lunes, 26 de diciembre de 2011

Homilía: "Jesús nos trae el mensaje de la sencillez del amor" - Nochebuena

Hay una película dinamarquesa, excelente, que se llama “Después de la Boda”, en la que se cuentan los acontecimientos de la boda de la hija mayor de un matrimonio. Después de que se casan, empiezan a pasar diversas cosas y Jorgen, el padre de familia, le dice a su mujer, Ellen, que quiere celebrar sus 48 años. Quería hacer una fiesta invitando a todos sus amigos y conocidos. Era multimillonario entonces la plata no era problema. Hace una fiesta, invita a todos sus amigos y, al final de la cena, como a veces hacen algunos, toca con el tenedor la copa para que todos hagan silencio y dice que va a dar un discurso. Y dice así: “cumplo 48 años, y hubo sentimientos que no supe expresar cuando cumplí 40 y han pasado varias cosas, así que creo que es razonable que les robe 10 minutos de su valioso tiempo porque, si hay algo que pude aprender con el paso de los años, es que el tiempo es valioso”. Entonces, mira a su mujer y le dice “Ellen me podría pasar toda la noche presumiendo de ti pero sé que no querés que lo haga. Sin embargo, hay algo que sí quiero decirte y es que, aunque no te lo demuestre constantemente, me hacés todos los días extremadamente feliz y que los momentos que paso contigo y con nuestros maravillosos hijos muestran el sentido y la profundidad de lo que quiero decir. Ustedes, con nuestros amigos, con nuestros conocidos, tienen un lugar en lo profundo de mi corazón y lo verdaderamente importante es el tiempo que he podido pasar, y paso, con todos ustedes. Lo demás no importa”.
Creo que ese sencillo discurso va tal vez a lo central de nuestra vida que es que lo verdaderamente importante es compartir la vida con aquellos que queremos, compartir la vida con aquellos que amamos verdaderamente en el corazón. La Navidad nos muestra esto. ¿Qué queremos hacer en Navidad? Estar con toda la gente que queremos, con la gente que amamos. Intentamos reunirnos en familia –a algunos les gusta más, a otros les da más fiaca porque algunos son un poco pesados– y cuando, por diversas razones que todas las familias tienen, no podemos reunirnos en familia, nos cuesta porque la Navidad nos recuerda eso ya que Jesús nos lleva a lo central. Jesús muestra, en la Navidad, que quiere pasar un tiempo con nosotros y esta fiesta nos vuelve a lo esencial de compartir la vida.
Porque ¿por qué Dios se encarnó? En general, nos dicen que Dios se encarnó porque tenía que salvarnos. Ahora, ¿no podía buscar un montón de maneras para salvarnos? Es todopoderoso, nos enseñan desde chiquitos. Yo creo que,si en realidad Dios se encarnó es porque, justamente, por el amor que nos tenía, quería pasar tiempo con nosotros. Es más, yendo más profundo, en realidad lo que salva es el amor; lo que nos salva, lo que nos alegra, lo que nos trae gozo al corazón es que podamos amar y que nos amen y Dios viene, en Jesús, a nosotros porque también quiere hacer experiencia de este amor. Por eso se encarna y escuchamos que nace en Belén; por eso vive en una familia, por eso tiene una mamá y un papá que le muestran ese cariño, ese amor. Por eso va creciendo, conociendo amigos, conociendo gente y descubriendo lo que significa ser amado para también Él dar la vida por amor. La conclusión, el desenlace, de la vida de Jesús es lo que día a día fue aprendiendo en una familia y por eso nos muestra lo que quiere hacer con cada uno de nosotros. No lo hizo allá a lo lejos; sino que también lo quiere hacer hoy. Lucas dice que el ángel les dijo a los pastores “Hoy les traigo una buena noticia”, y este niñito que los chicos trajeron recién caminando hasta acá nos quiere recordar esto, esa sencillez: hoy también Jesús nos trae a nosotros una buena noticia. ¿Y cuál es esa buena noticia? Que nos quiere y que nos ama; que, como Él hizo experiencia, también nos facilitó a nosotros esa experiencia de tener un papá, una mamá, hermanos, hijos, hijas, amigas, amigos, esposa, mujer… los vínculos que quieran, vínculos en los que uno descubre ese amor. Y también descubrimos ese amor en Jesús.
Belén, esta cuna, este pesebre, nos muestran cómo Jesús nos dice “YO VOY A ESTAR SIEMPRE CON USTEDES; desde el día en que mi Padre los pensó… desde el día en que naciste, te amé con locura y no dejé de mirarte, de acompañarte y, mientras crecías, mostrarte ese amor”. Puede ser que a veces no lo descubramos, que a veces no lo sintamos, que a veces nos alejemos; pero, cuando nos alejamos, Jesús nos dice “Yo te voy a buscar”, cuando nos caemos nos dice “Yo te voy a levantar”, cuando estamos fatigados nos dice “Yo te tomo en mis brazos y siempre te llevé de la mano”. Ese es el mensaje de Belén, es el mensaje de la sencillez del amor pero de la profundidad del amor que colma el corazón y que nos dice a nosotros también hoy, en esta noche, que volvamos a lo central, que si tenemos que mirar para atrás y queremos pedir algo para adelante, que podamos volver a lo valioso, a lo lindo de todos los días que es compartir la vida, que es estar con los que queremos.
Esto es lo que nos muestran las lecturas, que también vuelven a lo central. Isaías nos dice “se vio una gran luz”, es decir, hubo algo que iluminó las vidas de esas personas y que trajo alegría, que trajo gozo porque vino alguien. En el Salmo cantábamos recién “Hoy nos ha nacido un Salvador, un Rey”, hablando también de algo que cambia las cosas. Pablo nos dice lo mismo, “Dios se manifestó, alégrense”, de nuevo habla de algo que nos cambia la vida. Y, por último, también lo dice Lucas, María dio a luz algo sencillo, un niño, e hizo lo mismo que muchas de ustedes hicieron durante mucho tiempo: envolverlo en pañales. Sin embargo, ahí estaba lo esencial y lo central de lo que quería vivir.
Hace un tiempo, les conté una anécdota de casa. Cuando iba los domingos a casa –sobre todo cuando estaba en el seminario porque después ya se tuvieron que acostumbrar a que de cura voy todavía menos– siempre, cuando me iba, hubiera pasado una hora, dos horas, cinco horas o siete horas ahí, la respuesta era igual: “¿ya te vas?”. Siempre lo mismo. Y yo pensaba en qué hacer, porque cuantas más horas pasaba, siempre era igual. Pero, en realidad, lo que me faltaba entender era el sentido de esas palabras, el sentido de que alguien que te quiere te dice “Quiero estar con vos, quiero pasar tiempo con vos”. Eso es lo que nos dice el pesebre. El pesebre nos dice que Jesús nos dice a cada uno de nosotros “Quiero estar con vos, quiero pasar tiempo con vos; no me es lo mismo que estés o que no estés y, por eso, animate a abrirme el corazón y a vivir eso”.
Esto es la sencillez de la Navidad. Por eso nos pide que la vivamos en familia, porque ahí es donde recordamos cosas, donde nos alegramos, donde gozamos de estar con los demás.
Pidámosle entonces en esta noche a este Niño Jesús que podamos abrirle el corazón de nuestras vidas, que podamos abrirle el corazón de nuestras familias a este Jesús que viene a nosotros para que Él, en esta Nochebuena, nos traiga luz, nos traiga paz y para que, como los pastores, podamos cantar esa gloria de Dios de ese amor que se manifestó a nosotros.

LECTURAS:
* Is. 9, 1-6
* Sal. 95, 1-3. 11-13
* Tit. 2, 11-14
* Lc. 2, 10-11

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Homilía: "La Navidad nos pone de nuevo a mirar lo central y lo esencial" - IV domingo de Adviento

Hay un cuento de Bucay que cuenta la historia de Ramón, un hombre muy trabajador que se enteró de que era la época de la tala y que estaban buscando gente para talar árboles y que la paga era muy buena. Entonces, se acercó, le confirmaron que estaban contratando gente, le dieron un hacha y él se fue muy entusiasmado al bosque para comenzar su día. Ese día, para su sorpresa, siendo la primera vez que lo hacía, taló 18 árboles. Cuando terminó el día, fue a llevar todo lo que había hecho y le dueño de la hacienda lo felicitó por su esfuerzo y le dijo que lo esperaba al otro día. Ramón se fue a dormir muy contento, feliz por como había trabajado y volvió al siguiente día muy entusiasmado, con más fuerzas y pensando en que el trabajo estaba bueno para él. Empezó a talar árboles, puso más esfuerzo que el día anterior pero solamente llegó a talar 15 árboles. Entonces se preguntó qué estaba pasando porque, a pesar de haber puesto un montón de esfuerzo, no había logrado hacer lo mismo que el día anterior. “Debe ser que estoy un poco cansado, me voy a acostar un poco más temprano”, pensó. Al siguiente día, fue de nuevo, con ánimos renovados y, sin embargo, llegó a talar nada más que 10 árboles y empezó a preguntarse qué sucedía, cómo podía ser. “Me voy a acostar temprano”, decidió. Se levantó al alba, salió bien temprano, pensando en aprovechar el fresco, cuando no hace tanto calor, pero taló la mitad, solamente 5 árboles. Y seguía preguntándose qué era lo que pasaba. Ya angustiado, desesperanzado, volvió al siguiente día para casi terminar su segundo árbol cuando estaba anocheciendo. Desilusionado, se acercó a llevar lo que había hecho y le dijo al capataz que no sabía qué estaba pasando. Y este hombre sólo le hizo una pregunta: “¿cuándo fue la última vez que afilaste el hacha?”
Creo que, muchas veces en la vida, a nosotros nos pasa que, a pesar de que hacemos un montón de cosas, que trabajamos un montón de cosas, nos olvidamos de volver y de afilar aquello que es lo esencial en nuestra vida. Generalmente, cuando llegamos a fin de año decimos que estamos cansados, que no llegamos a hacer un montón de cosas, que tal vez las cosas no fueron como queríamos o esperábamos, pero la primera pregunta que nos podríamos hacer es ¿nos hemos animado a volver a lo central? A lo largo de este año, ¿hemos podido ir y mirar las cosas que verdaderamente llenan nuestro corazón? Aquellas cosas que son las más importantes y que hacen, como ese hacha, que lo demás salga más fácil, que lo demás corra simple, que casi no nos demos cuenta de que el resto de las cosas pasa a nuestro alrededor. ¿Por qué? Porque podemos vivir aquello que nos da placer, aquello que nos da gozo, aquello que llena lo profundo de nuestro corazón.
En eso de animarse a ir a lo central, uno tiene que descubrir cuál es el camino que cada uno de nosotros tiene que hacer en esto. Podemos poner como ejemplo la primera lectura. Está David que, en cierto momento, mientras es rey, decide que tiene que hacerle una casa a Dios… tal vez, elevar el primer templo judeocristiano de la historia. Sin embargo, a pesar de ese objetivo, de ese deseo noble, Dios le dice que todavía no es el momento, que eso no es lo central ni lo esencial. Y para que David no pierda el foco de lo que tiene que pasar, le dice “Yo voy a hacer una casa sobre ti; yo soy el que va a edificar sobre tu vida”. Ustedes recordarán como comienza la historia de David, cuando Samuel, como profeta, va a su familia a buscar al hijo que iba a ser ungido por el Señor, que iba a ser rey. El padre trae a todos los hijos y van pasando uno tras otro, pero ninguno es. Para sorpresa de Samuel, quien pregunta si faltaba alguno en ese lugar, el padre le dice que faltaba uno, pero que era el más pequeño y que estaba trabajando. Samuel le indica que lo traiga y en esa humildad, en esa sencillez, en esa pequeñez de David, Samuel descubre quién iba a ser su rey, lo unge y así él tiene que hacerse cargo del pueblo. No de su pueblo, el pueblo sigue siendo de Dios; él tiene que recordar eso. Y por eso Dios se lo recuerda: “ni vos”, le podría decir a Davidad, “ni el pueblo están maduros para hacerme una casa; no es el momento todavía y la harán otros”. David todavía tiene que descubrir que el camino lo hace Dios y tiene que poner el corazón en Él, que es lo central.
En el Evangelio esto se profundiza porque no sólo se trata de descubrir que Dios nos va guiando sino de descubrir que Dios se quiere hacer carne en nosotros y, en ese templo que fue el cuerpo de María, para Dios, para Jesús, Dios se hace presente, Dios se hace Dios con nosotros, Dios se encarna y viene a nosotros. Y nos recuerda, aún con más profundidad, que el primer lugar de encuentro con Dios es justamente en nuestra propia vida; que el primer lugar en el que tenemos que acoger a Jesús es justamente nuestro propio corazón; y que, a pesar de que construyamos un montón de espacios sagrados, de iglesias, templos muy lindos, el primer lugar en donde tenemos que descubrir a Dios presente es en nuestra propia vida. Creo que muchas veces perdemos esto del centro, perdemos lo esencial, y la primera pregunta que nos hacemos es “¿dónde me puedo encontrar con Dios?”. Tal vez hasta buscamos un lugar en donde antes rezábamos, en donde nos sentíamos bien, en donde creemos que ahí nos podemos encontrar… pero no siempre cierra de la misma manera porque en realidad lo central no es el lugar, lo central es en dónde, y el DONDE es NUESTRA PROPIA VIDA. El primer lugar en donde tenemos que acallar voces e ir con una postura diferente para encontrarnos con Dios es en nuestro corazón y no sólo en nuestro propio corazón sino en la vida de los demás. Ya que Dios se hace presente en la vida de cada uno de nosotros, el segundo lugar en donde tenemos que aprender a descubrirlo es en el otro.
La Navidad nos pone de nuevo a mirar lo central y lo esencial, a mirar a Aquel que viene a nosotros para habitar en nuestra propia vida, en nuestro propio corazón
. Pero para eso tenemos que, muchas veces, aprender a descubrirlo en las cosas de todos los días. A fin de año estamos corriendo, terminando todas las miles de cosas que no pudimos terminar –ni vamos a terminar durante este año, tal vez el año que viene, si tenemos suerte– y nos olvidamos de volver a lo central, de frenar un poquito. En general la Navidad tiene algo de esto porque, cuando uno celebra esta fiesta, lo primero que piensa es en cómo vivirlo en familia; y, cuando no lo podemos vivir en familia, sentimos que nos falta lo central, nos falta lo esencial. Así, queremos volver a vivir, aunque sea en esa noche, aquello que llena nuestro corazón, aquello que es lo más importante, no todo lo que lo rodea, no todo lo que hace a las circunstancias de nuestra vida, sino aquello que hace a nuestra vida, aquello que nos llena el corazón. Y, tal vez, da la casualidad que esto, como en ninguna fiesta, lo vivimos en la Navidad, lo vivimos en Nochebuena.
Buno, es en esa Nochebuena cuando Jesús quiere entrar en nuestros corazones. Es en esa Nochebuena cuando Jesús se quiere hacer presente en nuestras familias. Pero para eso tenemos que hacerle un lugar, para eso tenemos que frenar un poquito – aunque sea difícil a fin de año y decirle “yo quiero que te encargues en mi vida”. Creo que hoy, como a María, el Ángel Gabriel nos dice “Dios está con ustedes, alégrense”. Dios viene a nosotros, alegrémonos. Dios quiere encarnarse en tu vida, en la vida de cada uno de nosotros. Dios quiere tener un lugar en nuestro corazón y, tal vez como María, nosotros le digamos “¿cómo es esto?, esto es imposible, ¿cómo puede ser que en mi humilde vida, en mi miserable vida, en lo que soy, Dios se haga presente?”. El Ángel, como a María, nos va a decir que NO HAY NADA IMPOSIBLE PARA DIOS, que no lo hacemos nosotros sino que lo hace el Espíritu, que no venimos nosotros sino que viene Jesús, sólo tenemos que disponernos, solo tenemos que abrir el corazón. En el fondo, lo que nos queda a nosotros es decir como María: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Pidámosle en esta noche a María que en esta semana que nos queda nos animemos a decirle el ángel que sí, que queremos que en esta Navidad Dios vuelva a nacer en nuestra patria, en nuestras comunidades, en nuestras familias, en nuestros corazones, y que queremos que se haga según su palabra.

LECTURAS:
* 2Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16
* Sal 88
* Rm 16, 25-27
* Lc 1, 26-38

lunes, 12 de diciembre de 2011

Homilía: "Alguien que trae una luz distinta sobre nuestra existencia" - III domingo de Adviento

Hay una canción que canta Soledad, que creo que es de Alejandro Lerner, que dice:


HAY UNA LUZ, EN ALGÚN LUGAR,
ADONDE VAN LOS SUEÑOS DE LA HUMANIDAD
HAY UNA LUZ DENTRO DE TI
ADONDE ESTÁN LOS SUEÑOS QUE VAN A VENIR

PARA VOLVER A DESPERTAR
NO TE OLVIDES NUNCA
NUNCA DEJES DE SOÑAR
NUNCA DEJES DE SOÑAR

Podríamos decir que cuando nosotros encontramos, en medio de nuestra vida, un resquicio, una luz, algo que nos empieza a iluminar, es cuando descubrimos un sueño nuevo en el corazón, un deseo nuevo, algo nuevo que empieza a alegrarme la vida y me cambia. No tiene por qué ser una cosa grande, ni una cosa chiquita, no importa, sino un resquicio que muchas veces sale de la rutina, de lo normal, y que trae algo nuevo a mi corazón. Vivimos en una sociedad en donde muchas veces vamos perdiendo la capacidad de la sorpresa, la capacidad de la creatividad, la capacidad de la espontaneidad… y eso hace que muchas veces perdamos la capacidad de decir “acá hay algo nuevo, acá hay algo que está pasando, acá hay algo que está sucediendo”. Pero cuando tocamos esa magia de que algo nuevo sucede, de que hay un sueño que empieza, de que hay una luz que me invita a mirar de una manera distinta, eso nos da alegría en lo profundo de nuestro corazón.
Para poner un ejemplo muy simple: hace poco estaba cenando en lo de uno de mis mejores amigos y mi amigo le dijo a su hija más chiquita que me contara por qué estaba contenta, qué era lo que iban a hacer en esos días. Ella, con una cara llena de felicidad, me dijo “vamos a ir a tomar un helado”. Nada más que eso, algo muy simple, pero algo que ella veía que, en lo que hacía todos los días, esto alegraba su corazón. El poder compartir, en ese caso con su papá, ese proyecto, su proyecto, su plan, alegraba su corazón. Su sueño, aunque muy chiquito tal vez como su edad, no por eso deja de ser profundo.
Nosotros en la vida vamos buscando eso: vamos buscando sueños, deseos, algo que nos ilumine, algo que traiga una luz distinta sobre nuestra existencia. Y cuando lo conseguimos, nos alegramos. Desde los más chiquitos, hasta los más grandes, ¿cuántas veces vienen emocionados porque “va a pasar esto, tal cosa”, “quiero lograr esto”, “quiero buscar esto”, “esto es lo que quiero ser”? No importa lo que sea, pero el ponernos un objetivo, una meta, un ideal, casi hasta una utopía hacia delante, nos ayuda a caminar de una manera diferente. Porque ahí encontramos algo distinto; pero no solo cuando lo vemos desde nosotros, cuando encontramos eso dentro de nuestro corazón sino también cuando otro trae una luz distinta a nuestra vida, cuando otro viene y se hace presente.
Casi nos pasamos la vida esperando que alguien nos salve. No solo con respecto a nuestro país, que siempre estamos esperando que alguien venga y nos salve, sino también en otras cosas. Muchas veces los jóvenes en los exámenes, que están dando en estos días, esperan que una luz los ilumine. A mí me piden continuamente: “Padre, rezá por mí”; casi como que es un “mucho no estudié, pero…”. En definitiva, estamos siempre esperando que algo pase. También en los vínculos: cuando las relaciones no terminan de cerrar, buscamos alguien o algo que pueda salvar eso, de qué manera, de qué forma… Económicamente hablando, tal vez menos profundo, estamos esperando sacarnos la lotería, ganarnos el millón de pesos que hay en Susana para que eso cambie nuestra vida. Siempre buscamos algo que nos salve; y muchas veces nos perdemos los pequeños signos, o los profundos y grandes signos, en los cuales la vida nos va salvando día a día. Empezando por los demás. ¿Cuántas veces los demás alegran y salvan mi vida? Salvan mi día, me cambian mi estado de ánimo, mi humor; me alegran, me empujan hacia delante.
Y en este “que los demás salven mi vida” nosotros también celebramos y creemos que Jesús salva nuestra vida, que Jesús vino y nos salvó. Ahora, eso es lo que creemos, eso es lo que nos dijeron. A todos un día nos dijeron “Jesús te salvó”, pero ¿hemos hecho experiencia de eso en el corazón?, ¿tenemos experiencia de que Dios nos salva? Estamos cerca de celebrar la Navidad, ¿tenemos experiencia de que Dios viene a nosotros? Porque, cuando pasa algo así, cuando aparece –como dice la canción- una luz, un sueño diferente, en general eso se ve en distintos gestos o estados que empiezo a experimentar.
El primer estado es la alegría. Cuando sucede algo así, cuando algo cambia mi vida, yo estoy feliz, yo estoy alegre. Y puede ser que las cosas no anden bien pero, sin embargo, hay una alegría muy profunda que no me la pueden cambiar porque ya es un estado. No es que me dijeron un chiste y me reí un ratito para cambiar la cara, sino que hay algo más profundo que cambia mi corazón. Esto lo escuchamos en las tres lecturas de hoy. Isaías dice “desbordo de alegría” ¿en quién? En el Señor. ¿Por qué? Porque hay alguien que viene, que ha sido ungido, que va a traer algo nuevo; y esta certeza, este sueño, que yo tengo en el corazón, me alegra, me pone feliz. Pablo le dice a su comunidad “alégrense sin cesar”, es decir, “no paren de transmitir alegría”; ¿por qué? porque el Señor está con ustedes, Jesús está con ustedes. Entonces, alégrense, vivan felices, den gracias, recen. Por último, aunque no lo dice explícitamente, Juan el Bautista que dice “yo soy un testigo de la luz. Yo no soy ni el Mesías, ni el Profeta, no soy ese que están esperando; pero vivo de una manera nueva, que tanto llama la atención de los demás, porque hay alguien que viene, porque hay alguien que se hace presente… alguien al cual yo no soy ni siquiera digno de desatar la correa de sus sandalias”. Y cuando alguien viene a cambiar las cosas, a cambiar mi vida, eso me alegra, eso me hace feliz.
Es lo que siempre estamos buscando: que algo cambie las cosas, que alguien nos salve. Y cuando pensamos en que nos salven, deseamos que sea distinto, que sea diferente. La pregunta es ¿qué es que sea diferente? Porque, ni en la época de Isaías, ni en la época de Pablo, ni en la época de Juan cambiaron las condiciones económicas ni sociales… lo que cambió fue que vino alguien que cambió sus vidas, que cambió sus corazones. Y eso les dio alegría a ellos. En el fondo, pasó algo más profundo que el solo hecho de que cambien las cosas porque a veces las cosas alrededor pueden cambiar, pero no siempre cambia nuestra vida y no siempre cambia nuestro corazón. En ellos cambió algo profundo, cambió su corazón.
San Ignacio de Loyola –supongo que lo conocen, un santo de fines de la Edad Media, quien creó los retiros espirituales (esto que nosotros muchas veces hacemos de tener retiros de un mes, de silencio, si alguno se anima a hacerlo)– decía, cuando le preguntaban cómo saber si algo viene o no de Dios, que había signos para descubrir si algo era de Dios o no. Y decía que el primer signo para ver si algo viene de Dios, si estamos haciendo experiencia de Dios, es la alegría. Lo que estoy viviendo en el corazón me tiene que traer alegría.
Entonces, la primera cosa que podríamos mirar en nuestra vida es si en estos días el mirar a Jesús me trae alegría. Porque si me trae alegría, ahí sí verdaderamente estoy haciendo una experiencia de Dios; pero si no me trae alegría, es que estoy poniendo la fuerza, la esperanza, los sueños, en otro lugar, y no en Jesús. A veces hasta justificadamente porque muchas veces hay cosas difíciles, nos sorprenden cosas duras, cosas que no entendemos, que no comprendemos… sentimos como un corsé del cual no podemos salir, pero muchas veces miramos el corsé y no miramos a Jesús y, como no miramos a Jesús, no hay algo que pueda transformar nuestro corazón.
Creo que, siguiendo a San Ignacio, podemos volver a poner los ojos en Jesús y, si los ponemos verdaderamente en Él, primero nos va a traer alegría. En segundo lugar, va a iluminar nuestras vidas. Juan dice “yo no soy la luz; yo soy el testigo de la luz”; Juan tiene en claro que la luz es Jesús. ¿Por qué? Porque hizo experiencia de eso; porque si él durante su vida quiso hacer ver qué él era la luz, que él iluminaba todo, que él… en algún momento se dio cuenta de que eso no era así. Se dio cuenta de que no tenía todas las respuestas, que no siempre estaba feliz, y que el que traía una luz distinta a su vida era Jesús. Por eso se dejó iluminar por Él; por eso descubrió a partir de Él que él podía ser testigo de eso, que él podía transmitir esa luz que trae un sueño distinto a su vida. “Yo vengo a anunciar, vengo a preparar el camino. Esa es mi función”. Y a nosotros nos dice lo mismo: “dejémonos iluminar por Jesús; que Él sea esa luz, que Él sea ese sueño que tenemos”. Por último, Juan dice que él es una voz que grita en el desierto; él se da cuenta de que la Palabra de Vida es Jesús y que él lo que puede hacer es transmitir esa palabra que es Jesús, que es lo mejor que él puede hacer. Y esta también es una invitación para nosotros: a que escuchando su palabra, dejándonos interpelar por Él, también nos animemos a transmitirlo. Esta experiencia de que Jesús era su alegría, su luz y la Palabra que le daba Vida, era tan profunda para Juan que configura su vida, que lo hace ser quien es. Porque cuando le preguntan a Juan “¿quién eres?”, él dice “yo no soy el Mesías”; y le preguntan “¿sos Elías?” (como ustedes saben, Elías se fue, nunca más lo vieron) y él dice “no, no soy Elías”; “¿sos el Profeta, aquel que esperamos?”, “tampoco”, dice Jesús… “bueno, decinos quién sos” y él puede decir quién es cuando lo mira a Jesús: “yo soy el que le prepara el camino a Él, yo soy una voz que grita en el desierto… Yo no soy digno… yo bautizo con agua”. Juan descubre quién es mirando a Jesús, y eso es lo que alegra su corazón.
Creo que una dificultad que tenemos es que cuando nos preguntan quiénes somos, más allá de poder decir nuestro nombre, no sabemos qué más decir de nosotros. Si tuviéramos que describirnos un poquito, ¿qué decimos? Y no es tan fácil, nos cuesta a todos. Tal vez si, como Juan, nos animamos a mirar a Jesús, nos sea mucho más fácil explicar quién somos. Primero, porque nos sentimos queridos, nos sentimos amados, nos sentimos valorados. Segundo, porque nos sentimos salvados por Aquel que da Vida. Tercero, porque nos sentimos iluminados. Y como sentimos que, a partir de Él, nuestra vida cambia, que a partir de Él, nuestra vida cobra un nuevo sentido, nos animamos a caminar de una manera distinta.
En este tiempo caminando hacia la Navidad, dejémonos entonces iluminar por Jesús, dejémonos también habitar por su Palabra que nos habla al corazón y animémonos, como Juan, a ser testigos de Él.


LECTURAS:
* Is. 61, 1-2a. 10-11
* Lc. 1, 46-50. 53-54
* 1Tes. 5, 16-24
* Jn. 1, 6-8. 19-28

lunes, 5 de diciembre de 2011

Homilía: "Consuelen al pueblo porque Jesús viene y trae esperanza" - II domingo de Adviento

Hay una canción de Alejandro Lerner, que es más de mi época (aunque supongo que igual los chicos todavía lo escuchan), cuya letra dice

PASA LA VIDA Y EL TIEMPO NO SE QUEDA QUIETO
LLEGÓ EL SILENCIO Y EL FRÍO CON LA SOLEDAD
¿EN QUÉ LUGAR ANIDARÉ MIS SUEÑOS NUEVOS
Y QUIÉN ME DARÁ UNA MANO PARA VOLVER A EMPEZAR?

VOLVER A EMPEZAR, QUE NO SE ACABA EL JUEGO
VOLVER A EMPEZAR, QUE NO SE APAGUE EL FUEGO
QUEDA MUCHO POR ANDAR
Y MAÑANA SERÁ UN DÍA NUEVO BAJO EL SOL
VOLVER A EMPEZAR

Y hay otra frase, más al final de la canción, que dice que Dios será justamente ese que le dará la mano: “SABE DIOS QUE NUNCA ES TARDE PARA VOLVER A EMPEZAR”.

De alguna manera, este Tiempo de Adviento sintetiza ese “volver a empezar” en el cual Jesús nos da esa posibilidad, en el cual Dios nos invita a vivirlo de esa manera. El Evangelio de hoy nos dice eso. Comienza el Evangelio de Marcos justamente con la palabra “comienzo”: hay algo que empieza, hay algo que tiene un inicio. ¿Y cuál es ese comienzo? El comienzo de la Buena Noticia. Marcos les quiere decir a todos sus lectores, a todos sus oyentes, que hay una Buena Noticia que les quiere llevar, que hay un Evangelio – palabra que inventan los Biblistas para anunciar quién es Jesús, para decir con profundidad quién es esa persona que les cambió la vida. Y dice que ese comienzo de la Buena Noticia es Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Este es el primer versículo que tenemos de alguno de los cuatro Evangelios; lo primero que se escribe y que, de alguna manera, sintetiza todo lo que van a decir los cuatro evangelistas (Marcos, Mateo, Lucas y Juan). Porque los cuatro Evangelios van a hacer un camino para explicitar cómo Jesús es el Mesías y es el Hijo de Dios, para explicarles a los demás esa Buena Noticia, esa certeza que tiene Marcos en su corazón. Ahora, si nos preguntasen a nosotros cuál es nuestra Buena Noticia, cuál es nuestro Evangelio, ¿qué les diríamos a los demás? Porque, si en esto se sintetiza lo que es el Adviento, la pregunta para nosotros en este tiempo es ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué significa Jesús en nuestra vida? y ¿qué significa esta Buena Noticia? Y si nosotros fuésemos los que tuviésemos que anunciar este Evangelio a los demás, ¿qué les diríamos?, ¿qué escribiríamos de nuestro Evangelio?, ¿cómo lo comenzaríamos?, ¿por dónde empezaría?, ¿qué iríamos a anunciar a los demás? y ¿qué les diríamos de Jesús? Y si tuviéramos pocas palabras, ¿en qué lo concentraríamos?
Ahora, podemos dar un paso más en esto porque en realidad esta primera palabra de Marcos (que, como ustedes saben, los Evangelios se escribieron en griego), se puede traducir de otra manera, que creo que es más profunda ya que en vez de “comienzo” es “principio”. ¿Y por qué es más profunda? En primer lugar, porque la podemos relacionar: “en el principio, Dios creó todo”, “en el principio, Dios creó las cosas”, “en el principio, Dios creó la vida”. Marcos nos dice que hay un nuevo principio; que en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, todo empieza de nuevo. Y no porque cronológicamente no hubiera un antes, hubo un antes en el que Dios por los profetas, por medio de muchos, anunció; sino porque hay un cambio tan radical, hay una novedad tan profunda en Jesús que, para Marcos, es como empezar de nuevo. Es el nuevo principio de todas las cosas porque, a partir de Jesús, se lee todo. A partir de Jesús, de esa Buena Noticia, Marcos puede explicar quién es y qué hace. Por eso lo anuncia de esa manera. Podemos decir que, en profundidad, Jesús es el principio de todas las cosas, es el fundamento en lo que todo se sostiene y es en lo que quiere, también, que nuestra vida se sostenga. Podríamos preguntarnos eso: ¿Jesús es principio de mi vida, es el fundamento de mi vida?, ¿me encontré de tal manera que hay un antes y un después? Porque con estas palabras de Marcos es como que el Antiguo y el Nuevo Testamento se parten, acá se comienza de nuevo. Y en ese encuentro profundo que hayamos tenido con Jesús –que no tiene por qué ser nuestro empezar cronológico– ¿sentimos que nuestra vida cobra un sentido diferente, más profundo, distinto?, ¿sentimos que nuestra vida cambia? Porque esta es la invitación de Marcos, y para eso nos invita a prepararnos: para hacerle lugar a Aquel que es la Buena Noticia que puede darle sentido a nuestras vidas.
Así, Marcos empieza con Juan. Juan el Bautista, quien le dice a la gente que “preparen el camino del Señor, allanen sus senderos… hay alguien que viene”. Y, como hablábamos el domingo pasado, tenemos alegría. No se nos dice que tenemos que hacer algo; sino que el otro viene a nosotros. Si leyésemos un poco Isaías (como el domingo pasado o este) o prestáramos atención a las palabras de Juan el Bautista, en realidad dicen que hagan cosas “rellenen los valles, aplanen las montañas…”… había que hacer mucho trabajo, había que hacer caminos por todos lados, y era trabajoso en ese entonces que Dios llegara, que Dios se hiciera presente. Sin embargo, Juan dice que viene alguien nuevo, alguien que parte la historia“del cual yo no soy digno ni siquiera de arrodillarme frente a Él para sacarle las sandalias (…) yo, para prepararlos, los bautizo con agua; pero vendrá alguien que los bautizará en el Espíritu Santo”. Y, perdonando la analogía que siempre va a ser pobre, podemos decir que tal vez antes sí había que preparar muchas cosas para que Jesús viniera; pero, a partir de ese nuevo modo de presencia de Jesús por obra del Espíritu Santo, en vez de preparar tantos caminos, podríamos decir que se trata de una gran autopista la que llega a nosotros. Una gran autopista que llega directo a nuestro corazón. El Espíritu Santo es ese camino por el cual, más allá de lo que pase, Dios siempre se hace presente en nuestras vidas; Dios transforma nuestros corazones para que lo recibamos de una manera nueva. Esto es lo que se nos invita a vivir en este Adviento. Por medio del Espíritu, Dios quiere transformar nuestras vidas. ¿Cómo las transforma? Ayudándonos a descubrir a Aquel que trae una verdadera esperanza.
“Consuelen a mi pueblo”, dice Isaías al comenzar la primera lectura. Ahora, para consolar, uno tiene que tener algo que decir. ¿Cuántas veces nos pasa, frente a situaciones muy duras, que no tenemos palabras?, ¿cuántas veces nos pasa que, a pesar de que hablamos mucho, nos preguntamos qué podemos decir frente a eso que pasa, qué palabra, qué gesto puedo tener? Isaías dice “Consuelen a mi pueblo” y, para eso, tienen que tener algo para decir, tienen que tener una esperanza diferente; y les dice que consuelen al pueblo porque Dios viene. Esa invitación hoy es para nosotros: cuando nos quedamos sin palabras, cuando no encontramos qué decir, hoy Dios nos dice, por medio de su Profeta, “consuelen a mi pueblo”. Pero, ¿estamos convencidos de que Jesús nos trae una esperanza diferente?, ¿estamos convencidos de que Jesús es la verdadera esperanza para anunciar a los demás? Porque el Adviento es eso: es volver a tener esperanza. Como hemos hablado la otra vez, en un mundo pesimista en donde nada puede cambiar, en el cual no vale la pena seguir luchando, en donde todos tienden a bajar los brazos, el Adviento nos dice “esperen porque Jesús viene; esperen atentos, miren hacia delante y, en ese mirar, no sólo alégrense ustedes sino que también transmítanselo a los demás”. Esa alegría que trae la esperanza de Jesús tiene que ser consuelo para otros y si hay algo que se nos invita a hacer en este tiempo es llevar la esperanza a los demás, consolar a todos aquellos que en este momento no encuentran consuelo. Y nuestro consuelo no siempre va a poder ser con palabras, a veces será estar a su lado, acompañarlos, darles un abrazo, tener un gesto con ellos… ayudarlos a descubrir que no están solos, que en nosotros Jesús se hace presente.
Esa es la invitación durante todo este tiempo. ¿Cómo descubrir a este Dios que viene ahora? No solo a un Jesús que vino, no solo a un Jesús que nos invita a mirar hacia delante con esperanza, sino a un Jesús que hoy se hace presente en nuestra vida; y eso sí puede ser consuelo. En los Evangelios muchas veces escuchamos cómo Jesús trae una nueva esperanza: hace milagros, trae palabras de esperanza, le cambia la vida a muchas personas… La invitación en este tiempo es a que nos dejemos transformar por Jesús, que Él nos traiga consuelo, que nos traiga esperanza y que nosotros podamos ser ese Jesús para los demás.
Alguna vez escuché una frase, que ya compartí en otro momento con ustedes, que dice que “NUESTRA VIDA PEUDE SER EL ÚNICO EVANGELIO QUE OTROS LEAN”. En este Tiempo de Adviento, nuestra vida puede ser ese Evangelio de esperanza para los demás, esa Buena Noticia.
¿Cuál es la Buena Noticia para Marcos? Jesús. Este es su Evangelio. ¿Cuál debería ser en este tiempo la Buena Noticia donde nosotros ponemos toda nuestra fuerza? Jesús.
Entonces, preguntémonos en este tiempo quién es Jesús para nosotros. Descubramos en nuestro corazón si verdaderamente es una Buena Noticia y, con esperanza, animémonos a consolar a todos aquellos que Jesús pone en nuestro camino.

LECTURAS:
* Is. 40, 1-5. 9-11
* Sal. 84, 9-14
* 2Ped. 3, 8-14
* Mt. 1, 1-8

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Homilía: "Empieza algo nuevo" - I domingo de Adviento

Hace poquito salió una linda película argentina que se llama “Medianeras”, que muestra cómo la Ciudad de Buenos Aires creció irracionalmente, cómo fue dándose la cosa sin una planificación, y cómo eso también de alguna manera refleja la vida de la gente en Capital Federal, en la ciudad. La historia se centra en dos personajes, Martín y Mariana, que, si bien viven cerca, nunca se cruzan y no se enteran ni saben quién es el otro. Martín en un momento piensa “¿cómo en una ciudad en donde hay 3 millones de habitantes voy a encontrar al amor de mi vida si no sé en dónde tengo que buscar, no sé quién es, no sé ni dónde encontrarlo?”. En otro momento de la película, vemos a Mariana con ese libro que seguro tantos de nosotros usamos, “Buscando a Wally”, y dice que a Wally lo encontró en todos lados menos en la ciudad, que allí –por más de buscar durante años y años– nunca lo pudo encontrar, y reflexionando dice “si en la ciudad no puedo encontrar a quien busco, ¿cómo voy a hacer para encontrar a quien no sé ni siquiera quién es?”. Estos pensamientos muestran el deseo de encontrar al otro, pero ninguno de los dos sabe a quién busca.
Creo que, de alguna manera, esto también refleja nuestro deseo profundo de encuentro con los demás y con Dios. Pero, justamente, la pregunta que nos hacemos es ¿A QUIÉN BUSCAMOS?, o ¿DÓNDE LO BUSCAMOS?, o ¿DE QUÉ MANERA LO BUSCAMOS? Y no solo para conocer a alguien, no se trata solo de la búsqueda amorosa de encontrar un amor, sino de una búsqueda más profunda en la que uno se pregunta cómo encontrarse con su amigo, con su padre, con su hijo… Incluso muchas veces nos preguntamos cómo nos encontramos con Dios: a pesar de tener fe, muchas veces nos preguntamos dónde podemos buscarlo, de qué manera podemos encontrarlo. Más aún cuando nos llega así, de improviso, este nuevo comienzo del año litúrgico: el Adviento. No sé ustedes, pero desde que tengo noción y desde que más o menos empecé a tomar la vida en mis propias manos, siempre llego a fin de año cansado – y no solo cansado físicamente, sino cansado mentalmente. Es más, si viene alguno de los chicos, que en general tienen muchas ganas, a proponerme encarar algo, lo primero que pienso es “¡qué fiaca!”… ¿empezar algo nuevo a esta altura del año? Uno dice, NO.
Sin embargo, la fe nos invita a, en este tiempo, empezar algo nuevo. Pero, como veíamos en el video, no es tan fácil – o no tenemos tantas ganas. Los chicos contaban cómo se entrenan, cómo preparan un examen… Y cuando la pregunta se refería a la Navidad, tenían que mirar más adentro. Cuesta. En medio de tantas cosas, que todos tenemos (todos los cierres de los colegios, de la facultad, del trabajo…), nos cuesta pensar en que tenemos que encarar algo más. Podríamos mirar en el Evangelio qué es ese más, ¿qué es lo que Jesús nos está pidiendo? Porque, justamente, no nos dan tantas ganas de hacer algo más (por lo menos hoy). Podríamos decir “dejemos el Adviento para principio de año”, pero ahí tenemos la Cuaresma. Por eso vamos a profundizar un poquito en este Misterio.
El Evangelio nos dice que tenemos que estar preparados, que tenemos que estar prevenidos. Con este ejemplo tan simple, en el que se utiliza a un señor deja a sus hombres y ellos no saben cuándo va a venir (si a medianoche, si al amanecer, si cuando cae la tarde); sin embargo, ellos tienen que estar siempre preparados, es decir, dejar la casa lista y estar velando… ¿por qué? Porque él va a volver. Y, si miramos bien, lo propio del Adviento es eso. ¿Qué significa “Adviento”? Adviento significa “venida”, “llegada”; alguien que viene, alguien que llega. Es decir, el que hace el camino, el que hace el trabajo, es otro. Lo que nos está diciendo Jesús en este Adviento es que Él viene a nosotros, que no somos nosotros los que nos tenemos que poner en camino, que no somos nosotros los que tenemos que correr o llegar, pero que sí somos los que tenemos que prepararnos y abrir el corazón. Tal vez esto lo podrían explicar mejor las madres, que han tenido hijos y que han tenido que aprender a esperar durante esos aproximadamente 9 meses en los que el niño se va gestando, y uno lo que tiene que hacer es preparar el corazón para recibirlo de una manera nueva cuando nace.
El Adviento tiene eso; celebramos este misterio de que Jesús nació, de que Jesús vino a nosotros, de que Jesús se acerco y se encarnó. Y, dentro de cuatro semanas, porque justamente cae domingo, vamos a volver a celebrar lo mismo: Dios quiere nacer de nuevo, de una manera distinta, sacramental, en medio nuestro. Para eso nos dice “abrí el corazón, prepará tu corazón, preparate de nuevo”. Cuando uno repasa la historia de Navidad, que tantas veces nos habrán contado, uno piensa “bueno, Jesús tuvo que nacer en un pesebre, ¿y por qué tuvo que nacer en un pesebre? Porque no le abrieron las puertas de las casas, de los hogares…”. En esta Navidad podría pasar lo mismo, por eso Jesús nos está haciendo pensar en si queremos abrirle el corazón, si queremos hacerle un lugar en el humilde pesebre de nuestras vidas; no es hacer algo más sino disponerse, disponerse de corazón para este Dios que viene, para este Dios que se va a hacer presente en nosotros.
Creo que esto no solo requiere preparar el corazón sino levantar la mirada. “Miren”, comienza diciendo el Evangelio; y ¿qué significa este “miren”? Generalmente, cuando pensamos en la Navidad, tenemos mucho más presente a un Jesús que nació, a un Jesús que vino a nosotros, a un Jesús que se hizo presente; sin embargo, no tenemos tan presente a ese Dios que vuelve. Solo tenemos en cuenta esto que se nos dice “no solo miren para atrás, sino miren para adelante también”. En primer lugar, debe ser porque no tenemos mucho apuro en que Jesús venga, o en ir para allá, podemos esperar un poquito. Pero, en segundo lugar, porque esto se ha prolongado de tal manera que nos cuesta esperar; no solo porque el mundo nos invita a tener todo ya sino porque esto se dilató y a veces nos cuesta renovarnos en esa espera y en esa esperanza. Si uno mira las primeras comunidades de los apóstoles, ellos esperaban que Jesús viniera ya; era tal la alegría que tenían de haber estado con Jesús que la Biblia y las cartas de San Pablo dicen “Jesús va a venir ya, la parusía (la segunda venida) va a ser ya”. Sin embargo, han pasado muchas generaciones, 2011 años aproximadamente desde que nació Jesús, y Jesús no vino. Por eso nos cuesta volver a mirar a Jesús, nos cuesta decir “vuelvo a esperar y a mirar hacia allá”.
Hoy Jesús nos vuelve a decir “levanten la mirada, yo les prometí que iba a venir y vine; esa promesa es la garantía de que voy a volver ya que lo que se cumplió una vez se va a cumplir de nuevo”. Y, como nos dice San Pablo, “Dios es fiel y cumple sus promesas” y nos invita a nosotros a creer en eso y a, en este tiempo, abrirle el corazón. No podemos dejar de hacer lo que tenemos que hacer… trabajar, estudiar… es más, hay muchas cosas a las que es bueno que en esta época les dediquemos un poco más de tiempo (por ejemplo al estudio y a ciertas cosas que a veces nos cuestan un poquito más); pero también es bueno abrir el corazón y decir “Yo quiero mirar a Jesús y esperarlo; yo quiero encontrarme con Él en esta Navidad”. ¿Para qué? Para que Él vuelva a nacer, para que Él se haga presente hoy en nuestras vidas. Por eso celebramos la Navidad: porque tenemos certeza de su presencia en medio nuestro, porque creemos que hoy vuelve a nacer y que se puede volver a hacer presente en nuestras vidas.
Pidámosle entonces en este tiempo a Él, que es nuestra verdadera esperanza, que nos renueve en este deseo, que nos ayude a levantar la cabeza y a prepararnos para recibirlo con un corazón abierto.


LECTURAS:
* Is. 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7
* Sal. 79, 2ac-3b. 15-16. 18-19
* 1Cor. 1, 3-9
* Mt. 13, 33-37

viernes, 25 de noviembre de 2011

Homilía: "Aprender a descubrir a Jesús en nuestros hermanos" - Cristo Rey

Hay una historia que cuenta que había un abad muy preocupado porque su monasterio, que había sido muy floreciente en nuevos hermanos, en nuevas vocaciones, durante una época en la cual se vivió una fraternidad muy linda y hermosa por un tiempo, había empezado a decaer. Cada vez entraban menos vocaciones, algunos hermanos empezaron a abandonar el monasterio y, como sucede a veces con los vínculos o las relaciones, después de un tiempo floreciente empezaron a aparecer algunas rispideces, empezaron a costar los vínculos con los demás, comenzaron las discusiones y el monasterio se fue apagando. Por eso, este abad, preocupado por lo que sucedía en ese lugar, fue a ver a una persona que era muy reconocida, un sabio, para que le de algunos consejos de cómo hacer para cambiar ese rumbo que el monasterio había tomado. Le contó todos sus pesares, todo lo que estaban viviendo, y el sabio le dijo que el Mesías había vuelto y que estaba entre ellos. Entonces, el abad volvió a su monasterio muy feliz, muy contento con la alegría de saber que Jesús estaba entre ellos, y reunió a sus hermanos de la comunidad y les dijo “Me han dicho que el Mesías ha vuelto y que está entre nosotros”. Los hermanos también se alegraron con esta noticia y, cuando empezaron a pasar los días, empezaron a pensar en cuál de ellos sería el Mesías. Algunos decían “esta persona, que sabe tanto, que es tan erudita”… y lo empezaban a tratar mejor, empezaron a escucharlo de una manera distinta. Otros pensaban “será el cocinero, que tan rica comida nos prepara, que nos ayuda todos los días para que podamos alimentarnos”… y empezaron a ayudarlo. También había un hermano que siempre molestaba, que se hacía el gracioso, que hacía chistes (que, a veces, nos molestan a todos), y pensaban “puede ser que este sea el Mesías y que nos esté probando para ver si lo tratamos bien o no”… Y así empezaron, unos a otros, a tratarse cada día mejor. Se dice que cambió el clima que había en el monasterio y que empezaron a volver las vocaciones a este lugar que, de alguna manera, irradiaba a Jesús. Y este abad, años después ya sabiendo la respuesta en su corazón, volvió a agradecer a este hombre sabio por haberle mostrado cuál era la manera en que tenían que tratarse los unos a los otros.
Más allá de esta historia, de este cuento, podríamos decir que el Evangelio dice prácticamente lo mismo: el Rey les dice a estos hombres y mujeres que llegan al cielo “Ustedes me atendieron cuando estuve enfermo, cuando tuve hambre, cuando estuve preso, cuando estuve desnudo; y ustedes no me atendieron cuando estuve preso, cuando estuve desnudo, cuando los necesité”. La pregunta de ambos grupos fue “¿Cuándo pasó esto? Nosotros no nos dimos cuenta de que vos estaba a nuestro lado”. Y, si no se dieron cuenta de que Jesús estaba a su lado, podríamos decir que nunca lo escucharon, o que nunca terminamos de escuchar con atención lo que Él nos dice.
En primer lugar, hace unos domingos atrás, hemos escuchado como Jesús nos ha dicho que la ley se resume en dos mandamientos: AMAR A DIOS y AMAR AL PRÓJIMO, y que ambos son semejantes, que ambos se tienen que vivir de la misma manera. Pero en este Evangelio, para que nos quede más claro y para que lo tengamos en cuenta, Jesús se identifica con nuestros hermanos; Jesús dice que Él es el que tiene hambre, que Él es el que tiene sed, que Él es el que está hambriento, que Él es el que está preso, desnudo o enfermo. De algún modo, Jesús pone, de la misma manera esta presencia en el hermano necesitado tan central como lo es la presencia de Jesús en la Eucaristía y en la Palabra. Sin embargo, a nosotros nos cuesta descubrirlo; y muchas veces nos preguntamos ¿dónde está Jesús?, ¿de qué manera lo puedo ver?, ¿de qué manera lo puedo descubrir? Y, cada vez que venimos a misa, hacemos un acto de fe ya que creemos que Jesús nos habla a través de su Palabra, y creemos que Jesús se hace presente en el pan y en el vino que vamos a traer a esta mesa, y que lo vemos ahí. Pero Jesús nos dice que tenemos que dar un paso más: aprender a descubrirlo en nuestros hermanos; que Él también se identifica y se hace presente en ellos. A veces, esto nos resulta mucho más difícil; sin embargo, si miramos los Evangelios, a la gente tampoco le fue fácil descubrir a Jesús presente en su persona. Un montón de trabas hicieron que, por distintas razones, ellos no lo descubriesen. Jesús nos dice que nosotros tenemos la misma oportunidad de descubrirlo en los demás, en aquellos que salen a nuestro encuentro. Por eso, se nos invita a vivir de una manera distinta, de una manera diferente, porque el Reino de Dios se hace presente de una manera distinta.
Hoy estamos celebrando que Cristo es Rey y, más allá de alguna tentación que la Iglesia ha tenido y ha llevado adelante en algunos momentos de su historia de hacer reinados de maneras humanas, creo que, si uno mira la manera en que se gobiernan o se llevan adelante los países hoy en día, nos damos cuenta de que nosotros no queremos gobernantes así, no queremos reyes así. Por eso, creemos que Jesús se hace presente en medio nuestro de una manera diferente.
En primer lugar, es diferente porque Jesús no quiere un reino vertical, sino que quiere un reino en el que Él sea el centro; podríamos decir que el Reino de Jesús nos muestra la centricidad de Cristo y cómo Jesús se va haciendo presente en cada uno de esos que pasan por el reino. Así como también nos muestra cómo, en este Reino, el modo de relacionarnos los unos con los otros es distinto, porque tiene que nacer del servicio y del preocuparnos los unos por los otros. Esto muchas veces nos cuesta. Nos cuesta porque nuestra propia humanidad muchas veces tira a que digamos “bueno, hagamos la nuestra”, o a que sólo nos preocupemos por nosotros, o a intentar sobrevivir más allá de los demás. Y podríamos decir que esto toma un upgrade en lo que es el mundo de hoy que muchas veces nos lleva a eso, a que nos olvidemos de los demás y a que nos preocupemos solamente por nosotros o por los que tenemos cerca. Sin embargo, el Evangelio continuamente desafía eso e invita a algo distinto: A CREAR PUENTES, a descubrir cómo nos tenemos que preocupar los unos por los otros, y a descubrir a ese Jesús que se nos hace presente en los demás.
Una cosa que a mí siempre me llama mucho la atención, y que charlo mucho con los jóvenes, es cómo los chicos cuando están en una situación diferente, viven de una manera diferente. Cuando me voy a misionar con muchos jóvenes –o hago un retiro de varios días o un campamento–, veo cómo se ayudan los unos a los otros, cómo se tratan distinto y cómo, sin hacer muchas de las cosas que hacen acá para divertirse, la pasan muy bien y son felices; y siempre cuando nos vamos les digo que el desafío es intentar vivir eso en el día a día, que no sea solamente cuando pongo a Jesús en el medio sino que sea en lo cotidiano donde Jesús se me haga presente. Porque uno ve que, cuando pone a Jesús en el centro de su vida, uno empieza a vivir de una manera distinta. Nos pasa a nosotros, quizá no en una misión pero sí en otras cosas como tenemos momentos más fuertes de oración, o cuando hacemos un retiro, que decimos “yo quiero vivir esto de modo diferente”, “ahora cuando vuelva a casa, voy a hacer esto así, así y así”… generalmente, esa ilusión nos dura pocos días porque nos enfrentamos con la realidad; pero se nos muestra ese deseo profundo que tenemos. Deseo por el cual, cuando nos encontramos con Jesús, Él nos muestra que hay un modo de vida distinto que es posible. Un modo de vida que es el que nos hace felices, que es el que, de alguna manera, sacia esa insatisfacción que muchas veces tenemos en el día a día porque sentimos que hay algo que falta. Y seguramente eso que falta es vivir como Jesús nos invita, que en el fondo es ir dando la vida día a día.
Este Reino de Dios se construye de una manera particular porque se construye desde el amor y desde el servicio, desde el preocuparnos los unos por los otros, y desde el ir creando estos puentes que Él nos invita. Pidámosle, entonces, en este día a Jesús que nos salga al encuentro en cada hermano necesitado, en cada pequeño que pasa a nuestro lado, y que lo descubramos presente, que podamos salir a su encuentro y caminar día a día también hacia su Reino.

LECTURAS:
* Ez. 34, 11-12. 15-17
* Sal. 22, 1-3. 5-6
* 1Cor. 15, 20-26. 28
* Mt. 25, 31-46

Homilía: "Multiplicar nuestros talentos" - domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

Hay una película que salió hace muy poquito que se llama “Gigantes de Acero”, en la que Hugh Jackman hace de Charlie Kenton, un boxeador venido a menos porque el boxeo cambió y ya no boxean las personas sino que son gigantes de acero, robots para ser más claro, los que pelean. La vida de Charlie viene en picada, cayendo cada vez más, cuando se entera de que la mujer con la que había tenido un hijo ha muerto y tiene que ir a un tribunal a ver el tema de la custodia de su hijo a quien él prácticamente nunca vio ni conoció. Después de una serie de ganancias, podríamos decir, que el saca, respecto de si tener a su hijo durante un tiempo antes de dárselo a los abuelos maternos, comienza la relación con este hijo, Max, de quien Charlie mucho no conoce. El hijo tampoco sabe mucho de su padre, por lo que se da una relación un poco tirante. En algún momento, Charlie empieza a querer descubrir por dónde entrarle a Max, pero descubre que ese vínculo, esa relación, es muy difícil y no encuentra qué es lo que su hijo está buscando en él. Entonces, Charlie habla con Bailey (su amiga, novia,…) y le dice que no sabe qué hacer con su hijo porque no sabe qué es lo que Max espera de él, a lo que ella le dice “lo único que espera tu hijo de vos es que vos pelees por él, que vos luches por él, nada más y nada menos”. Eso a él le mueve un poco la estantería porque venía pensando en qué quería, en qué le podía dar, y ella solamente le dice que pelee con el corazón por lo que Max es en su vida, por lo que significa en su vida.
Esto es lo que, en realidad, cada uno de nosotros también desea de los demás, sobre todo, de las personas que queremos y que amamos: que luchen por nosotros, que peleen por nosotros, de alguna manera que peleen por defender ese amor y ese vínculo que hemos hecho, que hemos creado a lo largo de la vida. Algunos de los vínculos ya vienen dados, a otros los hemos ido alimentando y haciendo crecer a lo largo del tiempo; pero, en el fondo, buscamos lo mismo y cuando nos cuesta más no es cuando el otro se equivoca o no, ya que eso es parte de la vida, sino cuando vemos que el otro va bajando los brazos, cuando vemos que el otro deja de pelear por lo mismo que nosotros peleamos, cuando deja de tener el mismo objetivo. Esto pasa en la amistad, cuando uno empieza a sentir que se distancia porque empezamos a tener objetivos diferentes y ya no peleamos ni luchamos por lo mismo, ya no nos importa estar tanto tiempo con el otro, o al otro no le importa estar tanto tiempo con nosotros… Lo mismo sucede en algunos vínculos aún mucho más profundos: en una paternidad, en una filiación, en un vínculo de noviazgo o de matrimonio cuando uno ve que el otro se va distanciando, que el otro de alguna manera no sigue caminando en ese amor sino que va bajando los brazos. Y a veces tendría ganas casi de cachetearlo y de decirle “hacé algo” (como cuando a veces los padres les dicen a los hijos adolescentes, cuando están tirados todo el día, “hacé algo”); ya no importa si es bueno o malo, pero queremos que el otro se mueva, que entre en acción, que se ponga en camino. Porque, cuando uno ve que el otro va bajando los brazos, siente que algo importante en el corazón se va apagando.
Ahora, para poder caminar detrás de algo, yo tengo que descubrir qué es lo que hay ahí, cuál es ese deseo profundo, cuál es ese don que está en luchar o en pelear por eso, o en vivir eso. Pero, y como muchas veces hemos hablado, antes tengo que descubrir, en primer lugar, que tengo dones y que tengo talentos; y no solamente que tengo dones y talentos, sino que los tengo que poner en práctica. Por poner un ejemplo simple: si uno es muy bueno pintando, ¿cómo va a darse cuenta de que es muy bueno pintando? Si pinta, no hay otra manera. No lo puedo saber porque me cayó del cielo “soy buen pintor”, sino porque empecé a poner en práctica esto. Tengo que ponerme en camino, tengo que animarme, y tengo que descubrir si eso es justamente lo que llena mi corazón… desde una profesión hasta una virtud, como puede ser el servicio, como puede ser el ayudar. ¿Cómo puedo saber si el ayudar a mí me gusta o no si jamás muevo un plato ni ayudo a alguien ni me pongo al servicio de los demás? Y no sólo eso, sino que también tengo que ver qué es lo que eso que yo hago genera en el otro, qué es lo que se corresponde cuando uno pone un gesto y un signo.
Es por eso que, en primer lugar, tenemos que aprender a descubrir esos talentos y esos dones que Dios nos da a cada uno de nosotros. Como muchas veces hemos hablado, ¡cuánto nos cuesta descubrir lo bueno que Dios puso en nosotros! En un mundo que cada vez nos exige más, en un mundo donde parece que lo único que sirve a veces es lo que es perfecto, nosotros muchas veces creemos que no tenemos nada para dar a los demás y en nuestra propia vida. Lo primero que busca Jesús con esta parábola es despertarnos, decirnos “fíjense, hay un señor que a muchos, o a estos tres hombres, les dio dones, les dio talentos, les dio algo porque confió en ellos, porque creyó en ellos”. De la misma manera, porque confía en nosotros y porque cree en cada uno de nosotros, nos da talentos, nos da dones. ¿Para qué? Para que nos animemos a reproducirlos, para que nos animemos a hacerlos crecer. Cuando uno le da algo bueno a otro, por ejemplo podemos partir de algo simple como un regalo, no es para que uno no haga nada con eso. Casi como me pusieron hace poco en un mensajito: “no se regala lo que se regala”. Con esta típica frase se evidencia que uno no está esperando que el otro regale lo que se le dio; no buscamos eso, sino que buscamos que el otro aproveche, le guste y use aquello que uno le dio. Y no solo en lo material, sino en cosas mucho más profundas que uno día a día va haciendo por el otro.
Es por eso que, en primer lugar, en esta parábola, uno entiende lo que pasa con el último hombre porque los dos primeros utilizan todo aquello que se les dio (los cinco talentos y los dos talentos); pero el tercer hombre no usó ese talento, no lo utilizó, sino que lo dejó ahí y lo enterró. Sin embargo, uno se sorprende con el final de la parábola porque, cuando uno escucha que el hombre le quitó ese talento y se lo dio a otro, uno se pregunta si es para tanto, o si no es demasiado el final que dice “allí habrá llanto y rechinar de dientes”; pero, si uno mira con atención el cierre, a cada uno de estos tres hombres se los trató de la manera en que ellos esperaban y querían. Los dos primeros dicen “acá está esto que se me confió, acá está esto que se me dio” y, como sintieron esa confianza, como descubrieron ese vínculo con ese señor, se animaron a utilizarlos, se animaron a, sostenidos por aquello que sabían que el otro había depositado en ellos, reproducirlo, ponerlo al servicio. Sin embargo, si miramos con atención, el último casi da su propia condena al decir “tuve miedo”; en vez de decir “este hombre que confió en mí”, como dice el principio del relato, dice “tuve miedo de ti, así que aquí tienes lo que es tuyo”. Este tercer hombre nunca pudo descubrir ese don que el señor le había dado, nunca pudo descubrir que el señor había confiado en él y que había depositado en él este talento por eso casi como que dice “en esto yo no tengo parte, en esto yo no tengo nada que ver”; y es ahí cuando, de alguna manera, él da su propia condena. Se parece a algún otro pasaje del Evangelio, en donde se dice que “con la vara que uno mida, será juzgado”, de la manera que uno se relacione.
En nuestro caso, esto también pasa en nuestro vínculo con Dios: ¿de qué manera miramos a Dios?, ¿desde qué lugar nos relacionamos con El?, ¿confiamos y descubrimos todo lo que Dios puso en nuestra vida?, ¿confiamos y descubrimos todo lo que Dios pone en la vida de los demás? ¿Nos animamos a reconocerlo, a decírselo?, ¿cuántas veces sentimos que todo en la vida son exigencias, que siempre el otro está demandando?, ¿nos animamos a romper esa cadena, a decir “yo busco ser el que cambia las cosas acá, yo busco ser el primero que empieza a reconocer en el otro lo bueno que hay”? ¿Para qué? Para que el otro se anime a hacerlo también. ¡Cuánta alegría nos da cuando nos reconocen algo, y con cuántas más ganas lo hacemos cuando vemos que aquello bueno que uno tiene le sirve al otro! Por eso, a veces en general esto nos es mucho más fácil afuera porque uno va un lugar nuevo y lo primero que hace el otro cuando uno tiene un gesto de servicio es agradecerle y por eso tenemos ganas de volver a hacerlo ya que pensamos que queremos volver a experimentar eso que vivimos de alegría y de gozo. Y queremos que otros vivan lo mismo, para nosotros volver a sentir eso en el corazón. ¿Acaso esto no se puede hacer en nuestros lugares, no se puede hacer en nuestros hogares, colegios, trabajos, comunidades? ¿No podemos ser nosotros ese signo de Dios para reproducir talentos?
En el fondo hay UN talento que es el central, del que Jesús viene hablando hace rato, que es el amor: cuando a uno lo aman, la respuesta que puede dar es amar; cuando a uno le dan amor, es para que uno, de alguna manera, continúe esa cadena. Y esa es la invitación: a crecer en la confianza, a creer en nosotros mismos, a creer en los demás, y a crecer en este amor.
Esto es lo que descubre Santiago y transmite en la segunda lectura: “ustedes, cuando vean que hay alguien que necesite de nosotros, díganselo; llamen a los sacerdotes para que vayan a donde estén los enfermos y recen por ellos, que los unjan”. Esto es lo que vamos hacer hoy acá, y es lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros: preocuparse y, en algún momento difícil, como puede ser la enfermedad, estar cerca de cada uno de nosotros. Pero la respuesta parte siempre de la confianza, “confíen en ese Jesús que aún aquí los acompaña, que aún aquí, en donde uno parece que se siente solo en medio del dolor y del sufrimiento, Él está con nosotros”.
Abrámosle entonces en esta noche el corazón a Jesús, miremos, animémonos a hacer un examen de conciencia descubriendo todos los dones y talentos que Dios puso en nosotros y animémonos a reproducirlos al servicio del Reino.

LECTURAS:
* Prov. 31, 10-13. 19-20. 30-31
* Sal. 127, 1-5
* Sant. 5, 13-16
* Mt. 25, 14-30

Homilía: "Estar listos para salir al encuentro" - domingo XXXII del Tiempo Ordinario

Este fin de semana estuvimos de campamento con 500 chicos y chicas de confirmación y caminar (post-confirmación). El campamento de post-confirmación comenzó con un video muy lindo, que tenía de fondo una canción de un grupo de rock argentino, que yo no conocía, Arbolito. La canción, tampoco conocida por mí, se llama “La costumbre” y, sintetizando, dice así:

A la tristeza te acostumbrás,
a la rutina te acostumbrás,
a la pobreza te acostumbrás,
a la derrota te acostumbras.

Y sigue repitiendo frases, como por ejemplo:

a ser esclavo, al maltrato, a la mentira, te acostumbrás…

Sin embargo, en el estribillo, comienza a cambiar de tono:

Pero diciembre existió,
está en un rinconcito del alma buena,
y como octubre mi amor
esas son cosas que vuelven, que vuelven y ya.

Y termina diciendo:

A esa señora buscando basura en la puerta de mi casa, nunca me acostumbraré;
A tu carita de hambre pidiéndome algo para comer, nunca me acostumbraré…

mostrándonos cómo hay algo en su corazón, en su vida, que pide algo más, que busca romper con esa desidia.

Nosotros también descubrimos en nuestra vida que hay un montón de cosas que no nos gustan, que no nos parecen bien, pero a las que, sin embargo, nos vamos acostumbrando. Es más, vivimos en un mundo que nos invita continuamente a eso, que es el llamado “confort”: acostumbrate a esto, conformate con esto. Nosotros queremos algo más, es más, merecemos algo más; estamos llamados a algo más… sin embargo, nuestra propia vida muchas veces tira para abajo.

Hoy en el Evangelio escuchamos esta parábola del Reino en la que Jesús nos dice que hay diez jóvenes que esperaban a su Señor. Cinco de ellas con sus lámparas preparadas, y cinco no; y que, cuando llegó el momento, solamente esas cinco estaban listas para recibirlo. La tentación es preguntarse por qué no compartieron las otras su aceite, pero la parábola nos dice claramente que no alcanzaría para todas; o por qué al final su Señor les dice que no las conoce. Pero si uno va al centro del relato, a lo que se quiere transmitir, descubre que lo primordial es cómo nos preparamos para el encuentro. Jesús nos dice que hay un momento en que nos vamos a encontrar de una manera especial con Él; pero que la preparación comienza ya, que tengo que estar atento, que no tengo que acostumbrarme a lo que pasa ni perder mi capacidad de esperar con alegría… porque así me voy a perder la oportunidad de encontrarme con Jesús. Esto nos sucede a lo largo de la vida: tendemos a bajar los brazos, a creer que las cosas ya no pueden pasar, a acostumbrarnos a este modo de vida sin esperar nada más. Y, cuando llega el momento, no estamos ahí o no preparamos el corazón para poder vivirlo; entonces aparece la nostalgia de pensar en qué hubiese pasado si me hubiera preparado de otra manera, si hubiera estado en tal lugar…

Jesús nos invita a romper con la costumbre, con el acomodarse, con el quedarse, a romper, como dice la frase, “con esto basta”. Y eso sólo es capaz de hacerlo aquel que aprende a amar de corazón. Uno rompe con el frío que nos detiene o nos acomoda cuando ama. El amor siempre llama a algo más, el amor es como una herida del corazón que no te deja acostumbrarte, detenerte, frenarte. El que ama nunca deja de esperar, nunca acepta que ya no hay oportunidad. El que ama nunca se acostumbra a la injusticia, a la mentira, a la pobreza, a la exclusión. El que ama busca de corazón, siente como una llama en el corazón que lo lleva a dar algo más, que no deja que los deseos se apaguen o que la espera lo desanime. Cuando uno ama, siente que está preparado porque nunca deja de esperar con ansiedad.

Y, como dice Pablo en la segunda lectura, el que ama busca contagiar a otros: no queremos que vivan en la ignorancia. Todos vamos a resucitar con Jesús. Esa es nuestra esperanza, eso es lo que nos motiva, eso es lo que nos alegra, eso es lo que nos lleva anunciarles a ustedes: Cristo murió y resucitó. Por eso todos, un día, nos vamos a encontrar con Él; entonces no se desanimen, no estén tristes como los otros que no tienen esperanza. Ustedes han recibido de Jesús esa esperanza de poder ver más allá; por eso vívanla y transmítanla. Y esa esperanza se tiene que transformar en amor. En ese amor que con alegría quiere algo más para uno y para los demás.


LECTURAS:
* Sab. 6, 12-16
* Sal. 62, 2-8
* 1Tes. 4, 13-18
* Mt. 25, 1-13

lunes, 31 de octubre de 2011

Homilía: "El camino de Jesús fue siempre primero DAR TESTIMONIO" - domingo XXXI del Tiempo Ordinario

Hay una película, que es de esas que les gustan mucho a las mujeres, que se llama “Cartas a Julieta” en la cual Sophie y su novio/prometido, casi marido, Víctor, se van a Verona porque él, por trabajo, tiene que terminar de ver un par de cosas para el restaurant que está por poner. Él está con bastante trabajo, haciendo varias cosas, y ella se acerca a ver todo lo que tiene que ver con esta famosa obra de Shakespeare, “Romeo y Julieta”, y va a ese famoso lugar: el balcón. Cuando se acerca al balcón, ve que todas las mujeres ponen ahí debajo, sobre la pared, cartas para sus prometidos, novios, futuros novios, deseos de amantes, etc. Sophie se queda ahí, emocionada, mirando y ve que, de pronto, llega una persona que despega todas las cartas y las mete en una canasta y se va caminando. Sophie la sigue para ver a dónde va y ve que llega a un lugar en donde estaban reunidas varias mujeres que empiezan a mirar y a repartirse las cartas. Sophie, sorprendida, les pregunta qué están haciendo, por qué hacían esto, a lo que ellas responden “alguien tiene que contestar las cartas”. “¿Pero cómo contestar las cartas si ustedes no conocen a las personas, no saben quiénes son?”, pregunta ella, y las mujeres le responden que no importa, porque las cartas contienen un deseo, una búsqueda de un amor, y alguien las tiene que contestar, y le dicen que por eso ellas son “las secretarias de Julieta” y desean ayudar a estas personas que buscan una respuesta, alguien que los escuche, alguien que les responda. Entonces Sophie vuelve al lugar del balcón y, cuando toca para dejar un papelito, se cae un ladrillo y encuentra una carta. La abre, ve que es una carta muy vieja, la lleva a donde estaban todas estas señoras y descubren que es una carta que se escribió hace 50 años por uno de esos amores imposibles. Se preguntan qué hacer, porque no saben si contestar o no, quizá la persona se mudó… y al final dicen que no importa, que hay que contestar, y Sophie la contesta con sencillez y la envía. A partir de ahí, frente a ese gesto desinteresado de querer ayudar a alguien, su vida empieza a cambiar.
Pensaba en cómo lo central es este deseo, que uno podría decir “¿qué sentido tiene escribir una carta?”, pero no sé si lo esencial es la carta o no, sino el hecho de poner un gesto. Ellos quieren tener ese gesto sencillo, humilde, porque no saben a quiénes les contestan, de ayudar a alguien en algo importante, central en nuestra vida, como es el amor; porque, para que alguien no sienta, de alguna manera, que no le han correspondido del modo que él espera, que quiere, que busca, ellos buscan responderle, buscan acompañarlo, buscan estar a su lado. Como dije antes, lo hacen desinteresadamente, sin buscar una recompensa, sino solo por ponerse en el lugar del otro, por aprender a tener esa empatía de saber que hay otro que necesita algo y que yo, desde lo que tengo, desde este humilde servicio, lo puedo ayudar.
Y creo que, si miramos nuestra vida y la vida de los demás, en general la mayor parte del tiempo se basa en aprender a tener esos sencillos y humildes gestos. Muchas veces estamos pensando en qué grandes cosas podemos hacer, en cómo podemos cambiar el mundo (que estaría buenísimo; si alguno tiene la receta, pásela), o en cómo podemos cambiar toda nuestra vida, en cómo podemos hacer tal cosa… y nos olvidamos de tener esos pequeños y sencillo gestos de todos los días que nos hacen la vida más llevadera, que nos ayudan a caminar de una manera distinta.
Estos gestos van desde animarnos los unos a los otros a decirnos “gracias” con esa humildad de reconocer que el otro hizo algo por mí y yo le agradezco, con esa educación que muchas veces a todos nos han enseñado en nuestra casa, en nuestro hogar, de agradecer al otro por el signo que tiene conmigo. Y no solo eso, ¿cuántas veces estamos de mal humor, irritados, porque nos piden algo, o por lo que fuera? Qué lindo sería que de cada uno de nosotros surgieran las cosas gratuitamente: puedo ayudar a los demás, puedo poner un gesto, puedo poner un signo, en mi casa, en mi colegio, con mi familia, con un amigo, con una amiga, con alguien que no conozco y, de alguna manera, ponernos al servicio del otro. Eso es lo que trae alegría al corazón. Creo que todos nosotros alguna vez hemos pasado por la experiencia de que alguien nos sorprenda, de que alguien haga algo que no esperábamos y, en general, eso trae una alegría, y hasta un desconcierto, muy grande: ¿por qué me hacés esto? Y el otro responde “porque tenía ganas, porque quería”. Eso trae una sorpresa al corazón que, muchas veces, nos lleva a nosotros a también querer actuar de la misma manera. ¿Cuántas veces, cuando vemos ejemplos de grandes personas, como santos o personas muy santas más allá de no haber sido nombradas por la Iglesia, a uno lo mueven las ganas de querer hacer lo mismo? Cuando uno ve la vida de la Madre Teresa, por ejemplo, se pregunta cómo puede él también ayudar, cómo podría hacer esos signos; sin embargo, muchas veces nos pasa que, como nuestra vida es un poco más limitada y no tan entregada como muchos de estos, después casi nos tira para atrás y nos cuesta tener esos mismos gestos o signos. Pero vemos que ese deseo lo tenemos todos en el corazón. Cuando vemos la vida de esas personas, uno dice “yo quisiera tener esos gestos”, “yo quisiera vivir de esa manera”, “yo quisiera tener este sentimiento y este deseo de ayudar a los demás”; y, en general, cuando hemos podido ayudar a alguien (muchos jóvenes aquí presentes lo han hecho de muchas maneras), hemos vivido esa alegría. Muchas veces no sabemos a quién ayudamos, muchas veces ni sabemos qué gestos ponemos, pero vivimos ese lindo regalo de poder haber hecho algo por el otro.
Una de las cosas de las que me enteraba en estos días era que a todo el mundo, o a muchos, les llegaba esta nueva carta-invitación de hacer una caja navideña para otros, con sencillez y humildad, desde lo que uno tiene. Me refiero a estas cajas en donde uno pone alimentos y busca ayudar a que una familia pueda tener una comida digna, una comida que los ayude a reunir a sus familias en ese día. Muchas veces uno no sabe ni quién es la familia, no conoce, solo le llega por encargo, pero uno vive la alegría de que pudo hacer algo por alguien, de que pudo tener ese gesto.
Esto es a lo que nos invita Jesús. Justamente, la humildad es descubrir que yo puedo ayudar a los otros, que yo me puedo preocupar por el otro; y esta es la invitación de Jesús. Esto es lo que pasa en estas dos lecturas que hoy escuchamos. En la primera lectura, Dios les da durísimo a los sacerdotes porque no se preocupan por el pueblo, porque no escuchan al pueblo, porque no se ponen al servicio del pueblo, porque ejercen la autoridad no buscando servir y ayudar, sino buscando el propio interés. Entonces dice “eso no es el servidor y el ministerio que yo quiero; yo busco que, desde el lugar que te toca y cuanto mayor es el poder que uno tiene, más se pongan al servicio de los demás, más vea cómo uno puede ayudar al otro”. Esto que sucede en la primera lectura sucede también en el Evangelio: Jesús sigue enojado, como venimos escuchando hace rato, con los fariseos, con los escribas, con los sumos sacerdotes, con los saduceos, con todos los que tenían un poder político y eclesial en esa época; por eso les dice “ustedes atan pesadas cargas por los demás y no hacen nada”, tan duro es que dice “no las mueven ni siquiera con el dedo; les dicen a los otros lo que tienen que hacer y ustedes no dan el ejemplo, no dan el testimonio” y su invitación es “primero hagan, y después hablen; y háganlo con humildad y sencillez, no solo no hacen sino que lo que quieren es figurar, quieren que los otros los vean, quieren tener un lugar de poder”. ¿Cuánto nos revelamos nosotros cuando vemos que esto sucede en nuestra sociedad? En cualquier lugar de nuestras instituciones: políticas, deportivas, eclesiales, religiosas… no nos gusta que pase eso. Pero creo que siempre, antes que nada, lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos “¿qué es lo que yo estoy haciendo?”; si yo estuviese hoy cara a cara con Jesús, ¿qué es lo que Jesús me diría? ¿Me pongo al servicio de los demás?, ¿vivo con sencillez y humildad lo que Él me pide?, ¿busco cómo poder ayudar, cómo hacer puentes los unos por los otros? Porque ese es el camino.
Tal vez esto que Pablo dice en la segunda lectura: “tanto los amábamos, tanto los queríamos, que queríamos hacer todo por ustedes”. Y, en general, esto es fruto del amor. El domingo pasado escuchamos cómo Jesús nos decía que lo más importante de la ley era amar: amar a Dios y amar al otro, y eso era semejante. Por eso hoy escuchamos cómo estos dos gestos, la humildad y la sencillez, surgen del que ama. El que ama se preocupa por el otro, el que ama busca cómo ayudar al otro, cómo hacer que la vida del otro sea más plena, y eso es el verdadero amor: el que siempre, de alguna manera, se pone al servicio del otro, se preocupa y se entrega. Esa es la invitación para cada uno de nosotros. Como hablábamos el domingo pasado, ¿cómo, desde nuestro lugar, podemos dar testimonio?, ¿cómo, desde nuestro lugar, podemos ser un ejemplo para los demás?
Para poner un ejemplo: en algunos de los colegios que pasé antes de estar por acá, alguna vez me ha tocado hablar con algunos de los padres por algunas cosas que, como todos, los chicos a veces hacen, macanas que se mandan en los colegios; y a veces, cuando el papá llegaba y me decía algunas cosas, yo me decía a mí mismo “con razón tal hijo”. Y, lamentablemente, lo digo en serio; es más, yo pensaba “bastante bien salió”, sin ánimo de ofender, porque me preguntaba cómo uno puede dar ese ejemplo. Es como decirle a un chico que no grite y le gritás todo el día; el chico va a gritar después, no nos preguntemos por qué… En ese ámbito, desde lo más esencial, y por eso pongo un ejemplo familiar, porque es lo que nos toca todos los días, deberíamos preguntarnos ¿cuál es el testimonio que, desde mi lugar, yo doy en mi familia? Como padre, como madre, como hijo, como hermano… ¿de qué manera yo busco, con sencillez y humildad, ayudar en ese lugar? Y nos pregunto a nosotros lo mismo; tal vez desde mi lugar de sacerdote, de pastor, de acompañante, ¿qué ejemplo doy a mi comunidad?, ¿cómo la guío para que pueda seguir a Jesús?, ¿cómo intento transmitir esos valores y encarnarlos y vivirlos en mi vida?, ¿qué es lo que Jesús me diría a mí? Esperemos que no sea tan duro como lo es en el Evangelio con los sacerdotes. ¿Cómo encarno lo que Él me pide vivir? Y eso es lo que nos podemos preguntar cada uno de nosotros para el rol que tenemos: ¿de qué manera encarnamos estos valores del Evangelio? En este caso, ¿cómo nos ponemos primero al servicio de los demás? “¿Quieren ser los primeros?”, dice Jesús, “pónganse a servir”. Es facilísimo decirlo, no hacerlo; pero el camino de Jesús siempre fue DAR TESTIMONIO. Jesús primero amaba y después les decía “crezcan en el amor”; Jesús primero dio la vida, y después les dijo “ustedes den la vida”. Cuando Pedro se quiso apurar, y le dijo “Maestro, yo voy a dar la vida por Vos”, Jesús le dijo “todavía no, primero me toca a mí”. Porque primero tenía que dar el ejemplo. Él iba a dar la vida y después les iba a pedir a los discípulos que dieran la vida, y la iban a dar, pero viendo a quién tenían que seguir. Creo que lo mismo podemos hacer nosotros en cada una de nuestras cosas: primero dar testimonio, primero hablarnos a nosotros al corazón, decirnos esas palabras y ponerlas en obras y, recién ahí, cuando vemos que las vivimos, que las pudimos encarnar, sí decirles a los otros “esto es a lo que nos invita Jesús, estos son los valores que hay que vivir, esto es por donde se nos invita a caminar”.
Pidámosle a Pablo, a aquel que, mirando este ejemplo de Jesús, se animó a dar la vida por su comunidad y a guiarlos también en el camino de Jesús, que nosotros como cristianos también, aprendiendo de Jesús, crezcamos en la humildad, crezcamos en la sencillez, crezcamos en el amor y nos animemos a ser testigos de este amor de Dios.


LECTURAS:
* Mal. 1, 14b-2, 2b. 8-10
* Sal. 130, 1-3
* 1Tes. 1, 5b; 2, 7b-9. 13
* Mt. 23, 1-12

lunes, 24 de octubre de 2011

Homilía: "Amar a Dios y amar al prójimo están al mismo nivel" - domingo XXX del Tiempo Ordinario

La película “Diario de una Pasión”, uno de esos tipos de películas que les gustan más a las mujeres, comienza con la imagen de un hombre ya mayor que está en un hogar de ancianos y que, mientras camina, va recordando y hablando, en voz en off, y diciendo que él no es una persona especial sino que es una persona corriente, con pensamientos corrientes, con una manera de vivir corriente. Y que, cuando muera, no se le va a hacer ningún monumento ni su nombre será recordado por generaciones y generaciones. Sin embargo, dice él, “puedo estar contento y feliz porque, como muchas otras personas, he podido amar con todo el corazón y con toda mi vida a una persona, y eso para mí es suficiente”. A partir de ahí, comienza a desarrollar su vida y a contar un poquito sobre su historia.
Pensaba cómo, en esa frase tan sencilla, resume el deseo que cada uno de nosotros tiene en el corazón: APRENDER A AMAR, crecer en nuestra vida en ese deseo profundo que tenemos que es amar a otros y sentir ese amor de los demás. Esto es tan importante que influye profundamente en nuestro ánimo. Cuando nos sentimos queridos y amados, generalmente estamos de mucho mejor ánimo, tratamos mucho mejor a la gente; lo mismo sucede cuando podemos amar verdaderamente. Pero, cuando esto nos falta, sentimos que hay una tristeza, hay algo que no cierra, los vínculos nos cuestan mucho más y también nos cuestan mucho más las cosas que hacemos. Es por eso que todos descubrimos lo central que es amar. Sin embargo, una cosa es descubrir lo central y lo esencial que es y otra cosa es poder vivir el amor, poder expresarlo, poder hacerlo una realidad. Porque, sobre todo a medida que uno va creciendo y la vida se va haciendo cada vez más compleja, muchas veces ese deseo profundo que uno tiene se va mezclando con otras cosas detrás de las cuales corremos, nos desgastamos, nos cansamos (a veces necesarias e importantes, pero no esenciales).
Creo que una de las razones por la cual en el mundo de hoy se vive muchas veces una insatisfacción muy grande es justamente porque dejamos de lado lo central y lo esencial, y corremos detrás de cosas que tal vez en el momento nos alegran, nos ponen contentos, pero que son esporádicas, que pasan de largo, y esa insatisfacción vuelve al corazón. A veces corremos detrás de cosas materiales; a veces, detrás de distintos proyectos; a veces, detrás de ansias de poder, o de distintas cosas que en algún momento pueden traer una satisfacción, pero no perdura, no queda en el corazón. ¿Por qué? Porque no es lo central, porque no es lo esencial. Y por eso la vida nos llama, nos grita, nos pide que aprendamos a amar, que aprendamos a querer, y nos va pidiendo que podamos expresarlo.
Por todo esto, cuando a Jesús le preguntan cuál es el mandamiento principal de la ley, qué es lo más importante que está escrito en ella, Él vuelve a este deseo tan profundo de cada hombre y de cada mujer. ¿Qué es lo central? “Amar”, dice Jesús. Y no dice nada nuevo, porque primero dice “el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas”, escrito en el quinto libro de la Biblia, el Deuteronomio, así que esto los judíos lo sabían hacía tiempo. Y sigue diciendo que “el segundo mandamiento es amar al prójimo como a ti mismo”, escrito en el Levítico, el cuarto libro de la Biblia. En definitiva, eran cosas que el Pueblo Judío venía viviendo, o sabía, desde hacía mucho tiempo; no es que Jesús inventa algo nuevo en esto, sino que, como decía antes, va a lo central y al núcleo de lo que Dios quiere transmitir. ¿Por qué? Porque en el mundo judío pasaba como nos pasa a nosotros: ellos pasaron de tener diez mandamientos a terminar teniendo más de seiscientas prescripciones y la gran pregunta era “¿qué es lo central y lo esencial que yo tengo que vivir?”. Como nos pasa a nosotros que, en algunos momentos, vemos que hay pocas cosas centrales y esenciales, pero hay momentos en donde eso se nos amplía y ahí nos preguntamos qué es lo más importante. Es más, a veces recién lo descubrimos cuando miramos para atrás, y uno piensa “uh, ¿por qué no le dediqué más tiempo a esto?, ¿por qué no viví esto?, ¿por qué no estuve más atento a esto que para mí era tan importante?”. Esto pasa porque nos vamos llenando de un montón de cosas.
Esto les pasaba a los judíos, y por eso Jesús va al núcleo: EL CENTRO ES EL AMOR, aquello que ustedes desean en el corazón, aquello que Dios desea en el corazón. Solamente trae una novedad, bastante profunda, que es que, para Él, el primer mandamiento y el segundo son semejantes, son lo mismo. Amar a Dios y amar al prójimo están al mismo nivel. Esta unión sí la hace Jesús: “si ustedes dicen que quieren amar a Dios, muéstrenlo también amando a su hermano”, “si ustedes dicen que aman a su hermano, también amen a Dios”, “recorran este camino, todo lo demás se vive desde acá, todo lo demás se centra en esto”. Es por eso que Jesús los invita a que vayan descubriendo y recorriendo este camino, animándose a hacer el bien.
Esto muchas veces es muy difícil de transmitir, que nos ha costado también a nosotros como Iglesia. De esas seiscientas y pico de prescripciones que tenía el Pueblo Judío, más de la mitad eran “NO”: no hay que hacer esto, no hay que hacer tal cosa. Esto que escuchamos en la primera lectura, del Libro del Éxodo, que Dios le pide al pueblo: no exploten, no opriman, no hagan tal cosa… Sin embargo, creo que si le preguntásemos a Jesús, Él diría “den un paso más; no es solamente no hacer una cosa, no es solamente no hacerle mal al otro sino buscar cómo le puedo hacer el bien, cómo lo puedo ayudar”.
Hace poco estaba comiendo en la casa de una familia y la familia me decía que ellos creían que la función del sacerdote era ayudar a construir puentes entre la gente… en un mundo tan desigual, en un país tan desigual socialmente, ayudar a que las personas de diferentes estratos, de diferentes condiciones sociales, nos podamos encontrar. Y yo decía “sí, creo que es una invitación a todo cristiano, no solamente a un sacerdote”. Y la pregunta que podemos hacernos es cómo intentamos vivir esto porque el mundo nos tiende a dividir cada vez más… cómo podemos estar más divididos, cómo podemos separarnos más. Y la invitación de Jesús es a pensar en cómo podemos hacer puentes y cómo nos podemos acercar al otro, no solo no molestarlo sino cómo comprometernos los unos con los otros, cómo poder dar un paso más, cómo poder crecer en ese camino… en el fondo, cómo lo amo al otro, de qué manera vivo esto.
Me acuerdo que un profesor de Teología nos decía que, cuando lleguemos al cielo (a donde esperamos llegar) y nos enfrentemos con Dios quien, gracias a Dios –valga la redundancia-, es misericordioso, iba a haber una especie de tribunal en el que, de un lado, iban a estar todos aquellos a los que amamos y que iban a decir que fuimos un signo de amor para que ellos se encontraran con Dios y, del otro lado, todos aquellos a quienes no amamos, a quienes no quisimos, y para quienes no fuimos un signo de amor para que ellos se encontraran con Dios. Espero que mi vida sea más de un lado que del otro; y creo que esto resume eso que Dios nos invita a preguntarnos: ¿de qué manera crecemos y vivimos este amor? Esta pregunta va a ser la pregunta que Él nos va a hacer cuando lleguemos a su presencia: ¿de qué manera testimoniamos esto?
Esto es por lo que Pablo le agradece a la comunidad en la segunda lectura, por el testimonio que ellos dan. “Me alegro porque ustedes, a pesar de las dificultades, lucharon y dieron testimonio y eso es obra del Espíritu Santo. El que ustedes, en esas condiciones, hayan podido dar testimonio de cristianos significa que dejaron que el Espíritu actúe en ustedes, significa que Dios actuó en ustedes. Y por eso son un ejemplo para los demás”. La pregunta es: ¿Pablo podría decir lo mismo de cada uno de nosotros?
Hoy, mientras cumplía con mi deber cívico en las elecciones y tenía que hacer cola (como varios de ustedes que habrán tenido que hacer cola), cada tanto había algún altercado, alguno que se enojaba un poquito más… y, dentro de las cosas en que pensaba, porque no tenía muchas opciones más que pensar, era pensar que, tal vez, estas personas, como tantas otras en otros lugares, son cristianas, están bautizadas. Ahora: enojarse por esto, ¿es dar testimonio de cristiano? Más allá de que me embole tener que estar haciendo 3 horas de cola, ¿es el testimonio al que Jesús me invita? Y esto era una pavada. En cosas más profundas, ¿damos el testimonio que Jesús nos propone? Creo que podría ser como una regla: cuando yo me enojo, me molesto, critico, hago tal cosa, ¿es lo que Jesús me está pidiendo; de esa manera, estoy amando? Y no hablamos de que no sea difícil, de que no traiga conflictos, de que a veces no vivamos injusticias, sino de si lo que estoy haciendo es ser un ejemplo; porque lo que le agradece Pablo a esa comunidad es que, a partir de ese ejemplo, otros pueden conocer a Jesús. ¿A partir de mi vida y de mi ejemplo, otros pueden conocer a Jesús? ¿Estoy amando como para ser un testimonio de Él en lo que me toca? Creo que esto es una medida para mirar en nuestra propia vida y aprender a descubrir.
Tal vez podemos pensar en esta frase de San Agustín –tan conocida para todos nosotros– que dice que “hay que odiar al pecado, pero hay que amar al pecador”. Eso es lo que más nos cuesta a todos: descubrir que sí, que hay que hacer frente a las injusticias, a lo que está mal, intentar cambiarlo, reprocharlo, pero siempre tengo que amar a la persona. Tal vez en un país donde nos cuesta tanto creer en los políticos, podríamos preguntarnos hoy en este día: “¿yo intento amarlos, intento valorarlos?”, porque creo que estamos hundidos en esto más o menos. Y el camino al que nos invita Jesús es ese, y es difícil, pero es el camino de dar testimonio como cristianos. ¿De qué manera crezco yo?, ¿de qué manera me comprometo? Porque eso es lo que les preguntó Jesús. No les preguntó si iban a misa, si rezaban; les preguntó: “¿aman?, ¿aman de verdad a los demás? Ese es el testimonio que quiero que den”. Testimonio que se manifiesta en un montón de otras cosas; y también en la manera en que vivo mi fe. Pero lo más importante es la manera en que la transmito a los demás.
Esa es la invitación que Jesús nos hace a todos nosotros: que abramos el corazón a ese amor, y a que lo vivamos en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestros colegios, en nuestro país, en lo que nos toca… ¿De qué manera somos un signo de Jesús?
Pidámosle, entonces, hoy a Pablo, aquel que dio testimonio en su comunidad, aquel que se alegró por el testimonio que su comunidad daba, que nos ayude a nosotros a ser una verdadera comunidad de cristianos, a crecer en ese vínculo del amor para ser un ejemplo para los demás y a que, día a día en lo que nos toca, en cada uno de nuestros lugares, nos animemos a manifestar y a vivir ese amor.

LECTURAS:
* Éx. 22, 20-26
* Sal. 17, 2-4. 47. 51ab
* 1Tes. 1,5c-10
* Mt. 22, 34-40

lunes, 17 de octubre de 2011

Homílía: "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" - domingo XXIX del Tiempo Ordinario

Hace poco salió una película que creo que caracteriza bastante la era en la que vivimos, “Habemus Papam”. Trata de que murió el Papa –así comienza, podría ser Juan Pablo II (lo que sucedió hace poco)– y tienen que elegir al nuevo Papa. Uno ve en el cónclave las caras de todos los cardenales y se nota que empiezan a sentir que ninguno quiere ser elegido. Hay una crisis de autoridad, de no querer asumir ciertas cargas y ciertos compromisos, entonces ninguno quiere elegir. Igualmente, la película no se detiene mucho ahí, y sale elegido el Cardenal Melville. Uno puede ver en él su cara de sorpresa, y al mismo tiempo de espanto y de pavor por lo que le acaba de suceder. Todos los demás cardenales, contentos (más que nada porque ellos no habían sido elegidos), lo preparan y lo visten para presentarlo, para que salga al balcón y, cuando el cardenal que lo estaba presentando dice “Habemus Papam” (del latín, “Tenemos Papa”), se escucha un grito desde adentro. Ahí todo se frena. Se ve el estupor de los cardenales, de la gente abajo que no entiende nada y el Papa que sale corriendo y dice “¡ayúdenme!”. Esto muestra esa crisis de no querer asumir todas las responsabilidades que le tocan: “tengo que conducir a millones de personas y no estoy preparado y no puedo hacer esto”; por otro lado, se ve la desolación de todos aquellos que esperan un líder espiritual, alguien que los guíe en ese camino.
Creo que esta película refleja de una manera bastante oportuna cómo somos hoy como sociedad, como mundo, en donde hay una crisis de autoridad, de líderes, de poder, que muchas veces no se quiere asumir, o que muchas veces se asume de manera autoritaria, de manera totalitarista. Y esto se nota no solo en los estados, donde de alguna manera alguien tiene que asumir –nos guste o no a los ciudadanos de los distintos países–, sino también en los distintos ámbitos. En la familia vemos muchas veces una crisis de autoridad por la cual no se sabe muy bien cómo educar, cómo llevar adelante; no se sabe lo que significa ser padre, lo que significa ser madre. Cuántas veces cuesta asumir esos roles, y todo lo que significa una educación en la que alentemos pero al mismo tiempo pongamos límites. Esto lo vemos también en los distintos ámbitos, como por ejemplo en los colegios, en donde muchas veces los docentes e incluso los directivos no saben cómo transmitir esa autoridad que tienen que tener de una manera servicial. Autoridad que no tiene por qué ser autoritaria, pero la han perdido por diversas razones y causas. Y así también sucede en casi todos los ámbitos de nuestra vida, de nuestra sociedad.
Es por eso que muchas veces se tiende a ir a los extremos. Como no sabemos cómo vivirlo, como no queremos llevar adelante esa tensión que conlleva el educar o el tener un cargo importante en cada uno de los lugares donde nos toque, tendemos a los extremos: o lo hacemos de una manera muy autoritaria sin importarnos los demás o casi que no queremos asumir las responsabilidades… nos toca, estamos, pero que las cosas fluyan para donde fluyan, no nos importa tanto. Sin embargo, eso no nos termina de poner contentos. A nadie le gusta que el otro ejerza su autoridad de una manera autoritaria sobre nosotros y sabemos también que no es sano que no haya una autoridad, alguien que muestre el camino, alguien que nos indique hacia dónde tenemos que ir.
En ese sentido encontramos esta pregunta que le hacen a Jesús porque, más allá de la clara trampa que le ponen –el mismo Evangelio lo dice y Jesús lo dice–, hay también una crisis de autoridad acá. En esa época, el Imperio Romano era el que dominaba de una manera completamente totalitarista y los distintos factores importantes de la sociedad habían tomado distintas posturas. Los herodianos eran los que se habían logrado acomodar con el poder romano entonces estaban a favor del impuesto, “hay que pagar el impuesto”. Los fariseos, que eran hombres más religiosos, decían “no, no se puede pagar el impuesto a un extranjero”. Sin embargo, cuando hay una causa en común, hasta los mayores enemigos se pueden unir. Esto es lo que sucede en el Evangelio, se ponen de acuerdo, se unen, porque no están de acuerdo con el modo en que Jesús ejerce esa autoridad. No les gusta esa manera que Jesús tiene de llegar a la gente, esa manera que Jesús tiene de llegar al corazón del pueblo de modo simple y servicial pero al mismo tiempo firme. No les gusta que haga ejercer su autoridad, no es lo que quieren. Es por eso que le tienden esta trampa, frente a la cual, ya sea que Jesús conteste “SÍ” o “NO”, cualquier respuesta hará que quede mal parado. Si dice que sí, el pueblo se va a enojar con Él porque la gente no estaba de acuerdo con pagar el impuesto a un pueblo opresor; si dice que no, lo van a acusar ante el César y será juzgado por sublevarse, por ser un subversivo. Sin embargo, cuando le hacemos preguntas a Jesús (de lo que creo que todos tenemos experiencia en el corazón), tenemos que tener cuidado porque muchas veces las respuestas de Jesús no van en el orden que uno espera, no van de la forma y de la manera que uno espera, no vienen por “sí” o por “no”. Y en este caso pasa a otro nivel. “¿De quién es esta moneda?” pregunta; le muestran la moneda, cuya figura era la de Tiberio (el Emperador de esa época), y Él responde “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y el Evangelio nos dice que siguen preguntando; seguramente, no habrán entendido qué es lo que Jesús les quiso decir. También muchas veces a nosotros nos cuesta entender qué es lo que Jesús ha dicho acá.
Hemos tendido muchas veces a separar la esfera de lo político y de lo religioso como si no tuvieran nada que ver, como si uno pudiera hacer una cosa en un lado y otra en el otro, como si fueran espacios totalmente distintos, y uno termina partiéndose. O los hemos unido de tal manera que el poder religioso se convirtió en un poder político, con todo lo bueno y con todo lo malo que eso tuvo. Sin embargo, Jesús nos invita a profundizar en esta frase y a descubrir de qué manera podemos vivir esto. ¿Por qué digo de que manera podemos vivirlo? Porque creo que, algo claro es que hoy tenemos también un mundo muy parecido al de Jesús, en el que muchas veces la esfera de lo político y la de lo religioso se presentan como contrarias. Muchas veces, añoramos con nostalgia lo que era la Cristiandad, cuando todo el mundo vivía los valores religiosos. Sin embargo, como dije antes, eso tuvo consecuencias positivas y también consecuencias negativas. Y esta no es la forma ni la manera en que Jesús nos invita a ejercer nuestra autoridad; sí nos invita a vivirlo de corazón, sí a transmitirlo, pero no nos propone el hecho de que la Iglesia vuelva a asumir esos cargos ni ese modo. Por eso nos invita a comprometernos, y a vivir esos valores, como CIUDADANOS. ¿Por qué digo parecido a la época de Jesús? Seguramente, a Jesús muchas de las leyes de esa época no le gustaban. Yo no creo que estuviera de acuerdo, aunque no lo responda de esa manera, con pagar los impuestos, con que los pobres fueran oprimidos, con que hubiera una crucifixión, una pena de muerte… había muchas leyes que iban muy en contra de lo que Jesús creía. Sin embargo, su camino no fue el de la pelea ni el de la lucha violenta, sino que Él nos invita a dar testimonio de lo que creemos, “transmitan algo distinto”, y durante muchos siglos las personas se dedicaron a eso.
Hoy nos pasa lo mismo porque vivimos en un mundo plural, en el cual no siempre los valores cristianos se viven. Hemos descubierto que en nuestro país se han aprobado leyes que no siguen los valores cristianos, y muchas veces seguirán aprobándose leyes que no siguen los valores cristianos. Pero también tenemos que aprender que vivimos en un mundo plural donde nuestra voz es una voz más. Ahora, la pregunta es: ¿qué vamos a hacer frente a esto?, ¿de qué manera nos vamos a parar? ¿Solamente nos vamos a quejar cuando aparezca una ley con la que no estamos de acuerdo, o vamos a buscar desde nosotros, desde nuestras familias, desde nuestros valores, dar testimonio de lo que creemos, de lo que significa “dar a Dios lo que es de Dios”? Por ejemplo, priorizando la vida: ¿de qué manera buscamos, día a día, valorar la vida?, ¿de qué manera buscamos transmitirla en nuestras familias, en nuestros hogares, en nuestros trabajos? Porque no basta solamente con salir con una bandera en un momento en el que no estamos de acuerdo, sino que tenemos que pensar, de modo mucho más profundo, cómo lo transmitimos a los demás, de qué manera valoramos esto, si vivimos la alegría de lo que significa vivir una vida más plena, cómo buscamos que los demás también puedan acceder a eso y cómo hacemos para que esto contagie al resto.
Jesús nos invita a encarnar los valores en lo profundo del corazón y a vivirlos día a día, asumiendo lo que nos toca en cada lugar y dando testimonio de aquello que creemos. Esto es lo que le agradece Pablo a su comunidad: “Ustedes viven la fe, viven la esperanza y viven la caridad”. ¿Cómo la viven? En primer lugar, mostrándolo con obras, mostrando lo que significa ser cristianos, que los demás lo vean, que los demás vean ese ejemplo. En segundo lugar, cansándose, hasta fatigándose, de tener que hacer eso, de tener que vivirlo de esa manera. En tercer lugar, dice Pablo, manteniéndose firmes en lo que creen, animándose –más allá de las consecuencias que eso trae– a vivir el Evangelio desde el corazón.
Y creo que esa es la invitación para todos nosotros: aprender a encarnar, en el mundo, lo que Jesús nos pide. Lo que pasa es que esto es una tensión. Para nosotros es mucho más fácil que nos den una seguridad, que nos digan en dónde estamos parados y que muchas veces los otros hagan por nosotros lo que tenemos que hacer. Es mucho más fácil vivir en un mundo en donde todo es cristiano y en donde todos viven de la misma manera, en donde yo no tengo que confrontar con el otro, en donde el testimonio sale casi de manera natural – si es que sale, porque no siempre salió así; y es mucho más difícil cuando esa seguridad no la tengo, cuando no tengo ese piso. Sin embargo, creo que acá la pregunta es dónde cada uno de nosotros pone la seguridad. Si la ponemos en un mundo que nos pone un piso fácil para nosotros o si sentimos que nuestra roca firme es Jesús, que aquel que nos sostiene -aun en los momentos difíciles de la vida– es Él, que aquel que nos invita a vivirlo de corazón y a seguir su camino es aquel que lo mostró, el que lo vivió hasta dar la vida.
Abrámosle entonces el corazón a Jesús; animémonos a darle a Dios y a devolverle todo lo que día a día nos da, dando también nosotros testimonio de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad.

LECTURAS:
* Is. 45, 1. 4-6
* Sal. 95, 1.3-5. 7-10ac
* 1Tes. 1,1-5b
* Mt. 22, 15-21