lunes, 27 de agosto de 2012

Homilía: “Levantate, animate a caminar de nuevo, tengo mucho trabajo para vos todavía” - XIX domingo durante el año



Hace poco salió esta película tan hablada, Elefante Blanco, que cuenta la historia de dos sacerdotes, Julián  y Nicolás, que trabajan y viven en una villa miseria. La película comienza con una imagen de Julián que va al Amazonas, a buscar al otro sacerdote, Nicolás, que está herido. Cuando lo encuentra le dice que compartan juntos, él está muy desolado por todo lo que acaba de pasar, por toda la gente que acaban de matar en el pueblito donde él ayudaba, y lo invita a repetir con él esta frase que dice: “quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos; quiero estar con ellos a la hora de la luz”. Y de alguna forma podríamos decir que esta frase después refleja lo que ellos van viviendo a lo largo de la película; ellos dos como sacerdotes, Julián y Nicolás, y Luciana, la persona que hace de asistente social. Esa contradicción entre vida y muerte en distintos momentos y experiencias, por lo que viven, por lo que les pasa, por lo que les sucede, van teniendo distintos sentimientos en lo que les toca hacer, tanto lo social como lo religioso. Se van queriendo entregar, hay momentos en que les sale más fácil, momentos en que les cuesta, que sienten que no sirve para nada lo que hacen, momentos donde no encuentran la salida. Distintos sentimientos que tienen en lo profundo de su corazón que reflejan lo que cualquiera de nosotros también va sintiendo a lo largo de su vida.
Podríamos hacer un diario, cada uno de nosotros, tal vez las mujeres lo tienen, poniendo qué es lo que voy sintiendo en cada momento, qué es lo que pasa por mi corazón. No solamente describir qué es lo qué hago, sino qué es lo que voy sintiendo, porque aún en las mismas cosas, hay momentos donde sentimos cosas mucho más profundas, hay momentos que no. Hay momentos que tenemos una alegría muy grande, y hay momentos que tenemos tristezas, cosas que nos hacen sentir gozo, y en otro momento nos enojan y nos molestan, y eso es aprender de a poco a irse encontrando con uno mismo, y descubrir qué es lo que nos pasa.
Esto que nos sucede en todas las áreas de nuestra vida, nos sucede también en nuestra fe. Nuestros momentos y etapas con Jesús son diferentes, pero tenemos que animarnos a caminar en todos ellos. Y este discurso largo de Jesús, que venimos escuchando durante estos domingos, el discurso del pan de vida, muestra en estas personas, en estos discípulos que lo están escuchando, distintas etapas y momentos. Esa gran alegría al principio cuando Jesús multiplica los panes; esa dificultad, cuando Jesús empieza a hablar y a explicar que Él es el Pan de Vida; y ese conflicto que se suscita en ellos cuando Él les dice: Yo he bajado del cielo. Y la gran pregunta de los discípulos, de los que escuchan, es ¿cómo has venido del cielo?, si nosotros te conocemos, nosotros sabemos que sos Jesús, hijo de José y de María, el carpintero. Lo ubican a Jesús, y eso los hace entrar en conflicto. ¿Cómo puede venir de Dios? ¿Cómo puede bajar del cielo? ¿Cómo puede hacer ciertas cosas? Y lo que les está pidiendo su fe es que se animen a dar un paso, que se animen a dar un salto.
Tal vez para ejemplificar esto, podemos tomar la primera lectura. Elías también viene a hacer un milagro enorme. Por si no lo recuerdan, Elías se enfrenta a los 400 sacerdotes de Baal, que quieren hacer un signo, un milagro, pero no pueden hacerlo. Elías solo lo hace, y tiene como un gran triunfo, porque toda la gente se convierte viéndolo a él; y en vez de esperar los honores tal vez de ese momento, lo empiezan a perseguir. Se tiene que escapar, y se cansa, dice: hasta acá llegué, basta, ya no quiero saber nada mas, ya estoy listo para morir. No tiene más ganas de nada. Tiene esa sensación amarga en el corazón por diversas cosas, un poco por la incredulidad de los demás, que no terminan de creer en Dios, de entender el mensaje que él hace, y otro poco por el cansancio que tiene. ¿Para qué hago esto? ¿Para qué hago gestos si otros no creen, si me persiguen, si en el fondo no tengo paz en el corazón? Porque siempre tengo que estar de conflicto en conflicto, hasta acá llegué, listo.
Es necesario que Dios ponga un signo en su vida, para que él pueda continuar. Es necesario un alto en el camino, para que él pueda continuar este proceso que viene haciendo. Para que Elías pueda continuar, Dios pone este signo muy sencillo. Le dice: levántate, come, vuelve a dormir; levantate, comé algo más, todavía te queda un largo camino. Eso que a veces nos sucede a nosotros cuando estamos cansados, desalentados, angustiados.
También nosotros en nuestra vida o en nuestra fe, tenemos distintos momentos, como decíamos antes, y hay momentos en donde nos cansamos, por la cantidad de cosas que tenemos que hacer, que nos tocan en el día a día, y nos preguntamos, ¿vale la pena esto? ¿Vale la pena seguir luchando? En el estudio, en un trabajo, con la familia, con los amigos, en un noviazgo, en una pareja, ¿tengo que seguir en esto o no? Y muchas veces tendemos a decir: hasta acá llegué, bajo los brazos, no tiene tanto sentido. A veces por la incredulidad de los demás, que no nos entienden las cosas que les contamos, que les decimos, lo que nos pasa. A veces en la fe, que intentamos anunciarla, dar testimonio, cuesta mucho que el otro crea, a veces hasta me hago cuestionamientos. ¿Sigo con esto? ¿Vale la pena? O en la fe también nos puede pasar porque nos cansamos, “ya no siento tanto como antes”. Cuando termina esa etapa digo: bueno, ya está, era para ese momento. ¿Vale la pena seguir a Jesús todavía? ¿Seguirlo buscando? Como que se pierde en el horizonte para qué era este momento de nuestra vida, o hay cosas que nos lo cuestionan, nos ponen en duda. Cuando uno se abre a otros ambientes, si fuimos a un colegio católico vamos a la facultad y hay un montón que no creen, nos hacen un montón de preguntas, o en un trabajo, o nuestros amigos, y esto nos hace preguntarnos a nosotros, ¿será tan así esto? ¿Valdrá la pena esto?
Podríamos decir que esa crisis que el pueblo tiene escuchando a Jesús cuando les dice: Yo he bajado del cielo, también la tenemos en la vida y en la fe nosotros, de diferentes formas y maneras. No podemos decir que nuestro camino hacia Jesús es totalmente lineal, hay momento que nos acercamos, momentos que nos cuestan más. Momentos donde vivimos una fe mucho más efusiva, momentos donde vivimos una fe mucho más apagada; momentos donde caminamos con gozo hacia Él, momentos donde sentimos muchas tentaciones, que nos hacen repreguntarnos y alejarnos.
Sin embargo, la invitación de Jesús es siempre la misma: animarnos a profundizar. Necesariamente, la fe en algún momento, como la vida, tiene que entrar en conflicto; hay cosas que me voy a preguntar. Hay alguna crisis que va a aparecer, porque es la única manera de crecer, es la única manera de dar un salto. Es el mismo conflicto que tiene Elías: ¿esto sirve para algo? No quiero, no tengo más ganas; pero va a seguir anunciándolo, pero en la medida en que se encuentre con lo que siente, y con lo que le está pasando, y que le haga lugar a eso.
Nosotros tenemos una ventaja en esto que dice Jesús, porque dice: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, yo he venido de Dios. Eso para nosotros no es tanto un conflicto. Para nosotros el problema es descubrir en este pan que aparece en esta mesa, a Jesús. Cada vez que venimos a una eucaristía tenemos que hacer ese acto de fe. ¿Está Jesús ahí? ¿Lo descubro presente? Pero cuando Jesús les está diciendo eso, yo soy el pan vivo, está Jesús delante de ellos, lo que cambia es el conflicto que les genera, no el hecho de que tengan que dar un salto, eso lo tienen que hacer todos, sino que descubran que se tienen que alimentar de Jesús. Es Jesús el alimento, el que les va a enseñar, el que les va a mostrar el camino, en el que tienen que hacer el salto. Y otra forma o manera, es la invitación para nosotros. Es Jesús hoy que nos alimenta, nos enseña, nos habla, nos sale al encuentro, en muchas personas a lo largo del camino.
La frase es la misma para todos. Dios le dice a Elías, levántate, come. El Padre le va a decir a Jesús lo mismo: resucitá. Resucitar es levántate, levantate, caminá. Jesús se va a hacer presente con los discípulos, se va a alimentar –“tienen algo para comer”-, va a comer con ellos. Y cuando nosotros tendemos también a sentirnos cansados, a bajar los brazos, a preguntarnos si vale la pena, Dios, al corazón, nos dice lo mismo, por medio de mucha gente: levantate, animate a caminar de nuevo, tengo mucho trabajo para vos todavía, tenés que seguir recorriendo, tenés que seguir viviendo para vos y para otros, y por eso alimentate. Y tenemos que volver a buscar en ese alimento aquello que nos ayuda a seguir adelante. Ese amigo que está a nuestro lado, esa familia que nos apoya, aquel que tiene un gesto con nosotros, una palmada, un abrazo, aquel que nos acompaña, aquel que nos habla al corazón. Ese Jesús que tiene palabras para que nuestro corazón se vaya transformando, vaya dejando eso que nos apaga, que nos cansa, y nos envíe para adelante. Ese pan de vida que en esta mesa nos alimenta para que podamos caminar con Él.
Pidámosle entonces en este día a Jesús, que nos animemos siempre, en esa camino de la vida a levantarnos, a alimentarnos de Él, para poder también llevar ese alimento a aquellos que Jesús nos pone en el camino.

Lecturas:

*1Re 19, 4-8
*Sal 33, 2-9
*Ef 4, 30—5,2
*Jn 69, 41-51

viernes, 24 de agosto de 2012

Homilía: “Trabajen por aquello que da verdadera vida” – XVIII domingo durante el año


Hace un par de años se llevó al cine la vida de unos monjes franceses que fueron a vivir a Argelia y terminaron muriendo como mártires. La película nos muestra justamente esa vida de esos monjes que deciden ir a un país extranjero, con una religión extranjera - la mayor parte de Argelia cree en el Islam - e instalarse ahí para vivir y transmitir la fe; fueron haciendo eso durante un par de años guiados por el hermano Cristian que era el superior ahí. Sin embargo, el conflicto social va aumentando hasta que llega un momento en que les advierten que corren un serio peligro.
Primero les dicen si no quieren tener una protección militar en el monasterio, ellos dicen que no, que no es eso lo que ellos quieren, pero después empieza todo un cuestionamiento de ellos en el interior de su corazón, de si quedarse o no, de si volver a su país de origen, Francia, o de seguir viviendo allí.
Hay una frase muy elocuente de cuando están hablando con la gente que más conocen, y les están diciendo que están viendo qué quieren hacer, y les dicen que ellos son como pájaros, los monjes, que van de un lado para el otro. Entonces, una persona les contesta, “No, nosotros somos los pájaros, ustedes son las ramas donde nos apoyamos.” Es a partir de ahí que ellos empiezan a descubrir la importancia que ellos habían adquirido en ese lugar, cómo la gente apoyaba su fe, sus convicciones, su vida, en lo que ellos hacían y vivían ahí. Empieza entonces, todo ese proceso en el corazón, de qué quieren vivir y hacer, hasta que uno de ellos les dice: podemos ser mártires en la fidelidad y en el amor, viviendo aquellos dos valores que habían querido engendrar durante su vida, que habían ido alimentando durante su vida.
Podríamos preguntarnos nosotros también en lo profundo de nuestros corazones, ¿cuáles son los valores centrales en los que creemos? ¿Cuáles son esas convicciones fundamentales que queremos tener? ¿Qué es lo que nos parece importante, y por lo que vale la pena luchar? Y lo segundo que nos podríamos preguntar, es ¿de qué manera alimentamos eso?, porque muchas veces nos pasa que tenemos ideales muy lindos, pero cuando miramos nuestra vida no los vivimos, no los alimentamos, no los llevamos a la práctica. Casi se terminan transformando en convicciones vacías, en valores vacíos, porque no los vamos trabajando en el día a día, y es por eso que la invitación es siempre a ¿de qué manera vamos alimentando y trabajando algo? Y de la manera que lo vamos alimentando y trabajando, también vamos permitiendo que los demás lo puedan descubrir y vivir. Porque en eso es en lo que se nos va jugando la vida, y no el vivir solamente, sino el cómo vivimos, de qué manera vivimos, y de qué forma vamos llevando adelante, aquello que para nosotros es valioso y es esencial.
Muchas veces tenemos momentos donde sentimos como angustia en el corazón, como una desidia, como un mal humor que no se nos va. Y la primera pregunta que nos podemos hacer es, bueno, ¿de qué forma estoy viviendo? ¿Estoy viviendo lo que realmente quiero, estoy siendo fiel a mi mismo? ¿Me estoy jugando por aquellas cosas que creo que valen la pena? Porque muchas veces todo eso surge de que en el fondo no estoy conforme con lo que estoy viviendo. Porque no me termino de comprometer y jugar, y cuando no me termino de comprometer y jugar, en algún momento de la vida algo pasa. Y quiero volver para atrás, y descubro que no estoy sintiendo en el corazón aquello que debería.
En este caso, sucede en el evangelio, que continuamos escuchando a este Jesús que después de hacer este milagro se va. Como hablamos la vez pasada, la gente lo sigue buscando, no lo deja tranquilo, y Él dice: ustedes me buscan porque comieron pan hasta saciarse, bueno, trabajen por aquello que da verdadera vida. Todos necesitamos el pan, todos necesitamos las cosas diarias, las cosas cotidianas, hay un montón de cosas por las que tenemos que trabajar día a día, pero que no son lo esencial y el centro de nuestra vida. Lo esencial y el centro de nuestra vida se juega en aquellas cosas que descubrimos en el corazón que gritan, que claman, que nos dicen: esto es lo que yo necesito. Y podemos tener un montón de cosas cotidianas, que no nos faltan, como la comida, la bebida, tener gente a nuestro alrededor, amigos, las cosas de todos los días, pero igualmente no estamos satisfechos, no estamos conformes. Porque la vida clama por algo más, porque la vida grita por algo más. No es solamente un ir caminando en la vida con piloto automático, o un transcurriendo la vida sin que pase nada, porque cuando no pasa nada, la vida en algún momento nos hace un llamado de atención. La vida nos pide algo más. Y dice Jesús, trabajen por algo más sólido. En el fondo, lo que nos está pidiendo es que descubran quién es Jesús para ellos. El signo es descubrir y creer en Aquel que puede dar verdadera vida. También para nosotros nuestra vida se juega en aquello que verdaderamente puede dar vida, y en animarnos a jugarnos por ello, en animarnos a caminar y trabajar por ello.
Muchas veces tenemos hambre, buen creo que más que hambre tenemos ganas de comer, porque en general en pan en nuestra mesa, gracias a Dios, no nos falta, ahora estaremos un poquito más apretados económicamente, pero no es lo que nos falta. Nos podríamos preguntar de qué tenemos hambre. ¿Tenemos hambre de los verdaderos valores? ¿Tenemos hambre de justicia? De que haya una verdadera justicia, entre nosotros como hermanos, en nuestro país, con aquellos que menos tienen. ¿Tenemos hambre verdaderamente de paz? ¿Tenemos hambre verdaderamente de caridad, de amor, de generosidad, de solidaridad? Y si tenemos hambre de eso, lo que nos podríamos preguntar es, ¿trabajamos por saciar esa hambre? ¿Nosotros somos signo de paz para los demás? ¿Trabajamos por un mundo en que haya menos violencia, menos discusiones? Que no nos estemos matando los unos a los otros. ¿Intentamos entender, escuchar, estar cerca del otro? ¿Trabajamos desde nosotros para que las cosas sean más justas? ¿Y damos testimonio a los demás de eso? ¿De qué manera transmitimos y educamos al otro? Porque en eso se va jugando la vida. Muchas veces nos pasa que cuando estamos enojados, nos quejamos, pero en el fondo lo que nos tenemos que preguntar es ¿de qué manera caminamos nosotros? Y ¿de qué manera vamos hacia delante? Porque la tentación siempre es volver hacia atrás.
Fíjense esta tentación que escuchamos en la primera lectura, es la de todo el Antiguo Testamento: volvamos a Egipto, ahí estábamos mejor. Estaban bárbaro los judíos en Egipto, eran esclavos, pero preferían eso, preferían la esclavitud a la libertad, porque la libertad era difícil. “En Egipto por lo menos comíamos bien, estábamos calentitos, estábamos bien, no podíamos decidir absolutamente nada, pero teníamos eso.” Y también nosotros nos aferramos un montón de veces a seguridades, a cosas vanas, que en el fondo no nos ayudan y no nos hacen crecer, y que tampoco nos sacian, y vamos perdiendo el hambre. Y creo que tal vez esa es la peor tentación, nos vamos quedando acomodados, y nos olvidamos de luchar y trabajar por aquella que da vida, nos perdemos de luchar y trabajar por aquello que nos invita Jesús. Si hay algo a lo que el evangelio siempre invita es a no acomodarse, porque el que se acomoda se detiene, y el evangelio es un continuo caminar. La fe es un continuo caminar, es un ir hacia Jesús, y para caminar tengo que dejar lugares, tengo que dejar seguridades, tengo que dejar lo que controlo, a veces tengo que dejar hasta lo que me hace bien, por una promesa, y para nosotros los cristianos, la promesa es Jesús. No vivir como esclavos, en las cosas que nos tienen atados, sino vivir como libres, caminando hacia aquel que da la verdadera vida.
En este camino Jesús no nos deja solos, sino que camina con nosotros, y nos alimenta. Y hoy vamos a vivir eso, en este pan de vida que vamos a recibir, Jesús nos va a decir: Yo soy el alimento para que ustedes nunca dejen de tener hambre, nunca dejen de luchar, nunca dejen de pelear por aquello que descubren en el corazón que necesitan, por aquello que son sus convicciones y sus valores. Porque llegará un momento en el que tendremos que decidir. En general en los momentos tensionantes y difíciles, las opciones se hacen antes, lo que hemos alimentado antes, será lo que haremos en el momento difícil, en los momentos de confusión, en el momento de angustia y desolación.
Pidámosle a Jesús, aquel que es el verdadero pan de vida, que siempre tengamos hambre de aquello que nos grita nuestro corazón, que siempre busquemos y luchemos por aquello que deseamos, por aquello que da vida, que siempre caminemos detrás de ese pan de vida.

Lecturas:

*Éx 16, 2-4. 12-15
*Sal 77, 3-4.23-25.54
*Ef 4, 17.20-24
*Jn 6, 24-35

Homilía: "Cada signo nuestro, en Dios es multiplicado" - XVII domingo durante el año


Hay una película italiana muy linda que se llama Il Postino  (El Cartero), que está ubicada en un pueblito pesquero de Italia, donde tiene que irse Pablo Neruda cuando es exiliado de Chile. Y, como en ese pueblo, al estar Pablo, empiezan a llegar un montón de cartas, contratan a un hombre para que sea el cartero exclusivo de Pablo Neruda; no estaban acostumbrados a esa cantidad de cartas. Este cartero es un hombre que se llama Mario, que no podía ser pescador, como la mayoría de la gente del pueblo, porque cuando salía al mar en el bote se mareaba. Entonces, el padre eventualmente se cansa y le dice: tenés que salir a trabajar; como tal vez alguno de ustedes, padres, habrá dicho o tenga que decir.
Mario empieza a ir, y de a poco va entablando una amistad con Pablo, al llevarle cartas diariamente, y a partir de ahí le dice que él está enamorado de una mujer que se llama Beatriz, pero que no se anima a decírselo y no sabe cómo llegar a ella. Entonces Pablo Neruda lo invita a que se vaya animando desde lo que él es. Tiene que ir descubriendo que desde él mismo puede aprender a darse y a entregarse. Así es que Mario quiere empezar a escribir poemas, como hacía Pablo Neruda, pero él no era Pablo Neruda, claramente; eran bodoques, no poemas, lo que escribía. El poeta le dice que tiene que aprender a usar las metáforas, para no ser tan duro. Y un día, muestra la película que están frente a una playa, y las olas van y vienen como en cualquier playa, y entorno a ese mar, Pablo Neruda entona un poema, con la playa, las olas, que van  y vienen, un poema muy lindo, con esa capacidad innata que él tenía. Y Neruda le pregunta a Mario cómo se siente, y Mario le dice: “no se, estoy un poco confundido.” “¿Por qué estás confundido?”, pregunta Pablo. “No, no sé, no entendí bien esto que quisiste decir.” “No, no, pero dime con total sinceridad, tú eres muy crítico de lo que yo escribo.” Entonces Mario responde: “me siento como una barca en el mar, que se bambolea para un lado y para el otro, y que no sabe hacia dónde va.” “Muy bien, has dicho tu primera metáfora. Has dicho lo que tu sientes por medio de una imagen.” “Ah bueno,” le dice Mario, “no vale porque lo hice sin intención, sin darme cuenta.”. Y Pablo le dice, “las imágenes salen de casualidad, salen desde lo que uno es, de lo profundo del corazón.”
Y creo que tal vez algo que todos tenemos que aprender de esta imagen, es que lo que nosotros somos, va naciendo y se va gestando en lo cotidiano de cada día, y ¿por qué digo en lo cotidiano de cada día? Muchas veces, en la vida, en las cosas que vamos haciendo, lo que buscamos, esperamos solamente como cosas extraordinarias, esperamos un momento donde aparezca algo que cambie toda nuestra vida, y vamos perdiendo el gusto por lo que cada día sucede, vamos perdiendo el gusto por descubrir esas cosas profundas, lindas que suceden en lo sencillo, en lo cotidiano, que salen de lo profundo de nuestro corazón. Hasta las cosas que muchas veces hacemos diariamente. A veces pareciera que para que una cosa sea profunda tengo que pensarla, tengo que gestarla. Pero muchas veces lo profundo sale de intuiciones que uno tiene y que no sabe cómo se gestaron, cómo vinieron, cómo nacieron en el corazón de cada uno. Y en eso cotidiano, en lo que nos toca a cada uno de nosotros, tenemos que aprender a gestar y vivir aquello profundo. Pablo le va enseñando a este hombre, que tiene que aprender a describir y hablar de su amor con lo que él sabe, con lo que él es, y vaya si hay algo profundo como lo es el amor y el querer darse y entregarse. Bueno, si el amor tiene que nacer desde lo profundo del corazón, también nuestra experiencia religiosa y nuestra fe tiene que ir naciendo con naturalidad desde lo profundo del corazón, y desde lo que somos, e irse gestando en eso. Muchas veces descubrimos que hay un montón de cosas que atentan contra eso. Por ejemplo, nuestro poder de concentración. ¿A quién no le pasa, muchas veces cuando quiere rezar, que no se puede concentrar, no puede meditar, no puede contemplar? O cuando queremos tener un gesto, me cuesta, no me nace de mí, me lo tienen que pedir cien veces… Bueno, aprender a que en lo cotidiano vaya naciendo, aún en medio de esas dificultades, aquello que Jesús me pide.
En este evangelio, en el cual sucede este gesto tan profundo, tan extraordinario, podemos ver cómo suceden un montón de cosas cotidianas. Para que se den una idea de lo profundo que es este gesto, es el único que aparece en los cuatro evangelios. Y si los cuatro lo narran, es porque de alguna manera transformó sus vidas. Descubrieron en este gesto, un milagro tal vez sencillo, de darle de comer a tanta gente, algo profundo y significativo. Y si lo miramos, empezamos a descubrir un montón de cosas cotidianas que le pasan a Jesús, como nos pasan a nosotros.
En primer lugar, nos dicen que Jesús llega a la otra orilla. Jesús se había embarcado con sus discípulos, y se va a la montaña, claramente para estar solo con ellos, pero cuando mira para arriba, ve que en vez de poder quedarse solo con sus discípulos, en ese momento de tranquilidad, de que nadie lo moleste, ve que hay un montón de gente. Tiene que cambiar de planes. Lo que Él esperaba y quería hacer, no lo puede hacer de esa forma porque la situación requiere que Él se comporte de otra manera. Y también, ¿cuántas veces nos ocurre esto a nosotros? ¿Cuántas veces nosotros decimos, bueno quiero un momento de calma, quiero un momento de soledad? ¿Cuándo tendré ese momento, para encerrarme aunque sea en el baño un ratito, y que nadie me moleste? Y sin embargo, muchas veces, en la vida cotidiana de todos los días, descubrimos que ese tiempo no lo tenemos, o por la cantidad de cosas que uno tiene, donde se siente tironeado, aferrado, tenemos que estar corriendo, y bueno, ¿cómo puedo meditar, contemplar, rezar? La respuesta a veces, no tiene que ser cómo me hago ese hueco, que en este momento de mi vida no es posible; sino cómo puedo aprender a transformar esto en oración. ¿Cómo puedo, en medio de esta vida que hoy me toca, aprender a descubrir a Jesús, aprender a encontrarme con Él? Cuando veo que la realidad no me hace ese lugar, entonces yo voy buscando en esa realidad, el modo de encontrarme con los demás, y con Jesús. Habrá momentos donde buscaremos soledad, y por las circunstancias de nuestra vida no se dará; habrá momentos donde buscaremos compañías, porque las circunstancias de nuestra vida dirán, bueno, tal vez por alguna razón estamos más solos, tenemos mucho más tiempo para nosotros. Pero en vez de forzar las cosas, creo que uno desde lo cotidiano tiene que buscar cómo responder, y no andarse peleando con uno mismo en cosas que no nos ayudan a encontrar aquella solución que nos ayude a vivir de una manera mejor. Jesús buscó esa soledad, pero se dio cuenta de que el momento requería otra cosa, se acercó, acudió a la multitud, atendió a los enfermos, y puso este signo. Este signo cotidiano que es darle de comer a aquellos que lo necesitan.
Ahora, para este signo, también se necesito que alguien diera de lo poco que tenía. Y  Jesús transforma estos cinco panes y dos peces, aquello que parece insignificante, que parece que no sirve para nada, en algo mucho más grande. Y creo que ejemplos de esto en nuestra vida tenemos muchas veces, cada vez que hacemos un gesto de amor, de caridad, muchas veces nos ocurre que decimos: “¿de qué sirve esto? ¿Vale la pena, si no voy a cambiar nada?”. Creo que tenemos numerosos signos de cosas muy pequeñas que, no sólo cambiaron algo, sino que cambiaron la historia. Podemos dar un ejemplo nada más, que María le diga que sí en el corazón a Dios, cambió la historia. Que María tenga un hijo como muchos de ustedes han tenido hijos, cambió la historia. Un gesto cotidiano, decirle a Dios que sí en el corazón, un querer dar vida y tener un hijo, hizo que nuestra historia cambiara para siempre. Y si María hubiese dicho que no en ese momento a Dios, ese gesto, ese signo, eso de que Dios se haga hombre en medio nuestro, no hubiera estado. Si este niño no hubiera dado estos cinco panes y estos dos peces, ese milagro no hubiese ocurrido. De la misma manera, este texto nos dice a nosotros, que cada signo nuestro, en Dios es multiplicado, en Dios llega mucho más allá de lo que nosotros queremos y esperamos. Casi como vemos en Cadena de Favores: bueno yo ayudé con este signo,  ayudé a estas tres personas; ellos ayudaron a otras tres, yo pongo este gesto, y no sé qué va a pasar. El chico de la película, dice: bueno, mi cadena se truncó, es la de mi mamá en realidad la que siguió, bueno no sé que va a pasar con ese gesto, con ese signo, pero lo hago, lo pongo a disposición, y en eso pequeño se gesta algo grande. En lo pequeño del pan, se gesta ese Jesús, en lo pequeño de los gestos cotidianos, de cada día, se va gestando el Reino.
Vivimos en un mundo en donde lo que único que parece que sirve es este gran éxito, poder, o lo que cambia todo. Pero lo que cambia todo son gestos pequeños en la fe. El camino de la fe es totalmente inverso a lo que el mundo presenta: en cada cosa cotidiana hay que poner el corazón. Casi como decía Santa Teresita, hacer extraordinariamente bien lo cotidiano, lo de cada día. Yo no puedo hacer grandes cosas, y vaya si las hizo; hago cosas pequeñas, pero poniendo el corazón. Y nos invita a nosotros a animarnos a hacer lo mismo, a ir gestando el Reino desde esas cosas cotidianas, esa es nuestra vocación.
Pablo le dice a su comunidad: respondan a esa vocación a la que han sido llamados. ¿Cómo? Siendo amables, siendo generosos, siendo humildes, soportándose, aguantándose cuando llegue el momento. Nos dice a nosotros lo mismo: ¿Cómo podemos responder a la vocación cristiana, a ese llamado que Jesús nos hace? Con esos pequeños gestos, ayudándonos unos a nosotros, siendo generosos, escuchándonos, compadeciéndonos, estando cerca de los que lo necesitan. Esos son los gestos que Jesús nos pide. Soportándonos y aguantándonos unos a otros, cuando el otro está cansado, estar atentos a lo que necesita. Esos son los gestos que Jesús hizo, esos son los gestos que nos invita a tener. Eso es lo que terminó haciendo en su vida. Jesús terminó dando la vida, porque la fue dando día a día en los gestos cotidianos. Nos invita a nosotros a que nos animemos a en cada gesto, ir dando la vida, para que cuando llegue ese momento en que tengamos que entregar algo importante, eso haya madurado y crecido en el corazón.
Pidámosle entonces a este Jesús, que nos ha hablado por medio de su palabra, que se nos va a hacer presente en ese pequeño gesto del pan, que nosotros, aprendiendo de Él, nos animemos a poner gestos hacia los demás, desde lo pequeño, lo cotidiano, lo sencillo de cada día


Lecturas:

*2Re 4, 42-44
*Sal 144, 10-11. 15-18
*Ef 4, 1-6
*Jn 6, 1-15

lunes, 13 de agosto de 2012

Homilía: “Vayan y anuncien de dos en dos” - XV domingo durante el año


Hay una película que ganó el Oscar a mejor película extranjera hace unos años, que se llama Mi Nombre es Tsotsi. Es una película sudafricana que trata sobre la vida de este niño de 19 años, Tsotsi, que no tiene ya pasado, presente ni futuro, su vida está descarriada. Digo que no tiene ni pasado porque no se acuerda de nada, le dicen Tsotsi, no sabe ni cómo se llama, porque su madre lo abandonó desde pequeño, y está esperando qué día se acaba su vida. Él es un matón, un gangster, en un barrio muy pobre de Johannesburgo, que se llama Soweto. Sin embargo, un día, después de un delito que ellos cometen,  por una serie de casualidades se queda con un bebé que estaba en ese auto. La primera reacción es, ¿qué hago con este niño?, yo no puedo hacerme cargo ni de mi propia vida, ¿qué voy a hacer con este niño? No obstante, le agarra como un cariño, a su manera, y se lo queda con él, empieza a cuidarlo, a educarlo, y empieza a mirar la vida desde otro lugar. El amor por esta criatura, esa conexión que hace con este niño, hace que sus vínculos cambien, que su manera de ver la vida, aún desde ese lugar tan difícil, empiece a tener otro prisma, otro sentido. Y podríamos decir que este niño, esta vida, hace que algo en él se mueva, que algo en él cambie. Que su vocación ya no sea solamente la de hacer ese mal, que él había aprendido desde pequeño, sino de luchar por algo que es más valioso, más central, y más esencial en la vida.
Esto que también nos sucede a nosotros cuando nos preguntan cuál es nuestra vocación, lo primero que nos surge es pensar en la vocación religiosa, ser cura o monja, pero como sabemos, la vocación es algo mucho más amplio. Pensamos entonces en qué profesión queremos. Si quiero ser médico, doctor, ingeniero, licenciado en algo, o cualquier carrera que fuese. Sin embargo, hay una vocación que es más profunda, que es qué es lo que yo quiero para mi vida, qué persona quiero ser, y esa vocación profunda de qué persona quiero ser, en general se encuentra, y la vemos más palpable, cuando hay alguien que nos mueve en el corazón y nos invita a ser mejores personas. Seguramente, si miramos nuestra vida, hay algún momento en la vida, que por algo que vivimos, por algún hecho, por alguna persona que se nos cruzó, nosotros quisimos ser mejores, nosotros quisimos cambiar para crecer, para vivir de una manera diferente. Y creo que todos podemos descubrir esos momentos, donde la vida nos invitó a algo más, nos llamó a algo más. Y ese algo más salió de nosotros casi como nuestra vocación, lo bueno que tenemos, qué es lo que queremos, aquello que Dios puso en nuestros corazones, aquello en que nos invita a ser mejores, y no por tener más éxito o menos éxito, sino porque descubrimos que maduramos y crecemos como personas.
Esta misma vocación a la que estamos llamados todos nosotros como cristianos. En ese primer llamado que Jesús nos hace desde pequeños, vamos caminando todos con Jesús, de diferentes formas y maneras, hasta que en un momento, cada uno tiene que decidir de nuevo, si quiere seguir caminando con Jesús, si quiere elegirlo. No importa la edad que tenga. Una cosa es lo que se me dio antes, otra cosa es lo que yo descubro en un momento ya como elección mía, no porque me viene dado. Sin embargo, ya hay una vocación intrínseca a la de todos nosotros en el corazón. Como cristianos, todos somos llamados a misionar, todos somos llamados a evangelizar.
Si uno mira el evangelio de hoy, es como un momento en el que cambia la vida de los discípulos. Ellos fueron en un momento llamados a estar con Jesús, tuvieron que estar con Jesús para aprender. Pero después de estar con Él, y conocerlo, descubrir cómo era, Jesús les dice: ahora les toca a ustedes, ustedes tienen que salir, y hoy escuchamos cómo los envía. Y eso se da cuando ellos pueden tocar lo más íntimo de su corazón, cuando pueden descubrir en sí mismos, que Jesús los invita a algo más, y ellos quieren algo más. Esto que seguramente, también nosotros en algún  momento de la vida lo encontramos, así como en momentos quisimos ser mejores, mejorar, crecer, cambiar cosas que descubrimos que no nos gustaban tanto, en la fe también nos pasa. Hay momentos de profundidad, de encuentro con Jesús, en los que decimos, bueno, yo quiero vivir de otra manera, yo quiero cambiar esto, y en ese momento, ya estamos como empezando a misionar. Digo, empezando a misionar, porque la primera misión es el testimonio que yo doy como cristiano. ¿De qué manera vivo? Mi envío es a partir de que yo descubro que Jesús me invita a cambiar mis valores, mi forma de vivir -cosa que me cuesta- mi pecado, mi límite, ahí estoy descubriendo aquella vocación más profunda a la que yo he sido llamado. Cada envío puede tener muchas formas diferentes, cada uno tendrá que anunciar a Jesús de maneras distintas, en la familia, en el trabajo, uno encontrará una forma, otro otra, sin embargo eso no me quita mi responsabilidad.
Un signo de esto, es la elección sabia que hace la Iglesia con los patrones de las misiones. Ellos son, por un lado San Francisco Javier, que se fue a misionar a India, hizo un montón de cosas, gran misionero fue; pero la otra patrona es Santa Teresita de Lisieux, que vivió entre cuatro paredes. ¿Cómo es misionera? La Iglesia descubre sabiamente, que también en ella, en esa oración por todos los misioneros, y por todas las personas, se encuentra la misión, no solamente desde la acción, sino también desde la contemplación. Y en el medio de esas dos realidades tan distintas, hay muchos carismas y formas de anunciar el evangelio, pero todos son necesarios, porque es la única manera de crecer y madurar en la vida. Ese paso se tiene que dar.
Hasta que yo no soy enviado al mundo, se puede decir que no di el paso de madurez, de juventud en la fe. ¿Y por qué digo juventud? Porque en realidad si miramos nuestra vida, uno nace en una familia, crece va aprendiendo, llega un momento en el que quiere empezar a elegir por uno mismo, desde su libertad. Ahí empiezan los choques con mamá y papá, quiero salir, tal cosa, tal otra, todavía no… esperá un poco… Pero yo ya quiero empezar a elegir desde mi mismo. Hasta que llega un momento en el que me toca partir, me toca seguir mi camino. Algunos lo harán más rápido, otros se quedarán varios años más en casa, como son las realidades hoy, pero para poder crecer y madurar, hay un momento en el que tengo que salir, tengo que ser enviado. Algunos se casarán, otros quedarán solteros, cada uno de su forma o manera, pero ese paso para madurar lo necesito. Tengo que tomar yo, en mí mismo, mi propia vida, la tengo que tomar en mis manos. Y ese paso que hacemos con madurez, mayor o menor, cada uno de nosotros, en un momento determinado, es al que se nos invita en la fe.
Mientras yo me quede solamente con Jesús, todavía no di ese paso en la vida. Tal vez la gran tentación que hay hoy en nuestra sociedad, como Iglesia, es quedarnos en lo personal, como en una piedad individualista con Jesús, me quedo yo con Jesús, y vivo mi fe solamente con Él, pero esto tiene un límite, ya después no puedo crecer más. O como Iglesia me quedo puertas adentro: “bueno así estamos bien; con esto basta; ¿por qué no viene el otro hacia nosotros?” pero eso también muestra una Iglesia de puertas cerradas, no de puertas abiertas. La misión implica: yo quiero salir. Y la madurez en la fe, se da en ese momento en que digo: bueno, así como en un momento se me envía al mundo, acá se me envía como testigo de Jesús. Jesús les dice: “vayan y anuncien”, y los envía de dos en dos, esto que tantas veces hemos escuchado.
Nosotros que somos también enviados, como esos discípulos, animémonos a anunciar, a compartir nuestra fe con otros. Algunos hace poco terminaron el curso de coordinadores, van a tener que coordinar, otros en algún grupo que estén, un grupo de matrimonios, etc. También los chicos que hoy están terminando post-confirmación / Caminar, van a tener que empezar a mirar de qué manera quieren ir eligiendo ellos cómo seguir caminando con Jesús. Cada uno verá de qué manera quiere tomar eso en sus propias manos. Pero tenemos que descubrir cómo lo queremos vivir y compartir con otros.
Cuando uno que Jesús nos envía “de dos en dos”, piensa que es bueno porque se aprende a compartir, nos complementamos. Algunos, como yo, hablamos mucho, otros no hablan tanto, algunos son más extrovertidos, otros más introvertidos, algunos son más superficiales, otros más profundos, pero hay una razón más profunda de por qué Jesús nos manda de dos en dos: es porque siempre tenemos que aprender a vivir el evangelio con otro. Cuando estamos solos, el evangelio es fácil de vivir, o por lo menos, podríamos decir que es más accesible. Pero con otro ya nos cuesta un poquito más, porque cuando permanecemos con el otro, encontramos el límite del otro, el límite nuestro, el mismo vínculo que a veces tiene límites, y nos cuesta compartir el evangelio con los demás. Creo que cuando les dijo que fueran de dos en dos, dijo: bueno, en primer lugar vayan ustedes compartiendo y viviendo lo que Yo les enseñé, para poder transmitir. Y esa es la misión a la que hoy nos invita a cada uno de nosotros.
En la primera lectura escuchamos cómo cuando a Amós le dicen, “vete de aquí”, él contesta: no, esto es lo que a mí se me dijo desde que nací; no lo elegí yo, sino que Dios me llamó: ve y predica. Todos nosotros somos cristianos, y casi podríamos decir lo mismo: en realidad esto no lo elegí yo, vino con mi bautismo, vino con mi misión; cuando yo lo elegí, cuando yo lo tomé en mis manos, Jesús me dijo, ahora tenés que ir y anunciarme. ¿Querés dar ese paso? ¿Querés dar ese salto de madurez en la fe? Animate a ser testigo. Y no pongamos excusas, “no sé cómo”, tal cosa, tal otra… Él será el que nos irá guiando. Él será el que nos irá diciendo cómo poder anunciarlo, con una dinámica que es totalmente distinta a la del mundo. En el mundo, en general, vivimos del éxito. Decimos, esta persona tiene éxito, hasta que un día fracasa, y le bajamos caña. La dinámica del Reino es al revés, nace del fracaso. Lo podemos ver en Jesús: el fracaso de la Cruz, lleva a la Resurrección. Después de la muerta hay vida. Jesús los envía a predicar, y el domingo pasado, Jesús acabó de fracasar, fue a su pueblo, empezó a anunciar, y le dijeron, ¿quién sos vos?, yo te conozco. Y después de ese fracaso, cuando los discípulos estarían tal vez desorientados, les dice, ustedes vayan y anuncien. Casi que dice, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. Aún en nuestro límite cuando anunciamos, aún cuando no podemos dar testimonio como querríamos, Jesús siempre saca fruto, siempre viene algo, que Él da para que eso cambie.
Pidámosle entonces hoy a Jesús, aquel que nos llamó, aquel que nos eligió, aquel que nos envía, que escuchando esa vocación profunda que tenemos en el corazón de ser cristianos, nos animemos a dar testimonio de ella.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Homilía: “La fe es un juego de libertades, donde Dios y nosotros, vamos poniendo en juego lo más profundo que tenemos” - XIV domingo durante el año



La película Destino Oculto, con Matt Damon, trata de que todos los hombres y mujeres tenemos el destino marcado, ya está determinado lo que vamos a vivir. Sin embargo, algunos a veces se escapan de ese plan, entonces aparecen unos hombrecitos que se ocupan de hacer ajustes para que uno vuelva al plan marcado para cada uno nosotros. Uno de los personajes, David Norris, interpretado por Matt Damon, empieza a hacer una carrera política y está en las elecciones para senador, cuando de pronto se aparece en su camino, Liz, una mujer que comienza a desviarlo un poco del camino que él tenía determinado. Entonces, los hombrecitos tienen que empezar a hacer ajustes para que él vuelva a su camino. Sin embargo, diferentes circunstancias hacen que siga sin volver al camino; como que va luchando, hasta que por una de esas casualidades, se encuentra con estos hombres que hacen los ajustes. Entonces David empieza a discutir, porque ellos le dicen que tiene que volver al camino, y  le muestran todas las fatalidades que van a ocurrir si no lo hace, mientras que él quiere seguir lo que le dicta su corazón. Éste hombre le cuenta que la mayoría de las personas seguían el plan que ellos les habían trazado, sin detenerse a ver y explorar otros destinos en su vida. Pero que cada tanto aparecía una persona como él, David, que superaba todos los obstáculos que ellos le iban poniendo; personas que descubren que el libre albedrío es un don, cuando aprenden a luchar por él. “En el fondo la misión de nuestro director, es que algún día sean ustedes los que van determinando su destino”, le dice.
Más allá del intervinismo de la película, también nosotros muchas veces luchamos entre esa libertad que Dios nos regala, y ese plan que Dios tiene para cada uno de nosotros; pensando que que sepa lo que nosotros hacemos, determina nuestra libertad, cuando el gran regalo que Dios nos ha hecho a cada uno es que justamente nosotros podamos elegir. Ahora, sólo descubrimos nuevamente qué es la libertad, cuando aprendemos a luchar por ella. A veces parecería que la libertad es solamente la primera elección que yo hago. Pero la libertad se juega día a día en cómo yo vuelvo a sentir y a elegir aquello que descubrí en el corazón. Uno de los lugares donde más se pone de manifiesto esto es en nuestros vínculos. En todos los vínculos, no sólo en los que nosotros elegimos, una amistad, un noviazgo, un matrimonio, donde se ve claramente que yo elegí ese vínculo, no me vino dado; sino también en los vínculos que nos vienen determinados, una persona que es padre que tiene hijos, una madre que tiene hijos; los hijos con sus padres, con sus hermanos, ahí también se pone en juego nuestra libertad. Porque habrá momentos donde tendremos que trabajar por ese vínculo, el vínculo no es solamente lo que se me dio, sino el camino y la lucha que yo voy poniendo en ese vínculo.
Creo que si cada uno de nosotros mira la propia vida, en cada uno de los vínculos hubo algún momento en el que fue más difícil, donde nos costó, donde no entendimos al otro, cuando nos sentimos enojados; y ahí es donde se pone en juego verdaderamente nuestra amistad. ¿Por qué? Ahí se determina si yo lo vuelvo a elegir o no; si yo estoy dispuesto a luchar por ese vínculo. Si a la primera de cambio voy a decir, “no, hasta acá llegué, lo abandono,”; ahí descubrimos la fragilidad de los vínculos. Podríamos decir que la profundidad y madurez que yo logre en cada uno de los vínculos se verá en la capacidad que tenga de aceptar esa lucha. Ningún vínculo está exento de pasar por momentos difíciles. Pero lo que yo vuelvo a apostar, vuelvo a elegir, vuelvo a buscar un nuevo camino para seguir creciendo. Sino, cuántas amistades, cuantos noviazgos, cuantas relaciones de padres e hijos, matrimonios, se terminan rompiendo porque no estoy dispuesto a luchar por ellos, no estoy dispuesto a luchar por aquello que un día descubrí que me llenaba el corazón. Habrá momentos donde un vínculo tendrá que terminar, pero muchas veces nuestra falta de tolerancia, nuestra falta de lucha, nuestra falta de volver a elegir, hace que ese vínculo no pueda seguir, madurar, sobrellevar ese momento difícil en la vida.
Todo esto también se pone en juego en nuestra relación con Jesús. Tal vez una de las cosas que más ha puesto de manifiesto la sociedad actual, es justamente la libertad, la libertad de elección. Y en estos últimos cincuenta años en la Argentina, uno ve mucho más claramente cómo tiene que elegir la fe, tiene que hacer en el corazón una opción por Jesús. Unos siglos atrás, tal vez mucho menos, el mundo era cristiano, a uno le decían desde chico que Dios existía, que tenía que creer en Jesús, y uno maduraba y seguía su fe, en general adhiriendo a un conjunto de creencias: yo creo en esto, lo doy como evidente, y hasta ahí llego. No obstante, nuestra sociedad actual, que tiene tan en cuenta la libertad, nos pide entonces un paso más en la fe, que es el encuentro con Jesús, que es el encuentro personal. No basta que en una familia uno haya sido criado en la fe católica, sino que yo mismo lo tengo que elegir. Es más, creo que todos tenemos experiencias, muchas veces en nuestras familias, sino cercanas a nosotros, donde muchos cercanos, no creen de la misma manera que nosotros, no practican su fe, o se dicen ateos, buscan otro camino, y a veces nos cuesta a nosotros. Y eso se da porque no basta solamente con lo que se me dio, sino que yo soy el que tengo que elegir. Creo que cada vínculo pone siempre en juego la libertad, es un juego de libertades. Y la fe es un juego de libertades, donde Dios y nosotros, vamos poniendo en juego lo más profundo que tenemos. Dios eligiendo venir a nosotros, jugándosela por nosotros día a día, invitándonos a nosotros a lo mismo.
Si algo pone de manifiesto en este evangelio Jesús, es que la fe es un encuentro personal. ¿Por qué? Primero, porque de alguna manera les cuestiona todas sus creencias, o por lo menos, la forma de vivirla y de llevarla adelante. Y va buscando y recorriendo pueblos para encontrarse con la gente. Y en ese encuentro personal, tienen que ver si adhieren a Jesús o no. En este caso yendo a su pueblo, ahí en Nazaret, donde la mayoría de la gente se conocía -unos pueblos chiquitos donde vivirían alrededor de 200 o 400 personas, se calcula aproximadamente. Y ahí, donde todos se conocían, Jesús también quiere dar testimonio de Dios, dar testimonio del Padre, de quien es Él. Y ahí se sienta, empieza a leer la palabra, a anunciar, a enseñar, y lo primero que pasa es que la gente se admira frente a Él. Ese como primer enamoramiento que a veces tenemos frente a la palabra. Ese enamoramiento que muchas veces nosotros hemos tenido o que otros tienen, pero no basta con eso, tengo que dar un paso más, no tengo que quedarme admirado solamente, como estos hombres frente a esta primera palabra. Sino que bueno, a medida que eso va caminando, cómo lo voy eligiendo. En este caso, muy abruptamente, porque pasan de la admiración al escándalo casi sin escalas, dándose cuenta que conocen a esa persona. ¿Acaso este no es el hijo del carpintero, el hijo de María? Su familia está por acá… ¿No lo conocemos nosotros? Y es ahí donde empiezan a aparecer las dudas. Y es ahí, en ese momento donde deciden, por lo menos pareciera, no elegir a Jesús, no optar por Él en el corazón.
En este vínculo queda tan en juego la libertad, que Jesús va y anuncia, ellos no aceptan este anuncio, y Jesús casi no puede actuar. La fe pone de manifiesto que se ponen en juego las dos libertades. Los milagros ponen de manifiesto eso. Pudo hacer pocos milagros porque la gente no creía, por su falta de fe, no se pudo entablar ese vínculo. Ni siquiera lo que escuchábamos el domingo pasado, que dice: basta que creas, animate a creer, animate a dar ese paso. Y esto va a suceder con nosotros en nuestro camino de fe. Hay momentos donde nos sentimos más animados por Jesús, lo seguimos, hicimos un retiro, nos sentimos muy contentos… pero la fe implica ese vínculo con Jesús en el que tengo que ir caminando. Habrá momentos donde será más fácil, todo va “viento en popa” y yo voy caminando con Jesús, y hay momentos donde me va a costar vivir la fe, momentos de aridez, momentos en que no entiendo, o que tengo también otras cosas en mi vida, y voy a tener que luchar desde mi libertad, para ver si quiero seguir caminando con Jesús o no. Ahí es donde se pone en juego ese gran don que Dios nos regaló.
Jesús siempre está a nuestro lado, y siempre nos busca, la libertad de Él está puesta al servicio nuestro, pero nos dice a nosotros que en cada momento, tenemos que optar por Él, tenemos que elegirlo. En primer lugar, adhiriéndonos a esa fe; en segundo lugar, saliendo a dar testimonio. Esa es siempre la dinámica, primero acojo algo, lo recibo; después me animo a darlo y llevarlo. Por eso también yo me convierto en testigo de esa fe.
Estas dos lecturas nos ponen de manifiesto tal vez esas dos dificultades que encontramos al poner en juego nuestra libertad. En la segunda lectura Pablo habla de su debilidad, “me glorío en mi debilidad”, tengo esto que me sucede, que me vuelve a pasar este dolor y no sé qué hacer. Le pedí tres veces a Dios que me quite esto y no me lo quitó, pero bueno, me glorío en esta debilidad. Pablo descubre que el que actúa es Jesús. Y también nosotros encontraremos en nuestro testimonio debilidades,  pensaremos que no podemos, cómo el otro me va a escuchar, qué va a pensar de mí… El tema es que, como Pablo, no tenemos que poner la fuerza nosotros, el que la tiene que poner es Jesús, Pablo dice, “me basta tu gracia”. Nos invita a nosotros a hacer lo mismo, que cuando damos testimonio, lo hagamos por él.
En segundo lugar, algo que nos cuesta todavía más que eso, que es el éxito o no de la misión y de lo que anunciamos. Cuando Dios le pide a Ezequiel que sea profeta, le dice: te voy a mandar a este pueblo para que anuncies, ahora, sabé que el pueblo es rebelde, algunos te van a escuchar, y muchos no te van a escuchar, pero no importa, porque si vos lo anuncias, van a saber que hay un profeta en medio de ellos. Lo que deja claro esta lectura, y tal vez muchas veces el evangelio, es que la misión no depende del éxito, el primer paso es lo que yo hago. Y en nosotros pasa lo mismo, muchas veces nos frena, bueno el otro ¿creerá o no? Eso no está en juego en nosotros, lo que Dios nos pide a nosotros, es que nos animemos a dar testimonio, después está la libertad del otro, creerá o no, aceptará o no; pero eso ya no es de mi incumbencia, ya no soy yo el que elijo, yo elijo anunciarlo. Lo que es seguro, nos dice Dios, es que ustedes habrán dado testimonio, y que el otro, desde su libertad, va a tener que hacer una opción, escucharlo o no, aceptarlo o no, elegirlo, pero que ya lo que se hizo, es mucho.
Creo que el mejor ejemplo de esto es Jesús, si Jesús hubiera medido su misión desde su éxito, muchas veces hubiera abandonado, pero Él sabía que eso era lo que quería, eso era lo que lo hacía feliz, eso lo que se le había dado, eso lo que quería llevar a los demás. Bueno, nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a elegir desde nuestro corazón y nuestra libertad, a ese Dios que viene a nosotros, a ir reafirmando día a día esa fe que se nos dio, ese regalo, ese don, haciéndolo crecer, y a luchar para que otros crean, animándonos a dar testimonio por Él, poniéndolo en la mesa, para que el otro descubra que siempre Jesús sale a nuestro encuentro, para que el otro descubra que siempre Jesús nos da otra posibilidad.
Pidámosle en este día, el poder recibir con alegría, ese don de la fe en el corazón, el poder acogerlo, hacerlo crecer, y el poder llevarlo a los demás.

Lecturas:
*Ez 2, 2-5
*Sal 122, 1-4
*2Cor 12, 7-10
*Mc 6, 1-6