lunes, 26 de diciembre de 2011

Homilía: "Jesús nos trae el mensaje de la sencillez del amor" - Nochebuena

Hay una película dinamarquesa, excelente, que se llama “Después de la Boda”, en la que se cuentan los acontecimientos de la boda de la hija mayor de un matrimonio. Después de que se casan, empiezan a pasar diversas cosas y Jorgen, el padre de familia, le dice a su mujer, Ellen, que quiere celebrar sus 48 años. Quería hacer una fiesta invitando a todos sus amigos y conocidos. Era multimillonario entonces la plata no era problema. Hace una fiesta, invita a todos sus amigos y, al final de la cena, como a veces hacen algunos, toca con el tenedor la copa para que todos hagan silencio y dice que va a dar un discurso. Y dice así: “cumplo 48 años, y hubo sentimientos que no supe expresar cuando cumplí 40 y han pasado varias cosas, así que creo que es razonable que les robe 10 minutos de su valioso tiempo porque, si hay algo que pude aprender con el paso de los años, es que el tiempo es valioso”. Entonces, mira a su mujer y le dice “Ellen me podría pasar toda la noche presumiendo de ti pero sé que no querés que lo haga. Sin embargo, hay algo que sí quiero decirte y es que, aunque no te lo demuestre constantemente, me hacés todos los días extremadamente feliz y que los momentos que paso contigo y con nuestros maravillosos hijos muestran el sentido y la profundidad de lo que quiero decir. Ustedes, con nuestros amigos, con nuestros conocidos, tienen un lugar en lo profundo de mi corazón y lo verdaderamente importante es el tiempo que he podido pasar, y paso, con todos ustedes. Lo demás no importa”.
Creo que ese sencillo discurso va tal vez a lo central de nuestra vida que es que lo verdaderamente importante es compartir la vida con aquellos que queremos, compartir la vida con aquellos que amamos verdaderamente en el corazón. La Navidad nos muestra esto. ¿Qué queremos hacer en Navidad? Estar con toda la gente que queremos, con la gente que amamos. Intentamos reunirnos en familia –a algunos les gusta más, a otros les da más fiaca porque algunos son un poco pesados– y cuando, por diversas razones que todas las familias tienen, no podemos reunirnos en familia, nos cuesta porque la Navidad nos recuerda eso ya que Jesús nos lleva a lo central. Jesús muestra, en la Navidad, que quiere pasar un tiempo con nosotros y esta fiesta nos vuelve a lo esencial de compartir la vida.
Porque ¿por qué Dios se encarnó? En general, nos dicen que Dios se encarnó porque tenía que salvarnos. Ahora, ¿no podía buscar un montón de maneras para salvarnos? Es todopoderoso, nos enseñan desde chiquitos. Yo creo que,si en realidad Dios se encarnó es porque, justamente, por el amor que nos tenía, quería pasar tiempo con nosotros. Es más, yendo más profundo, en realidad lo que salva es el amor; lo que nos salva, lo que nos alegra, lo que nos trae gozo al corazón es que podamos amar y que nos amen y Dios viene, en Jesús, a nosotros porque también quiere hacer experiencia de este amor. Por eso se encarna y escuchamos que nace en Belén; por eso vive en una familia, por eso tiene una mamá y un papá que le muestran ese cariño, ese amor. Por eso va creciendo, conociendo amigos, conociendo gente y descubriendo lo que significa ser amado para también Él dar la vida por amor. La conclusión, el desenlace, de la vida de Jesús es lo que día a día fue aprendiendo en una familia y por eso nos muestra lo que quiere hacer con cada uno de nosotros. No lo hizo allá a lo lejos; sino que también lo quiere hacer hoy. Lucas dice que el ángel les dijo a los pastores “Hoy les traigo una buena noticia”, y este niñito que los chicos trajeron recién caminando hasta acá nos quiere recordar esto, esa sencillez: hoy también Jesús nos trae a nosotros una buena noticia. ¿Y cuál es esa buena noticia? Que nos quiere y que nos ama; que, como Él hizo experiencia, también nos facilitó a nosotros esa experiencia de tener un papá, una mamá, hermanos, hijos, hijas, amigas, amigos, esposa, mujer… los vínculos que quieran, vínculos en los que uno descubre ese amor. Y también descubrimos ese amor en Jesús.
Belén, esta cuna, este pesebre, nos muestran cómo Jesús nos dice “YO VOY A ESTAR SIEMPRE CON USTEDES; desde el día en que mi Padre los pensó… desde el día en que naciste, te amé con locura y no dejé de mirarte, de acompañarte y, mientras crecías, mostrarte ese amor”. Puede ser que a veces no lo descubramos, que a veces no lo sintamos, que a veces nos alejemos; pero, cuando nos alejamos, Jesús nos dice “Yo te voy a buscar”, cuando nos caemos nos dice “Yo te voy a levantar”, cuando estamos fatigados nos dice “Yo te tomo en mis brazos y siempre te llevé de la mano”. Ese es el mensaje de Belén, es el mensaje de la sencillez del amor pero de la profundidad del amor que colma el corazón y que nos dice a nosotros también hoy, en esta noche, que volvamos a lo central, que si tenemos que mirar para atrás y queremos pedir algo para adelante, que podamos volver a lo valioso, a lo lindo de todos los días que es compartir la vida, que es estar con los que queremos.
Esto es lo que nos muestran las lecturas, que también vuelven a lo central. Isaías nos dice “se vio una gran luz”, es decir, hubo algo que iluminó las vidas de esas personas y que trajo alegría, que trajo gozo porque vino alguien. En el Salmo cantábamos recién “Hoy nos ha nacido un Salvador, un Rey”, hablando también de algo que cambia las cosas. Pablo nos dice lo mismo, “Dios se manifestó, alégrense”, de nuevo habla de algo que nos cambia la vida. Y, por último, también lo dice Lucas, María dio a luz algo sencillo, un niño, e hizo lo mismo que muchas de ustedes hicieron durante mucho tiempo: envolverlo en pañales. Sin embargo, ahí estaba lo esencial y lo central de lo que quería vivir.
Hace un tiempo, les conté una anécdota de casa. Cuando iba los domingos a casa –sobre todo cuando estaba en el seminario porque después ya se tuvieron que acostumbrar a que de cura voy todavía menos– siempre, cuando me iba, hubiera pasado una hora, dos horas, cinco horas o siete horas ahí, la respuesta era igual: “¿ya te vas?”. Siempre lo mismo. Y yo pensaba en qué hacer, porque cuantas más horas pasaba, siempre era igual. Pero, en realidad, lo que me faltaba entender era el sentido de esas palabras, el sentido de que alguien que te quiere te dice “Quiero estar con vos, quiero pasar tiempo con vos”. Eso es lo que nos dice el pesebre. El pesebre nos dice que Jesús nos dice a cada uno de nosotros “Quiero estar con vos, quiero pasar tiempo con vos; no me es lo mismo que estés o que no estés y, por eso, animate a abrirme el corazón y a vivir eso”.
Esto es la sencillez de la Navidad. Por eso nos pide que la vivamos en familia, porque ahí es donde recordamos cosas, donde nos alegramos, donde gozamos de estar con los demás.
Pidámosle entonces en esta noche a este Niño Jesús que podamos abrirle el corazón de nuestras vidas, que podamos abrirle el corazón de nuestras familias a este Jesús que viene a nosotros para que Él, en esta Nochebuena, nos traiga luz, nos traiga paz y para que, como los pastores, podamos cantar esa gloria de Dios de ese amor que se manifestó a nosotros.

LECTURAS:
* Is. 9, 1-6
* Sal. 95, 1-3. 11-13
* Tit. 2, 11-14
* Lc. 2, 10-11

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Homilía: "La Navidad nos pone de nuevo a mirar lo central y lo esencial" - IV domingo de Adviento

Hay un cuento de Bucay que cuenta la historia de Ramón, un hombre muy trabajador que se enteró de que era la época de la tala y que estaban buscando gente para talar árboles y que la paga era muy buena. Entonces, se acercó, le confirmaron que estaban contratando gente, le dieron un hacha y él se fue muy entusiasmado al bosque para comenzar su día. Ese día, para su sorpresa, siendo la primera vez que lo hacía, taló 18 árboles. Cuando terminó el día, fue a llevar todo lo que había hecho y le dueño de la hacienda lo felicitó por su esfuerzo y le dijo que lo esperaba al otro día. Ramón se fue a dormir muy contento, feliz por como había trabajado y volvió al siguiente día muy entusiasmado, con más fuerzas y pensando en que el trabajo estaba bueno para él. Empezó a talar árboles, puso más esfuerzo que el día anterior pero solamente llegó a talar 15 árboles. Entonces se preguntó qué estaba pasando porque, a pesar de haber puesto un montón de esfuerzo, no había logrado hacer lo mismo que el día anterior. “Debe ser que estoy un poco cansado, me voy a acostar un poco más temprano”, pensó. Al siguiente día, fue de nuevo, con ánimos renovados y, sin embargo, llegó a talar nada más que 10 árboles y empezó a preguntarse qué sucedía, cómo podía ser. “Me voy a acostar temprano”, decidió. Se levantó al alba, salió bien temprano, pensando en aprovechar el fresco, cuando no hace tanto calor, pero taló la mitad, solamente 5 árboles. Y seguía preguntándose qué era lo que pasaba. Ya angustiado, desesperanzado, volvió al siguiente día para casi terminar su segundo árbol cuando estaba anocheciendo. Desilusionado, se acercó a llevar lo que había hecho y le dijo al capataz que no sabía qué estaba pasando. Y este hombre sólo le hizo una pregunta: “¿cuándo fue la última vez que afilaste el hacha?”
Creo que, muchas veces en la vida, a nosotros nos pasa que, a pesar de que hacemos un montón de cosas, que trabajamos un montón de cosas, nos olvidamos de volver y de afilar aquello que es lo esencial en nuestra vida. Generalmente, cuando llegamos a fin de año decimos que estamos cansados, que no llegamos a hacer un montón de cosas, que tal vez las cosas no fueron como queríamos o esperábamos, pero la primera pregunta que nos podríamos hacer es ¿nos hemos animado a volver a lo central? A lo largo de este año, ¿hemos podido ir y mirar las cosas que verdaderamente llenan nuestro corazón? Aquellas cosas que son las más importantes y que hacen, como ese hacha, que lo demás salga más fácil, que lo demás corra simple, que casi no nos demos cuenta de que el resto de las cosas pasa a nuestro alrededor. ¿Por qué? Porque podemos vivir aquello que nos da placer, aquello que nos da gozo, aquello que llena lo profundo de nuestro corazón.
En eso de animarse a ir a lo central, uno tiene que descubrir cuál es el camino que cada uno de nosotros tiene que hacer en esto. Podemos poner como ejemplo la primera lectura. Está David que, en cierto momento, mientras es rey, decide que tiene que hacerle una casa a Dios… tal vez, elevar el primer templo judeocristiano de la historia. Sin embargo, a pesar de ese objetivo, de ese deseo noble, Dios le dice que todavía no es el momento, que eso no es lo central ni lo esencial. Y para que David no pierda el foco de lo que tiene que pasar, le dice “Yo voy a hacer una casa sobre ti; yo soy el que va a edificar sobre tu vida”. Ustedes recordarán como comienza la historia de David, cuando Samuel, como profeta, va a su familia a buscar al hijo que iba a ser ungido por el Señor, que iba a ser rey. El padre trae a todos los hijos y van pasando uno tras otro, pero ninguno es. Para sorpresa de Samuel, quien pregunta si faltaba alguno en ese lugar, el padre le dice que faltaba uno, pero que era el más pequeño y que estaba trabajando. Samuel le indica que lo traiga y en esa humildad, en esa sencillez, en esa pequeñez de David, Samuel descubre quién iba a ser su rey, lo unge y así él tiene que hacerse cargo del pueblo. No de su pueblo, el pueblo sigue siendo de Dios; él tiene que recordar eso. Y por eso Dios se lo recuerda: “ni vos”, le podría decir a Davidad, “ni el pueblo están maduros para hacerme una casa; no es el momento todavía y la harán otros”. David todavía tiene que descubrir que el camino lo hace Dios y tiene que poner el corazón en Él, que es lo central.
En el Evangelio esto se profundiza porque no sólo se trata de descubrir que Dios nos va guiando sino de descubrir que Dios se quiere hacer carne en nosotros y, en ese templo que fue el cuerpo de María, para Dios, para Jesús, Dios se hace presente, Dios se hace Dios con nosotros, Dios se encarna y viene a nosotros. Y nos recuerda, aún con más profundidad, que el primer lugar de encuentro con Dios es justamente en nuestra propia vida; que el primer lugar en el que tenemos que acoger a Jesús es justamente nuestro propio corazón; y que, a pesar de que construyamos un montón de espacios sagrados, de iglesias, templos muy lindos, el primer lugar en donde tenemos que descubrir a Dios presente es en nuestra propia vida. Creo que muchas veces perdemos esto del centro, perdemos lo esencial, y la primera pregunta que nos hacemos es “¿dónde me puedo encontrar con Dios?”. Tal vez hasta buscamos un lugar en donde antes rezábamos, en donde nos sentíamos bien, en donde creemos que ahí nos podemos encontrar… pero no siempre cierra de la misma manera porque en realidad lo central no es el lugar, lo central es en dónde, y el DONDE es NUESTRA PROPIA VIDA. El primer lugar en donde tenemos que acallar voces e ir con una postura diferente para encontrarnos con Dios es en nuestro corazón y no sólo en nuestro propio corazón sino en la vida de los demás. Ya que Dios se hace presente en la vida de cada uno de nosotros, el segundo lugar en donde tenemos que aprender a descubrirlo es en el otro.
La Navidad nos pone de nuevo a mirar lo central y lo esencial, a mirar a Aquel que viene a nosotros para habitar en nuestra propia vida, en nuestro propio corazón
. Pero para eso tenemos que, muchas veces, aprender a descubrirlo en las cosas de todos los días. A fin de año estamos corriendo, terminando todas las miles de cosas que no pudimos terminar –ni vamos a terminar durante este año, tal vez el año que viene, si tenemos suerte– y nos olvidamos de volver a lo central, de frenar un poquito. En general la Navidad tiene algo de esto porque, cuando uno celebra esta fiesta, lo primero que piensa es en cómo vivirlo en familia; y, cuando no lo podemos vivir en familia, sentimos que nos falta lo central, nos falta lo esencial. Así, queremos volver a vivir, aunque sea en esa noche, aquello que llena nuestro corazón, aquello que es lo más importante, no todo lo que lo rodea, no todo lo que hace a las circunstancias de nuestra vida, sino aquello que hace a nuestra vida, aquello que nos llena el corazón. Y, tal vez, da la casualidad que esto, como en ninguna fiesta, lo vivimos en la Navidad, lo vivimos en Nochebuena.
Buno, es en esa Nochebuena cuando Jesús quiere entrar en nuestros corazones. Es en esa Nochebuena cuando Jesús se quiere hacer presente en nuestras familias. Pero para eso tenemos que hacerle un lugar, para eso tenemos que frenar un poquito – aunque sea difícil a fin de año y decirle “yo quiero que te encargues en mi vida”. Creo que hoy, como a María, el Ángel Gabriel nos dice “Dios está con ustedes, alégrense”. Dios viene a nosotros, alegrémonos. Dios quiere encarnarse en tu vida, en la vida de cada uno de nosotros. Dios quiere tener un lugar en nuestro corazón y, tal vez como María, nosotros le digamos “¿cómo es esto?, esto es imposible, ¿cómo puede ser que en mi humilde vida, en mi miserable vida, en lo que soy, Dios se haga presente?”. El Ángel, como a María, nos va a decir que NO HAY NADA IMPOSIBLE PARA DIOS, que no lo hacemos nosotros sino que lo hace el Espíritu, que no venimos nosotros sino que viene Jesús, sólo tenemos que disponernos, solo tenemos que abrir el corazón. En el fondo, lo que nos queda a nosotros es decir como María: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Pidámosle en esta noche a María que en esta semana que nos queda nos animemos a decirle el ángel que sí, que queremos que en esta Navidad Dios vuelva a nacer en nuestra patria, en nuestras comunidades, en nuestras familias, en nuestros corazones, y que queremos que se haga según su palabra.

LECTURAS:
* 2Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16
* Sal 88
* Rm 16, 25-27
* Lc 1, 26-38

lunes, 12 de diciembre de 2011

Homilía: "Alguien que trae una luz distinta sobre nuestra existencia" - III domingo de Adviento

Hay una canción que canta Soledad, que creo que es de Alejandro Lerner, que dice:


HAY UNA LUZ, EN ALGÚN LUGAR,
ADONDE VAN LOS SUEÑOS DE LA HUMANIDAD
HAY UNA LUZ DENTRO DE TI
ADONDE ESTÁN LOS SUEÑOS QUE VAN A VENIR

PARA VOLVER A DESPERTAR
NO TE OLVIDES NUNCA
NUNCA DEJES DE SOÑAR
NUNCA DEJES DE SOÑAR

Podríamos decir que cuando nosotros encontramos, en medio de nuestra vida, un resquicio, una luz, algo que nos empieza a iluminar, es cuando descubrimos un sueño nuevo en el corazón, un deseo nuevo, algo nuevo que empieza a alegrarme la vida y me cambia. No tiene por qué ser una cosa grande, ni una cosa chiquita, no importa, sino un resquicio que muchas veces sale de la rutina, de lo normal, y que trae algo nuevo a mi corazón. Vivimos en una sociedad en donde muchas veces vamos perdiendo la capacidad de la sorpresa, la capacidad de la creatividad, la capacidad de la espontaneidad… y eso hace que muchas veces perdamos la capacidad de decir “acá hay algo nuevo, acá hay algo que está pasando, acá hay algo que está sucediendo”. Pero cuando tocamos esa magia de que algo nuevo sucede, de que hay un sueño que empieza, de que hay una luz que me invita a mirar de una manera distinta, eso nos da alegría en lo profundo de nuestro corazón.
Para poner un ejemplo muy simple: hace poco estaba cenando en lo de uno de mis mejores amigos y mi amigo le dijo a su hija más chiquita que me contara por qué estaba contenta, qué era lo que iban a hacer en esos días. Ella, con una cara llena de felicidad, me dijo “vamos a ir a tomar un helado”. Nada más que eso, algo muy simple, pero algo que ella veía que, en lo que hacía todos los días, esto alegraba su corazón. El poder compartir, en ese caso con su papá, ese proyecto, su proyecto, su plan, alegraba su corazón. Su sueño, aunque muy chiquito tal vez como su edad, no por eso deja de ser profundo.
Nosotros en la vida vamos buscando eso: vamos buscando sueños, deseos, algo que nos ilumine, algo que traiga una luz distinta sobre nuestra existencia. Y cuando lo conseguimos, nos alegramos. Desde los más chiquitos, hasta los más grandes, ¿cuántas veces vienen emocionados porque “va a pasar esto, tal cosa”, “quiero lograr esto”, “quiero buscar esto”, “esto es lo que quiero ser”? No importa lo que sea, pero el ponernos un objetivo, una meta, un ideal, casi hasta una utopía hacia delante, nos ayuda a caminar de una manera diferente. Porque ahí encontramos algo distinto; pero no solo cuando lo vemos desde nosotros, cuando encontramos eso dentro de nuestro corazón sino también cuando otro trae una luz distinta a nuestra vida, cuando otro viene y se hace presente.
Casi nos pasamos la vida esperando que alguien nos salve. No solo con respecto a nuestro país, que siempre estamos esperando que alguien venga y nos salve, sino también en otras cosas. Muchas veces los jóvenes en los exámenes, que están dando en estos días, esperan que una luz los ilumine. A mí me piden continuamente: “Padre, rezá por mí”; casi como que es un “mucho no estudié, pero…”. En definitiva, estamos siempre esperando que algo pase. También en los vínculos: cuando las relaciones no terminan de cerrar, buscamos alguien o algo que pueda salvar eso, de qué manera, de qué forma… Económicamente hablando, tal vez menos profundo, estamos esperando sacarnos la lotería, ganarnos el millón de pesos que hay en Susana para que eso cambie nuestra vida. Siempre buscamos algo que nos salve; y muchas veces nos perdemos los pequeños signos, o los profundos y grandes signos, en los cuales la vida nos va salvando día a día. Empezando por los demás. ¿Cuántas veces los demás alegran y salvan mi vida? Salvan mi día, me cambian mi estado de ánimo, mi humor; me alegran, me empujan hacia delante.
Y en este “que los demás salven mi vida” nosotros también celebramos y creemos que Jesús salva nuestra vida, que Jesús vino y nos salvó. Ahora, eso es lo que creemos, eso es lo que nos dijeron. A todos un día nos dijeron “Jesús te salvó”, pero ¿hemos hecho experiencia de eso en el corazón?, ¿tenemos experiencia de que Dios nos salva? Estamos cerca de celebrar la Navidad, ¿tenemos experiencia de que Dios viene a nosotros? Porque, cuando pasa algo así, cuando aparece –como dice la canción- una luz, un sueño diferente, en general eso se ve en distintos gestos o estados que empiezo a experimentar.
El primer estado es la alegría. Cuando sucede algo así, cuando algo cambia mi vida, yo estoy feliz, yo estoy alegre. Y puede ser que las cosas no anden bien pero, sin embargo, hay una alegría muy profunda que no me la pueden cambiar porque ya es un estado. No es que me dijeron un chiste y me reí un ratito para cambiar la cara, sino que hay algo más profundo que cambia mi corazón. Esto lo escuchamos en las tres lecturas de hoy. Isaías dice “desbordo de alegría” ¿en quién? En el Señor. ¿Por qué? Porque hay alguien que viene, que ha sido ungido, que va a traer algo nuevo; y esta certeza, este sueño, que yo tengo en el corazón, me alegra, me pone feliz. Pablo le dice a su comunidad “alégrense sin cesar”, es decir, “no paren de transmitir alegría”; ¿por qué? porque el Señor está con ustedes, Jesús está con ustedes. Entonces, alégrense, vivan felices, den gracias, recen. Por último, aunque no lo dice explícitamente, Juan el Bautista que dice “yo soy un testigo de la luz. Yo no soy ni el Mesías, ni el Profeta, no soy ese que están esperando; pero vivo de una manera nueva, que tanto llama la atención de los demás, porque hay alguien que viene, porque hay alguien que se hace presente… alguien al cual yo no soy ni siquiera digno de desatar la correa de sus sandalias”. Y cuando alguien viene a cambiar las cosas, a cambiar mi vida, eso me alegra, eso me hace feliz.
Es lo que siempre estamos buscando: que algo cambie las cosas, que alguien nos salve. Y cuando pensamos en que nos salven, deseamos que sea distinto, que sea diferente. La pregunta es ¿qué es que sea diferente? Porque, ni en la época de Isaías, ni en la época de Pablo, ni en la época de Juan cambiaron las condiciones económicas ni sociales… lo que cambió fue que vino alguien que cambió sus vidas, que cambió sus corazones. Y eso les dio alegría a ellos. En el fondo, pasó algo más profundo que el solo hecho de que cambien las cosas porque a veces las cosas alrededor pueden cambiar, pero no siempre cambia nuestra vida y no siempre cambia nuestro corazón. En ellos cambió algo profundo, cambió su corazón.
San Ignacio de Loyola –supongo que lo conocen, un santo de fines de la Edad Media, quien creó los retiros espirituales (esto que nosotros muchas veces hacemos de tener retiros de un mes, de silencio, si alguno se anima a hacerlo)– decía, cuando le preguntaban cómo saber si algo viene o no de Dios, que había signos para descubrir si algo era de Dios o no. Y decía que el primer signo para ver si algo viene de Dios, si estamos haciendo experiencia de Dios, es la alegría. Lo que estoy viviendo en el corazón me tiene que traer alegría.
Entonces, la primera cosa que podríamos mirar en nuestra vida es si en estos días el mirar a Jesús me trae alegría. Porque si me trae alegría, ahí sí verdaderamente estoy haciendo una experiencia de Dios; pero si no me trae alegría, es que estoy poniendo la fuerza, la esperanza, los sueños, en otro lugar, y no en Jesús. A veces hasta justificadamente porque muchas veces hay cosas difíciles, nos sorprenden cosas duras, cosas que no entendemos, que no comprendemos… sentimos como un corsé del cual no podemos salir, pero muchas veces miramos el corsé y no miramos a Jesús y, como no miramos a Jesús, no hay algo que pueda transformar nuestro corazón.
Creo que, siguiendo a San Ignacio, podemos volver a poner los ojos en Jesús y, si los ponemos verdaderamente en Él, primero nos va a traer alegría. En segundo lugar, va a iluminar nuestras vidas. Juan dice “yo no soy la luz; yo soy el testigo de la luz”; Juan tiene en claro que la luz es Jesús. ¿Por qué? Porque hizo experiencia de eso; porque si él durante su vida quiso hacer ver qué él era la luz, que él iluminaba todo, que él… en algún momento se dio cuenta de que eso no era así. Se dio cuenta de que no tenía todas las respuestas, que no siempre estaba feliz, y que el que traía una luz distinta a su vida era Jesús. Por eso se dejó iluminar por Él; por eso descubrió a partir de Él que él podía ser testigo de eso, que él podía transmitir esa luz que trae un sueño distinto a su vida. “Yo vengo a anunciar, vengo a preparar el camino. Esa es mi función”. Y a nosotros nos dice lo mismo: “dejémonos iluminar por Jesús; que Él sea esa luz, que Él sea ese sueño que tenemos”. Por último, Juan dice que él es una voz que grita en el desierto; él se da cuenta de que la Palabra de Vida es Jesús y que él lo que puede hacer es transmitir esa palabra que es Jesús, que es lo mejor que él puede hacer. Y esta también es una invitación para nosotros: a que escuchando su palabra, dejándonos interpelar por Él, también nos animemos a transmitirlo. Esta experiencia de que Jesús era su alegría, su luz y la Palabra que le daba Vida, era tan profunda para Juan que configura su vida, que lo hace ser quien es. Porque cuando le preguntan a Juan “¿quién eres?”, él dice “yo no soy el Mesías”; y le preguntan “¿sos Elías?” (como ustedes saben, Elías se fue, nunca más lo vieron) y él dice “no, no soy Elías”; “¿sos el Profeta, aquel que esperamos?”, “tampoco”, dice Jesús… “bueno, decinos quién sos” y él puede decir quién es cuando lo mira a Jesús: “yo soy el que le prepara el camino a Él, yo soy una voz que grita en el desierto… Yo no soy digno… yo bautizo con agua”. Juan descubre quién es mirando a Jesús, y eso es lo que alegra su corazón.
Creo que una dificultad que tenemos es que cuando nos preguntan quiénes somos, más allá de poder decir nuestro nombre, no sabemos qué más decir de nosotros. Si tuviéramos que describirnos un poquito, ¿qué decimos? Y no es tan fácil, nos cuesta a todos. Tal vez si, como Juan, nos animamos a mirar a Jesús, nos sea mucho más fácil explicar quién somos. Primero, porque nos sentimos queridos, nos sentimos amados, nos sentimos valorados. Segundo, porque nos sentimos salvados por Aquel que da Vida. Tercero, porque nos sentimos iluminados. Y como sentimos que, a partir de Él, nuestra vida cambia, que a partir de Él, nuestra vida cobra un nuevo sentido, nos animamos a caminar de una manera distinta.
En este tiempo caminando hacia la Navidad, dejémonos entonces iluminar por Jesús, dejémonos también habitar por su Palabra que nos habla al corazón y animémonos, como Juan, a ser testigos de Él.


LECTURAS:
* Is. 61, 1-2a. 10-11
* Lc. 1, 46-50. 53-54
* 1Tes. 5, 16-24
* Jn. 1, 6-8. 19-28

lunes, 5 de diciembre de 2011

Homilía: "Consuelen al pueblo porque Jesús viene y trae esperanza" - II domingo de Adviento

Hay una canción de Alejandro Lerner, que es más de mi época (aunque supongo que igual los chicos todavía lo escuchan), cuya letra dice

PASA LA VIDA Y EL TIEMPO NO SE QUEDA QUIETO
LLEGÓ EL SILENCIO Y EL FRÍO CON LA SOLEDAD
¿EN QUÉ LUGAR ANIDARÉ MIS SUEÑOS NUEVOS
Y QUIÉN ME DARÁ UNA MANO PARA VOLVER A EMPEZAR?

VOLVER A EMPEZAR, QUE NO SE ACABA EL JUEGO
VOLVER A EMPEZAR, QUE NO SE APAGUE EL FUEGO
QUEDA MUCHO POR ANDAR
Y MAÑANA SERÁ UN DÍA NUEVO BAJO EL SOL
VOLVER A EMPEZAR

Y hay otra frase, más al final de la canción, que dice que Dios será justamente ese que le dará la mano: “SABE DIOS QUE NUNCA ES TARDE PARA VOLVER A EMPEZAR”.

De alguna manera, este Tiempo de Adviento sintetiza ese “volver a empezar” en el cual Jesús nos da esa posibilidad, en el cual Dios nos invita a vivirlo de esa manera. El Evangelio de hoy nos dice eso. Comienza el Evangelio de Marcos justamente con la palabra “comienzo”: hay algo que empieza, hay algo que tiene un inicio. ¿Y cuál es ese comienzo? El comienzo de la Buena Noticia. Marcos les quiere decir a todos sus lectores, a todos sus oyentes, que hay una Buena Noticia que les quiere llevar, que hay un Evangelio – palabra que inventan los Biblistas para anunciar quién es Jesús, para decir con profundidad quién es esa persona que les cambió la vida. Y dice que ese comienzo de la Buena Noticia es Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Este es el primer versículo que tenemos de alguno de los cuatro Evangelios; lo primero que se escribe y que, de alguna manera, sintetiza todo lo que van a decir los cuatro evangelistas (Marcos, Mateo, Lucas y Juan). Porque los cuatro Evangelios van a hacer un camino para explicitar cómo Jesús es el Mesías y es el Hijo de Dios, para explicarles a los demás esa Buena Noticia, esa certeza que tiene Marcos en su corazón. Ahora, si nos preguntasen a nosotros cuál es nuestra Buena Noticia, cuál es nuestro Evangelio, ¿qué les diríamos a los demás? Porque, si en esto se sintetiza lo que es el Adviento, la pregunta para nosotros en este tiempo es ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué significa Jesús en nuestra vida? y ¿qué significa esta Buena Noticia? Y si nosotros fuésemos los que tuviésemos que anunciar este Evangelio a los demás, ¿qué les diríamos?, ¿qué escribiríamos de nuestro Evangelio?, ¿cómo lo comenzaríamos?, ¿por dónde empezaría?, ¿qué iríamos a anunciar a los demás? y ¿qué les diríamos de Jesús? Y si tuviéramos pocas palabras, ¿en qué lo concentraríamos?
Ahora, podemos dar un paso más en esto porque en realidad esta primera palabra de Marcos (que, como ustedes saben, los Evangelios se escribieron en griego), se puede traducir de otra manera, que creo que es más profunda ya que en vez de “comienzo” es “principio”. ¿Y por qué es más profunda? En primer lugar, porque la podemos relacionar: “en el principio, Dios creó todo”, “en el principio, Dios creó las cosas”, “en el principio, Dios creó la vida”. Marcos nos dice que hay un nuevo principio; que en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, todo empieza de nuevo. Y no porque cronológicamente no hubiera un antes, hubo un antes en el que Dios por los profetas, por medio de muchos, anunció; sino porque hay un cambio tan radical, hay una novedad tan profunda en Jesús que, para Marcos, es como empezar de nuevo. Es el nuevo principio de todas las cosas porque, a partir de Jesús, se lee todo. A partir de Jesús, de esa Buena Noticia, Marcos puede explicar quién es y qué hace. Por eso lo anuncia de esa manera. Podemos decir que, en profundidad, Jesús es el principio de todas las cosas, es el fundamento en lo que todo se sostiene y es en lo que quiere, también, que nuestra vida se sostenga. Podríamos preguntarnos eso: ¿Jesús es principio de mi vida, es el fundamento de mi vida?, ¿me encontré de tal manera que hay un antes y un después? Porque con estas palabras de Marcos es como que el Antiguo y el Nuevo Testamento se parten, acá se comienza de nuevo. Y en ese encuentro profundo que hayamos tenido con Jesús –que no tiene por qué ser nuestro empezar cronológico– ¿sentimos que nuestra vida cobra un sentido diferente, más profundo, distinto?, ¿sentimos que nuestra vida cambia? Porque esta es la invitación de Marcos, y para eso nos invita a prepararnos: para hacerle lugar a Aquel que es la Buena Noticia que puede darle sentido a nuestras vidas.
Así, Marcos empieza con Juan. Juan el Bautista, quien le dice a la gente que “preparen el camino del Señor, allanen sus senderos… hay alguien que viene”. Y, como hablábamos el domingo pasado, tenemos alegría. No se nos dice que tenemos que hacer algo; sino que el otro viene a nosotros. Si leyésemos un poco Isaías (como el domingo pasado o este) o prestáramos atención a las palabras de Juan el Bautista, en realidad dicen que hagan cosas “rellenen los valles, aplanen las montañas…”… había que hacer mucho trabajo, había que hacer caminos por todos lados, y era trabajoso en ese entonces que Dios llegara, que Dios se hiciera presente. Sin embargo, Juan dice que viene alguien nuevo, alguien que parte la historia“del cual yo no soy digno ni siquiera de arrodillarme frente a Él para sacarle las sandalias (…) yo, para prepararlos, los bautizo con agua; pero vendrá alguien que los bautizará en el Espíritu Santo”. Y, perdonando la analogía que siempre va a ser pobre, podemos decir que tal vez antes sí había que preparar muchas cosas para que Jesús viniera; pero, a partir de ese nuevo modo de presencia de Jesús por obra del Espíritu Santo, en vez de preparar tantos caminos, podríamos decir que se trata de una gran autopista la que llega a nosotros. Una gran autopista que llega directo a nuestro corazón. El Espíritu Santo es ese camino por el cual, más allá de lo que pase, Dios siempre se hace presente en nuestras vidas; Dios transforma nuestros corazones para que lo recibamos de una manera nueva. Esto es lo que se nos invita a vivir en este Adviento. Por medio del Espíritu, Dios quiere transformar nuestras vidas. ¿Cómo las transforma? Ayudándonos a descubrir a Aquel que trae una verdadera esperanza.
“Consuelen a mi pueblo”, dice Isaías al comenzar la primera lectura. Ahora, para consolar, uno tiene que tener algo que decir. ¿Cuántas veces nos pasa, frente a situaciones muy duras, que no tenemos palabras?, ¿cuántas veces nos pasa que, a pesar de que hablamos mucho, nos preguntamos qué podemos decir frente a eso que pasa, qué palabra, qué gesto puedo tener? Isaías dice “Consuelen a mi pueblo” y, para eso, tienen que tener algo para decir, tienen que tener una esperanza diferente; y les dice que consuelen al pueblo porque Dios viene. Esa invitación hoy es para nosotros: cuando nos quedamos sin palabras, cuando no encontramos qué decir, hoy Dios nos dice, por medio de su Profeta, “consuelen a mi pueblo”. Pero, ¿estamos convencidos de que Jesús nos trae una esperanza diferente?, ¿estamos convencidos de que Jesús es la verdadera esperanza para anunciar a los demás? Porque el Adviento es eso: es volver a tener esperanza. Como hemos hablado la otra vez, en un mundo pesimista en donde nada puede cambiar, en el cual no vale la pena seguir luchando, en donde todos tienden a bajar los brazos, el Adviento nos dice “esperen porque Jesús viene; esperen atentos, miren hacia delante y, en ese mirar, no sólo alégrense ustedes sino que también transmítanselo a los demás”. Esa alegría que trae la esperanza de Jesús tiene que ser consuelo para otros y si hay algo que se nos invita a hacer en este tiempo es llevar la esperanza a los demás, consolar a todos aquellos que en este momento no encuentran consuelo. Y nuestro consuelo no siempre va a poder ser con palabras, a veces será estar a su lado, acompañarlos, darles un abrazo, tener un gesto con ellos… ayudarlos a descubrir que no están solos, que en nosotros Jesús se hace presente.
Esa es la invitación durante todo este tiempo. ¿Cómo descubrir a este Dios que viene ahora? No solo a un Jesús que vino, no solo a un Jesús que nos invita a mirar hacia delante con esperanza, sino a un Jesús que hoy se hace presente en nuestra vida; y eso sí puede ser consuelo. En los Evangelios muchas veces escuchamos cómo Jesús trae una nueva esperanza: hace milagros, trae palabras de esperanza, le cambia la vida a muchas personas… La invitación en este tiempo es a que nos dejemos transformar por Jesús, que Él nos traiga consuelo, que nos traiga esperanza y que nosotros podamos ser ese Jesús para los demás.
Alguna vez escuché una frase, que ya compartí en otro momento con ustedes, que dice que “NUESTRA VIDA PEUDE SER EL ÚNICO EVANGELIO QUE OTROS LEAN”. En este Tiempo de Adviento, nuestra vida puede ser ese Evangelio de esperanza para los demás, esa Buena Noticia.
¿Cuál es la Buena Noticia para Marcos? Jesús. Este es su Evangelio. ¿Cuál debería ser en este tiempo la Buena Noticia donde nosotros ponemos toda nuestra fuerza? Jesús.
Entonces, preguntémonos en este tiempo quién es Jesús para nosotros. Descubramos en nuestro corazón si verdaderamente es una Buena Noticia y, con esperanza, animémonos a consolar a todos aquellos que Jesús pone en nuestro camino.

LECTURAS:
* Is. 40, 1-5. 9-11
* Sal. 84, 9-14
* 2Ped. 3, 8-14
* Mt. 1, 1-8