Hace varios años salió la película La Misión, que
seguramente todos han visto, que muestra la vida en las misiones jesuitas. Se
nos muestra la historia a través de dos personajes: el padre Gabriel, un padre
Jesuita que hace varios años que estaba misionando ahí; y Rodrigo Mendoza, que
era un hombre que vendía como esclavos a estos indígenas, y que después de la
muerte de su hermano, al comienzo de la película, se convierte y pasa a ser
parte de la orden jesuita, como un hermano más. Y la película nos va mostrando
cómo es la vida en esas misiones jesuíticas, hasta que llega el momento del
conflicto que hay históricamente entre España y Portugal, y Portugal se quiere
quedar con todas esas zonas.
Se termina fallando a favor de la corona
portuguesa, y ahí viene la gran pregunta: ¿qué hacemos con los jesuitas? Se
invita a los jesuitas a abandonar ese lugar, los portugueses van a invadir
todo, pero ellos dicen: No, no vamos a dejarlo. Tienen la convicción en el
corazón de que lo que les está pidiendo Jesús es que se mantengan en ese sitio,
ellos ya son parte de ese sitio. Esa primera decisión podría ser lo que Jesús
siempre nos pide; no abandonar el barco sino hacernos cargo de aquello por lo
que optamos. Pero aún en esa elección, hay otra opción que tienen que hacer,
que es cómo se quedan allí.
Ustedes recordarán como estos dos personajes
reaccionan de una manera distinta a esta venida que van a hacer los
portugueses. El Padre Gabriel hace una reacción más pacífica y espiritual, al
optar por acompañarlos. Rodrigo Mendoza en cambio, que en otros momentos de su
vida había tomado las armas, vuelve a elegir la violencia; responder a la
violencia con violencia. Gabriel le dice que recuerde su vida anterior y que
eso no es a lo que invita Jesús, pero él quiere optar por eso. Y más allá de la
opción que cada uno de nosotros podríamos hacer, porque aparte se mezclan
muchos sentimientos si uno hubiese estado en ese momento, creo que es clave la
opción que en ese momento tomaría Jesús.
Olvidándonos de la película, ninguno de nosotros pensaría
que Jesús tomaría las armas. Entonces, objetivamente es fácil elegir,
objetivamente es fácil ver cuál es el camino que tomaría Jesús ahí. Sin
embargo, no es tan fácil cuando los sentimientos se nos mezclan a nosotros,
cuando a lo largo de la vida tenemos que hacer opciones. Nos es más fácil a la
distancia. Uno ve, en la historia de la Iglesia por ejemplo, la Inquisición, y
dice no, este no es el camino de Jesús. Uno mira la guerra santa y, además de
que guerra y santa son palabras contradictorias, Jesús nunca elegiría ese
camino.
Pero podríamos dar un paso más, porque
objetivamente es muy fácil elegir y juzgar al otro (cosa que no estamos
invitados a hacer tampoco por el evangelio) y pensar en nuestra vida. ¿Cuál es
la opción que haría Jesús en ciertos momentos? Porque a nosotros nos salen
también a veces muchas reacciones que no son evangélicas, y que queremos
justificar. Por ejemplo, una muy característica que nos pasa a todos es cuando
a nosotros nos hacen un mal. ¿Nos sale fácilmente perdonar al otro? ¿Nos sale
fácilmente poner la otra mejilla? ¿O hablamos mal del otro, nos queremos
vengar, tratamos de transmitir todo nuestro odio de alguna manera, esa bronca
que tenemos en el corazón? Si uno mira desde afuera, claramente desde la
perspectiva del otro es muy fácil decir: eso no es a lo que nos invita Jesús,
pero desde dentro cuesta más. Cuando nos toca a nosotros protagonizar esa
primera persona que es la que tiene que optar por Jesús en el evangelio, es
difícil. Es tan difícil como cada opción que tenemos que hacer en la vida.
Porque el evangelio invita a una actitud casi contraria a la que naturalmente
nos saldría. Y por eso se nos complica a lo largo del camino. Esto es lo que
está pasando en el evangelio.
Como hablamos estos últimos domingos, estamos en
el centro de este evangelio, donde Jesús ya ha tomado una opción. Viene
caminando, y ha descubierto hacia donde tiene que ir su misión; ha descubierto
que tiene que dar la vida, que tiene que terminar así esta misión a la cual el
Padre Dios lo ha invitado, y les dice a los discípulos que tiene que vivir su pasión,
su cruz, y su muerte. Sin embargo, escuchamos el domingo pasado que Pedro no
quiere saber nada con esto, que lo reta, le dice que no, y se come el reto más
grande del Nuevo Testamento. Este domingo, la Iglesia saltea algunas partes del
evangelio de Marcos, y llega a este segundo anuncio de la Pasión, donde Jesús
les vuelve a decir lo que tienen que hacer. Pero, después de cómo lo había
retado a Pedro, nadie se anima a decir nada. No comprendían qué era lo que
tenían que hacer pero se quedan callados. Y no sólo se quedan callados, sino
que empiezan a discutir casi lo contrario a lo que Jesús está viviendo.
Jesús está diciendo que tiene que entregarse por
los demás, que tiene que dar la vida, y la discusión de los discípulos es
¿quién es el más grande? ¿Quién es el más importante de nosotros? ¿Quién puede
estar en el primer lugar? Y esto nos muestra el sentimiento profundo de
incomprensión de Jesús que los acompaña. Creo que más allá de todo el dolor y
el sufrimiento de lo difícil que fue para Él dar su vida, como nos costaría a
todos, entregarse y pasar por la Pasión y la cruz; este es uno de los momentos
complicados para Jesús, también. Porque se siente incomprendido aún por los más
cercanos. Él está viviendo algo, ha descubierto cuál es su deseo, qué es lo que
tiene que hacer, y nadie lo entiende. Se encuentra solo frente a su decisión. Se
encuentra aislado, aunque esté rodeado, porque no lo acompañan en aquello que
tiene que vivir.
¿Cuántas
veces nos sentimos incomprendidos por los que tenemos a nuestro lado?
¿Cuántas veces tomamos opciones, y aquellos que pensamos que nos iban a
entender no nos acompañan? Como pasa muchas veces, nos dan todas sus soluciones
que nosotros nunca pedimos, pero todos tenemos que decir, porque por lo menos
acá en la Argentina, todos queremos opinar. Y esa incomprensión nos hace a
veces preguntarnos, ¿qué es lo que hago? ¿Me pongo firme en esto? ¿Estoy
dispuesto a dar este paso? ¿Estoy dispuesto a vivir esto? Porque esto es lo que
pasa en la primera lectura. La primera lectura del libro de la Sabiduría dice
que hay un hombre justo, y que todos lo que son “malos”, lo van a probar.
Quieren ver hasta dónde le da la paciencia, para seguir siendo justo, para
seguir viviendo ese valor. ¿Hasta dónde va a llegar esta persona? Eso mismo lo
podríamos aplicar a Jesús. Jesús se va sintiendo solo, incomprendido. ¿Seguirá
entonces con este camino? ¿Dará la vida?
Esa pregunta es también para nosotros. ¿Hasta dónde seguimos con nuestros
valores, con lo que creemos, con lo que sabemos que es justo? ¿Hasta dónde estamos
dispuestos a seguir aquello a lo que nos invita Jesús? ¿Hasta dónde estamos
dispuestos a seguir con en el evangelio? ¿En qué momento sentimos que esto
se va a quebrar, que no queremos seguir haciendo eso? Porque en la idealización
decimos, “yo esto nunca lo voy a hacer; yo en esto nunca voy a caer”. Pero
después somos los primeros en hacerlo. O decimos, “este valor lo voy a vivir
siempre”; “yo estoy dispuesto a dar la vida por Jesús”, casi como dijo Pedro.
Sin embargo en el camino no es tan fácil, no es tan fácil seguir con esa opción
del corazón. No es tan fácil seguir siendo sincero, perdonando, siendo
generoso, optando por la verdad, por la transparencia, por todos esos valores
que nos invita el evangelio, no es tan fácil seguir dando la vida, día a día.
Y en este tener que volver a levantarnos, pedir
perdón, volver a intentar seguirlo a Jesús, tenemos por lo menos algo a favor
que es que Jesús nos tiene paciencia. Porque este evangelio no termina con
Jesús diciendo, “ya está. Vayansé, hasta acá llegaron”, sino que los deja
seguir caminando con Él. Están casi como en caminos opuestos, pero Jesús sigue
apostando por ellos, les sigue enseñando y diciendo lo que tienen que hacer.
¿Ustedes quieren ser el primero? – me parece bárbaro, les dice Jesús. Háganse servidor de todos, háganse el
último. En el Reino el primero es el que se pone a servir. Y esa invitación
también es para cada uno de nosotros. Ponernos cada uno al servicio de los
demás, descubrir que ese es el evangelio, animarnos a abrirnos al otro. El
evangelio es continuamente ir dando pasos en la entrega, abriendo el corazón al
otro, en lo que nos cuesta entregar. Y darnos cuenta de lo que tenemos que
dar y que tenemos que recibir del otro. Recibimos de Jesús, y también se nos
invita a recibir de los demás.
Por eso el evangelio termina diciendo, el que
quiera ser el primero, el que quiera ser
el más grande, que se haga como este niño, como el más pequeño. El niño es
el que está necesitado de los demás, el que necesita que el otro lo ayude.
Bueno, en primer lugar nosotros somos necesitados de Jesús. Somos necesitados
de la vida que Él nos da, de la paciencia que Él nos tiene, del perdón que está
dispuesto a darnos, de la oportunidad que continuamente va renovando a cada uno
de nosotros para que caminemos con Él. Pero nos invita a que nosotros hagamos
lo mismo. El evangelio es recíproco, yo recibo para dar. El don no se puede guardar. Si yo guardo el don que Dios me da, deja de
ser un don, porque me lo apropio, porque lo hago mío y no se lo doy al otro. En
cambio, si lo doy al otro, se multiplica, se renueva. Eso es lo que hace
Jesús, me invita a recibir con un corazón necesitado aquello que me da para que
yo lo comparta con los demás. Y cuando
no encuentro el camino me invita a tener paciencia, a volver a leer el
evangelio, a escucharlo en el corazón para ver por donde tengo que seguir, y a
renovarme en aquel valor evangélico que se me invita a vivir.
Pidámosle entonces en este día a Jesús, que seamos
capaces de escuchar en nuestro corazón esa voz que nos llama, que nos habla,
que nos invita a seguirlo. Que nos animemos a escuchar cuál es la opción del
evangelio. No aquella que a veces me sale naturalmente, sino a la que me invita
Jesús. Y en aquellas cosas que descubramos que no están tan acordes con el
evangelio, en aquellas cosas que descubramos que tenemos que cambiar, que
tenemos que crecer, que tenemos que convertir, nos animemos con un corazón
sencillo, humilde, a elegir el camino de Jesús, a cambiar eso, para poder día a
día, ir viviendo el evangelio al que Él nos invita.
Lecturas:
*Sab 2, 12. 17-20
*Sal 53, 3-8
*Sant 3, 16- 4,3
*Mc 9, 30-37