lunes, 10 de diciembre de 2012

Homilía: “Algo nuevo está por suceder” – domingo II de Adviento



Este año salió una película, un drama romántico, que se llama “Cuando te encuentre”, que comienza con un barco andando en un río pequeño y una voz en off del protagonista, que dice lo siguiente: “¿Sabes? La cosa más pequeña puede cambiarte la vida. En un instante, algo que sucede de casualidad, inesperadamente te hace tomar un rumbo que nunca planeaste, te dirige hacia un futuro que nunca imaginaste. ¿A dónde te llevará? Ese es el viaje de nuestras vidas. Ese es el camino hacia la luz.”
Pensaba cómo en general si uno mira nuestras vidas y los rumbos que hemos ido tomando, más allá del camino recorrido que hemos tenido, mayor o menor en cada uno de nosotros, no es que la vida cambia por cosas gigantescas, o por eventos extraordinarios: pasa por cosas que parecen muy pequeñas, y sin embargo me hacen dirigirme hacia un lugar distinto. Es más, a veces por cosas que veíamos o que sucedían todos los días, pero que en un momento de nuestra vida cobran un significado y un sentido diferente. Por eso, por ejemplo, a mí muchas veces me preguntan cómo nació mi vocación, y es algo que es muy difícil de explicar, porque muchas veces hay un montón de gestos o cosas cotidianas que para uno fueron significando un proceso y un camino, en este caso, de la fe. Lo mismo podrían decir ustedes con su vocación cristiana. O cuando alguien se pone de novio, ¿no? Y las chicas para intentar entender quieren saber todo lo que pasó, porque quieren comprender, y sin embargo, muchas de las cosas que pasaron son cosas cotidianas, que pasan muchas veces durante nuestra vida, pero que en ese momento cobraron un sentido diferente. Es más, que me enviaron hacia un rumbo distinto en mi vida.
Algo similar sucede en este evangelio que estamos leyendo, porque comienza con un montón de nombres de cosas, lugares y personas que a uno no le interesa mucho escuchar. Pero sin embargo, lo más importante es el final, y es algo casi insignificante, porque comienza primero hablando del Imperio Romano, “Bajo el gobierno de…”, quién era el emperador, quienes gobernaban en ese lugar, en qué lugares estaban, hablando de la gloriosa Roma de ese entonces. Después, nos dice, “bajo la autoridad de Anás y Caifás”, los sumos sacerdotes de ese entonces, aunque se supone que tendría que haber uno solo, es decir, aquellos que eran el poder religioso-político de la época en Israel, que está bajo el Imperio. Y después de esas cosas como gloriosas y magníficas, nos dice que hay una persona, Juan el Bautista, un profeta después de mucho tiempo, que predica en las afueras de la ciudad, en el Río Jordán. Tal vez si alguno tuvo la oportunidad de viajar o de estudiar la geografía, el Río Jordán está afuera de la ciudad, uno tiene que salir de la ciudad de Jerusalén. Es más, es por donde el pueblo entró a la tierra prometida cuando venía de Egipto; y nos dice que en ese lugar hay alguien, al que las autoridades no le prestan mucha atención todavía que empieza a invitar a la gente a que se prepare.
Ahora, como lo que decía antes, hay cosas cotidianas que nos pueden cambiar la vida. Acá hay algo que está por suceder, que va a cambiar la vida de mucha gente. El problema es cómo descubrirlo cuando eso pasa. Porque como dicen muchas veces en el deporte, hablar con el diario del lunes es muy fácil, después de que algo importante pasó, es más sencillo. Pero darse cuenta en el momento de que algo está sucediendo, de que algo me está cambiando la vida, es muy complicado, es muy complejo. Y sería bueno descubrirlo, no para saber que esto nos cambia la vida, sino para tener esa apertura de corazón de abrirse a esa novedad, para tener esa apertura de corazón de que algo nuevo está sucediendo. Eso es lo que pasa en el evangelio. Juan el Bautista le dice a su pueblo que se prepare porque algo va a cambiar, porque algo va a suceder, porque todos van a ver la salvación de Dios. Pero para ver esa salvación de Dios, se tienen que abrir a algo nuevo. Tienen que cambiar sus esquemas, su manera de pensar, de ver, su manera de sentir; darse cuenta de lo que está sucediendo.
Esta invitación es la misma invitación que nos hace hoy Juan a nosotros. Juan nos está diciendo hoy a nosotros en la Palabra que preparemos el camino del Señor. Ahora, ¿qué significa preparar este camino del Señor? ¿Qué significa abrirle este corazón a algo que va a suceder? Creo que en primer lugar implica el volver a encontrarse con la persona de Jesús, el animarse a descubrir que hay alguien que viene a nosotros, el descubrir que el cristianismo no es una doctrina, o no se basa en una doctrina, sino que se basa en una persona. Para poder crecer y tener esa apertura de corazón, me tengo que encontrar con Jesús. A ver, uno puede decir esto es algo obvio, pero ¿cuántas veces nos pasa que no empezamos por ahí?
A mí muchas veces lo que me vienen a preguntar es cuánto de doctrina se dice en la catedral, cuánto se dice en confirmación, la Iglesia se olvida de predicar la doctrina… ¡La Iglesia se olvida de predicar a Jesús! No la doctrina. La Iglesia se olvida de presentarle a la gente a Jesús, de decirle: acá hay una persona con la que tenés que encontrarte, la doctrina viene después. En la medida en que yo no me encuentre con Jesús, no puedo profundizar en eso. Nuestra fe se basa en algo existencial, que es ese encuentro. A ver, la doctrina no enamora, la doctrina no seduce, lo que seduce es el encuentro con alguien, y en la medida que yo me encuentro con ese alguien, quiero conocerlo más, quiero profundizar, quiero dar otro paso, el amor es el que llama a eso. Uno no puede amar aquello que no conoce. Uno no puede amar a Jesús si primero no se encuentra con Él, y nosotros nos hemos olvidado de predicar a ese Jesús con el que nos encontramos. Por eso nos estamos quejando de que la gente se aleja de la fe, de que la gente no cree tanto, porque si no le presentamos a Jesús. Casi que les tiramos por la cabeza un libro diciendo esta es la doctrina, esto es a lo que tenés que adherir, eso no seduce. No nos seduce a nosotros, no los seduce a ellos. Eso es un paso de profundización en un camino de fe después de que yo me encuentro con la persona, después de que eso me incentive y que quiero dar un paso más, quiero conocerlo más.
Esto es lo más humano que sucede, cuando alguien se enamora primero tiene que conocerlo. Conozco a esa mujer, a ese hombre, me enamoro, y como lo quiero, quiero conocerlo más. Quiero que me cuente, que me comunique, quiero que me diga, y quiero ir profundizando en eso, y por eso cuando el otro no me cuenta, en un vínculo de una amistad, de un noviazgo, de un matrimonio, con un hijo, una hija, uno se enoja. “Quiero saber de vos”. Pero para eso hice todo un camino, me encontré con esa persona. Acá sucede lo mismo, me tengo que encontrar primero con Jesús. Y eso es el Adviento.
El Adviento es alguien que viene, y que me abre un nuevo encuentro. Los que se quedaron en Jerusalén, en el Templo, dando vueltas, no se encontraron con aquél que venía, con aquel que se fue a bautizar, aquel que fue al Jordán, con aquel que fue a enseñar algo nuevo. Y a nosotros nos puede pasar lo mismo, nos podemos quedar dando vueltas en la religión, y no encontrarnos verdaderamente con Jesús, con ese Jesús que viene a nosotros, con ese Jesús que nos sale al encuentro y que nos invita a vivir algo nuevo.
En segundo lugar, nos invita a descubrir que esa preparación que tenemos que hacer es para que algo nuevo nazca, para que algo nuevo suceda, para que alguien nuevo se encuentre con nuestras vidas. Y esa es la invitación para nosotros. Ahora, la pregunta que nos podemos hacer es, ¿qué es lo que estamos esperando? Porque si estamos esperando cosas grandes, no van a suceder. A veces nos pasa que le rezamos a Jesús esperando que cambie todo, que cambie toda nuestra realidad económica, social, política. Bueno, les puedo asegurar que no va a pasar eso en esta navidad, no es ese el cambio que trae Jesús. Y si seguimos esperando eso, seguimos esperando una ilusión que no es lo que Él vino a hacer. Que no significa que algún día, por nuestra transformación no pueda suceder. El cambio viene en la raíz del corazón, el cambio viene en nuestras vidas. Algo nuevo quiere nacer en nosotros. Lo que pasa es que cuando miramos para atrás, y decimos, quiero encontrarme con Jesús, o quiero encontrarme con esa fuente de la fe, no vamos hasta los orígenes, nos vamos hasta la cristiandad, diciendo quiero que todo sea cristiano, y esto tuvo hasta su gran peligro.
Sin embargo si volvemos a las fuentes es ese Jesús que se encuentra con todo el mundo, es ese Jesús que se quiere encontrar con cada uno de nosotros, que nos quiere traer algo nuevo, para que vivamos como Él, para que descubramos que ese encuentro nos transforma la vida. Eso es lo que pasa en la segunda lectura, Pablo está feliz, y le predica su alegría a esa comunidad de Filipo, “los llevo a todos tiernamente en el corazón de Cristo Jesús.” ¿Por qué? ¿Porque cambió el mundo político de ahí? No. ¿Cambiaron los que gobernaban? No ¿Viven de otra manera? Sí. Viven ellos como Jesús los invitó. Eso es lo que alegra a Pablo. A Pablo, Jesús le cambió la vida y lo invitó en medio de lo que hacía todos los días a vivir con un estilo diferente. A la comunidad de Filipo le pasó lo mismo, Jesús le cambió la vida, eso lo alegra a Pablo, e invita a darle gracias a Dios por esa transformación.
Esa es la invitación que nos hace a nosotros, como comunidad de San Isidro, a que Jesús transforme nuestra vida, a descubrir cómo Él nos puede traer algo nuevo. En palabras de Baruk, el profeta de la primera lectura: dejen el duelo, dejen de quejarse, algo nuevo está por suceder. Hoy también puede resonar eso en nuestros corazones, en nuestras vidas, y en nuestras familias. Dejemos nuestros duelos, dejemos nuestros dolores, dejemos nuestro sufrimiento, dejemos nuestras quejas y nuestras broncas, algo nuevo está por suceder, hay un Jesús que viene a nosotros y para eso tenemos que prepararnos, tenemos que abrir el corazón para que Él nos transforme, transforme nuestra vida, la de nuestra familia, la de nuestra comunidad, la de nuestro país.
Pidámosle a Jesús, aquel que viene a nosotros, que nos dejemos seducir por estas palabras del profeta, que nos ayude a preparar nuestro corazón para que también nosotros podamos en nuestros días, en lo cotidiano, en lo sencillo, ver la salvación de Dios.

Lecturas:
*Bar 5, 1-9
*Sal 125, 1-6
*Flp 1, 4-6.8-11
*Lc 3, 10-18

lunes, 3 de diciembre de 2012

Homilía: “Tenga ánimo y levanten la cabeza” – domingo I de Adviento


A principio de este año salió una película que es parte de una saga nueva que se llama “Los Juegos del Hambre”. Esta película ocurre en EEUU y trata de que después de muchas desgracias que han pasado, queda como una especie de capitolio que domina los doce distritos que han sobrevivido. Y para que nunca se olviden de lo que han hecho, se eligen una vez al año dos personas por distrito, que tienen que competir en unos juegos televisados a toda la nación, donde puede sobrevivir solamente uno. Entonces se llevan dos chicos, de doce a dieciocho años, que tienen que ver cómo hacen para sobrevivir. Los chicos van teniendo como patrocinadores, gente que los ayuda, para que le caigan bien, para distintas cosas que van pasando. Pero también, para que crezca la audiencia, Séneca que es el encargado de todo lo que son los juegos, va habilitando nuevas reglas, para que se ayuden, para que la gente tenga más ganas de ver el programa y otras cosas. Frente a diversas cosas que van pasando, en un momento, lo que vendría a ser el presidente, Snow, lo llama a este hombre y le pregunta por lo que está haciendo, le dice que tenga cuidado, y este hombre dice: “Bueno, pasa que hay que darle esperanza a la gente”. Y el presidente le responde, “Un poco de esperanza es adecuada, mucha esperanza es peligrosa”.
La película sigue, pero me quiero detener en esa frase, porque creo que esconde una razón muy profunda porque según la profundidad de lo que esperamos es el tiempo que podemos esperar, lo que deseamos eso, lo que estamos dispuestos a sobrellevar, un montón de pruebas, de momentos difíciles, según cuán profunda es esa espera que yo tengo en el corazón. Porque nos ocurre que muchas veces esperamos cosas muy superficiales que rápidamente las abandonamos, las dejamos de lado, nos cansan, o suceden demasiado pronto, no nos cambian nada en lo que tenemos y vamos perdiendo como el gusto de las cosas. Y es por eso que para que uno se pueda movilizar, poner en camino con una determinación más fuerte, uno tiene que tener una esperanza profunda, hay algo que me tiene que movilizar. Si no voy como andando con piloto automático, como que no me importa nada, pareciera que no valen la pena las cosas que yo tengo que hacer. Este tiempo que estamos comenzando hoy, nos quiere volver a poner la atención en una esperanza grande, que es la Navidad.
Estamos comenzando el tiempo de Adviento, que es justamente el tiempo de la espera, el tiempo de poner la mirada en Jesús, que es lo que celebramos dentro de poco, aproximadamente en cuatro semanas, que es esa fiesta de la Navidad. Sin embargo, es un momento donde nos cuesta, siempre nos cuesta prepararnos, más aún nos cuesta prepararnos a fin de año. Porque estamos cansados, como veíamos en el video, por exámenes, por trabajo, porque tenemos que preparar un montón de cosas, y nos cuesta preparar la vida y el corazón.
Sin embargo, podríamos decir que en primer lugar en esta fiesta sucede algo que va mucho más allá de nosotros, y algo que es una certeza, que es que la Navidad va a llegar. En general cuando nosotros queremos hacer, celebrar algo, tenemos que preparar un montón de cosas, tenemos que hacer un montón de cosas; pero con la Navidad no sucede eso, porque la Navidad va a ocurrir. El 25 de diciembre vamos a volver a celebrar la Navidad, y eso va a ocurrir más allá de lo que yo prepare o no. Fijensé, el evangelio dice: preparensé porque esto va a pasar, y les va a llegar como de improviso, y a nosotros nos puede pasar lo mismo. Puede pasar que casi como en un abrir y cerrar de ojos, lleguemos hasta la Navidad, nos demos cuenta que estamos ahí a las puertas. Sin embargo eso tiene por eso una urgencia, que es si yo quiero decidir en mi corazón prepararme o no, pero también una alegría: que eso sucede más allá de lo que yo haga, que ese evento va a ocurrir, que Jesús va a venir a nosotros. Que ese regalo, que ese don Dios nos lo va a volver a dar. Y es por eso que Dios nos quiere volver a renovar en la esperanza.
¿Por qué digo volver a renovar? Porque creo que todos, seamos más grandes, más chicos, estamos cansados de la cantidad de veces que nos han hecho promesas, que hemos esperado cosas o que nos hemos ilusionado, y nos hemos sentido defraudados. Por cosas que esperamos que pasen y no pasan, por eventos a nivel social, político que esperamos en nuestra sociedad, nuestras familias, y que tampoco ocurren, y que nos van como angustiando, nos van desalentando, nos van haciendo bajar los brazos, nos hacen perder la mirada.
Sin embargo, el evangelio lo primero que dice es, “tengan ánimo y levanten la cabeza”. ¿Y por qué dice esto? Porque cuando uno está con todas esas cosas reales, cotidianas, está como mirando hacia abajo, está mirando lo que sucede alrededor nuestro. Y el mismo gesto que Jesús nos pide es que salgamos de lo que pasa a nuestro alrededor, levantemos, y miremos hacia delante: “levanten la cabeza”; casi como diciendo, hay alguien que vive, alegrensé. Casi como cuando alguien mira esperando algo y ve que alguien viene con una sonrisa en la cara. Bueno, de la misma manera Jesús nos dice bueno, levanten la cabeza porque algo acontece, porque algo pasa. Y que no sea solamente que vemos algo, sino que también eso transforma nuestra vida.
“Tengan ánimo” les dice Jesús. Algo tiene que cambiar en el corazón, porque ven que algo pasa. Es como esas cosas que nos suceden en la vida que nos dan como ganas de salir corriendo, es decir, esto lo quiero hacer, esto lo quiero vivir, esto lo quiero experimentar, esto lo quiero pasar. El adviento es ese tiempo, ese tiempo que tendría que despertar en nuestro corazón esas ganas de salir de las gateras diciendo, quiero correr hacia ahí. Porque no es algo que va a pasar, es alguien que va a venir, es alguien que se quiere encontrar con nosotros y quiere cambiar y transformar nuestra vida.
Ahora, como yo les decía antes, hay una certeza que es que eso va a acontecer, que eso va a pasar, y que Jesús viene a nosotros. Pero como para todo encuentro, uno tiene que preparar. Ahora, no es que tenemos que preparar cosas, Jesús no quiere que le compremos nada. No es que tenemos que salir de compras, como veíamos en el video, Papá Noel, bueno eso está muy lindo, pero Jesús dice: Yo espero algo distinto de ustedes, Yo espero algo diferente. Y eso distinto diferente es cómo quiero vivir este tiempo. Creo que si hay algo que nos mostró Jesús durante su vida es que Él lo que viene a hacer es a mostrar un estilo de vida, una forma de vivir, y a presentárselo a los demás y decirle: si esto te entusiasma, si esto te alegra, si esto te hace feliz, vivílo, cambiá, transformáte. Y eso es lo que nos viene a decir hoy también a nosotros en este tiempo de Adviento, si queremos prepararnos viviendo el estilo de vida que vivió Jesús. No es que tenemos que dejar lo que hacemos, tenemos que mirarlo y vivirlo de una manera distinta, diferente.
En el video que veíamos recién veíamos que decía: con alegría, con amor, con oración, todas cosas que podemos hacer en lo cotidiano de nuestras vidas. El Adviento nos dice, tenemos que seguir andando, pero que tenemos que tener ánimo, mirar de una manera distinta y vivir de una manera diferente. Creo que el mejor ejemplo de esto es lo que Pablo dice a su comunidad en la segunda lectura: yo me alegro de lo que ustedes han progresado, de lo que ustedes han crecido, pero espero que hagan más progresos todavía, espero que crezcan más en el camino de la fe.
Bueno, el Adviento nos desafía a nosotros a lo mismo. Todos creemos en Jesús, creo que todos deberíamos tener puesta la esperanza en Él, pero el Adviento nos viene a volver a renovar en esto, es decir: quiero que crean de una manera más fuerte. Esa manera más fuerte en primer lugar, se hace con amor. Crezcan en el amor mutuo, les dice Pablo. Creo que si hay algo que nos vuelve a poner la atención a la vida es cómo vivimos en familia. Creo que todos cuando pensamos en la Navidad, decimos, bueno, tenemos que volvernos a juntar en familia. Nos guste o no, tengamos más ganas o no, es una fiesta que vivimos en familia. ¿Cómo puedo crecer en el amor en esos vínculos para llegar a la Navidad? En esto cotidiano, tal vez preguntarnos qué vinculo nos está costando más, con mis hermanos, con mi papá, con mi mamá, con mi hijo, tío, nuera. ¿Cómo puedo abrir el corazón para vivir esto de una manera nueva? Para preparar y gestar en mi vida también este pesebre, también esta Navidad. Y tal vez será teniendo más tolerancia, tal vez será encontrándome con alguien de nuevo, escuchando, siendo más generoso, tal vez será teniendo que perdonar, dejando rencores atrás. Ese es el paso del amor, ese es el corazón que se abre al otro.
En segundo lugar, les pide que lo vivan con alegría, que lo transmitan a los demás, la alegría es lo que al otro lo contagia, a veces la risa graciosa de los demás, que uno se contagia y se empieza a reír, que los cristianos tengamos esa alegría contagiosa, pero esa alegría que brota de Jesús, y que nos lleva a la felicidad. No una alegría que pasa, sino que perdura, que continúa.
Por último, un amor y una alegría que nos lleva a una esperanza distinta. Como les decía al principio, estamos como cansados de tener esperanzas que son vanas, que son superfluas, que pasan, que nunca terminan de cerrar. Casi como podríamos decir, nuestras esperanzas de los hombres y mujeres cotidianas. Por eso, levantemos la cabeza y miremos más allá. Porque la esperanza verdadera cristiana es la esperanza que trae Jesús; que no depende de que algo cambie o no hoy, y que por eso nos frustremos, sino de que lo espero a Él, de que me quiero encontrar con Él, de que Él transforma y cambia mi vida de una manera nueva. Esto es lo que trae Jesús. Esto es lo que trae la Navidad, esto es lo que se gesta en el corazón.
Creo que si hay una persona que puede explicar esto es María, María tuvo nueve meses a ese niño en su vientre, para entender lo que significaba gestar con amor, con alegría y con esperanza al Hijo de Dios. Y tuvo que ir esperando, y tuvo que ir preparándose para encontrarse con ese Jesús y después vivir de una manera nueva. Bueno, nosotros no tenemos nueve meses, tenemos cuatro semanas, pero tenemos cuatro semanas para también gestar en ese vientre que es nuestro corazón, a ese Jesús que viene para prepararnos, con amor, con alegría, con esperanza, para encontrarnos con Él. Creo que es un tiempo propicio para pedirle a María tener los mismos sentimientos que ella tuvo, poder sentir en nuestra corazón esa alegría de que alguien viene. Cuando alguien está por nacer, la vida en las familias cambia, no sólo de esa pareja que está por tener un hijo, sino la de todos los que los rodean. Bueno, hoy tendría que cambiar la vida de la familia cristiana; hoy tendría que cambiar la vida de nuestra comunidad, porque estamos ahí al borde de encontrarnos con Jesús; porque estamos con esa alegría de saber que Jesús viene, que esto no se dilata, y que me puedo encontrar con Él.
Pidámosle a María, aquella que fue causa de nuestra alegría, que también nosotros podamos preparar nuestro corazón para encontrarnos con su hijo, Jesús.

Lecturas:
*Jer 33, 14-16
*Sal 24, 4-14
*1 Tes 3,12-4,2
*Lc 21, 25-28.34-36

viernes, 30 de noviembre de 2012

Homilía: “Mi realeza no es de este mundo” – Cristo Rey


Hoy estamos celebrando la fiesta de Cristo Rey, esta fiesta de Jesús como rey del universo. Un título que fue siempre muy complicado de aplicar a Jesús, tanto en el evangelio como en la historia de la Iglesia. ¿Por qué? Por las connotaciones que tiene, por lo que significa y por lo que uno está acostumbrado a ver. Y es por eso que llevó todo un largo camino. En la Iglesia esta fiesta tiene menos de cien años, fue instaurada hace poco; cuando, podríamos decir que de alguna manera, la mayoría de las monarquías más conocidas para nosotros habían caído, y no estaba más el riesgo de confundirlo.
En el caso de Jesús, esta es la primera vez en el evangelio que Él va a aceptar este título. Lo va a aceptar en un momento donde ya los caminos se han cercado, donde nadie puede ya confundir qué es lo que Él está diciendo. Es más, no sé si recordarán, hay otros textos donde dice que Jesús se escapaba porque querían hacerlo rey. Él esquivaba este título por todo lo que significa, y todo el peso que uno pone sobre la palabra.
Es por eso que uno tiene que tener siempre mucho cuidado en qué es lo que quiere decir y qué es lo que quiere transmitir; qué es lo que está detrás de un título, de una frase, de algo que aplicamos al otro. Porque las cosas que nos dicen nos condicionan. Por ejemplo, si uno le dice todo el tiempo a alguien que no lo quiere, que es tonto, después es muy difícil dar vuelta eso, que la otra persona se sienta valorada, que la otra persona se sienta una persona inteligente; eso condiciona. No sólo nuestra manera de mirarlo al otro, sino la manera con que el otro lo mira. Y en el caso de Jesús, pasa exactamente lo mismo.
Jesús no tiene problema con el título, tiene problema con la manera que nosotros lo miramos y descubrimos que Él quiere este Reino. Es más, en este evangelio ya tenemos dos ejemplos porque cuando Pilato quiere sacarse la cuestión de encima, como ustedes saben, esto es en la pasión de Jesús, lo llevan a Jesús hasta ahí, y la pregunta de Pilato es clara: ¿Sos rey o no? Si sos rey te tengo que matar, si no sos rey, terminemos rápido con esto. Lo primero que le pregunta Jesús a Pilato es “¿lo dices por tí mismo o lo dices por los otros?” Porque ya es diferente. Una cosa es el reinado que esperaban los romanos, era Tiberio el emperador en ese momento, y la manera que miraban a los reyes, a los emperadores; y otra cosa es el reinado que esperaban los judíos. Los judíos esperaban que Dios fuera su rey, que Dios reinara sobre ellos. Es por eso que ya desde lo más próximo a Jesús, hay dos miradas muy diferentes de esto. Al final, Jesús frente a la insistencia de Pilato, termina diciendo, “Tú lo dices, Yo soy Rey, y mi reinado es un reinado de la verdad”.
Es decir, el reinado de Jesús se quiere traducir en esa verdad que desde Dios Jesús nos quiere transmitir. Y hay algo nuevo en Jesús, que es esa imagen de Dios que nos invita a tener. Ahora, para eso, Él tiene que romper con todas las formas tradicionales, y eso es lo difícil. Tal vez si hay una cualidad que podríamos aplicar a Jesús es la creatividad. Jesús mantiene muchas de las cosas que su pueblo creía, pero de una manera nueva y de una forma nueva. De una manera totalmente diferente, y tan creativa y tan novedosa que siempre fue muy difícil de entender para ellos. Y no sólo fue difícil de entender para el pueblo, fue difícil de entender hasta para los apóstoles: ¿Qué es lo que vos nos pedís? ¿De qué manera? ¿De qué forma? Y pide cosas que todos nosotros pediríamos para nuestra familia. Que sean transparentes, que sean generosos, que sean honestos, que sean buenos. Que transmitan a Jesús, que transmitan a Dios. Que abran el corazón, que no sean violentos, que sean hombres y mujeres de paz.
Sin embargo, una cosa es decir la palabra, y otra cosa es después vivirlo. Porque ahí es cuando siempre se nos dan, a nosotros mismos, como estos cortocircuitos. Y es por eso que Jesús tiene que ir dando como pasos muy concretos. Es decir, en primer lugar Él tiene que dar testimonio de lo que espera y de lo que cree, de qué manera quiere que sea. Casi como diciendo, primero mírenlo en mí. Primero vean de qué forma quiero Yo que sea este Reino. Segundo de qué forma quiere transmitirlo. Jesús nunca se impone, nunca es por medio de la violencia, nunca es por medio de la coacción. Es una verdad que se tiene que transmitir, que le tiene que dar libertad al otro, que es el otro el que la tiene que descubrir. Y eso también nos cuesta a nosotros, porque cuando desde la libertad del otro, el otro dice que no, y a nosotros nos cuesta muchísimo. Cuando de la libertad de un pueblo, un pueblo elige leyes, formas de ser, maneras de vivir distintas de las que nosotros como cristianos esperamos, también nos cuesta.
Ahora, la pregunta es, ¿tenemos que cambiar por eso la forma de transmitir? ¿Jesús nos está pidiendo otra forma de transmitirlo? Tal vez nos está pidiendo otra manera de vivirlo y de dar testimonio,  eso sí. Pero tenemos que tener siempre ese respeto. Jesús aún en ese momento que era mucho más difícil, nunca impuso las cosas, siempre las quiso transmitir. Y de esa manera, que es el camino de Dios y el camino de Jesús. Por eso podríamos decir que cuando Él dice “mi realeza no es de este mundo” es porque acá no se vive de la forma de Él quiere y espera, pero sí espera que ese Reino, en el corazón de cada uno, empiece a ser germen, empiece a cambiar, empecemos a transmitirlo.
Creo que tal vez la manera de transmitir las cosas es ver qué es lo que queremos. Y si los medios que ponemos para eso, están acorde a eso que queremos. Jesús es muy claro, quiere el Reino de Dios, pero la manera de llegar y de dar testimonio es esta, no hay otra. Es la que Jesús nos muestra y nos elije. Casi nosotros podríamos hacer lo mismo en las cosas nuestras. Bueno, no sólo en algo grande que a veces está fuera de nuestro alcance como qué país queremos, sino bueno, qué comunidad queremos, como habíamos hablado; qué familia queremos; cuáles son los medios que yo voy a poner; cómo voy a transmitir ciertos pilares, ciertos valores; cómo voy a mantenerme firme en ellos a pesar de todo.
Esto, como les decía, tiene lo lindo y lo fascinante de poder uno, desde la libertad ir construyendo la dificultad que muchas veces tenemos todos nosotros en mantenernos fieles a esos valores, a esos ideales. Jesús dice en el salmo, “gusten y vean qué bueno es el Señor”, y dice eso porque es la manera de transmitirla, desde el gusto que uno siente por las cosas, desde la bondad que uno le transmite a otro. Creo que a lo que nos invita hoy es también a tener gusto por el Reino de Dios, a saborear esas cosas para encontrándole el gusto, poder llevársela a los demás.
Pidámosle a Jesús, aquél que es nuestro Rey, aquél que nos viene a mostrar cómo quiere que vivamos y seamos en su Reino, que nosotros podamos dar testimonio de ese Reino que Él nos transmite.

Lecturas:
*Dn 7, 13-14
*Sal 92, 1-5
*Ap 1, 5-8
*Jn 18, 33-37

lunes, 19 de noviembre de 2012

Homilía: “Nadie sabe ni el día ni la hora” – domingo XXXIII durante el año


En la película 2012, que lleva el nombre de ese año, un grupo de geólogos descubre por enésima vez en la historia, que se está por acabar el mundo, que en el 2012 el mundo va a terminar, en consonancia de lo que es para algunos, el término del calendario maya en diciembre de este año, así que nos queda poquito. Y lo que empiezan a hacer son unas grandes barcas para poder salvar a una minoría. Para poder salvar a un grupo de humanos, donde, en paralelismo con el Arca de Noé, todo comenzará. Sin embargo, es un poco complicado, porque la entrada para esta arca salía mil millones de euros, así que empiecen a ahorrar. Bueno, comienza a pasar toda una serie de cataclismos, de cosas que venían esperando, con efectos especiales de todo lo que va a pasar.
Hubo dos cosas que me llamaron mucho la atención de la película. En primer lugar, cómo todo siempre lo queremos controlar nosotros. En la película Dios no aparece. Es cómo los hombres podemos controlar, aun lo que parece que es el fin del mundo, lo que no podemos controlar. En cada una de las muchas películas en las que pasa esto, siempre hay una manera que parece que tengo que acceder y descubrir, para poder salvar aunque sea a un puñado de la humanidad, y para poder volver a comenzar.
En segundo lugar, parece que la salvación es siempre para los ricos. Uno se ríe de esto, y piensa, no es tan así, pero casi aparece hasta en la Biblia, cuando Jesús dice al joven rico, qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos, ¿quién se va a salvar?, preguntan los discípulos. Pareciera que la salvación es para algunos, y nada más que para aquellos que tienen plata.
Sin embargo, la vida y el camino de Jesús nos muestran cómo esto es totalmente distinto, nos viene a decir, a diferencia de muchas de las sectas y religiones: Yo quiero que todos se salven. El deseo de Jesús es cómo todos podemos poner el corazón en ese regalo que Jesús quiere hacer de la salvación.
En segundo lugar, siempre empieza por los más pobres. El camino de Jesús siempre es por aquellos que menos tienen, por aquellos que son necesitados en todo sentido, no sólo en lo económico, sino de aquel que tiene esa apertura de corazón a Dios, aquel que sabe poner la vida en Aquel que viene a nosotros.
Esto es lo que sucede en este evangelio donde la gran pregunta frente a esto y frente a Jesús es cuándo se va a acabar el mundo, cuándo va a terminar. Porque va a terminar, eso es algo que sabemos, no sólo por la fe, sino que lo dicen los geólogos, los que estudian. Nuestro mundo en algún momento se va a acabar. Pero nosotros queremos, como decía antes, controlar todo. Saber el momento, la hora, casi como si nos pudiéramos preparar para esto. Como si sabiendo que van a ocurrir, pudiéramos prepararnos en el corazón para las cosas importantes.
Ahora, la gran pregunta es ¿yo me preparo para las cosas importantes en la vida porque sé cuándo van a ser? O ¿voy toda la vida caminando en eso, voy poniendo el corazón en aquello que es importante? ¿Tengo que saber cuándo va a ocurrir o voy caminando de esa manera y en ese sentido? Porque pareciera que solamente me preparo de esa manera cuando llega el momento. Eso hace lugar a otra pregunta, hacer eso es un esfuerzo, pareciera que las cosas importantes no son tan importantes porque me preparo cuando llega el momento, pero el resto del tiempo no importa, necesito hacer otras cosas. Que sí decimos, bueno, son más triviales, mundanas, cotidianas, no tan importantes, pero a las cuales nos aferramos más. A las cuales las tomamos más en nuestra mano. Porque, como decía antes, necesitamos saber el momento, la hora, en que las cosas van ocurriendo.
Sin embargo, sabemos que la vida no es así, que la vida nos va sorprendiendo constantemente, que a lo largo del camino, cuánto más queremos controlar las cosas, menos lo podemos hacer. Es por eso que tenemos que animarnos a poner el corazón en aquellas cosas que llenan nuestra vida. Como hemos hablado varias veces, la urgencia de lo cotidiano, el deseo muchas veces mundano de que pareciera que si no hago algo se acaba el mundo y por eso lo tengo que hacer hoy sí o sí, no nos deja poner el corazón muchas veces en aquello que verdaderamente le da sentido a nuestra vida, que nos colma, que nos da plenitud. Y es por eso que creo que tenemos que frenar un poquito en nuestro correr cotidiano para ver qué es lo central y lo importante en lo cual tenemos que poner nuestro corazón, nuestra vida, y caminar.
Esta tensión que nosotros sentimos entre el querer saber, y que no podemos saber no sólo el día final de la historia, sino qué va a ocurrir mañana con cada uno de nosotros, pasa también en la Biblia. Tal es así que si uno lee con detenimiento, acá hay cosas que son contradictorias porque en un versículo dice: “no pasará esta generación sin que Dios haya vuelto, en Jesús”, y no pasó esa generación, sino que pasaron ciento cincuenta generaciones después de esa. Y a los dos versículos dice, “nadie sabe ni el día ni la hora”. Es decir, esa tensión es siempre nuestra. Y cuando se recicla, como se recicló en el año 2000, como se recicló en el 2012, como no va a pasar nada el mes que viene y va a reciclarse no sé cuándo, queremos saber siempre, queremos controlar las cosas.
Ahora, la vida no se da en el controlar sino en el confiar, en el abrir el corazón y abrirnos a los demás. El confiar se da en las cosas importantes. Acá, dice Jesús que “cielo y tierra pasarán”, es decir, todo pasa, “pero mis palabras no pasarán”. Hay cosas en la vida que no pasan, hay cosas en la vida que perduran, y eso que la vida no perdura para siempre. Un día va a terminar. Todos vamos a morir algún día. Nosotros, sus hijos, nietos, algún día va a pasar. Pero lo que va a quedar es verdaderamente aquello que hayamos sembrado. Y lo que vamos a sembrar no es aquello que queremos controlar y que queremos tener perfectito sino aquello que nos animamos a dar. Aquel amor, aquel cariño, aquel gesto.
Creo que todos tenemos la experiencia, por lo menos los que somos un poco más grandes, de haber perdido seres queridos, o si no tenemos esa experiencia de que amigos o personas que estuvieron muy cercanas a nosotros en algún momento no están, o están lejos, o no los podemos ver tanto. Y ¿qué es lo que nos queda en el corazón? Nos quedan aquellas cosas importantes que supimos sembrar. Nos queda el cariño, nos queda el amor, nos queda lo que día a día pudimos irnos dando uno al otro, y justamente, lo que no podemos controlar. Porque el amor por definición es: yo me quiero dar. Y para amar tengo que confiar en el otro y el otro tiene que confiar en mí. Porque el amor se basa en la libertad, en el querer entregarme con todo el corazón, y eso es lo que no va a pasar. Es por que a lo que Jesús nos invita es a poner el corazón en aquellas personas que llenan nuestra vida.
Si yo les preguntase, y me lo preguntase hoy, “miremos para adelante en el futuro, ¿en qué pensamos?” Muchas veces lo que llena mucho nuestra cabeza son las cosas materiales, cómo puedo lograr esto, cómo puedo llegar a esto, eso va a pasar todo, no va a quedar nada, ni las cenizas van a quedar. Sin embargo, nos perdemos el pensar, cómo quiero estar o cómo quiero caminar con aquellas personas que amo, con aquellas personas que me quieren y que me aman.
Ahora, el problema es que cuando miramos el futuro, no pensamos en el otro. Jesús les dice, Yo soy el futuro. El que va a venir es el Hijo del Hombre, no es que va a venir plata, cosas, Yo voy a venir a ustedes. Para vivir ese futuro tenemos que aprender a vivirlo hoy. Para encontrarnos con la alegría de que Jesús viene a nosotros, tengo que encontrarme con la alegría de que Jesús vino a mí hoy, que hoy me pude encontrar, que hoy lo pude disfrutar, que hoy lo pude compartir. Y eso es lo mismo con los demás. Es aprender a encontrar, día a día en el corazón, aquello que me da. Porque algún día lo voy a perder, y no tengo que ser Nostradamus ni nada para darme cuenta de eso. El problema es que la tensión es siempre la misma, me vuelvo a aferrar a lo cotidiano, a lo urgente, a lo que creo que hoy es importante y voy dejando de lado aquello que sí verdaderamente es importante, aquello que puede llenar el corazón, aquello que no va a pasar.
Me pasa a veces cuando hablo con personas mayores, que les pregunto, cuando están un poco desilusionadas ya con el paso del tiempo, qué es lo que esperan. Y siempre me dice: espero encontrarme con mi marido o con mi mujer en el cielo. Es decir, cuando todo va pasando y ya no me puedo aferrar a nada, lo que quiero es encontrarme con aquel que amo, con aquel que quiero. Lo lindo sería que podamos disfrutarlo antes acá, no que me dé cuenta cuando todo se está perdiendo y cuando se me acaba el tiempo, sino que desde hoy lo pueda gozar e ir tomando como herencia día a día y de ir acumulando en mi corazón todos aquellos gestos de cariño, de amor que verdaderamente no pasa, que trasciende todo, y que aun cuando yo o el otro no estén lo vamos a recordar, lo vamos a tener siempre. Por eso no importa el día ni la hora. Lo que importa es lo que hago, lo que vivo y cómo vivo, eso es lo que no pasa, eso es lo que perdura. Ese es Jesús. Esos son los que queremos y los que amamos.
Pidámosle hoy a Jesús, aquel que dio la vida por nosotros, aquel que no le importó el día ni la hora en la que tenía que dar porque lo hizo amando, que también nosotros no pongamos la atención en aquellas cosas que son curiosas, que no valen la pena, que pasan, sino aquellas cosas que nos pueden dar plenitud, que nos alegran, que podemos disfrutar, que llenan nuestro corazón.

Lecturas:
*Dn 12, 1-3
*Sal 15, 5-11
*Heb 9, 24-28
*Mc 13, 24-32

lunes, 12 de noviembre de 2012

Homilía: “¿Estoy dispuesto a darlo todo?” – domingo XXXII durante el año



Mi hobbie de las películas ya lo conoce, pero voy a hablar de otro que es el deporte, junto con la lectura. El año pasado leí una biografía de Rafael Nadal, supongo que la mayoría lo ubican, uno de los tenistas más importantes de este momento. Y una de las cosas que a mí siempre me llamó más la atención de su figura es la humildad que él tiene cuando declara, cuando habla, cuando habla muy bien de los demás, cuando reconoce lo que el otro ha hecho, cuando dice, esto es fruto del trabajo de un equipo, de mucha gente. A uno le puede gustar más o menos su juego, pero en la manera de proceder, de referirse al otro, siempre es una persona muy correcta. Y leyendo su biografía uno encuentra un poco de donde nace eso, y en una de las partes cuenta su madre que le pasa mucho que la gente se le acerca y que le dice, “te felicito por tu hijo”. Y ella, la respuesta que da es, “¿Por cuál de los dos?” En realidad es muy claro por quién se lo están diciendo, no sólo por quién es Rafael, sino también porque la otra es mujer. Sin embargo, ella dice que para ella los dos son importantes, y para ella ha sido tan importante cuando Rafael ganó Wimbledon, como cuando su hija se recibió en la facultad. Porque ve todo el camino que hicieron, todo lo que entregaron para poder vivir ese objetivo. Lo que pasa es que uno en general mide de otra manera en el mundo, y no aprende a mirar como mira esa madre, o tal vez todas las madres, que miran el corazón y el esfuerzo que hace. No qué tiene más luz, que da más fama, que es más canchero, sino aquello que es un esfuerzo, y que no importa cuál es el resultado o el éxito a los ojos de los demás. Sino en el camino que uno tiene que hacer. Y aún podríamos decirlo con cosas menores, aprender a mirar el corazón. Estamos hablando de uno de los tenistas más importantes de la historia. Sin embargo, nos muestra cómo lo que va logrando cada uno es tan importante como aquellos que parece que deslumbrasen mucho más, y que lo que hicieron es mucho más importante que los otros. Lo que pasa que para mirar de esa manera, tenemos que aprender a mirar de una forma distinta, y esto es lo que sucede en dos de las lecturas que hemos leído hoy.
En la primera lectura, Elías, en un momento de crisis, de sequía, donde no hay para comer, es enviado a una viuda de la región de Sareptá, de la región pagana. Esto para nosotros es complicado de entender porque para nosotros que nos digan un extranjero, un pagano, es más o menos lo mismo. Sin embargo, para un judío, hablar de los paganos es hablar con desprecio de aquellos que no creen en Dios; no se podían juntar con ellos, tenían que dejarlos de lado. Si bien la ley decía que tenían que acoger y recibir al extranjero, eso no se vivía en la práctica, y los paganos eran rechazados. Y que Elías haya hecho esto, haya ido hasta donde está esta mujer, seguramente porque vio algo en esta persona y por eso fue a alojarse en su casa, siempre fue como un puñal en el corazón para el pueblo de Israel. El pueblo de Israel nunca pudo entender por qué Dios envió a Elías a ese lugar. Tal es así, que Jesús se los va a reprochar en un momento en el evangelio. Va a decir, no sé si se acuerdan pero cuando hubo sequía, Elías no fue a ninguna de las mujeres de este pueblo, sino a una extranjera. Como diciéndoles, fíjense como viven que ustedes que se creen el pueblo elegido, muchas veces no son elegidos por Dios, y Dios se inclina más a los otros, porque mira el corazón.
Esto mismo sucede también en el evangelio, porque en el evangelio tenemos dos imágenes casi contrapuestas, tenemos por un lado a los escribas, aquellos que tienen una importancia muy grande, una fama muy grande, que todos los miran con sumisión y respeto, y sin embargo Jesús les da muy duro, como también les da en otros evangelios; no sólo les dice, cuídense de ser como ellos, porque ellos van a ser tratados con más severidad. ¿Por qué? Porque mira el corazón, y descubre que la forma de vivir y sus intenciones no están de acuerdo con el evangelio. Por el otro lado aparece una pobre mujer, también viuda, que va y deja en el tesoro del templo dos monedas, algo totalmente insignificante, tal es así que pasa desapercibido. Sin embargo, no va a pasar tan desapercibido porque Jesús va a llamar a sus discípulos y les va a decir: miren, miren lo que ha hecho esta mujer, ella lo dio todo. Y uno se puede preguntar ¿en qué? En que dio todo lo que tenía.
Jesús nos muestra cómo mira el corazón y nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a no quedarnos en una fachada o en algo exterior, sino a mirar el corazón de los demás, pero en primer lugar a mirar el nuestro. Y para mirar el nuestro tenemos que descubrir cuál es el paso que hoy tenemos que dar. En primer lugar ese paso sería no vivir como los escribas. Creo que el problema de los escribas, a diferencia de esta mujer es que no se comprometen con su fe, sino que juegan con su fe. ¿Qué es lo que a mí me queda bien de esta fe? Y a nosotros también nos pasa mucho esto. ¿En qué lugar yo me acomodo? Generalmente cuando pensamos en los escribas y los fariseos, pensamos, bueno, el problema de estas personas era que eran muy ortodoxas, muy conservadoras; y no es este el problema, el problema es que acomodan su religión. Y nosotros lo hacemos desde ambos lados. Muchas veces vivimos una religión muy dura, muy estricta donde juzgamos a los demás, donde nos creemos mejores que el otro, donde mucha gente que nosotros hemos pedido integrar en las encuestas, como personas homosexuales, divorciadas, separadas, en nueva unión, lo primero que te dicen cuando te vienen a hablar es cómo los trata la familia, no cómo los tratan desde afuera. Y no tenemos esa apertura de corazón para entender al otro. Jesús lo que nos está diciendo ahí es, esta no es la religión mía, eso es una fachada de ustedes, yo no quiero jueces, yo quiero personas misericordiosas, personas que le abren el corazón al otro, personas que entienden el proceso y el camino que el otro hace, y que desde ahí empiezan a vivir lo que les cuesta, que es ese perdón que le tenemos que dar al otro, el intentar acompañarlo, escucharlo, comprenderlo. El mirarlo con amor, el mirar su corazón y no su condición.
Ahora, creo que en nuestros días esto tal vez lo descubrimos, pero tenemos como una nueva especie de fariseísmo o de vivir como escribas que es el relativizar todo, y pareciera que todo está bien y que todo es normal. Ahora, ¿hacer el mal está bien? ¿Hacer el mal es normal? Relativizar lo que yo hago y no sólo relativizarlo sino decir, bueno a Jesús le gusta esto, eso es normal para nosotros pareciese. Podemos poner ejemplos de lo más cotidianos, desde chicos, copiarse en el colegio, total lo hacen todos. O quedo como tonto si no lo hago. ¡Qué bueno! Estaría bueno quedar como tonto por hacer las cosas bien, alguna vez aunque sea. Jesús quedó como tonto muchas veces, eh, les aviso por las dudas, en el evangelio. O hacer un montón de cosas que las hemos relativizado tanto como es el amor por ejemplo. Decimos, bueno, no sé, (yo ya estoy medio perdido en esto, me estoy poniendo viejo), pero salgo, chapo, hago tal cosa, tal otra, está todo bien parece. Ahora ya no sólo está bien, sino que cuento la cantidad, a ver cuántas veces chapé en la noche. Y empiezo a relativizar, y pareciera que Jesús acepta eso. O salgo todas las noches, me emborracho, y digo, no, pero si está bien, si Jesús no mira eso. Y ¿quién dijo que Jesús no mira eso? Porque por lo menos estaría bueno, el decir, esto lo hago yo, y lo elijo yo, pero no es el camino que Jesús quiere para mí, y claramente no es el que quiere.
Entonces, podemos aprender a mirar de qué manera podemos descubrir en el corazón, cuál es el paso que nos da, porque si no jugamos con Jesús, hacemos lo mismo. Y Jesús no quiere personas que jueguen, porque los que juegan son mediocres, porque no se la bancan, porque no dicen, esto está bien y esto está mal, y yo tengo que cambiar en esto. Porque Jesús no tiene problema cuando pedimos perdón eh, y nosotros no nos damos cuenta. Y cuando nos preguntan, no bueno, soy una buena persona, soy normal, y ¿es normal tratar mal a tu mamá? ¿Es normal tratar mal a la gente? ¿Es normal hacer esto mal?
Porque frente a esos escribas hay una mujer que está dejando todo, ese es el problema en el evangelio. El problema del evangelio es que Jesús pone como ejemplo a aquél que está dispuesto a dejar aún aquello que le cuesta. Ahora, cuando Jesús dice esto, abre un amplio abanico porque Jesús es el primero que va a dar todo, y va a dar su vida en la cruz. Ahora, a ninguno de nosotros nos va a tocar dar la vida en la cruz, no creo, tendría que cambiar mucho la vida nuestra, pero el otro ejemplo es esta mujer que puso dos monedas nada más, pero Jesús dice que puso lo que le costaba, puso su vida. Y ahí podemos empezar a pensar nosotros, qué es lo que podemos dar y entregar para también darlo todo en aquello que me cuesta. Porque a veces pareciese que solamente son los grandes gestos, las grandes cosas, lo que deslumbra. Y acá ponen como ejemplo a una pobre mujer. Y podría pensar, no sé, en este mundo en el que tenemos tan poco tiempo, cuál de ese poco tiempo que me queda libre, saquemos estudio, trabajo, estoy dispuesto a entregar, estoy dispuesto a darle al otro. Con esto de que estamos todos tan cansados, llegamos a casa, nos tiramos, no tenemos ganas de hacer nada, bueno, ¿cuánto de mi cansancio estoy dispuesto a darle al otro, cuánto de mi cansancio estoy dispuesto a entregar para que Jesús también me diga a mí, este hombre, esta mujer, lo dio todo? O de escuchar a aquél que no tengo ganas de escuchar, que me está costando, o pensar en los vínculos, cuál es el más difícil hoy para mí, mi papá, mi mamá, mi hijo, mi hija, mi amigo, mi hermano, esta persona en el trabajo. ¿Cómo puedo entregarlo todo? ¿Cómo puedo dar esto que parece pequeño pero que a los ojos de Dios se luce por todos lados, pero que a los ojos de Dios, se mira de una manera nueva?
A veces pareciese que, como decía antes, valen las cosas grandes. Para Jesús no importa si son grandes o pequeñas. Importa si son desde el corazón, y si son verdaderas. Y si desde ahí las vivo y las aprendo a entregar. Creo que todos podemos mirar qué es lo que nos cuesta, desde lo económico, desde lo vincular, desde tener que hacer cosas, desde jugarme en algo y decir, esto es lo que quiero entregar, esto es lo que quiero dar.
Para terminar, quiero hablar de un gesto que vamos a hacer hoy y que creo que tiene que ver con esto, que es la unción de los enfermos. La unción de los enfermos también tiene esto de aprender a darlo todo, aun lo que nos cuesta, que es muchas veces nuestra plenitud física, nuestra plenitud espiritual, nuestra plenitud psicológica. Y desde este lugar que obviamente es mucho más difícil y doloroso, también Jesús a veces me va a pedir que yo dé todo. Y aprender a dar todo desde acá será descubrir que me canso más fácil, que no puedo hacer tantas cosas, que no soy la misma persona de antes. Pero que Jesús no mira la cantidad, sino la calidad de lo que estoy haciendo, y cómo a pesar de este límite yo intento seguir viviendo de acuerdo a Jesús, intento seguir caminando con Él.
Hoy esta mujer les dio un ejemplo a los discípulos de lo que significa dar la vida. Hoy Jesús nos la pone de ejemplo a nosotros, para que también nosotros miremos qué es lo que queremos hacer. ¿Queremos seguir viviendo como los fariseos, jugando, acomodando la fe? ¿O queremos día a día aprender a entregar la vida? Aprender a darlo todo, ir dando pasos, y cuando no podemos, pedirle a Jesús que nos ayude, pedirle perdón e intentar empezar de nuevo.
Pidámosle a esta mujer, aquella que descubrió lo que era el evangelio, aquella que lo vivió hasta entregarlo todo, que también nosotros podamos hacer lo mismo.

Lecturas:
*1 Re 17, 10-16
*Sal 147, 7-10
*St 5, 13-16
*Mc 12, 38-44

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Homilía: “Lo central es aprender a amar” – domingo XXXI durante el año


Hace poco salió una muy buena película que se llama “Argo”, que cuenta un hecho verídico; la toma de la embajada estadounidense en Teherán, Irán, en el año ‘79, y cómo 6 de esas personas que vivían en la embajada se pueden escapar y terminan viviendo en la casa del embajador canadiense. Me voy a detener en una imagen solamente, que es que entre los que pudieron escaparse, y estaban ahí y no podían salir a ningún lado porque eran buscados, estaba un matrimonio. Y el tiempo va pasando y ellos siguen estando incomunicados, sin poder hablar con sus familias en Estados Unidos, sin saber qué va a pasar con ellos, y a este matrimonio, a Joe, le empieza a crecer un cargo de conciencia. Hablando con uno de sus compañeros, le dice que está muy preocupado por Kathy, por su mujer, porque está ahí por culpa de él. Y él contesta: bueno, ella lo eligió. Y él le explica que no, que hace varios meses, cuando empezó a crecer este conflicto, “ella me pidió que volviéramos a casa, que empezáramos de nuevo, que buscáramos otro camino, y yo le dije todo el tiempo que no, insistí con que nos quedásemos. Solamente lo hice por mi propio interés, lo hice por quedar bien con mi jefe, porque iban a hablar muy bien de mí, y esto me iba a ayudar a crecer en mi tarea laboral. Ahora por esa tozudez, hoy me puedo quedar sin nada y sin lo que más quiero.”
Creo que esto de múltiples formas y maneras nos sucede también a nosotros a lo largo de la vida. Muchas veces nos damos cuenta y valoramos lo que tenemos, o cuando lo perdimos, o cuando estamos cerca de perderlo. Cuando nos damos cuenta que aquello que valoramos, que queremos, que amamos, queda como muy frágil, muy endeble, porque yo me empecé a preocupar por otras cosas y dejé de lado aquellas cosas centrales - como es en este caso este matrimonio, este vínculo del amor. Por pensar solamente en mí, y no ponerme a la escucha de lo que el otro busca y necesita, de lo que es bueno, en este caso, para los dos. Y es por eso que una de las cosas más difíciles en la vida es tener el corazón puesto en lo central y en lo esencial. Es descubrir qué es lo que es importante para cada uno de los momentos de nuestra vida. Es más, esa pregunta nos resuena muchas veces en el corazón, ¿qué es central? ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que busco? ¿Qué es lo más importante en mi vida? ¿Qué es lo que quiero cuidar? Sobre todo cuando descubrimos que nos hemos perdido un poco del camino.
Esta misma pregunta es la que le hacen hoy a Jesús en el evangelio cuando se acerca este escriba. Como ustedes saben, los escribas eran los doctores de la ley, los que más habían estudiado la ley, y le preguntan a Jesús cuál es el más importante de los mandamientos. El pueblo judío tenía toda su ley religiosa y política unida, por eso tenían más de 600 leyes. Y lo que le preguntan a Jesús es qué es lo más importante, a qué le tenemos que prestar mayor atención. Por eso es acá donde Jesús recita el Shemá, esta oración de los judíos que aún hoy los más ortodoxos siguen haciendo tres veces al día. Esta oración que este hombre ya había rezado esa mañana. “Escucha Israel. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.” Eso es lo central. Y lo primero que dice es que lo central es escucha. Ponete a escuchar; una de las virtudes o una de las consecuencias del amor es aprender a escuchar al otro. En un mundo donde tenemos tantos ruidos, en un mundo donde muchas veces a algunos nos cuesta quedarnos callados, no interrumpir al otro cuando está hablando, no completar su frase; dejarle terminar la idea aun cuando nos dimos cuenta de qué es lo que nos está diciendo, prestarle la atención que el otro se merece y necesita. Jesús dice que lo primero y esencial es abrir nuestros oídos, para aprender a escuchar al otro, para poder aprender a escuchar nuestro corazón, para aprender a escuchar a Dios. Esta oración que tal vez tan de largo le pasaba y por eso Jesús le pide que preste esta atención. Esto que es lo primero y básico de la vida; porque cuando uno nace no habla, y aprende a escuchar, aprende a hablar porque escucha. Uno va aprendiendo en la vida, se va educando, cuando tiene esa capacidad de atención. Es más, esto lo podrían explicar mejor los papás y las mamás, pero uno también aprende a escuchar a ese niño, cuando presta atención y lo escucha con suma atención. Por eso los padres pueden distinguir los distintos llantos y saber si tienen hambre, sueño, etc., cuando para un extranjero estos llantos son exactamente iguales. Presta atención porque conoce y ama a esa criatura a la que le dio vida. Y ellos van creciendo, se van conociendo en ese aprender a escucharse, en ese amarse, y prestarse atención. Por eso, el amor nace de un corazón que quiere escuchar al otro, que le presta atención, que quiere comunicarse y dialogar. Y ese es el amor en que, también en todas las facetas, Jesús le invita a crecer a este hombre, ese amor a Dios, con el amor al prójimo. En eso se resume todo, dice Jesús, en aprender a querernos y amarnos. Y este hombre le dice que sí, que él ha descubierto en su vida que tiene razón Jesús, que esto es lo que tenemos que hacer, que esto es en lo que tenemos que crecer, que de esta manera tenemos que aprender a dar pasos.
Creo que si nos preguntasen a cualquiera de nosotros qué es lo más importante en la vida, y seguramente la mayoría diríamos: amarnos. Ahora, saberlo no significa vivirlo. Y muchas veces hay una distancia muy grande entre lo que sé y lo que voy aprendiendo. Entre el camino que busco y el camino que recorro. Entre lo que se me invita a hacer y lo que yo realizo. Y es por eso que continuamente tenemos que volver al centro de nuestras vidas. Más hoy, cuando nos sentimos tan exigidos por el mundo. En general uno se siente tan exigido, los chicos desde el colegio, que llegan muy cansados a casa, cuando vuelven unos de la facultad, otros de su trabajo, desde las familias, amigos, distintos lugares, que a veces perdemos lo central. Y cuando nos cansamos en general perdemos las ganas de hacer aun aquello que más queremos. Y cuando estamos tan exigidos vamos perdiendo el foco, y nos vamos alejando de aquello que verdaderamente nos da vida. Y cuando queremos volver muchas veces es imposible, porque nos hemos alejado tanto de ese centro, de eso importante en la vida, que el camino para recorrer es tan grande, es tan lejano, que es muy difícil volver. Por eso creo que esto es una exigencia que todos tendríamos que tener, como animarnos a frenar, y decir bueno, ¿qué es lo central en mi vida? ¿Por qué es lo que quiero luchar? ¿Dónde quiero poner la mayoría de mis fuerzas y energías? Y debería ser en el amor. Y ese amor implica que yo tenga esa capacidad de abrirme al otro, y uno de los gestos del amor, es escuchar.
No sé si recuerdan, pero el domingo pasado a Jesús le acercan un ciego, Bartimeo. Y Jesús cuando se lo acercan, le dice ¿qué quieres que haga por ti? Y uno dice, perdoname, pero Jesús es medio tonto, porque a ver es obvio lo que quiere. Quiere que lo cure. Sin embargo, Jesús le pregunta. Es el otro el que tiene que decir qué es lo que necesita, Jesús no da por supuesto qué es lo que el otro quiere. Y por eso le pregunta, aun lo que pareciese más evidente. Cuando el otro expresa su necesidad, ahí Jesús cumple y hace ese milagro.
Ahora, creo que muchas veces nos pasa a nosotros que damos por supuesto qué es lo que el otro quiere de nosotros, qué es lo que necesita, y no le preguntamos. Estaría bueno muchas veces preguntarle: ¿qué es lo que querés? ¿Qué es lo que buscás? ¿Qué es lo que necesitás? ¿Qué es lo que te está pasando? Es más, a veces nos pasa que en cualquier vínculo, con un hijo, con un padre, con un amigo, esposo, esposa, novio, novia: pero si yo te doy esto, hago esto por vos. ¿Y vos me preguntaste qué es lo que yo quería de vos? ¿Vos estás al tanto de lo que a mí me pasa en el corazón? Y es por eso que el amor implica esa apertura, implica descentrarme de mí mismo y abrirme al otro. Por eso es tan esencial en la vida, y por eso muchas veces es difícil. Porque cuando me canso, cuando me alejo, cuando no busco lo esencial, voy perdiendo esa capacidad de tener esa escucha, esa generosidad, esa apertura hacia el otro. Esto es lo que fue haciendo Jesús a lo largo de su vida, ir creciendo, madurando, llevando a plenitud ese amor que el Padre le había enseñado.
Uno escucha en el evangelio por ejemplo, por ahí que dice: Jesús se retiró para estar a solas. Y cuando quiere estar a solas, está lleno de gente, y tiene que igual seguir escuchando, atendiendo al otro, al que se le presenta. Bueno, ese es el camino que les enseña a los discípulos. ¿Quieren seguirme? Aprendan a amar. Aprendan a amar a Dios, y aprendan a amar al otro. Esto nos dice a nosotros. Y a veces nos podemos preguntar, ¿cómo es esto? Amar a Dios, amar al otro, ¿a quién primero? En Jesús se acaba esta división, porque Jesús es hombre, y es Dios. Cuando aprendo a amar a Jesús, aprendo a amar a los hombres, y aprendo a amar a Dios, y por eso cuando amo a Dios, crezco en el amor a los demás, cuando amo a los demás, crezco en el amor a Dios, y no los puedo separar. Es más, esa encarnación de Jesús, hace que Jesús también diga que cuando yo hago algo por los demás, lo hago por Él; que cuando yo amo al otro, lo amo a Él. Ese es el paso que Jesús nos pide, esto es lo central de la vida.
Para ir terminando, Jesús no dice cuando le preguntan qué es lo más importante, que lo más importante es ir a misa, no dice eso. Tampoco dice, lo más importante es rezar. Nadie dice que eso no sea importante. Si no, yo sería medio tonto, celebro misa todos los días, rezo. Jesús dice, lo central es aprender a amar. Entonces si queremos seguir a Jesús, tenemos que empezar por querer abrir el corazón a Dios y al otro, ese es el camino. Y por valorar lo que tenemos, por no perderlo, cuidarlo.
Para terminar, les cuento un cuentito muy cortito que dice que había un hombre que tenía una casa muy linda en los Alpes. Como estaba cansado y necesitaba la plata, decidió ponerla en venta. La había puesto en venta durante un tiempo y no la había logrado vender, entonces llamó a un amigo, que tenía mucha capacidad de escribir, que era poeta, y le dijo: ¿Por qué no me ayudas y hacemos un anuncio más marketinero así yo puedo vender la casa? Entonces él agarró y escribió un anuncio muy lindo que decía algo así como: Vendo una espléndida casa a orillas de las montañas, donde uno puede amanecer escuchando los pájaros, donde uno puede alegrarse con el ruido de las aguas que caen de la nieve…, y así siguió escribiendo muy poéticamente, como para poder vender esa casa. Un tiempo después este amigo llamó al dueño de la cas para saber qué es lo que había hecho. Y le dijo, “No, no, la vendí.” – “Uh, ¿no sirvió mi anuncio?” Y le contesta, “No, después de leerlo varios días, dije ¿qué estoy haciendo? Estoy vendiendo aquello por lo que trabajé toda la vida, y estoy por perderlo.”
Bueno, hay cosas mucho más importantes que las casas, y muchas veces las vendemos por poco precio, las perdemos por pocas cosas. Pidámosle a Jesús que nos enseñe siempre a cuidarlas y valorarlas.

Lecturas:
*Deut 6, 1-6
*Sal 17, 2-4. 47. 51ab
*Heb 7, 23-28
*Mc 12, 28b-34

martes, 6 de noviembre de 2012

Homilía: "¿Qué quieres que haga por ti?" - domingo XXX durante el año



En la película "Cadena de Favores", Trevor comienza una cadena solidaria. Una cadena donde empieza a ayudar a otros para que ellos hagan lo mismo con otro. Pero no sólo hace esa cadena que es la que uno más recuerda de la película, donde esa solidaridad se va multiplicando hasta límites insospechados, sino que además pone otros gestos y signos, de ayudar a distintas personas a que vayan abriendo el corazón. Alguna de ellas interesado, como es el caso de ayudar a encontrar a alguien que acompañe a su madre. Y es por eso que, después de que uno de sus profesores, Eugene, empieza a tener una relación con su madre, él se entusiasma.
Sin embargo, esto en algún momento se corta. El profesor se enoja con la madre de Trevor; hasta que él busca la manera de que se vuelva a acercar. Eugene no quiere, hasta que en un momento Trevor le dice: “Si tu ayudas a aquellos que quieres ayudar ¿qué mérito tienes? Lo haces porque te nace naturalmente. Sin embargo, si ayudas hoy a mi madre, con quien tú estás enojado, ahí sí tienes mérito. Porque haces algo que tiene que nacer de lo profundo del corazón.”
Es decir, uno da como un paso en la vida: no hace solamente aquello que le nace naturalmente, sino que decide que quiere trabajar en eso, para que nazca del corazón. Ahora, esto que le pide Trevor a Eugene tiene todo un proceso, que es ¿hasta dónde estoy dispuesto a servir? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a darme a los demás? No sólo es un proceso sino que es un trabajo que uno tiene que hacer. Porque justamente cuando algo no nos nace naturalmente, es algo que tenemos que ejercitar, es como un terreno que tenemos que aprender a conquistar.
Ahora, eso se hace generalmente, cuando uno da testimonio. ¿Qué quiero decir con eso? Que la mejor manera de transmitir a los demás qué es lo que uno quiere que el otro haga es dando testimonio de ello. Yo creo que si este profesor de alguna manera quiso ayudar, no fue sólo porque Trevor se lo dijo, sino porque le dio testimonio también de que él quería hacer esas cosas, de que él quería ayudar desinteresadamente.
De la misma manera si nosotros nos animamos a vivir de esa forma, eso va dejando una huella en el corazón de los demás que moviliza al otro a hacerlo. Y creo que eso fue tal vez lo central de la vida de Jesús. Si uno mira cada una de las actitudes que Jesús les pide a los demás, en general nacen de testimonios que Jesús les da. Por no decir, todas. Jesús no solamente les habla, sino que les muestra también aquello que les quiere enseñar. Y en este evangelio hace exactamente lo mismo, porque mientras Jesús va caminando, pasa por un lugar donde está este hombre, al borde del camino, Bartimeo, que grita: “Jesús, ten piedad de mí”. Sin embargo, uno se sorprende, porque lo primero que espera de la gente, y lo hemos visto en otras ocasiones, es que acerquen a esta persona a Jesús. Sin embargo, aparece una actitud totalmente opuesta, dice que hubo gente que empezó a callarlo, a reprenderlo, a pegarle, una actitud que uno nunca esperaría de alguien que está siguiendo a Jesús, de alguien que es un discípulo de Jesús.
Sin embargo, este hombre no se calla sino que sigue gritando a Jesús que lo ayude. Y es ahí donde Jesús, no reprende a sus discípulos, -cosa que podría haber hecho perfectamente, porque están teniendo una actitud que no es la que Jesús les pide,- sino que les sigue enseñando. Va y les dice: vayan y tráiganmelo. Es una situación casi irónica, porque hay algunos que le pegan y lo reprenden, y por otro lado, otros van y le dicen, ánimo, el Maestro te llama. Y cuando esta persona es puesta frente a Jesús, Jesús le hace esta pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Tú me llamaste, tú gritaste por mí, ¿qué es lo que querés? Uno podría decir, bueno, la respuesta en este caso es obvia, Jesús la sabía, muchas veces la sabe, pero sin embargo le pide que él la expresa, que la ponga en palabras. Bartimeo le dice, “Maestro, que pueda ver”. Y es ahí donde sucede este milagro.
Creo que las dos actitudes son una enseñanza para sus discípulos. Venimos escuchando cómo Jesús continuamente, ya en este final del camino del evangelio les viene enseñando a sus discípulos. Hace un tiempo escuchamos cómo Jesús multiplicaba los panes, y después de que hacía este milagro, les decía a los discípulos, bueno, ahora repártanlo ustedes. Vayan, ustedes den de esto que yo les di. En otros evangelios escuchamos que Jesús no sólo hace un gesto, sino que también dice, bueno, ustedes procedan de la misma manera. Ahora escuchamos cómo Jesús les dice, vayan y tráiganmelo. Es decir, la misión de ustedes es acercarlos a mí, es poner la gente frente a mí. Y una vez que está ahí, les dice tal vez esta frase que nos dice a cada uno de nosotros, una frase casi con la que podríamos rezar esta semana: ¿Qué quieres que haga por ti?
Podríamos pensar, qué le responderíamos a Jesús, si hoy a cada uno de nosotros nos dice, ¿qué quieres que haga por ti? ¿Qué deseas? ¿Qué es lo que buscas? ¿Qué necesitas de Mí? Este Jesús que está siempre cerca de nosotros, para intentar bucear en nuestro corazón. Pero no sólo para bucear en nuestro corazón, sino para que nosotros también nos animemos a expresar qué es lo que necesitamos y buscamos en Él. Por qué lo seguimos, por qué caminamos con Él.
Ahora, la vida del cristiano creo que se juega en esta pregunta, es decir, primero en animarnos a responderle a Jesús qué es lo que buscamos de Él, qué necesitamos de Él. Segundo, en aprender a vivir esto. Porque, creo que lo segundo que hace Jesús, es decirles, ahora ustedes aprendan a hacer esto, a preguntar a los demás, ¿qué necesitas de mí? ¿Qué querés que haga por ti? Y nos invita a dar un paso, en el cual nos tenemos que distinguir los cristianos, que es, cómo puedo ayudar a los demás, cómo puedo servir a los demás, no sólo que me lo pidan. A veces nos cuesta un montón cuando nos piden algo. “¿Por qué a mí?”; “estoy cansado”; “estuve en el colegio todo el día”; “trabajé”; “acabo de llegar”; “no tengo ganas”. No sé, podemos poner un montón de frases que nos salen cuando nos piden algo.
Sin embargo, qué distinto sería, no sólo vivir eso, que ya para cada uno de nosotros sería un gran paso, sino si nos animásemos a ofrecernos a los demás, a decir, como Jesús, ¿qué necesitas? ¿En qué te puedo ayudar? ¿Puedo dar una mano? Y aprender ambos a vivir eso, porque el servicio tiene justamente esa reciprocidad, yo tengo que aprender a ofrecer algo, pero tengo que aprender también a ser servido y eso es todo un camino. Esto es lo que les está enseñando Jesús a sus discípulos: Yo me pongo al servicio de ustedes, ustedes hagan lo mismo. Tal vez en uno de los textos más profundos de todo el nuevo testamento, cuando Jesús está por morir les lava los pies a sus discípulos, y cuando no entienden, les dice: yo hago esto con ustedes, para que ustedes esto lo repitan. Y eso es lo que llama la atención. Es decir, cuando uno hace un testimonio, cuando uno tiene un gesto con los demás, que nadie lo espera, cuando uno invita al otro a algo que a uno lo hizo feliz, lo alegró, lo invitó y lo hizo vivir de otra manera.
Podríamos poner mil ejemplos de eso. Hoy a la tarde, venía una persona y me preguntaba por esta ONG, Un Techo Para Mi País, por qué los chicos van ahí. Y tal vez porque quieren dar un testimonio, cómo puedo ayudar a otros. Y de muchas maneras, ayudando económicamente, porque uno tiene que hacer un montón de cosas para ir, y ¿por qué lo hacen? Porque otros se animaron a vivirlo. Y de la misma manera podríamos nosotros intentar entrar en esa cadena que comenzó Jesús. “Yo me pongo al servicio de ustedes”. Primero, vívanlo con alegría, primero escuchen en el corazón, a este Jesús que dice, ¿qué te gustaría que hiciera por ti? Y cuando descubran todo lo que yo hago por ustedes, ahora ustedes sintonicen la misma frecuencia. Hagan lo mismo. Ponganse al servicio de los demás, intenten vivir esto. Y creo que ese es el mejor testimonio.
Muchas veces nos surge a nosotros, ¿cómo puedo dar testimonio de Jesús? O, en el trabajo, en tal lugar, hablan de Jesús y a mí me cuesta, o si critican a la Iglesia a mí me cuesta… Creo que la mejor manera es ponernos al servicio de los demás. Intentar mostrar esto que hablábamos, de una Iglesia abierta, comprometida, de una Iglesia que quiere servir, que quiere amar al otro, que quiere mostrar algo diferente que lo que muestra el mundo. Como dice Jesús, o dijo el domingo pasado, sino ¿qué nos diferencia? Nos tiene que diferenciar la manera de vivir. Tienen que ver que hay algo distinto en nosotros. Y que eso nos trae alegría, nos hace felices, y se lo queremos mostrar a los demás.
Pidámosle entonces hoy a Jesús, el animarnos a escuchar esta pregunta en el corazón. Este Jesús que nos mira con amor y que nos dice, ¿qué querés que haga por ti? Y que animándonos a responder esta pregunta queramos también vivir lo mismo. Ponernos como discípulos de Jesús también al servicio de los demás.

Lecturas:
*Jer 31,7-9
*Sal 125,1-6
*Heb 5,1-6
*Mc 10,46-52

Homilía: "¿En qué me está pidiendo Jesús que crezca en el servicio?" - domingo XXIX durante el año



En la comedia "Sí, Señor" Jim Carrey hace de un abogado, Carl, que está insatisfecho con su vida, bastante depresivo y negativo. A todo lo que le van proponiendo dice que no; no quiere hacer absolutamente nada. Y por eso es que uno de los amigos lo lleva a un seminario de autoayuda donde enseñan a decir que sí. Entonces va, hace ese seminario, al principio está como cerrado, hasta que hay un momento en que hace un click y empieza a decir que sí en su vida. Como en toda comedia, al decir que sí a todo empiezan a sucederse un montón de cosas más graciosas, pero también se le empieza a abrir un abanico de oportunidades en la vida. Empieza una relación amorosa, tiene un acenso en el trabajo, empieza a descubrir que hay un montón de cosas importantes en la vida que empiezan a pasar cuando uno abre el corazón, cuando uno se abre a la vida y se anima a decir que sí.
Esta experiencia que también tenemos cada uno de nosotros. Según la diferente personalidad, educación, o por alguna otra cosa, somos distintos; hay gente a la que le es más fácil decir que sí a todo, y su crecimiento en la vida será tener que aprender a poner límites a veces y cuándo tengo que decir que no; y habrá otros que dicen que no a todo y tendrán que aprender a abrir el corazón y a ver en qué cosas uno tiene que decir que sí. Pero sí, todos tenemos una cuestión ineludible, la única forma de crecer en la vida es decirle que sí a la vida, abrir el corazón. Si uno mira los grandes acontecimientos de nuestra vida, son cuando nos animamos a decir que sí, cuando nos animamos a meternos en algo y decir: "yo me la juego"; "yo busco esto"; "aunque no conozca a nadie voy a este grupo"; "aunque no esté tan convencido me meto en este trabajo"... Cuando uno se anima a decir que sí en el corazón a lo que se le plantea. Porque el no es un límite, a veces muy necesario en la vida, pero no es que voy construyendo desde el no, sino que mi vida se va construyendo desde los sí que día a día me animo a decir y a hacer.
Este es el camino que también Jesús le va pidiendo a su comunidad de discípulos y apóstoles que va caminando con Él: que continuamente vayan abriendo el corazón; que continuamente se vayan animando a decir que sí a aquello que se les va proponiendo. Sin embargo esta tarea no les es fácil. Vemos cómo tienen actitudes muy nobles, muy entregadas, y de pronto actitudes que uno casi no esperaría de aquellos que son los más cercanos a Jesús. En este caso, Santiago y Juan, dos de los tres discípulos, junto con Pedro, más cercanos a Cristo; que mientras Jesús está diciendo  -los últimos domingos escuchamos en el evangelio- que tiene que entregar la vida, ellos se están preocupando por quién va a la derecha y quién va a la izquierda, por quién toma esos lugares de poder. Pero no sólo ellos, porque cuando el resto de los apóstoles se entera de esto se enoja, y no entiende qué es lo que Jesús está haciendo.
Jesús se está entregando por amor, y los otros están disputando un lugar por ese poder o por esa pobreza que muchas veces nuestro corazón tiene. Y es ahí donde Jesús les continúa enseñando y les muestra que el camino del evangelio es esa apertura en el corazón del que se anima a decir que sí. Y decir que sí en ese caso es animarse a ponerse al servicio de los otros. ¿Ustedes quieren ser el más grande? ¿Ustedes quieren ser el primero? Sean servidores, sigan mi ejemplo, anímense a recorrer este camino.  Y creo que también cada uno de nosotros tiene un montón de experiencias en la vida que nos han llenado el corazón por animarnos a decir que sí, por jugárnosla, por meternos con todo el corazón en algo, aún a veces difícil, y descubrir todo lo que esa experiencia me devuelve y me da.
Yo pensaba en estos días con este evangelio cómo muchas veces en mi vida me he arrepentido de decir que sí y otras veces me he arrepentido de decir que no, no es que hay una norma. Me he arrepentido de decir que sí de cosas triviales como subir una montaña y de pronto decir, ¿qué estoy haciendo acá?; o caminar a Luján y en el kilómetro 70 decir ¿quién me metió en esto, o en una reunión, pensar: nunca más vuelvo acá... pero son generalmente cosas que son pasajeras, que uno dice en el momento. En general ese reproche es más pasajero.
Creo que los reproches o replanteos que me hago a mí mismo son más fuertes cuando dije que no. Momentos que me quedaron marcados porque no me abrí al otro; le dije que no y me perdí algo. Me perdí una experiencia, me perdí una posibilidad de ayudar, me perdí la posibilidad de ser generoso con aquellos que tenía a mi lado. Y esos son los que más me han ayudado a crecer, y también a cambiar, a descubrir que lo que va cimentando mi vida, mi caminar, en este caso, mi ministerio, es animarme a decir que sí. A decir que sí a la vida, esa experiencia que muchos de ustedes, como padres y madres hacen, especialmente hoy las madres, felicitándolas por su día. En el día a día, todo lo que van dando por aquellos a quienes les han dado la vida, por acompañarlos, por educarlos, para estar cerca. Y en el sí que cada uno de nosotros también hacemos en el día a día.
Sin embargo, creo que si miramos, se nos presentan un montón de ocasiones, a veces sencillas, pequeñas, donde nos podemos poner al servicio de los demás. Y creo que desde ahí encontramos muchas veces esas trabas que nuestro corazón y nuestra vida ponen, desde ayudar en cosas simples, a poner la mesa, hacer la cama en nuestras casas, a cosas aún mucho más importantes. Y cómo nos cuesta muchas veces. Creo que todos a veces descubrimos cómo afuera nos es mucho más fácil ayudar, estar de buen humor, hacer un montón de cosas, que a veces en la familia más cercana nos cuesta más. El diálogo, la generosidad, la entrega. Y creo que cada uno de nosotros a partir de este evangelio puede replantearse ese pedido de Jesús. ¿En qué me está pidiendo que crezca en el servicio? Crecer en el servicio es crecer en esa disponibilidad del que se da con alegría. Muchas veces pensamos que sólo hacer el servicio es muy bueno, pero podemos ver también que en eso mismo yo puedo crecer, puedo crecer en cómo hago el servicio, de qué lugar nace de mi corazón, puedo crecer en la actitud que tengo hacia los demás que a veces no se comprometieron, no lo hicieron, no vinieron. Uno no se imagina a Jesús reprochándole a los otros porque no hacen el servicio que Él hace; o a muchos de los otros que también se entregan y se enojan porque el otro no se compromete. Sino queriéndole enseñar desde ese servicio, y alegrándose por tener esa oportunidad, por eso que Dios les da.
Hoy Jesús nos hace un llamado a todos. Como familia, como comunidad. A descubrir que el camino del evangelio es una opción por abrir el corazón, por decirle que sí a la vida en todas las facetas, por decirle que sí a los demás cuando me necesitan, cuando tengo que estar a tu lado, por poner signos gratuitos que nazcan de mi corazón. Ahora, para eso tengo que tener un corazón agradecido que descubre todo lo que el otro hizo por mí. Porque cuando yo creo que lo que tengo es sólo porque me lo merezco, ahí me trabo, ahí no descubro todo lo que la vida me da. No descubro los dones que Dios me dio en mi familia, no descubro tener un trabajo y poder trabajar más allá de que me guste más o menos, de tener amigos que estén a mi lado, de la posibilidad de irme de vacaciones, de lo que fuese, desde cosas más grandes a cosas más pequeñas. De descubrir a este Jesús que por servirnos a nosotros hasta es capaz de dar la vida, de dar todo lo que tiene. Pero cuando yo descubro y tengo un corazón agradecido por todas las posibilidades que tengo, por todo lo que los otros hacen por los demás, por todo lo que Jesús hizo por mí, ahí me sale mucho más fácil, así me sale con una entrega generosa. "Se me dio esto, esto me alegra, yo quiero que otros compartan esa alegría, yo quiero que otros tengan también esa experiencia".
Pidámosle entonces en esta noche a Jesús, aquél que se puso al servicio de todos, aquél que dio su vida por amor día a día, cotidianamente; que cada uno de nosotros pueda mirar en el corazón, en qué tenemos que crecer, cuál es el paso que Jesús hoy nos invita a dar. Para que así como familia, para que así como comunidad, podamos, día a día, crecer en este servicio al que nos invita Jesús.

Lecturas:
*Is 53,10-11
*Sal 32,4-5. 18-20. 22.
*Heb 4, 14-16
*Mc 10, 35-45