En la primera
película del Señor de los Anillos, la comunidad del anillo, que tiene como
objetivo la libertad de la Tierra Media con la destrucción del anillo, sufre un
revés, un golpe muy duro, cuando Gandalf, el mago que los guiaba muere,
desaparece. En ese camino ellos llegan a una tierra como de ensueño, Lothoriel,
donde un grupo de los Elfos que vivían ahí los reciben, y ahí es como que de
alguna manera son sanados de esa crisis, de ese revés que han tenido. ¿Cómo
hace eso Galadriel? Primero, recordándoles cuál es el horizonte, cuál es la
misión, cuál es la meta, hacia dónde ellos iban. Más allá de ese momento de
dolor, difícil, que están viviendo, les dice, recuerden por qué están unidos,
por qué están juntos, y qué es lo que tienen que hacer. En segundo lugar, les
dice las dificultades que van a tener en el camino, las tentaciones de querer
separarse. En tercer lugar, les da algunos regalos a cada uno, que le pueden
servir a lo largo del camino. Y para cada uno de ellos es diferente porque cada
uno de nosotros necesita a lo largo de la vida cosas diferentes. Y así, ya
repuestos y con el ánimo renovado, vuelven a ponerse en camino.
Esto que así
sucede, dicho muy brevemente en la película, es lo que nos sucede a nosotros en
muchas de las cosas que elegimos y que hacemos a lo largo de la vida. En
general cuando elegimos algo lo hacemos con mucho entusiasmo, tenemos muchas
ganas. Por ejemplo, cuando elegimos alguna carrera, cuando tenemos ganas de
entrenar algún deporte, lo que fuese. Decimos: yo quiero dedicarme a esto,
empezamos con muchas ganas. Después, esas ganas se complican un poco. A veces
cuando tengo que entrenar, cuando tengo que dejar cosas por el deporte, o en el
estudio se me hace difícil, hay cosas o materias que no me gustan tanto, los
profesores siempre son malos, y a veces no me va bien en algún examen, y ahí
uno empieza a cuestionarse, a preguntarse, qué es lo que pasa acá. Y muchas
veces eso lleva a crisis en el corazón, ¿será esto lo que quiero? Ahora, lo
primero que tengo que hacer es volver a mirar el horizonte, hacia donde yo
quería ir, porque si solamente me quedo en esa dificultad que tengo en ese
momento, lo más seguro es que abandone, porque me quedo con una mirada
reducida, me quedo mirando las cosas difíciles que pasan en ese momento, y no
cuál era mi ilusión, cuál es la meta, cuál es el horizonte. En el fondo, y
resumiendo, cuál es la promesa por la que yo camino. Y esto es clave en cada
una de las cosas de la vida.
No sólo en
las metas que nos ponemos, sino también en los vínculos que tenemos. En
cualquier vínculo, empecemos desde lo más básico, los familiares, siempre van a
depender de que yo tenga ese horizonte de querer caminar junto con mi familia.
Si me quedo en los problemas, en las dificultades que voy teniendo, en eso que
de alguna manera me encierra, muchas veces va a traer tensiones, y hasta a
veces separaciones. En una amistad también. Los que somos un poco más grandes
tenemos la experiencia de empezar alguna amistad, y quizás no tenemos ahora las
mismas amistades que teníamos cuando éramos chicos. Por distintas razones,
puede ser por alguna dificultad, puede ser por distancia, eso se va dejando en
el camino. Así podemos ver cada cosa, un noviazgo, un matrimonio, cada vínculo
dependerá de la manera en que pueda llevar adelante esos momentos difíciles y
esas crisis, para que puedan crecer y mantenerse unidos.
Esto que he
dicho así simplemente, nos sucede en muchas facetas de nuestra vida, y sucede también
en nuestro camino de fe, y eso es lo que les está marcando Jesús hoy en el
Evangelio. ¿Por qué? Porque este texto viene justo después de la primera gran
crisis que la comunidad cristiana de los discípulos tiene, y ¿cuándo se da esto?,
cuando Jesús les dice por primera vez que tiene que dar su vida. Jesús les
anuncia su pasión, su muerte, cómo va a terminar su vida, los discípulos
todavía no pueden comprender la resurrección que Jesús va a tener y se empiezan
a preguntar: ¿esto es lo que yo quiero?
¿Esto es lo que yo espero, esto es lo que yo deseo de Jesús? Frente a esa
crisis que la comunidad tiene, Jesús se lleva a aquellos que de alguna manera
eran como los líderes de los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, y se los lleva
a una montaña para estar a solas. De alguna manera, les vuelve a recordar en
esta transfiguración, cuál es la promesa que Dios tiene para cada uno de ellos,
a qué los invitó. Esto que es necesario, esto mismo que escuchamos en la
primera lectura. A Abraham en el libro del Génesis se le promete una tierra,
una descendencia. Sin embargo, todos sabemos que a Abraham a lo largo del
camino se le complica esto, y Dios continuamente le va a tener que ir
recordando esto. Esto lo hace Jesús
siempre con cada uno de nosotros, nos
invita a mirar en el corazón, cuál es la promesa que nos tiene para que nos
podamos volver a poner en camino. Y para estas circunstancias nos da algunos
regalos, o algunas herramientas, para poder caminar. Lo primero que hace
con los discípulos, cuando están en ese momento difícil es llevárselos a rezar,
llevárselos a un lugar a solas, para poder estar con ellos y para que recen con
Él, y es ahí donde ellos van a tener de alguna manera esta visión de Jesús,
donde van a ser renovados en esa crisis.
En este
tiempo de Cuaresma, también podríamos mirar nosotros, cómo está nuestra
oración, replantearnos eso. Tal vez empezar por lo más básico, ¿estamos
rezando? ¿Rezamos? Podríamos dar algún paso más, ¿en qué momentos rezamos? ¿Rezamos
cuando tenemos alguna dificultad? ¿Ponemos nuestra vida en ese momento en las
manos de Dios? Y si lo hago en ese momento, ¿lo sé hacer en cada circunstancia
de mi vida? ¿Voy aprendiendo a poner toda mi vida en oración con Jesús? ¿Voy
creciendo en esa oración que me ayuda cada día a encontrarme más con Él? Este
es el primer gran regalo que Jesús le da a su comunidad, y continuamente va a
ir renovando esto. Que puedan ir creciendo día a día en esa oración que los
ayuda a encontrarse con Él, que es la que le trae paz al corazón. No es que se
renuevan en esa misión de cualquier forma o manera, se renuevan encontrándose
con Jesús, en aquél diálogo más íntimo, qué es el de la oración. Tal vez dicho
como Santa Teresa de Ávila, en esa historia de amistad. Teresa decía que la oración era una amistad, y uno con un amigo,
siempre querría compartir todos los momentos de la vida. Jesús quiere hacer lo
mismo. Que en la oración aprendamos a compartir, a contarle, a descansar en Él
cada una de las preocupaciones que tenemos.
En segundo
lugar, en ese momento difícil y de crisis, hay una voz que les dice, “este es
mi Hijo amado, escúchenlo”. Les vuelve a recordar quién es Jesús, y les pide
que lo vuelvan a escuchar. En ese momento duro, difícil, donde los discípulos
están empezando a desconfiar de Jesús, a no creer, a poner en duda su Palabra,
lo que el Padre les dice es, tienen que escucharlo. Y esta es la segunda
invitación que a lo largo de la vida, y en especial en esta Cuaresma, también
se nos hace a nosotros. De qué manera ponemos nuestro oído en Jesús. ¿Nos
animamos a escucharlo? ¿Escuchamos su palabra? No sólo esto, ¿dejamos que su
palabra penetre en nosotros? Ustedes recordarán ya, que les dije que antes de
esto Jesús les dice que tiene que dar la vida, y Pedro que lo escuchó, le dice
a Jesús que no, que Él no va a dar la vida, no está dispuesto a dejarse
transformar por esa palabra, no es lo que yo quiero, piensa. La invitación para
nosotros, creo que es que esa palabra vaya cada día penetrando, y mirando qué
es lo que nos cuesta vivir de la Palabra de Dios. Y esa respuesta la podemos
vivir cada uno de nosotros. Bueno, ¿qué es lo que más me cuesta? Ser más
generoso, estar más atento, escuchar más a los demás. ¿De qué manera puedo
vivir más los sentimientos de Jesús? ¿Cuál es el sentimiento de Jesús que a mí
más me cuesta? ¿La entrega, la compasión, la solidaridad? Para poner un
ejemplo, la máxima más grande que tiene el evangelio, ayer el evangelio decía:
amen a los enemigos. Creo que esta máxima que es la más difícil, no sé quién la
vive pero de ahí para abajo tenemos un montón de cosas para replantearnos. Tal
vez desde lo más simple, ¿a quién no
estoy amando? ¿Quién me está costando en esta Cuaresma? ¿En mi familia, en el
trabajo, en el estudio, en el colegio, en el orden político, en el orden
social? Ahí tenemos un camino todavía para renovarnos y para crecer escuchando
a Jesús que nos invita siempre a dar un paso más.
Por último, y
tal vez en la tentación más grande que uno puede tener, nos puede pasar lo
mismo que le pasó a Pedro. Porque Pedro está en un momento como soñado con Jesús,
tal es así que usa una frase que tal vez alguno de ustedes alguna vez repitió:
hagamos tres carpas y quedémonos acá. Con ese deseo de que: esto está
buenísimo, yo me quiero quedar acá, yo quiero permanecer acá. Sin embargo, algo
muy bueno, como es ese encuentro con Jesús, en la oración, en la soledad, en
ese caso es una tentación, y tal tentación, que Jesús le dice a Pedro, no,
tenemos que bajar, no nos podemos quedar acá. Tu compromiso es con los demás, y
es abajo, y por eso tenés que volver a lo del día a día. También nosotros en
diversos momentos de la vida tenemos esta tentación a escaparnos, a no
comprometernos.
Voy a poner
un ejemplo que es sutil y difícil pero lo voy a poner igual. A veces cuando
alguien nos viene con un problema, uno le dice, voy a rezar por vos. Lo cual
como primer paso está muy bueno. Ahora, ¿sólo me quedo en eso en el compromiso
con el otro, en ponerlo en oración y que Dios se haga cargo? Esto tiene algo de
muy bueno, pero yo a lo que voy es a la otra parte, ¿me desentiendo del otro
por eso? A veces habrá cosas que no puedo hacer pero lo mínimo que puedo hacer
es estar atento, preguntarle, llamarlo, ver cómo siguen las cosas. Es decir, el
compromiso tiene que ir a algo más, no queda solamente en ese encuentro íntimo
con Dios o en abandonarlo en Él. Dios nos pide algo más, Jesús nos pide algo
más, y esto es lo que hace con Pedro. Lo que hace con Pedro en cada uno de esos
momentos es decirle, vos tenés que comprometerte. El encuentro con Dios te tiene que llevar al encuentro con el otro.
Eso es en lo que tenemos que crecer día a día. Es el paso que tenemos que ir
dando en la fe. Esa es la invitación que Jesús nos hace a cada uno en la
Cuaresma.
Hoy Jesús
pone delante de nosotros lo que es la Pascua, claramente. La transfiguración es ver a ese Jesús glorioso que viene a nosotros, y
para eso nos invita a volver a pararnos, a volver a mirarnos, y a ponernos en
camino. Para eso nos da estas herramientas, la oración, el aprender a estar
atentos, a escucharlo, a descubrir que tenemos que comprometernos con Él, y con
los demás.
Animémonos
entonces en esta Cuaresma a poner nuestra vida en Él y a seguirlo.
Lecturas:
*Gen 15, 5-12. 17-18
*Sal 26, 1. 7-8a. 8b-9. 13-14.
*Fil 3, 17. 4,1.
*Lc 9, 28b-36