miércoles, 30 de noviembre de 2011

Homilía: "Empieza algo nuevo" - I domingo de Adviento

Hace poquito salió una linda película argentina que se llama “Medianeras”, que muestra cómo la Ciudad de Buenos Aires creció irracionalmente, cómo fue dándose la cosa sin una planificación, y cómo eso también de alguna manera refleja la vida de la gente en Capital Federal, en la ciudad. La historia se centra en dos personajes, Martín y Mariana, que, si bien viven cerca, nunca se cruzan y no se enteran ni saben quién es el otro. Martín en un momento piensa “¿cómo en una ciudad en donde hay 3 millones de habitantes voy a encontrar al amor de mi vida si no sé en dónde tengo que buscar, no sé quién es, no sé ni dónde encontrarlo?”. En otro momento de la película, vemos a Mariana con ese libro que seguro tantos de nosotros usamos, “Buscando a Wally”, y dice que a Wally lo encontró en todos lados menos en la ciudad, que allí –por más de buscar durante años y años– nunca lo pudo encontrar, y reflexionando dice “si en la ciudad no puedo encontrar a quien busco, ¿cómo voy a hacer para encontrar a quien no sé ni siquiera quién es?”. Estos pensamientos muestran el deseo de encontrar al otro, pero ninguno de los dos sabe a quién busca.
Creo que, de alguna manera, esto también refleja nuestro deseo profundo de encuentro con los demás y con Dios. Pero, justamente, la pregunta que nos hacemos es ¿A QUIÉN BUSCAMOS?, o ¿DÓNDE LO BUSCAMOS?, o ¿DE QUÉ MANERA LO BUSCAMOS? Y no solo para conocer a alguien, no se trata solo de la búsqueda amorosa de encontrar un amor, sino de una búsqueda más profunda en la que uno se pregunta cómo encontrarse con su amigo, con su padre, con su hijo… Incluso muchas veces nos preguntamos cómo nos encontramos con Dios: a pesar de tener fe, muchas veces nos preguntamos dónde podemos buscarlo, de qué manera podemos encontrarlo. Más aún cuando nos llega así, de improviso, este nuevo comienzo del año litúrgico: el Adviento. No sé ustedes, pero desde que tengo noción y desde que más o menos empecé a tomar la vida en mis propias manos, siempre llego a fin de año cansado – y no solo cansado físicamente, sino cansado mentalmente. Es más, si viene alguno de los chicos, que en general tienen muchas ganas, a proponerme encarar algo, lo primero que pienso es “¡qué fiaca!”… ¿empezar algo nuevo a esta altura del año? Uno dice, NO.
Sin embargo, la fe nos invita a, en este tiempo, empezar algo nuevo. Pero, como veíamos en el video, no es tan fácil – o no tenemos tantas ganas. Los chicos contaban cómo se entrenan, cómo preparan un examen… Y cuando la pregunta se refería a la Navidad, tenían que mirar más adentro. Cuesta. En medio de tantas cosas, que todos tenemos (todos los cierres de los colegios, de la facultad, del trabajo…), nos cuesta pensar en que tenemos que encarar algo más. Podríamos mirar en el Evangelio qué es ese más, ¿qué es lo que Jesús nos está pidiendo? Porque, justamente, no nos dan tantas ganas de hacer algo más (por lo menos hoy). Podríamos decir “dejemos el Adviento para principio de año”, pero ahí tenemos la Cuaresma. Por eso vamos a profundizar un poquito en este Misterio.
El Evangelio nos dice que tenemos que estar preparados, que tenemos que estar prevenidos. Con este ejemplo tan simple, en el que se utiliza a un señor deja a sus hombres y ellos no saben cuándo va a venir (si a medianoche, si al amanecer, si cuando cae la tarde); sin embargo, ellos tienen que estar siempre preparados, es decir, dejar la casa lista y estar velando… ¿por qué? Porque él va a volver. Y, si miramos bien, lo propio del Adviento es eso. ¿Qué significa “Adviento”? Adviento significa “venida”, “llegada”; alguien que viene, alguien que llega. Es decir, el que hace el camino, el que hace el trabajo, es otro. Lo que nos está diciendo Jesús en este Adviento es que Él viene a nosotros, que no somos nosotros los que nos tenemos que poner en camino, que no somos nosotros los que tenemos que correr o llegar, pero que sí somos los que tenemos que prepararnos y abrir el corazón. Tal vez esto lo podrían explicar mejor las madres, que han tenido hijos y que han tenido que aprender a esperar durante esos aproximadamente 9 meses en los que el niño se va gestando, y uno lo que tiene que hacer es preparar el corazón para recibirlo de una manera nueva cuando nace.
El Adviento tiene eso; celebramos este misterio de que Jesús nació, de que Jesús vino a nosotros, de que Jesús se acerco y se encarnó. Y, dentro de cuatro semanas, porque justamente cae domingo, vamos a volver a celebrar lo mismo: Dios quiere nacer de nuevo, de una manera distinta, sacramental, en medio nuestro. Para eso nos dice “abrí el corazón, prepará tu corazón, preparate de nuevo”. Cuando uno repasa la historia de Navidad, que tantas veces nos habrán contado, uno piensa “bueno, Jesús tuvo que nacer en un pesebre, ¿y por qué tuvo que nacer en un pesebre? Porque no le abrieron las puertas de las casas, de los hogares…”. En esta Navidad podría pasar lo mismo, por eso Jesús nos está haciendo pensar en si queremos abrirle el corazón, si queremos hacerle un lugar en el humilde pesebre de nuestras vidas; no es hacer algo más sino disponerse, disponerse de corazón para este Dios que viene, para este Dios que se va a hacer presente en nosotros.
Creo que esto no solo requiere preparar el corazón sino levantar la mirada. “Miren”, comienza diciendo el Evangelio; y ¿qué significa este “miren”? Generalmente, cuando pensamos en la Navidad, tenemos mucho más presente a un Jesús que nació, a un Jesús que vino a nosotros, a un Jesús que se hizo presente; sin embargo, no tenemos tan presente a ese Dios que vuelve. Solo tenemos en cuenta esto que se nos dice “no solo miren para atrás, sino miren para adelante también”. En primer lugar, debe ser porque no tenemos mucho apuro en que Jesús venga, o en ir para allá, podemos esperar un poquito. Pero, en segundo lugar, porque esto se ha prolongado de tal manera que nos cuesta esperar; no solo porque el mundo nos invita a tener todo ya sino porque esto se dilató y a veces nos cuesta renovarnos en esa espera y en esa esperanza. Si uno mira las primeras comunidades de los apóstoles, ellos esperaban que Jesús viniera ya; era tal la alegría que tenían de haber estado con Jesús que la Biblia y las cartas de San Pablo dicen “Jesús va a venir ya, la parusía (la segunda venida) va a ser ya”. Sin embargo, han pasado muchas generaciones, 2011 años aproximadamente desde que nació Jesús, y Jesús no vino. Por eso nos cuesta volver a mirar a Jesús, nos cuesta decir “vuelvo a esperar y a mirar hacia allá”.
Hoy Jesús nos vuelve a decir “levanten la mirada, yo les prometí que iba a venir y vine; esa promesa es la garantía de que voy a volver ya que lo que se cumplió una vez se va a cumplir de nuevo”. Y, como nos dice San Pablo, “Dios es fiel y cumple sus promesas” y nos invita a nosotros a creer en eso y a, en este tiempo, abrirle el corazón. No podemos dejar de hacer lo que tenemos que hacer… trabajar, estudiar… es más, hay muchas cosas a las que es bueno que en esta época les dediquemos un poco más de tiempo (por ejemplo al estudio y a ciertas cosas que a veces nos cuestan un poquito más); pero también es bueno abrir el corazón y decir “Yo quiero mirar a Jesús y esperarlo; yo quiero encontrarme con Él en esta Navidad”. ¿Para qué? Para que Él vuelva a nacer, para que Él se haga presente hoy en nuestras vidas. Por eso celebramos la Navidad: porque tenemos certeza de su presencia en medio nuestro, porque creemos que hoy vuelve a nacer y que se puede volver a hacer presente en nuestras vidas.
Pidámosle entonces en este tiempo a Él, que es nuestra verdadera esperanza, que nos renueve en este deseo, que nos ayude a levantar la cabeza y a prepararnos para recibirlo con un corazón abierto.


LECTURAS:
* Is. 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7
* Sal. 79, 2ac-3b. 15-16. 18-19
* 1Cor. 1, 3-9
* Mt. 13, 33-37

viernes, 25 de noviembre de 2011

Homilía: "Aprender a descubrir a Jesús en nuestros hermanos" - Cristo Rey

Hay una historia que cuenta que había un abad muy preocupado porque su monasterio, que había sido muy floreciente en nuevos hermanos, en nuevas vocaciones, durante una época en la cual se vivió una fraternidad muy linda y hermosa por un tiempo, había empezado a decaer. Cada vez entraban menos vocaciones, algunos hermanos empezaron a abandonar el monasterio y, como sucede a veces con los vínculos o las relaciones, después de un tiempo floreciente empezaron a aparecer algunas rispideces, empezaron a costar los vínculos con los demás, comenzaron las discusiones y el monasterio se fue apagando. Por eso, este abad, preocupado por lo que sucedía en ese lugar, fue a ver a una persona que era muy reconocida, un sabio, para que le de algunos consejos de cómo hacer para cambiar ese rumbo que el monasterio había tomado. Le contó todos sus pesares, todo lo que estaban viviendo, y el sabio le dijo que el Mesías había vuelto y que estaba entre ellos. Entonces, el abad volvió a su monasterio muy feliz, muy contento con la alegría de saber que Jesús estaba entre ellos, y reunió a sus hermanos de la comunidad y les dijo “Me han dicho que el Mesías ha vuelto y que está entre nosotros”. Los hermanos también se alegraron con esta noticia y, cuando empezaron a pasar los días, empezaron a pensar en cuál de ellos sería el Mesías. Algunos decían “esta persona, que sabe tanto, que es tan erudita”… y lo empezaban a tratar mejor, empezaron a escucharlo de una manera distinta. Otros pensaban “será el cocinero, que tan rica comida nos prepara, que nos ayuda todos los días para que podamos alimentarnos”… y empezaron a ayudarlo. También había un hermano que siempre molestaba, que se hacía el gracioso, que hacía chistes (que, a veces, nos molestan a todos), y pensaban “puede ser que este sea el Mesías y que nos esté probando para ver si lo tratamos bien o no”… Y así empezaron, unos a otros, a tratarse cada día mejor. Se dice que cambió el clima que había en el monasterio y que empezaron a volver las vocaciones a este lugar que, de alguna manera, irradiaba a Jesús. Y este abad, años después ya sabiendo la respuesta en su corazón, volvió a agradecer a este hombre sabio por haberle mostrado cuál era la manera en que tenían que tratarse los unos a los otros.
Más allá de esta historia, de este cuento, podríamos decir que el Evangelio dice prácticamente lo mismo: el Rey les dice a estos hombres y mujeres que llegan al cielo “Ustedes me atendieron cuando estuve enfermo, cuando tuve hambre, cuando estuve preso, cuando estuve desnudo; y ustedes no me atendieron cuando estuve preso, cuando estuve desnudo, cuando los necesité”. La pregunta de ambos grupos fue “¿Cuándo pasó esto? Nosotros no nos dimos cuenta de que vos estaba a nuestro lado”. Y, si no se dieron cuenta de que Jesús estaba a su lado, podríamos decir que nunca lo escucharon, o que nunca terminamos de escuchar con atención lo que Él nos dice.
En primer lugar, hace unos domingos atrás, hemos escuchado como Jesús nos ha dicho que la ley se resume en dos mandamientos: AMAR A DIOS y AMAR AL PRÓJIMO, y que ambos son semejantes, que ambos se tienen que vivir de la misma manera. Pero en este Evangelio, para que nos quede más claro y para que lo tengamos en cuenta, Jesús se identifica con nuestros hermanos; Jesús dice que Él es el que tiene hambre, que Él es el que tiene sed, que Él es el que está hambriento, que Él es el que está preso, desnudo o enfermo. De algún modo, Jesús pone, de la misma manera esta presencia en el hermano necesitado tan central como lo es la presencia de Jesús en la Eucaristía y en la Palabra. Sin embargo, a nosotros nos cuesta descubrirlo; y muchas veces nos preguntamos ¿dónde está Jesús?, ¿de qué manera lo puedo ver?, ¿de qué manera lo puedo descubrir? Y, cada vez que venimos a misa, hacemos un acto de fe ya que creemos que Jesús nos habla a través de su Palabra, y creemos que Jesús se hace presente en el pan y en el vino que vamos a traer a esta mesa, y que lo vemos ahí. Pero Jesús nos dice que tenemos que dar un paso más: aprender a descubrirlo en nuestros hermanos; que Él también se identifica y se hace presente en ellos. A veces, esto nos resulta mucho más difícil; sin embargo, si miramos los Evangelios, a la gente tampoco le fue fácil descubrir a Jesús presente en su persona. Un montón de trabas hicieron que, por distintas razones, ellos no lo descubriesen. Jesús nos dice que nosotros tenemos la misma oportunidad de descubrirlo en los demás, en aquellos que salen a nuestro encuentro. Por eso, se nos invita a vivir de una manera distinta, de una manera diferente, porque el Reino de Dios se hace presente de una manera distinta.
Hoy estamos celebrando que Cristo es Rey y, más allá de alguna tentación que la Iglesia ha tenido y ha llevado adelante en algunos momentos de su historia de hacer reinados de maneras humanas, creo que, si uno mira la manera en que se gobiernan o se llevan adelante los países hoy en día, nos damos cuenta de que nosotros no queremos gobernantes así, no queremos reyes así. Por eso, creemos que Jesús se hace presente en medio nuestro de una manera diferente.
En primer lugar, es diferente porque Jesús no quiere un reino vertical, sino que quiere un reino en el que Él sea el centro; podríamos decir que el Reino de Jesús nos muestra la centricidad de Cristo y cómo Jesús se va haciendo presente en cada uno de esos que pasan por el reino. Así como también nos muestra cómo, en este Reino, el modo de relacionarnos los unos con los otros es distinto, porque tiene que nacer del servicio y del preocuparnos los unos por los otros. Esto muchas veces nos cuesta. Nos cuesta porque nuestra propia humanidad muchas veces tira a que digamos “bueno, hagamos la nuestra”, o a que sólo nos preocupemos por nosotros, o a intentar sobrevivir más allá de los demás. Y podríamos decir que esto toma un upgrade en lo que es el mundo de hoy que muchas veces nos lleva a eso, a que nos olvidemos de los demás y a que nos preocupemos solamente por nosotros o por los que tenemos cerca. Sin embargo, el Evangelio continuamente desafía eso e invita a algo distinto: A CREAR PUENTES, a descubrir cómo nos tenemos que preocupar los unos por los otros, y a descubrir a ese Jesús que se nos hace presente en los demás.
Una cosa que a mí siempre me llama mucho la atención, y que charlo mucho con los jóvenes, es cómo los chicos cuando están en una situación diferente, viven de una manera diferente. Cuando me voy a misionar con muchos jóvenes –o hago un retiro de varios días o un campamento–, veo cómo se ayudan los unos a los otros, cómo se tratan distinto y cómo, sin hacer muchas de las cosas que hacen acá para divertirse, la pasan muy bien y son felices; y siempre cuando nos vamos les digo que el desafío es intentar vivir eso en el día a día, que no sea solamente cuando pongo a Jesús en el medio sino que sea en lo cotidiano donde Jesús se me haga presente. Porque uno ve que, cuando pone a Jesús en el centro de su vida, uno empieza a vivir de una manera distinta. Nos pasa a nosotros, quizá no en una misión pero sí en otras cosas como tenemos momentos más fuertes de oración, o cuando hacemos un retiro, que decimos “yo quiero vivir esto de modo diferente”, “ahora cuando vuelva a casa, voy a hacer esto así, así y así”… generalmente, esa ilusión nos dura pocos días porque nos enfrentamos con la realidad; pero se nos muestra ese deseo profundo que tenemos. Deseo por el cual, cuando nos encontramos con Jesús, Él nos muestra que hay un modo de vida distinto que es posible. Un modo de vida que es el que nos hace felices, que es el que, de alguna manera, sacia esa insatisfacción que muchas veces tenemos en el día a día porque sentimos que hay algo que falta. Y seguramente eso que falta es vivir como Jesús nos invita, que en el fondo es ir dando la vida día a día.
Este Reino de Dios se construye de una manera particular porque se construye desde el amor y desde el servicio, desde el preocuparnos los unos por los otros, y desde el ir creando estos puentes que Él nos invita. Pidámosle, entonces, en este día a Jesús que nos salga al encuentro en cada hermano necesitado, en cada pequeño que pasa a nuestro lado, y que lo descubramos presente, que podamos salir a su encuentro y caminar día a día también hacia su Reino.

LECTURAS:
* Ez. 34, 11-12. 15-17
* Sal. 22, 1-3. 5-6
* 1Cor. 15, 20-26. 28
* Mt. 25, 31-46

Homilía: "Multiplicar nuestros talentos" - domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

Hay una película que salió hace muy poquito que se llama “Gigantes de Acero”, en la que Hugh Jackman hace de Charlie Kenton, un boxeador venido a menos porque el boxeo cambió y ya no boxean las personas sino que son gigantes de acero, robots para ser más claro, los que pelean. La vida de Charlie viene en picada, cayendo cada vez más, cuando se entera de que la mujer con la que había tenido un hijo ha muerto y tiene que ir a un tribunal a ver el tema de la custodia de su hijo a quien él prácticamente nunca vio ni conoció. Después de una serie de ganancias, podríamos decir, que el saca, respecto de si tener a su hijo durante un tiempo antes de dárselo a los abuelos maternos, comienza la relación con este hijo, Max, de quien Charlie mucho no conoce. El hijo tampoco sabe mucho de su padre, por lo que se da una relación un poco tirante. En algún momento, Charlie empieza a querer descubrir por dónde entrarle a Max, pero descubre que ese vínculo, esa relación, es muy difícil y no encuentra qué es lo que su hijo está buscando en él. Entonces, Charlie habla con Bailey (su amiga, novia,…) y le dice que no sabe qué hacer con su hijo porque no sabe qué es lo que Max espera de él, a lo que ella le dice “lo único que espera tu hijo de vos es que vos pelees por él, que vos luches por él, nada más y nada menos”. Eso a él le mueve un poco la estantería porque venía pensando en qué quería, en qué le podía dar, y ella solamente le dice que pelee con el corazón por lo que Max es en su vida, por lo que significa en su vida.
Esto es lo que, en realidad, cada uno de nosotros también desea de los demás, sobre todo, de las personas que queremos y que amamos: que luchen por nosotros, que peleen por nosotros, de alguna manera que peleen por defender ese amor y ese vínculo que hemos hecho, que hemos creado a lo largo de la vida. Algunos de los vínculos ya vienen dados, a otros los hemos ido alimentando y haciendo crecer a lo largo del tiempo; pero, en el fondo, buscamos lo mismo y cuando nos cuesta más no es cuando el otro se equivoca o no, ya que eso es parte de la vida, sino cuando vemos que el otro va bajando los brazos, cuando vemos que el otro deja de pelear por lo mismo que nosotros peleamos, cuando deja de tener el mismo objetivo. Esto pasa en la amistad, cuando uno empieza a sentir que se distancia porque empezamos a tener objetivos diferentes y ya no peleamos ni luchamos por lo mismo, ya no nos importa estar tanto tiempo con el otro, o al otro no le importa estar tanto tiempo con nosotros… Lo mismo sucede en algunos vínculos aún mucho más profundos: en una paternidad, en una filiación, en un vínculo de noviazgo o de matrimonio cuando uno ve que el otro se va distanciando, que el otro de alguna manera no sigue caminando en ese amor sino que va bajando los brazos. Y a veces tendría ganas casi de cachetearlo y de decirle “hacé algo” (como cuando a veces los padres les dicen a los hijos adolescentes, cuando están tirados todo el día, “hacé algo”); ya no importa si es bueno o malo, pero queremos que el otro se mueva, que entre en acción, que se ponga en camino. Porque, cuando uno ve que el otro va bajando los brazos, siente que algo importante en el corazón se va apagando.
Ahora, para poder caminar detrás de algo, yo tengo que descubrir qué es lo que hay ahí, cuál es ese deseo profundo, cuál es ese don que está en luchar o en pelear por eso, o en vivir eso. Pero, y como muchas veces hemos hablado, antes tengo que descubrir, en primer lugar, que tengo dones y que tengo talentos; y no solamente que tengo dones y talentos, sino que los tengo que poner en práctica. Por poner un ejemplo simple: si uno es muy bueno pintando, ¿cómo va a darse cuenta de que es muy bueno pintando? Si pinta, no hay otra manera. No lo puedo saber porque me cayó del cielo “soy buen pintor”, sino porque empecé a poner en práctica esto. Tengo que ponerme en camino, tengo que animarme, y tengo que descubrir si eso es justamente lo que llena mi corazón… desde una profesión hasta una virtud, como puede ser el servicio, como puede ser el ayudar. ¿Cómo puedo saber si el ayudar a mí me gusta o no si jamás muevo un plato ni ayudo a alguien ni me pongo al servicio de los demás? Y no sólo eso, sino que también tengo que ver qué es lo que eso que yo hago genera en el otro, qué es lo que se corresponde cuando uno pone un gesto y un signo.
Es por eso que, en primer lugar, tenemos que aprender a descubrir esos talentos y esos dones que Dios nos da a cada uno de nosotros. Como muchas veces hemos hablado, ¡cuánto nos cuesta descubrir lo bueno que Dios puso en nosotros! En un mundo que cada vez nos exige más, en un mundo donde parece que lo único que sirve a veces es lo que es perfecto, nosotros muchas veces creemos que no tenemos nada para dar a los demás y en nuestra propia vida. Lo primero que busca Jesús con esta parábola es despertarnos, decirnos “fíjense, hay un señor que a muchos, o a estos tres hombres, les dio dones, les dio talentos, les dio algo porque confió en ellos, porque creyó en ellos”. De la misma manera, porque confía en nosotros y porque cree en cada uno de nosotros, nos da talentos, nos da dones. ¿Para qué? Para que nos animemos a reproducirlos, para que nos animemos a hacerlos crecer. Cuando uno le da algo bueno a otro, por ejemplo podemos partir de algo simple como un regalo, no es para que uno no haga nada con eso. Casi como me pusieron hace poco en un mensajito: “no se regala lo que se regala”. Con esta típica frase se evidencia que uno no está esperando que el otro regale lo que se le dio; no buscamos eso, sino que buscamos que el otro aproveche, le guste y use aquello que uno le dio. Y no solo en lo material, sino en cosas mucho más profundas que uno día a día va haciendo por el otro.
Es por eso que, en primer lugar, en esta parábola, uno entiende lo que pasa con el último hombre porque los dos primeros utilizan todo aquello que se les dio (los cinco talentos y los dos talentos); pero el tercer hombre no usó ese talento, no lo utilizó, sino que lo dejó ahí y lo enterró. Sin embargo, uno se sorprende con el final de la parábola porque, cuando uno escucha que el hombre le quitó ese talento y se lo dio a otro, uno se pregunta si es para tanto, o si no es demasiado el final que dice “allí habrá llanto y rechinar de dientes”; pero, si uno mira con atención el cierre, a cada uno de estos tres hombres se los trató de la manera en que ellos esperaban y querían. Los dos primeros dicen “acá está esto que se me confió, acá está esto que se me dio” y, como sintieron esa confianza, como descubrieron ese vínculo con ese señor, se animaron a utilizarlos, se animaron a, sostenidos por aquello que sabían que el otro había depositado en ellos, reproducirlo, ponerlo al servicio. Sin embargo, si miramos con atención, el último casi da su propia condena al decir “tuve miedo”; en vez de decir “este hombre que confió en mí”, como dice el principio del relato, dice “tuve miedo de ti, así que aquí tienes lo que es tuyo”. Este tercer hombre nunca pudo descubrir ese don que el señor le había dado, nunca pudo descubrir que el señor había confiado en él y que había depositado en él este talento por eso casi como que dice “en esto yo no tengo parte, en esto yo no tengo nada que ver”; y es ahí cuando, de alguna manera, él da su propia condena. Se parece a algún otro pasaje del Evangelio, en donde se dice que “con la vara que uno mida, será juzgado”, de la manera que uno se relacione.
En nuestro caso, esto también pasa en nuestro vínculo con Dios: ¿de qué manera miramos a Dios?, ¿desde qué lugar nos relacionamos con El?, ¿confiamos y descubrimos todo lo que Dios puso en nuestra vida?, ¿confiamos y descubrimos todo lo que Dios pone en la vida de los demás? ¿Nos animamos a reconocerlo, a decírselo?, ¿cuántas veces sentimos que todo en la vida son exigencias, que siempre el otro está demandando?, ¿nos animamos a romper esa cadena, a decir “yo busco ser el que cambia las cosas acá, yo busco ser el primero que empieza a reconocer en el otro lo bueno que hay”? ¿Para qué? Para que el otro se anime a hacerlo también. ¡Cuánta alegría nos da cuando nos reconocen algo, y con cuántas más ganas lo hacemos cuando vemos que aquello bueno que uno tiene le sirve al otro! Por eso, a veces en general esto nos es mucho más fácil afuera porque uno va un lugar nuevo y lo primero que hace el otro cuando uno tiene un gesto de servicio es agradecerle y por eso tenemos ganas de volver a hacerlo ya que pensamos que queremos volver a experimentar eso que vivimos de alegría y de gozo. Y queremos que otros vivan lo mismo, para nosotros volver a sentir eso en el corazón. ¿Acaso esto no se puede hacer en nuestros lugares, no se puede hacer en nuestros hogares, colegios, trabajos, comunidades? ¿No podemos ser nosotros ese signo de Dios para reproducir talentos?
En el fondo hay UN talento que es el central, del que Jesús viene hablando hace rato, que es el amor: cuando a uno lo aman, la respuesta que puede dar es amar; cuando a uno le dan amor, es para que uno, de alguna manera, continúe esa cadena. Y esa es la invitación: a crecer en la confianza, a creer en nosotros mismos, a creer en los demás, y a crecer en este amor.
Esto es lo que descubre Santiago y transmite en la segunda lectura: “ustedes, cuando vean que hay alguien que necesite de nosotros, díganselo; llamen a los sacerdotes para que vayan a donde estén los enfermos y recen por ellos, que los unjan”. Esto es lo que vamos hacer hoy acá, y es lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros: preocuparse y, en algún momento difícil, como puede ser la enfermedad, estar cerca de cada uno de nosotros. Pero la respuesta parte siempre de la confianza, “confíen en ese Jesús que aún aquí los acompaña, que aún aquí, en donde uno parece que se siente solo en medio del dolor y del sufrimiento, Él está con nosotros”.
Abrámosle entonces en esta noche el corazón a Jesús, miremos, animémonos a hacer un examen de conciencia descubriendo todos los dones y talentos que Dios puso en nosotros y animémonos a reproducirlos al servicio del Reino.

LECTURAS:
* Prov. 31, 10-13. 19-20. 30-31
* Sal. 127, 1-5
* Sant. 5, 13-16
* Mt. 25, 14-30

Homilía: "Estar listos para salir al encuentro" - domingo XXXII del Tiempo Ordinario

Este fin de semana estuvimos de campamento con 500 chicos y chicas de confirmación y caminar (post-confirmación). El campamento de post-confirmación comenzó con un video muy lindo, que tenía de fondo una canción de un grupo de rock argentino, que yo no conocía, Arbolito. La canción, tampoco conocida por mí, se llama “La costumbre” y, sintetizando, dice así:

A la tristeza te acostumbrás,
a la rutina te acostumbrás,
a la pobreza te acostumbrás,
a la derrota te acostumbras.

Y sigue repitiendo frases, como por ejemplo:

a ser esclavo, al maltrato, a la mentira, te acostumbrás…

Sin embargo, en el estribillo, comienza a cambiar de tono:

Pero diciembre existió,
está en un rinconcito del alma buena,
y como octubre mi amor
esas son cosas que vuelven, que vuelven y ya.

Y termina diciendo:

A esa señora buscando basura en la puerta de mi casa, nunca me acostumbraré;
A tu carita de hambre pidiéndome algo para comer, nunca me acostumbraré…

mostrándonos cómo hay algo en su corazón, en su vida, que pide algo más, que busca romper con esa desidia.

Nosotros también descubrimos en nuestra vida que hay un montón de cosas que no nos gustan, que no nos parecen bien, pero a las que, sin embargo, nos vamos acostumbrando. Es más, vivimos en un mundo que nos invita continuamente a eso, que es el llamado “confort”: acostumbrate a esto, conformate con esto. Nosotros queremos algo más, es más, merecemos algo más; estamos llamados a algo más… sin embargo, nuestra propia vida muchas veces tira para abajo.

Hoy en el Evangelio escuchamos esta parábola del Reino en la que Jesús nos dice que hay diez jóvenes que esperaban a su Señor. Cinco de ellas con sus lámparas preparadas, y cinco no; y que, cuando llegó el momento, solamente esas cinco estaban listas para recibirlo. La tentación es preguntarse por qué no compartieron las otras su aceite, pero la parábola nos dice claramente que no alcanzaría para todas; o por qué al final su Señor les dice que no las conoce. Pero si uno va al centro del relato, a lo que se quiere transmitir, descubre que lo primordial es cómo nos preparamos para el encuentro. Jesús nos dice que hay un momento en que nos vamos a encontrar de una manera especial con Él; pero que la preparación comienza ya, que tengo que estar atento, que no tengo que acostumbrarme a lo que pasa ni perder mi capacidad de esperar con alegría… porque así me voy a perder la oportunidad de encontrarme con Jesús. Esto nos sucede a lo largo de la vida: tendemos a bajar los brazos, a creer que las cosas ya no pueden pasar, a acostumbrarnos a este modo de vida sin esperar nada más. Y, cuando llega el momento, no estamos ahí o no preparamos el corazón para poder vivirlo; entonces aparece la nostalgia de pensar en qué hubiese pasado si me hubiera preparado de otra manera, si hubiera estado en tal lugar…

Jesús nos invita a romper con la costumbre, con el acomodarse, con el quedarse, a romper, como dice la frase, “con esto basta”. Y eso sólo es capaz de hacerlo aquel que aprende a amar de corazón. Uno rompe con el frío que nos detiene o nos acomoda cuando ama. El amor siempre llama a algo más, el amor es como una herida del corazón que no te deja acostumbrarte, detenerte, frenarte. El que ama nunca deja de esperar, nunca acepta que ya no hay oportunidad. El que ama nunca se acostumbra a la injusticia, a la mentira, a la pobreza, a la exclusión. El que ama busca de corazón, siente como una llama en el corazón que lo lleva a dar algo más, que no deja que los deseos se apaguen o que la espera lo desanime. Cuando uno ama, siente que está preparado porque nunca deja de esperar con ansiedad.

Y, como dice Pablo en la segunda lectura, el que ama busca contagiar a otros: no queremos que vivan en la ignorancia. Todos vamos a resucitar con Jesús. Esa es nuestra esperanza, eso es lo que nos motiva, eso es lo que nos alegra, eso es lo que nos lleva anunciarles a ustedes: Cristo murió y resucitó. Por eso todos, un día, nos vamos a encontrar con Él; entonces no se desanimen, no estén tristes como los otros que no tienen esperanza. Ustedes han recibido de Jesús esa esperanza de poder ver más allá; por eso vívanla y transmítanla. Y esa esperanza se tiene que transformar en amor. En ese amor que con alegría quiere algo más para uno y para los demás.


LECTURAS:
* Sab. 6, 12-16
* Sal. 62, 2-8
* 1Tes. 4, 13-18
* Mt. 25, 1-13