viernes, 30 de julio de 2010

Por el camino de la reconciliación


“Camino”, es una palabra familiar que utilizamos de muchas maneras, pero que siempre indica un origen y un destino. Entre ambos extremos un sendero que debemos recorrer. Podríamos decir que toda nuestra vida es un continuo caminar, pero al mismo tiempo vamos recorriendo pequeños caminos en ella. Ahora en todo camino descubrimos partes más fáciles de recorrer y otras más complicadas y difíciles.

Así, en el “caminar” de nuestra vida Jesús nos invita como cristianos a crecer continuamente en el amor y en los valores del evangelio. Sin embargo descubrimos nuestra dificultad para vivir esto. Todos queremos y necesitamos amar de verdad pero muchas veces nos cuesta, no sabemos o no lo hacemos. Algunas veces con nuestras palabras, gestos, y actitudes generamos peleas, divisiones, lastimamos al otro, quedando nuestro corazón lleno de tristeza y amargura. Otras veces nos sentimos lastimados, heridos, olvidados o dejados de lado, lo que también afecta nuestro corazón dejándonos sentimientos de bronca y amargura.

En todo camino, los vínculos se ven muchas veces afectados, no siempre amamos o somos amados como debiéramos. ¿Quién no se encontró alguna vez necesitado de perdón? ¿A quién no le ha costado alguna vez perdonar? Sin embargo, hay veces que luchamos toda la vida contra algún conflicto respecto del perdón o llevamos con nosotros mismos la carga más pesada que impide perdonar: el rencor, la venganza, el odio.

Es por eso que uno de los temas centrales en el mensaje evangélico es la reconciliación. Continuamente habla Jesús de la misericordia del Padre y nos llama a imitarla. Es, además, una de las cuestiones centrales en la vida de una persona, ya que todos estamos necesitados de ser perdonados y perdonar y mientras no lo hacemos caminamos por nuestra vida con una mochila.
Es por eso, que la reconciliación siempre tiende a curar heridas causadas en nuestra historia personal o comunitaria. Las heridas pueden ser de muchos tipos:

• Si se trata de nuestra relación con Dios, hablamos de reconciliarnos con Dios.
• Si se trata de nuestra identidad e historia personal, necesitamos reconciliarnos con nosotros mismos
• Si está en juego nuestra relación con el prójimo, tanto se trate de personas individuales como de grupos (familia, comunidad, sociedad), hablamos de reconciliación con los demás.

Ahora, para que este proceso de la reconciliación se pueda llevar adelante necesitamos reconocer nuestro error, o nuestro pecado, arrepentirnos de nuestro accionar, y querer cambiar nuestra forma de actuar. Y esto también implica todo un camino:

En primer lugar descubrir que hemos obrado mal, y que ese obrar causo una herida en alguien (en los demás, en Dios o en mí mismo).

Segundo estar dispuestos a pedir perdón arrepintiéndonos de lo que hicimos y queriendo cambiar de actitud.

En tercer lugar que quién fue lastimado acepte ese perdón, y desee continuar caminando con nosotros.

Como vemos es todo un proceso que se debe dar para que nos podamos reconciliar y caminar con el corazón renovado. Un proceso que todos en la vida necesitamos hacer. Saber que podemos equivocarnos y que el otro/a también se va a equivocar y que por eso tenemos que ayudarnos a pedir perdón y perdonarnos.

Ahora, como nos dice San Pablo, con Dios tenemos una ventaja: “Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios”. (2Cor 5, 20). Dios siempre quiere reconciliarnos, siempre está dispuesto a hacer este proceso.

Abramos entonces nuestro corazón a Dios y a nuestros hermanos y animémonos siempre a recorrer el camino de la reconciliación.

Para los que quieran les dejo dos textos para profundizar en este camino: Lc 15; Jn 8.

martes, 27 de julio de 2010

Homilía: "Enséñanos a rezar" (Domingo XVII del Tiempo Ordinario)

En el 2004, ganó el Oscar a la mejor película, la película de Clint Eastwood, “Million Dollar Baby”. Una película muy buena, bastante dura, en la que Clint Eastwood, quien también actúa además de dirigir, hace de Frankie, un encargado de un gimnasio que entrena boxeadores. Él está entrenando a Willy, que está haciendo una muy buena carrera y está cerca de pelear por el título mundial. En ese momento, aparece en el gimnasio Maggie (Hillary Swank, ganó el Oscar también por esa actuación), una camarera que tenía 30 años, que le pide que le enseñe a boxear porque quiere ser boxeadora. Frankie, una persona osca, dura, que entrenaba boxeadores, le dice que no. A partir de ese momento Maggie empieza a aparecer todos los días, pidiéndole que la deje boxear, y él sigue diciéndole que no. Hasta que en un momento Dupris, que era uno de sus ayudantes, la deja entrenar en el gimnasio donde él estaba. Frankie se entera de esto y se enoja un poco con su amigo. Dupris intercede y le pide que la entrene a lo que Frankie sigue diciendo no, y se justifica diciendo que es grande, que aparte es mujer, y que no piensa traer mujeres para que boxeen. La cosa sigue avanzando hasta que de pronto Willy (que era entrenado por Frankie), 2 peleas antes de ir por el título mundial, lo deja y se va con otro entrenador. Y ahí, él recapacita un poquito frente a esta insistencia de Maggie, y finalmente decide entrenarla pero hasta la primera pelea, y luego le buscará otro entrenador. Durante la primera pelea, mientras Maggie boxea, él se da cuenta que de hay algo raro: su entrenador había arreglado para que la otra le gane. Ahí se enoja, echa a ese entrenador, y se ponen a entrenarla a Maggie para que gane esa pelea. De a poquito, frente a esa insistencia de ella, él decide acompañarla. Después le dice que sólo lo hará por un tiempo, y así va creciendo esta relación y este vínculo entre ellos dos. Vínculo que creció gracias al deseo que Maggie tenía. Pero no sólo fue el deseo, sino que luchó incansablemente para conseguir eso que buscaba en el corazón y deseaba.

Nosotros también hacemos cosas como estas cuando tenemos muchas ganas de algo, sea o no importante, incansablemente luchamos hacia eso. Los más chicos son especialistas, que a veces taladran a los grandes y uno dice: “Bueno, ya está”, no tiene más ganas de seguir luchado por eso. Los jóvenes también, no veo a ningún joven que cuando quiere ir a bailar y le dicen que no, diga “si, papá o mamá, te entiendo, tenés razón. Está todo bien, hoy no me toca”. Lo más común es empezar a insistir, a buscar la manera, “es la mejor fiesta del año, no puedo no ir” y todas esas cosas que dicen ustedes, ¡porque yo ya las pasé! Así podríamos buscar distintos ejemplos, frente a diferentes cosas en las que incansablemente pedimos algo. Ahora, la primera pregunta que podríamos hacernos es: ¿cuán central es esto que perseverantemente pedimos hoy? ¿Por qué peleamos mucho por esto? ¿Qué es esencial hoy? ¿Es central esto por lo que lucho en mi vida, esto por lo que me peleo a veces con amigos, familia, novio/a, u otras personas? ¿Es algo que realmente deseo, o es secundario? Porque justamente, por lo que uno tiene que luchar incansablemente es por aquello que uno descubre que es lo que realmente quiere, y por eso va a pelear hasta que eso, de alguna manera, se pueda dar. En este caso, lo que hacía Maggie, siguiendo aquel deseo que tenía de ser boxeadora. Lo mismo pasa con nosotros. La idea es que corramos por aquellos deseos profundos, y no que los dejemos a la primera de cambio, cuando nos frustramos, cuando fracasamos, sino que nos animemos a levantarnos y a seguir caminando detrás de ellos. Ir incansablemente, insistentemente detrás de esto que queremos.

Esto es lo que hace Abraham. Se pone delante de Dios en la Primera Lectura, y quiere interceder en Sodoma, y entonces empieza a hablarle a Dios: “¿Cómo vas a destruir esto?”. Sodoma y Gomorra, eran unas de las peores ciudades, y él quiere interceder: “ya hay 50, 45, 40”, uno no sabe dónde va a terminar la oración, pero se quedan 10. Él insistió en aquello que quería, en aquello que deseaba. Lamentablemente, para Abraham no va a ver ni 10 justos en esa ciudad, pero lo central es que él pidió con insistencia aquello que él quería, buscando que esa ciudad no sea destruida.

Jesús, en el Evangelio, nos pone como ejemplo otra persona que es insistente, pero que tiene algo que pasa casi desapercibido. Es este hombre que va a medianoche a pedirle algo a un amigo. Y la medianoche de ese momento no es la de hoy en que los chicos se juntan a veces para empezar a salir, sino que era el momento en donde todos ya estaban durmiendo. Sin embargo, ésta persona le dio un lugar, lo recibió, él se lo da por supuesto. Podríamos pensar nosotros qué haríamos si estamos durmiendo y nos cae un amigo así. No sólo lo recibió en su casa, si no que al no tener nada, se preocupó por él. No le dijo: “es tarde, ándate a dormir. Mañana vemos”, sino que fue hasta lo de otro amigo para poder recibirlo bien y hacerle un lugar. ¿Fue un poco incómodo? Seguro que fue incomodo. Levantarse a la noche, cambiar sus planes, ir a lo de su amigo o vecino que no lo atiende, golpearle la puerta ocho veces para que le de los tres panes, pero lo hizo. ¿Por qué lo hizo? Porque lo quería, porque lo deseaba, y por eso buscó aquello que descubría en el corazón, que era ser hospitalario con el otro.

Y esto es lo que, de a poquito, Jesús nos va pidiendo a nosotros, que aprendamos a descubrir cuáles son las verdaderas cosas que nos ayudan a crecer, y por las que tenemos que insistir. En este caso, escuchamos hoy que los discípulos le preguntan por la oración: “¿Cómo podemos crecer en la oración? Enséñanos a rezar”, le dicen a Jesús. Esta pregunta que podríamos hacer tan nuestra hoy. Muchas veces no encontramos cómo rezar o cómo relacionarnos con Dios. Y también lo primero central en esto es que los discípulos encontraron en Jesús una persona de oración. El Evangelio continuamente dice: “Jesús se retiró a orar”, “Jesús pasó toda la noche en oración”. También encontramos algunas oraciones que sabemos que Jesús hizo, por ejemplo en Getsemaní nos dice que Jesús ora al Padre, nos dice lo que Jesús dice rezando al Padre; en la Cruz, cuando Jesús está por morir, tenemos las frases que Él dice, ante ese momento tan crucial en la vida. Esto seguramente fue un ejemplo para ellos, y por eso le piden: “Enséñanos a rezar”. Algo que hace varios años atrás, casi se dio por supuesto en la época de la cristiandad, la gente sabía rezar: “si querés rezar, tenés que hacer esto, esto y esto”, y la gente lo hacía. Sin embargo, hoy encontramos que esto entró en crisis. ¿Cuántas veces nos encontramos con que no sabemos rezar, que la oración es un misterio para nosotros? Y esto que podría parecer malo, en primer lugar es bueno, ¿por qué? Porque no se puede esquematizar una relación, un vínculo. Para nosotros es más fácil, nos da una seguridad: “esto es así, se reza y se hace así”. Para los chicos es más fácil: “rezo a la noche, rezo el Ángel de la Guarda, el Padrenuestro, el Avemaría”, pero luego descubrimos que eso está en crisis en nosotros. ¿Por qué? Porque tenemos que profundizar, no nos alcanza con esa manera, como no nos alcanza hablar cuando éramos chicos. Si yo sigo manteniendo el mismo vínculo con mi padre que con un amigo que tenía cuando tenía 8 años, mi papá va a estar conmigo porque es mi papá, pero en lo demás no… es decir, tenés que crecer, tenés que madurar.

Lo mismo pasa en nuestra relación con Jesús. Si es un vínculo, tenemos que alimentarlo, y tenemos que hacerlo crecer. Y que la oración entre en signo de pregunta es parte de ese camino, es parte de descubrir que es algo que yo tengo que alimentar, y que es algo en lo que yo tengo que insistir, no hay una forma, no hay una manera. Sí, nos pueden mostrar los caminos, pero tenemos que aprender a descubrir que hay un lugar en el que tenemos que aprender a encontrarnos con Jesús. Lo difícil de esto es que el lugar del encuentro con Jesús en la oración, es en el corazón, y muchas veces nos cuesta poner el corazón en Dios. Hemos aprendido durante tanto tiempo, que la oración casi pasaba sólo por la cabeza, y era algo mental: “repito esto, hago esto, digo tal cosa”, y hoy, que tenemos ese deseo tan profundo de encontrarnos corazón a corazón con el otro, en este caso con Jesús, muchas veces no le encontramos la vuelta. Y casi como que queremos despertarnos y decir: “yo quiero encontrarme con Jesús”, pero nos cuesta.

El camino es el que nos dice Jesús: insistir, animarnos a ponernos en oración. Muchas veces nos preguntamos ¿cómo puedo aprender a rezar? Rezando, no hay muchas vueltas. Tomarse un momento, el que sea y como sea, para encontrarme con Jesús, para aprender a dialogar con Él, para aprender a encontrarlo en mi corazón, para dejar que mi corazón se despierte. Tal vez el problema en ese encuentro con Dios es que durante mucho tiempo nuestro corazón estuvo dormido, iba casi con piloto automático, y tenemos que aprender a encontrarnos en el corazón con él. Aprender a descubrir cuánto lo queremos, cuánto lo amamos, cuánto queremos compartir la vida, y abrirle el corazón.

Ese es el camino: bucear en lo profundo de nuestras vidas. Cada uno encontrará la forma, la manera, compartiremos experiencias. A los jóvenes les gustará rezar de una manera, a los más grandes de otra, a algunos les gustará hacer adoración, a algunos rezar el rosario, otros abrir el corazón, cantarle solo o con otros, o hacer un desierto. Lo central es que nos encontremos con Él, con aquel que justamente, nos da Vida. Y en esta insistencia lo importante es que confiemos en Él.

Y eso es lo segundo que nos dice: “Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les abrirá”. Confiar. Y a veces cuando no vemos, o no encontramos lo que buscamos, se trata de volver a confiar y decir: “yo confío en este Dios. En aquel que me dio la vida, en aquel que encontré a lo largo de mi vida, y en aquel con el que quiero ir profundizando día a día”.

Esta es la experiencia que podemos compartir, que tenemos un Dios que nos busca y nos invita a buscarlo. Abrámosle, entonces hoy nosotros el corazón a Jesús como sus discípulos, digámosle que no sabemos, que necesitamos que nos enseñe a rezar, que nos enseñe a orar, que nos muestre los caminos para encontrarnos con Él. Para que así, buscándolo, por medio del corazón descubramos toda la vida que Jesús tiene para darnos.

Homilía: "El lugar de ella es aquí" (Domingo XVI del Tiempo Ordinario)

Hace 2 años ganó el Oscar a la mejor película extranjera, la película japonesa “Departures” (como toda película japonesa es un poco lenta), en la que Daigo Kobayashi (o algo así) que trabaja en una orquesta en Tokio, de pronto pierde su trabajo, por lo que se vuelve a su pueblo natal junto con su mujer. Aparece, entonces, una escena en la que tiene que empezar todo de nuevo, en la que él está en el auto en pleno invierno, nevando. Está con su nuevo jefe, y piensa unas frases sueltas que dicen más o menos así: “Los inviernos no se sentían tanto cuando yo era niño. Hace 2 meses que he vuelto de Tokio a Yamagata y he llevado siempre una vida mediocre”. En ese detenerse y mirar un poco hacia atrás y lo que él está viviendo, se siente como desilusionado, siente que su vida no es lo que él piensa ni lo que él quiere. Es por eso que ahora, en este nuevo lugar, va a tener que aprender a descubrir cuál es el sentido profundo de su vida. En este trabajo, con este hombre que le va a dar nuevas enseñanzas, va a poder descubrir si él se puede abrir a algo nuevo, distinto de lo que él esperaba para su vida (ya no como concertista, pero sí pudiendo bucear de a poquito en lo profundo de sus deseos y de su corazón).

Nosotros también hacemos esto a lo largo de nuestras vidas cuando nos animamos, o estamos forzados por distintas situaciones, a
mirar un poquito qué es lo que estamos haciendo, descubrir si estamos contentos con aquello que vivimos, si es lo que buscamos, lo que deseamos, y pensar cómo podemos ir reencausando nuestra vida. Pero para eso tenemos que aprender a escucharnos, aprender a escuchar qué es lo que nuestro corazón o nuestra propia vida nos pide y nos dice. Aprender a escuchar a los demás, qué es también lo que tiene para aportarme y decirme. Para poder, a partir, de ahí ir haciendo las opciones que yo quiero para mi vida, las opciones más vitales, aquello que me va a definir.

Para eso tengo que tener siempre esa actitud de escucha que descubrimos hoy en el Evangelio con María. Con esta María, que como sabemos era hermana de Lázaro y de Marta, que se sienta a los pies de Jesús para escucharlo. Y acá aparece la primera novedad, algo nuevo en la vida de María y de todas las mujeres en el camino de la fe. Lo más llamativo de este Evangelio es que una mujer se ponga, justamente, a escuchar a Jesús. Se acuerdan que hace poco hablábamos sobre los maestros de esa época que enseñaban a pocos discípulos, y que una cosa llamativa de Jesús como maestro es que elige 12 apóstoles, pero que no sólo enseña a esos 12, sino que enseña a mucha gente, y eso ya es novedoso. En general, como el saber implicaba toda la vida, se lo reservaba para unos pocos. Pero acá, Jesús, o María depende de donde lo miremos, da un paso más, que es enseñarle a aquellos que no tenían acceso en esa época a los maestros, o que vivían la religión de otra manera. Ustedes saben, en la época de Jesús, las mujeres podían vivir su fe parcialmente, no estaban incorporadas plenamente. Esto se veía en el templo, si miramos un templo de época judío tenía varias divisiones, a la primera parte sólo entraban los extranjeros, a la segunda parte sólo podían entrar las mujeres, y la tercera parte era exclusiva para los hombres. Es decir, había una parte en donde ellas ya no podían participar. Además de eso, no podían tener maestros, no podían profundizar en la fe. Es por eso que este gesto en María es llamativo.
Ella se anima a sentarse a los pies de Jesús, y es desde ahí que viene esta recriminación de Marta. Nosotros muchas veces, tendemos a contraponer en este Evangelio que acá esta la acción y la contemplación: Marta está actuando, y María contemplando sentada a los pies de Jesús. Jesús dice: “Primero hay que contemplar”. En realidad lo que está diciendo Jesús es que el lugar, en este caso, de la mujer es otro: está trayendo algo nuevo. Parafraseando podríamos decir que Marta está diciendo: “decile a María que vaya a su lugar (a la cocina dirían los hombres hoy), que me ayude a preparar todo”, y Jesús le dice: “El lugar de ella es aquí”. Eso es totalmente novedoso. Jesús empieza a integrar a todos, en este caso a todas, en una manera de vivir la fe totalmente nueva, casi escandalosa por la época en que se vive. Le están enseñando a Marta, que en ese momento su lugar es otro, que aprenda a descubrir en Jesús un nuevo sitio para todos.

Tal vez, para descubrir que no hay una contraposición entre la a
cción y contemplación podríamos mirar los últimos dos Evangelios casi como un díptico. El domingo pasado veíamos el Evangelio del Buen Samaritano, donde Jesús ponía como ejemplo a alguien que entraba en acción, que ayudaba, y después decía: “Obra tú de la misma manera”. Hoy pone como ejemplo a alguien que se sienta como discípula a escucharlo, y le dice a Marta: “Tú también has lo mismo”. Ambas son necesarias en el camino de la fe, pero siempre parte de un “ser discípulo” o “ser discípula”. Nos invita a descubrir que tenemos que escuchar a Dios, que tenemos que aprender a profundizar en Él para poder crecer, abrir el corazón de una manera nueva.

Es una invitación para todos nosotros. Muchas veces hoy nos llama mucho más la intención el actuar, el ayudar, el ponernos en camino, que es una invitación muy grande que Jesús nos hace y que brota desde lo profundo del Evangelio, pero al mismo tiempo tenemos que aprender a escuchar en su palabra, aprender a descubrir qué es a lo que nos está invitando, y qué es lo que nos está diciendo. Pero para eso tenemos que detenernos, tener esa actitud de escucha del que siempre está abierto. Tenemos que animarnos a darle un lugar. Más allá de lo que le diga después a Marta, ella es la que acogió a Jesús en la casa, fue hospitalaria con Él, se detuvo a atenderlo. Como en la Primera Lectura, donde Abraham se detiene, y le dice a unos forasteros que pasan por ahí, que tienen un lugar en esa casa, y después de recibirlos, ellos le dicen que va a tener un regalo: un hijo. Le dicen que Dios lo va a recompensar por su actitud y su servicio.
De la misma manera, nosotros tenemos que aprender a hacerle un lugar a los demás, hacerle un lugar en nuestras vidas a Jesús, para poder dejar que Él de a poquito, vaya transformando nuestro corazón.

Tal vez también nosotros hoy como Iglesia, podríamos preguntarnos de qué manera vamos integrando a todos. En primer lugar, partiendo de este Evangelio, a la mujer. De qué manera las hemos integrado en nuestras comunidades y en nuestra Iglesia. En segundo lugar, a aquello que viven de una manera diferente a nosotros. Podríamos pensar
como Iglesia, tal vez, a quiénes hoy estamos excluyendo, y a quienes hoy Jesús nos invita a hacerlos participar de este lugar. Nos ayuda a descubrir siempre cuál es nuestro sitio, que es el de la escucha. Y como es el de la escucha, es el de la apertura a Dios y a los demás.

Como les dije hace un tiempo, en el mundo judío se tendía a dividir y a cerrar: nosotros estamos adentro, ustedes están afuera. Si hay algo que nos enseña Jesús, es que todos están adentro y tienen un lugar, y que esa es la manera de anunciarlo a Él. Pablo nos dice hoy: “Nosotros lo anunciamos a Cristo”. Si nosotros lo anunciamos, tenemos que aprender a abrir el corazón, y aprender a llevarlo a los demás. Para eso tenemos que aprender a escuchar, y descubrir en qué sitios, en qué lugar, en qué realidades, no se está haciendo tan presente.

Pongámonos entonces, como María, como discípulos y discípulas a los pies de Él, para dejarnos enseñar por Él, para que su palabra penetre en el corazón. Para que penetrándola nos animemos también a anunciarla y a llevarla a los demás.

martes, 13 de julio de 2010

Homilía: "Ve, obra tú de la misma manera" (Domingo XV del Tiempo Ordinario)

Este año salió una serie llamada “Flash Forward”, y en uno de sus capítulos hacen como un retroceso en el tiempo, 2 años atrás, en la cual McBenford le da la bienvenida a los nuevos agentes del FBI, aquellos que habían sido elegidos. Les dice el siguiente discurso: “Hoy es el primer día de sus carreras. Hoy, además de una placa y de un arma, van a empezar a escribir una historia sobre sus carreras. Cada agente especial tiene una historia. Algunas son graciosas, algunas son trágicas, otras aburridas. Pero sin embargo, hoy no es el día más importante de sus carreras. Eso vendrá más adelante. No lo verán venir. Se les acercará despacio, y seguramente será un momento anónimo, una encrucijada en la que van a tener que hacer algo. Tendrán que hacer algún tipo de sacrificio personal por alguien más, y seguramente esa persona no conozca sus nombres, no conozca sus caras, ni siquiera sepa qué es lo que hicieron. Pero ustedes sí lo sabrán. No es para ser tomados en cuenta que están acá, sino para hacer las cosas bien cuando sea necesario, es decir, siempre. ¡Bienvenidos al FBI!”. Uno ve la cara de alegría de todos esos hombres y mujeres que han cumplido un largo camino en sus deseos y en su historia, que comenzaron sus carreras, pero tienen que empezar su trabajo. Y como Marc les dice, “los días más importantes están por venir”, y son como encrucijadas. Como cuando uno tiene que tomar decisiones importantes; en este caso, para poder ayudar a otras personas.

Lo mismo sucede en nuestras vidas. Muchas veces los momentos centrales de nuestras vidas son encrucijadas, momentos donde tenemos que tomar decisiones y no es tan simple. En estas situaciones tenemos que aprender a jugarnos, a descubrir qué es lo queremos, y tomar una decisión según lo que creemos, esperamos y deseamos. Es más, sacando algunas palabras, Jesús nos podría haber dicho lo mismo a casa uno de nosotros: “¡bienvenidos al cristianismo!”, como diciéndonos que acá comienza una historia, un camino, donde habrá muchos momentos con encrucijadas. Es en esos tiempos donde se va a ver qué es lo que decidimos, y si podemos ser tomados en cuenta para hacer las cosas bien cuando llegue el momento, para vivir según lo que creemos y según lo que Él nos enseñó. Ese es, en el fondo, el deseo que todos tenemos, lo que queremos y esperamos. Pero también es siempre un interrogante pensar cómo lo vamos a vivir.

Para poner un ejemplo, tenemos la Primera Lectura, el pueblo de Israel puede caminar durante 40 años por el desierto, y Moisés les dice: “Ahora van a entrar en la Tierra Prometida, y Dios les va a dar un montón de dones, les va a regalar un montón de cosas, y ustedes lo que tiene que hacer es vivir como Él los invitó. Esto no es algo lejano, no es algo que está en el Cielo, imposible de alcanzar, algo en el medio del mar que uno no puede llegar. Esto es algo que está al alcance de ustedes, en sus palabras y en su corazón, que se hará según lo que se animen a decir, cómo se animen a vivir, y cómo se comprometan con eso”. Sin embargo después, la historia hay que escribirla, y en los momentos de encrucijadas será verá de qué manera pueden vivir eso.

En el Evangelio sucede algo similar también. Se acerca este doctor de la ley, y le pregunta a Jesús: “¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna?”. Tal vez, esta sea la pregunta central en nuestra vida de cristianos que en algún momento, explícita o implícitamente, nos hacemos. ¿Qué tengo que hacer para hacer lo que Dios me pide? ¿Para estar con Jesús, con Dios el día de mañana? Si bien esperamos que sea bastante más adelante, creo que es el deseo que todos tenemos. Jesús no le responde al doctor algo muy distinto a lo que dice la Primera Lectura: “¿Qué está escrito en la ley?”. A él, que era un doctor de la ley, que conocía eso y lo estudiaba, le pregunta qué es lo que sabe según la ley. Como alguna vez hemos dicho la ley en esos tiempos era larguísima, había más de 600 prescripciones, y este hombre la resume en 2 renglones: “Hay que amar a Dios para toda la vida, y al prójimo como a nosotros mismos”. “Muy bien, has respondido exactamente. Ve y obra”, le dice Jesús. Sabemos que eso no es fácil, entonces el doctor de la ley se animó a preguntarle algo más: “¿Quién es mi prójimo? ¿Quién es aquella persona a la que tengo que amar?”. Casi como midiendo, ¿hasta dónde, hasta quién, de qué manera, cuándo? Y es acá donde aparece esta parábola, tal vez una de las más lindas de todo el Evangelio, que todos conocemos, donde hay un hombre que es asaltado y abandonado medio muerto. Nos muestra que cuando llegó el momento, la encrucijada, en el que había que hacer las cosas bien, hubo hombres que pasaron de largo (un sacerdote, un levita, los hombres religiosos de la época), que no se preocuparon, no hicieron lo que tenían que hacer. Sorprendentemente, el que obra según lo que espera Dios, fue del que menos se esperaba este gesto, un samaritano, que como sabemos estaban peleados y en guerra con los judíos. Sin embargo, cuando llegó ese momento, se preocupó por su hermano, por el otro. Lo curó, lo puso en su montura, lo llevo a un albergue, pagó por él, y no se desentendió, sino que dijo: “Lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. Muestra esa preocupación hasta el extremo por el que ni siquiera conoce, y del que, según el texto, no supo nada, ni lo vio, ni supo su nombre, absolutamente nada. Al terminar esto, Jesús le pregunta al doctor: “¿Quién te parece que se comportó como prójimo de este hombre herido?”. “El que lo ayudó”, responde el hombre. Caía de madura esta respuesta, y Jesús lo invita a vivir de la misma manera.

Acá encontramos, tal vez, el primer cambio que hace Jesús. Frente a la pregunta de este hombre “¿Quién es mi prójimo?”, Jesús le dice que no es así como se deben ver las cosas, sino que hay que preguntarse ¿quién se comportó como prójimo del otro? Es decir, de quién somos nosotros prójimos, porque cuando nos ponemos nosotros como centro siempre vamos midiendo: ¿hasta dónde, hasta dónde tengo que amar, de qué manera, cuándo es necesario, cuándo el otro se lo merece, ¿lo tengo que hacer o no lo tengo que hacer?, ¿me tengo que jugar o no?, ¿le doy otra oportunidad ono? Sin embargo, nos dice Jesús que no es esa la medida, no es esa la manera. La encrucijada será en el momento en el que yo tenga la oportunidad de hacer las cosas bien por alguien, y lo haga. Y no sólo en situaciones donde nos cuesta, donde muchas veces sentimos que pasamos de largo frente a la gente necesitada, frente a la gente que nos para o situaciones donde nos da miedo, si no en el día a día. ¿Cuántas veces sentimos que en lo cotidiano pasamos de largo? Que no resolvemos como hubiéramos querido, y después nos quedamos pensando “¿por qué conteste así?” o “¿por qué traté así a esta persona, por qué no ayudé, por qué no tomé yo la iniciativa?” ¿En cuántas cosas diarias nos pasa que no terminamos de amar como Jesús nos invita y no ponemos toda nuestra vida? Pero para eso tenemos que animarnos a descentrarnos, porque excusas vamos a encontrar siempre: “no puedo, estoy cansado, no tengo ganas, tengo ganas de hacer otra cosa”… sin embargo, Jesús nos invita a dar un paso más, y animarnos a jugarnos, saliendo de nosotros mismos, descentrándonos un poco, para así sí aprender a amar a Dios, y aprender a amar al otro.

Cuando termina esta parábola, Jesús le dice al doctor: “Vete y obra tú de la misma manera”, lo invita a dar este salto. Y, si bien no está en los evangelios, hay una historia que cuenta un poquito qué es lo que pasó con este hombre (un mito o una leyenda). Parece que después de escuchar a Jesús, quedó conmovido con todo lo que Él le había enseñado, y con ganas de llevarlo a la práctica (¡como muchas veces nos pasa a nosotros!). Entonces dicen, que se fue, y justo cuando bajaba por un camino, encontró un hombre tirado al borde del camino (también le pareció que estaba medio muerto), entonces pensó que aquella era su oportunidad, que él también podía ayudar a hacer lo mismo que Jesús le enseñó. Entonces fue y se acercó. Dio vuelta al hombre, pero para su sorpresa ese hombre saltó y lo amenazó con un cuchillo. Saltaron dos hombres de unas rocas que había más atrás, lo amenazaron, lo palparon, le pegaron un poco, pero no encontraron nada de valor. Entonces planearon llevárselo “secuestrado” a un aguantadero (¡no había mensajes de textos, ni llamados como se hace hoy para pedir rescate por él!) Pero así la cosa se dilató. Tardaban, no pagaban nada por él. Entonces lo golpeaban un poco y lo iban dejando cada vez peor. Estuvo como un mes así, se dieron cuenta que no podían sacarle nada, entonces lo soltaron en ese estado medio muerto. Dice esta historia que el hombre salió con una bronca bárbara y decía: “¡Las cosas en que me meto por escuchar a Jesús! Yo quiero hacer las cosas que Él me dice, y mirá lo que me pasa. Lo voy a encontrar y le voy a decir que esto que Él está explicando, no va”. Él sabía que Jesús iba para Jericó y por eso se dirigió hacia allí a buscarlo. Llegó y preguntó si no había pasado Jesús por ahí, a lo que la gente le respondía: “¡Ah sí! Un profeta, el nazareno, sí, estuvo acá. Estuvo hablando del amor, haciendo un montón de gestos, de signos, de milagros”. “Del amor habla Jesús, ¡claro! Yo le voy a dar de esas cosas, yo no creo más en esto”, pensaba el doctor. Y se fue a otro pueblo. Así, lo fue siguiendo de pueblo en pueblo, intentando encontrarse con Jesús. Hasta que en un lugar le dijeron que había estado allí un par de días atrás, pero subió a Jerusalén para vivir la Pascua. El doctor se fue hacía allí (ya con mucha bronca acumulada). Se iba acercando a Jerusalén, y le indicaron por dónde Jesús iba a celebrar la Pascua. Llegó a ese cenáculo, y le dicen: “sí, estuvo por acá, pero parece que hubo un problema y se lo llevaron preso”. “Se lo merecía, voy a ver por qué lo metieron preso, qué es lo que paso, pero se lo merecía”, pensaba el doctor. Llegó a la cárcel, donde estaba Poncio Pilatos, y preguntó nuevamente por Jesús. Le contestaron que lo habían metido preso pero que ya lo habían enjuiciado, y se decidió que lo iban a matar. El doctor seguía pensado que no se había portado tan bien, pero que en realidad no era para tanto, no era necesario que lo mataran. Le dicen que a Jesús lo iban a llevar al Gólgota porque iba a ser crucificado, y este hombre fue caminando hasta donde estaba Jesús. Cuando llegó, lo encontró crucificado y no entendió qué sucedía. Se dio cuenta que él quiso vivir el amor y así terminó, y que a Jesús le pasó lo mismo, entonces se acercó a la cruz, y le dice: “Jesús, ¿de qué sirve esto? Vos nos enseñas a vivir el amor, a que tenemos que ser buenos, a que tenemos que hacer las cosas bien, y a mi mirá todo lo que me hicieron, por hacer lo vos dijiste en esa parábola del buen samaritano. Me golpearon, me hicieron de todo, me dejaron medio muerto, y a vos directamente te están matando por hablar del amor. ¿Para qué vale esto?”. Y dicen que Jesús, mirándolo con amor a los ojos, le dijo: “El amor que no se juega, no es verdadero amor”.

Creo que lo que nos pasa muchas veces en la vida es que no terminamos de jugarnos por las cosas que creemos, por las cosas que amamos, por las cosas que Jesús nos invita a vivir. Estamos siempre mirando “hasta donde”. Hasta dónde vamos, hasta dónde damos, qué es lo que tenemos que hacer o no. Y Jesús nos dice que tenemos que animarnos a darnos y a jugarnos. Eso lo llevó a la cruz a Jesús, pero también lo hizo feliz. Y nosotros sentimos, o por lo menos a mí me pasa muchas veces, que cuando no puedo darme o jugarme verdaderamente, me queda un feo gusto en el corazón, no soy verdaderamente feliz porque siento que algo me falta. Como cuando uno tiene un día para descansar, pero no hace nada, y al final del día se pregunta qué hizo hoy, en qué ayudó, en qué se jugó. En la vida tenemos mucho de esos momentos en los que hay que decidir qué es lo que tenemos que hacer. Con Jesús tenemos una ventaja que es que siempre nos invita a empezar de nuevo, siempre nos vuelve a dar una oportunidad. Esa oportunidad es en el amor, para amar más y mejor. Más en calidad, no solo en cantidad, más en profundidad, con un corazón que ame cada día más, en cada circunstancia de la vida…

Eso es lo que hizo Jesús, eso es lo que invitó a hacer a los demás, eso es lo que nos invita hoy a nosotros en donde nos toca. Abrir cada día el corazón y jugarnos. ¿Podremos ser lastimados? Seremos lastimados alguna vez. ¿Podremos ser defraudados? Podremos ser defraudados alguna vez, pero seguramente también seremos felices, cuando podamos tener esa actitud del buen samaritano, que “lo vio y se conmovió”.

Saben, esta palabra “se conmovió” aparece dos veces en el Evangelio: el Buen Samaritano frente al que está herido; el Padre Misericordioso frente al hijo pródigo que vuelve. Algo se le mueve en las entrañas, se conmueve. Por eso, el Padre Misericordioso (Dios) y el Buen Samaritano (Jesús) lo aman y ponen todo.

Hoy nos invita a nosotros a conmovernos, a entregarnos por amor, a hacer lo mismo. Escuchemos, entonces, a Jesús que hoy nos envía y nos dice: “Ve, obra tú de la misma manera”, y animémonos a vivir esto.

domingo, 11 de julio de 2010

Homilía: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos" (Domingo XIV del Tiempo Ordinario)

El año pasado, salió una película no muy conocida, que se llama “Entre Muros”, una película francesa que cuenta la realidad en una escuela pública de Francia, y todo lo que se vive dentro del aula. Muestra la historia de François, un profesor francés, en una escuela multirracial pública, que intenta enseñar (haciendo lo que puede) dentro de esa aula, en la cual encuentra muchas dificultades. Busca la manera de ir incentivando a los chicos y a las chicas para que vayan aprendiendo, y se animen a escribir. Hasta que les pide que escriban un “autorretrato” de cada uno de ellos, que cuenten un poquito cómo es cada uno de ellos. Después, empieza a pedirles uno por uno que les lean su autorretrato, y ve que los chicos se enganchan bastante hasta que llega un chico que era bastante conflictivo, Souleymane. Cuando le toca leer a el dice: “Mi nombre es Souleymane, no tengo nada más que contarles”. “La verdad que nos cansaste, fue muy largo”, le dice el profesor, y empiezan a discutir, le pregunta por qué no se anima a escribir tanto si a veces tiene la lengua tan larga. Souleymane le dice que no quiere escribir porque siente que a nadie le importa lo que él está viviendo, lo que él es, y mucho menos a los profesores. Esto sigue, y el profesor dice: “La semana que viene vamos a hacer lo siguiente: cada uno va a pasar su autorretrato a la computadora”. Souleyman justamente, solo trae fotos de su familia que había sacado con su celular. Y ahí el profesor se da cuenta que hay una veta en él, y lo invita a descargar las fotos, y animarse a contar su vida desde esas imágenes. “¿Quién es esta? ¿Es tu madre? ¿Por qué hace ese gesto? ¿Por qué esta vestida así?”, y así le empieza a describir en cada una de las fotos a su familia. Tal es así que hace un trabajo muy bueno, y lo publican para que todos sus compañeros lo vean. Después, hablando con el resto de los profesores, François les comenta como hay que buscar la manera para que el otro se pueda expresar.

Pensaba entonces, como muchas veces nosotros estamos buscando, forzando formas y maneras para que el otro haga algo de maneras difíciles o complicadas. Y que a veces cuando dejamos que el otro se pueda expresar, qué es lo que el otro quiere decir, qué es lo que el otro puede hacer, en qué el otro es más fuerte, eso sale casi naturalmente: cuando logramos incentivar a los demás. Hace poco salió un estudio europeo hecho sobre el modo de reflexionar y estudiar de los chicos, en el cual decía que el modo más común de enseñar, que es el reflexivo-conceptual, solamente hoy es aceptado por el 20% de los chicos. Este método es utilizado por el 98% de nuestros colegios. Entonces, ¿podríamos decir que nuestros chicos estudian poco? Sí, y lo vamos a decir, muchas veces les falta estudiar un poco más. Pero también podríamos decir que muchas veces, no buscamos una forma más fácil para que ellos puedan aprender, no hemos descubierto esa manera. Y a veces cuando uno encuentra la forma, la manera, es mucho más simple hacer que en el otro brote aquello que quiere y que tiene.

La tentación siempre es tirar para uno de los polos. En la época de Jesús, como hablábamos hace poco, el maestro era el que sabía todo, y el otro lo tenía que seguir, escuchar, y no se podía discutir nada. Y no sólo era eso, si no que todo lo que sus discípulos aprendían, era propiedad de su maestro. Por ejemplo: típico concepto que uno aprende en la Facultad de Ingeniería (como me paso a mi) el Teorema de Pitágoras, no lo escribió Pitágoras, lo escribió un discípulo de él; pero como la sabiduría de toda esa escuela le correspondía a Pitágoras, todos ponían su nombre cada vez que descubrían algo. De la misma manera pareciera, sucede también con las cartas del Evangelio. No todas las cartas que dicen que son de Pablo, son de él. Las últimas son de un discípulo suyo. Sin embargo, en esa época se creía que eso le correspondía a Pablo ¿Por qué? Porque era él el que había transmitido eso, y a él se debía a eso. Eso era como un extremo: yo debía todo al otro y a su sabiduría. Hoy pareciera que nos hemos ido al otro extremo: Todo depende del alumno, o el alumno tiene todo en potencia, y lo único que tiene que hacer el maestro es dejar que eso brote. Eso siempre es una tentación: perder uno de los polos. Es importante descubrir cómo enseñarle, es importante saber enseñar, y ambos polos son necesarios. Hay que aprender a manejar esa tensión, porque en la medida que pierdo esa tensión, pierdo justamente a alguno de los que me ayudan: el que tiene que aprender o el que enseña.

Esto que expliqué (no se si fue simple o complicado) pero parece que también nos sucede en muchas facetas de nuestra vida. No sabemos distinguir en las tensiones que ambos polos son necesarios; no todo se puede elegir blanco o negro, y muchas veces hay que aprender a vivir con los dos.

Otro ejemplo de esto es el Evangelio que acabamos de escuchar. Nosotros tenemos la tensión de cómo anunciar, cómo evangelizar, cómo hacer en un mundo circular, en un mundo donde mucha gente no cree, para llegar al otro. Sin embargo, hoy Jesús nos dice en el Evangelio que eso casi no es problema nuestro. No dice que nosotros somos los responsables, dice que “la cosecha es abundante, pero lo trabajadores son pocos”. Vamos a mirar un poquito esta frase: la primera parte, “la cosecha es abundante”: Jesús no dice que hay que ir a sembrar, no dice que somos nosotros los responsables de que el otro nazca, dice que tenemos que cosechar, y la gran pregunta es ¿por qué tenemos que cosechar? ¿Quién es entonces el que siembra, el que hace que de día y de noche crezca igual? Es Jesús, y creo que esto es, en primer lugar, un aliciente para nosotros que muchas veces nos rompemos la cabeza diciendo cómo puedo hacer, de qué manera, y lo primero que tenemos que pensar es que el que mueve el corazón de cada uno es Jesús. Ahora, la pregunta es, por qué la responsabilidad de esto es de Jesús, ¿nosotros podemos borrarnos, irnos de costado? En la segunda parte nos dice que no: “pero los trabajadores son pocos”. Esto significa que, aun cuando haya que cosechar (eso sí es tarea nuestra) es necesario que nosotros nos comprometamos con aquello que nos pide Jesús, ir a buscar aquello que ya Jesús sembró en el otro, aquello que hizo brotar. ¿Cuándo, cómo? No lo sé, porque eso depende de Jesús. Llegará el momento, pero nosotros tenemos que estar atentos, para ayudar en ese camino a ese Jesús que es el que siembra en los corazones. Y esto nos ayuda a mirar y a crecer de una manera nueva. En primer lugar, nos invita a ser discípulos, que nos animemos a ir al otro, a llevarle aquello que nos pide Jesús, ¿y qué es lo que nos pide Jesús a nosotros? Que demos testimonio. El Evangelio dice que Jesús, después de haber elegido a los 12, eligió a otros 72. Es decir, Jesús, que era el que siembra en los corazones, que era el que va a dar la vida por todos dice: “Yo no necesito ayuda, necesito a los 12 que llamé, necesito 72 que ahora elegí entre los que estaban, entre los que me siguen, para que ustedes ahora vivan esto” ¿Qué es lo que les pide, cuando les dice que lleven sólo 1 par de sandalias, “no lleven más que eso”? “Vivan lo que yo les mostré: la pobreza” “Sean obedientes, lleven la paz, anuncien que el Reino está cerca, comprométanse, empiecen dando testimonio” ¿Qué es lo que nos pide a nosotros? Que nos animemos a dar testimonio, y que dando ese testimonio, cosechemos en los demás. Tal vez por eso, los envía de dos en dos. En primer lugar, Jesús siempre dice que los envió de dos en dos porque, justamente, se necesitaban dos para que el testimonio fuera valedero, pero creo que en primer lugar los envió así por otra razón: a Jesús no le importaba eso, ya que muchas veces se mostró libre ante la ley, sino que lo que quería era que yendo de dos en dos aprendieran a vivir el Evangelio.

Una de las cosas que más me cuesta con los chicos que van a misionar conmigo acá, y en la Parroquia anterior, es que se animen a estar con la misma pareja durante toda la misión. Muchas veces dicen: “No, porque prefiero ir cambiando” Cambiar es más fácil, yo no me tengo que comprometer con el otro. “No, porque ya lo conozco” Pareciera que en 2 días puedo conocer al otro, lo agoto, que simple que es el otro. El problema es que estar tanto tiempo con el otro cuesta, y me tengo que comprometer mucho más, y es más difícil.

¡Cómo nos cuesta a nosotros! ¿Dónde nos cuesta más vivir el Evangelio: en los lugares donde estamos 5 minutos, o en los lugares donde estamos todo el tiempo? Con nuestra familia, en nuestras casas, en el colegio, en el trabajo… donde más cuesta vivir el Evangelio, es donde uno está. Donde me conocen y saben mis dones, mis virtudes, mis miserias, mis debilidades, y donde yo conozco al otro. Me cuesta más comprometerme ahí, y vivir el Evangelio en eso, muchas veces es difícil, y creo que por eso Jesús los manda de dos en dos, para que ellos comiencen viviendo el Evangelio: “comprométanse con el otro, vívanlo, y a partir de ahí sí, den testimonio a los otros. Y si ustedes dos juntos lo pueden vivir, eso es un signo del Reino”.

Eso es lo que nos pide hoy Jesús a nosotros, que empecemos dando testimonio aunque sea esforzándonos, luchando, por aquellos lugares donde más nos cuesta. A veces podré, a veces no, pero Jesús mira el corazón, y el esfuerzo que yo siempre me animo a poner en las cosas. Esa es la alegría de Jesús, la alegría de ver que el Reino va creciendo, que el Reino se va a haciendo presente. Esto es lo que nos dice Isaías: “No hagan más duelo”. Basta, Dios ya está acá. Entonces, con esta imagen tan linda, como una Madre que amamanta a sus chicos, que le da de comer abundantemente, lo mismo hace Dios con ustedes. Tal vez, podríamos mirar cuáles son los signos de ese Reino que se hace presente en medio nuestro, y animarnos a alegrarnos por esto. A vivir esa alegría y a querer compartirla con los demás. Es una manera de vivir el Evangelio, poniendo lo que yo tengo, descubriendo lo que el otro tiene. Y después, de a poquito, teniendo el desafío de lo que tenemos que crecer. Tal vez es momento de que dejemos de hacer duelo por un montón de cosas que nos pasan, que nos duelen, y de animarnos a descubrir las que tenemos. Las que Dios nos da, las que Dios pone en medio nuestro: compartámoslas, y seamos testigos de ello para los demás.

jueves, 8 de julio de 2010

De visita por Santiago del Estero

El mes pasado me tome un par de días y me fui a visitar a un amigo sacerdote Roberto Ferrari, a quien llamamos Tino, a Santiago del Estero. Hicimos juntos todo el seminario y nos ordenamos junto a Agustín Politzer, Cristián Cabrini y Oscar Correa hace 6 años y medio. Tino, después de estar unos años en la parroquia San Marcelo (donde ahora está el Padre Maxi), y descubriendo su deseo de misionar y ayudar en algún lugar del interior, partió hacia Santiago del Estero a acompañar al Padre Roberto Murall (al que muchos de ustedes conoces por su paso por la catedral y la capilla Stella Maris) hace más de dos años. Ellos viven en Forres, a 38 km de la capital, un pueblo de 8000 hab. La parroquia se llama San Isidro Labrador, como nuestra catedral, y desde allí atienden 2 pueblos grandes, 3 pequeños y varias comunidades rurales. Para que se den una idea, si bien en población tal vez no es tanto, la extensión de su parroquia es el doble de la de nuestra diócesis. De un extremo a otro de la parroquia la distancia es de 120 Km. Ya desde las distancias que hay que recorrer podemos ver como hay que encarar y proyectar una pastoral totalmente distinta a la nuestra.

El primer día conocí un poco la sede parroquial y luego nos fuimos a Estación Robles (a 20 km de Forres), a visitar un grupo de catequesis. Con mucha alegría vimos como las 2 catequistas jóvenes de 16 años que se habían confirmado hacía poco, preparaban para la primera comunión a 15 chicos/as de diversas edades. Mientras tanto Tino reunía a los padres para comenzar a formar algo similar a la catequesis familiar. Luego volvimos a Forres y fuimos hasta uno de los barrios donde hay una ermita de la Virgen de Guadalupe, a celebrar misa. Trajeron sillas, una mesa, mantel, obviamente flores y velas y ahí en la vereda, junto a 10 mujeres de diversas edades celebramos la eucaristía. Fue una misa muy linda, donde compartimos nuestras experiencias de Jesús.

El segundo día fuimos al colegio de Brea pozo viejo (a 50 Km de forres), un pueblo rural, donde bien sentaditos nos esperaban los chicos y chicas del colegio junto a dos familias que iban a bautizar a sus pequeños hijos. Celebramos la misa y los bautismos, con mucha emoción. Era impresionante ver la atención que prestaban todos desde los más chiquitos, como les llamaba la atención todo lo que hacíamos y les decíamos. Luego estuvimos visitando unas familias en Brea pozo (donde almorzamos) y por último fuimos a una casa a celebrar y recordar un año del fallecimiento de una vecina. Tino nos contaba como la gente de los pueblos celebra mucho a sus difuntos y los recuerda con mucha emoción.

Lamentablemente algunas obligaciones que tenía por acá no me dejo quedarme más, pero fue una muy linda experiencia. Poder compartir esos días con Tino y conocer algo de su tarea pastoral, totalmente distinta a lo que se vive en la ciudad.

Les comparto algunas apreciaciones que me quedaron de esos días:

La importancia de los agentes pastorales (catequistas, coordinadores, etc.). Los sacerdotes pasan cada tanto por cada una de las pequeñas comunidades, entonces es sumamente necesario que los laicos acompañen y generen comunidad. Nosotros estamos acostumbrados a que tenemos sacerdotes cerca, pero creo que el camino para todos es que cada día más, cada uno de los miembros de una comunidad asuma más responsabilidad en su misión de cristianos. Para eso tenemos que animarnos a revisar nuestras estructuras pastorales y ayudar a que crezca la participación y el compromiso de los laicos.

La vitalidad de las pequeñas comunidades. Por los lugares que recorría me sentía siempre como si estuviese misionando, pero al mismo tiempo me encontraba con comunidades establecidas. Es decir, se nota el trabajo de años de sacerdotes, misioneros, etc. El lugar puede parecer de misión pero la acción pastoral llevada adelante durante tantos años, ayuda a establecer comunidades que perduran a través del tiempo. Era muy lindo ver como vivían, crecían y compartían a Jesús.

La diferencia de los tiempos. Nosotros generalmente nos la pasamos corriendo y ellos se toman su tiempo para estar, conocerse, compartir y encontrarse. Y esto es una enseñanza para nosotros. Si no aprendemos a frenar y detenernos, a compartir momentos será difícil encontrarnos con Jesús y con los demás. Sólo podremos profundizar en la medida que compartamos tiempo gratuito juntos.

Fueron dos días muy lindos, donde también aprovechamos para charlar, compartir y ponernos un poco al tanto. Doy gracias a Jesús por la vida de cada una de las comunidades que conocí y le encomiendo especialmente a Roberto y Tino para que los cuide y acompañe en su tarea pastoral.