lunes, 4 de abril de 2011

Homilia: "El ciego fue, se lavó, y al regresar, ya veía" Domingo IV de Cuaresma


Seguramente la mayoría de ustedes aunque sea en el colegio, haya leído el libro “El principito”, el gran libro que nos dejó Saint-Exupéry y que es uno de los libros más leídos en la humanidad. Una de las escenas centrales que los que hemos leído recordamos es este encuentro entre el principito y el zorro donde al encontrarse el zorro le dice que no puede entrar en dialogo todavía con él porque ‘no esta domesticado’ y como el principito le empieza a preguntar qué significa domesticar y le dice que “es crear lazos”, le sigue preguntando cómo es eso, y el zorro le va enseñando cómo tiene que día a día irse acercando, cómo hacer para ir creando este vínculo. Y este vínculo va creciendo entre el principito y el zorro hasta que llega el momento en el que el principito tiene que partir. El principito se tiene que ir y se esta despidiendo del zorro, y este le dice: “Te voy a decir una cosa más: lo esencial es invisible a los ojos”. Esta frase tan famosa que, hayamos leído el libro o no la hemos escuchado alguna vez y que va a lo profundo de lo que significa conocernos y conocer a los demás. Creo que todos los que hemos hecho aunque sea un pequeño camino hemos aprendido a descubrir que muchas veces lo central y lo esencial no es lo que vemos porque significa quedarnos en la superficie, sino es cuando nos animamos a mirar en lo profundo de nuestro corazón y a mirar en lo profundo del corazón del otro porque sino nos quedamos muchas veces en las apariencias, en nuestros miedos, en los complejos, en nuestras timideces, nos quedamos solamente en lo que vemos y no podemos terminar de descubrir al otro, aun en las casos más superfluas. Podríamos pensar un signo común: el saludarnos, el darle una mano a alguien, un abrazo, un beso, más allá de saludarnos ¿nos dice algo del vinculo que tenemos con el otro? Puede ser que saludemos así desde el más amigo hasta el cuasi-enemigo, desde aquel que queremos más hasta aquel que no queremos tanto, y si no aprendemos a mirarle en el corazón no sabemos que tipo de vínculo tenemos con el otro, o puede ser que salude de otra manera porque soy más efusivo, más cariñoso o porque soy más tímido, más vergonzoso pero eso no quiere decir que de esa manera se sepa lo que yo siento o lo que el otro siente por mi y es por eso que para poder saber tengo que animarme a trascender y tengo que animarme a mirar en el corazón. O en nuestra propia vida, ¿cuántas veces nos pasa algo y no entendemos que nos estas pasando? ¿Cuántas veces estamos bajoneados o mal de animo, o muy enojados, con cierta bronca? Nos descargamos con alguien, cerramos la puerta de nuestro cuarto, y en el fondo cuando nos preguntan ‘qué te pasa’, solo contestamos: “No se”, no se qué es lo que me pasa… y solamente voy a poder descubrir qué es lo que me pasa si me animo a mirar el corazón porque si me quedo solamente en el signo de ver que estoy bajoneado, me esta mostrando algo, pero para poder saber y hasta trabajar aquello, tengo que ir a la raíz que es ir a mi corazón. Y lo mismo nos pasa con el otro, ¿cuántas veces también podemos esconder nosotros en las apariencias? Estar un día enojados o mal y que el otro no se de cuenta, salvo aquel que más nos conoce y que nos repite ‘algo te pasa, algo te pasa’ y nos taladra la cabeza porque no tenemos ganas de hablar o de decir algo, pero logra mirar más allá porque lo central como nos dice la Primera Lectura es “animarse a mirar el corazón” que es lo que hace Dios. Si hay algo que caracteriza a Dios y que lo caracterizó por toda su historia fue mirar el corazón de los hombres y de las mujeres. Y un signo de esto lo tenemos en la Primera Lectura donde se le pide a Samuel que vaya a ungir a aquel que va a ser el próximo rey y Samuel va, se le presenta uno por uno a estos hijos que este padre tiene, y Samuel empieza a verlos y casi que se copa con los chicos: “este es fornido… este tiene buena presencia.... este sabe hablar bien… este tiene que ser”, y no, van a pasando uno por uno hasta que al no encontrarlo Samuel pregunta si quedaba alguno más, y el padre casi sin ganas dice: “Si, hay uno más pero casi ni vale la pena”, “Tráelo” le responde Samuel. Y ahí es cuando se encuentra con David, y vaya si va a tener un nombre después, va a ser el que va a unir a todo el Reino. Ahí descubre ‘él que Dios miró”, ahí descubre aquel que se atrevió a mirar el corazón de alguien… Dios mira nuestros corazones y a veces en vez de alegrarnos pro esto, casi como que nos da miedo y pensamos en que ‘alguien nos esta viendo’, porque a los otros les podemos ocultar cosas, pero sentimos que a Dios no, y tal vez para que nos quedemos más tranquilos podemos decir que Dios mira lo bueno que hay en nuestro corazón porque si mirase lo malo que hay en nuestro corazón por lo menos la mitad por no decir más de los que están en el Evangelio y que tienen algo importante, no hubieran sido elegidos por Dios. Podríamos pensar en un montón de figuras: Abraham, Moisés, la Biblia no deja de esconder sus limitaciones y sus miserias; los personajes del Evangelio: Pedro, elije sin mirar las apariencias, elije un pescador que no sabia hablar del todo bien, que es bastante tosco, que se enojaba bastante, que no nos esconde todos los errores que cometió, ¿por qué? Porque miró al corazón, y en ese hombre vio a alguien que podía comenzar el camino de su Iglesia… O en Pablo, aquel que perseguía a los cristianos, los mataba, que cuando lo van a bautizar le dicen “no Señor, hasta acá llegamos, a este hombre no, este hombre nos persigue, ha hecho cosas muy malas” y Jesús dice “Yo lo elegí”, ¿por qué? Porque miró el corazón… ¿y tenía cosas malas para ver en el corazón? Tenía, como las tenemos todos nosotros, espero que en menor medida que Pablo en ese momento, pero como mira al corazón ve siempre la bondad que hay en nuestro corazón y ve que puede haber algo más aún en los malos tiempos, aun en los malos momentos, y cuando nos dejamos mirar por Dios, cuando dejamos que su mirada atraviese nuestro corazón, siempre puede salir algo bueno. Pero para eso tenemos que ponernos en camino, para eso tenemos que saber ver, para eso tenemos que saber escuchar qué es lo que sucede en el Evangelio… Este hombre que es ciego de nacimiento al cual Jesús se le hace presente y lo cura, pone un signo, un gesto, tal vez de los más importantes que hace Jesús o más llamativos y extraños que es hacer un milagro. ¿Cuántas veces en el Evangelio le dicen a Jesús “queremos ver un signo”, Jesús lo pone? Y de una manera curiosa lo pone… Jesús hace ‘cosas raras’ cada tanto, con todo respeto porque la verdad uno no entiende mucho esto de que Jesús agarra barro y se lo pone en los ojos, tenemos un montón de ejemplos donde Jesús cura y ni siquiera se acerca a la casa, le dice “Volvé a tu casa que ya estas sanado”, y sin embargo se ve que acá tiene que hacer otro camino. El problema no es el poder que tiene Jesús, acá está que Jesús ve cuál es el camino que el otro tiene que hacer, y como ve en el corazón cuál es el camino que el otro tiene que hacer, empieza así y por eso no lo terminamos de entender ni comprender. Mira el corazón y ve los pasos que tiene que hacer con este hombre al cual le pone barro en los ojos, le dice que baje a la piscina a lavarse y empieza a ver, y comienzan todos estos diálogos entre todos estos personajes: los fariseos que no entienden, no comprenden, no quieren escuchar, no quieren ver, discuten con este hombre, van y le preguntan a los padres y estos no quieren ni meterse, siguen discutiendo diciendo que el mismo signo es contradictorio, y Jesús pasa casi como desapercibido, podríamos decir que los protagonistas son otros en este Evangelio. Sin embargo discretamente Jesús va manejando los hilos de esta historia y va desenmascarando quién es cada uno. Este hombre que es ciego, que puede empezar a ver, y cuando puede empezar a ver empieza a ser rechazado porque vio algo distinto no solo con sus ojos, si no con su corazón: “¿Ustedes me preguntan a mi?”, les dice el ciego “¿Acaso no saben más que yo? No entiendo nada, este hombre me curó y ustedes no entienden”, y cuando este hombre empieza a ser rechazado, ahí Jesús se acerca, y cuando este hombre es dejado de lado lo va a ver por primera vez a Jesús, y cuando lo vea le va a decir: “Creo en ti, creo en Vos”. Este hombre va a pasar de esas tinieblas y oscuridades que se manifestaban en su vista pero que también en muchas cosas las tenía en su corazón, y va a ver no solo con sus ojos si no aprender a ver con el corazón y descubrir a Jesús. Sin embargo en el Evangelio se da un camino totalmente contrario: estos hombres que se supone que ven, que se supone que son los que más saben de la fe cada vez empiezan a ver menos, y empiezan a buscar excusas hasta cuando los signos son tan evidentes: “Acá no sabemos que ocurrió, pero ocurrió un sábado, hizo tal cosa, hizo tal otra, Él no puede ser, nosotros seguimos a Moisés”. Fíjense lo que llegan a decir, porque tal vez seria más claro que digan que ellos siguen a Dios, que no crean tanto que ese sea de Dios, pero que digan “nosotros seguimos a Moisés”… empieza a oscurecerse su corazón. Y el camino del Evangelio es este de ver y escuchar para ahí poder creer, y para ahí poder ser porque solo seremos en la medida que nos animemos a mirar y a escuchar a Dios, nos animemos a mirar y a escuchar a los demás y nos dejemos atravesar por aquel que mira el corazón, por aquel que ilumina nuestras vidas, si no lentamente nos va pasando como estos hombres: no vemos o no queremos ver, no escuchamos o no queremos escuchar y por eso no podemos creer ni podemos ser, nos vamos alejando de nosotros y nos vamos alejando de los demás. Ahora para poder ver y para poder escuchar hay que hacer una cosa que es abrir el corazón y esto es lo que continuamente Jesús nos pide a nosotros porque continuamente sabe que lo podemos hacer. Él mira nuestro corazón, ve todo lo bueno que hay en el y nos dice: “Vos podes dar algo más, vos podes animarte a algo más, vos podes mirar, vos podes escuchar de una manera nueva”, y abriendo el corazón para ver y para poder escuchar podemos ir a lo esencial, a aquello que es ‘inviable a los ojos’ pero que nos llena el corazón. O acaso lo más profundo no es lo que vemos, es lo que sentimos: cuando aprendemos a amar, cuando aprendemos a conocer, cuando aprendemos a pensar, cuando descubrimos nuestros sentimientos, lo que el otro provoca en nosotros, lo que Jesús provoca en nosotros, lo que va a haciendo en nuestras vidas y en la vida de los demás. Ahora para eso me tengo que animar a ponerme en el camino, descubrirme visto por Dios, visto por este Dios que mira aquello que creó, aquello que da vida y que me invita a ponerme en camino. Animémonos hoy nosotros a descubrir a este Jesús que nos ayuda a mirar, que ve nuestros corazones y que nos pregunta si creemos en Él y, como este hombre que era ciego y ahora ve, animémonos a responderle desde el corazón.