jueves, 5 de julio de 2012

Homilía: “No temas, basta que creas” – XIII domingo durante el año



Hace poco salió una película que se llama Prometeo, creo que todavía esta en cartel, que comienza cuando Charlie y Elizabeth encuentran una cueva de una civilización antigua, con imágenes. Hay una imagen que tiene unos hombres dibujados, con un mapa estelar. Y descubren que tiene muchas coincidencias con otras culturas, también antiguas. Es por eso que van en una nave espacial, con una tripulación, a encontrar de alguna manera este mapa estelar. Cuando están por llegar reúnen a toda la tripulación que habían llevado, con científicos de distintos lugares y especialidades, y les cuentan que han venido hasta acá porque han encontrado este mapa en imágenes de muchas civilizaciones antiguas, cómo es que distintas culturas tienen mismos signos. Entonces una de las personas que los escuchaba dice, "¿entonces estamos aquí porque encontraron un mapa?" A lo que Elizabeth responde: "No, estamos acá por una invitación que nos hicieron." "¿Una invitación de que quien?" "De nuestros padres, de quienes nos crearon." Entonces él le pregunta: "¿Cómo es posible esto?" A lo que ella contesta, “esto es lo que yo creo”. Es decir, ella ha puesto la fe en aquello que fue descubriendo, en aquello que vio como testimonio en unas cuevas diferentes.
Ahora, ahí plantea la fe como si fuera únicamente un estado: creo o no creo. Y creo que esto también nos sucede a nosotros, también muchas veces nos planteamos la fe como un estado. ¿Creo o no creo? Antes creía mas, ahora creo menos… Sin embargo la experiencia nos muestra que la fe no es un estado, sino que en primer lugar es un vínculo. Es un vínculo que hacemos con alguien o con algo, si es que es una cosa en la creemos. En segundo lugar es todo un camino, un proceso que tenemos que hacer. Porque no se trata de si creo o no creo en algo, sino el proceso que mi corazón tiene que ir haciendo a lo largo de la vida. Porque si fuera solamente por lo evidente, a veces pareciera que cuando somos más grande creemos menos que cuando éramos chicos. Alguna vez me han dicho, "cuando tomé la primera comunión tenía más fe que ahora." Pregunto, ¿y por qué creías más? "Porque no me cuestionaba nada." Bueno eso es normal, cuando uno termina la primera comunión, todo es más evidente, uno no se cuestiona tanto, sino que apela a la confianza. Cuando uno crece se va haciendo cada vez más preguntas, le van surgiendo dudas, empieza a ver cómo son las cosas. Y esto es sano. ¿Y por qué es sano? Porque uno tiene que ir creciendo. Porque el proceso de la fe implica ir dando saltos, no es un estado que tiene que quedar inalterable desde que somos chiquitos. Podríamos decir que es lamentable si yo, a mi edad, tengo la misma fe que cuando tomé la primera comunión. Si quiero poner mi esperanza, mi confianza, mi fe en Jesús, tiene que ir madurando y creciendo. Lo cual no significa, que no tenga momentos duros, difíciles, de preguntas, de noche oscura, como dicen muchos santos. Y creo que este evangelio es un ejemplo de las diferentes etapas que uno puede ir viviendo en la fe.
Hay cuatro etapas que se diferencian más claramente. En primer lugar, todas estas personas que caminan alrededor de Jesús. Van caminando, pero con diferentes intenciones, de diferentes maneras. De hecho, hay un momento en que Jesús dice, "¿quién me tocó?" Y los discípulos le dicen, “Maestro, estás rodeado de gente, y preguntás quién te toco.” No tiene mucho sentido esto. Pero Jesús descubre, en ese tocar, que hay alguien que está por una razón diferente. Y acá notamos dos cosas diferentes. Por un lado, mucha gente que camina con Jesús, pero camina tal vez porque le dijeron algo, tal vez porque Jesús estaba de moda, porque la gente lo escuchaba, y se acercaba para ver qué pasaba, pero no para mucho más que eso. Casi como Zaqueo en el evangelio, quiere ver pasar a Jesús, quiere ver qué pasa, quiere ver "quién es ese". Pero sin comprometerse mucho.
Sin embargo, hay un paso más, un diferente estadio en la fe, que es el de esta mujer. Ella lo toca con la confianza de que con sólo tocar su manto quedará sanada. Y en ese tocar pone su confianza en lo que Dios, en Jesús, le puede dar. Esto que también nosotros hacemos muchas veces. Le pedimos cosas a Jesús, rezamos y esperamos que nos dé diferente dones. Sin embargo, si mi fe se queda solamente ahí, tiene un problema porque no siempre Dios responde a lo que yo le pido, de la manera que espero. Me acuerdo, hace varios años, que le pregunté a una persona cercana si iba a venir de nuevo este año a caminar a Luján conmigo. Y me contestó que no porque el año pasado había caminado a Lujan, había hecho una promesa y Dios no se la había cumplido. Es decir, ¿qué es lo que estoy esperando de Dios? Los dones, lo que él me da. Mi fe está por los dones que él me pueda dar a mí.
Pero Dios nos pide un paso más en la fe, que no sea solamente por los dones que Él me puede dar. A lo que me invita es a un encuentro más profundo, cuando dice a la mujer: “Tu fe te ha salvado”, (o sanado, es la misma palabra, proviene de la misma raíz en griego). Y en esa salvación, Jesús la invita a un vínculo personal, que también es un paso más en la fe. Ir a Jesús por el encuentro personal con Él, ya no buscando los dones que Dios me puede dar, sino el gran don que Dios es para nosotros; lo busco a Jesús. A veces me dará cosas, a veces no; a veces entenderé, a veces no; a veces tendré consolación en el corazón, a veces tendré desolación. Pero el estar con Jesús me cambia la vida, y por eso quiero estar con Él; puedo hacer un salto en la fe. Y ya no depende de que las cosas vengan viento en popa, de que todo salga como yo quiera, sino que depende de que yo quiera estar con Jesús, de que necesito estar con Jesús. Y ese sería como un tercer estadio en la fe, ya lo que buscamos es el encuentro personal, que brota necesariamente del corazón, es esa persona con la que necesitamos estar.
Por último, Jesús nos invita a un estadio más, que es lo que pasa en esta historia con Jairo. Jairo va a buscar a Jesús, por lo mismo que esta mujer. Va y le dice, "mi niña está enferma, ve, imponle las manos, tócala que sé que la podes sanar". Sin embargo, en este camino que Jesús va haciendo con ellos, en el que se detiene y tarda, le dicen: "No lo molestes más, porque tu hija murió". Y Jesús le dice, “No temas, basta que creas.” Lo invita a dar un salto en la fe. Y ¿qué es eso de que “no teman”? Es que se anime a crecer y a descubrir quién es Jesús, que es el paso último. Ahí donde todo parece que se acaba, ahí en ese lugar de muerte, donde parece que todo terminó, Jesús también da vida. La pascua de Jesús, creer en esa pascua de Jesús, es vivir el último estadio de la fe. Ahora, la Pascua no es solamente creer en que el día de mañana voy a resucitar, sino que también es creer que podemos vivir como resucitados acá, es creer que Jesús puede cambiar las cosas acá, que las puede transformar. Es pensar que donde hay dolor Él puede traer consuelo; que donde parece que todo es oscuro, pesimista, que hay desesperanza, puedo ser optimista, puedo tener esperanza, puedo confiar en Jesús. Es pensar que donde me defraudaron, hay alguien que me dice: "volvé a intentar, volvé a confiar, cambiá las cosas". La esperanza cristiana invita a un salto más, y eso es poner la fe en Jesús acá. Y eso es vivir como resucitados, descubrir que ya no quedo apegado a los resultados parciales de acá, sino que voy creyendo en este Jesús que nos invita siempre a algo nuevo. Es la fe de cuando Jesús resucita. Si ustedes recuerdan, en cada una de las apariciones, Jesús va a decir lo mismo que le dijo a Jairo: no teman. Esa fe que Jesús le pide a Jairo, es la que le va a pedir siempre a los discípulos como resucitado: basta que crean. Es el salto que también nos va pidiendo hoy a nosotros.
Creo que el trabajo que podríamos hacer todos esta semana, es mirar dónde está mi fe. En qué parte de este camino, de este proceso, me encuentro hoy. Pero para esto tiene que haber una condición, porque lo primero que hacemos siempre nosotros cuando nos miramos es juzgarnos, y esto no hay que hacerlo. En ningún momento Jesús reprocha ninguna de la fe que esas personas tienen, ese es el momento del proceso en el que están. Tal vez, lo que podemos hacer es mirar en qué momento de mi fe estoy, y cuál es la invitación que Jesús me hace. Puedo darle gracias por esa fe que tengo y puedo lanzarme a buscar aquello que hoy me invita a conquistar, aquél paso que me invita a dar, aquél paso que es un don, porque la fe lo es.
Pidámosle entonces hoy a esta mujer, pidámosle también a Jairo, aquellos que se animaron a poner su fe en Jesús, que también nosotros, como ellos, escuchemos esa voz de Jesús que nos dice: "no temas, basta que creas."

Lecturas:
*Sab 1, 13-15; 2,  23-24
*Sal 29, 2-6. 11-13
*2 Cor 8, 7-15
*Mc 5, 21-43

lunes, 2 de julio de 2012

Homilía: “Desde el seno de tu madre yo te elegí” – Nacimiento de San Juan Bautista


Bueno, como ustedes saben, uno de mis hobbies y mis pasiones es ir al cine. Esto es algo que tengo como innato, desde chiquito, casi como Juan Bautista, desde el seno de su madre. Y me acuerdo de cuando era chiquito, que cuando veía una serie o una película sobre superhéroes o leía algún comic, una de las cosas que más me gustaba era la historia que había atrás de esa persona. No sólo los acontecimientos que iban pasando sino, por ejemplo en Superman, cómo nació, cómo llegó a la tierra, cómo fue su familia; me surgían dudas, me quería preguntar sobre cada uno de esos temas. Y así con cada personaje. Al leer la historia uno conocía un poco más sobre la historia de esa persona, sabía quien era, cómo había nacido y cómo había crecido. Esto que a muchos nos gusta hoy al leer una biografía de una persona importante: ¿Cómo llegó hasta acá? Porque esto de alguna manera se tiene que haber forjado; de alguna manera tiene que haber ido creciendo en su vida y en su corazón, para llegar a ser lo que hoy es.

             Esta curiosidad que nos nace a nosotros, les nació seguramente también a las primeras comunidades cristianas. Hablo de curiosidad, porque en realidad cuando ellos conocieron a Jesús o Juan el Bautista, los conocieron ya adultos. El testimonio que tenemos de Jesús, es a partir de que Jesús comienza a predicar, da la vida, muere y resucita para darnos vida. Al conocer a Jesús, quisieron saber de los orígenes, quisieron saber cómo había nacido, cómo se había criado, cómo él había crecido, quién era su madre, quiénes eran sus parientes.

Esto mismo sucede con Juan el Bautista. Fue una persona que cautivó tanto en su momento, que llamó tanto la atención en el mundo judío, que quisieron retrotraerse a sus orígenes. ¿De dónde viene esta persona? ¿De donde nació? Y es por eso que hoy estamos celebrando el nacimiento de San Juan Bautista. Es tan central en la historia de la salvación, que es uno de los únicos dos santos que celebramos su nacimiento. El otro santo es María, el otro con el quizás podríamos compararlo es justamente la madre de Jesús. Y fue tan central su lugar que hoy estamos celebrando esta fiesta. Esto nos muestra desde sus orígenes, este cuidado especial que Dios tuvo por la persona de Juan. Cuando nos quiere mostrar quién es, nos muestra que ya fue elegido desde el seno de su madre. Como cantaba el salmo recién: “…desde el seno de tu madre yo te conocí, yo te elegí, desde ahí te fui gestando…”. Creo que si uno mira el nacimiento y la infancia de todos los personajes centrales del Antiguo y del Nuevo Testamento, ve en primer lugar, que hay una elección especial. En este caso nos narra dos hechos milagrosos y sorpresivos. Primero, sus papas; Zacarías e Isabel eran personas mayores, no podían tener hijos; sin embargo, Isabel también concibe y puede dar a luz. En segundo lugar, su nombre. En la tradición judía, el nombre que se les ponía a los chicos era el nombre del abuelo. En este caso, como Zacarías era ya una persona mayor, lo que correspondía era ponerle su nombre, Zacarías. Sin embargo, él dice: “No, se llamara Juan”.  En nuestra tradición, en la que el nombre se elige y no hay ningún problema, esto no llama tanto la atención. En este caso, tener un nombre distinto, muestra que ya hay una elección: Dios cambia hasta el nombre de la persona. Podemos verlo con cualquier persona importante: Saulo pasó a ser Pablo, Simón pasó a ser Pedro. Cuando Jesús los elige, cuando Dios los elige, los cambia de manera tan radical que les cambia hasta el nombre. En ese caso pasa lo mismo con Juan.

                Sin embargo, esta alegría que estamos celebrando por este nacimiento tan especial, es por lo que él vivió, por lo que él hizo. El libro de Isaías nos dice que la elección será para que esa persona sea testigo de las naciones, de alguna manera, testigo de la luz. Y Juan, si hay algo que hizo durante su vida fue ser testigo de Jesús, abrir caminos.

                Cuando uno lee el Nuevo Testamento, la persona de Juan fue cobrando cada vez tal magnitud, que cada vez tuvieron que explicar más quien era Juan entorno a Jesús. Si ustedes leen el primer evangelio que se escribió, que es el evangelio de Marcos, dice que Juan bautizó a Jesús. Sin embargo, cuando vamos avanzando, tienen que empezar a explicar. En primer lugar porque es medio raro que Juan bautice a Jesús. Y Juan tiene que empezar  a explicar: “Yo no soy la Luz, yo no soy el Mesías, yo no soy aquel que ustedes esperan, yo vengo solamente a preparar el camino.” Y nos muestra en Juan, esta tensión que a veces en la vida es muy difícil descubrir en cada uno de nosotros: no importa qué es lo que hago; porque por lo que hace, Juan ya es elegido por el pueblo (“¿Vos sos el que esperábamos?”); sino saber quien uno es. Yo no me defino por mis acciones, sino por quien soy. Como Juan está convencido de quién es, no necesita que lo reconozcan por sus acciones. Y cuando lo reconocen, tiene la capacidad de decir, “Yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Juan está asentado sobre quién es, y a partir de ahí surgen sus acciones. Por eso mismo es que puede hacer o no, decir que sí o que no. Porque tiene confianza en uno mismo. Esto que muchas veces a nosotros nos cuesta; porque en el fondo, si hacemos bien o mal las cosas, si nos dicen que hacemos bien las cosas o no, si nos reconocen o no, es lo que nos da autoestima, nos ayuda a crecer. Porque lo que más nos cuesta es profundizar de tal manera que podamos descubrir quiénes somos. Gracias a Dios, o por obra de Dios, esto Juan lo tiene resuelto. Y por eso se anima a anunciar con total convicción quién es Jesús, aún hasta dar la vida; se anima a ser testigo. Y creo que de la misma manera, Jesús hoy nos invita a nosotros. Nosotros no somos precursores, pero sí somos testigos, igual que Juan; y de la misma manera se nos invita a que nos animemos a dar testimonio de nuestro ser cristiano. Pero para eso tenemos que descubrir en lo profundo de nuestro corazón, como Juan, qué significa ser cristiano, y a partir de ahí, animarnos a anunciarlo.

                Dicen que cuando nació Juan, se preguntaron: ¿Qué llegará a ser de este niño? Si es totalmente histórica o no esta pregunta, no lo sé, pero lo que sí podemos decir es que eso se dio por lo que Juan hizo después. Seguramente al ver todo lo que vivió e hizo Juan, pensaron que ya de niño se habrían dado cuenta que esta persona iba a ser así. Y creo que eso sí está a nuestro alcance. Preguntémonos nosotros cuál es esa elección que tenemos desde el nacimiento, es según cómo vivimos, según cómo anunciamos, según cómo vamos encarnando esos valores del evangelio en nuestro corazón. En el fondo, según quienes somos.

                Animémonos entonces como Juan a ser testigos de Jesús. Animémonos también como Juan a abrir caminos en la vida de los demás, para que también, de alguna manera aquél que es la Luz, que es Jesús, pueda entrar, pueda afianzarse, pueda crecer en el corazón de los demás.



Lecturas:

*Is 49, 1-6

*Sal 138, 1-15

*Hch 13, 22-26

*Lc 1, 57-66. 80.