martes, 26 de junio de 2012


Homilía: "Todo tiene su tiempo, todo tiene su momento" - XI domingo durante el año

En el comienzo de la película August Rush, aparece una voz en off, en la que el protagonista habla de que "...puedes oír la música, esta en todas partes, en el viento, en el aire, en la luz, esta rodeándonos; todo lo que tienes que hacer es abrirte, todo lo que tienes que hacer es escuchar." Y comienza con una imagen de él en medio de un maizal, de una plantación, en la que va escuchando esa brisa que pasa entre las plantas. Y de a poquito, en esa concentración que él tiene, parece que la brisa va como creciendo, creciendo, creciendo, hasta que pareciera que hubiera un tornado más o menos, como si fuera un twister que va arrasando con todo. Y la idea no es la imagen visual, sino lo que él está sintiendo al escuchar con atención esa suave brisa, al poner todos sus sentidos en juego en ese momento.
Esta sensación que uno tiene cuando descubre gente que en ciertas cosas tiene esa capacidad de concentración, de percibir cosas que uno no puede, o que le cuestan mucho. Me acuerdo, de cuando navegaba, y alguna vez no venía viento por ningún lado, que alguno que sabía más decía: "Mirá, por ahí viene una brisa". Y uno miraba y se preguntaba, "¿por dónde viene una brisa?". Y el otro decía, " sí, mirá... si mirás el agua..." y era verdad, pero uno no tenía esa capacidad de poder percibirla, esa capacidad de ver lo que ocurría. Así podemos poner un montón de ejemplos.
Cuando vemos que el otro tiene una sensibilidad distinta, que es capaz de estar en los detalles, en aquellas cosas que a veces nos cuestan. Que más cuestan cuando uno está apurado, cuando no tiene la capacidad de poder mirar con mayor atención, de poner en juego todos los sentidos. Por eso, muchas veces nos pasa que pasan cosas alrededor nuestro, y cuando vamos a mucha velocidad, o estamos muy cerrados en nosotros mismos, y no estamos percibiendo lo que sucede, no nos damos cuenta. Y no sólo no nos damos cuenta porque el otro no nos dijo, o no tuvimos la capacidad de percibirlo, sino también cuando el otro muchas veces nos ha repetido las cosas. "¡Otra vez más me preguntas!", nos dice quizás el otro, porque ya nos dijo muchas veces y nosotros no le prestamos atención, no lo escuchamos, no estuvimos atentos a lo que el otro nos quería decir, o a lo que el otro le pasaba. Porque para eso hay que tener como una capacidad especial de poder mirar a nuestro alrededor, casi como una mirada contemplativa. No pasando así nomás, sino pudiendo contemplar qué es lo que pasa, y ahí es cuando sí tenemos la capacidad de ver las cosas pequeñas, de disfrutar las cosas cotidianas, de las cosas que pasan todos los días.
Hoy vivimos en un mundo en donde muchas veces pareciera que todo tiene que ser grande, que todo tiene que explotar. Lo que pasa es que uno dice, "Bueno, ¿cuán grande tiene que ser lo próximo, si todo el tiempo lo que estoy esperando es que pasen cosas extraordinarias, que pasen cosas grandes?", o "¿tenés alguna novedad, algo nuevo para contarme?, pareciera que lo de todos los días no basta. Siempre pareciera que tiene que pasar algo totalmente imprevisto, que salga de los parámetros normales, como para que uno se conmueva, como para que uno se sorprenda. ¿Por qué? Porque hemos perdido la capacidad de sorprendernos frente a las cosas pequeñas, frente a las cosas de todos los días, pero que por ser pequeñas, no pierden esa gran profundidad que tienen. Casi esa misma gran profundidad, que tiene esa pequeña semilla del grano de mostaza, que seguramente ustedes muchas veces habrán visto, les habrán mostrado en catequesis. Si yo tuviera ahora acá en mi mano una de esas semillas, no se ve; es como la cabecita de un alfiler; muy, muy pequeña. Y sin embargo, la ponen como ejemplo del Reino de los Cielos. Curioso porque Jesús, generalmente nos sorprende - por no decir siempre - y dice, "Bueno, ¿con qué parábola les puedo comparar el Reino de los Cielos?". Y uno esperase que dijera algo grande, algo majestuoso, y toma la semilla más chiquita de todas, la que es imperceptible, que si se cae uno no tiene forma de encontrarla. Y Él compara el Reino de los Cielos con eso que es tan chiquito, tal vez porque su intención era esa, tal vez la intención era que uno tiene que aprender a percibir, en algo más pequeño y diferente, pero que si uno lo deja, eso crece de una manera extraordinaria, aún después siendo pequeña - "es el más grande de los arbustos, donde los pájaros pueden venir a cobijarse"-; si uno le da el tiempo, si uno deja que madure. Y para eso pone este primer ejemplo, compara el Reino de los Cielos con un hombre que fue y que plantó la semilla. Casi lo que idealizaría cualquier hombre de campo, ojalá pudiera plantar e irse, porque no tiene que hacer nada más. Jesús dice, "vuelvan el día de la cosecha. Por más que duerman, eso va a crecer. Tengan esa certeza de que si las cosas están puestas en Dios, van a crecer". Eso de a poquito va a ir haciendo su proceso, lo que pasa es que uno muchas veces no lo ve, no ve la semilla del grano de mostaza, no ve la raíz que va creciendo. Recién cuando empieza a ver un tallo, dice, "¿cómo o cuánto tengo que esperar? ¿Hasta donde?"
Y creo que esto es un ejemplo en la vida, y en la fe. Todo tiene su tiempo, todo tiene su momento. A veces pareciese que uno, a los 15 o 16 años, tiene que haber tenido todas las experiencias de la vida. Primero, es imposible porque hay algunas experiencias que son parte del camino que uno va haciendo a ciertas edades. Segundo, cada cosa tiene su lugar, cada cosa tiene su momento, y le tengo que aprender a dar el tiempo, tengo que tener paciencia. Tal vez, la virtud que hoy como sociedad, más nos cuesta. Al vivir en este tiempo del fast food, del fast "todo" más o menos, no tenemos paciencia para nada. No sólo la intolerancia que tenemos en cualquier lugar, no hablemos si vamos a algún banco o negocio, y nos enojamos, e independientemente de que tengamos razón o no, no tenemos nada de paciencia con nadie; sino paciencia en todo lo que hacemos. En nuestros propios tiempos personales, en los de los demás, en los vínculos. Si cada uno tiene su proceso, la paciencia hay que multiplicarla, por lo menos por tres, en los vínculos: paciencia conmigo, paciencia con el otro, y paciencia con el vínculo que tenemos que ir haciendo, así que si no queremos tener paciencia en un vínculo, mejor ni empezar, dedicarse a otra cosa. Porque esos son los tiempos que lleva cualquier relación, que lleva también el camino de la fe, y ahí también tengo que tener paciencia, por como las cosas se van dando, por el camino que tengo que ir haciendo. Porque muchas veces hay cosas que no entiendo, porque muchas veces las cosas quedan ocultas. Como nos dice Jesús, tenemos que esperar, tenemos que esperar que pasen, no siempre las vemos.
Un gran ejemplo de esto es Jesús. Jesús no vio los frutos de lo que predicó. Jesús muere y las cosas que Él predicó, que Él dijo, que Él pidió, no dieron fruto todavía. Sin embargo, por algo dijo esta parábola, porque creo que el primero que la puso en práctica es Él. Él sabía que lo que Él hacía era como dejar esa semilla, ese grano de mostaza, en muchos hombres y mujeres, y que en algún momento iban a dar fruto. Y que tal vez, y así fue, esos frutos Él no los viera, no fueran para el momento en el que Él estuviese. Sin embargo, no por eso dejó de anunciar, no por eso dejó de predicar, no por eso dejó de dar testimonio de lo que estaba convencido y creía. Él siguió viviendo en eso ¡Y vaya si después dio fruto! Creo que muchos de los que estamos acá podemos halar de lo que significan los frutos de la fe en nuestra vida, pero para eso hay que darle tiempo a las cosas. Ese mismo tiempo y esa misma paciencia que hoy nos pide a cada uno de nosotros, que nos animemos a tener en la vida.
Si hay algo que no son estas imágenes del Reino de las que nos habla Jesús, es exitistas. Y creo que en la fe, tenemos que aprender a mirar de otra manera, aprender a descubrir en lo escondido, aprender a descubrir en lo pequeño. Ahí se hace presente Dios, ahí Dios está con nosotros. Lo que pasa es que nos exige un modo de mirar, un modo de contemplar, un modo de escuchar, en el que uno aprenda a descubrir en los detalles. "Tuve hambre, y me diste de comer. Estuve sólo y me vestiste. Necesité alguien que me acompañe, y caminaste a mi lado." Y en muchas cosas más, que también los otros van haciendo con cada uno de nosotros.
Pidámosle esta noche a Jesús, que tengamos la capacidad de mirar con los ojos de la fe; de aprender a descubrir esos signos pequeños del Reino que están en medio de nosotros, pero que tenemos que aprender a percibirlos. Que nos animemos a que esos signos den fruto en nosotros, para que también nosotros los podamos llevar a los demás.

Lecturas:
*Ez 17:22-24
*Sl 92:2-3, 13-14, 15-16
*2 Cor 5:6-10
*Mc 4:26-34

lunes, 11 de junio de 2012


Homilía: “La alianza que Jesús hace con nosotros rompe todos los parámetros conocidos” – Corpus Christi

En la última versión de la película de Robin Hood, el Rey Ricardo muere en una de las cruzadas, y es proclamado rey su hermano, Juan. Asume la corona, y quiere empezar a recaudar impuestos de las distintas ciudades, estados, que hay en la zona. Entonces le encomienda la tarea a uno de sus súbditos, Sir Godfrey, sin embargo él no sabe que esta Sir Godfrey es francés, y tiene otro interés, que es que se peleen, que se dividan. Entonces para que Francia tenga la posibilidad de poder invadir Inglaterra, empieza a hacer que se enemisten unos con otros, que se dividan para que sea mucho más simple la invasión. En el fondo, busca que rompan esa alianza que ellos tienen, que rompan esa unidad que ellos viven. Esto que también, de alguna manera nos sucede a nosotros en la vida.
Creo que si miramos nuestra propia vida, los momentos en los que nos sentimos más débiles, más vulnerables, más frágiles, son los momentos en los que perdemos a veces nuestra propia unidad, que nos sentimos como disociados; que nuestra vida tira para un lado, el corazón para el otro, la mente para otro lado, el espíritu para otro lugar, y no encontramos paz en el corazón. Sentimos que tenemos que ir para muchos lugares, y no encontramos qué camino queremos seguir. Pero esto mismo sucede en los distintos ámbitos de nuestra vida, en la medida en que no podemos vivir la unidad, que no sentimos que podemos entrar en comunión con los otros. Todos nosotros, buscamos en lo profundo de nuestros corazones, poder entrar en vínculo profundo con los demás. El poder entrar en relación con los demás. Y casi que nuestro estado de ánimo depende de eso: cuánto más podemos estar cerca de los otros, ya estamos mucho más contentos y mejor; cuando no podemos, nos cuesta todo mucho más. Y ese querer entrar en vínculo con los demás, tiene como su máxima expresión, en el momento en el que queremos hacer alianza con los otros, en el momento en que queremos que eso se testimonie. Un ejemplo muy claro de esto es, muchos de ustedes que están casados. Llega un momento en el vínculo en el que uno dice, bueno, quiero dar un paso más, quiero entregar mi vida. Y para eso quiero hacer una alianza, algo que me comprometa, algo que diga: yo quiero dar este paso. En mi vida, sería el momento en que yo dije: yo me quiero ordenar, yo quiero consagrar mi vida a Dios, yo quiero ser sacerdote. Pero no sólo en estos dos tipos y modelos de vida, sino en muchos vínculos. A veces, en las películas, dicen por ejemplo: somos hermanos de sangre, y hacen como que se cortan y hacen un contacto de sangre, quieren que la amistad llegue más allá, quieren mostrarlo con algo más, dar un paso más, y así en distintos vínculos. Hasta también alianzas más triviales, como puede ser una alianza económica, política, logística para una guerra; por conveniencia o por lo que fuese, buscamos aliarnos, buscamos ir juntos, crecer juntos. Y esto nace de lo profundo del corazón, el espíritu humano no fue hecho para estar solo, sino para poder entrar en alianza con los demás.
            Todos tenemos experiencia de lo lindo que es hacer una alianza, y todos tenemos experiencia de lo frágiles que a veces son nuestras alianzas. Y esta alianza que nosotros hacemos en nuestras relaciones humanas, es también la alianza que Dios quiere hacer con nosotros. En la primera lectura, escuchamos que Moisés le dice al pueblo, que Dios quiere hacer una alianza con ellos. Pero esa alianza tiene una particularidad, que en general se da también en nuestra vida, Moisés invita al pueblo a hacer alianza, después de que hizo experiencia de Dios. El pueblo empezó a conocer a Dios, Dios lo liberó de Egipto, y una vez que está en camino a la tierra prometida, le dice, vos hiciste ya experiencia de Dios, sabes lo que es capaz ya Dios de hacer por vos, ahora Dios te invita a hacer alianza, a ir caminando juntos. Es decir, la alianza parte de una experiencia, yo tengo un camino recorrido. A uno no se le ocurriría hacer alianza con alguien que no conoce, que no sabe cómo es, que no le gusta. Sino con alguien que uno siente que comparte el mismo corazón y los mismos valores, o el mismo estilo de vida.
            Y esto que se da en la primera lectura, se da también en el evangelio. Escuchamos este relato tan conocido de la última cena, donde Jesús consagra ese pan, consagra ese vino, celebrando esa primera eucaristía, y termina diciendo, esta es la sangre de mi alianza, este es el pacto que yo hago con ustedes. Ahora, esta alianza tampoco la hace al principio, no es que cuando llama a Pedro, a Santiago, a Juan, les dice: vengan, yo quiero hacer una alianza con ustedes. Primero los invita a estar con Él, a que lo conozcan, a que sepan cuál es el camino que Él quiere recorrer, y después les dice, ahora sí quiero hacer una alianza con ustedes. Ahora que me conocen, que saben quien soy, los invito a hacer una alianza. Es decir, parte de esa experiencia profunda, que tienen de Dios.
Ahora, esta alianza que Jesús hace con nosotros, rompe todos los parámetros conocidos, explota todas las formas de alianzas que nosotros sabemos y conocemos. Porque en general una alianza es bastante pareja, uno dice bueno: yo pongo esto, vos ponés esto. Jesús en la alianza lo que dice es: Yo quiero hacer una alianza con vos, pero Yo soy el que da la vida, Yo soy el que entrego mi vida. Esa alianza con Jesús, no es un pacto, sino que se sella con la sangre de Jesús, con ese Jesús que da la vida, y dice: Yo voy a ser siempre fiel a esta alianza. Generalmente, en una alianza uno tiene miedo de lo que va a hacer el otro, porque una alianza se basa en la confianza, uno tiene que confiar en el otro, cuando uno se casa, cuando hace un vínculo, uno dice bueno: yo tengo que creer en vos, yo tengo que confiar, si no confío, nunca voy a animarme a hacer ese salto. En esta alianza, Dios nos dice a cada uno de nosotros, que confía en nosotros, que cree en nosotros, que confía y nos valora por lo que somos, y que por eso se anima a dar este paso, y que a partir de ahí, nos animemos a vivir.
Ahora, en esa alianza que Jesús sella de una vez y para siempre con nosotros, nos pide a nosotros que nos animemos a dar ese paso. La pregunta es, si yo confío de esa manera en Dios, para animarme a caminar con Él. Ahora, esa alianza también es después de haber hecho experiencia de Dios. Creo que todos nosotros, si miramos nuestra vida, tenemos momentos donde nos hemos encontrado con Dios y hemos hecho experiencia de Él. Bueno, esos son pequeños signos, de una alianza que Dios nos invita a hacer, que Dios nos invita a promulgar, a prometer, y a recordar día a día. Ahora, esa alianza, implica dos cosas, como les decía primero, la confianza, el animarme a confiar en Dios. Él confía en mí, ahora me pide que yo confíe en Él. En segundo lugar el compromiso, la fidelidad, el querer caminar juntos. En esto tenemos un grave problema nosotros porque sabemos que Dios es fiel, pero nosotros tenemos nuestros momentos, momentos en que somos más fieles, momentos donde a veces nos cuesta un poquito más, momentos donde nos caemos, momentos donde nos alejamos de esa alianza. Sin embargo, creo que como Jesús, sabía esto y tenía en cuenta esto, renueva esta alianza día a día. Fijense, Jesús sella la alianza en una eucaristía, y nosotros estamos celebrando una eucaristía acá. La celebramos todos los días, y cada vez que la celebramos, Jesús nos vuelve a decir: Yo hago alianza con vos, y nos vuelve a preguntar al corazón: ¿querés hacerla? Y tal vez nos surjan dudas o preguntas, porque decimos la última vez no pude, me costo… Pero Jesús nos dice, no te estoy preguntando eso. Yo te estoy preguntando de nuevo si hoy te querés comprometer, Yo te estoy preguntando de nuevo, si hoy querés confiar, no mires para atrás, mirá para adelante. Cada vez que nosotros nos animamos a venir acá, a presentarnos frente a este altar, frente a esta mesa de Jesús, Jesús quiere volvernos a invitar a hacer alianza con Él, Jesús quiere volvernos a invitar a ponernos en camino. Cuando Él dice: “Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre”, nos quiere volver a alimentar, para que podamos caminar con Él. Eso hacemos cuando lo recibimos, muchas veces sentiremos que no tenemos fuerza, que somos frágiles, que no podemos. Jesús me dice: no te preocupes, Yo puedo por los dos, yo mantengo esta alianza, yo te alimento para que puedas vivirla, para que puedas caminar conmigo.
Pidámosle entonces a Jesús, aquel que selló esta alianza con su vida, aquél que la renueva en cada eucaristía, que también nosotros, alimentados por Él, renovados por Él, podamos caminar y vivir siempre en esta nueva alianza que hace con nosotros.

Lecturas:
*Éx 24, 3-8
*Sal 115, 12-13. 15-18
*Heb 9, 11-15
*Mc. 14, 12-16. 22-26

Homilía: “Ustedes hicieron experiencia de Dios, nunca se olviden” - Santísima Trinidad

En la película Los Descendientes, que estuvo nominada para los últimos Oscars, George Clooney hace de Matt King, un empresario muy importante y tradicional de la zona de Hawai, que tiene todo un cimbronazo familiar, cuando su mujer, Elizabeth, tiene un accidente navegando y queda en coma. Y eso lo hace a él tener que volver a su familia. Él se dedicaba más a lo que era el trabajo, las finanzas, la economía de su familia, y frente a este drama que tiene su familia, tiene que volver a reunir a sus hijas, Alexandra y Scottie, juntarse con ellas, empezar a ver como caminar juntos en ese momento difícil. Y cuando las vuelve a reunir, siente esta dificultad de esa intimidad y esa cercanía que ha perdido con sus hijas. No sólo esa cercanía que ya había perdido con su mujer, que ahora está pasando por este drama profundo, sino también esa cercanía que ve que no tiene con sus hijas. Y entonces intenta volver a acercarse, recrearla, saber algo de ellas, pero encuentra también esa cerrazón del corazón, y tiene que empezar a hacer un camino para volver a entrar en esa intimidad de la familia, esta intimidad que todos deseamos, que todos buscamos en la vida.
Creo que si hay algo que todos soñamos, que todos tenemos como deseo en el corazón, es el poder compartir la vida con otros. Ninguno de nosotros fue hecho para estar solo. Ninguno de nosotros quiere estar solo. Podemos tener algunos momentos en la vida en que deseamos estar solos, que no nos molesten, pero no más que eso. Es más, creo que si nos dicen de irnos de retiro espiritual, una semana de silencio, decimos: “No, esto no es para mí”. Queremos charlar con alguien, poder compartir un rato. Porque el deseo profundo del corazón es estar con otros. Es más, creo que si cada uno de nosotros hiciera un repaso de su propia vida, y mirara a ver cuales son los momentos más plenos, más alegres que hemos tenido, es cuando hemos podido vivir una intimidad profunda. Cuando sentimos que hemos podido abrir nuestro corazón, y que el otro nos pudo abrir el corazón a nosotros, cuando sentimos que verdaderamente nos hemos encontrado. Y por eso corremos, andamos, buscamos, toda la vida, el poder volver a esos lugares íntimos de encuentro con los demás.
Creo que si miramos los momentos donde no estamos bien, que estamos enojados, de mal humor, que nos sentimos a veces angustiados, deprimidos, en general, casi todos tienen que ver con cuando estamos con problemas con los vínculos. Cuando vemos que no nos podemos abrir a los demás, cuando vemos que nos cuesta relacionarnos, cuando algunos vínculos que queremos vivir no están como queremos. Entonces vemos que eso nos pone de mal humor, nos molesta, y queremos sacarnos ese mal humor y no podemos. Porque el problema no es el mal humor, sino aquello que lo genera, esa causa. Y es por eso que también Jesús, en el camino de la fe, nos invita a lo mismo. Si algo hizo Jesús en el camino de la fe, fue mostrarles a esos discípulos esa intimidad de Dios. Él vino a nosotros para decirnos: miren, ese Dios que tanto buscan, que tanto desean, que tanto intentan encontrar es así, y hacer experiencia de Él, significa hacer experiencia de mí, encontrarse conmigo. Y a partir de ahí empieza a hacer un camino con los discípulos. Y después de que los discípulos tienen esa experiencia tan concreta de Jesús, la cual hasta a veces envidiamos, haber podido estar con Él, les dice, ahora hagan que todos los demás puedan sentir y hacer esta experiencia. Y por eso dice: vayan. Y ¿qué es lo que tienen que hacer?
En primer lugar, bautizar. Algo tan simple, supongo que todos los que estamos acá hemos recibido el bautismo. “Bauticen, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.” Ahora, la gran pregunta es, ¿qué significa estar bautizado? Y creo que estar bautizado significa sumergirse en una experiencia profunda de Dios. ¿Por qué nos bautizan con agua? Porque quieren mostrar ese sentido pleno del querer sumergirse en esa intimidad de Dios. En el bautismo, Dios nos dice a nosotros: “Yo quiero compartir mi vida con vos, Yo quiero que me sientas cerca, Yo quiero que te puedas encontrar conmigo”. Y nos pregunta a nosotros, si nosotros queremos compartir su vida. El problema que tenemos nosotros, es que casi ninguno de nosotros contestó que sí en el bautismo, nuestros papás contestaron. Pero a lo largo de la vida nos dicen, bueno ahora les toca a ustedes: “¿Quieren compartir la vida conmigo? ¿Quieren sumergirse en esa intimidad? ¿Quieren hacer de nuevo experiencia de aquello que quiero hacer con ustedes?” Y ese es el camino de la vida. Porque en el fondo es lo que deseamos. ¿Cuántas veces nos pasa que cuando estamos muy áridos en el corazón, o que decimos que no sentimos nada en la oración, decimos ¿qué es lo que pasa acá? Y, lo que pasa es que no me puedo encontrar en la intimidad con Dios, y quiero volver a ese momento. A esa Pascua Joven donde me encontré – los más chicos – a ese retiro en el que tuve esa experiencia fuerte, a ese momento en ese sacramento, a ese encuentro de oración, o lo que sea, donde yo sentí una fuerte presencia de Dios. El problema es que Dios no se encuentra para atrás, se encuentra para adelante. Y lo que tengo que intentar volver a hacer es, volver a poner mi corazón en Él, volver a abrirlo para poder encontrarme verdaderamente con Él, para sentir que le puedo hablar y que lo escucho en mi propia vida. Esta es la experiencia que Jesús hizo de su padre, y la experiencia que les invita a hacer a sus discípulos. Y esto es lo que dicen también las lecturas, Moisés hizo experiencia de Dios. Les transmite, Dios es como ese fuego que abraza, que da calor, que está ahí, que ustedes vieron obrar. Ustedes hicieron experiencia de Dios, nunca se olviden.
Pablo, les dice lo mismo, ustedes en Jesús han sido salvados, en Jesús y por Jesús, pueden llamar a Dios Abbá, padre, papá, es decir, pueden vivir esa intimidad, esa cercanía con Dios. Jesús los ha hecho hijos, vivan esa intimidad en el espíritu. Esto les dice Jesús a sus discípulos: vayan, bauticen y enseñen, y esa es la segunda tarea para todos nosotros. Es decir, como el paso del que hablábamos el fin de semana pasado, que tenemos que hacer en el espíritu, en un momento nos toca aprender, y en otro momento nos toca enseñar. Y lo primero que tenemos que enseñar es a vivir una experiencia. Creo que todos nos hemos sentido atraídos por Dios, no porque nos dieron una enciclopedia o un libro, sino porque alguien nos compartió una experiencia. Entonces en primer lugar nos toca a nosotros compartir nuestra experiencia, en segundo lugar nos toca formarnos, nos toca aprender, porque sólo aprendiendo puedo enseñar. Porque sólo teniendo algo en el corazón, se lo puedo dar a los demás.
            Hoy estamos celebrando esta fiesta, este misterio, que es la Santísima Trinidad, que como muchas veces dijimos, es muy difícil de explicar. Tal vez porque no hay que explicar, tal vez hay que vivir, tal vez hay que hacer experiencia de Dios en el corazón, y creo que todos tenemos hecho ese camino.
            Pidámosle entonces hoy a Jesús, que podamos descubrir todos esos momentos profundos de experiencia que tuvimos de él, que podamos mirar hacia delante, que podamos pedirle a ese Espíritu que nos ayude a volver a encontrarnos en la intimidad con este Dios, y que como les pidió a sus discípulos, también nosotros nos animemos, a poder llevar esa experiencia a los demás.

Lecturas:
*Deut 4, 32-34. 39-40
*Sal 32, 4-6. 9 18-20. 22
*Rom 8, 14-17
*Mt 28, 16-20