Jesús que, escuchando este llamado, nos dejemos conducir por su Espíritu que abre nuestros corazones, nos muestra el camino y nos hace cada día más libres.


Primera lectura 1Re 19,16b.19-21

Salmo Sl 15

Segunda Lectura Gal 5,1.13-18

Evangelio Lc 9,51-62



martes, 29 de junio de 2010

Homilía: "'¿Quién dicen que soy yo?" (Domingo XII tiempo ordinario)

Hace varios años salió la película “City Hall”, en la que Al Pacino hace de alcalde de Nueva York (John Pappas es el nombre), y cuando comienza la película, sucede un hecho en el que matan a un chico de raza negra (James), y el caso se hace muy mediático. John está reunido con sus asesores, su secretario personal Kevin, y le asesoran que no vaya, que ahí no tiene que ir, porque lo van a recibir mal. Pero él dice que no, que ese es su lugar, que tiene que estar ahí, y va al velorio que están celebrando, a ese responso. Después de que habla el pastor, él pide la palabra, pasa adelante a orar y comienza diciendo esto: “A mí me dijeron que no viniese acá, que no me ponga detrás de este ataúd, que no dé la cara, que no me convenía. Pero eso no va a cambiar lo que paso con James, con este niño”. Y empieza a hablar de lo que significa tener una ciudad distinta, de lo que uno espera generalmente de las autoridades, y lo que muchas veces no encuentra. Y delante del ataúd termina diciendo: “Yo a James le fallé, yo no pude hacer nada por él. Pero no estoy dispuesto a renunciar por esto, si no que quiero luchar, quiero hacer algo distinto”, y sigue hablando, era un brillante orador, y esto que había comenzado casi como una inquisición mirando lo que iba a hacer, termina con un gran aplauso y una gran ovación por lo que él había dicho. Y toda la gente estaba admirada de lo que él hacía y decía, incluso este secretario Kevin. Sin embargo, en la medida que avanza la película, Kevin empieza a descubrir que este hombre no es solamente lo que dice: su manera de hablar en público, de relacionarse, de orar. Y a partir de ahí, empieza a desilusionarse, empieza a descubrir que no es tan limpio o brillante como parece, sino que tiene un montón de cosas más turbias, y empieza a investigar, desempolvar distintos asuntos. John, el alcalde, le dice que no lo haga, pero él continúa en ese camino por que quiere descubrir verdaderamente quién es el otro, para poder ver si a partir de eso, lo quiere seguir y entregar su vida en ese trabajo o no.
Ahora, esto que le sucede a Kevin como secretario de John, en el cual a lo largo de la vida y de su trabajo va descubriendo algo distinto, nos sucede muchas veces a nosotros. Muchas veces cuando empezamos algo, sobre todo algo que nos guste o que elegimos nosotros, lo hacemos muy ilusionados: muy ilusionados por un trabajo (al principio vemos generalmente todo lo bueno), muy ilusionados por una amistad, por un vínculo, por un noviazgo, muy ilusionados por un hecho (tal vez con una Selección que recién empezó y hace las cosas bien). Sin embargo, nosotros sabemos que tenemos que recorrer un camino, y que solo a lo largo de ese camino podemos ir conociendo verdaderamente al otro. Ahora, solo en la medida que yo me dé tiempo para estar con el otro, y que quiera verdaderamente profundizar en aquello que hago, podré descubrir verdaderamente si eso es lo que yo quiero o no. Ahora, eso necesita inexorablemente de tiempo, necesita que yo me dé tiempo a mí, y que le dé tiempo a los demás: tiempo para conocerme, y tiempo para conocer al otro. Y a partir de descubrir al otro, si poder decir “yo me quiero entregar a vos”, yo quiero vivir, y revivir, y dar mi vida por esta causa o por esta persona, pero en la medida en que yo este seguro, o con bastante certeza de aquello que creo. Porque muchas veces nos pasa que nos vamos entregando con todo el corazón en muchas cosas, que tiene mucho de bueno el entregarse y darse de todo corazón, pero que no terminamos de conocer todavía, y como no terminamos de conocer, nos vamos defraudando durante el camino, vamos teniendo que cotejar con la realidad, y eso descubrimos que nos va angustiando, nos va alejando, nos va quitando las fuerzas. Por eso solo en la medida que yo sepa con quién estoy, quién es el otro, y lo pueda descubrir, podre entregarme de una manera más plena, de una manera más confiada.
Esto es lo que de alguna manera, les pasa a los discípulos con Jesús. Jesús viene caminando con ellos, lo han ido conociendo a lo largo de este tiempo, y no solo lo han ido conociendo, sino que han escuchado que otros hablaban de Jesús. Entonces lo primero que les pregunta es: “después de tanto tiempo, yo quiero saber qué es lo que ustedes piensan, o mejor primero, qué es lo que escuchan que dicen los demás”. Nombran a Elías, un profeta que hizo grandes signos prodigios; nombran a Juan el Bautista, que los llamó a la conversión; a otros profetas. Sin embargo, Jesús les dice que no basta con lo que ellos escucharon, si no que quiere saber “la experiencia que ustedes tienen de mí”. Y es ahí cuando Pedro le contesta: “Tu eres el Mesías”. Ellos han ido conociendo a Jesús, y lo han ido descubriendo. Sin embargo, no basta con este primer paso, porque sabemos cómo sigue esto, cuando Jesús después les explique que el Mesías luego va a sufrir, va a ser condenado a muerte, va a morir en la cruza, ellos no van a querer que el Mesías haga eso, es decir entonces, que van a tener que seguir profundizando en Jesús, para ver de qué manera entregarse al otro, van a tener que irlo conociendo. Pero para eso van a tener que profundizar, y para eso van a tener que permanecer. El problema es que, hoy en día a nosotros nos cuesta mucho permanecer. Generalmente el mundo nos invita a cambiar, a hacer siempre cosas distintas, no solo a ser distintos de los demás como muchas veces escuchamos, si no que tenemos que estar siempre buscando nuevas experiencias, nuevas emociones, nuevas sensaciones, nuevos cambios. El problema es que, todos descubrimos que solo en la medida que nos animamos a permanecer, podemos crecer, y que en la medida que vamos cambiando todo el tiempo y que, solamente por cambiar, eso nos va angustiando, eso no termina de saciar nuestro corazón, y por eso cada vez buscamos experiencias más fuertes, sensaciones más fuertes, y menos nos comprometemos con el otro, pero tampoco termina de saciarnos. Lo único que sacia verdaderamente el corazón, es descubrir al otro, conocer al otro, conocernos a nosotros, y poder profundizar en eso, pero en toda la verdad del otro.
Hace un poquito atrás, me vino a visitar un amigo mío, muy amigo, que casé hace menos de 1 año, y venía a contarme que se estaba separando después de menos de 1 año. Creo que su matrimonio no llegar a cumplir la garantía que tendrían que tener de estar juntos más o menos, pero como era muy amigo mío, tenía la libertad como para animarme a hablar. Entre las cosas que le decía yo, le preguntaba “qué es lo que hicieron ustedes durante tantos años, ¿se conocieron? ¿sabían lo que estaban haciendo? Porque la verdad que yo puedo entender que a veces las cosas nos salgan mal, que a veces las cosas no den para más y uno se tenga que separar, ¿pero tan pocos meses? Acá hay algo que falló, acá hay algo que no se hizo bien, o algo que nosotros no transmitimos bien, ¿de qué manera ustedes crecieron y profundizaron en este vínculo para animarse a dar este paso, para animarse a entregarse? Con todo lo grandioso, y con todo lo que uno tiene que seguir creciendo, pero animarse a conocerse, no solamente estar, sino profundizar en el otro”
Eso es creo que lo que muchas veces nos falta hoy: animarnos a descubrir que tenemos que profundizar en el otro. En primer lugar porque necesitamos del otro. Jesús nos dice: “El que quiera salvar su vida, la perderá.”, y lo primero que a uno le resulta es como chocante esto, porque uno dice que quiere salvar su vida (creo que ninguno de nosotros quiere condenarse en ese sentido de la palabra), pero no es esto lo que está diciendo Jesús. Lo que está diciendo es la forma de vivirlo, la forma de vivir las cosas no es “me quiero salvar yo”, primero porque yo no puedo salvarme por mi mismo, creo que la experiencia más profunda real que uno hace es que él que lo salva a uno son los demás, que él que lo ayuda a crecer a uno son los demás, él que le da sentido a la vida de uno son los demás, él que lo ayuda a caminar a uno es el otro, incluido Jesús, él es el que nos ayuda a vivir de una manera distinta. Y el perder nuestra vida es justamente, descubrir que necesitamos del otro, que tenemos que estar al servicio del otro, y que es el otro el que me puede salvar, el OTRO con mayúscula (Dios), el otro con minúscula (Todos los demás). Ahora para eso tengo que animarme a descentrarme, no solamente mirar mis propias necesidades, si no también abrirme al otro, descubrir al otro, y descubrir lo que el otro tiene para darme. Ahora, esto solamente lo voy a poder hacer, en la medida que me vaya descentrando (como les decía antes), y en la medida que vaya confiando en el otro. Muchas veces lo que nos pasa es que, en el mundo de hoy, queremos tener todo controlado. Una de las cosas que a mí más me llama la atención es, vieron cuando ven en la televisión la gente que tiene mucha plata o muchas cosas, es como que siempre buscan más, no solamente buscan más para ellos, sino que dicen que tienen que asegurar su vida, la de sus hijos, casi que dicen la de sus nietos, bisnietos, tataranietos y ya no se ni como sigue. Y en el fondo es, yo quiero controlar todo, yo quiero no solo tener, si no que descubrir que todo esto ya está, listo. Pero en la medida que yo quiero controlar todo, yo me quiero salvar por mí, y no quiero dejarme salvar por el otro. Y la única forma de crecer en eso, es confiar, que como alguna vez hablamos es, justamente, contrario a controlar: cuando yo quiero controlar algo, es porque no confío, cuando yo quiero controlar al otro, quiero saber a dónde va, qué hace (y no es solo por querer cuidar al otro, y para que ustedes chicos no les digan a sus papás que no los controlen más), si no es porque yo quiero muchas veces, tener la vida del otro controlada. Y yo lo que tengo que aprender a lo largo de la vida es cómo confío, cómo voy soltando, cómo voy largando, cómo confío en el otro, y cómo hago para que también el otro confíe en mí. Y esto cada día más, y en la medida que crecemos, es más importante, en todo ámbito, en todo lugar, y la confianza justamente muestra ese deseo, y esa necesidad que yo tengo del otro, para que me ayude a crecer, para que me ayude a caminar.
Esto es lo que los discípulos descubrieron de Jesús. Cuando Jesús les pregunta, los interpela, y les dice, “¿Quién dicen ustedes que soy?”. Y hoy nos dice a nosotros lo mismo: ¿quién dicen ustedes que soy yo? Tal vez, podríamos tomarnos un tiempo esta semana en algún momento, y pensar quién decimos que es Jesús para nosotros, qué experiencia tenemos de Dios hecha en nuestra vida, y no solo la experiencia del librito (decir que Jesús es el Mesías, que Jesús es el Hijo de Dios), no, verdaderamente, qué es lo que yo he experimentado de Jesús, qué lugar ocupa en mi vida, cuánto lo necesito a él, y qué es lo que experimento cuando estoy con él, qué sentimientos, me alegra, me gusta, me consuela, me trae paz, en qué momentos más los he experimentado. Descubrir quién es este Jesús, y descubrir que mi alma, mi vida, todavía necesita de Él. Como dice el Salmo: “Tiene sed de Él”.
Los discípulos, cuando Jesús dijo que tenía que dar la vida, no entendieron, es claro que no entendieron. Pero descubrieron que necesitaban de Jesús, que deseaban a Jesús, y que tenían sed de Jesús, y por eso siguieron caminando con Él, no quisieron controlar a Dios, quisieron confiar en Dios, aun cuando no entendieron ni comprendieron, y eso era cargar con su cruz. No era solamente, tal vez, esa cruz grande que en algún momento de la vida aparece, sino cargar con su cruz día a día, muchas veces caminar detrás de lo que no entiendo, no comprendo, de lo que ordinariamente me toca y me cuesta: estudiar, trabajar, acompañar al otro, estar presente.
Eso es lo que nos invitó Jesús, eso es lo que nos invita a nosotros. Ahora, solo podremos caminar con Él, detrás de Él, en la medida que sintamos sed de Él. Sino diremos “hasta acá llegó”, y nos dedicaremos a otra cosa. Ahora, Jesús tiene el deseo de que nosotros caminemos siempre con Él, de que nuestra fe cada día se fundamente más en Él, y que descubramos nuestro camino en Él.
Animémonos entonces en estos días, a responder esta pregunta, quién es Jesús para nosotros. Animémonos a descubrir cuanta sed tiene nuestra alma, nuestra vida de Él, y de qué manera queremos seguir caminando detrás de él, siguiéndolo, y entregando nuestra vida.
(Domingo XII Tiempo Ordinario, lecturas: Zac 12,10-11; 13,1; Sl 62; Gál 2,26-29; Lc 9,18-24)

Homilía: "'¿Cuál de los dos lo amará más?" (Domingo XI tiempo ordinario)

En la primera temporada de Lost, serie de moda ahora que acaba de terminar, hay una imagen en la que Jack y Kate están mirando hacia el mar desde la playa, después de varios días en esa isla perdidos, donde ya habían pasado varios momentos duros, difíciles, intensos. Después de un tiempo en que se fueron conociendo, ella le quiere abrir el corazón. Para los que no la vieron, cuando comienza la serie en la que iban en el avión que se iba a perder en esa isla, Kate es llevada como prisionera, la están llevando hacia Los Ángeles, y esta con esposas. Ella nunca decide contar esto, y Jack es uno de los pocos que lo sabía porque la había visto esposada. Entonces en ese momento, después de haber entrado en confianza, ella le quiere abrir el corazón, y decide contarle por qué estaba presa. Jack le contesta que no es necesario, ella le insiste en contárselo. Hasta que Jack le termina diciendo: “Mira, en la vida es bueno que todos podamos volver a empezar”.
Justamente pensaba como esto es, muchas veces, lo que nosotros queremos en la vida. En general, cuando las cosas no han salido como uno quería, uno luego desea lo que es volver a tener una oportunidad, volver a empezar, querer hacer algo de otra manera. Lamentablemente, todos sabemos que para atrás no podemos volver, eso no es posible. Entonces, eso siempre se tiene que dar en la vida, el poder decir: “esto quiero que cambie en mi”. Ahora, para que esto sea posible, para que yo pueda volver a empezar, tengo que tener un deseo profundo de cambiar, tengo que tener un deseo profundo de que quiero que las cosas se hagan de otra manera, o quiero que las cosas en mi vida se hagan de otra manera, porque muchas veces tenemos el deseo vano de que eso suceda, pero es como que todavía no nos chocamos con la verdadera realidad. Vamos a poner ejemplos: me está costando estudiar, me va mal en el colegio… y uno dice “tengo que estudiar, tengo que estudiar” y uno lo dice, pero los libros siguen ahí cerrados, no tengo ganas, no tengo ese deseo, porque todavía no me he encontrado realmente con ese deseo, porque si verdaderamente yo quisiera eso (y no digo que no me cueste) pero pondría los medios para poder intentar que eso cambie. A veces tenemos que llegar a extremos para decir que me quiero poner las pilas: diciembre, marzo, o cuando ya no quedan más chances.
Y lo mismo nos pasa en nuestra vida. Muchas veces, aun en lo más grandes, o en los vínculos, o en ciertas cosas, uno dice: “Yo quiero otra cosa”. Por ejemplo, el que yo quisiera cambiar de trabajo, pero, ¿realmente quiero cambiar de trabajo? O estoy cómodo, acá por lo menos zafo, no es de lo que más me guste pero no mando ningún curriculum a nadie, no quiero una cosa distinta, quiero que me caiga del cielo, me pegue en la cabeza. Lo mismo en la relaciones, en los vínculos: muchas veces hay cosa que nos duelen, que nos cuestan, pero hasta que no nos duelen verdaderamente, o hasta que no nos chocamos con la realidad (muchas veces dura) de que el otro no está más con nosotros, de que busca otros caminos, uno hasta ahí no reacciona. Por eso lo bueno es poder siempre tener esa capacidad de reflexión en el corazón que me ayude a no tener que chocarme contra una pared para reaccionar.
Porque no siempre nos va a pasar como a David en la Primera Lectura. Tal vez para poner un poquito en contexto, al final del texto, David, que como rey tenía muchas mujeres, le gusta alguna, quedo flechado, tenía ganas de estar con una mujer, con Betzabé. Está con ella, que era esposa de otro hombre, Urías. Y como se da cuenta de lo que hizo, y la mujer queda embarazada, busca las mil maneras de solucionar esto, hasta que termina haciendo que lo maten a Urías, para poder salvarse de eso, una cosa lo va llevando a la otra. Natham, el profeta, se le acerca y le pone un ejemplo: “imagínate que dos personas en un ejemplo muy distinto, muy injusto, en esta misma situación”. Y David le dice que se le traiga inmediatamente a esa persona, que a esa persona hay que castigarla, y Natham le termina diciendo que esa persona era él mismo. Y ahí David cae en la cuenta de lo que hizo. Ahora, no siempre nos pasa que nos ponen frente a nuestra realidad, caemos en la cuenta. Uno puede decir que David la metió hasta acá arriba, no solo estuvo con una mujer que era de otro hombre, sino que lo mando a matar a este hombre… pero por lo menos tuvo la grandeza de reconocer esto en el corazón. Porque muchas veces, cuando nos ponen cara a cara frente a nuestra realidad, nosotros nos quejamos. David podría haber dicho: “Yo soy el rey, hago lo que quiero, a mí no me interesa lo que piensan ustedes”. No, por lo menos tuvo esa grandeza, a pesar del error grave, de decir que había hecho mal. Y el problema es que, si no tenemos esa grandeza, no podemos cambiarlo. Como muchas veces nos pasa que nos ponemos a la defensiva, ponemos excusas de lo que hicimos, o atacamos al otro diciéndole “como que vos nunca lo hicieras”, y no terminamos de hacernos cargo de la situación, de lo que nos pasa a nosotros.
Uno tiene que tener esa grandeza de descubrir que esto está mal, y hasta que no me anime a ponerle carteles, y con todos los colores decir “esto está mal”, no lo voy a cambiar. Recién cuando caiga en la cuenta, voy a poder dar ese paso. Un ejemplo de esto es, tal vez, el Evangelio que acabamos de escuchar, donde se da esta situación un poco rara, porque Jesús va a comer invitado a la casa de un fariseo. Nosotros estamos acostumbrados a eso, en general Jesús con los fariseos se está peleando todo el Evangelio, le están diciendo que eso no es lo que quieren, que esa no es la manera, Jesús los pone como mal ejemplo, pero en este caso es invitado a esta casa, a la casa de Simón. No sabemos por qué, no sabemos la razón: tal vez estaba un poquito sorprendido porque era Jesús, tal vez le parecía importante que vaya a su casa, quería conocerlo un poquito más. Sin embargo, gracias a una mujer (siempre son las mujeres las más impulsivas en esto) que se anima a hacer algo donde ella tendría que terminar mal parada, va a quedar mal parado este hombre. ¿Por qué se anima a hacer algo? Porque esta mujer no era deseada en esa casa, no estaba invitada seguramente a esa casa. Sin embargo, por Jesús se anima a ir hasta ahí. Fíjense la primera reacción de este hombre de decir que sí Jesús fuera verdaderamente profeta, sabría quién es esta mujer y lo que ella es. Ahora, Jesús sabe muy bien quién es esta mujer, y esa actitud va a hacer que Simón de a poco vaya quedando mal parado frente a esta situación, en la cual Jesús pone como ejemplo una parábola: “Había 2 hombres que debían. Uno debía 500 denarios, el otro 50 denarios (para que se den una idea, 1 denario era el salario de un día). A ambos se le perdona la deuda, porque ninguno podía pagarla, ¿quién amará más a esa persona?” La respuesta es fácil, a Simón le cuesta un poco decirlo, pero al final dice: “Al que se le perdonó más”. Bueno, esto es lo que hizo esta mujer: “Desde que entré acá, me mojó con sus lágrimas mis pies, los secó con sus cabellos, los besó. Mire todos los gestos de cariño que tuvo, y sin embargo tu no los tuviste”. Es curioso esto porque Jesús no está diciendo a quién se le va a perdonar, Jesús está diciendo que a ambos se les perdonó: a Simón se le perdona, y a la mujer pecadora se le perdona. El gesto que tiene Jesús va con todos, el problema es, acá, quién está abriendo el corazón a ese perdón. Y Jesús está condicionando, de alguna manera, el perdón al amor que tengamos al otro. Uno podría decir que esto es difícil, pero también esto es fruto de lo que experimentamos todos los días, porque cuando nosotros no amamos, es muy difícil perdonar. Podemos decir que el amor y el perdón están intrínsecamente vinculados, van juntos. Solo en la medida que yo ame voy a animarme a perdonar, y solo en la medida que yo perdone voy a crecer en ese amor, van caminando siempre de la mano y juntos.
Por eso, Jesús nos invita a nosotros a abrir el corazón, a tener esta grandeza. Este hombre seguramente era un hombre justo, Jesús dice que debía menos en realidad, es decir, no tenía tantos pecados. Por otros contextos del Evangelio, podríamos decir que el problema de los fariseos era que se creían buenos, y justamente, se creían superiores a los demás, y de esta manera se andaban comparando, y en vez de descubrir ellos en que tenían que cambiar, miraban qué era lo que el otro tenía mal. Y creo que en primer lugar, muchas veces no puede pasar esto, creer que “yo hago las cosas bastante bien”. Ahora, Jesús nos dice: “Yo me contento con que ustedes hagan bastante bien las cosas”, nos dice: “Yo quiero que ustedes sean perfectos”(ahora vamos a ir a qué es esto). Ahora, tal vez no nos pasa esto, tal vez no nos creemos superiores a los demás, pero creo que muchas veces lo que nos pasa es que hemos relativizado las cosas, no las miramos con la misma lupa, o de la misma manera. En primer lugar, pareciera que la palabra “pecado” es mala palabra hoy, no se puede decir que alguien cometió un pecado, cuando en realidad es de lo más normal, a todos nos pasa, y en realidad el Evangelio nos dice que tenemos que descubrir nuestro pecado para que Dios nos pueda dar todo su amor: regalarnos todo su perdón. Y en este mundo que aprende a relativizar, nosotros nos hemos tentado con decir “yo hago las cosas bien, intento ser bueno, a veces me sale mejor, a veces no me sale tan bien”. Sin embargo, tengo que intentar pedirle a Dios que me ayude a descubrir cuáles son las cosas en las que debo cambiar y crecer, cuál es mi pecado, porque sé que en la medida en que no descubra esto, no voy a poder crecer en el amor. En general el amor se estaciona por esto, no porque no somos buenos, porque creo que en general intentamos ser buenos, sino porque no descubrimos aquello en lo que obramos mal, lo relativizamos, lo dejamos de lado, lo escondemos. Y Jesús nos invita a decir: “Saquen esto de debajo de la alfombra, porque de la única manera de crecer es descubrir eso”. Generalmente nos pasa que, cuando amamos más, más miramos en el corazón nuestras debilidades, más las vemos, van unidas. Y solo vamos a amar más, en la medida que nos animemos a descubrir eso en el corazón.
Jesús nos dice que tenemos que ser perfectos. Obviamente que no lo vamos a llegar a ser, pero cuando nos dice esto, se refiere a que tenemos que amar más. El camino de la perfección es animarse a amar más, y para esto, yo tengo que animarme a mirar en el corazón, y decirle: “Jesús te pido perdón por esto”. Ese es el acto de grandeza, y eso es lo que nos enseña a crecer.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención en la vida de los santos cuando las leo, es que ellos se sentían que eran los más pecadores. Cuando uno lee la vida de la Madre Teresa, Santa Teresita de Licié, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Francisco de Asís, San Juan Bosco, los santos que nos dejaron sus escritos, estos santos que nos dejaron sus secretos son los que más pedían perdón continuamente. Ahora, ¿hacían esto porque eran malas personas? Yo creo que no, que ese no era el problema. Al contrario, hacían eso porque eran muy buenas personas, y esa grandeza de corazón les hacía tener una sensibilidad distinta, se daban cuenta cuando habían obrado mal. A veces pareciera que tenemos que meter la pata hasta acá arriba, embarrarnos totalmente como David para reconocer en la cosas que me equivoqué, y no, tal vez, el tener una sensibilidad distinta: aprender que no siempre escuchamos, que no siempre le damos la atención que el otro merece, que no siempre somos generosos con lo que tenemos, con nuestro tiempo, con lo que Dios nos da, que muchas veces prejuzgamos, que muchas veces no perdonamos, no abrimos el corazón al otro, que muchas veces no nos cuidamos, que muchas veces nos desbarrancamos. Creo que hay muchas cosas de todos los días que podemos aprender a mirar. Y en la medida que tengamos esa sensibilidad distinta, como esos santos, aprenderemos a amar y caminar de otra manera.
Esto es lo que descubrió Pablo: no es cuestión de la ley, es cuestión de la gracia. La gracia transforma al corazón, la ley solo me dice lo que está bien y lo que está mal, y frente a eso tiendo a dejarlo de lado. El amor me cambia, el amor hace algo distinto en el corazón, y me invita a ser mejor. Y esta mujer en el Evangelio tubo ese gesto, se animó a eso, a pedirle perdón a Jesús, y Él le dijo: “Tus pecados son perdonados”. También nosotros tenemos que hacer lo mismo, para que Él nos pueda perdonar, y para que, como hizo esta mujer, cuando le dijo: “Vete en paz, tu fe te ha salvado”, también Él nos pueda decir a nosotros, después de perdonarnos los pecados, “Vete en paz, tu fe te ha salvado.”
(Domingo XI Tiempo Ordinario, lecturas: 2Sam 12,7-10.13; Sl 31; Gál 2,16.19-21; Lc 7,36-8,3)

Nota: "Jugar un mundial"

Seguramente en la vida de cualquier futbolista no hay una experiencia deportiva más grande ni importante que jugar un mundial. Pocos, 23 jugadores, tendrán ese orgullo y esa responsabilidad en estos días. Pero no solamente los futbolistas están esperando y atentos a este momento. La mayoría de los argentinos o hemos comentado que jugador nos gusta o falta en la lista, o estaremos frente al televisor varias horas mirando partidos durante este mes. No importa si somos hombres o mujeres, grandes o chicos, casi todos estaremos alentado, gozando o sufriendo según como le vaya a la selección. Y la primera reflexión que me surge de esto es que lindo que como argentinos logremos esta unidad. Saber que todos estamos haciendo (en este caso mirando) lo mismo y teniendo un mismo sentimiento.
Desde chico me encanta hacer deporte y he practicado y aun hoy practico varios deportes. Y lo primero que me quisieron transmitir cuando comencé este camino es que con el deporte se podía hacer amigos y crecer como grupo. En este caso la selección es la que hace que seamos un solo grupo, que tengamos un mismo espíritu, y no es algo para despreciar, al contrario es algo para contagiar. Pienso en otras cosas que pudieran unirnos tanto y no se me ocurren. Solamente algunos hechos aislados, como ser solidarios ante una catástrofe natural (ejemplo tartagal) u otro hecho similar lograr unirnos en un mismo espíritu. Pero que bueno sería que esto que dura solamente un mes y nos hace alentar y ponernos la camiseta de un mismo país, se extienda a otras cosas. A intentar crecer y tirar juntos para un mismo lado en lo social, económico, político, familiar, etc. Siempre es bueno encontrar algo que nos una, en este caso el deporte, y desde allí intentar crecer juntos.
Lo segundo es trabajar en equipo. Para muchos y yo me incluyo tenemos al mejor jugador del mundo que es Messi. Sin embargo sabemos que eso no nos asegura nada, sino trabajamos en equipo, sino lo ayudamos a que pueda desplegar su futbol, a que encuentre otros intérpretes dentro de la cancha. Ni él ni ninguno de los jugadores van a brillar o irse contentos si no lograr trabajar y funcionar como equipo, luchando por un objetivo común. También esto es algo que podemos aprender y transmitir. Solamente creceremos como país en la medida que trabajemos juntos, que no nos queramos salvar solos sino que pensemos en el que tenemos a nuestro lado. En la medida que dejemos de pelearnos y aprendamos a confrontar y discernir juntos.
Lo último es que todos ellos llegaron allí después de entrenar y cuidarse (en general) durante muchos años. No se logra eso solamente con talento sino que hace falta sacrificio. Siempre escucho que nuestro país es un país rico, que tiene muchísimo para aprovechar. Pero no creceremos si no nos sacrificamos y nos ponemos objetivos a largo plazo. Si no frenamos la pelota, dialogamos y pensamos de acá a varios años.
Como dije al principio hoy nada nos une tanto como el mundial de futbol, ni tachamos tan rápido de la agenda como los horarios de los partidos. Ojala sea el punto de partida para que muchas otras cosas nos unan y para que aprendamos a valorar lo que tenemos, trabajando para construir un país mejor.

Homilía: "'Lo que yo recibí y les he transmitido" (Cuerpo y Sangre de Cristo)

Hace varios años salio una película muy conocida, “Titanic”, que supongo que la vieron la mayoría, o por lo menos conocen la historia, que comienza con un buque que buscaba fortunas, y que hace año estaba buscando un medallón, una esmeralda en medio del Titanic. Recorriendo lo en las profundidades del océano encuentra un dibujo de una persona con este medallón. Este descubrimiento lo pasan en la televisión, y aparece esta persona que todavía esta viva: Rose, quien tiene 101 años. Va con la hija hasta el buque y empieza ahí toda la historia. Ella empieza a contarles todo lo vivido en el Titanic, y toda la historia de lo que paso en ese tiempo. Simultáneamente les cuenta su historia de amor con Jack, este chico que conoce en el barco. Después de que termina toda la historia, en la cual Jack da la vida para que ella siga con vida y la salva, aparece de nuevo la imagen con ella contándole a los hombres, en el tiempo real, lo que había sucedido y les dice: “Él me salvó, pero en todas las formas en las que alguien puede ser salvado”. Es decir, no solo esa salvación de aquel que dio la vida entregándola para que ella pudiera seguir viviendo, sino aquel que dando su vida cambio la suya para siempre. En la película queda muy claro ese cambio de vida que ella hace, donde se anima a soltar aquello que no le gustaba, y a seguir lo que verdaderamente quería en el corazón, y al haber sido salvada y animarse a algo nuevo a partir de ese momento, a vivir de una manera distinta, a cambiar según los deseos que encuentra en su propia vida y en su corazón.
Creo que si nosotros miramos nuestra propia vida, seguramente encontremos momentos de distinta intensidad en las cuales nos hemos sentido salvados. Alguna persona, desde los vínculos más profundos, marido o mujer, hijos, amigos, hasta tal vez alguna persona desconocida, pero que estuvo conmigo en un momento importante, que supo ser para mi un momento de sostén, en un momento donde no encontraba el camino, en un momento donde estaba mal, en un momento donde me encontraba perdido, donde había perdido la confianza, donde tal vez tenía miedo. Tal vez un dialogo, un gesto, una palabra. Seguramente encontremos distintos momentos en los cuales podemos decir “esto a mi me ayudó”. Y seguramente encontremos, tal vez, esa persona que a mi me invitó y me hizo vivir de una manera distinta, aquella persona que me hizo descubrir qué era lo que yo quería, o cómo podía caminar de una manera nueva. Y cuando uno se siente verdaderamente salvado, y no con algo pequeño, generalmente eso hace que en mi corazón no solo sienta, en primer lugar, agradecimiento con la persona que me ayudó y me salvó, si no también que eso me invite a vivir de una manera diferente. Uno en general cuando siente que tiene otra oportunidad dice: “bueno esto lo tengo que aprovechar, esto me tiene que ayudar, esto lo tengo que cambiar”. Y si no me invita a cambiar, después veremos si lo podemos hacer o no, la gran pregunta es si verdaderamente eso fue importante para mi o no. Porque generalmente, ese deseo de hacer las cosas distintas muestra que yo verdaderamente descubrí que esto me cambió en la vida.
Esta es la experiencia que tienen los discípulos con Jesús, en el cual se han sentido salvados, tocados de tal manera con Jesús que esto los invita a vivir de una manera nueva. Empezando por Pablo, en esta segunda lectura: “Lo que yo recibí, y ahora les doy a ustedes, lo que les transmito es esto, es lo siguiente”. Podría decirlo de otra manera: “Lo que a mi me cambió la vida, lo que a mi me salvó y quiero que a ustedes les cambie la vida y también los salve, es lo siguiente”. A nosotros nos cuesta tal vez un poco entender esto porque para nosotros es como que nuestro cristianismo es “algo más” en nuestra vida, casi que uno siente muchas veces en la vida que puede seguir viviendo creyendo en Jesús o no, estando cerca o no, y puedo seguir trabajando, estudiando, con mi familia, estando de novio, hacer mi vida como casi aparte de Jesús. Y tal vez Jesús le da un plus a mi vida, y por eso como lo inserto, también lo elijo, obviamente que uno sabe, en lo profundo del corazón, que uno tiene que ir configurando la vida con Jesús. Pero muchos, y tal vez a veces nos pasa a nosotros, vivimos esto como si fuera algo más. Sin embargo esto en el judaísmo es imposible, no hay manera de que esto se viva así. Habría que ver hoy, pero en la época de Jesús no hay forma, porque desde lo religioso esta legislado todo lo que uno tiene que hacer. Por ejemplo, qué se puede comer, qué no se puede comer, cómo me tengo que vestir, cómo no me tengo que vestir, con quién me puedo encontrar y juntar, con quienes no me puedo encontrar ni juntar, qué tengo que celebrar y festejar, qué no tengo que celebrar ni festejar, por qué territorios puedo pasar, por qué territorios no puedo pasar, o cuando entro en duda con lo que tengo que hacer en mi vida, tengo que ir a un maestro y preguntarle ¿qué es lo que tengo que hacer? Es decir, para un judío vivir su judaísmo implica vivir en todo según lo que es ser judío. Entonces, encontrarse con Jesús, y empezar a vivir de una manera nueva es un cambio total, y por eso les cuesta tanto, y por eso escuchamos que de pronto discuten si se puede comer cierto alimento o no, se puede juntar con esta persona o no, porque la nueva realidad en Cristo es una realidad tan nueva, que nos lleva a vivir totalmente de una manera distinta. Esto es lo que descubrió Pablo, esto es lo que descubrieron los apóstoles, esto es lo que los guió a los discípulos, la salvación de Jesús en ellos pasa por vivir de una manera totalmente distinta todo lo que hacen, les cambia la vida.
Escuchamos en el Evangelio como Jesús esta hablándole a la gente, y se ve que tenía una palabra que llegaba al corazón de la gente y les cambiaba la vida, como sanaba a la gente, y sabe que también eso les cambiaba la vida. Pero no se queda solo en eso, si no que también los alimenta, les da de comer. Pone otro gesto, un gesto curioso porque es el único gesto, el único milagro que tenemos en los 4 evangelios. Se ve que llamó la atención de tal manera este gesto que Jesús hizo, que todos los evangelistas lo transmitieron, o algunos hasta por duplicado como Mateo y Lucas, todos ponen este gesto ahí, este alimentar de Jesús, porque se ve que en eso encontraron algo más. ¿Por qué en esto encontraron algo más y en los otros gesto tal vez no? Porque tal vez acá descubrieron lo que Jesús quería hacer en su vida, y lo que quería hacer con cada uno de ellos.
Cuando nosotros nos reunimos a celebrar no lo hacemos como que Jesús hizo algo en un momento para recordarlo, si no lo hacemos porque creemos que Él se hace presente, y porque creemos que también toca y sana nuestras vidas. Pero si tenemos esta certeza es porque otros los vivieron primero, y lo transmitieron. Como dijo Pablo: “Lo recibieron y lo llevaron”. Esto es todo lo que dice el Evangelio, le dicen: “Despide a la multitud”, Jesús les dice: “Denle de comer ustedes mismos”, “No hay posibilidad” le contestan los discípulos. “Bueno, háganlos sentar, de a 50”, así hace el gesto, el milagro, “denle lo que yo les dí, repártanlo”. Seguramente cuando ellos recordaron este gesto, recordaron lo que tenían que hacer con la vida de Jesús. No era solamente Jesús el que se daba, si no que también los invitaba a ellos a que compartan lo que Jesús hace. Los discípulos sentían que no tenían nada para darlo a la gente. Y es en la fe donde lo único que podemos dar es lo que no tenemos. Siempre para dar algo tenemos que tenerlo, pero en la fe es Jesús el que da, y lo único que nos pide es que seamos nexos, seamos instrumentos, lo llevemos a Él a los demás. No tenemos para darle de comer, no sabemos como hablarle, no sabemos que decirle, pero Jesús nos dice: “No se preocupen, vayan”. Esto lo entendieron, esto lo vivieron, esto lo compartieron, y de esa manera lo recibimos nosotros. Esto es lo que tenemos hoy, a este Jesús que se no dio, no solo que se nos dio, si no que se nos da.
En un ratito, en esta mesa, se va a hacer presente su cuerpo y su sangre, porque vamos a hacer esto “en memoria de Él”, porque creemos que Él se hace presente, porque no solo nos deja un testamente, si no que nos deja un alimento, algo que quiere que día a día nos acompañe, nos de fuerza, para que siempre recordemos aquello que recibimos.
Así como recibimos a Jesús, y recibimos el anuncio a los demás, animémonos, como lo hicieron muchos, a poder llevarlo y transmitirlo.
(Cuerpo y Sangre de Cristo, lecturas: Gn 14,18-20; Sl 109; 1Cor 11,23-26; Lc 9,11b

Homilía: "'La esperanza de ustedes no será defraudada" (Santísima trinidad)

A principio de año salió una película muy buena que se llama “Un sueño posible”, con Sandra Bullock, basada en un hecho verídico, que cuenta historia de un chico joven, Michael, que va pasando de familia en familia adoptiva. En cierto momento se va de su última familia, y se encuentra caminando por la calle en un noche lluviosa. En ese momento un chico que él conocía por su colegio, le dice a sus padres: “Uh mira ahí está Big Mike (le decían así porque era enorme). Su madre le pregunta a Michael: ¿tenés dónde dormir?” “Si, si, quédense tranquilos” y sigue caminando bajo la lluvia. Hasta que esta mujer, decide volver a buscarlo, da la vuelta, se baja y empieza a hablar con Michael. Se da cuenta de que en realidad no tenía donde dormir, entonces se lo lleva a su casa. Cuando están allí, después de hacerlo dormir, lo primero que siente la familia, al despertar al día siguiente, es miedo, empiezan a pensar si les habrá robado. Pero ven que estaba todo armadito, la ropa sobre el sofá donde había dormido, y que este chico se estaba yendo. Esta mujer, Leigh Anne, va, lo busca, y decide dejarlo en la casa. Un tiempo después, le prepara el cuarto de huéspedes para él. Entonces, ella va toda contenta a mostrarle el cuarto, y le empieza a decir “Acá tenés el sofá, este es el escritorio, esta es la mesita de luz, esta es la lámpara, acá tenés el despertador, esta es tu cama”, y cuando termina, Michael le dice: “Nunca tuve uno”. Ella lo mira y le dice: “¿Qué, un cuarto propio?”. Y Michael le responde: “No, una cama”. Ella se queda perpleja, rápidamente sale del cuarto y se va, conmovida por lo que acaba de escuchar. Tenía un corazón muy grande y generoso, pero darse cuenta hasta lo poco que el otro tenía, lo hace como pasar a otra dimensión, como a ver algo nuevo, algo que no esperaba. Y ella tiene que abrirse, como les decía recién, a todo un nuevo mundo. Empezar a descubrir algo totalmente distinto que lo que ella imaginaba. Una mujer que se daba a los demás, pero que encuentra todavía gente mucho más pobre o necesitada, aún en su mismo barrio, de lo que ella creía. Y Michael nace también a una vida nueva, que es a tener ahora una esperanza. Esta persona que casi no podía estudiar, que no tenía donde vivir, que cada vez iba de mal en peor, de a poquito va encontrando una familia y una esperanza para poder ir caminando. Ahora, para que esa esperanza fuera posible, alguien le tuvo que abrir la puerta, alguien lo tuvo que ayudar. Tener lo que no recibió en la vida (lo que la mayoría de nosotros hemos recibido, como es una familia, amigos, una educación). Que haya alguien que se lo proporcione, alguien de alguna manera le devuelva esa esperanza.
Porque todos nosotros, gracias a Dios, creo que las cosas más necesarias de la vida las tenemos. Sin embargo, sabemos que hay mucha gente que no tiene esa posibilidad. Y cuando las puertas se nos van cerrando, uno va perdiendo esa razón para vivir, y va perdiendo la esperanza de que las cosas pueden ser de una manera diferente. Ahora, esto no es exclusivamente de gente que económicamente no la está pasando bien, o de una baja clase social, también nosotros muchas veces vamos perdiendo la esperanza. A veces la esperanza en nosotros mismos, porque nos deprimimos, porque estamos bajoneados, porque nos pasa algo, aún cosas que no queremos, porque no entendemos que es lo que nos va ocurriendo, porque nos hemos frustrado muchas veces en muchas cosas. A veces por cosas exteriores: el país nunca va a cambiar, siempre son los mismos los políticos, mi equipo de futbol, la mayoría son de Boca y de River y van para atrás (bueno, eso uno tiene la esperanza de que cambie ahora con los técnicos), en el Mundial a dónde vamos a llegar (vamos a ver qué pasa dentro de poquito). Pero más allá de esas cosas malas, muchas veces vamos perdiendo la esperanza, como les decía, en cosas más profundas, que es en nuestra propia vida. Y también a veces en nuestra relación con los demás, en nuestro vínculo con los demás, ya casi no esperamos nada del otro. Aún no solo no esperamos nada, sino que a veces no nos dejamos sorprender. Pero eso va como apagando nuestro corazón, apagando nuestras vidas. Todos tenemos momentos difíciles, y todos tenemos momentos en los que necesitamos que alguien nos dé un tirón, y nos ayude. Pero tal vez el mejor reflejo de eso es cuando uno ve en alguien que ha ido apagando la vida, cuando uno ve en alguien que ha cerrado todas las puertas, que ya no espera nada, que a todo le dice que no, que siempre está de malhumor, que siempre está preocupado. Si somos nosotros mismos, tenemos un doble problema, como se dice. Pero a veces, lo percibimos mucho mejor cuando eso sucede en el otro. Y a veces tenemos ganas de sacudirle y decirle: “Mira, hay cosas por las que vale la pena pelear, luchar”. Hasta a veces nos tendrían que decir a nosotros, sacudirnos un poquito, o decirnos las cosas a nosotros que es lo que más nos cuesta. Sin embargo, siempre se nos invita a levantar la mirada, y a aprender a descubrir que en pequeñas cosas, (en este caso una cama, tener mi cama) uno puede recuperar la esperanza. Pero eso es si se anima uno a mirar de una manera diferente, a mirar de una manera nueva.
Esto lo fueron descubriendo de a poco los apóstoles, los discípulos, en su propia vida. Ellos fueron caminando con Jesús, de a poquito lo fueron conociendo, de a poquito lo fueron anunciando. Sin embargo, eso que parecía tan simple, tan lindo, tan bello al principio, se fue complicando. Algunas personas cerraban la puerta, no les creían, no aceptaban su mensaje. Otros los rechazaban, otros los flagelaban, y otros se empezaban a morir. Y ahí fue la pregunta de: ¿esto vale la pena? ¿Vale la pena ser cristiano? ¿Vale la pena vivir esto?, o ¿tiene esperanza vivir esto ?. Y es ahí, a una comunidad que está perdiendo la esperanza, donde Pablo le dice en esa carta, esta frase que pusimos acá, como diciéndoles que se queden tranquilos: “La esperanza de ustedes no será defraudada”. Pablo las había pasado difíciles, no le fue fácil en la vida. No sólo tuvo que cambiar de vida, y eso le hizo dejar todo atrás, sino que hasta fue rechazado muchas veces por los otros cristianos, no lo entendían, no lo encontraban, no lo comprendían. Sin embargo, él descubre que su esperanza está anclada en Jesús, que hay alguien en el que puede esperar, y tiene la certeza en el corazón de que esa persona no lo va a defraudar, que a pesar de muchas veces vivir esta experiencia, en Jesús él se puede quedar tranquilo. Y es la misma esperanza que invita a tener a su comunidad, es la misma esperanza que nos invita a tener a nosotros, que él confía en nosotros, que él cree en nosotros, y que nos invita a vivir de una manera diferente.
Hoy estamos celebrando la fiesta de la Santísima Trinidad, este misterio de que Dios es uno en tres personas, un poco difícil de explicar, bastante complicado. En las dos misas anteriores que estuve, dije que si alguien lo entendía, a salida de misa me lo contara para que yo lo pudiera explicar acá. Lamento, pero nadie me lo explicó todavía, así que nos quedamos cortos. Pero creo que, tal vez una razón por la que Dios es uno, o tres en uno, es porque justamente quiso animarse a darse al otro. Descubrió que necesitaba una alteridad para poder darse, para poder entregarse. Pero no solo para esto, si no para poder esperar. Cuando yo me encuentro con alguien, tengo razones para esperar. Cuando yo amo a alguien, también espero algo del otro. Y Dios descubrió en esta dinámica del darse y del recibir, del entregarse y del esperar, aquello que quiere que nosotros vivamos. Como eso seguramente colmó el corazón de ellos, quiso que otros lo vivieran. Por eso nosotros vivimos. Por eso nos dio a su hijo, para que descubriéramos lo que quería darnos. Por eso celebramos el domingo pasado, que nos da su Espíritu, para que descubramos que hay alguien que nos acompaña, y camina con nosotros. Porque quiere que sepamos que hay algo, o alguien en quien esperar. La esperanza puede ser en cosas, pero esa esperanza pasa, es flaca, se queda corta. Pero cuando uno tiene alguien en quien esperar, el corazón está lleno, el corazón tiene algo diferente, aún en lo poco.
Ahí terminando, hace unos años, varios estaban en el seminario, y fueron a misionar a Misiones, valga la redundancia. Estábamos misionando varias casas, y después de haber caminado 10 km preguntamos si quedaba alguna casa por este camino, ya que no hay mapa, no hay calles, no hay nada. Nos dijeron: “Mire, si sigue ahí, pasa los pastizales, seguís y seguís, vas a encontrar a un señor, pero es muy hosco, la verdad que muy parco”. “Vayamos hoy, así no tenemos que volver mañana, que es un tirón enorme hasta acá”. Entonces fuimos hasta esa casa, entramos con la chica que me acompañaba ese año en la misión: el hombre, Don Víctor, no era hosco, era parco, era mudo, casi no hablaba, no había manera de entrarle, no encontrábamos la forma de entrar en comunicación. Y nos volvimos un poquito frustrados, no entendíamos si nosotros éramos muy acelerados por ser de la ciudad, o que esperábamos, pero la razón es que nos costó mucho entrar en él. Pero ese día, al igual que los demás días, teníamos misa donde invitábamos a la gente del lugar, y de pronto apareció él al fondo de la misa. Yo estaba por adelante, era seminarista del cura, y en un momento escucho que dos de las señoras que venían siempre a misa, comentan: “Mira, ahí está Don Víctor, hace como 20 años que no viene a misa, cuanto hace”, bueno, chusmeaban un poco, el deporte favorito de ellas. Después de terminar la misa, fuimos con mi compañera a saludarlas, y dijimos “Mira lo que logramos, que venga a misa”, y nos dimos cuenta que para algo sirvió eso. Fuimos a saludar al hombre: “Don Víctor, ¿qué hace por acá?”, esperando que nos diga que nos vino a visitar, que nos vino a acompañar. Y nos contesta: “Vine a agradecerle a mi Madre” “¿Cómo?” le preguntamos, “Si, si, vine a agradecerle a María que me envió a alguien que me visitara”. Es decir, él esperaba algo simple, que alguien pasara por su casa, no un montón de cosas. Y eso le bastó para que fuera agradecido, se caminara esos 12 km bajo el sol, para ir a agradecerle a su Madre, por eso que había vivido, por eso que había esperado.
A veces nosotros estamos esperando grandes cosas en nuestra vida, como salir campeón del mundo. Y a veces por esas cosas, aún en nuestra vida concreta, vamos perdiendo las sencillas, las pequeñas, las cosas que nos hacen esperar todos los días lo que vivimos, y vivirlo con alegría.
Jesús viene a nosotros porque nos quiere renovar en la esperanza, porque nos quiere dar una nueva esperanza, y porque quiere que eso lo transmitamos. Muchas veces me preguntan, qué es lo que más tenemos que hacer hoy como cristianos. Yo les digo, lo que creo es que tenemos que ser hombres y mujeres de esperanza. Y me repreguntan si no es más importante la Fe. Yo les digo lo que yo creo, y creo que en el mundo de hoy, justamente lo que falta, más que Fe, es esperanza, es gente que muestre algo diferente, gente que le diga a los demás que vale la pena esperar, que hay alguien en quien podemos esperar, hay alguien que puede traer algo distinto, y cambiar las cosas. Eso es lo que hiso Jesús de estos discípulos, eso es lo que quiere hacer Jesús de nosotros, que le transmitamos a los demás que la esperanza en Jesús nunca defrauda.
Pidámosle a aquel, que siempre nos hace esperar contra toda esperanza, que descubriendo esto en nuestro corazón, podamos llevarlo a los demás.
(Santísima Trinidad, lecturas: Prov 8,22-31; Sl 8; Rm 5,1-5; Jn 16,12-15)

Homilía: "todos los oían hablar en su propia lengua" (Pentecostés)

En el 2006 salió una película que se llama Babel, basada en la historia de la torre de Babel, pero modernizada, donde se cuentan varias historias. Y todo comienza con un rifle, que le vende un japonés a un marroquí, en una aldea perdida en Marruecos. En un momento que este hombre de su casa, sus dos hijos l, que eran chicos chiquitos, van y se llevan el rifle a practicar y a disparar a las rocas. Pero se aburren y van hasta la ladera de una montaña, y ven que se acerca un micro. Entonces, por hacer una travesura, deciden dispararle al micro, con tanta mala fortuna que esa bala hiere a una mujer norteamericana que iba adentro. No solo el susto de todos los que están en el ómnibus al no saber lo que está pasando, sino también el problema frente a esta situación. No hablan la misma lengua, no se entienden, ni pueden comprenderse unos a otros. A esta mujer la llevan a la aldea, a un pequeño pueblito que había ahí perdido. No había ningún lugar para atenderla, empiezan a llamar a la embajada que no le da respuestas, se comunican con un helicóptero, pero nadie puede llegar en el tiempo necesario. . No se entienden, no se comprenden, se enojan unos con otros, los del micro que no quieren estar en ese lugar y se quieren ir, este hombre que pide que lo esperen, que no lo dejen solo. La mujer empieza a desangrarse, a correr riesgo su vida, y, en ese momento, empiezan a aparecer varias historias paralelas, que están relacionadas, algunas más o otras menos directamente. En una de ellas, la señora que trabaja en la casa, que está atendiendo a las hijas, se las lleva a México a un cumpleaños porque no tiene noticias de ellos. . La mujer cruza con los hijos, y cuando quiere volver de México, no la dejan entrar a Estados Unidos. Uno ve la película y cada vez pareciera que están más divididos y distanciados distintos mundos muy cercanos. Nadie se entiende, nadie se comprende. Se ve claramente la distancia que hay entre unos y otros, las barreras que se ponen, el miedo que se engendra. Y un atisbo de luz será cuando Richard y Susan, Brad Pitt y Catherine Blanchett, dejan que un curandero, un médico del lugar le atienda la herida. Cuando no tienen más esperanza, cuando ya saben que no va a llegar el helicóptero, que no pueden hacer nada rápidamente, acceden a que otro los ayude. Y ahí aparece un atisbo de luz, cuando alguien que no parecía poder hacer nada, le termina salvando la vida. Ahí aparece algo nuevo.
También nosotros podemos pensar y ver, como alguna vez hemos hablado, como hoy en el mundo vivimos cada vez más distanciados de los demás. En vez de engendrarnos confianza al otro, muchas veces nos genera desconfianza. No solo desconfianza en donde vivimos o en la inseguridad, sino en muchos lugares: en nuestro trabajo muchas veces tenemos miedo de lo que otro hace, el otro piensa; a veces hasta en nuestras propias familias, desconfiamos del otro, de los demás. Muchas veces tenemos miedo, no solo de lo que nos pueda pasar, como decía antes, por la seguridad, sino miedo de nosotros mismos. Se supone que vivimos hoy en un mundo pos-moderno, o pos-pos-pos-moderno, nose como se llama ahora, en el cual hay total libertad, uno puede hacer lo que quiere, es plumiforme, nos toleramos unos a los otros. Pero, ¿verdaderamente nos animamos a ser quienes somos frente a los demás? ¿Verdaderamente nos animamos a abrir el corazón, a decir lo que pensamos, a ser transparentes, a decir la verdad? ¿O muchas veces no podemos terminar de ser quien somos? No terminamos de mostrarnos, y demostrar lo que somos y queremos, aun muchas veces con los más cercanos, no digamos con los más lejanos, sino hasta con los de nuestra propia casa, los vínculos más estrechos. Pero descubrimos que eso no nos ayuda, eso no nos sana, que eso no nos da fuerza. El miedo y la distancia siempre son malos consejeros, nadie quiere vivir aislado de los demás, ni vivir con miedo del otro. Pero para eso tenemos que animarnos a dar pasos, para eso tenemos que animarnos a romper barreras.
Esto es lo que sucede en el Evangelio que acabamos de escuchar. Dice que los discípulos se encontraban reunidos por temor a los judíos. El día de Pentecostés, los discípulos tenían miedo, los discípulos no querían salir. Jesús había resucitado, Jesús estaba de alguna manera con ellos, porque hacía poquito había ascendido a los cielos. Sin embargo, no se animaban, por lo que sucedía en el mundo, por lo que sucedía alrededor. Y es en ese mismo momento donde se les hace presente el Espíritu, donde el Espíritu entra en sus corazones. Podríamos preguntarnos qué es lo que hace el Espíritu, porque en realidad, el Espíritu es como el gran olvidado en la vida de los cristianos. Tal vez podríamos pensar en el solo hecho de rezar: en general cuando pensamos en Dios, pensamos en general en Jesús, Jesús que murió, resucitó, dio la vida, le rezamos a Él; cuando no le rezamos al Hijo, le rezamos al Padre, aún sin darnos cuenta, al rezar un Padre Nuestro, a veces no sabemos ni a quien le estamos rezando, pero le estamos rezando al Padre pidiéndole que nos ayude, que nos acompañe, que nos dé el pan de cada día, que este con nosotros; si no le rezamos al Padre, le rezamos a María, por todo el lugar que ocupo en la historia de la salvación, pidiéndole que esté con nosotros, que interceda. Pero el Espíritu, ¿nos acordamos del Espíritu alguna vez? Parece que pareciera casi imperceptible. Le rezamos al Espíritu, tal vez antes de un examen si no estudiamos, pero mucho más que eso no. Sin embargo, descubrimos que ese Espíritu actúa. Descubrimos que ese Espíritu nos hace sentir cosas diferentes. Cuando este Espíritu pasa por nuestras vidas, parece que algo pasa, porque cuando pasó por la vida de los apóstoles y de los que estaban ahí reunidos, algo paso. Podríamos decir ¿el Espíritu cambio a los que estaban afuera? “El Espíritu lo que hizo fue, que a todos los que están afuera de este recinto los cambió para que los apóstoles puedan salir tranquilos, para que la sociedad sea diferente, para que no tengan miedo” “Trátenlos bien - dijo el Espíritu- a estos apóstoles, pobres pibes” No es eso lo que transforma. Entonces podríamos preguntarnos qué es lo que hacen esos hombres y mujeres, y esos pocos que estaban reunidos, ¿los cambió? Supongo que Pedro siguió siendo Pedro, que no los cambió. Aunque parte si los cambió, algo hizo. ¿Les dio nuevos dones? No, siguieron teniendo los que tenían, bueno tal vez algunos dones también les dio. La pregunta es ¿qué es lo que hace? ¿qué es lo que pasa ahí? Creo que lo que pasa ahí es que hay algo distinto en el corazón, algo distinto que se siente, algo distinto que uno percibe, y que es difícil de explicar. Creo que tal vez lo más cercano a esto es, cuando uno ama a alguien, ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que me animo a decir, mostrar, hacer, que antes no me animaba? “Yo voy a estar siempre con ustedes” dicen los amigos ¿no? Hasta que me ponga de novio… nunca lo dicen cuando están en grupo pero después cuando se ponen de novios: “No, este cambió, ya no está más con nosotros, ya no es más así”. También en las chicas, no se crean que son muy diferentes, pasa lo mismo: “Vamos a estar siempre juntas, nada nos va a dividir”, salvo excepción. No es que no quiero estar con el otro, es que a mí me pasa algo diferente. Como hablamos alguna vez, yo tengo a mi hermano que es adolescente y de un día para el otro empezó a vestirse bien, se lava los dientes, se baña, nose qué pasó por su vida, o mejor quién pasó su vida. Por lo menos es más sano para todos nosotros. Entonces ¿qué es lo que hace el Espíritu? Y creo que es justamente, que uno pueda percibir lo que Dios nos ama. Muchas veces no nos damos cuenta que Dios está en nuestra vida, muchas veces no lo percibimos. Sin embargo, cuando Él pasa por nuestro corazón, algo nos abraza, alguien nos abraza, alguien nos dice de una manera distinta que nos ama. Creo que eso es lo que les paso a los apóstoles, y por eso salieron. Uno rompe el caparazón, uno rompe las puertas, uno rompe las barreras, cuando hay algo que lo sostiene. Y lo que nos sostiene es el amor, lo que nos da fuerza es el amor, lo que nos ayuda a ser algo diferente es el amor, eso es el Espíritu. El Espíritu es el amor de Dios, que rompe barreras, que rompe instancias, hasta la Mesopotamia, hasta Arabia, hasta Egipto, hasta el mundo conocido, en todos lados se rompieron las barreras. Este texto no es como el Arca de Noé, que estaban todos los animales, todos los hombres de distintos países, este texto dice que los apóstoles se animaron a ir a todos lados. ¿Cuándo? Cuando el Espíritu actuó en ellos, cuando lo dejaron actuar. Y empezaron a anunciar algo distinto en el mismo mundo de antes. Y hoy somos muchos más celebrando eso, que otros salieron.
Hoy estamos celebrando Pentecostés también. Creo que también lo que necesita la Iglesia es eso, un nuevo Pentecostés. Ya no por temor a los judíos, sino por un temor a un montón de cosas que nosotros tenemos y no nos animamos a romper.
Esta semana como ustedes saben tuvimos la reunión de los sacerdotes, el Clero, y en una de las charlas que tuvimos el lunes, uno de los sacerdotes decía que en la Argentina, solamente el 3% de los católicos va a misa, es un estudio hecho. Entonces decíamos qué es lo vamos a hacer, o nos seguimos preocupando y estando en la trinchera del 3% que somos, o vamos a ir a buscar a los otros que no viven la fe de esta misma manera, que no han tal vez profundizado en este camino. Uno de mis amigos, que estaba al lado mío, me decía: “Mira, yo no doy abasto, así que espero que baje al 2%, al 1%, porque así no llego”. Más allá de las vocaciones, esto no es solo para nosotros, esto es para todos, qué queremos ser una minoría, y no por cantidades, no porque queramos, sino porque queremos, porque queremos ser algo importante. ¿O no es que tenemos algo importante? La pregunta es ¿tenemos un tesoro o no tenemos un tesoro? ¿Tenemos algo valioso o no? Y tal vez sea el momento de volver a romper puertas, barreras, distancias, no tener miedo. Creo que el problema de la Iglesia hoy, empezando por la Iglesia Institución y no nosotros, es que tenemos miedo. Tenemos miedo de un mundo distinto, de un mundo diferente, de un mundo que ya no nos escucha de la misma forma y manera, pero la única manera de ser fiel al Espíritu es romper esas barreras, salir al encuentro y encontrarse con los que piensan diferentes, con los que viven diferentes, y animarse a ir a ellos, y así descubrir de qué manera hoy la Iglesia tiene que anunciar el evangelio, de qué manera la Iglesia se tiene que ayornar, de qué manera tiene que vivir como el mundo hoy necesita que viva para poder anunciar a Jesús.
Las tensiones siempre son diferentes en la vida, pero la única manera de poder anunciar a Jesús es siendo fiel a Jesús, y siendo fiel a los hombres. Creo que el problema de hoy es que por creer que somos fieles a Jesús, nos olvidamos de los hombres y de las mujeres, y si nos olvidamos de uno de los lados, terminamos siendo fieles a los dos. Hoy Jesús nos pide que salgamos al encuentro del otro, del distinto, ¿alguien más distinto que los que les tuvieron que anunciar los discípulos había en el mundo? Creo que bastantes más cercanos somos nosotros, aun en pensamiento. Entonces, lo que nos pide el Espíritu es que nos animemos a eso: que busquemos nuevos caminos, nuevas formas de vivir la Fe, y de transmitirla.
Pidámosle al Espíritu, aquel que abrazó el corazón de esos hombres para que se animaran a algo más, a que también nosotros nos animemos. Que sintiendo que este Espíritu quema en nuestro interior, sintiendo que alguien nos ama de una manera distinta, no podamos hacer otra cosa que transmitirlo, que llevarlo a los demás. Pidámosle a Jesús, aquel que envió ese Espíritu sobre los apóstoles para que formaran su Iglesia, que también hoy nos lo envíe sobre nosotros, para que también de nuevo formemos la Iglesia.
(Pentecostés, lecturas: Hch 2, 1-11; Sl 103; 1Cor 12,3b-7.12-13; Jn 20,19-23)

Homilía: "De muchas maneras se apareció Jesús" (Ascensión del Señor)

Hace muchos años, si no recuerdo mal en el ’77, se estrenó la primera parte de una larga serie de películas, que es “Star Wars: la guerra de las galaxias”, en realidad no es la primera parte, es la cuarta, pero eso es solamente un dato para los fanáticos. Apenas empieza, hay una escena en que Luke Skywalker, esta con su tío Owen charlando luego de arreglar los robots, muy famosos en la película. Luke le dice a su tío: “Ya termine de arreglar los robots, ahora voy a arreglar otras cosas, y te voy a dejar todo listo para que cuando llegue el verano yo me pueda ir a la escuela”. Luke quería ser piloto, y quería irse, para prepararse, para aprender, para que le enseñasen a ser piloto. Pero el tío Owen le contesta que no: “Te pido que este año te quedes conmigo para la cosecha, para lo que hay que hacer, el año que viene te voy a dejar”. Luke se enoja y le responde: “Pero es la tercera vez, todos los años me decís lo mismo, siempre es un año más, un año más…”. A lo que su tío contesta: “Pero esta vez te prometo que va a ser en serio, tenes que quedarte…” le termina respondiendo su tío. Luke, que era joven, se enoja, se levanta ofendido, enojado, angustiado a hablar con 3PO, uno de los robots, diciéndole: “Nunca me voy a ir de acá, me voy a morir estando acá, nunca me va a dejar hacerlo que quiero”.
Y, más allá de ese pequeño hecho, uno tiene experiencia de lo que cuesta muchas veces en la vida, dejar ir al otro, de lo que cuesta tomar distancia aun sabiendo que es bueno para el otro. Tal vez un ejemplo muy concreto de esto es cuando los chicos empiezan el jardín o el colegio, que cada vez las adaptaciones son más largas, donde van los padres, los chicos están ahí, y cuando los padres se van, sufren porque dejan solos a los chicos, y los chicos se ponen mal, y en realidad uno sabe que es bueno para ellos, que lo que mejor que puede hacer es tomar esa distancia para que el otro crezca. Sin embargo, a las dos partes les cuesta tomar distancia, dejarlo de a poquito, irse del otro, a uno le cuesta en el corazón. Desde eso que es lo más normal en la vida, hasta otras cosas que se viven en la adolescencia… tomar esa distancia les cuesta a todos, desde los adolescentes hasta los padres, hasta cuando llega el momento de irse de la casa. Todos los momentos donde uno tiene que dejar ir al otro, le cuesta. Todos los momentos que uno tiene que vivir esa distancia, en general para el que se queda, es como un dolor en el corazón, nos cuesta aprender a desgarrar de a poquito, o dejar ir al otro. Pero no solo nos cuesta dejar ir al otro, también nos cuesta a nosotros también en nuestra propia vida: dejar ir las cosas, dejar que las cosas vayan cambiando. Desde lo que uno hace, como la gran queja que tenemos con los políticos que siempre están los mismos, que nunca cambian, nunca dejan pasar o que pase el otro. Pero no solo la política, también nos pasa muchas veces en los trabajos, también nos pasa muchas veces en la Iglesia, no saber cuándo llego el momento en que yo le tengo que dejar lugar al otro, que para que esto crezca, que para que esto funcione, yo tengo que dejar un lugar, tengo que dejarlo partir. Hasta con cosas de la propia vida: darse cuenta que uno ya no tiene más 10 años ni 20 ni 30 ni 40, muchas veces cuesta, y por mas cirugía plástica que uno se haga, que uno ve en televisión o lo que fuera, las cosas ya son distintas, puedo “parecer” pero no “ser” de 20 años, de 30 años. Y el problema no es hacerse una cirugía plástica o no, sino que el problema es con qué edad yo vivo, sí me quede anclado en esos 20, 30 años, o sí vivo lo lindo que me toca hoy, el desafío de lo que me toca hoy. Es aprender a dejar atrás aquello que tiene que quedar atrás, aun en las cosas buenas como los ideales que uno tiene en la juventud, que creo que todo va a ser distinto, que puedo cambiar el mundo, y que después nos damos cuenta que no lo podemos cambiar ni nosotros solos, o a nosotros mismos. Uno tiene que aprender a aceptar eso, y no porque uno dice “Que malo que fui, que mal que no pude hacer esto”, sino ser más realista, y vivir con alegría lo que nos toca vivir en cada momento. Creo que eso es siempre la dificultad más grande del corazón: aprender a dejar ir las cosas, aprender a irse retirando, aprender a dejar que el otro vaya haciendo camino.
Esto es lo que celebramos hoy. Hoy celebramos que Jesús se va. Este Jesús, que había estado mucho tiempo con los apóstoles, llega a un momento de su vida que hasta les dice: “Les conviene que yo me vaya”. Una frase muy fuerte, que Jesús les diga eso, uno dice ¿dónde puede convenir esto? Sin embargo, Jesús se da cuenta que ya cumplió su tiempo.
Como ustedes saben, Lucas tiene dos obras: una es el Evangelio, la otra es Hechos de los Apóstoles. El Evangelio es todo el camino de Jesús, un camino que Jesús hace hacia ese centro que es Jerusalén. Pero Jesús se da cuenta que después de haber vivido ahí lo más importante de su vida, su pasión y su muerte, y la gloria que el Padre le regala resucitándolo, esa plenitud de esa historia y ese amor que vivimos ahí, llega a un momento en que se tiene que ir. ¿Por que? En primer lugar, porque se da cuenta que para que los otros crezcan, Él tiene que dejar un lugar, Él tiene que dar un paso al costado. La única manera de que los apóstoles salgan, se hagan testigos, maduren en su fe, es tomando distancia. Creo que es fuerte decir esto, pensar que si para nosotros era necesario que Jesús tomara distancia… nose que otra cosa podemos decir que es necesario e indispensable que este siempre, nose que se puede comparar con Jesús. Sin embargo, Él mismo nos dice “Llego el momento de que yo tome distancia, y de que ustedes tomen protagonismo”. Jesús aprendió el momento en que Él tenía que dar el paso al costado. Los discípulos tuvieron que aprender que Jesús también iba a dar un paso al costado, tal vez porque en algún momento les iba a tocar a ellos. Pero eso no significa “no estar”, sino estar de una manera diferente, lo cual también nos cuesta a nosotros.
La Primera Lectura comienza diciendo “De muchas maneras, se apareció Jesús a sus discípulos para que vieran que estaba vivo”. Muchas de las cuales escuchamos estos días: se apareció a los 12, o a los 11 y Tomas no estaba, por lo que fue al siguiente fin de semana; se aparece a los discípulos de Emaús; se aparece a María Magdalena. Muchas apariciones de Jesús. Y esto les cuesta a los discípulos, porque estaban acostumbrados a que Jesús estaba todos los días con ellos. Y llega un momento en que Jesús ya está de una manera distinta: a veces esta, a veces no, se aparece cuando Él quiere, ya no lo pueden tener de la misma forma. Cuando no pueden acostumbrarse a esto, llega un momento en que Jesús les dice: “Me voy al cielo, parto”. Y tienen que acostumbrarse a tener a Jesús ya de una manera totalmente diferente. Ese es el camino que los discípulos tuvieron que aprender a hacer en el corazón. Y es el camino que nosotros también tenemos que aprender a hacer en la vida y en la Fe. En la Fe, aprender a descubrir las diferentes maneras con las que Jesús se nos hace presente. Cuando somos chiquitos, nos dicen que Dios y Jesús existen, y en general uno lo cree y le parece evidente; después les puede costar un poquito más o no vivir la Fe, pero no cuestionamos tanto. Cuando uno crece un poco más, es joven o adolescente, empieza a cuestionar un poco si Jesús existe o no, hasta que uno lo descubre de pronto presente, y descubre que Jesús esta, que le llena el corazón, que uno lo siente mucho. Hasta que en un momento uno dice, típica frase de algún joven que viene a mí: “yo no siento tanto a Jesús hoy en el corazón”, que es lo más normal, es lo que nos pasa a todos, y entonces tengo que ver sí lo aprendo a descubrir de una manera diferente. No es un problema no sentirlo igual, el problema es no descubrirlo presente, y así a lo largo de la vida, tengo que aprender a descubrir un montón de presencias que, de diferentes formas, Jesús hace en mi vida. Y si me quedo anclado en la nostalgia de lo que fue antes, nunca doy ese paso: “pero yo antes… pero yo antes lo vivía… pero yo antes lo sentía…” No. Nunca me animo a mirar hacia adelante. Podríamos decir que el riesgo de estas dos cosas es mirar siempre el pasado: “yo no quería que te fueras… yo no quería que te pasara esto… yo no quería vivir esto… yo quería que vos estés de otra manera…” Y si nos quedamos ahí, por más que hasta fuera bueno esto, no podemos crecer, no podemos caminar. Tal vez por eso Jesús cuando se va, asciende, para que aprendan a levantar la cabeza. Aunque después les va a tener que decir que la bajen un poquito, porque se quedaron mirando hacia arriba y se olvidaron que seguían acá. Pero para poder ser testigos, tienen que mirar hacia adelante. ¿Con qué? Con la experiencia del pasado. Obvio que el pasado es importante, pero si nos lanza al futuro. Eso es lo que aprendieron los apóstoles, aprendieron a dejar ir a Jesús, aprendieron a vivirlo de otra manera, y aprendieron a ser sus testigos.
Eso es lo que se nos invita a nosotros. Aprender en cada momento que Jesús se va yendo, nos va apareciendo de nuevas maneras, pero que la única manera de estar con Él es la de ser su testigo. Tal vez lo que nos invitan en estos días a nosotros es, a descubrir qué es lo que tenemos que dejar ir, qué es lo que nosotros tenemos que dejar partir para crecer, para renacer de una manera nueva, para poder ser testigos de este Jesús, que en pocos días nuevamente, nos va a enviar su Espíritu. Para que de esa manera, como los apóstoles, como muchos a lo largo de la historia, mirando hacia adelante, podamos hacer camino anunciando a Jesús.
(Ascensión del Señor, lecturas: Hch 1, 1-11; Sl 46; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53)

Nota: "Empezaron a hablar en distintas lenguas"

Cincuenta días después de Pascua nos reunimos los cristianos para celebrar la fiesta de pentecostés. En ella celebramos de una manera especial la promesa más importante que Jesús nos hace en sus últimos días: la venida del Espíritu Santo. Promesa que se cumple el día de pentecostés, donde celebramos la venida del Espíritu Santo que descendió sobre los discípulos y, como fruto de este regalo, el comienzo de la misión de la Iglesia. Pentecostés los abre a vivir la fe de una manera nueva, siendo el Espíritu Santo el que hace a la primera comunidad misionera, el que hace de nosotros testigos de su evangelio.
En el Libro de los Hechos leemos que los discípulos “empezaron a hablar en distintas lenguas… (Y como la multitud reunida) los empezó a escuchar en su propia lengua” (cf. Hech. 2,1-11). Al escuchar este texto siempre se remarca como el espíritu les da valentía a los discípulos para ser testigos de la pascua de Jesús. Pero al mismo tiempo sucede también otro hecho muy importante que pasa casi desapercibido: les enseña a comunicarse, a entrar en diálogo con los demás. Porque no se trata solamente de hablar una lengua distinta a la propia sino también de saber llegar al corazón del otro, saber comprenderlo y escucharlo.
En los próximos días celebraremos pentecostés. Muchos de nosotros hemos vivido ya nuestro pentecostés en la celebración de la confirmación. Próximamente más de 300 jóvenes y adultos de nuestra comunidad celebrarán este sacramento. Y creo que si hay algo que tanto ellos como nosotros podemos pedirle al Espíritu Santo en este nuevo pentecostés es que aprendamos a comunicarnos. Creo que si hay algo que hoy nos falta a todos es aprender a dialogar: en el seno de nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestro país. Y la única manera en la que podemos crecer en la vida es aprender a comunicarnos. Sino continuamente fracasaremos.
Es por eso que me animo a dar algunas pistas que fueron guiando a los apóstoles para aprender a comunicarse:
• Aprender a escuchar: si hay algo básico en la vida es que primero aprendemos a escuchar y luego a hablar. Lamentablemente cuando vamos creciendo muchas veces tendemos a hablar sin antes escuchar. Escuchar al otro, escuchar la realidad, escuchar a Dios. Los discípulos tuvieron que aprender a escuchar lo que Dios quería que transmitieran (su mensaje), y al mismo tiempo escuchar al que tenían delante y su realidad. Así se abrieron a nuevas realidades (por ej. la misión a los paganos). Hoy nosotros vivimos en un mundo donde nos cuesta mucho entender al otro, por ser de distintas generaciones (padres e hijos), por ser diferentes o pensar distinto. Tal vez si nos animásemos a escuchar más y mejor, a intentar comprender y descubrir que el otro tiene también algo para enseñarme podríamos crecer en la comunicación.
• Aprender a expresarse: muchas veces no sabemos como expresar lo que queremos, pensamos o lo que nos está pasando. Los discípulos habían vivido algo muy profundo y tuvieron que aprender como y cuando comunicarlo. Así fue que a veces le fue bien y otras no (Pablo en Atenas por citar un ejemplo (Hch. 17,16-34)). También nosotros tenemos que aprender que tenemos cosas importantes para comunicar: vivencias, experiencias, etc. Y tenemos que ir creciendo para saber como y cuando, también a quienes es bueno comunicarlas. Cuantas veces escuchamos que alguien cercano, familiar, amigo nos dice porque no me lo dijiste antes u otras frases similares.
En este pentecostés el Espíritu Santo viene en nuestro auxilio y quiere regalarnos sus dones. Pidámosle entonces que así como ayudo a los discípulos a comunicarse a los demás nos regale a nosotros el don de aprender a comunicarnos con los demás.

miércoles, 23 de junio de 2010

Homilía: "'El que me ama será fiel a mis palabras" (Domingo VI tiempo pascual)

En el 2000, salió una película de la que ya hablamos, Titanes, que trata sobre la integración racial en los colegios en EE UU. En la escuela Williams, en Virginia, Arizona, se busca lograr esa integración entre los blancos y los negros. La película empieza con el clásico entrenamiento de pretemporada del equipo de futbol americano, donde al entrenador le cuesta mucho lograr integrar a estos dos grupos de personas que hasta ese momento se mantenían distanciados. Hasta que llega el momento en el que empiezan las clases. Todos entrando para el primer día de clases, y la imagen es muy llamativa, porque de un lado están todas las personas de raza negra junto a sus padres, y del otro lado están todos los padres de raza blanca con un montón de pancartas que dicen: “Padres en contra de la integración racial”. Muestran a Gerry el capitán del equipo de futbol americano con su novia Emma (ambos de raza blanca) y llega Julius compañero del equipo de raza negra. Quien le dice: “Esto es una locura”. Contesta Gerry: “¿Que esperabas?”. No se, pero no esperaba que sucediera esto”, le responde Julius. En ese momento Gerry se da cuenta que no le presento a su novia y los presenta. A lo que Emma reprueba con un gesto y se va. Entonces Julius mira a Gerry y le dice: “Se terminó el campamento ¿no? Bienvenido al mundo real”.
Es muy dura la frase, es como decir que se terminó la ilusión, lo que nosotros creíamos que tenía que ser, lo que nosotros pensábamos, lo que nosotros buscábamos… La vida real es esto. Nos odiamos, nos mantenemos distanciados, no nos queremos.
A nosotros nos puede parecer distante esto de que hombres de raza negra, blanca, o cualquier color, no puedan integrarse, pero también muchas veces en el idealismo: ¿Qué pensaríamos nosotros si de pronto chicos o chicas de diferentes clases sociales, o de manera diferente de pensar, o de otro país estaría junto con nuestros hijos en esos colegios? Tal vez podríamos pensar con cuales nos costaría, con cuales nos costaría integrar. O en que situaciones nos cuesta a nosotros integrarnos en lo distinto. Porque lo que tenemos que pensar lo sabemos todos. Pero aquello que vivimos en el corazón, ¿Qué es lo que nos pasa? Porque el ideal lo tenemos claro, pero sin embargo cuando llegamos a la realidad, “Bienvenido” como decía Julius, esto no lo vivimos así. Nos cuesta mucho más, si nos cuesta hasta con los que somos parecidos, que pensamos igual y nos queremos, imaginémonos cuando pensamos distinto, o los vemos distintos. Tanto en nuestra vida, como también en nuestra fe. Muchas veces ese ideal con la realidad, cuando lo vamos cotejando, vamos descubriendo lo distinto que es y la diferencia. Y es por eso que tenemos que trabajar para intentar achicar la brecha, la brecha con el que pensamos distinto, con los que somos diferentes.
Esto que nos sucede en muchas circunstancias a nosotros, sucede desde siempre, tanto en la vida como en la fe. Podemos hoy tener un discurso distinto, pero vivirlo siempre provoca angustia en el corazón, dificultades y tensiones, las mismas tensiones que escuchamos que viven las primeras comunidades frente a lo distinto, hacia adentro y hacia afuera.
En la segunda lectura, en el Apocalipsis, escuchamos que se le dice que se viene una Ciudad Santa, que va a bajar la nueva Jerusalén. ¿Por qué se le dice eso a la gente? ¿Por qué le ponen una mirada en el futuro? Porque la están pasando bastante mal, por ser distintos los cristianos en ese caso, por ser diferentes, por ser nuevos, están siendo perseguidos: no les dejan practicar su religión, no los aceptan, los echan de las familias y de los trabajos, los terminan matando y mueren mártires. ¿Por que? Porque la cultura piensa distinto, porque el mundo es distinto, y eso no lo acepta. Entonces desde el comienzo sienten esa persecución, y ese tener que ir buscando como poder anunciar aquello que creen y viven, aun frente a esa dificultad. Pero no solo hacia el exterior, sino también hacia el interior.
En la Primera Lectura escuchamos que se plantea este gran primer problema en la Iglesia: los cristianos provenientes del paganismo, es decir, casi todos (porque no eran muchos los provenientes del judaísmo y de donde casi todos nosotros descendemos) ¿hay que aceptarlos o no? Hay que aceptarlos. Ahora, ¿se tiene que circuncidar o no? ¿Se tiene que vivir este rito o no? Y hoy nos parece simple, nosotros sabemos que no nos circundamos los varones porque no pasamos por eso, pero eso que parece tan simple no es tan simple. Es más, puede haberse llevado una desunión de la Iglesia: los que piensan que si por este lado, los que piensan que no por este otro lado. Sin embargo, se reunieron, se juntaron, e intentaron dialogar, e intentaron descubrir aun pensando distinto, ¿qué era lo que Dios les suscitaba, que era lo que Dios les invitaba a vivir en ese momento? Y a partir de ese momento descubren que eso no se tiene que vivir así, esto se tiene que vivir de otra manera hoy. Y eso que era una tradición durante siglos del mundo judío, no pasa el mundo cristiano, y no se le pone tampoco esa carga. Es más, se dice al final “les daremos pocas cargas, algunas que tienen que ver con los alimentos, y otras más que después van a cambiar también”. ¿Cómo pueden descubrir eso? Porque van a lo esencial, van a Jesús. Ahora, el problema no es si uno se tiene que circuncidar y seguir la ley de Moisés o no. Acá lo que se está jugando es algo mucho más profundo que es “quien salva”, ¿por quien pasa el centro de la vida? No pasa por un rito, el rito podía estar o no. El problema que ellos descubren es que si empiezan a circuncidarse y seguir la ley de Moisés, se empiezan a desviar. Empiezan a creer que la Salvación pasa por cumplir una ley, y no por ser salvado en Jesús. Ese es el problema de fondo, y para llegar a este, tiene que animarse a compartirlo, y no solo esto, sino también orar y pedirle al Espíritu que los ilumine. ¿Para qué? Para ser fiel a Dios, para ser fiel a su palabra, para descubrir que es lo que Dios les pide en esa situación. Y en cada situación uno tendrá que descubrir si esto es así, o no es así. Ahora, en la mirada frente a lo distinto, aun en lo que está mal, siempre en el Evangelio hay misericordia. Creo que Jesús fue muy claro con el adulterio, Él dijo que el adulterio está mal, no se tiene que vivir esto. Pero también fue misericordioso con el adulterio. Tenemos numerosos ejemplos, lo leímos hace poquito en el Evangelio. Una cosa no quita la otra, y la mirada de ser fiel a Dios era ser rígido con esto, pero vivir también el amor y la misericordia en eso. Entonces, este es el camino que se nos invita a nosotros, como comunidad y como Iglesia: aprender a abrir el corazón a Jesús, aprender a descubrir qué es lo que nos está pidiendo, aún en lo distinto, aun en lo diferente, aun en lo que no comprendemos ni entendemos. Vivirlo de una manera nueva, dialogarlo, charlarlo, aprender a abrir el corazón, aprender a descubrir que es lo que Dios está invitando.
Frente a estos dos problemas, tanto hacia afuera como hacia adentro, la Iglesia tenía dos opciones: o se cerraba y seguía viviendo lo mismo, o levantaba la cabeza y vivía de una manera nueva. En la Primera Lectura levantaron la cabeza y dijeron: “Esto no se vive más así”. En la Segunda Lectura, frente a las persecuciones, les dijo: “Miren hacia arriba, no se sientan perseguidos. Dios viene, viene a ustedes”. El camino del cristiano es siempre mirar hacia adelante, siempre es abrir nuevos caminos. No es quedarse anclado atrás, sino descubrir que es lo nuevo que se nos suscita, como serle fiel al Evangelio, y como vivirlo. En el fondo eso se juega la relación con Dios: “El que me ama será fiel a mis palabras”. Es paradójico esto porque el Domingo pasado Jesús dijo: “Mi palabra, mi mandamiento es: ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Es decir, que amar a Dios es ser fiel a la palabra, es decir que amar a Dios es ser fiel al amor. Es abrir el corazón, es lo que nos descentra, es lo que nos hace vulnerables, es lo que nos quita las seguridades. Porque cuando yo sé lo que tengo que hacer, cómo cumplir algo o no, se dónde estoy parado: acá, y el otro esta allá, y cumple o no cumple, y está adentro o está afuera. Pero cuando yo tengo que amar, tengo que descentrarme, tengo que soltar mis seguridades, y tengo que ir al otro, y tengo que dejar amarme por el otro, y tengo que dejar que el otro también me haga vulnerable. Y eso nos cuesta, pero esto fue lo que nos mostró Jesús. Él se hizo vulnerable en nosotros, y por eso da la vida, por eso abre nuevos caminos, una nueva Iglesia, una nueva manera de vivir la fe, una nueva manera de relacionarse, una nueva manera de ser.
Hoy es ese nuestro desafío. Hoy como Iglesia tenemos que aprender cómo podemos ser una comunidad de puertas abiertas, cómo podemos hacer una Iglesia de puertas abiertas. Tal vez con quiénes están más en el borde, quiénes nos cuestan hoy. Porque cuando leemos en el evangelio, y vemos que Jesús comía con los publicanos, las prostitutas, estos no eran muy bien vistos en esa época. Sin embargo comía, y los integraba; los amaba, y los invitaba a vivir de una manera nueva. Entonces, ¿quiénes están más hoy en el borde con nosotros? ¿Quiénes son los que quedan afuera? ¿Quiénes son los que no integramos? ¿Quiénes son los que excluimos? ¿Dónde tenemos que abrir nuevos caminos? Para eso viene el Espíritu, para eso vendrá el Espíritu de nuevo dentro de 2 semanas en Pentecostés: para abrirnos el corazón, para que aprendamos a vivir de una manera nueva, integrando lo distinto, lo diferente, lo que nos cuesta. No cerrándonos, sino descubrir de qué manera podemos vivirlo.
Pidámosle entonces hoy a Jesús, de poder también nosotros amarlo siendo fiel a su Palabra, es decir dialogando, escuchando, abriendo el corazón. Para que de esa manera, encontrándonos, integrándonos, viviendo lo distinto, podamos encontrar nuevas sendas y nuevos caminos que el Espíritu nos invite a recorrer.
(Tiempo Pascual, Domingo VI, lecturas: Hch 15, 1-2.22-29; Sl 66; Ap 21,10-14.22-23; Jn 14,23-29)

miércoles, 16 de junio de 2010

Homilía: "'Amense los unos a los otros" (Domingo V tiempo pascual)

En el comienzo de la película “21 Blackjack”, Ben Campbell, un estudiante del MIT en Estados Unidos, va a Harvard porque quiere estudiar medicina, y tiene una entrevista para ver si accede a la beca Robinson, una beca que se da en Estados Unidos, que te beca todos los gastos en Harvard. Presenta su ensayo, un curriculum intachable, y el que le toma le dice “Ben todo muy lindo lo que me decís, muy buenas notas, muy bueno el ensayo, muy buena tu presentación, pero así como vos tengo 50. Todos con excelentes notas que quieren acceder a esto. Así que te pido que rehagas esto y que me traigas algo nuevo, sorprendeme con algo, algo distinto, algo diferente, algo que nunca haya visto.” Ben se va medio perplejo, no sabe que es lo que le está pidiendo, a ver si puede encontrar esto nuevo que se le pide para poder acceder a esta facultad que él necesitaba y quería. Sin embargo esto que a él le cuesta un poco, que es encontrar algo nuevo, muchas veces es lo que todos buscamos en la vida. A mí me pasa a veces, que algún familiar, un amigo me dice “Contame alguna novedad”, “Te vi hace 3 días le digo yo, que queres que traiga nuevo”. Y parecería que lo viejo ya no alcanza, o lo de todos los días no sirve. “Traeme algo nuevo, que aburrido que sos” Soy aburrido, lo reconozco, pero parecería que siempre estamos buscando como algo nuevo, algo diferente, que nos pasa desde lo material. A veces las cosas que tenemos parecería que no alcanzaran. Uno se compra un auto, si es que tiene la suerte de comprarse un auto, y dice “Que bueno el auto que me compre” y al próximo año ya empezamos a mirar el otro, a ver por cual lo podemos cambiar. Pero como, si ya tengo un auto bueno, ¿para qué necesitamos buscar más? Bueno tal vez esto nos pasa más a los varones, a las chicas con la ropa seguro que nunca les pasa, toda la ropa que tienen en el placar la han usado muchas veces, nunca se van a comprar ropa, parecería que vale más tener algo nuevo, no importa si lo uso yo, otro, lo que fuera, pero siempre estamos buscando ya desde lo material algo distinto, algo nuevo. O también con el celular, ya tiene 1 año, y no alcanza, ya tiene que salir uno nuevo. Así en todas las cosas, salvo algunos nostálgicos que siempre quedan, que se enamoraron de su auto o algo que tenían, que no lo cambian, o otros también por ir en contra de la corriente. En general, a la mayoría de nosotros, este mundo consumista nos pone en una carrera en el que parece que siempre todo tiene que ser nuevo. Parecería que nos dijeran, o que a veces nosotros mismos repetimos: “que viejo es eso que tenes”. O a veces no solo nos sucede con lo material, sino también con nuestra propia vida. Parecería que todo vale si estamos viviendo nuevas experiencias, si siempre aparece algo nuevo. A veces cuando uno es joven, o adolescente, no basta con estar con alguien compartiendo. Siempre necesito algo distinto, siempre necesito algo fuerte. Como cuando uno a veces va a Pascua y dice “Ui pero no lo sentí tanto”. Pareciera que no fue tan profundo, que no fue nuevo, que no fue diferente, que no fue distinto de lo que uno tenía. En los vínculos con los demás, cuando uno está en un noviazgo, en un matrimonio, “hagamos algo distinto, hagamos algo nuevo”. No nos basta con decir “estamos con el otro”. Siempre estamos en esa carrera de buscar cosas nuevas. Pero también con nosotros nos pasa eso. A veces por limites que tenemos, que nos decimos “No quiero que me pase más esto, quiero algo nuevo en mi vida, algo diferente, quiero poder con esto, esto que me cuesta en la relación con mi familia, en la relación con mis amigos, en el estudio, en el trabajo”. Parece como que el corazón siempre estuviera buscando nuevas cosas. Y se ve que como nuestro corazón necesita nutrirse de nueva cosas, Jesús nos promete lo mismo.
Hoy escuchamos en la segunda lectura, en el Libro del Apocalipsis, que el que está en el trono, el Cordero, Jesús, nos dice: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Aquel que nosotros celebramos, aquel que da la vida, es el que renueva todo. Pero no porque nos da la posibilidad de comprar un coche nuevo, o de tener algo nuevo, sino porque lo hace nuevo desde lo más profundo. Porque justamente, lo que hace nuevo es renovar nuestras vidas, renovar nuestros corazones, hacer que aquello en lo que estamos, sea vida, vínculo. La que fuera nuestra realidad que estamos viviendo, sea nueva, porque nosotros lo vivimos de una manera nueva, aun en medio de las dificultades. Generalmente cuando uno lee o escucha la palabra Apocalipsis, nos da un poco de pavor o terror, porque muchas veces nos han prefijado que el Apocalipsis es algo malo, o por las sectas o grupos religiosos, cuando en realidad el apocalipsis es un libro de esperanza. En el momento donde los cristianos estaban pasando tiempos muy difíciles, los estaban matando, los estaban persiguiendo, escriben esto para darles esperanza, para que alguien les diga: “Yo hago nuevas todas las cosas, quédense tranquilos, mantengan la fe”. Con todas las frases tan lindas que escuchamos, podríamos releer esta segunda lectura: “Yo hago cielos nuevos, y tierra nueva”, “Yo soy el que enjugo las lágrimas”, “Yo soy el que los embellezco como una novia antes de casarse”, y así podríamos seguir leyendo. Jesús es el que renueva al pueblo, Jesús es el que renueva nuestras vidas, Jesús es el que trae algo nuevo. Pero eso es algo nuevo en la medida que nos encontremos con Él.
Y por eso en el final de su vida, en casi su testamento espiritual, como dice este texto que estamos escuchando del Evangelio de Juan, nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros”. Uno entonces podría decir ¿En que estaba pensando Jesús? Porque en realidad, amar es lo más antiguo que hay, aprender a amar es lo que dice varios de los mandamientos: Amar a Dios por sobre todas las cosas, Amar al prójimo. Entonces, ¿Qué es lo nuevo que trae Jesús? En primer lugar, podríamos decir que nos dice esto porque para él es lo más importante. “Lo último que les puedo decir es esto, aprendan a amar”. Pero lo nuevo en primer lugar es ¿hacia quienes hay que amar? Porque en el antiguo testamento teníamos, la Ley del Talión: “ojo por ojo, diente por diente”. Después se fue creciendo en el camino del amor y cuando Jesús le pregunta a un escriba que dice la ley, este le contesta: “Ama al prójimo como a ti mismo”. Y la gran pregunta es entonces, ¿Quién es mi prójimo? Pero Jesús ya no pone un parámetro. Dice: “Ámense los unos a los otros”, que traducido seria “ámense todos”. Lo nuevo es que hay que aprender a amar a todos los que nos rodean, y eso implica un montón de esfuerzo en el corazón, porque todos tenemos personas que nos cuesta querer y amar, que nos cuesta estar, que nos cuesta escuchar, que nos cuesta comprender, que nos cuesta acercarnos, que nos cuesta bancar. Y no solo es nuevo porque nos dice “Ámense los unos a los otros”, es decir “amen a todos”, sino por la medida que pone, una medida fácil. Porque hasta ahora lo más profundo, tal vez, que se había dicho era “Amar al prójimo como a ti mismo”, y ya uno piensa que amar a otro como a uno es difícil. Pero ahora Jesús se pone Él como medida: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. Tarea fácil, si las hay. Amar como Jesús ama.
El momento más difícil de la vida de Jesús, cuando se está por entregar, deja tal vez lo más profundo, dice lo más importante: “Amen hasta el extremo, amen a todos, y amen dando la vida”. Esto es lo que día a día todos intentamos, o queremos hacer crecer, o por lo menos buscamos. Uno podría decir que eso es imposible, o que es muy difícil. Estamos de acuerdo en que amar a todos y amar como Jesús ama es casi una tarea para Misión Imposible 5, 6, 7… Pero, ¿nosotros buscamos algo menos? Si a nosotros alguien que se nos acerca y nos dice “Yo te quiero amar pero hasta acá”, ¿uno dice “bueno, si, está bien”? “Yo quiero ser amigo tuyo pero por un tiempo, un poquito, en esta circunstancia” “Yo me quiero casar con vos, pero por unos años”… ¿Eso es lo que nosotros buscamos? ¿Eso es lo que nosotros queremos? ¿O nosotros tenemos un deseo tan profundo en el corazón, que va mucho más allá de eso? Obviamente que puede ser difícil, no estamos diciendo que eso es fácil vivirlo. Pero creo que lo que buscamos de los demás, y por ende también de nosotros, es amar hasta el fin, es justamente amar como Jesús ama, es aprender a amar dando la vida. Por eso nos cuesta tanto cuando no lo podemos vivir, y cuando el otro no lo puede vivir con nosotros. Cuando encontramos que estos caminos no se pueden hacer, por eso nos duele y nos cuesta. Sin embargo hoy tenemos la certeza de que aun en los momentos difíciles, Jesús nos sigue diciendo a nosotros: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Jesús es el que quiere volver a sanar nuestros corazones, Jesús es el que puede recrear nuestros vínculos, el que puede curar las heridas, el que siempre puede traer algo nuevo. Jesús quiso romper con algo, que era justamente la división, la violencia, el no quererse ni amarse, y eso es lo que lo hizo feliz, y por eso lo vivió. Y por eso nos invita a nosotros, porque el aprender a amar, aun cuando uno se siente herido, es lo que nos hace crecer, es lo que nos puede traer felicidad. Podríamos pensar que uno se arriesga cuando hace eso, pero uno es feliz cuando también hace eso, uno crece cuando eso. Como decíamos hace poco, imaginémonos que Jesús hubiera dicho: “Yo los voy a amar, si ustedes me corresponden. Yo los voy a amar si ustedes me aman, me quieren.” Nose, no llegaba ni hasta Jerusalén Jesús, se quedaba mucho antes. Sin embargo, al primero que lo hacía feliz el vivir eso, era a Él. Y por eso nos invita a nosotros. Muchas veces a nosotras nos cuesta porque alguna vez fuimos heridos, alguna vez nos lastimaron, porque tenemos miedos. Pero la única manera de crecer y de ser verdaderamente felices es arriesgarse, casi como saltar al vacío. Amar es jugársela, amar implica confiar, confiar en Dios, y confiar en el otro. Y aun cuando la cosa no sea como uno quiere, de esa manera crecemos, de esa manera se agranda nuestro corazón, de esa manera nos vamos distinguiendo. “En eso reconocerán que son mis discípulos”, les dice Jesús. ¿En qué? En llevar un estandarte, en ir a misa… en Amar dice Jesús. En aprender a poner el corazón en cada cosa, en aprender a amar a los que va poniendo en nuestro camino, y en aprenderlo a amar a Él. Eso es lo que nos distingue de los demás, eso es lo que Él quiso vivir, eso es lo que Él nos transmite a nosotros. Es ese amor es el que hace nuevas todas las cosas. Aun en el dolor, cuando uno se siente querido, uno se siente contenido, uno puede seguir caminando, uno mira de otra manera, es el amor el que salva. Cuando uno está sin ganas, que no puede, y un amigo o un familiar viene y le da una mano porque lo ama, eso nos ayuda a caminar de una manera distinta. El amor es el que recrea, el amor es el que hace nuevas todas las cosas.
Pidámosle a Jesús, aquel que amando hizo nuevas todas las cosas, y que nosotros como verdaderos discípulos de él, escuchándolo y viviendo este amor que él nos dio, también podamos amar como el ama.
(Tiempo Pascual, Domingo V, lecturas: Hch 14,21b-27; Sl 144; Ap 21,1-5ª; Jn 13,31-33ª.34-45)