viernes, 30 de noviembre de 2012

Homilía: “Mi realeza no es de este mundo” – Cristo Rey


Hoy estamos celebrando la fiesta de Cristo Rey, esta fiesta de Jesús como rey del universo. Un título que fue siempre muy complicado de aplicar a Jesús, tanto en el evangelio como en la historia de la Iglesia. ¿Por qué? Por las connotaciones que tiene, por lo que significa y por lo que uno está acostumbrado a ver. Y es por eso que llevó todo un largo camino. En la Iglesia esta fiesta tiene menos de cien años, fue instaurada hace poco; cuando, podríamos decir que de alguna manera, la mayoría de las monarquías más conocidas para nosotros habían caído, y no estaba más el riesgo de confundirlo.
En el caso de Jesús, esta es la primera vez en el evangelio que Él va a aceptar este título. Lo va a aceptar en un momento donde ya los caminos se han cercado, donde nadie puede ya confundir qué es lo que Él está diciendo. Es más, no sé si recordarán, hay otros textos donde dice que Jesús se escapaba porque querían hacerlo rey. Él esquivaba este título por todo lo que significa, y todo el peso que uno pone sobre la palabra.
Es por eso que uno tiene que tener siempre mucho cuidado en qué es lo que quiere decir y qué es lo que quiere transmitir; qué es lo que está detrás de un título, de una frase, de algo que aplicamos al otro. Porque las cosas que nos dicen nos condicionan. Por ejemplo, si uno le dice todo el tiempo a alguien que no lo quiere, que es tonto, después es muy difícil dar vuelta eso, que la otra persona se sienta valorada, que la otra persona se sienta una persona inteligente; eso condiciona. No sólo nuestra manera de mirarlo al otro, sino la manera con que el otro lo mira. Y en el caso de Jesús, pasa exactamente lo mismo.
Jesús no tiene problema con el título, tiene problema con la manera que nosotros lo miramos y descubrimos que Él quiere este Reino. Es más, en este evangelio ya tenemos dos ejemplos porque cuando Pilato quiere sacarse la cuestión de encima, como ustedes saben, esto es en la pasión de Jesús, lo llevan a Jesús hasta ahí, y la pregunta de Pilato es clara: ¿Sos rey o no? Si sos rey te tengo que matar, si no sos rey, terminemos rápido con esto. Lo primero que le pregunta Jesús a Pilato es “¿lo dices por tí mismo o lo dices por los otros?” Porque ya es diferente. Una cosa es el reinado que esperaban los romanos, era Tiberio el emperador en ese momento, y la manera que miraban a los reyes, a los emperadores; y otra cosa es el reinado que esperaban los judíos. Los judíos esperaban que Dios fuera su rey, que Dios reinara sobre ellos. Es por eso que ya desde lo más próximo a Jesús, hay dos miradas muy diferentes de esto. Al final, Jesús frente a la insistencia de Pilato, termina diciendo, “Tú lo dices, Yo soy Rey, y mi reinado es un reinado de la verdad”.
Es decir, el reinado de Jesús se quiere traducir en esa verdad que desde Dios Jesús nos quiere transmitir. Y hay algo nuevo en Jesús, que es esa imagen de Dios que nos invita a tener. Ahora, para eso, Él tiene que romper con todas las formas tradicionales, y eso es lo difícil. Tal vez si hay una cualidad que podríamos aplicar a Jesús es la creatividad. Jesús mantiene muchas de las cosas que su pueblo creía, pero de una manera nueva y de una forma nueva. De una manera totalmente diferente, y tan creativa y tan novedosa que siempre fue muy difícil de entender para ellos. Y no sólo fue difícil de entender para el pueblo, fue difícil de entender hasta para los apóstoles: ¿Qué es lo que vos nos pedís? ¿De qué manera? ¿De qué forma? Y pide cosas que todos nosotros pediríamos para nuestra familia. Que sean transparentes, que sean generosos, que sean honestos, que sean buenos. Que transmitan a Jesús, que transmitan a Dios. Que abran el corazón, que no sean violentos, que sean hombres y mujeres de paz.
Sin embargo, una cosa es decir la palabra, y otra cosa es después vivirlo. Porque ahí es cuando siempre se nos dan, a nosotros mismos, como estos cortocircuitos. Y es por eso que Jesús tiene que ir dando como pasos muy concretos. Es decir, en primer lugar Él tiene que dar testimonio de lo que espera y de lo que cree, de qué manera quiere que sea. Casi como diciendo, primero mírenlo en mí. Primero vean de qué forma quiero Yo que sea este Reino. Segundo de qué forma quiere transmitirlo. Jesús nunca se impone, nunca es por medio de la violencia, nunca es por medio de la coacción. Es una verdad que se tiene que transmitir, que le tiene que dar libertad al otro, que es el otro el que la tiene que descubrir. Y eso también nos cuesta a nosotros, porque cuando desde la libertad del otro, el otro dice que no, y a nosotros nos cuesta muchísimo. Cuando de la libertad de un pueblo, un pueblo elige leyes, formas de ser, maneras de vivir distintas de las que nosotros como cristianos esperamos, también nos cuesta.
Ahora, la pregunta es, ¿tenemos que cambiar por eso la forma de transmitir? ¿Jesús nos está pidiendo otra forma de transmitirlo? Tal vez nos está pidiendo otra manera de vivirlo y de dar testimonio,  eso sí. Pero tenemos que tener siempre ese respeto. Jesús aún en ese momento que era mucho más difícil, nunca impuso las cosas, siempre las quiso transmitir. Y de esa manera, que es el camino de Dios y el camino de Jesús. Por eso podríamos decir que cuando Él dice “mi realeza no es de este mundo” es porque acá no se vive de la forma de Él quiere y espera, pero sí espera que ese Reino, en el corazón de cada uno, empiece a ser germen, empiece a cambiar, empecemos a transmitirlo.
Creo que tal vez la manera de transmitir las cosas es ver qué es lo que queremos. Y si los medios que ponemos para eso, están acorde a eso que queremos. Jesús es muy claro, quiere el Reino de Dios, pero la manera de llegar y de dar testimonio es esta, no hay otra. Es la que Jesús nos muestra y nos elije. Casi nosotros podríamos hacer lo mismo en las cosas nuestras. Bueno, no sólo en algo grande que a veces está fuera de nuestro alcance como qué país queremos, sino bueno, qué comunidad queremos, como habíamos hablado; qué familia queremos; cuáles son los medios que yo voy a poner; cómo voy a transmitir ciertos pilares, ciertos valores; cómo voy a mantenerme firme en ellos a pesar de todo.
Esto, como les decía, tiene lo lindo y lo fascinante de poder uno, desde la libertad ir construyendo la dificultad que muchas veces tenemos todos nosotros en mantenernos fieles a esos valores, a esos ideales. Jesús dice en el salmo, “gusten y vean qué bueno es el Señor”, y dice eso porque es la manera de transmitirla, desde el gusto que uno siente por las cosas, desde la bondad que uno le transmite a otro. Creo que a lo que nos invita hoy es también a tener gusto por el Reino de Dios, a saborear esas cosas para encontrándole el gusto, poder llevársela a los demás.
Pidámosle a Jesús, aquél que es nuestro Rey, aquél que nos viene a mostrar cómo quiere que vivamos y seamos en su Reino, que nosotros podamos dar testimonio de ese Reino que Él nos transmite.

Lecturas:
*Dn 7, 13-14
*Sal 92, 1-5
*Ap 1, 5-8
*Jn 18, 33-37

lunes, 19 de noviembre de 2012

Homilía: “Nadie sabe ni el día ni la hora” – domingo XXXIII durante el año


En la película 2012, que lleva el nombre de ese año, un grupo de geólogos descubre por enésima vez en la historia, que se está por acabar el mundo, que en el 2012 el mundo va a terminar, en consonancia de lo que es para algunos, el término del calendario maya en diciembre de este año, así que nos queda poquito. Y lo que empiezan a hacer son unas grandes barcas para poder salvar a una minoría. Para poder salvar a un grupo de humanos, donde, en paralelismo con el Arca de Noé, todo comenzará. Sin embargo, es un poco complicado, porque la entrada para esta arca salía mil millones de euros, así que empiecen a ahorrar. Bueno, comienza a pasar toda una serie de cataclismos, de cosas que venían esperando, con efectos especiales de todo lo que va a pasar.
Hubo dos cosas que me llamaron mucho la atención de la película. En primer lugar, cómo todo siempre lo queremos controlar nosotros. En la película Dios no aparece. Es cómo los hombres podemos controlar, aun lo que parece que es el fin del mundo, lo que no podemos controlar. En cada una de las muchas películas en las que pasa esto, siempre hay una manera que parece que tengo que acceder y descubrir, para poder salvar aunque sea a un puñado de la humanidad, y para poder volver a comenzar.
En segundo lugar, parece que la salvación es siempre para los ricos. Uno se ríe de esto, y piensa, no es tan así, pero casi aparece hasta en la Biblia, cuando Jesús dice al joven rico, qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos, ¿quién se va a salvar?, preguntan los discípulos. Pareciera que la salvación es para algunos, y nada más que para aquellos que tienen plata.
Sin embargo, la vida y el camino de Jesús nos muestran cómo esto es totalmente distinto, nos viene a decir, a diferencia de muchas de las sectas y religiones: Yo quiero que todos se salven. El deseo de Jesús es cómo todos podemos poner el corazón en ese regalo que Jesús quiere hacer de la salvación.
En segundo lugar, siempre empieza por los más pobres. El camino de Jesús siempre es por aquellos que menos tienen, por aquellos que son necesitados en todo sentido, no sólo en lo económico, sino de aquel que tiene esa apertura de corazón a Dios, aquel que sabe poner la vida en Aquel que viene a nosotros.
Esto es lo que sucede en este evangelio donde la gran pregunta frente a esto y frente a Jesús es cuándo se va a acabar el mundo, cuándo va a terminar. Porque va a terminar, eso es algo que sabemos, no sólo por la fe, sino que lo dicen los geólogos, los que estudian. Nuestro mundo en algún momento se va a acabar. Pero nosotros queremos, como decía antes, controlar todo. Saber el momento, la hora, casi como si nos pudiéramos preparar para esto. Como si sabiendo que van a ocurrir, pudiéramos prepararnos en el corazón para las cosas importantes.
Ahora, la gran pregunta es ¿yo me preparo para las cosas importantes en la vida porque sé cuándo van a ser? O ¿voy toda la vida caminando en eso, voy poniendo el corazón en aquello que es importante? ¿Tengo que saber cuándo va a ocurrir o voy caminando de esa manera y en ese sentido? Porque pareciera que solamente me preparo de esa manera cuando llega el momento. Eso hace lugar a otra pregunta, hacer eso es un esfuerzo, pareciera que las cosas importantes no son tan importantes porque me preparo cuando llega el momento, pero el resto del tiempo no importa, necesito hacer otras cosas. Que sí decimos, bueno, son más triviales, mundanas, cotidianas, no tan importantes, pero a las cuales nos aferramos más. A las cuales las tomamos más en nuestra mano. Porque, como decía antes, necesitamos saber el momento, la hora, en que las cosas van ocurriendo.
Sin embargo, sabemos que la vida no es así, que la vida nos va sorprendiendo constantemente, que a lo largo del camino, cuánto más queremos controlar las cosas, menos lo podemos hacer. Es por eso que tenemos que animarnos a poner el corazón en aquellas cosas que llenan nuestra vida. Como hemos hablado varias veces, la urgencia de lo cotidiano, el deseo muchas veces mundano de que pareciera que si no hago algo se acaba el mundo y por eso lo tengo que hacer hoy sí o sí, no nos deja poner el corazón muchas veces en aquello que verdaderamente le da sentido a nuestra vida, que nos colma, que nos da plenitud. Y es por eso que creo que tenemos que frenar un poquito en nuestro correr cotidiano para ver qué es lo central y lo importante en lo cual tenemos que poner nuestro corazón, nuestra vida, y caminar.
Esta tensión que nosotros sentimos entre el querer saber, y que no podemos saber no sólo el día final de la historia, sino qué va a ocurrir mañana con cada uno de nosotros, pasa también en la Biblia. Tal es así que si uno lee con detenimiento, acá hay cosas que son contradictorias porque en un versículo dice: “no pasará esta generación sin que Dios haya vuelto, en Jesús”, y no pasó esa generación, sino que pasaron ciento cincuenta generaciones después de esa. Y a los dos versículos dice, “nadie sabe ni el día ni la hora”. Es decir, esa tensión es siempre nuestra. Y cuando se recicla, como se recicló en el año 2000, como se recicló en el 2012, como no va a pasar nada el mes que viene y va a reciclarse no sé cuándo, queremos saber siempre, queremos controlar las cosas.
Ahora, la vida no se da en el controlar sino en el confiar, en el abrir el corazón y abrirnos a los demás. El confiar se da en las cosas importantes. Acá, dice Jesús que “cielo y tierra pasarán”, es decir, todo pasa, “pero mis palabras no pasarán”. Hay cosas en la vida que no pasan, hay cosas en la vida que perduran, y eso que la vida no perdura para siempre. Un día va a terminar. Todos vamos a morir algún día. Nosotros, sus hijos, nietos, algún día va a pasar. Pero lo que va a quedar es verdaderamente aquello que hayamos sembrado. Y lo que vamos a sembrar no es aquello que queremos controlar y que queremos tener perfectito sino aquello que nos animamos a dar. Aquel amor, aquel cariño, aquel gesto.
Creo que todos tenemos la experiencia, por lo menos los que somos un poco más grandes, de haber perdido seres queridos, o si no tenemos esa experiencia de que amigos o personas que estuvieron muy cercanas a nosotros en algún momento no están, o están lejos, o no los podemos ver tanto. Y ¿qué es lo que nos queda en el corazón? Nos quedan aquellas cosas importantes que supimos sembrar. Nos queda el cariño, nos queda el amor, nos queda lo que día a día pudimos irnos dando uno al otro, y justamente, lo que no podemos controlar. Porque el amor por definición es: yo me quiero dar. Y para amar tengo que confiar en el otro y el otro tiene que confiar en mí. Porque el amor se basa en la libertad, en el querer entregarme con todo el corazón, y eso es lo que no va a pasar. Es por que a lo que Jesús nos invita es a poner el corazón en aquellas personas que llenan nuestra vida.
Si yo les preguntase, y me lo preguntase hoy, “miremos para adelante en el futuro, ¿en qué pensamos?” Muchas veces lo que llena mucho nuestra cabeza son las cosas materiales, cómo puedo lograr esto, cómo puedo llegar a esto, eso va a pasar todo, no va a quedar nada, ni las cenizas van a quedar. Sin embargo, nos perdemos el pensar, cómo quiero estar o cómo quiero caminar con aquellas personas que amo, con aquellas personas que me quieren y que me aman.
Ahora, el problema es que cuando miramos el futuro, no pensamos en el otro. Jesús les dice, Yo soy el futuro. El que va a venir es el Hijo del Hombre, no es que va a venir plata, cosas, Yo voy a venir a ustedes. Para vivir ese futuro tenemos que aprender a vivirlo hoy. Para encontrarnos con la alegría de que Jesús viene a nosotros, tengo que encontrarme con la alegría de que Jesús vino a mí hoy, que hoy me pude encontrar, que hoy lo pude disfrutar, que hoy lo pude compartir. Y eso es lo mismo con los demás. Es aprender a encontrar, día a día en el corazón, aquello que me da. Porque algún día lo voy a perder, y no tengo que ser Nostradamus ni nada para darme cuenta de eso. El problema es que la tensión es siempre la misma, me vuelvo a aferrar a lo cotidiano, a lo urgente, a lo que creo que hoy es importante y voy dejando de lado aquello que sí verdaderamente es importante, aquello que puede llenar el corazón, aquello que no va a pasar.
Me pasa a veces cuando hablo con personas mayores, que les pregunto, cuando están un poco desilusionadas ya con el paso del tiempo, qué es lo que esperan. Y siempre me dice: espero encontrarme con mi marido o con mi mujer en el cielo. Es decir, cuando todo va pasando y ya no me puedo aferrar a nada, lo que quiero es encontrarme con aquel que amo, con aquel que quiero. Lo lindo sería que podamos disfrutarlo antes acá, no que me dé cuenta cuando todo se está perdiendo y cuando se me acaba el tiempo, sino que desde hoy lo pueda gozar e ir tomando como herencia día a día y de ir acumulando en mi corazón todos aquellos gestos de cariño, de amor que verdaderamente no pasa, que trasciende todo, y que aun cuando yo o el otro no estén lo vamos a recordar, lo vamos a tener siempre. Por eso no importa el día ni la hora. Lo que importa es lo que hago, lo que vivo y cómo vivo, eso es lo que no pasa, eso es lo que perdura. Ese es Jesús. Esos son los que queremos y los que amamos.
Pidámosle hoy a Jesús, aquel que dio la vida por nosotros, aquel que no le importó el día ni la hora en la que tenía que dar porque lo hizo amando, que también nosotros no pongamos la atención en aquellas cosas que son curiosas, que no valen la pena, que pasan, sino aquellas cosas que nos pueden dar plenitud, que nos alegran, que podemos disfrutar, que llenan nuestro corazón.

Lecturas:
*Dn 12, 1-3
*Sal 15, 5-11
*Heb 9, 24-28
*Mc 13, 24-32

lunes, 12 de noviembre de 2012

Homilía: “¿Estoy dispuesto a darlo todo?” – domingo XXXII durante el año



Mi hobbie de las películas ya lo conoce, pero voy a hablar de otro que es el deporte, junto con la lectura. El año pasado leí una biografía de Rafael Nadal, supongo que la mayoría lo ubican, uno de los tenistas más importantes de este momento. Y una de las cosas que a mí siempre me llamó más la atención de su figura es la humildad que él tiene cuando declara, cuando habla, cuando habla muy bien de los demás, cuando reconoce lo que el otro ha hecho, cuando dice, esto es fruto del trabajo de un equipo, de mucha gente. A uno le puede gustar más o menos su juego, pero en la manera de proceder, de referirse al otro, siempre es una persona muy correcta. Y leyendo su biografía uno encuentra un poco de donde nace eso, y en una de las partes cuenta su madre que le pasa mucho que la gente se le acerca y que le dice, “te felicito por tu hijo”. Y ella, la respuesta que da es, “¿Por cuál de los dos?” En realidad es muy claro por quién se lo están diciendo, no sólo por quién es Rafael, sino también porque la otra es mujer. Sin embargo, ella dice que para ella los dos son importantes, y para ella ha sido tan importante cuando Rafael ganó Wimbledon, como cuando su hija se recibió en la facultad. Porque ve todo el camino que hicieron, todo lo que entregaron para poder vivir ese objetivo. Lo que pasa es que uno en general mide de otra manera en el mundo, y no aprende a mirar como mira esa madre, o tal vez todas las madres, que miran el corazón y el esfuerzo que hace. No qué tiene más luz, que da más fama, que es más canchero, sino aquello que es un esfuerzo, y que no importa cuál es el resultado o el éxito a los ojos de los demás. Sino en el camino que uno tiene que hacer. Y aún podríamos decirlo con cosas menores, aprender a mirar el corazón. Estamos hablando de uno de los tenistas más importantes de la historia. Sin embargo, nos muestra cómo lo que va logrando cada uno es tan importante como aquellos que parece que deslumbrasen mucho más, y que lo que hicieron es mucho más importante que los otros. Lo que pasa que para mirar de esa manera, tenemos que aprender a mirar de una forma distinta, y esto es lo que sucede en dos de las lecturas que hemos leído hoy.
En la primera lectura, Elías, en un momento de crisis, de sequía, donde no hay para comer, es enviado a una viuda de la región de Sareptá, de la región pagana. Esto para nosotros es complicado de entender porque para nosotros que nos digan un extranjero, un pagano, es más o menos lo mismo. Sin embargo, para un judío, hablar de los paganos es hablar con desprecio de aquellos que no creen en Dios; no se podían juntar con ellos, tenían que dejarlos de lado. Si bien la ley decía que tenían que acoger y recibir al extranjero, eso no se vivía en la práctica, y los paganos eran rechazados. Y que Elías haya hecho esto, haya ido hasta donde está esta mujer, seguramente porque vio algo en esta persona y por eso fue a alojarse en su casa, siempre fue como un puñal en el corazón para el pueblo de Israel. El pueblo de Israel nunca pudo entender por qué Dios envió a Elías a ese lugar. Tal es así, que Jesús se los va a reprochar en un momento en el evangelio. Va a decir, no sé si se acuerdan pero cuando hubo sequía, Elías no fue a ninguna de las mujeres de este pueblo, sino a una extranjera. Como diciéndoles, fíjense como viven que ustedes que se creen el pueblo elegido, muchas veces no son elegidos por Dios, y Dios se inclina más a los otros, porque mira el corazón.
Esto mismo sucede también en el evangelio, porque en el evangelio tenemos dos imágenes casi contrapuestas, tenemos por un lado a los escribas, aquellos que tienen una importancia muy grande, una fama muy grande, que todos los miran con sumisión y respeto, y sin embargo Jesús les da muy duro, como también les da en otros evangelios; no sólo les dice, cuídense de ser como ellos, porque ellos van a ser tratados con más severidad. ¿Por qué? Porque mira el corazón, y descubre que la forma de vivir y sus intenciones no están de acuerdo con el evangelio. Por el otro lado aparece una pobre mujer, también viuda, que va y deja en el tesoro del templo dos monedas, algo totalmente insignificante, tal es así que pasa desapercibido. Sin embargo, no va a pasar tan desapercibido porque Jesús va a llamar a sus discípulos y les va a decir: miren, miren lo que ha hecho esta mujer, ella lo dio todo. Y uno se puede preguntar ¿en qué? En que dio todo lo que tenía.
Jesús nos muestra cómo mira el corazón y nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a no quedarnos en una fachada o en algo exterior, sino a mirar el corazón de los demás, pero en primer lugar a mirar el nuestro. Y para mirar el nuestro tenemos que descubrir cuál es el paso que hoy tenemos que dar. En primer lugar ese paso sería no vivir como los escribas. Creo que el problema de los escribas, a diferencia de esta mujer es que no se comprometen con su fe, sino que juegan con su fe. ¿Qué es lo que a mí me queda bien de esta fe? Y a nosotros también nos pasa mucho esto. ¿En qué lugar yo me acomodo? Generalmente cuando pensamos en los escribas y los fariseos, pensamos, bueno, el problema de estas personas era que eran muy ortodoxas, muy conservadoras; y no es este el problema, el problema es que acomodan su religión. Y nosotros lo hacemos desde ambos lados. Muchas veces vivimos una religión muy dura, muy estricta donde juzgamos a los demás, donde nos creemos mejores que el otro, donde mucha gente que nosotros hemos pedido integrar en las encuestas, como personas homosexuales, divorciadas, separadas, en nueva unión, lo primero que te dicen cuando te vienen a hablar es cómo los trata la familia, no cómo los tratan desde afuera. Y no tenemos esa apertura de corazón para entender al otro. Jesús lo que nos está diciendo ahí es, esta no es la religión mía, eso es una fachada de ustedes, yo no quiero jueces, yo quiero personas misericordiosas, personas que le abren el corazón al otro, personas que entienden el proceso y el camino que el otro hace, y que desde ahí empiezan a vivir lo que les cuesta, que es ese perdón que le tenemos que dar al otro, el intentar acompañarlo, escucharlo, comprenderlo. El mirarlo con amor, el mirar su corazón y no su condición.
Ahora, creo que en nuestros días esto tal vez lo descubrimos, pero tenemos como una nueva especie de fariseísmo o de vivir como escribas que es el relativizar todo, y pareciera que todo está bien y que todo es normal. Ahora, ¿hacer el mal está bien? ¿Hacer el mal es normal? Relativizar lo que yo hago y no sólo relativizarlo sino decir, bueno a Jesús le gusta esto, eso es normal para nosotros pareciese. Podemos poner ejemplos de lo más cotidianos, desde chicos, copiarse en el colegio, total lo hacen todos. O quedo como tonto si no lo hago. ¡Qué bueno! Estaría bueno quedar como tonto por hacer las cosas bien, alguna vez aunque sea. Jesús quedó como tonto muchas veces, eh, les aviso por las dudas, en el evangelio. O hacer un montón de cosas que las hemos relativizado tanto como es el amor por ejemplo. Decimos, bueno, no sé, (yo ya estoy medio perdido en esto, me estoy poniendo viejo), pero salgo, chapo, hago tal cosa, tal otra, está todo bien parece. Ahora ya no sólo está bien, sino que cuento la cantidad, a ver cuántas veces chapé en la noche. Y empiezo a relativizar, y pareciera que Jesús acepta eso. O salgo todas las noches, me emborracho, y digo, no, pero si está bien, si Jesús no mira eso. Y ¿quién dijo que Jesús no mira eso? Porque por lo menos estaría bueno, el decir, esto lo hago yo, y lo elijo yo, pero no es el camino que Jesús quiere para mí, y claramente no es el que quiere.
Entonces, podemos aprender a mirar de qué manera podemos descubrir en el corazón, cuál es el paso que nos da, porque si no jugamos con Jesús, hacemos lo mismo. Y Jesús no quiere personas que jueguen, porque los que juegan son mediocres, porque no se la bancan, porque no dicen, esto está bien y esto está mal, y yo tengo que cambiar en esto. Porque Jesús no tiene problema cuando pedimos perdón eh, y nosotros no nos damos cuenta. Y cuando nos preguntan, no bueno, soy una buena persona, soy normal, y ¿es normal tratar mal a tu mamá? ¿Es normal tratar mal a la gente? ¿Es normal hacer esto mal?
Porque frente a esos escribas hay una mujer que está dejando todo, ese es el problema en el evangelio. El problema del evangelio es que Jesús pone como ejemplo a aquél que está dispuesto a dejar aún aquello que le cuesta. Ahora, cuando Jesús dice esto, abre un amplio abanico porque Jesús es el primero que va a dar todo, y va a dar su vida en la cruz. Ahora, a ninguno de nosotros nos va a tocar dar la vida en la cruz, no creo, tendría que cambiar mucho la vida nuestra, pero el otro ejemplo es esta mujer que puso dos monedas nada más, pero Jesús dice que puso lo que le costaba, puso su vida. Y ahí podemos empezar a pensar nosotros, qué es lo que podemos dar y entregar para también darlo todo en aquello que me cuesta. Porque a veces pareciese que solamente son los grandes gestos, las grandes cosas, lo que deslumbra. Y acá ponen como ejemplo a una pobre mujer. Y podría pensar, no sé, en este mundo en el que tenemos tan poco tiempo, cuál de ese poco tiempo que me queda libre, saquemos estudio, trabajo, estoy dispuesto a entregar, estoy dispuesto a darle al otro. Con esto de que estamos todos tan cansados, llegamos a casa, nos tiramos, no tenemos ganas de hacer nada, bueno, ¿cuánto de mi cansancio estoy dispuesto a darle al otro, cuánto de mi cansancio estoy dispuesto a entregar para que Jesús también me diga a mí, este hombre, esta mujer, lo dio todo? O de escuchar a aquél que no tengo ganas de escuchar, que me está costando, o pensar en los vínculos, cuál es el más difícil hoy para mí, mi papá, mi mamá, mi hijo, mi hija, mi amigo, mi hermano, esta persona en el trabajo. ¿Cómo puedo entregarlo todo? ¿Cómo puedo dar esto que parece pequeño pero que a los ojos de Dios se luce por todos lados, pero que a los ojos de Dios, se mira de una manera nueva?
A veces pareciese que, como decía antes, valen las cosas grandes. Para Jesús no importa si son grandes o pequeñas. Importa si son desde el corazón, y si son verdaderas. Y si desde ahí las vivo y las aprendo a entregar. Creo que todos podemos mirar qué es lo que nos cuesta, desde lo económico, desde lo vincular, desde tener que hacer cosas, desde jugarme en algo y decir, esto es lo que quiero entregar, esto es lo que quiero dar.
Para terminar, quiero hablar de un gesto que vamos a hacer hoy y que creo que tiene que ver con esto, que es la unción de los enfermos. La unción de los enfermos también tiene esto de aprender a darlo todo, aun lo que nos cuesta, que es muchas veces nuestra plenitud física, nuestra plenitud espiritual, nuestra plenitud psicológica. Y desde este lugar que obviamente es mucho más difícil y doloroso, también Jesús a veces me va a pedir que yo dé todo. Y aprender a dar todo desde acá será descubrir que me canso más fácil, que no puedo hacer tantas cosas, que no soy la misma persona de antes. Pero que Jesús no mira la cantidad, sino la calidad de lo que estoy haciendo, y cómo a pesar de este límite yo intento seguir viviendo de acuerdo a Jesús, intento seguir caminando con Él.
Hoy esta mujer les dio un ejemplo a los discípulos de lo que significa dar la vida. Hoy Jesús nos la pone de ejemplo a nosotros, para que también nosotros miremos qué es lo que queremos hacer. ¿Queremos seguir viviendo como los fariseos, jugando, acomodando la fe? ¿O queremos día a día aprender a entregar la vida? Aprender a darlo todo, ir dando pasos, y cuando no podemos, pedirle a Jesús que nos ayude, pedirle perdón e intentar empezar de nuevo.
Pidámosle a esta mujer, aquella que descubrió lo que era el evangelio, aquella que lo vivió hasta entregarlo todo, que también nosotros podamos hacer lo mismo.

Lecturas:
*1 Re 17, 10-16
*Sal 147, 7-10
*St 5, 13-16
*Mc 12, 38-44

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Homilía: “Lo central es aprender a amar” – domingo XXXI durante el año


Hace poco salió una muy buena película que se llama “Argo”, que cuenta un hecho verídico; la toma de la embajada estadounidense en Teherán, Irán, en el año ‘79, y cómo 6 de esas personas que vivían en la embajada se pueden escapar y terminan viviendo en la casa del embajador canadiense. Me voy a detener en una imagen solamente, que es que entre los que pudieron escaparse, y estaban ahí y no podían salir a ningún lado porque eran buscados, estaba un matrimonio. Y el tiempo va pasando y ellos siguen estando incomunicados, sin poder hablar con sus familias en Estados Unidos, sin saber qué va a pasar con ellos, y a este matrimonio, a Joe, le empieza a crecer un cargo de conciencia. Hablando con uno de sus compañeros, le dice que está muy preocupado por Kathy, por su mujer, porque está ahí por culpa de él. Y él contesta: bueno, ella lo eligió. Y él le explica que no, que hace varios meses, cuando empezó a crecer este conflicto, “ella me pidió que volviéramos a casa, que empezáramos de nuevo, que buscáramos otro camino, y yo le dije todo el tiempo que no, insistí con que nos quedásemos. Solamente lo hice por mi propio interés, lo hice por quedar bien con mi jefe, porque iban a hablar muy bien de mí, y esto me iba a ayudar a crecer en mi tarea laboral. Ahora por esa tozudez, hoy me puedo quedar sin nada y sin lo que más quiero.”
Creo que esto de múltiples formas y maneras nos sucede también a nosotros a lo largo de la vida. Muchas veces nos damos cuenta y valoramos lo que tenemos, o cuando lo perdimos, o cuando estamos cerca de perderlo. Cuando nos damos cuenta que aquello que valoramos, que queremos, que amamos, queda como muy frágil, muy endeble, porque yo me empecé a preocupar por otras cosas y dejé de lado aquellas cosas centrales - como es en este caso este matrimonio, este vínculo del amor. Por pensar solamente en mí, y no ponerme a la escucha de lo que el otro busca y necesita, de lo que es bueno, en este caso, para los dos. Y es por eso que una de las cosas más difíciles en la vida es tener el corazón puesto en lo central y en lo esencial. Es descubrir qué es lo que es importante para cada uno de los momentos de nuestra vida. Es más, esa pregunta nos resuena muchas veces en el corazón, ¿qué es central? ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que busco? ¿Qué es lo más importante en mi vida? ¿Qué es lo que quiero cuidar? Sobre todo cuando descubrimos que nos hemos perdido un poco del camino.
Esta misma pregunta es la que le hacen hoy a Jesús en el evangelio cuando se acerca este escriba. Como ustedes saben, los escribas eran los doctores de la ley, los que más habían estudiado la ley, y le preguntan a Jesús cuál es el más importante de los mandamientos. El pueblo judío tenía toda su ley religiosa y política unida, por eso tenían más de 600 leyes. Y lo que le preguntan a Jesús es qué es lo más importante, a qué le tenemos que prestar mayor atención. Por eso es acá donde Jesús recita el Shemá, esta oración de los judíos que aún hoy los más ortodoxos siguen haciendo tres veces al día. Esta oración que este hombre ya había rezado esa mañana. “Escucha Israel. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.” Eso es lo central. Y lo primero que dice es que lo central es escucha. Ponete a escuchar; una de las virtudes o una de las consecuencias del amor es aprender a escuchar al otro. En un mundo donde tenemos tantos ruidos, en un mundo donde muchas veces a algunos nos cuesta quedarnos callados, no interrumpir al otro cuando está hablando, no completar su frase; dejarle terminar la idea aun cuando nos dimos cuenta de qué es lo que nos está diciendo, prestarle la atención que el otro se merece y necesita. Jesús dice que lo primero y esencial es abrir nuestros oídos, para aprender a escuchar al otro, para poder aprender a escuchar nuestro corazón, para aprender a escuchar a Dios. Esta oración que tal vez tan de largo le pasaba y por eso Jesús le pide que preste esta atención. Esto que es lo primero y básico de la vida; porque cuando uno nace no habla, y aprende a escuchar, aprende a hablar porque escucha. Uno va aprendiendo en la vida, se va educando, cuando tiene esa capacidad de atención. Es más, esto lo podrían explicar mejor los papás y las mamás, pero uno también aprende a escuchar a ese niño, cuando presta atención y lo escucha con suma atención. Por eso los padres pueden distinguir los distintos llantos y saber si tienen hambre, sueño, etc., cuando para un extranjero estos llantos son exactamente iguales. Presta atención porque conoce y ama a esa criatura a la que le dio vida. Y ellos van creciendo, se van conociendo en ese aprender a escucharse, en ese amarse, y prestarse atención. Por eso, el amor nace de un corazón que quiere escuchar al otro, que le presta atención, que quiere comunicarse y dialogar. Y ese es el amor en que, también en todas las facetas, Jesús le invita a crecer a este hombre, ese amor a Dios, con el amor al prójimo. En eso se resume todo, dice Jesús, en aprender a querernos y amarnos. Y este hombre le dice que sí, que él ha descubierto en su vida que tiene razón Jesús, que esto es lo que tenemos que hacer, que esto es en lo que tenemos que crecer, que de esta manera tenemos que aprender a dar pasos.
Creo que si nos preguntasen a cualquiera de nosotros qué es lo más importante en la vida, y seguramente la mayoría diríamos: amarnos. Ahora, saberlo no significa vivirlo. Y muchas veces hay una distancia muy grande entre lo que sé y lo que voy aprendiendo. Entre el camino que busco y el camino que recorro. Entre lo que se me invita a hacer y lo que yo realizo. Y es por eso que continuamente tenemos que volver al centro de nuestras vidas. Más hoy, cuando nos sentimos tan exigidos por el mundo. En general uno se siente tan exigido, los chicos desde el colegio, que llegan muy cansados a casa, cuando vuelven unos de la facultad, otros de su trabajo, desde las familias, amigos, distintos lugares, que a veces perdemos lo central. Y cuando nos cansamos en general perdemos las ganas de hacer aun aquello que más queremos. Y cuando estamos tan exigidos vamos perdiendo el foco, y nos vamos alejando de aquello que verdaderamente nos da vida. Y cuando queremos volver muchas veces es imposible, porque nos hemos alejado tanto de ese centro, de eso importante en la vida, que el camino para recorrer es tan grande, es tan lejano, que es muy difícil volver. Por eso creo que esto es una exigencia que todos tendríamos que tener, como animarnos a frenar, y decir bueno, ¿qué es lo central en mi vida? ¿Por qué es lo que quiero luchar? ¿Dónde quiero poner la mayoría de mis fuerzas y energías? Y debería ser en el amor. Y ese amor implica que yo tenga esa capacidad de abrirme al otro, y uno de los gestos del amor, es escuchar.
No sé si recuerdan, pero el domingo pasado a Jesús le acercan un ciego, Bartimeo. Y Jesús cuando se lo acercan, le dice ¿qué quieres que haga por ti? Y uno dice, perdoname, pero Jesús es medio tonto, porque a ver es obvio lo que quiere. Quiere que lo cure. Sin embargo, Jesús le pregunta. Es el otro el que tiene que decir qué es lo que necesita, Jesús no da por supuesto qué es lo que el otro quiere. Y por eso le pregunta, aun lo que pareciese más evidente. Cuando el otro expresa su necesidad, ahí Jesús cumple y hace ese milagro.
Ahora, creo que muchas veces nos pasa a nosotros que damos por supuesto qué es lo que el otro quiere de nosotros, qué es lo que necesita, y no le preguntamos. Estaría bueno muchas veces preguntarle: ¿qué es lo que querés? ¿Qué es lo que buscás? ¿Qué es lo que necesitás? ¿Qué es lo que te está pasando? Es más, a veces nos pasa que en cualquier vínculo, con un hijo, con un padre, con un amigo, esposo, esposa, novio, novia: pero si yo te doy esto, hago esto por vos. ¿Y vos me preguntaste qué es lo que yo quería de vos? ¿Vos estás al tanto de lo que a mí me pasa en el corazón? Y es por eso que el amor implica esa apertura, implica descentrarme de mí mismo y abrirme al otro. Por eso es tan esencial en la vida, y por eso muchas veces es difícil. Porque cuando me canso, cuando me alejo, cuando no busco lo esencial, voy perdiendo esa capacidad de tener esa escucha, esa generosidad, esa apertura hacia el otro. Esto es lo que fue haciendo Jesús a lo largo de su vida, ir creciendo, madurando, llevando a plenitud ese amor que el Padre le había enseñado.
Uno escucha en el evangelio por ejemplo, por ahí que dice: Jesús se retiró para estar a solas. Y cuando quiere estar a solas, está lleno de gente, y tiene que igual seguir escuchando, atendiendo al otro, al que se le presenta. Bueno, ese es el camino que les enseña a los discípulos. ¿Quieren seguirme? Aprendan a amar. Aprendan a amar a Dios, y aprendan a amar al otro. Esto nos dice a nosotros. Y a veces nos podemos preguntar, ¿cómo es esto? Amar a Dios, amar al otro, ¿a quién primero? En Jesús se acaba esta división, porque Jesús es hombre, y es Dios. Cuando aprendo a amar a Jesús, aprendo a amar a los hombres, y aprendo a amar a Dios, y por eso cuando amo a Dios, crezco en el amor a los demás, cuando amo a los demás, crezco en el amor a Dios, y no los puedo separar. Es más, esa encarnación de Jesús, hace que Jesús también diga que cuando yo hago algo por los demás, lo hago por Él; que cuando yo amo al otro, lo amo a Él. Ese es el paso que Jesús nos pide, esto es lo central de la vida.
Para ir terminando, Jesús no dice cuando le preguntan qué es lo más importante, que lo más importante es ir a misa, no dice eso. Tampoco dice, lo más importante es rezar. Nadie dice que eso no sea importante. Si no, yo sería medio tonto, celebro misa todos los días, rezo. Jesús dice, lo central es aprender a amar. Entonces si queremos seguir a Jesús, tenemos que empezar por querer abrir el corazón a Dios y al otro, ese es el camino. Y por valorar lo que tenemos, por no perderlo, cuidarlo.
Para terminar, les cuento un cuentito muy cortito que dice que había un hombre que tenía una casa muy linda en los Alpes. Como estaba cansado y necesitaba la plata, decidió ponerla en venta. La había puesto en venta durante un tiempo y no la había logrado vender, entonces llamó a un amigo, que tenía mucha capacidad de escribir, que era poeta, y le dijo: ¿Por qué no me ayudas y hacemos un anuncio más marketinero así yo puedo vender la casa? Entonces él agarró y escribió un anuncio muy lindo que decía algo así como: Vendo una espléndida casa a orillas de las montañas, donde uno puede amanecer escuchando los pájaros, donde uno puede alegrarse con el ruido de las aguas que caen de la nieve…, y así siguió escribiendo muy poéticamente, como para poder vender esa casa. Un tiempo después este amigo llamó al dueño de la cas para saber qué es lo que había hecho. Y le dijo, “No, no, la vendí.” – “Uh, ¿no sirvió mi anuncio?” Y le contesta, “No, después de leerlo varios días, dije ¿qué estoy haciendo? Estoy vendiendo aquello por lo que trabajé toda la vida, y estoy por perderlo.”
Bueno, hay cosas mucho más importantes que las casas, y muchas veces las vendemos por poco precio, las perdemos por pocas cosas. Pidámosle a Jesús que nos enseñe siempre a cuidarlas y valorarlas.

Lecturas:
*Deut 6, 1-6
*Sal 17, 2-4. 47. 51ab
*Heb 7, 23-28
*Mc 12, 28b-34

martes, 6 de noviembre de 2012

Homilía: "¿Qué quieres que haga por ti?" - domingo XXX durante el año



En la película "Cadena de Favores", Trevor comienza una cadena solidaria. Una cadena donde empieza a ayudar a otros para que ellos hagan lo mismo con otro. Pero no sólo hace esa cadena que es la que uno más recuerda de la película, donde esa solidaridad se va multiplicando hasta límites insospechados, sino que además pone otros gestos y signos, de ayudar a distintas personas a que vayan abriendo el corazón. Alguna de ellas interesado, como es el caso de ayudar a encontrar a alguien que acompañe a su madre. Y es por eso que, después de que uno de sus profesores, Eugene, empieza a tener una relación con su madre, él se entusiasma.
Sin embargo, esto en algún momento se corta. El profesor se enoja con la madre de Trevor; hasta que él busca la manera de que se vuelva a acercar. Eugene no quiere, hasta que en un momento Trevor le dice: “Si tu ayudas a aquellos que quieres ayudar ¿qué mérito tienes? Lo haces porque te nace naturalmente. Sin embargo, si ayudas hoy a mi madre, con quien tú estás enojado, ahí sí tienes mérito. Porque haces algo que tiene que nacer de lo profundo del corazón.”
Es decir, uno da como un paso en la vida: no hace solamente aquello que le nace naturalmente, sino que decide que quiere trabajar en eso, para que nazca del corazón. Ahora, esto que le pide Trevor a Eugene tiene todo un proceso, que es ¿hasta dónde estoy dispuesto a servir? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a darme a los demás? No sólo es un proceso sino que es un trabajo que uno tiene que hacer. Porque justamente cuando algo no nos nace naturalmente, es algo que tenemos que ejercitar, es como un terreno que tenemos que aprender a conquistar.
Ahora, eso se hace generalmente, cuando uno da testimonio. ¿Qué quiero decir con eso? Que la mejor manera de transmitir a los demás qué es lo que uno quiere que el otro haga es dando testimonio de ello. Yo creo que si este profesor de alguna manera quiso ayudar, no fue sólo porque Trevor se lo dijo, sino porque le dio testimonio también de que él quería hacer esas cosas, de que él quería ayudar desinteresadamente.
De la misma manera si nosotros nos animamos a vivir de esa forma, eso va dejando una huella en el corazón de los demás que moviliza al otro a hacerlo. Y creo que eso fue tal vez lo central de la vida de Jesús. Si uno mira cada una de las actitudes que Jesús les pide a los demás, en general nacen de testimonios que Jesús les da. Por no decir, todas. Jesús no solamente les habla, sino que les muestra también aquello que les quiere enseñar. Y en este evangelio hace exactamente lo mismo, porque mientras Jesús va caminando, pasa por un lugar donde está este hombre, al borde del camino, Bartimeo, que grita: “Jesús, ten piedad de mí”. Sin embargo, uno se sorprende, porque lo primero que espera de la gente, y lo hemos visto en otras ocasiones, es que acerquen a esta persona a Jesús. Sin embargo, aparece una actitud totalmente opuesta, dice que hubo gente que empezó a callarlo, a reprenderlo, a pegarle, una actitud que uno nunca esperaría de alguien que está siguiendo a Jesús, de alguien que es un discípulo de Jesús.
Sin embargo, este hombre no se calla sino que sigue gritando a Jesús que lo ayude. Y es ahí donde Jesús, no reprende a sus discípulos, -cosa que podría haber hecho perfectamente, porque están teniendo una actitud que no es la que Jesús les pide,- sino que les sigue enseñando. Va y les dice: vayan y tráiganmelo. Es una situación casi irónica, porque hay algunos que le pegan y lo reprenden, y por otro lado, otros van y le dicen, ánimo, el Maestro te llama. Y cuando esta persona es puesta frente a Jesús, Jesús le hace esta pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Tú me llamaste, tú gritaste por mí, ¿qué es lo que querés? Uno podría decir, bueno, la respuesta en este caso es obvia, Jesús la sabía, muchas veces la sabe, pero sin embargo le pide que él la expresa, que la ponga en palabras. Bartimeo le dice, “Maestro, que pueda ver”. Y es ahí donde sucede este milagro.
Creo que las dos actitudes son una enseñanza para sus discípulos. Venimos escuchando cómo Jesús continuamente, ya en este final del camino del evangelio les viene enseñando a sus discípulos. Hace un tiempo escuchamos cómo Jesús multiplicaba los panes, y después de que hacía este milagro, les decía a los discípulos, bueno, ahora repártanlo ustedes. Vayan, ustedes den de esto que yo les di. En otros evangelios escuchamos que Jesús no sólo hace un gesto, sino que también dice, bueno, ustedes procedan de la misma manera. Ahora escuchamos cómo Jesús les dice, vayan y tráiganmelo. Es decir, la misión de ustedes es acercarlos a mí, es poner la gente frente a mí. Y una vez que está ahí, les dice tal vez esta frase que nos dice a cada uno de nosotros, una frase casi con la que podríamos rezar esta semana: ¿Qué quieres que haga por ti?
Podríamos pensar, qué le responderíamos a Jesús, si hoy a cada uno de nosotros nos dice, ¿qué quieres que haga por ti? ¿Qué deseas? ¿Qué es lo que buscas? ¿Qué necesitas de Mí? Este Jesús que está siempre cerca de nosotros, para intentar bucear en nuestro corazón. Pero no sólo para bucear en nuestro corazón, sino para que nosotros también nos animemos a expresar qué es lo que necesitamos y buscamos en Él. Por qué lo seguimos, por qué caminamos con Él.
Ahora, la vida del cristiano creo que se juega en esta pregunta, es decir, primero en animarnos a responderle a Jesús qué es lo que buscamos de Él, qué necesitamos de Él. Segundo, en aprender a vivir esto. Porque, creo que lo segundo que hace Jesús, es decirles, ahora ustedes aprendan a hacer esto, a preguntar a los demás, ¿qué necesitas de mí? ¿Qué querés que haga por ti? Y nos invita a dar un paso, en el cual nos tenemos que distinguir los cristianos, que es, cómo puedo ayudar a los demás, cómo puedo servir a los demás, no sólo que me lo pidan. A veces nos cuesta un montón cuando nos piden algo. “¿Por qué a mí?”; “estoy cansado”; “estuve en el colegio todo el día”; “trabajé”; “acabo de llegar”; “no tengo ganas”. No sé, podemos poner un montón de frases que nos salen cuando nos piden algo.
Sin embargo, qué distinto sería, no sólo vivir eso, que ya para cada uno de nosotros sería un gran paso, sino si nos animásemos a ofrecernos a los demás, a decir, como Jesús, ¿qué necesitas? ¿En qué te puedo ayudar? ¿Puedo dar una mano? Y aprender ambos a vivir eso, porque el servicio tiene justamente esa reciprocidad, yo tengo que aprender a ofrecer algo, pero tengo que aprender también a ser servido y eso es todo un camino. Esto es lo que les está enseñando Jesús a sus discípulos: Yo me pongo al servicio de ustedes, ustedes hagan lo mismo. Tal vez en uno de los textos más profundos de todo el nuevo testamento, cuando Jesús está por morir les lava los pies a sus discípulos, y cuando no entienden, les dice: yo hago esto con ustedes, para que ustedes esto lo repitan. Y eso es lo que llama la atención. Es decir, cuando uno hace un testimonio, cuando uno tiene un gesto con los demás, que nadie lo espera, cuando uno invita al otro a algo que a uno lo hizo feliz, lo alegró, lo invitó y lo hizo vivir de otra manera.
Podríamos poner mil ejemplos de eso. Hoy a la tarde, venía una persona y me preguntaba por esta ONG, Un Techo Para Mi País, por qué los chicos van ahí. Y tal vez porque quieren dar un testimonio, cómo puedo ayudar a otros. Y de muchas maneras, ayudando económicamente, porque uno tiene que hacer un montón de cosas para ir, y ¿por qué lo hacen? Porque otros se animaron a vivirlo. Y de la misma manera podríamos nosotros intentar entrar en esa cadena que comenzó Jesús. “Yo me pongo al servicio de ustedes”. Primero, vívanlo con alegría, primero escuchen en el corazón, a este Jesús que dice, ¿qué te gustaría que hiciera por ti? Y cuando descubran todo lo que yo hago por ustedes, ahora ustedes sintonicen la misma frecuencia. Hagan lo mismo. Ponganse al servicio de los demás, intenten vivir esto. Y creo que ese es el mejor testimonio.
Muchas veces nos surge a nosotros, ¿cómo puedo dar testimonio de Jesús? O, en el trabajo, en tal lugar, hablan de Jesús y a mí me cuesta, o si critican a la Iglesia a mí me cuesta… Creo que la mejor manera es ponernos al servicio de los demás. Intentar mostrar esto que hablábamos, de una Iglesia abierta, comprometida, de una Iglesia que quiere servir, que quiere amar al otro, que quiere mostrar algo diferente que lo que muestra el mundo. Como dice Jesús, o dijo el domingo pasado, sino ¿qué nos diferencia? Nos tiene que diferenciar la manera de vivir. Tienen que ver que hay algo distinto en nosotros. Y que eso nos trae alegría, nos hace felices, y se lo queremos mostrar a los demás.
Pidámosle entonces hoy a Jesús, el animarnos a escuchar esta pregunta en el corazón. Este Jesús que nos mira con amor y que nos dice, ¿qué querés que haga por ti? Y que animándonos a responder esta pregunta queramos también vivir lo mismo. Ponernos como discípulos de Jesús también al servicio de los demás.

Lecturas:
*Jer 31,7-9
*Sal 125,1-6
*Heb 5,1-6
*Mc 10,46-52

Homilía: "¿En qué me está pidiendo Jesús que crezca en el servicio?" - domingo XXIX durante el año



En la comedia "Sí, Señor" Jim Carrey hace de un abogado, Carl, que está insatisfecho con su vida, bastante depresivo y negativo. A todo lo que le van proponiendo dice que no; no quiere hacer absolutamente nada. Y por eso es que uno de los amigos lo lleva a un seminario de autoayuda donde enseñan a decir que sí. Entonces va, hace ese seminario, al principio está como cerrado, hasta que hay un momento en que hace un click y empieza a decir que sí en su vida. Como en toda comedia, al decir que sí a todo empiezan a sucederse un montón de cosas más graciosas, pero también se le empieza a abrir un abanico de oportunidades en la vida. Empieza una relación amorosa, tiene un acenso en el trabajo, empieza a descubrir que hay un montón de cosas importantes en la vida que empiezan a pasar cuando uno abre el corazón, cuando uno se abre a la vida y se anima a decir que sí.
Esta experiencia que también tenemos cada uno de nosotros. Según la diferente personalidad, educación, o por alguna otra cosa, somos distintos; hay gente a la que le es más fácil decir que sí a todo, y su crecimiento en la vida será tener que aprender a poner límites a veces y cuándo tengo que decir que no; y habrá otros que dicen que no a todo y tendrán que aprender a abrir el corazón y a ver en qué cosas uno tiene que decir que sí. Pero sí, todos tenemos una cuestión ineludible, la única forma de crecer en la vida es decirle que sí a la vida, abrir el corazón. Si uno mira los grandes acontecimientos de nuestra vida, son cuando nos animamos a decir que sí, cuando nos animamos a meternos en algo y decir: "yo me la juego"; "yo busco esto"; "aunque no conozca a nadie voy a este grupo"; "aunque no esté tan convencido me meto en este trabajo"... Cuando uno se anima a decir que sí en el corazón a lo que se le plantea. Porque el no es un límite, a veces muy necesario en la vida, pero no es que voy construyendo desde el no, sino que mi vida se va construyendo desde los sí que día a día me animo a decir y a hacer.
Este es el camino que también Jesús le va pidiendo a su comunidad de discípulos y apóstoles que va caminando con Él: que continuamente vayan abriendo el corazón; que continuamente se vayan animando a decir que sí a aquello que se les va proponiendo. Sin embargo esta tarea no les es fácil. Vemos cómo tienen actitudes muy nobles, muy entregadas, y de pronto actitudes que uno casi no esperaría de aquellos que son los más cercanos a Jesús. En este caso, Santiago y Juan, dos de los tres discípulos, junto con Pedro, más cercanos a Cristo; que mientras Jesús está diciendo  -los últimos domingos escuchamos en el evangelio- que tiene que entregar la vida, ellos se están preocupando por quién va a la derecha y quién va a la izquierda, por quién toma esos lugares de poder. Pero no sólo ellos, porque cuando el resto de los apóstoles se entera de esto se enoja, y no entiende qué es lo que Jesús está haciendo.
Jesús se está entregando por amor, y los otros están disputando un lugar por ese poder o por esa pobreza que muchas veces nuestro corazón tiene. Y es ahí donde Jesús les continúa enseñando y les muestra que el camino del evangelio es esa apertura en el corazón del que se anima a decir que sí. Y decir que sí en ese caso es animarse a ponerse al servicio de los otros. ¿Ustedes quieren ser el más grande? ¿Ustedes quieren ser el primero? Sean servidores, sigan mi ejemplo, anímense a recorrer este camino.  Y creo que también cada uno de nosotros tiene un montón de experiencias en la vida que nos han llenado el corazón por animarnos a decir que sí, por jugárnosla, por meternos con todo el corazón en algo, aún a veces difícil, y descubrir todo lo que esa experiencia me devuelve y me da.
Yo pensaba en estos días con este evangelio cómo muchas veces en mi vida me he arrepentido de decir que sí y otras veces me he arrepentido de decir que no, no es que hay una norma. Me he arrepentido de decir que sí de cosas triviales como subir una montaña y de pronto decir, ¿qué estoy haciendo acá?; o caminar a Luján y en el kilómetro 70 decir ¿quién me metió en esto, o en una reunión, pensar: nunca más vuelvo acá... pero son generalmente cosas que son pasajeras, que uno dice en el momento. En general ese reproche es más pasajero.
Creo que los reproches o replanteos que me hago a mí mismo son más fuertes cuando dije que no. Momentos que me quedaron marcados porque no me abrí al otro; le dije que no y me perdí algo. Me perdí una experiencia, me perdí una posibilidad de ayudar, me perdí la posibilidad de ser generoso con aquellos que tenía a mi lado. Y esos son los que más me han ayudado a crecer, y también a cambiar, a descubrir que lo que va cimentando mi vida, mi caminar, en este caso, mi ministerio, es animarme a decir que sí. A decir que sí a la vida, esa experiencia que muchos de ustedes, como padres y madres hacen, especialmente hoy las madres, felicitándolas por su día. En el día a día, todo lo que van dando por aquellos a quienes les han dado la vida, por acompañarlos, por educarlos, para estar cerca. Y en el sí que cada uno de nosotros también hacemos en el día a día.
Sin embargo, creo que si miramos, se nos presentan un montón de ocasiones, a veces sencillas, pequeñas, donde nos podemos poner al servicio de los demás. Y creo que desde ahí encontramos muchas veces esas trabas que nuestro corazón y nuestra vida ponen, desde ayudar en cosas simples, a poner la mesa, hacer la cama en nuestras casas, a cosas aún mucho más importantes. Y cómo nos cuesta muchas veces. Creo que todos a veces descubrimos cómo afuera nos es mucho más fácil ayudar, estar de buen humor, hacer un montón de cosas, que a veces en la familia más cercana nos cuesta más. El diálogo, la generosidad, la entrega. Y creo que cada uno de nosotros a partir de este evangelio puede replantearse ese pedido de Jesús. ¿En qué me está pidiendo que crezca en el servicio? Crecer en el servicio es crecer en esa disponibilidad del que se da con alegría. Muchas veces pensamos que sólo hacer el servicio es muy bueno, pero podemos ver también que en eso mismo yo puedo crecer, puedo crecer en cómo hago el servicio, de qué lugar nace de mi corazón, puedo crecer en la actitud que tengo hacia los demás que a veces no se comprometieron, no lo hicieron, no vinieron. Uno no se imagina a Jesús reprochándole a los otros porque no hacen el servicio que Él hace; o a muchos de los otros que también se entregan y se enojan porque el otro no se compromete. Sino queriéndole enseñar desde ese servicio, y alegrándose por tener esa oportunidad, por eso que Dios les da.
Hoy Jesús nos hace un llamado a todos. Como familia, como comunidad. A descubrir que el camino del evangelio es una opción por abrir el corazón, por decirle que sí a la vida en todas las facetas, por decirle que sí a los demás cuando me necesitan, cuando tengo que estar a tu lado, por poner signos gratuitos que nazcan de mi corazón. Ahora, para eso tengo que tener un corazón agradecido que descubre todo lo que el otro hizo por mí. Porque cuando yo creo que lo que tengo es sólo porque me lo merezco, ahí me trabo, ahí no descubro todo lo que la vida me da. No descubro los dones que Dios me dio en mi familia, no descubro tener un trabajo y poder trabajar más allá de que me guste más o menos, de tener amigos que estén a mi lado, de la posibilidad de irme de vacaciones, de lo que fuese, desde cosas más grandes a cosas más pequeñas. De descubrir a este Jesús que por servirnos a nosotros hasta es capaz de dar la vida, de dar todo lo que tiene. Pero cuando yo descubro y tengo un corazón agradecido por todas las posibilidades que tengo, por todo lo que los otros hacen por los demás, por todo lo que Jesús hizo por mí, ahí me sale mucho más fácil, así me sale con una entrega generosa. "Se me dio esto, esto me alegra, yo quiero que otros compartan esa alegría, yo quiero que otros tengan también esa experiencia".
Pidámosle entonces en esta noche a Jesús, aquél que se puso al servicio de todos, aquél que dio su vida por amor día a día, cotidianamente; que cada uno de nosotros pueda mirar en el corazón, en qué tenemos que crecer, cuál es el paso que Jesús hoy nos invita a dar. Para que así como familia, para que así como comunidad, podamos, día a día, crecer en este servicio al que nos invita Jesús.

Lecturas:
*Is 53,10-11
*Sal 32,4-5. 18-20. 22.
*Heb 4, 14-16
*Mc 10, 35-45

Homilía: “Jesús nos llama a dar un salto de fe” – XXVIII domingo durante el año


En la película Avatar, Jake Sculley, llega a este planeta, Pandora, y después de tomar el cuerpo de un avatar, comienza a tener toda una experiencia nueva en el mundo de los naví. Y ahí empieza a tener como toda una experiencia nueva, su mundo empieza a cambiar, desde aquel hombre paralítico, apesadumbrado, que no tenía muchas ilusiones de vivir, pasa a descubrir todo un mundo nuevo. Algo totalmente diferente a lo que él conocía. Y con mucho entusiasmo quiere aprender, descubrir, gozar, de todo lo que va viendo día a día. Tal es así, que en algún momento él dice, para esto he nacido, esto es lo que a mí me gusta, lo que yo he buscado, podríamos decir, toda la vida. Y llega un momento en la película, se acuerdan que él a la noche cuando se dormía volvía como a su mundo real, en el que dice: “ya no sé distinguir. El otro mundo, el más fantástico, parece mi mundo real, y este parece mi fantasía”. Ha puesto tanto el corazón en aquello nuevo que está viviendo, que siente algo nuevo. Porque ahí siente que todo le desborda, que en esto nuevo que ha empezado, descubre algo que le llena totalmente el corazón. Tal vez en palabras de esta parábola, descubrimos que en este algo nuevo que casi comienza por casualidad él descubre como ese ciento por uno. Al haberse metido en eso, al haberse comprometido y vivido de corazón, descubre que hay un montón de cosas que lo desbordan y que le llenan el alma y la vida.
Esto que también descubrimos nosotros a lo largo de la vida cuando nos animamos a hacer pasos -obviamente mucho más reales que el de la película que es ficticio- y nos lanzamos hacia delante. Seguramente podríamos mirar momentos en nuestra vida donde a veces, casi sin esperarlo, buscando una meta, un objetivo, algo que teníamos ganas, hemos descubierto el ciento por uno. Por ejemplo, en algunas cosas que tienen que ver con nuestra vida de fe; cuando vamos a misionar, uno va queriendo dar algo, y todos los que hemos misionado descubrimos que recibimos más de lo que dimos. Pero no solamente cuando uno va a misionar, cuando uno hace un retiro, y dice: uh, me tengo que perder un fin de semana, tengo tantas cosas que hacer, ¿valdrá la pena? Y después cuando uno vuelve dice, qué bueno que me tomé este fin de semana, qué bueno que pude darme este momento; y descubre que las cosas desbordan. O cuando uno coordina un grupo de catequesis, o de confirmación, y a veces ya está harto, y todas las semanas uno tiene que preparar la ficha y reunirse y hasta hay momentos en los que se hace difícil. Y cuando llega la confirmación dice, qué bueno que preparé este momento, que di este paso, que me animé a hacer esto. Porque uno siente que lo que dio es muy poco en comparación con lo que recibió.
Eso mismo sucede también en la vida, cuando nos animamos a caminar detrás de nuestros deseos y también a dar esos saltos. Cuando nos animamos a dar pasos. Muchas veces cuando nos comprometemos con los demás, cuando hacemos algún trabajo social, hasta en cosas más cotidianas, cuando estudiamos para un examen y nos va muy bien y uno se pone contento, y ese premio a uno le llena el corazón. Y así podríamos mostrar un montón de cosas en la vida, desde las más cotidianas, también a las más profundas. De las más cotidianas como decir, doy una mano en casa y pongo la mesa y hago algo sencillo, y vemos que eso muchas veces me alegra, me llena el corazón si lo hago con ganas. Y las cosas más profundas, como cuando me animo a dar un salto en una amistad, o en un noviazgo para que uno se case, en aquellos vínculos profundos que tenemos. Ahora, porque llega un momento en la vida donde el corazón me pide algo más, y la única manera de que yo me realice y de que yo pueda ser feliz, es que me anime a escuchar eso que mi corazón clama, casi grita.
Esto es lo que sucede en el evangelio que acabamos de escuchar. Se acerca este hombre, que poseía muchos bienes, y le pregunta a Jesús, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Tal  vez la pregunta más profunda que todos podríamos hacer. ¿Qué tengo que hacer para ir al cielo? Para decirlo más claro. Jesús le responde, ¿qué dice la ley? Tú la conoces. Y Jesús le dice, los mandamientos. Pero como verán, no dice todos los mandamientos, les dice los mandamientos que tienen que ver con la relación con el prójimo. No aparecen los mandamientos que tienen que ver con la relación con Dios. Y este hombre le dice, “todo esto lo he cumplido desde mi juventud”, es decir, esto lo he vivido. Sin embargo está esperando algo más. Casi como que pregunta, ¿para esto vine hasta acá? Decime algo más. Su corazón pide algo más. Su búsqueda desde el corazón clama y grita por algo. Y es ahí cuando Marcos, que en general no da muchos detalles en su evangelio, pone un detalle muy clave porque dice: “Jesús lo miró con amor”. Y seguramente Jesús le dio una mirada de aquél que sabe que lo está por pedir es algo difícil. Porque el otro lo está buscando, pero es ahí donde le está costando. Y es ahí donde Jesús le dice, bueno, te falta hacer una sola cosa: ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y ahí sí, sígueme. Es decir, Jesús lo invita a dar el salto, el paso, que a él le está costando, que es lo que a él le imposibilita que lo pueda seguir, que uno lo pueda encontrar como uno de sus discípulos, apóstoles, de los que están viviendo con una mayor cercanía con Jesús. Le dice, quitate esto de encima y seguime. El evangelio nos dice que este hombre no se animó. Así como detalla la mirada de Jesús, nos dice que este hombre se fue triste. Y acá quiero hacer como un paréntesis y una salvedad, nosotros no sabemos lo que pasó con este hombre, como nos pasa muchas veces en el evangelio. Porque a veces uno es como muy duro cuando escucha las conductas, positivas o negativas, en el evangelio. Voy a poner algunas positivas: el hijo menor, en la parábola del padre misericordioso, que vuelve a la casa, que el padre hace fiesta. ¿Qué pasó después de esa fiesta? No sabemos. Tal vez el hijo le pidió otra parte de la herencia, tal vez… no sé, se fue; tal vez le fue bárbaro, tal vez se convirtió. O por poner otro ejemplo, la mujer adúltera, que Jesús la perdonó, no sabemos si después se convirtió, cambió de vida. No tenemos ni idea de qué es lo que pasó, qué vivió. Jesús pone un ejemplo que tiene que ver con algo particular, con un momento de su vida. Lo mismo pasa en este ejemplo, como en otros, cuando vemos que ese hombre o esa mujer no se anima a dar un paso, que Jesús lo invita y no sabemos cómo sigue su camino de fe. Lo que sí sabemos es que en ese momento él no pudo.
Esto fue tan llamativo que los discípulos se preguntan, ¿quién se va a poder salvar? Y yo creo que por esto hay dos razones. Porque este hombre vivía un montón de cosas que no son tan fáciles de vivir, amar al prójimo, honrar al padre y a la madre, estar atento en todos esos mandamientos. Pero segundo, como ustedes saben, en el antiguo testamento, también en el nuevo testamento, en la época de Jesús, los hombres ricos eran los que eran bendecidos por Dios. Entonces si este hombre no se va a salvar, ¿qué es lo que ocurre? ¿Quién va a poder? Y es acá donde Jesús da la clave de esta salvación. Para los hombres es imposible, pero para Dios, todo es posible, porque justamente, más allá de este paso que este hombre podría haber dado o no, el signo y la salvación es Jesús. El que nos salva siempre es Jesús, y aquél a quien tenemos que abrazar siempre en nuestra vida en nuestro corazón, es a Él. El problema es el camino que vamos realizando, y en ese camino nos animamos a dar un salto y a crecer. En general podríamos decir que nuestra vida se desarrolla en descubrir cuáles son los deseos que tenemos, y animarnos a recorrerlos, y cuando los recorremos, caminar detrás de esas promesas, pero para eso tengo que hacer un salto.
Hoy estamos comenzando el año de la fe, el obispo celebró la misa hace un ratito acá, y hemos elegido esta frase que dice: “la fe es la certeza de lo que no se ve”. Es decir, camino, doy un salto, me animo a ir hacia ahí, pero no porque soy masoquista o no sé qué hacer, sino porque la promesa es mucho más grande, porque si me animo a llegar ahí, descubro algo que llena mi corazón de una manera mucho más plena. Pedro le dice, “Maestro, Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo”. Yo no me imagino a Pedro en algún momento de su vida reprochándose ese haber dejado todo, o en el final de su vida diciendo, “uh, ¿para qué tomé este camino?”, sino feliz por el camino que recorrió. San Pablo lo dice claramente, terminé la carrera, recorrí la fe, me animé a hacer esto que llena mi corazón. Y lo mismo en nuestra vida cuando nos animamos a escucharnos. Lo que pasa es que primero tenemos un problema, muchas veces no nos animamos a profundizar, pero la vida nos exige y nos pide algo más.
La segunda lectura dice que la Palabra es como una espada afilada que puede penetrar en todo. Y la Palabra de Dios es así. Nuestra vida es así. En algún momento de la vida, algo grita, algo clama, y nos dice, no me sirve estar así cómodo, tengo que ir por algo más. Esto que le pasa a este hombre. Vive un montón de cosas, es una persona muy buena. Pero él problema es que él quiere algo más, él necesita dar ese paso. Y si miramos, nuestro corazón también en algún momento de la vida va a decir lo mismo, y nos va a llamar a dar un paso. Y la única manera de salir de la comodidad, a veces podríamos decir hasta de la mediocridad, es dar ese paso. Si no me voy a quedar. Y en algún momento me voy a poner de mal humor. En algún momento todo me va a molestar, en algún momento todo va a ser como un corsé.
Voy a poner un ejemplo, que puede ser cuestionable, que es que por diversas razones, a todos nos cuesta el poder partir de la casa de nuestros padres. Hoy, por diferentes razones, el partir cuesta mucho, a veces porque uno está cómodo, a veces porque uno busca un montón de seguridades, pero eso es un problema. ¿Por qué es un problema? Porque no deja que ninguno de los miembros de esa familia, pueda crecer. Si yo me quedo por siempre en mi casa, si no me animo a partir, voy a poner a una edad, 25 años por ejemplo, no puedo crecer, no puedo dar un salto. Es muy cómodo estar en casa, pero ¿puedo madurar si hago eso? ¿Puedo crecer? ¿Puedo tomar la vida en mis manos? Cuesta, la vida cuesta. Es exigente. Pero no sólo esa persona, ese hijo, no puede crecer, los padres tampoco pueden crecer. Los papás también necesitan que los hijos partan y relacionarse desde otro lugar. Ahora, si nos acomodamos en eso, ninguno madura. Y uno tiene que dar un salto. Obviamente que las circunstancias tienen que ver, obviamente podemos correr la edad, corranlá para donde quieran, pero en algún momento esto tiene que suceder, y el péndulo se fue para el otro lado, eso es claro.
Esto sucede en muchas cosas de nuestra vida, sucede con el estudio cuando no nos comprometemos, sucede con el colegio, cuando no me animo a vivirlo de verdad, sucede con nuestros trabajos, sucede con nuestra vida de fe, cuando no me animo a exigirme y a comprometerme. Y cuando no lo hago, en algún momento algo hace ruido, y siento como un corsé, y siento que mi vida no es plena, me aprieta, necesito algo más. Obviamente que el camino es exigente, siempre es exigente, pero la promesa es grande. La herencia en Dios, aún acá en nuestra vida es gigante, es el ciento por uno. Pero para eso tengo que hacer un salto, para eso tengo que caminar hacia delante. Eso es a lo que nos invita Jesús, eso es a lo que nos invita la vida.
 En el fondo creo que es lo que dice la primera lectura, que es lo que Salomón le pide a Dios. Porque Salomón le pide a Dios algo muy profundo, le pide sabiduría y prudencia. Yo creo que nunca en mi vida le pedí a Dios sabiduría y prudencia, tal vez alguno de ustedes lo hizo. Creo que en general le pido cosas mucho menores, a veces necesarias, pero menores. Pero no me animo a pedirle a Dios, muchas veces, cosas que son mucho más profundas, cosas que son muchos más necesarias. Profundizar en aquello que puede llenar totalmente mi vida y mi corazón. Me quedo ahí. Bueno, Salomón se animó a hacer ese salto. A nosotros también nos invita a hacer ese salto. Ese salto en la fe del que confía y del que profundiza, del que le pide a Dios cosas grandes.
Animémonos entonces a escuchar a ese Jesús que nos llama al corazón. Animémonos a escuchar a ese corazón que grita, que busca algo más. Animémonos a caminar detrás de esa promesa que Dios tiene para cada uno de nosotros.

Lecturas:
* Sab 7, 7-11.
* Sal 89, 12-17
*Heb 4, 12-13
*Mc 10, 17-30

viernes, 2 de noviembre de 2012


Homilía: “Jesús siempre lo que nos presenta son las máximas y los ideales, tenemos que caminar detrás de ellos.” – XXVII domingo durante el año

Hace unos años salió una película que se llama The Last Night, que trata de la vida de un matrimonio joven, un hombre y una mujer, los dos muy exitosos en su carrera, que comienzan a tener como una mini crisis, un pequeño problema. Dentro de los muchos diálogos y de las cosas que suceden, algunas cosas más leves, otras más complicadas, se da como una conversación rutinaria, que cualquiera de nosotros podría tener, donde se empieza a discutir por cosas menores, y en esa discusión, ella, Johanna, le dice a Michael, su marido, que el problema es que se casaron demasiado jóvenes, demasiado pronto. ¿Nunca has considerado esto? Y Michael le contesta que no, no lo ha considerado porque no tuvo la necesidad de hacerlo, “aparte no me parece que nos hayamos casado demasiado pronto porque estuvimos cuatro años de novios”. Y ella le contesta: sí, bueno pero estuvimos peleados un tiempo dentro de esos cuatro años, y además no lo digo por la cantidad de tiempo sino por la época en que estuvimos de novios, que fue en la facultad. - ¿No crees que antes nos amábamos más?. Y él le dice, “No, creo que ahora nos amamos más”. Ella se enoja porque piensa que él la está cargando, pero él le dice que no, que eso es lo que él siente, que no necesariamente coindicen, pero eso es lo que él cree y siente. Ella no puede creer que él sienta eso, y él contesta: “No puedo creer que por una noche hace dos semanas en la que no nos llevamos bien, vos pienses que ahora todo anda mal”. Y esto va tomando impacto en lo cotidiano, cada vez empiezan a discutir más, a levantar la voz.
Esto que también nos puede pasar a nosotros. No significa que han pasado cosas graves a veces para que discutamos o nos peleemos. No pensemos solamente en un vínculo matrimonial, sino en una amistad, o en la relación con un papá o con una mamá, con un hermano. ¿Cuantas veces cuando nos damos cuenta no sabemos cuándo empezamos, ni por qué, pero lo que vamos viendo es que eso fue escalando? Tal vez porque no estoy en un buen día, tal vez porque el otro no está en un buen día, por una cosa menor, o porque no supe disculparme, tal vez porque yo no supe escuchar o darme cuenta de lo que le estaba pasando al otro, muchas veces empiezan las cosas a ponerse más difíciles. A veces porque no hablé cuando tenía que hablar, porque no dije lo que tenía que decir en el momento adecuado. Todas estas cosas nos muestran la dificultad y la fragilidad de los vínculos, y por eso el cuidado que tenemos que tener por ellos. Todos tenemos en el corazón una necesidad de estar con los otros, no nos gustaría estar solos. Más allá de que en algunos momentos queremos estar más tranquilos, necesitamos de los demás, porque este es un deseo que está impreso en el corazón del hombre, y por eso el autor del Génesis lo narra desde el principio de la creación: Dios creó al hombre y a la mujer para que no estuvieran solos. Le creó compañía adecuada para que se sintiera acompañado, y todos descubrimos esa necesidad intrínseca que tenemos de los demás. Pero al mismo tiempo descubrimos la dificultad que esto acarrea, y por eso los tenemos que trabajar, tenemos que tener cuidado para poder llevarlo adelante.
En este caso, en el evangelio, se le presenta a Jesús una de las dificultades que surgían en esa época con el vínculo matrimonial, vínculo que hoy también está en crisis, en el cual se le pregunta si es lícito al hombre redactar un acta de divorcio. Para ponernos en época, acá se dan dos cosas; como ustedes saben los derechos más importantes los tenían los varones, no las mujeres. Sin embargo, esta acta que se redactaba, también era un derecho para la mujer, porque la mujer sin esta acta, no podía buscar otro marido. La mujer tenía la necesidad de que un marido la acogiera, le diera un hogar, la sustentara, sobre todo para los más pobres. Y es por eso que esta acta le permitía poder buscar otro hombre. Pero más allá de que pudiera defender este derecho, había una desigualdad que se medía de distinta manera según la escuela que se siguiera. Como pasa hoy, algunos son más estrictos, otros son más laxos, en esa época había una escuela que se llamaba Shammai, que era muy estricta y sólo por adulterio se podía redactar un acta de divorcio. Había otra escuela que era mucho más laxa, y se podía redactar un acta de divorcio por prácticamente cualquier cosa – dependía de la postura que cada uno tomara. Obviamente que una cosa eran los papeles, y mucho más difícil era todo en la praxis. Pero lo que sucedía era que tenían distintas posturas, y por eso se le acercan a Jesús para preguntarle si es lícito, para ver por qué corriente termina inclinándose. Sin embargo, como pasa muchas veces con Jesús, Él eleva la pregunta a otro nivel, y no responde a lo que está pasando. Dice que eso lo hizo Moisés, por la dureza de sus corazones, y que Dios creó al hombre y a la mujer para que se busquen, para que se casen y estén juntos, y terminen juntos. Jesús plantea ese deseo profundo que cada uno de nosotros tiene en el corazón, que es la búsqueda del otro, y cómo tenemos que caminar, cuidar, y trabajar por eso. Todo parte de ese deseo, y como decíamos ante con los vínculos, no basta con ello, sino con cuidarlos.
Una de las cosas que yo pregunto a los novios que vienen a casarse, es por qué se quieren casar, qué es lo que los motiva a esto, y cómo quieren caminar y trabajar con esto para toda la vida. Y a veces esto de “para toda la vida” da vértigo, bueno, tengo que hacer una promesa que va a durar para todo el tiempo. Y entonces ahí cambio la pregunta y les digo, ¿ustedes se casarían con el otro si fuera sólo por un año, o por cinco, o por diez? No, no, ni loco me casaría de esa forma. Bueno, eso es lo que está buscando Jesús, que ustedes tengan ese deseo en el corazón. Ahora, no alcanza sólo con los deseos, el mundo está lleno de buenas intenciones, el tema es cómo yo lo trabajo, como yo lo vivo día a día, y cómo recíprocamente nos vamos acompañando y trabajando por esto. Las cosas no se dan así nomás, y todos tenemos la experiencia de lo trabajoso que es luchar por los vínculos y llevarlos adelante.
Saliendo de esto, tal vez para muchos que son más jóvenes, uno cree que las amistades son eternas, y muchas veces esas amistades se pierden en el tiempo, se acaban, si yo no las trabajo, si yo no las cuido, si yo no las alimento día a día. Lo mismo pasa con eso, y Jesús nos invita a mirar en el corazón, y a descubrir cómo tenemos que caminar en esto. Ahora, todos entendemos la dificultad que hay acá. Todos tenemos experiencias muy cercanas de la crisis que tiene también hoy el matrimonio, cómo muchas veces los jóvenes, y los no tan jóvenes, deciden a veces directamente irse a vivir juntos y formar una pareja, cómo muchos matrimonios se van separando porque no pueden vivir esto, cómo este camino se dificulta a lo largo del tiempo. Pero lo primero que tenemos que descubrir es cómo Jesús siempre lo que nos presenta son las máximas y los ideales, que no tenemos que perderlos, tenemos que caminar detrás de ellos.
Pero también tenemos que entender las dificultades que muchas veces, para nosotros o para otros, esto tiene. Y para eso voy a poner también otros ejemplos del evangelio: cuando una vez a Jesús, con dureza en el corazón se le pregunta: ¿cuántas veces tengo que perdonar? Jesús dice que hay que perdonar setenta veces siete, es decir siempre. Ahora, ¿podemos vivir esta máxima a la que Jesús nos invita, podemos perdonar siempre? Cuando a Jesús se le pregunta quién es el prójimo, Jesús narra el buen samaritano, como ustedes conocen. Dice que hubo un hombre que lo encontró, lo cargó, lo llevó a una posada, pagó por él. ¿Hacemos eso nosotros por lo que nos necesitan, por los que vemos en la calle? ¿Los levantamos, los llevamos a algún lado, nos preocupamos por ellos, lo que gasten demás? Creo que si todos miramos, tenemos como un debe acá también, lo que pasa es que no nos ponemos tan duros con nosotros en esto.
Cuando preguntamos ¿hasta dónde hay que amar? Jesús dice que hay que amar a los enemigos, y esta máxima también es difícil y muchas veces nos cuesta. Creo que por eso también hay que descubrir como este ideal también muchas veces a nosotros o a nuestros hermanos nos cuesta. Y por eso tenemos que tener un corazón misericordioso, como lo tuvo Jesús. Ustedes recordarán que hay un texto donde a Jesús se le acerca una mujer en adulterio, es más, la quieren apedrear, y Jesús la perdona. Y esa tensión para nosotros es difícil de vivir, la tensión de que tenemos que dar testimonio, y la mejor manera de transmitir ese amor es en la pareja, en la familia, en el matrimonio; la otra es ser misericordioso con el otro, con aquel que no lo pudo vivir bien, con aquel que tiene que comenzar una nueva familia. Aprender a perdonar, a entenderlo, a acompañarlo, a eso nos invita Jesús. Y ese es un corazón que se va pareciendo más al de Jesús. Como pasó en muchos otros.
Tal vez, para ir terminando, cuando uno piensa en San Francisco de Asís, que acogió la pobreza, no piensa en que era muy duro con el que no la vivía. O cuando pensamos en la Madre Teresa, que cuidaba a todos los que se estaban muriendo, no piensa en una Madre Teresa que pensaba mal de toda la gente que no lo hacía. O en algo cotidiano nuestro, cuando alguien ve cómo a alguien le cuesta tener amigos, por ejemplo, no dice, uh, que malo esto, sino: ojalá pudiera vivir esto, ¿cómo lo podría ayudar a esto? Bueno, de la misma manera creo que se nos invita a esto: en primer lugar a dar testimonio de lo que nos toca, en segundo lugar tener una mirada misericordiosa, compasiva, de aquellos a los que les cuesta. Y ambos animarnos a acompañarnos y a estar cerca. Creo que todos queremos caminar por la unión, es más, una de las cosas que más salió en la encuesta que hicimos el fin de semana pasado es la unión. Cómo trabajar por la unión en la comunidad como cristianos.
Pidámosle a Jesús, a aquel que nos hace familia, a aquel que nos enseña a amar, a aquel que nos enseña a ser compasivos y misericordiosos, que con un corazón entregado nos animemos a vivir esto como testimonio del amor que Él nos da.

Lecturas:
*Gen 2, 18-24
*Sal 127, 1-6
*Heb 2, 9-11
*Mc 10, 2-16