viernes, 21 de septiembre de 2012

Homilía: “¿Quiero seguir a Jesús o no?” – XXIV domingo durante el año



Supongo que los que estamos acá, los últimos años nos hicimos seguidores, y fervientes (bueno, quizás no a todos les gusta), de lo que fue la saga de las películas de Harry Potter. Mientras se iban recorriendo las películas, uno iba viendo el camino que Harry iba haciendo, pero sabía que en algún momento tenía que llegarse al momento de la trama, más allá de lo que sucedía en cada una de las películas, en que se fuera revelando lo que estaba pasando. En el fondo, lo que tenía que revelarse era qué era lo que Harry tenía que hacer en ese encuentro, en ese dualismo entre Harry por un lado, y Voldemort por el otro, cómo se va a dar ese enfrentamiento, y cómo se revela esto a lo largo de estos 7 libros o películas. Y en un momento, de a poco esto se le empieza a revelar, y uno empieza a percibir como que la clave de esto la tiene Dumbledore, que es él el que de alguna manera le puede ir mostrando el camino, le puede ir diciendo, esto es lo que tenés que hacer, por acá tenés que ir, esto es lo que te toca hacer en este momento. Y los que fueron llegando hasta el final, no voy a relatar el final de la película, ven como él lo ayuda: ahora te toca esto; vos tenés que decidir, pero es el momento en que esto es lo que tenés que hacer, esto es lo que tenés que dar, y esto lo que tenés que entregar.
Ahora, esto no sólo sucede en esta serie de películas de aventuras, sino en muchas películas y libros, y hasta en nuestra propia vida. Y a medida que vamos recorriendo el camino, llega un momento que es como el corazón de ese camino, en el cual, en general yo tengo que tomar una opción. Frente a ese momento que se me presenta, yo tengo que elegir. ¿Sigo o me quedo acá? ¿Profundizo y entrego aquello que se me invita a entregar, o me quedo en este momento?
Esto que sucede en muchos momentos de nuestra vida, sucede también en el evangelio que acabamos de escuchar. Este evangelio es el corazón del evangelio de Marcos. Si ustedes recuerdan, este evangelio comienza diciendo esto: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, el hijo de Dios.” Cuando Marcos comienza el evangelio ya nos revela quién es Jesús: es el Mesías y es el hijo de Dios. Y acá, a mitad de camino por primera vez, el evangelio va a decir que Jesús es el Mesías, en esta respuesta que Pedro le da. Y llega un momento clave en el evangelio: ya no es el seguimiento de sus discípulos, sino el seguimiento que Jesús les propone. ¿A qué voy con esto? Todos conocemos este texto. Jesús les pregunta, hace como un sondeo de opinión, ¿quién dice la gente que soy Yo? Y después de que le revelan un poco qué es lo que habían escuchado, Jesús les dice: ahora ustedes, ¿quién dicen que soy Yo? Comprométanse ustedes. Y ahí Pedro contesta bien: Tú eres el Mesías; ha descubierto quién es Jesús.
Sin embargo, el problema viene cuando Jesús revela lo que significa ser Mesías: el Mesías tiene que padecer, tiene que dar la vida, tiene que entregarse. Eso ya a Pedro no le gusta, ese tipo de mesianismo no le gusta. Y es por eso que le dice, no, hasta acá no, este tipo de mesianismo no me gusta. Y ahí se come el reto más grande de todo el testamento: “Ve detrás de mí, Satanás. Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.” Invita a seguir de una manera nueva.
Ahora, si miramos nuestra vida, de alguna forma sucede algo similar en nuestra fe. Desde un primer momento, muchas personas nos enseñan quién es Jesús de distintas maneras. También vamos escuchando, por ejemplo cuando empezamos la facultad, o en el trabajo, que, no todos están a favor de Jesús. Algunos lo seguirán, otros no; y uno escucha un montón de cosas de Jesús. Sin embargo, desde un primer momento tenemos que hacer una opción: ¿quiero seguir a Jesús o no? Esa opción que hicieron los discípulos, y una opción de seguimiento significa que hay algo que me invita, que hay algo que me atrae de Jesús, por eso voy. Me siento consolado, me gusta lo que veo. Descubro los dones que me da, y voy caminando con Él. Y Jesús cada vez se me va revelando más, cada vez va dando un paso más, y va purificando esa imagen.
Podemos ver como a lo largo de la historia, tanto la sociedad como la Iglesia del momento fueron eligiendo distintas imágenes de Jesús. En un primer momento, la primera imagen que se hizo de Dios fueron los pantocrátores, en las épocas de los imperios – tal vez han visto alguna vez uno. ¿Por qué era esa imagen? Porque era como el imperio, bueno Dios es todopoderoso, el imperio también. ¿Revela algo de Dios? Sí, pero se tiene que abrir a algo más. En un segundo momento, la imagen de Dios que más se vio fue la de La Piedad, y mostraba ese Dios que también nos entendía y acompañaba en el sufrimiento y en el dolor. Que revela algo de Dios, pero también se tiene que abrir a algo más. En otro momento la imagen de Dios era la de un Dios que es juez, que viene muchas veces a condenar, a decirnos si esto está bien o mal. Esto también revela algo de Dios, pero se quedaba en eso porque la sociedad era así, era más sufrida, se juzgaba y se decía mucho más lo que se tenía que hacer; esa imagen también se tiene que abrir a algo más. En un último momento, la imagen de Jesús, fue la de un Jesús más liberador, hasta socialista o comunista lo han llamado. Que revela también un Jesús que quiere salir a liberar, que quiere salir a dar ese paso, pero que también se tiene que abrir a algo nuevo, no es eso, no queda encasillado ahí Jesús, esa imagen siempre tiene que purificarse. ¿Y por qué tiene que purificarse? Porque la imagen verdadera, no es la que yo me hago de Jesús; es la que Jesús me revela.
En algún momento de mi camino, Jesús me va a decir cómo es, y ahí es donde yo tengo que abrir el corazón para ver si acepto esa imagen de Jesús o no. En este caso es esta imagen del Mesías. El Mesías, le dice, tiene que sufrir, tiene que entregar la vida. Y Pedro no acepta esto, dice este tipo de imagen de Jesús, yo no lo quiero. Ahora, para seguir caminando con Jesús, tiene que ver si acepta esa imagen o no. Porque Jesús no lo echa, no le dice: no mirá, así no me podés seguir. Lo que le dice es, seguime, pero vení detrás.
Podríamos decir que en este evangelio hay un cambio fundamental. Hasta este momento, los discípulos siguieron a Jesús porque había algo que les gustaba. Ahora Jesús es el que les dice: ahora síganme desde quién soy Yo; ahora Yo les digo quien soy, y ustedes tienen que ver si esto lo aceptan o no. No se pueden quedar con la imagen de ustedes, sino descubrir verdaderamente quién soy. Y esto implicaba en ese caso, cargar con la cruz, e ir detrás de Él. Descubrir quién es Jesús es descubrir que muchas veces hay momentos de dolores, de sufrimiento, de cruz, y que eso se tiene que integrar en la imagen que tenemos de Él. No puedo caminar detrás de Jesús sino integro eso, sino descubro que Jesús también me invita a vivir eso como parte de la fe. Y esto también será un momento en el que yo tendré que dar un paso en la fe. ¿Acepto ese llamado de Jesús? No solamente desde el sufrimiento y el dolor, sino desde distintos momentos, desde distintos lugares.
Podríamos poner como ejemplo la segunda lectura, la Carta de Santiago. Santiago les dice, la fe se acompaña con obras. No basta con decir solamente: Creo en Dios, o en Jesús; ahora tienen que decir, bueno, también obro de esta manera, vivo como Jesús, descubro a qué me invita a Jesús, y confío en Él. Podríamos ver nosotros, en qué sentido tenemos que abrirnos a algo nuevo. El domingo pasado escuchábamos cómo el evangelio decía: ábrete. Bueno, acá los que tienen que abrir el corazón son los discípulos, ahora los que tenemos que abrir el corazón somos nosotros.
Podríamos tomar algunas invitaciones que Jesús nos hace a través del evangelio. Primera invitación, por ejemplo, a perdonar, ¿aprendo a perdonar? ¿Vivo el perdón como Jesús me invita? ¿Descubro ese llamado que me hace o me quedo en lo que se llama antes para mí perdonar? Jesús nos dice: ahora te toca crecer en esto.
En otro lugar del evangelio, Jesús dice que hay que amar a todos, a los que nos gustan y a los que no nos gustan, ¿nos animamos a dar ese paso? Ahora, ese paso, con nombre y apellido, no decir: sí, yo quiero a todos. Porque hay personas que nos cuesta querer, desde cercanas a nosotros, en nuestra familia, en nuestros trabajos, a personas, políticos. Pongámosle nombre y apellido a eso. ¿Qué nos cuesta amar, y querer y valorar? Y Jesús me dice: eso querelo y valoralo. Si querés crecer en la fe, tenés que dar ese paso, tenés que soltar algo que no te gusta, y animarte a vivirlo. Creo que cada uno de nosotros podemos preguntarnos, ¿qué me cuesta? ¿En qué me cuesta ser generoso? ¿En mi tiempo, en mis cosas, en lo que el otro me pide, en que lo acompañe? Bueno, soltá eso me dice Jesús, cargar la cruz es cargar eso, Pedro tiene que descubrir cuál es la cruz que le cuesta. Y la cruz que le cuesta a Pedro, es creer que Jesús tiene que morir, es que Jesús tiene que entregar la vida, y que después él se va a tener que entregar. La pregunta es ¿cuál es la cruz que nos cuesta a nosotros? ¿Qué es lo que no queremos entregar? Porque hay dos opciones, Pedro puede decir hasta acá llegué en mi fe, y se queda en ese primer estadio de la fe, o dice, mirá Jesús, ahora me entrego y te sigo de otra manera, y da un salto en su fe.
Lo mismo nos puede pasar a nosotros, bueno hasta acá llegó mi fe, no quiero dar nada más, o me animo a dar un salto, me animo a crecer y a vivir el evangelio de verdad, con todo lo que invita y con todo lo que cuesta. Porque vivir el evangelio es ir entregando algo constantemente. En el fondo, es ir entregando la vida, el gran don de Dios. Es lo que dice la primera lectura. Es el segundo o tercer cántico del siervo. Dios me invitó a ir por ahí, tuve que ir por ahí, tuve que poner mi espalda, me pegaron, me abofetearon, pero yo confiaba en Dios. ¿Le gustaba a ese siervo lo que le pasaba? No, pero se sentía sostenido por Dios. Bueno, en nuestra vida pasa lo mismo, es soltar algo. Porque la verdadera esperanza cristiana, es la que se sostiene en Jesús, es la que se sostiene en Dios. Como hemos hablado muchas veces, a nosotros nos cuesta porque nos gusta controlar las cosas, nos gusta controlar hasta donde entregamos. Pero Jesús nos invita a algo más.
Para poner un ejemplo y decirlo claro, muchas veces en nuestra sociedad nos cuesta decir por dónde vamos. Jesús nos dice, entregá eso, tené esperanza. Ahora, no en los hombres, sino en mí. Porque cuando las cosas vienen bien o las controlamos, es muy fácil creer. Ahí creemos todos porque la cosa sale como yo quiero. Ahora, cuando la cosa no es como yo quiero, ya no puedo controlar nada, y ahí paso al otro estadio que es, confío en Dios. Dios me dice, ahora confiá en mí, aunque te cueste, aunque te duela, aunque sufras, entregá lo que te cuesta, ese es el paso del evangelio. Ese es el final del evangelio de hoy, el que quiera salvar su vida la perderá. ¿Qué es salvarla? Controlarla, aferrarla, no querer dársela a Jesús, decir hasta acá llegué. Ahora, el que pierda su vida por mí, el que la entregue, el que la dé, la va a salvar. Eso es lo que nos invita a hacer.
Pidámosle entonces en este día a Jesús, aquel que hoy nos dice si nos animamos a cargar con la cruz y seguirlo, si nos animamos a cambiar aquello que nos cuesta, que queremos seguirlo, que queremos confiar en Él, que queremos animarnos a entregar aquello que nos cuesta. Pidámosle que nos ayude a cambiar, aquello que hoy no nos animamos a cambiar, que nos ayude a dar el paso que no podemos dar. Pidámosle a Dios, aquel que nos sostiene en ese camino, que nos ayude a entregar, a caminar detrás de Jesús con un corazón entregado.

Lecturas:
*Is 50, 5-9
*Sal 144, 1-9
*Sant 2, 14-18
*Mc 8, 27-35

Homilía: “Efatá - Ábrete” – XXIII domingo durante el año



Hace un tiempo salió una propaganda que intentaba mostrar cómo todos estamos conectados. Ésta mostraba una persona que estaba frenada en un semáforo, y había una voz en off que decía, que te conectas con el semáforo, que te conecta con la persona de al lado que también espera el semáforo, que te conecta con el de al lado, y así empezaba a hablar de todas las conexiones que podía haber. Muchas veces con distintas imágenes, con las distintas cosas que están alrededor nuestro; a veces con distintas personas que iban pasando por diferentes escenas. Y la propaganda terminaba diciendo: “te conectás con todos, y todos se conectan con vos. Conectados podemos más”.
Podríamos decir que tal vez muestra lo que es hoy nuestra civilización ¿no? Por lo menos cómo se la llama: la era de las comunicaciones, la era de la globalización, donde pareciera que todos estuviésemos conectados unos con otros. Cuando yo era chico, hace poquito, obviamente, había un teléfono en la casa, por lo menos que yo recuerde. Ahora creo que hay más teléfonos en la casa que las personas que viven ahí. No sólo porque los celulares van pasando de generación en generación, sino porque si las contamos creo que hasta tenemos más líneas en nuestras casas, que lo que había antes. Pero no sólo desde este lugar, sino desde muchos lugares. En realidad si miramos con atención, como otras veces hemos hablado, esto habla de cierta parte del mundo. Les contaba que hace un tiempo hice un curso sobre la comunicación y la globalización, y ahí decían que todavía el 43% de la población mundial no hizo una llamada de teléfono; entonces cuando hablamos de estar conectados o de hablar por teléfono estamos hablando de un porcentaje de la población. Pero bueno, ya que el 40% de la población mundial es poco, vamos a hablar del otro 60% que nos toca que es el que nos corresponde un poquito más a nosotros.
Pareciera que estamos mucho más conectados, no sólo vía teléfono móvil, sino también vía internet y un montón de cosas, que nos ayudan a estar mucho más en contacto con el otro. ¿Tenemos más rapidez a la hora de hablar con los otros? Sí. ¿Tenemos más posibilidad de encontrarnos tal vez con otros que están más lejos? También. Ahora, la gran pregunta es, ¿estamos más comunicados que antes? ¿Todas estas posibilidades nos han ayudado a tener una mayor comunicación, o una comunicación más profunda? Porque la rapidez o la cantidad, no hace a la calidad, y nosotros hemos descubierto a lo largo de la vida, cómo lo que a nosotros nos ayuda es cuando tenemos una comunicación que tiene mucha calidad, cuando podemos encontrarnos verdaderamente con el otro. Cuando podemos profundizar con los demás. No es solamente el saber lo que el otro hace.
Hace un tiempo, mirando la película de Facebook (para que no se queden sin película este fin de semana), en un momento decían: esto va a hacer que todos lleven la cámara de fotos a una fiesta, y después les muestren lo que hacen, como que todos saben de todo y se comunican. Pero en el fondo es una comunicación hasta descriptiva, uno ve fotos del otro; pero ¿sabemos lo que pasa por el corazón de los demás? Porque no es solamente ver una foto o ver al otro, sino el poder comunicarme verdaderamente. Y creo que varios tenemos experiencia de cómo nos cuesta comunicar las cosas desde lo profundo de nuestro corazón, hablar verdaderamente con el otro. Y no sólo porque a uno a veces le cuesta contar y expresar; también porque nos cuesta mucho ponernos a escuchar al otro. Estamos con mil cosas en la cabeza, o nos llaman por teléfono, interrumpimos, y no damos un espacio a que haya una comunicación profunda desde nuestras propias vidas.
Sin embargo, como les decía antes, es lo que buscamos, todos necesitamos una comunicación de calidad. Y todos buscamos el poder encontrarnos verdaderamente con el otro, y encontrar un espacio para hablar. Obviamente, no somos Gran Hermano, donde todos se tienen que enterar lo que pasa con cada uno de nosotros, pero sí estaría bueno que demos un espacio para que, con aquellos que son más íntimos a nosotros, podamos abrir el corazón, y el otro también encuentre ese lugar y ese espacio.
Este lugar y este espacio que de alguna manera se crea cuando Jesús pasa por este lugar y hace este milagro tan llamativo, como nos muestra el evangelio. Lo primero que llama la atención es el lugar donde hace este milagro. En el evangelio de Marcos es bastante paradigmático, porque lo hace en territorio pagano. Jesús, lo dijo claramente en el evangelio, fue a predicarle al pueblo de Israel, para que después ese pueblo sea luz para los demás. Sin embargo, acá va y hace un milagro en otro territorio, que llama la atención, porque nosotros hemos visto a Jesús curar hasta sin ir a la casa del otro. Pero esto parece hasta irónico, porque Jesús le toca la boca, le pone saliva, pareciera que es trabajoso este milagro que tiene que hacer y creo que es porque muestra una intención, y algo que hay ahí mucho más profundo. Y eso más profundo creo que está grabado en esta palabra, que es una de las pocas palabras en arameo que nos queda en el evangelio: efatá, que ¿qué significa? Ábrete. Hay algo nuevo en Jesús que se tiene que abrir, y eso nuevo siempre es difícil. Abrirle el corazón a algo nuevo nos cuesta a todos. Cuesta mucho, y creo que cuanto más grandes somos aún nos cuesta más. Y Jesús está mostrando, todo eso que cuesta, en este caso, toda esa Palabra de Dios que tiene que abrirse en un territorio desconocido, en un lugar donde no la conocían, esa Palabra se tiene que hacer lugar. Y por eso lo trabajoso del milagro, muestra lo trabajoso de que esos oídos se abran a la Palabra de Dios, que esa voz empiece a anunciar aquellas palabras de vida que Dios le pide.
Ahora, si lo central de ese evangelio es abrirse a la novedad, abrirse a algo nuevo, que es ese mensaje de Dios, eso se puede aplicar a cada uno de nosotros. ¿De qué manera Jesús quiere abrir nuestros oídos para que escuchemos de una manera nueva? ¿De qué manera quiere abrir Dios nuestros labios, para que hablemos de esa manera?
Todos tenemos la necesidad de comunicarnos, pero no solamente de hablar y contar lo que hacemos, sino de contar lo que nos pasa. Y es mucho más profundo hablar de nuestro propio ser que de lo que hacemos, y cuando no podemos hablar de nuestro propio ser, a la larga eso nos termina pasando factura. Porque hay algo que no nos cierra, porque no tenemos donde desagotar ese manantial de vida que está en nuestro corazón, y hasta nos ponemos de mal humor, y hay cosas que nos molestan, nos angustiamos, ¿y por qué? Porque no podemos hablar con palabras de vida, con aquello que todos necesitamos y que también Jesús nos trae.
También es importante escuchar. El poder escuchar verdaderamente al otro. Cuando andamos a las corridas y no encontramos al otro, de pronto estamos cansados y nos ponemos de mal humor, lo primero que nos podríamos preguntar también es, ¿me estoy deteniendo un momento?  A poder escuchar, a ver lo que pasa, a ver lo que sucede. Y también el abrirme a lo nuevo. El poder escuchar aquello que por ahí no estoy escuchando. Esas palabras de abrirse, claro que Jesús no se lo dijo sólo a ese sordomudo, sino a todos los discípulos que estaban con Él: ustedes también se tienen que abrir a esta Palabra de Dios, para que la Palabra de Dios, siempre diga algo nuevo.
Eso pasa también en nuestra Iglesia. Es curioso porque nosotros tenemos un mensaje que es sumamente atrayente, se supone, o eso es lo que creemos. Sin embargo también vemos la dificultad de que eso llegue. Entonces no solamente nos tenemos que preguntar cómo el otro tiene que escuchar, sino también cómo yo tengo que hablar. Y en este caso también cómo nosotros como Iglesia tenemos que escuchar.
Muchos habrán escuchado por televisión, que el Cardenal Bergoglio hizo un llamado bastante fuerte a nosotros, los sacerdotes. En este caso, yo zafé, era de Capital, por las dudas, diciéndoles: “vienen chicos de madres solteras y ustedes no los bautizan, no están escuchando a su pueblo, ustedes son los hipócritas del evangelio.” Y no por atacar a ellos, nos podemos preguntar nosotros. ¿Qué es lo que nosotros no estamos escuchando? ¿Qué es lo que Jesús nos pide que abramos, y no abrimos? Porque a ver, yo puedo sostener un montón de excusas para decir: no puedo bautizar. Y también nosotros podemos sostener un montón de excusas para decir: no, esto Jesús no lo quiere. Ahora, ¿no lo quiere Jesús, o no lo quiero yo? Porque la praxis de Jesús muestra cómo hay un montón de cosas que se tienen que abrir, y cómo siempre tengo que tener esa capacidad del corazón, de aprender a escuchar al que grita, al que clama.
Hoy Jesús nos pide a nosotros que escuchemos de una manera nueva, que hablemos de una manera nueva. Esto dicen las dos lecturas. En la primera lectura el pueblo está perdido, tiene miedo, e Isaías les dice: “No temas, ahí está tu Dios”, quedate tranquilo, miralo, escuchalo, fijate cómo no te abandonó, cómo está a tu lado aun cuando parece que no está. Aprendé a escucharlo.
En la segunda lectura, Santiago le pide a la comunidad que no haga acepción de personas. Si acá entra una persona rica, y entra una persona pobre, ¿a quién le hacen lugar ustedes? El evangelio hace primer lugar al pobre, a aquél que necesita más, no porque uno sea mejor que el otro, sino porque hay alguien que está más necesitado, a los ojos de Dios y de Jesús. Y eso también nos llama a abrirnos a algo nuevo, a una manera nueva de ver, a una manera nueva de pensar, que no es la del mundo. Porque no son esas reglas, son otras reglas a las que nos invita Jesús. Y eso nos cuesta muchas veces, nos cuesta como Iglesia, y nos cuesta también muchas veces como comunidad de cristianos acá en la Catedral.
Creo que hoy Jesús nos hace un llamado de atención, un llamado de atención a que abramos nuestros corazones, para mirar de una manera nueva, para escuchar de una manera nueva, y para que mirando y escuchando de una manera nueva podamos anunciar a Jesús de una manera nueva, para que ese anuncio llegue a los demás.
Pidámosle a Jesús, aquél que abrió los oídos y los labios de este sordomudo, que también abra nuestros oídos y nuestros labios, para que podamos escucharlo, y para que podamos anunciarlo.

Lecturas:
*Is 35, 4-7
*Sal 145, 7-10
*Sant 2, 1-5
*Mc 7, 31-37

viernes, 14 de septiembre de 2012

Homilía: “¿Por qué no miran lo interior?” – XXII domingo durante el año



La película Historias Cruzadas (The Help), muestra la realidad del estado de Mississippi, EE.UU. en los años '60; y esa relación que está un poco tirante entre las familias blancas, dueñas de las casas, y las empleadas domésticas de raza negra. En ese momento llega una mujer de esa ciudad, Skeeter Phelan, que viene recibida para trabajar como periodista, pero al principio consigue pocas cosas para poder hacer en el diario del lugar. Cuando se va adentrando, empieza a ver un montón de las injusticias que ocurren en ese estado que tal vez antes no las veía: y era el trato que estas personas tenían con aquellas personas que trabajaban en sus casas.
Justo en ese momento, Aibileen Clark, una de las protagonistas pierde uno de sus hijos, y la pregunta de Skeeter es: ¿qué se siente que un hijo muera cuando no estás con él, cuando justamente estás cuidando a los hijos de otra persona? Y ahí ella empieza a contar su historia. Skeeter se empieza a enojar con todo lo que ve, con toda esa fachada superficial de la injusticia, de cómo se tratan, y cómo eso sigue como un status quo que nadie puede cambiar nada. Le cuesta entrar en el corazón de las personas, le cuesta entrar a ver qué piensan; desde las personas que creen que eso está bien; desde las personas que creen que eso es injusto y está mal (y aún les pesa en el corazón el trato que tienen con las personas que trabajan en sus casas, por quedar bien con los demás), y más aún entrar en lo que siente cada una de estas personas que tienen que trabajar en las casas de otros. Por poner un ejemplo, ponían un baño afuera para que no usaran el de adentro,  tenían que separar sus cubiertos para que no los contagien, y así un montón de cosas. Uno cuando lo ve hoy a la distancia dice, ¿cómo puede ser esto? Sin embargo, son cosas que se han vivido, que han existido, y que durante mucho tiempo han perdurado. 
Creo que en vez de juzgar lo que se hacía en ese momento, podemos mirar nuestra propia vida, y tal vez sí, descubrir un montón de situaciones injustas que muchas veces se dan. Un montón de cosas que pasan a nuestro alrededor, y son como un status quo. Podríamos pensar en los colegios: cuando nos reímos o tratamos mal a alguien, y es como que eso está bien. Se tiene que vivir así, y parece que no se pudiera decir nada, que no se puede intervenir y decir: eso está mal. Casi como que queda de lado el poder pensar desde uno mismo. Lo mismo en la facultad, en un grupo, en un trabajo, en una familia,  cuantas veces si nos ponemos a mirar verdaderamente en el corazón, descubrimos que hay un montón de situaciones injustas, pero que están así; y que nos cuesta mucho llegar a lo profundo de ellas, y a lo que realmente pasa, y al corazón de cada una de esas personas. Y cuando sucede esto, uno termina viviendo como en una estructura que va mucho más allá de las personas, no importa quién lo está viviendo, porque lo importante deja de ser la persona, y pasa a ser la tradición, la cultura, o lo que se vive.
En este caso, en el evangelio acabamos de escuchar las tradiciones que viven los judíos, (tradiciones que vienen de sus antepasados) y que Marcos, como le escribe a una comunidad pagana, las tiene que explicar: los judíos siempre se lavan antes de comer, hacen las abluciones, limpian las cosas… y parece que lo central es eso. Y la pregunta a Jesús es, ¿por qué tus discípulos no se lavan las manos antes de comer?, y no por una cuestión de educación, sino porque esto se tiene que hacer. Jesús viene hablando hace rato de que lo central es transformar el corazón, empezar desde lo profundo de nuestras vidas, y ellos en vez de eso, se quedan mirando aquello pequeño que es: si se lavan o no las manos, si siguen esta tradición o no.
Más allá de que esta tradición esté bien o mal, nos olvidamos de lo central y de lo esencial, que es lo que pasa en el corazón de las personas. Si hay algo que Jesús viene a transformar es lo profundo de nuestras vidas, a que nos encontremos con nuestros deseos, con nuestra libertad, qué es lo que queremos, y a que nos encontremos con el otro y que a partir de ahí se empieza a construir.
La semana pasada yo les decía que desde lo negativo no se puede construir, para eso necesitamos de lo positivo de las personas. Pero para encontrar lo bueno de las personas, tengo que conocer el corazón, tengo que conocer al otro, y para eso tengo que romper con muchos de mis prejuicios, con mis criterios y mi modo de pensar. Muchas veces empezamos con nuestros prejuicios: vemos a alguien y ya lo tenemos catalogado, qué nos parece, a veces por su pinta, a veces por cómo habla, a veces por la estructura en la que lo conocimos, o a veces porque me "cayó así" pero no llegamos al corazón de esa persona. Y si no llego al corazón de esa persona, nunca voy a poder entablar un vínculo de verdad como a los que me invita Jesús. Para poder crecer en un vínculo cristiano tengo que llegar a la profundidad del otro. Tengo que amarlo desde lo que el otro es
Jesús invita a los fariseos, a los escribas, a sus discípulos, a que miren en el interior de su corazón y a que descubran que todo proviene de ahí, lo bueno y lo malo. Cuando nos ponemos a mirar la superficie, muchas veces nos cuesta encontrar lo bueno y lo malo. Los fariseos pensaban que todo estaba bien, que cumplían. Entonces como cumplían con lo que tenían que hacer, parecía que todo cerraba. Hoy, nos hemos muchas veces como enojado con este cumplir, y no queremos vivir desde el cumplir. Pero también desde un relativismo pareciera que todo está bien, y entonces muchas veces nos cuesta descubrir lo que está mal porque no sabemos mirar en la profundidad; miramos en la superficie. A mí me cuesta descubrir mi pecado, lo profundo de mi corazón, porque tal vez tengo que mirar de una manera nueva. Lo que está pidiendo Jesús a los hombres y mujeres que lo escuchan es: si quieren verdaderamente llegar a Dios, miren los corazones de una manera totalmente renovada.
Lo que nos dice a nosotros es lo mismo, aprendan a mirar el corazón, aprendan a mirar sus corazones. Y desde ahí podemos descubrir, cuáles son nuestras intenciones, por qué hicimos las cosas, de qué manera nos tratamos, y tratamos a los demás. La transformación siempre viene de lo profundo, cuando queremos transformar la superficie, es como si sólo le pusiéramos una capa de pintura. Después aparecen “humedades” y sigue todo igual; pasó muy poco tiempo, y nada cambió. Las cosas cambian cuando las cambiamos desde la raíz, cuando vamos a los cimientos. El problema es que cuando vamos a los cimientos, tenemos que dejar que algunas cosas se caigan, que algunas cosas se derrumben. Eso es lo que tienen que hacer esos hombres que están esperando a Jesús. Un montón de sus tradiciones se tienen que caer, pero no se animan. Cuando Jesús pasa por nuestra vida, hay un montón de cosas que se tienen que caer o que tienen que cambiar. Cuando Jesús pasa por nuestras familias, hay un montón de cosas que también tienen que caer. Cuando Jesús pasa por nuestra Iglesia hay un montón de cosas que tienen que caer.
Si miramos también hoy nuestras comunidades y nuestra Iglesia, hay un montón de cosas y tradiciones que hoy Jesús nos diría lo mismo: ¿por qué no miran lo interior? Lo que transforma, lo que hoy le puede dar vida a cada hombre y a cada mujer.
Creo que Jesús hoy nos llama a hacer un verdadero examen de conciencia, a que nos animemos a mirar nuestra vida, cómo somos, actuamos y caminamos. A que no nos quedemos en las estructuras, pensando que todo está bien, porque eso no nos lleva a nada, sino que busquemos en lo interior para encontrar aquellas cosas desde las que podemos construir y las cosas que no están bien y que tenemos que cambiar.
Pidámosle a Jesús, aquel que verdaderamente transforma el corazón de los hombre y mujeres, que seamos valientes en esto, en animarnos a mirar nuestro corazón, en animarnos a ponerle nombre a las cosas; para que desde allí, transformados por Él podamos crecer y transformar todo aquello a lo que Él nos invita.

Lecturas:
*Dt 4, 1-2.6-8
*Sal 14, 2-5
*Sant 1, 17-27
*Mc 7, 1-8.14-15.21-23

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Homilía: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes Palabras de Vida Eterna – XXI domingo durante el año



La película El Jardinero Fiel comienza con la muerte de una activista británica, Tessa Quayle, que estaba en Kenya, mirando algunos abusos que la industria farmacéutica hacía en ese país. Justin, su marido, está yendo a ver todo lo que es el funeral, y a recoger sus cosas, cuando, para cubrir un poco lo que pasaba, empiezan a haber algunas blasfemias sobre lo que la mujer vivía y hacía. Justin, un poco por curiosidad, un poco por no estar de acuerdo con lo que le decían, se pone a investigar. Así es que descubre que las cosas no eran tal como se le presentaban. Entonces empieza a adentrarse en lo que hacía su mujer, hasta descubrir que hay algo mucho más grande en eso, y ahí comienza una gran pregunta en él: ¿qué es lo que tengo que hacer? ¿Me comprometo con esto y sigo avanzando en investigar y ver qué es lo que pasa? o ¿me acomodo, [como lo invitaba la empresa a hacer], en una vida diferente? Se encuentra frente a un cruce de caminos. ¿Qué es lo que la vida me está pidiendo? Lo que comenzó por saber un poco más de mi mujer, termina siendo algo mucho más grande, mucho más groso, mucho más duro de lo que pensaba, y la pregunta es: ¿Qué es lo que tengo que hacer ahora?
Esta misma pregunta que también nosotros nos hacemos, de otras formas y maneras, en otras circunstancias de nuestra vida. Creo que en casi todas las cosas que muchos de nosotros hemos emprendido, hay momentos que son encrucijadas, en las que nos preguntamos: ¿tengo que seguir con esto? ¿Esto vale la pena? ¿Tengo que luchar por esto? Podríamos preguntarnos o ver eso en nuestros vínculos, en un noviazgo, un matrimonio, en una vocación que uno elige, en una amistad. Cuando las cosas se complican, cuando no son tanto como uno esperaba, uno dice bueno: ¿me animo a esto? ¿Sigo apostando o busco otra cosa? También en una vocación, en una facultad, desde cosas pequeñas, como cuando a uno no le gusta una materia - no nos van a gustar más de la mitad de las materias más o menos - parte de lo que a uno le puede pasar; o cuando uno empieza a descubrir que hay algo que me hace ruido, y no sé si es tanto lo mío, y ahí me pregunto ¿sigo apostando por esto o me desvío hacia otro lugar? Y así en muchas cosas que emprendemos. Hay momentos que podríamos llamar de encrucijada, o de crisis y discernimiento, donde yo tengo que volver a elegir, tengo que poner la circunstancia delante de mí y animarme a ver qué camino elijo.
Ahora, para eso tengo que aprender a mirar de una manera especial. Porque cuando llega un momento de crisis o de encrucijada, muchas veces miramos solamente lo negativo, o miramos lo que no nos gusta; y de lo negativo, lo que no nos gusta, nunca se puede construir, no hay manera, eso derrumba siempre todo. Entonces tengo que mirar, ¿qué es lo que me llevó a esto? ¿Qué es lo que me dio vida? ¿Qué es lo que me hizo elegir y recorrer este camino? Porque sólo desde lo que me da vida puedo construir, podré sanar lo que haya que sanar, reparar lo que haya que reparar, crecer en lo que tenga que crecer, pero sólo desde lo positivo y desde lo que me hace bien.
Esto mismo es lo que le dice Josué al pueblo frente a la entrada a la tierra prometida. Ustedes saben que el pueblo estaba esclavo en Egipto, y por medio de Moisés el pueblo es liberado; pero todos los que salieron de Egipto murieron en el camino. Nadie de los que salió de Egipto va a llegar a la tierra prometida, por eso son cuarenta años, lo que vive una generación. Ni siquiera Moisés llega. Es decir, los que van a tomar posesión de esa tierra, son los que nacieron en la libertad, los que ya conocen esa libertad. Y cuando entran en la tierra, Josué les dice: - ustedes han hecho experiencia de Dios, ahora tienen que elegir. ¿Quieren elegir este Dios o se quieren ir detrás de otros dioses? Yo ya elegí, yo elijo a este Dios, pero ahora les toca a ustedes.- Y el pueblo elige a este Dios. Sin embargo, sabemos que esta elección, en ese momento y frente a las maravillas que Dios obró parece muy simple, pero después no es tan fácil para el pueblo. A lo largo de su vida y esa tierra tendrán sus vaivenes en su relación con esa alianza que han hecho.
Esto mismo, de una manera diferente pero similar, se da con Jesús. Estamos terminando hoy de escuchar todo este discurso del pan de vida, donde la gente pasó de estar fascinada con Jesús, a preguntarse un montón de cosas y hasta a cuestionarlo a Jesús, y sus mismos discípulos le dicen: este lenguaje es muy duro. Jesús, por primera vez en el evangelio, siente que sus palabras no tienen acogida, no tienen recepción. Hasta este momento, podríamos decir que se dividen en dos grupos: los que lo escuchan a Jesús, y los que no lo escuchan a Jesús, los fariseos y otros más.
 Sin embargo, por primera vez se da una cosa muy particular, que es que el reproche, o el no escucharlo, viene de sus propios seguidores, diciéndole: esto es muy duro para nosotros, esto no se si lo podemos querer y aceptar. Pero Jesús no se echa para atrás, les dice: todo lo que les he dicho es Espíritu y Vida, mis palabras tienen peso. Si no quieren creer en esto, ¿cómo van a hacer con cosas más grandes, que vendrán todavía? Y ahí escuchamos que algunos se van, y otros se quedan. Sus mismos discípulos, frente a ese lenguaje duro, deciden abandonarlo. Dicen: esto no es lo que yo quiero seguir en la fe. Y esa crisis, como tenemos en la vida, nos sucede también en la fe, hay momentos donde empezamos a preguntarnos si queremos seguir a Jesús, pero varía las formas, a veces puede ser por el lenguaje, que nos puede parecer duro, aunque creo que eso no se da tanto en la actualidad.
Hay un libro que se llama, Diario de un Cura Rural, de Bernanos, donde él dice que la Palabra de Dios es como fuego candente, pero que uno la toma con pinzas porque tiene miedo de quemarse las manos. En realidad es una gran crítica a que nosotros la Palabra de Dios la tomamos con cuidado, porque si la tomamos y aceptamos verdaderamente en el corazón, nos entra en conflicto con un montón de cosas nuestras, y nos invita a un crecimiento en un montón de cosas que nos cuestan. Entonces cuando leemos, por ejemplo: los pobres, pensamos en los pobres de Espíritu, para ver si “zafamos” por lo menos por ahí. Pero cuando empezamos a escuchar y leer verdaderamente, nos damos cuenta de que nos invita a crecer en una pobreza, en una sinceridad, en una austeridad, en un escuchar al otro, en un amarlo verdaderamente, en un perdonar. Y eso nos cuesta, entonces lo tomamos hasta cierto punto, o no lo escuchamos tanto, porque cuando lo escuchamos verdaderamente también nos es duro, y nos invita a un replanteo y a una conversión del corazón.
No solamente con el lenguaje a veces es duro seguir a Jesús. A veces hay cosas que no entendemos. Nos suceden cosas duras en la vida, pasan cosas que no deseáramos, pasan cosas que no queremos, y muchas veces nos preguntamos y entramos en conflicto con Dios. Bueno, ¿este es el Dios al que yo quiero seguir? ¿De esta forma y de esta manera? O por último, nos podemos preguntar si tiene lugar en nuestra vida, porque no entramos en conflicto con Él pero quizás nos estamos dejando estar. Quizás en otro momento tenía que ver, pero ahora tenemos demasiadas cosas en nuestra vida. Pensamos que en realidad, este Dios, no nos da tanta vida. ¿Tanto para esto? Las otras cosas pareciera que nos dan más vida, sea lo que fuera: facultad, un trabajo, una familia, lo que fuera. Y Jesús va quedando de costado, como que lo vamos dejando atrás. Y es en ese momento, donde Jesús tal vez nos pregunta como a los discípulos: ¿ustedes también quieren irse? Cuando todo el mundo por diversas razones empieza a dejar la fe, a abandonar su religiosidad y a alejarse de Jesús, esa pregunta Jesús la hace a gritos en nuestro corazón.
Frente a esa pregunta, Pedro le dice, “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes Palabras de Vida Eterna. Nosotros hemos creído en Ti”. Yo creo que para Pedro, el lenguaje era tan duro como para los demás, pero Pedro lo que supo mirar no era lo que le estaba costando, sino lo que Jesús le había dado. En vez de mirar ese lenguaje duro, o las cosas que no entendía de Jesús, dijo: a mí el que me dio vida fue Jesús, a mí el que me cambió la vida fue Jesús; y hasta que no encuentre algo que me de tanta vida como Jesús, sigo con Él, sigo caminando y apostando por esa fe, por aquel que llena mi corazón, por aquel que como dice Pedro, me puede dar aquello que me da verdadera vida eterna.
Hoy Jesús nos vuelve a decir a nosotros que Él es el Pan de Vida, que Él es el que nos alimenta, y Él es el que nos da vida. Pero eso tenemos que renovarlo y reafirmarlo en cada circunstancia y momento de nuestra vida. Como hizo el pueblo, y como hizo Josué, habrá muchos momentos en que tendremos que animarnos a contestar desde el corazón, si queremos seguir a Dios o no, si queremos caminar detrás de Él, o si queremos seguir otro camino, si queremos apartarnos, o si queremos seguir creciendo y progresando en la vida de fe.
Animémonos entonces a descubrir a este Jesús que nos habla al corazón, a descubrir a este Jesús que en cada Eucaristía y en nuestros hermanos también nos alimenta, y animémonos a responder a esa pregunta que nos hace: si queremos estar con Él, si queremos caminar detrás de aquél que nos da Vida Eterna.

                Lecturas:
                *Jos 24, 1-2.15-18
                *Sal 33, 2-3.16-23
                *Ef 5, 21-32
                *Jn 6, 60-69

lunes, 10 de septiembre de 2012

Homilía: “Animémonos a ser testigos de Jesús” – XX domingo durante el año



Hace unos días vi la película The Lady - en castellano creo que se llama La Fuerza del Amor - que narra partes de la vida de una birmana, que gana el premio nobel de la paz, Aug San Suu Kyi. Muestra cómo su padre es asesinado cuando era presidente de Birmania y ella tiene que irse del país. Años después, ya con una familia formada, decide volver ahí, porque su madre está por morir. Cuando vuelve, en medio de una dictadura militar, en medio de represiones muy fuertes, el pueblo la toma de bandera para poder reclamar y luchar por aquello que quiere y que busca, y ella se encuentra en medio de un deseo de que las cosas se hagan de otra manera. A pesar de tener a su familia afuera, decide tomar ese rol, y empezar a luchar y trabajar por la democracia que ella quiere. Pero siempre bajo el signo de la paz, siempre mostrando que la bandera de ellos tiene que ser distinta, pase lo que pase, y contra lo que sea.
De camino le va a pasar de todo, porque la van a dejar presa domiciliaria, hay momentos que no van a dejar entrar a su familia, pero ella se anima a vivir firme en aquello que cree y que vive, y en aquello que le trae esperanza al pueblo y a ella. Y en esos momentos duros y difíciles, cuenta cómo puede vivir eso, como se anima a esto durante tanto tiempo. Y creo que es en aquello que uno alimentó durante su vida.
En la segunda lectura, Pablo le dice a su comunidad: bueno, tienen momentos malos, ahora en el presente, pero no sean necios. Vivan según aquello que han aprendido, vivan según aquello que se les ha regalado. Dice: no se embriaguen, no sean necios, no hagan cualquier cosa, sigan en el camino de Jesús.
Ahora, para poder seguir ese camino de Jesús, antes uno tuvo que haber hecho un recorrido en la vida. Seguimos escuchando este discurso del Pan de Vida de Jesús en el evangelio, que como ustedes recordarán comenzó con ese gran signo, la multiplicación de los panes, donde la gente quedó atraída por Jesús. Sin embargo, cuando pasa eso, Jesús aprovecha la oportunidad para profundizar con ellos.
En primer lugar les pide que crean en Él, y la gente empieza a preguntarse: pero, creer en vos, ¿por qué? Sos el hijo del carpintero, tus padres son María y José. Él les dice que bajó del cielo, pero sólo Dios está en el cielo, ¿cómo puede bajar del cielo? Y en vez de echarse atrás, Jesús sigue redoblando la apuesta, haciendo como un upgrade, y dice: Yo soy el Pan Vivo, ustedes tienen que comer de mí, tienen que alimentarse de mí. ¿Cómo vamos a comer su carne? Es la pregunta de quienes lo están escuchando. Y Jesús sigue caminando y tratando de que profundicen en eso que les dice.
Ahora, esto es necesario para cada uno de nosotros en la vida, no sólo en la fe. Porque para recorrer, lo primero que necesitamos es la fe, tenemos que creer en aquello que queremos hacer. Si no creemos en nosotros mismos, si no creemos en aquel camino que emprendemos, ese camino tiene patas cortas, eso no va a llegar muy lejos. Tengo que confiar en mí, confiar en los demás, y lanzarme a recorrer ese camino, en cualquier cosa que tengo. Cuando me preparo para algo pequeño, o para algo grande, cuando quiero elegir una carrera, tengo que seguir un trabajo para poder llevarlo adelante, tengo que creer en mis posibilidades y dirigirme hacia esa meta, hacia ese objetivo que me he puesto o hacia ese ideal. Ahora, no basta solamente con creer en eso, sino que también tengo que alimentarme, cuando voy por el camino. Si yo no alimento aquello en lo que creo, también en algún momento eso se va a caer. Podríamos pensar en cualquiera de los vínculos que uno tiene, una amistad, un noviazgo, un matrimonio, una familia. ¿Cuál es la manera de que ello subsista, de que eso crezca? Que yo lo alimente día a día, que yo haga crecer eso, porque en la medida que no lo hago, en algún momento me voy a cansar. O cuando vengan los malos momentos, como dice Pablo en la primera lectura: lo voy a dejar atrás, no es esto lo que quiero. Por eso, esas dos cosas son necesarias siempre: la fe, y el alimentar aquello en lo que creemos.
En este camino hacia Dios, en este camino hacia Jesús, también son necesarias esas dos premisas. En primer lugar, creer en ese Jesús que nos ha llamado; en segundo lugar, buscar alimentar constantemente, saciar ese hambre, para poder caminar con Él. Jesús, en este camino hacia Dios, que todas las religiones de alguna manera buscamos, hace como una innovación. No sólo nos dice por dónde caminar, no sólo se nos presenta Él como modelo, sino que aparte Él es el que nos alimenta en ese camino, Él es aquel que se hace pan para que nosotros tengamos las fuerzas necesarias para recorrerlo. Y es por eso que cada vez que nos acercamos a esta mesa, cada vez que con ese pan y vino ponemos nuestras vidas y nos alimentamos de Él, estamos queriendo que nos dé la fuerza para poder caminar, para poder ir hacia delante.
Uno se admira de muchas cosas, como la vida de esta mujer, la vida de muchos santos, la vida de muchas personas que la luchan, la pelean, y se animan a ser fieles a sus valores y a sus ideales. Pero para eso tengo que tener un camino recorrido. Para eso tengo que, en los momentos lindos y buenos - que siempre esperamos que en nuestra vida sean los momentos más prolongados, más largos - haber alimentado mi cuerpo y mi espíritu, para poder animarme a ser fuerte en los momentos duros y difíciles. Jesús nos regala la fe como don, nos alimenta para que podamos caminar, para que no nos quedemos ahí, sino para que seamos sus testigos. Lo tercero que Jesús funda con esa fe y con ese alimento, es su comunidad, les regala esa comunidad de cristianos para que vivan. Y esa fe que es alimento, los tiene que hacer testigos. En el fondo tiene que hacer que cada día de nuestra vida, sea más parecido a la suya. Que podamos vivir sus sentimientos, que podamos transmitir su alegría, que podamos llevar su paz a los demás, que seamos signo de Jesús para la vida de los que nos rodean.
Pidámosle a Jesús entonces en este día, aquél que nos dio la fe, que nos alimenta en cada misa, en cada eucaristía, a través de los demás; que habiéndonos alimentado de Él, creyendo en Él, nos animemos a ser testigos de Él, para los demás.

Lecturas:
*Prov 9, 1-6
*Sal 33, 2-3. 10-15
*Ef 5, 15-20
*Jn 6, 51-58