Hace poco
salió esta película tan hablada, Elefante
Blanco, que cuenta la historia de dos sacerdotes, Julián y Nicolás, que trabajan y viven en una villa
miseria. La película comienza con una imagen de Julián que va al Amazonas, a
buscar al otro sacerdote, Nicolás, que está herido. Cuando lo encuentra le dice
que compartan juntos, él está muy desolado por todo lo que acaba de pasar, por toda
la gente que acaban de matar en el pueblito donde él ayudaba, y lo invita a
repetir con él esta frase que dice: “quiero morir por ellos, ayúdame a vivir
para ellos; quiero estar con ellos a la hora de la luz”. Y de alguna forma
podríamos decir que esta frase después refleja lo que ellos van viviendo a lo
largo de la película; ellos dos como sacerdotes, Julián y Nicolás, y Luciana,
la persona que hace de asistente social. Esa contradicción entre vida y muerte
en distintos momentos y experiencias, por lo que viven, por lo que les pasa,
por lo que les sucede, van teniendo distintos sentimientos en lo que les toca
hacer, tanto lo social como lo religioso. Se van queriendo entregar, hay
momentos en que les sale más fácil, momentos en que les cuesta, que sienten que
no sirve para nada lo que hacen, momentos donde no encuentran la salida. Distintos
sentimientos que tienen en lo profundo de su corazón que reflejan lo que
cualquiera de nosotros también va sintiendo a lo largo de su vida.
Podríamos
hacer un diario, cada uno de nosotros, tal vez las mujeres lo tienen, poniendo
qué es lo que voy sintiendo en cada momento, qué es lo que pasa por mi corazón.
No solamente describir qué es lo qué hago, sino qué es lo que voy sintiendo,
porque aún en las mismas cosas, hay momentos donde sentimos cosas mucho más
profundas, hay momentos que no. Hay momentos que tenemos una alegría muy
grande, y hay momentos que tenemos tristezas, cosas que nos hacen sentir gozo,
y en otro momento nos enojan y nos molestan, y eso es aprender de a poco a irse
encontrando con uno mismo, y descubrir qué es lo que nos pasa.
Esto que nos
sucede en todas las áreas de nuestra vida, nos sucede también en nuestra fe. Nuestros momentos y etapas con Jesús son
diferentes, pero tenemos que animarnos a caminar en todos ellos. Y este
discurso largo de Jesús, que venimos escuchando durante estos domingos, el
discurso del pan de vida, muestra en estas personas, en estos discípulos que lo
están escuchando, distintas etapas y momentos. Esa gran alegría al principio
cuando Jesús multiplica los panes; esa dificultad, cuando Jesús empieza a
hablar y a explicar que Él es el Pan de Vida; y ese conflicto que se suscita en
ellos cuando Él les dice: Yo he bajado del cielo. Y la gran pregunta de los
discípulos, de los que escuchan, es ¿cómo has venido del cielo?, si nosotros te
conocemos, nosotros sabemos que sos Jesús, hijo de José y de María, el
carpintero. Lo ubican a Jesús, y eso los hace entrar en conflicto. ¿Cómo puede
venir de Dios? ¿Cómo puede bajar del cielo? ¿Cómo puede hacer ciertas cosas? Y lo que les está pidiendo su fe es que se
animen a dar un paso, que se animen a dar un salto.
Tal vez para
ejemplificar esto, podemos tomar la primera lectura. Elías también viene a
hacer un milagro enorme. Por si no lo recuerdan, Elías se enfrenta a los 400
sacerdotes de Baal, que quieren hacer un signo, un milagro, pero no pueden
hacerlo. Elías solo lo hace, y tiene como un gran triunfo, porque toda la gente
se convierte viéndolo a él; y en vez de esperar los honores tal vez de ese
momento, lo empiezan a perseguir. Se tiene que escapar, y se cansa, dice: hasta
acá llegué, basta, ya no quiero saber nada mas, ya estoy listo para morir. No
tiene más ganas de nada. Tiene esa sensación amarga en el corazón por diversas
cosas, un poco por la incredulidad de los demás, que no terminan de creer en
Dios, de entender el mensaje que él hace, y otro poco por el cansancio que
tiene. ¿Para qué hago esto? ¿Para qué hago gestos si otros no creen, si me
persiguen, si en el fondo no tengo paz en el corazón? Porque siempre tengo que
estar de conflicto en conflicto, hasta acá llegué, listo.
Es necesario
que Dios ponga un signo en su vida, para que él pueda continuar. Es necesario un alto en el camino, para que
él pueda continuar este proceso que viene haciendo. Para que Elías pueda
continuar, Dios pone este signo muy sencillo. Le dice: levántate, come, vuelve
a dormir; levantate, comé algo más, todavía te queda un largo camino. Eso que a
veces nos sucede a nosotros cuando estamos cansados, desalentados, angustiados.
También
nosotros en nuestra vida o en nuestra fe, tenemos distintos momentos, como
decíamos antes, y hay momentos en donde nos cansamos, por la cantidad de cosas
que tenemos que hacer, que nos tocan en el día a día, y nos preguntamos, ¿vale
la pena esto? ¿Vale la pena seguir luchando? En el estudio, en un trabajo, con
la familia, con los amigos, en un noviazgo, en una pareja, ¿tengo que seguir en
esto o no? Y muchas veces tendemos a decir: hasta acá llegué, bajo los brazos,
no tiene tanto sentido. A veces por la incredulidad de los demás, que no nos
entienden las cosas que les contamos, que les decimos, lo que nos pasa. A veces
en la fe, que intentamos anunciarla, dar testimonio, cuesta mucho que el otro
crea, a veces hasta me hago cuestionamientos. ¿Sigo con esto? ¿Vale la pena? O
en la fe también nos puede pasar porque nos cansamos, “ya no siento tanto como
antes”. Cuando termina esa etapa digo: bueno, ya está, era para ese momento.
¿Vale la pena seguir a Jesús todavía? ¿Seguirlo buscando? Como que se pierde en
el horizonte para qué era este momento de nuestra vida, o hay cosas que nos lo
cuestionan, nos ponen en duda. Cuando uno se abre a otros ambientes, si fuimos
a un colegio católico vamos a la facultad y hay un montón que no creen, nos hacen
un montón de preguntas, o en un trabajo, o nuestros amigos, y esto nos hace
preguntarnos a nosotros, ¿será tan así esto? ¿Valdrá la pena esto?
Podríamos
decir que esa crisis que el pueblo tiene escuchando a Jesús cuando les dice: Yo
he bajado del cielo, también la tenemos en la vida y en la fe nosotros, de
diferentes formas y maneras. No podemos
decir que nuestro camino hacia Jesús es totalmente lineal, hay momento que nos
acercamos, momentos que nos cuestan más. Momentos donde vivimos una fe
mucho más efusiva, momentos donde vivimos una fe mucho más apagada; momentos
donde caminamos con gozo hacia Él, momentos donde sentimos muchas tentaciones,
que nos hacen repreguntarnos y alejarnos.
Sin embargo,
la invitación de Jesús es siempre la misma: animarnos a profundizar.
Necesariamente, la fe en algún momento, como la vida, tiene que entrar en
conflicto; hay cosas que me voy a preguntar. Hay alguna crisis que va a aparecer, porque es la única manera de
crecer, es la única manera de dar un salto. Es el mismo conflicto que tiene
Elías: ¿esto sirve para algo? No quiero, no tengo más ganas; pero va a seguir
anunciándolo, pero en la medida en que se encuentre con lo que siente, y con lo
que le está pasando, y que le haga lugar a eso.
Nosotros
tenemos una ventaja en esto que dice Jesús, porque dice: Yo soy el pan vivo
bajado del cielo, yo he venido de Dios. Eso para nosotros no es tanto un
conflicto. Para nosotros el problema es descubrir en este pan que aparece en
esta mesa, a Jesús. Cada vez que venimos a una eucaristía tenemos que hacer ese
acto de fe. ¿Está Jesús ahí? ¿Lo descubro presente? Pero cuando Jesús les está
diciendo eso, yo soy el pan vivo, está Jesús delante de ellos, lo que cambia es
el conflicto que les genera, no el hecho de que tengan que dar un salto, eso lo
tienen que hacer todos, sino que descubran que se tienen que alimentar de
Jesús. Es Jesús el alimento, el que les
va a enseñar, el que les va a mostrar el camino, en el que tienen que hacer el
salto. Y otra forma o manera, es la invitación para nosotros. Es Jesús hoy que nos alimenta, nos enseña,
nos habla, nos sale al encuentro, en muchas personas a lo largo del camino.
La frase es la
misma para todos. Dios le dice a Elías, levántate, come. El Padre le va a decir
a Jesús lo mismo: resucitá. Resucitar es levántate, levantate, caminá. Jesús se
va a hacer presente con los discípulos, se va a alimentar –“tienen algo para
comer”-, va a comer con ellos. Y cuando nosotros tendemos también a sentirnos
cansados, a bajar los brazos, a preguntarnos si vale la pena, Dios, al corazón,
nos dice lo mismo, por medio de mucha gente: levantate, animate a caminar de nuevo, tengo mucho trabajo para vos
todavía, tenés que seguir recorriendo, tenés que seguir viviendo para vos y
para otros, y por eso alimentate. Y tenemos que volver a buscar en ese
alimento aquello que nos ayuda a seguir adelante. Ese amigo que está a nuestro
lado, esa familia que nos apoya, aquel que tiene un gesto con nosotros, una
palmada, un abrazo, aquel que nos acompaña, aquel que nos habla al corazón. Ese
Jesús que tiene palabras para que nuestro corazón se vaya transformando, vaya
dejando eso que nos apaga, que nos cansa, y nos envíe para adelante. Ese pan de
vida que en esta mesa nos alimenta para que podamos caminar con Él.
Pidámosle
entonces en este día a Jesús, que nos animemos siempre, en esa camino de la
vida a levantarnos, a alimentarnos de Él, para poder también llevar ese
alimento a aquellos que Jesús nos pone en el camino.
Lecturas:
*1Re 19, 4-8
*Sal 33, 2-9
*Ef 4, 30—5,2
*Jn 69, 41-51