lunes, 10 de diciembre de 2012

Homilía: “Algo nuevo está por suceder” – domingo II de Adviento



Este año salió una película, un drama romántico, que se llama “Cuando te encuentre”, que comienza con un barco andando en un río pequeño y una voz en off del protagonista, que dice lo siguiente: “¿Sabes? La cosa más pequeña puede cambiarte la vida. En un instante, algo que sucede de casualidad, inesperadamente te hace tomar un rumbo que nunca planeaste, te dirige hacia un futuro que nunca imaginaste. ¿A dónde te llevará? Ese es el viaje de nuestras vidas. Ese es el camino hacia la luz.”
Pensaba cómo en general si uno mira nuestras vidas y los rumbos que hemos ido tomando, más allá del camino recorrido que hemos tenido, mayor o menor en cada uno de nosotros, no es que la vida cambia por cosas gigantescas, o por eventos extraordinarios: pasa por cosas que parecen muy pequeñas, y sin embargo me hacen dirigirme hacia un lugar distinto. Es más, a veces por cosas que veíamos o que sucedían todos los días, pero que en un momento de nuestra vida cobran un significado y un sentido diferente. Por eso, por ejemplo, a mí muchas veces me preguntan cómo nació mi vocación, y es algo que es muy difícil de explicar, porque muchas veces hay un montón de gestos o cosas cotidianas que para uno fueron significando un proceso y un camino, en este caso, de la fe. Lo mismo podrían decir ustedes con su vocación cristiana. O cuando alguien se pone de novio, ¿no? Y las chicas para intentar entender quieren saber todo lo que pasó, porque quieren comprender, y sin embargo, muchas de las cosas que pasaron son cosas cotidianas, que pasan muchas veces durante nuestra vida, pero que en ese momento cobraron un sentido diferente. Es más, que me enviaron hacia un rumbo distinto en mi vida.
Algo similar sucede en este evangelio que estamos leyendo, porque comienza con un montón de nombres de cosas, lugares y personas que a uno no le interesa mucho escuchar. Pero sin embargo, lo más importante es el final, y es algo casi insignificante, porque comienza primero hablando del Imperio Romano, “Bajo el gobierno de…”, quién era el emperador, quienes gobernaban en ese lugar, en qué lugares estaban, hablando de la gloriosa Roma de ese entonces. Después, nos dice, “bajo la autoridad de Anás y Caifás”, los sumos sacerdotes de ese entonces, aunque se supone que tendría que haber uno solo, es decir, aquellos que eran el poder religioso-político de la época en Israel, que está bajo el Imperio. Y después de esas cosas como gloriosas y magníficas, nos dice que hay una persona, Juan el Bautista, un profeta después de mucho tiempo, que predica en las afueras de la ciudad, en el Río Jordán. Tal vez si alguno tuvo la oportunidad de viajar o de estudiar la geografía, el Río Jordán está afuera de la ciudad, uno tiene que salir de la ciudad de Jerusalén. Es más, es por donde el pueblo entró a la tierra prometida cuando venía de Egipto; y nos dice que en ese lugar hay alguien, al que las autoridades no le prestan mucha atención todavía que empieza a invitar a la gente a que se prepare.
Ahora, como lo que decía antes, hay cosas cotidianas que nos pueden cambiar la vida. Acá hay algo que está por suceder, que va a cambiar la vida de mucha gente. El problema es cómo descubrirlo cuando eso pasa. Porque como dicen muchas veces en el deporte, hablar con el diario del lunes es muy fácil, después de que algo importante pasó, es más sencillo. Pero darse cuenta en el momento de que algo está sucediendo, de que algo me está cambiando la vida, es muy complicado, es muy complejo. Y sería bueno descubrirlo, no para saber que esto nos cambia la vida, sino para tener esa apertura de corazón de abrirse a esa novedad, para tener esa apertura de corazón de que algo nuevo está sucediendo. Eso es lo que pasa en el evangelio. Juan el Bautista le dice a su pueblo que se prepare porque algo va a cambiar, porque algo va a suceder, porque todos van a ver la salvación de Dios. Pero para ver esa salvación de Dios, se tienen que abrir a algo nuevo. Tienen que cambiar sus esquemas, su manera de pensar, de ver, su manera de sentir; darse cuenta de lo que está sucediendo.
Esta invitación es la misma invitación que nos hace hoy Juan a nosotros. Juan nos está diciendo hoy a nosotros en la Palabra que preparemos el camino del Señor. Ahora, ¿qué significa preparar este camino del Señor? ¿Qué significa abrirle este corazón a algo que va a suceder? Creo que en primer lugar implica el volver a encontrarse con la persona de Jesús, el animarse a descubrir que hay alguien que viene a nosotros, el descubrir que el cristianismo no es una doctrina, o no se basa en una doctrina, sino que se basa en una persona. Para poder crecer y tener esa apertura de corazón, me tengo que encontrar con Jesús. A ver, uno puede decir esto es algo obvio, pero ¿cuántas veces nos pasa que no empezamos por ahí?
A mí muchas veces lo que me vienen a preguntar es cuánto de doctrina se dice en la catedral, cuánto se dice en confirmación, la Iglesia se olvida de predicar la doctrina… ¡La Iglesia se olvida de predicar a Jesús! No la doctrina. La Iglesia se olvida de presentarle a la gente a Jesús, de decirle: acá hay una persona con la que tenés que encontrarte, la doctrina viene después. En la medida en que yo no me encuentre con Jesús, no puedo profundizar en eso. Nuestra fe se basa en algo existencial, que es ese encuentro. A ver, la doctrina no enamora, la doctrina no seduce, lo que seduce es el encuentro con alguien, y en la medida que yo me encuentro con ese alguien, quiero conocerlo más, quiero profundizar, quiero dar otro paso, el amor es el que llama a eso. Uno no puede amar aquello que no conoce. Uno no puede amar a Jesús si primero no se encuentra con Él, y nosotros nos hemos olvidado de predicar a ese Jesús con el que nos encontramos. Por eso nos estamos quejando de que la gente se aleja de la fe, de que la gente no cree tanto, porque si no le presentamos a Jesús. Casi que les tiramos por la cabeza un libro diciendo esta es la doctrina, esto es a lo que tenés que adherir, eso no seduce. No nos seduce a nosotros, no los seduce a ellos. Eso es un paso de profundización en un camino de fe después de que yo me encuentro con la persona, después de que eso me incentive y que quiero dar un paso más, quiero conocerlo más.
Esto es lo más humano que sucede, cuando alguien se enamora primero tiene que conocerlo. Conozco a esa mujer, a ese hombre, me enamoro, y como lo quiero, quiero conocerlo más. Quiero que me cuente, que me comunique, quiero que me diga, y quiero ir profundizando en eso, y por eso cuando el otro no me cuenta, en un vínculo de una amistad, de un noviazgo, de un matrimonio, con un hijo, una hija, uno se enoja. “Quiero saber de vos”. Pero para eso hice todo un camino, me encontré con esa persona. Acá sucede lo mismo, me tengo que encontrar primero con Jesús. Y eso es el Adviento.
El Adviento es alguien que viene, y que me abre un nuevo encuentro. Los que se quedaron en Jerusalén, en el Templo, dando vueltas, no se encontraron con aquél que venía, con aquel que se fue a bautizar, aquel que fue al Jordán, con aquel que fue a enseñar algo nuevo. Y a nosotros nos puede pasar lo mismo, nos podemos quedar dando vueltas en la religión, y no encontrarnos verdaderamente con Jesús, con ese Jesús que viene a nosotros, con ese Jesús que nos sale al encuentro y que nos invita a vivir algo nuevo.
En segundo lugar, nos invita a descubrir que esa preparación que tenemos que hacer es para que algo nuevo nazca, para que algo nuevo suceda, para que alguien nuevo se encuentre con nuestras vidas. Y esa es la invitación para nosotros. Ahora, la pregunta que nos podemos hacer es, ¿qué es lo que estamos esperando? Porque si estamos esperando cosas grandes, no van a suceder. A veces nos pasa que le rezamos a Jesús esperando que cambie todo, que cambie toda nuestra realidad económica, social, política. Bueno, les puedo asegurar que no va a pasar eso en esta navidad, no es ese el cambio que trae Jesús. Y si seguimos esperando eso, seguimos esperando una ilusión que no es lo que Él vino a hacer. Que no significa que algún día, por nuestra transformación no pueda suceder. El cambio viene en la raíz del corazón, el cambio viene en nuestras vidas. Algo nuevo quiere nacer en nosotros. Lo que pasa es que cuando miramos para atrás, y decimos, quiero encontrarme con Jesús, o quiero encontrarme con esa fuente de la fe, no vamos hasta los orígenes, nos vamos hasta la cristiandad, diciendo quiero que todo sea cristiano, y esto tuvo hasta su gran peligro.
Sin embargo si volvemos a las fuentes es ese Jesús que se encuentra con todo el mundo, es ese Jesús que se quiere encontrar con cada uno de nosotros, que nos quiere traer algo nuevo, para que vivamos como Él, para que descubramos que ese encuentro nos transforma la vida. Eso es lo que pasa en la segunda lectura, Pablo está feliz, y le predica su alegría a esa comunidad de Filipo, “los llevo a todos tiernamente en el corazón de Cristo Jesús.” ¿Por qué? ¿Porque cambió el mundo político de ahí? No. ¿Cambiaron los que gobernaban? No ¿Viven de otra manera? Sí. Viven ellos como Jesús los invitó. Eso es lo que alegra a Pablo. A Pablo, Jesús le cambió la vida y lo invitó en medio de lo que hacía todos los días a vivir con un estilo diferente. A la comunidad de Filipo le pasó lo mismo, Jesús le cambió la vida, eso lo alegra a Pablo, e invita a darle gracias a Dios por esa transformación.
Esa es la invitación que nos hace a nosotros, como comunidad de San Isidro, a que Jesús transforme nuestra vida, a descubrir cómo Él nos puede traer algo nuevo. En palabras de Baruk, el profeta de la primera lectura: dejen el duelo, dejen de quejarse, algo nuevo está por suceder. Hoy también puede resonar eso en nuestros corazones, en nuestras vidas, y en nuestras familias. Dejemos nuestros duelos, dejemos nuestros dolores, dejemos nuestro sufrimiento, dejemos nuestras quejas y nuestras broncas, algo nuevo está por suceder, hay un Jesús que viene a nosotros y para eso tenemos que prepararnos, tenemos que abrir el corazón para que Él nos transforme, transforme nuestra vida, la de nuestra familia, la de nuestra comunidad, la de nuestro país.
Pidámosle a Jesús, aquel que viene a nosotros, que nos dejemos seducir por estas palabras del profeta, que nos ayude a preparar nuestro corazón para que también nosotros podamos en nuestros días, en lo cotidiano, en lo sencillo, ver la salvación de Dios.

Lecturas:
*Bar 5, 1-9
*Sal 125, 1-6
*Flp 1, 4-6.8-11
*Lc 3, 10-18

lunes, 3 de diciembre de 2012

Homilía: “Tenga ánimo y levanten la cabeza” – domingo I de Adviento


A principio de este año salió una película que es parte de una saga nueva que se llama “Los Juegos del Hambre”. Esta película ocurre en EEUU y trata de que después de muchas desgracias que han pasado, queda como una especie de capitolio que domina los doce distritos que han sobrevivido. Y para que nunca se olviden de lo que han hecho, se eligen una vez al año dos personas por distrito, que tienen que competir en unos juegos televisados a toda la nación, donde puede sobrevivir solamente uno. Entonces se llevan dos chicos, de doce a dieciocho años, que tienen que ver cómo hacen para sobrevivir. Los chicos van teniendo como patrocinadores, gente que los ayuda, para que le caigan bien, para distintas cosas que van pasando. Pero también, para que crezca la audiencia, Séneca que es el encargado de todo lo que son los juegos, va habilitando nuevas reglas, para que se ayuden, para que la gente tenga más ganas de ver el programa y otras cosas. Frente a diversas cosas que van pasando, en un momento, lo que vendría a ser el presidente, Snow, lo llama a este hombre y le pregunta por lo que está haciendo, le dice que tenga cuidado, y este hombre dice: “Bueno, pasa que hay que darle esperanza a la gente”. Y el presidente le responde, “Un poco de esperanza es adecuada, mucha esperanza es peligrosa”.
La película sigue, pero me quiero detener en esa frase, porque creo que esconde una razón muy profunda porque según la profundidad de lo que esperamos es el tiempo que podemos esperar, lo que deseamos eso, lo que estamos dispuestos a sobrellevar, un montón de pruebas, de momentos difíciles, según cuán profunda es esa espera que yo tengo en el corazón. Porque nos ocurre que muchas veces esperamos cosas muy superficiales que rápidamente las abandonamos, las dejamos de lado, nos cansan, o suceden demasiado pronto, no nos cambian nada en lo que tenemos y vamos perdiendo como el gusto de las cosas. Y es por eso que para que uno se pueda movilizar, poner en camino con una determinación más fuerte, uno tiene que tener una esperanza profunda, hay algo que me tiene que movilizar. Si no voy como andando con piloto automático, como que no me importa nada, pareciera que no valen la pena las cosas que yo tengo que hacer. Este tiempo que estamos comenzando hoy, nos quiere volver a poner la atención en una esperanza grande, que es la Navidad.
Estamos comenzando el tiempo de Adviento, que es justamente el tiempo de la espera, el tiempo de poner la mirada en Jesús, que es lo que celebramos dentro de poco, aproximadamente en cuatro semanas, que es esa fiesta de la Navidad. Sin embargo, es un momento donde nos cuesta, siempre nos cuesta prepararnos, más aún nos cuesta prepararnos a fin de año. Porque estamos cansados, como veíamos en el video, por exámenes, por trabajo, porque tenemos que preparar un montón de cosas, y nos cuesta preparar la vida y el corazón.
Sin embargo, podríamos decir que en primer lugar en esta fiesta sucede algo que va mucho más allá de nosotros, y algo que es una certeza, que es que la Navidad va a llegar. En general cuando nosotros queremos hacer, celebrar algo, tenemos que preparar un montón de cosas, tenemos que hacer un montón de cosas; pero con la Navidad no sucede eso, porque la Navidad va a ocurrir. El 25 de diciembre vamos a volver a celebrar la Navidad, y eso va a ocurrir más allá de lo que yo prepare o no. Fijensé, el evangelio dice: preparensé porque esto va a pasar, y les va a llegar como de improviso, y a nosotros nos puede pasar lo mismo. Puede pasar que casi como en un abrir y cerrar de ojos, lleguemos hasta la Navidad, nos demos cuenta que estamos ahí a las puertas. Sin embargo eso tiene por eso una urgencia, que es si yo quiero decidir en mi corazón prepararme o no, pero también una alegría: que eso sucede más allá de lo que yo haga, que ese evento va a ocurrir, que Jesús va a venir a nosotros. Que ese regalo, que ese don Dios nos lo va a volver a dar. Y es por eso que Dios nos quiere volver a renovar en la esperanza.
¿Por qué digo volver a renovar? Porque creo que todos, seamos más grandes, más chicos, estamos cansados de la cantidad de veces que nos han hecho promesas, que hemos esperado cosas o que nos hemos ilusionado, y nos hemos sentido defraudados. Por cosas que esperamos que pasen y no pasan, por eventos a nivel social, político que esperamos en nuestra sociedad, nuestras familias, y que tampoco ocurren, y que nos van como angustiando, nos van desalentando, nos van haciendo bajar los brazos, nos hacen perder la mirada.
Sin embargo, el evangelio lo primero que dice es, “tengan ánimo y levanten la cabeza”. ¿Y por qué dice esto? Porque cuando uno está con todas esas cosas reales, cotidianas, está como mirando hacia abajo, está mirando lo que sucede alrededor nuestro. Y el mismo gesto que Jesús nos pide es que salgamos de lo que pasa a nuestro alrededor, levantemos, y miremos hacia delante: “levanten la cabeza”; casi como diciendo, hay alguien que vive, alegrensé. Casi como cuando alguien mira esperando algo y ve que alguien viene con una sonrisa en la cara. Bueno, de la misma manera Jesús nos dice bueno, levanten la cabeza porque algo acontece, porque algo pasa. Y que no sea solamente que vemos algo, sino que también eso transforma nuestra vida.
“Tengan ánimo” les dice Jesús. Algo tiene que cambiar en el corazón, porque ven que algo pasa. Es como esas cosas que nos suceden en la vida que nos dan como ganas de salir corriendo, es decir, esto lo quiero hacer, esto lo quiero vivir, esto lo quiero experimentar, esto lo quiero pasar. El adviento es ese tiempo, ese tiempo que tendría que despertar en nuestro corazón esas ganas de salir de las gateras diciendo, quiero correr hacia ahí. Porque no es algo que va a pasar, es alguien que va a venir, es alguien que se quiere encontrar con nosotros y quiere cambiar y transformar nuestra vida.
Ahora, como yo les decía antes, hay una certeza que es que eso va a acontecer, que eso va a pasar, y que Jesús viene a nosotros. Pero como para todo encuentro, uno tiene que preparar. Ahora, no es que tenemos que preparar cosas, Jesús no quiere que le compremos nada. No es que tenemos que salir de compras, como veíamos en el video, Papá Noel, bueno eso está muy lindo, pero Jesús dice: Yo espero algo distinto de ustedes, Yo espero algo diferente. Y eso distinto diferente es cómo quiero vivir este tiempo. Creo que si hay algo que nos mostró Jesús durante su vida es que Él lo que viene a hacer es a mostrar un estilo de vida, una forma de vivir, y a presentárselo a los demás y decirle: si esto te entusiasma, si esto te alegra, si esto te hace feliz, vivílo, cambiá, transformáte. Y eso es lo que nos viene a decir hoy también a nosotros en este tiempo de Adviento, si queremos prepararnos viviendo el estilo de vida que vivió Jesús. No es que tenemos que dejar lo que hacemos, tenemos que mirarlo y vivirlo de una manera distinta, diferente.
En el video que veíamos recién veíamos que decía: con alegría, con amor, con oración, todas cosas que podemos hacer en lo cotidiano de nuestras vidas. El Adviento nos dice, tenemos que seguir andando, pero que tenemos que tener ánimo, mirar de una manera distinta y vivir de una manera diferente. Creo que el mejor ejemplo de esto es lo que Pablo dice a su comunidad en la segunda lectura: yo me alegro de lo que ustedes han progresado, de lo que ustedes han crecido, pero espero que hagan más progresos todavía, espero que crezcan más en el camino de la fe.
Bueno, el Adviento nos desafía a nosotros a lo mismo. Todos creemos en Jesús, creo que todos deberíamos tener puesta la esperanza en Él, pero el Adviento nos viene a volver a renovar en esto, es decir: quiero que crean de una manera más fuerte. Esa manera más fuerte en primer lugar, se hace con amor. Crezcan en el amor mutuo, les dice Pablo. Creo que si hay algo que nos vuelve a poner la atención a la vida es cómo vivimos en familia. Creo que todos cuando pensamos en la Navidad, decimos, bueno, tenemos que volvernos a juntar en familia. Nos guste o no, tengamos más ganas o no, es una fiesta que vivimos en familia. ¿Cómo puedo crecer en el amor en esos vínculos para llegar a la Navidad? En esto cotidiano, tal vez preguntarnos qué vinculo nos está costando más, con mis hermanos, con mi papá, con mi mamá, con mi hijo, tío, nuera. ¿Cómo puedo abrir el corazón para vivir esto de una manera nueva? Para preparar y gestar en mi vida también este pesebre, también esta Navidad. Y tal vez será teniendo más tolerancia, tal vez será encontrándome con alguien de nuevo, escuchando, siendo más generoso, tal vez será teniendo que perdonar, dejando rencores atrás. Ese es el paso del amor, ese es el corazón que se abre al otro.
En segundo lugar, les pide que lo vivan con alegría, que lo transmitan a los demás, la alegría es lo que al otro lo contagia, a veces la risa graciosa de los demás, que uno se contagia y se empieza a reír, que los cristianos tengamos esa alegría contagiosa, pero esa alegría que brota de Jesús, y que nos lleva a la felicidad. No una alegría que pasa, sino que perdura, que continúa.
Por último, un amor y una alegría que nos lleva a una esperanza distinta. Como les decía al principio, estamos como cansados de tener esperanzas que son vanas, que son superfluas, que pasan, que nunca terminan de cerrar. Casi como podríamos decir, nuestras esperanzas de los hombres y mujeres cotidianas. Por eso, levantemos la cabeza y miremos más allá. Porque la esperanza verdadera cristiana es la esperanza que trae Jesús; que no depende de que algo cambie o no hoy, y que por eso nos frustremos, sino de que lo espero a Él, de que me quiero encontrar con Él, de que Él transforma y cambia mi vida de una manera nueva. Esto es lo que trae Jesús. Esto es lo que trae la Navidad, esto es lo que se gesta en el corazón.
Creo que si hay una persona que puede explicar esto es María, María tuvo nueve meses a ese niño en su vientre, para entender lo que significaba gestar con amor, con alegría y con esperanza al Hijo de Dios. Y tuvo que ir esperando, y tuvo que ir preparándose para encontrarse con ese Jesús y después vivir de una manera nueva. Bueno, nosotros no tenemos nueve meses, tenemos cuatro semanas, pero tenemos cuatro semanas para también gestar en ese vientre que es nuestro corazón, a ese Jesús que viene para prepararnos, con amor, con alegría, con esperanza, para encontrarnos con Él. Creo que es un tiempo propicio para pedirle a María tener los mismos sentimientos que ella tuvo, poder sentir en nuestra corazón esa alegría de que alguien viene. Cuando alguien está por nacer, la vida en las familias cambia, no sólo de esa pareja que está por tener un hijo, sino la de todos los que los rodean. Bueno, hoy tendría que cambiar la vida de la familia cristiana; hoy tendría que cambiar la vida de nuestra comunidad, porque estamos ahí al borde de encontrarnos con Jesús; porque estamos con esa alegría de saber que Jesús viene, que esto no se dilata, y que me puedo encontrar con Él.
Pidámosle a María, aquella que fue causa de nuestra alegría, que también nosotros podamos preparar nuestro corazón para encontrarnos con su hijo, Jesús.

Lecturas:
*Jer 33, 14-16
*Sal 24, 4-14
*1 Tes 3,12-4,2
*Lc 21, 25-28.34-36