lunes, 25 de febrero de 2013

Homilía: “El encuentro con Dios tiene que llevarte al encuentro con el otro” – domingo II de Cuaresma



En la primera película del Señor de los Anillos, la comunidad del anillo, que tiene como objetivo la libertad de la Tierra Media con la destrucción del anillo, sufre un revés, un golpe muy duro, cuando Gandalf, el mago que los guiaba muere, desaparece. En ese camino ellos llegan a una tierra como de ensueño, Lothoriel, donde un grupo de los Elfos que vivían ahí los reciben, y ahí es como que de alguna manera son sanados de esa crisis, de ese revés que han tenido. ¿Cómo hace eso Galadriel? Primero, recordándoles cuál es el horizonte, cuál es la misión, cuál es la meta, hacia dónde ellos iban. Más allá de ese momento de dolor, difícil, que están viviendo, les dice, recuerden por qué están unidos, por qué están juntos, y qué es lo que tienen que hacer. En segundo lugar, les dice las dificultades que van a tener en el camino, las tentaciones de querer separarse. En tercer lugar, les da algunos regalos a cada uno, que le pueden servir a lo largo del camino. Y para cada uno de ellos es diferente porque cada uno de nosotros necesita a lo largo de la vida cosas diferentes. Y así, ya repuestos y con el ánimo renovado, vuelven a ponerse en camino.
Esto que así sucede, dicho muy brevemente en la película, es lo que nos sucede a nosotros en muchas de las cosas que elegimos y que hacemos a lo largo de la vida. En general cuando elegimos algo lo hacemos con mucho entusiasmo, tenemos muchas ganas. Por ejemplo, cuando elegimos alguna carrera, cuando tenemos ganas de entrenar algún deporte, lo que fuese. Decimos: yo quiero dedicarme a esto, empezamos con muchas ganas. Después, esas ganas se complican un poco. A veces cuando tengo que entrenar, cuando tengo que dejar cosas por el deporte, o en el estudio se me hace difícil, hay cosas o materias que no me gustan tanto, los profesores siempre son malos, y a veces no me va bien en algún examen, y ahí uno empieza a cuestionarse, a preguntarse, qué es lo que pasa acá. Y muchas veces eso lleva a crisis en el corazón, ¿será esto lo que quiero? Ahora, lo primero que tengo que hacer es volver a mirar el horizonte, hacia donde yo quería ir, porque si solamente me quedo en esa dificultad que tengo en ese momento, lo más seguro es que abandone, porque me quedo con una mirada reducida, me quedo mirando las cosas difíciles que pasan en ese momento, y no cuál era mi ilusión, cuál es la meta, cuál es el horizonte. En el fondo, y resumiendo, cuál es la promesa por la que yo camino. Y esto es clave en cada una de las cosas de la vida.
No sólo en las metas que nos ponemos, sino también en los vínculos que tenemos. En cualquier vínculo, empecemos desde lo más básico, los familiares, siempre van a depender de que yo tenga ese horizonte de querer caminar junto con mi familia. Si me quedo en los problemas, en las dificultades que voy teniendo, en eso que de alguna manera me encierra, muchas veces va a traer tensiones, y hasta a veces separaciones. En una amistad también. Los que somos un poco más grandes tenemos la experiencia de empezar alguna amistad, y quizás no tenemos ahora las mismas amistades que teníamos cuando éramos chicos. Por distintas razones, puede ser por alguna dificultad, puede ser por distancia, eso se va dejando en el camino. Así podemos ver cada cosa, un noviazgo, un matrimonio, cada vínculo dependerá de la manera en que pueda llevar adelante esos momentos difíciles y esas crisis, para que puedan crecer y mantenerse unidos.
Esto que he dicho así simplemente, nos sucede en muchas facetas de nuestra vida, y sucede también en nuestro camino de fe, y eso es lo que les está marcando Jesús hoy en el Evangelio. ¿Por qué? Porque este texto viene justo después de la primera gran crisis que la comunidad cristiana de los discípulos tiene, y ¿cuándo se da esto?, cuando Jesús les dice por primera vez que tiene que dar su vida. Jesús les anuncia su pasión, su muerte, cómo va a terminar su vida, los discípulos todavía no pueden comprender la resurrección que Jesús va a tener y se empiezan a preguntar: ¿esto es lo que yo quiero? ¿Esto es lo que yo espero, esto es lo que yo deseo de Jesús? Frente a esa crisis que la comunidad tiene, Jesús se lleva a aquellos que de alguna manera eran como los líderes de los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, y se los lleva a una montaña para estar a solas. De alguna manera, les vuelve a recordar en esta transfiguración, cuál es la promesa que Dios tiene para cada uno de ellos, a qué los invitó. Esto que es necesario, esto mismo que escuchamos en la primera lectura. A Abraham en el libro del Génesis se le promete una tierra, una descendencia. Sin embargo, todos sabemos que a Abraham a lo largo del camino se le complica esto, y Dios continuamente le va a tener que ir recordando esto. Esto lo hace Jesús siempre con cada uno de nosotros, nos invita a mirar en el corazón, cuál es la promesa que nos tiene para que nos podamos volver a poner en camino. Y para estas circunstancias nos da algunos regalos, o algunas herramientas, para poder caminar. Lo primero que hace con los discípulos, cuando están en ese momento difícil es llevárselos a rezar, llevárselos a un lugar a solas, para poder estar con ellos y para que recen con Él, y es ahí donde ellos van a tener de alguna manera esta visión de Jesús, donde van a ser renovados en esa crisis.
En este tiempo de Cuaresma, también podríamos mirar nosotros, cómo está nuestra oración, replantearnos eso. Tal vez empezar por lo más básico, ¿estamos rezando? ¿Rezamos? Podríamos dar algún paso más, ¿en qué momentos rezamos? ¿Rezamos cuando tenemos alguna dificultad? ¿Ponemos nuestra vida en ese momento en las manos de Dios? Y si lo hago en ese momento, ¿lo sé hacer en cada circunstancia de mi vida? ¿Voy aprendiendo a poner toda mi vida en oración con Jesús? ¿Voy creciendo en esa oración que me ayuda cada día a encontrarme más con Él? Este es el primer gran regalo que Jesús le da a su comunidad, y continuamente va a ir renovando esto. Que puedan ir creciendo día a día en esa oración que los ayuda a encontrarse con Él, que es la que le trae paz al corazón. No es que se renuevan en esa misión de cualquier forma o manera, se renuevan encontrándose con Jesús, en aquél diálogo más íntimo, qué es el de la oración. Tal vez dicho como Santa Teresa de Ávila, en esa historia de amistad. Teresa decía que la oración era una amistad, y uno con un amigo, siempre querría compartir todos los momentos de la vida. Jesús quiere hacer lo mismo. Que en la oración aprendamos a compartir, a contarle, a descansar en Él cada una de las preocupaciones que tenemos.
En segundo lugar, en ese momento difícil y de crisis, hay una voz que les dice, “este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Les vuelve a recordar quién es Jesús, y les pide que lo vuelvan a escuchar. En ese momento duro, difícil, donde los discípulos están empezando a desconfiar de Jesús, a no creer, a poner en duda su Palabra, lo que el Padre les dice es, tienen que escucharlo. Y esta es la segunda invitación que a lo largo de la vida, y en especial en esta Cuaresma, también se nos hace a nosotros. De qué manera ponemos nuestro oído en Jesús. ¿Nos animamos a escucharlo? ¿Escuchamos su palabra? No sólo esto, ¿dejamos que su palabra penetre en nosotros? Ustedes recordarán ya, que les dije que antes de esto Jesús les dice que tiene que dar la vida, y Pedro que lo escuchó, le dice a Jesús que no, que Él no va a dar la vida, no está dispuesto a dejarse transformar por esa palabra, no es lo que yo quiero, piensa. La invitación para nosotros, creo que es que esa palabra vaya cada día penetrando, y mirando qué es lo que nos cuesta vivir de la Palabra de Dios. Y esa respuesta la podemos vivir cada uno de nosotros. Bueno, ¿qué es lo que más me cuesta? Ser más generoso, estar más atento, escuchar más a los demás. ¿De qué manera puedo vivir más los sentimientos de Jesús? ¿Cuál es el sentimiento de Jesús que a mí más me cuesta? ¿La entrega, la compasión, la solidaridad? Para poner un ejemplo, la máxima más grande que tiene el evangelio, ayer el evangelio decía: amen a los enemigos. Creo que esta máxima que es la más difícil, no sé quién la vive pero de ahí para abajo tenemos un montón de cosas para replantearnos. Tal vez desde lo más simple, ¿a quién no estoy amando? ¿Quién me está costando en esta Cuaresma? ¿En mi familia, en el trabajo, en el estudio, en el colegio, en el orden político, en el orden social? Ahí tenemos un camino todavía para renovarnos y para crecer escuchando a Jesús que nos invita siempre a dar un paso más.
Por último, y tal vez en la tentación más grande que uno puede tener, nos puede pasar lo mismo que le pasó a Pedro. Porque Pedro está en un momento como soñado con Jesús, tal es así que usa una frase que tal vez alguno de ustedes alguna vez repitió: hagamos tres carpas y quedémonos acá. Con ese deseo de que: esto está buenísimo, yo me quiero quedar acá, yo quiero permanecer acá. Sin embargo, algo muy bueno, como es ese encuentro con Jesús, en la oración, en la soledad, en ese caso es una tentación, y tal tentación, que Jesús le dice a Pedro, no, tenemos que bajar, no nos podemos quedar acá. Tu compromiso es con los demás, y es abajo, y por eso tenés que volver a lo del día a día. También nosotros en diversos momentos de la vida tenemos esta tentación a escaparnos, a no comprometernos.
Voy a poner un ejemplo que es sutil y difícil pero lo voy a poner igual. A veces cuando alguien nos viene con un problema, uno le dice, voy a rezar por vos. Lo cual como primer paso está muy bueno. Ahora, ¿sólo me quedo en eso en el compromiso con el otro, en ponerlo en oración y que Dios se haga cargo? Esto tiene algo de muy bueno, pero yo a lo que voy es a la otra parte, ¿me desentiendo del otro por eso? A veces habrá cosas que no puedo hacer pero lo mínimo que puedo hacer es estar atento, preguntarle, llamarlo, ver cómo siguen las cosas. Es decir, el compromiso tiene que ir a algo más, no queda solamente en ese encuentro íntimo con Dios o en abandonarlo en Él. Dios nos pide algo más, Jesús nos pide algo más, y esto es lo que hace con Pedro. Lo que hace con Pedro en cada uno de esos momentos es decirle, vos tenés que comprometerte. El encuentro con Dios te tiene que llevar al encuentro con el otro. Eso es en lo que tenemos que crecer día a día. Es el paso que tenemos que ir dando en la fe. Esa es la invitación que Jesús nos hace a cada uno en la Cuaresma.
Hoy Jesús pone delante de nosotros lo que es la Pascua, claramente. La transfiguración es ver a ese Jesús glorioso que viene a nosotros, y para eso nos invita a volver a pararnos, a volver a mirarnos, y a ponernos en camino. Para eso nos da estas herramientas, la oración, el aprender a estar atentos, a escucharlo, a descubrir que tenemos que comprometernos con Él, y con los demás.
Animémonos entonces en esta Cuaresma a poner nuestra vida en Él y a seguirlo.

Lecturas:
*Gen 15, 5-12. 17-18
*Sal 26, 1. 7-8a. 8b-9. 13-14.
*Fil 3, 17. 4,1.
*Lc 9, 28b-36

lunes, 18 de febrero de 2013

Homilía: “La Palabra de Dios está cerca de tí” – I domingo de Cuaresma



Hace unos años salió una película muy controversial en su momento que se llama La Última Tentación de Cristo, que lleva al cine un clásico de Nikos Kazantzaki, el libro en el cual se basa la película. Comienza con la cumbre de la vida de Jesús, que es el momento de su pasión, de su muerte en la cruz y su resurrección, pero en el momento de la cruz Jesús es tentado a abandonar esa misión. Es tentado, como podríamos escuchar acá, con la Palabra de Dios: ya cumpliste con lo que el Padre te había pedido, era ir hasta la cruz; ahora puedes seguir tu vida, y no le pide que haga algo malo, sino solamente que retome su vida, que baje de la cruz, que forme una familia, que haga lo que mucha gente, de muy buenas maneras hace.
Más allá de todas las críticas que hubo sobre eso y que bíblicamente esto no está escrito así, podríamos decir que está en consonancia con lo que dice este evangelio. Porque después de escuchar las tentaciones que Jesús tiene en el desierto, dice que el demonio se alejó esperando una ocasión propicia para tentarlo. No nos dice que las tentaciones de Jesús terminaron en el desierto, sino que el demonio esperaba ese momento donde a Jesús también lo podía volver a tentar. Todos recordamos que Jesús en el huerto de los olivos, en Getsemaní, también tiene que eludir esa tentación de abandonar el plan de Dios. Pero vuelve a poner su voluntad en la voluntad del Padre, su corazón en el corazón del Padre, para, por obediencia dar su vida. Y las tentaciones más fuertes siempre son en nuestras misiones, en nuestra vocación, en aquello en que hemos sido llamados. Puede haber tentaciones más simples, más pequeñas, en cosas de todos los días, en pequeñeces, pero siempre las tentaciones más importantes son en aquellas cosas que son deseos profundos, en aquello que queremos y que buscamos.
Si leyésemos lo anterior a las tentaciones en todos los evangelios, Jesús acaba de ser bautizado, se le dice que Él es el Hijo de Dios, el hijo amado. Y ¿dónde se tienta?, en ese vínculo. No te comportes como un hijo amado, compórtate de otra forma y de otra manera. Eso que le sucede a Jesús, es lo que nos sucede a cada uno de nosotros, cuando decimos, esto es lo que quiero, esto es lo que llena mi corazón, esto es lo que deseo, comenzamos a caminar, en general, a veces con algunos miedos, con muchas ganas, con mucho ímpetu, con mucha fuerza, y en el medio del camino nos empiezan a aparecer las preguntas, las dudas, las tentaciones. ¿Será esto para mí? ¿Me habré equivocado? ¿Me habré confundido? ¿Tomo otro camino? Esto es muy difícil, esto es muy duro. Todas esas preguntas, dudas, cuestionamientos, a veces tentaciones, nos invitan a alejarnos de aquello que es lo que verdaderamente nos hace felices, de aquello que puede plantear y llenar nuestro corazón. Ahora, las cosas en general más profundas de la vida implican una fuerza de voluntad importante. Implican tener que pelear y luchar por ellas. Y si tengo que pelear y luchar por ellas, ahí generalmente me van a aparecer dudas, ahí me van a aparecer preguntas. Esto sucede en la primera lectura.
En la primera lectura, el pueblo está a las puertas de entrar a la tierra prometida. Eran esclavos en Egipto y se les promete la libertad en esa tierra prometida. Y en las puertas, Moisés les dice, acuérdense de lo que pasó, esta tierra es la que Dios le prometió a Adán, a su Padre, por la que caminamos durante tanto tiempo para llegar hasta acá, esto es a lo que hemos sido llamados, esto es lo que nos da nuestra identidad, el ser hijos de este Dios. Recuerden esto y grábenlo en sus corazones. ¿Por qué les dice esto? Porque todos recordamos la cantidad de tentaciones que el Pueblo tuvo en el desierto para abandonar eso, para decir: volvamos a Egipto. Y uno dice ¿cómo puede ser que quisieran volver a ser esclavos? ¿Si en la tierra prometida son libres? Pero muchas veces vamos a lugares, a cosas que nos esclavizan, que no nos dejan ser libres, pero aparecen como camufladas, no nos damos cuenta. Porque en el fondo las verdaderas tentaciones, están como recubiertas de bienes, todo parece un bien. Parece que no va a pasar nada, pero cuando nos damos cuenta, estamos metidos como hasta acá, y nos damos cuenta de que eso no era verdaderamente lo que queríamos. Por eso Moisés quiere que recuerden eso, y lo graben, sobre todo para los momentos difíciles.
Estas dificultades que tenemos nosotros, son también las mismas tentaciones que tuvo Dios. ¿Por qué? Porque se podría decir que si uno comienza un camino, si uno empieza a recorrer caminando hacia un horizonte, en el cual descubrió hacia dónde quiere ir, uno tiene que decir más o menos, “Prepárate para la prueba, prepárate para ser tentado”. Es más fácil si uno se queda sentado, aunque podríamos decir que eso también es una tentación, quedarme sentado y no hacer nada. Pero si me muevo, si voy hacia algún lugar, en algún momento de dificultad, de debilidad, en algún momento va a aparecer alguna tentación que me quiera alejar de aquello a lo que he sido llamado, de aquello que puede llegar a llenar y colmar mi corazón. Y lo mismo sucede con las preguntas, con las dudas. Cuando uno tiene una fe, cuando uno comienza a caminar en la fe, empiezan a aparecer preguntas y dudas. Y esto es lo más normal, es lo más natural. Si estuviera mal tener tentaciones, está mal lo que está pasándole a Jesús; si está mal tener dudas, nunca podríamos comenzar un camino, nunca podríamos decir: “voy hacia ahí, e intento crecer”. Eso es parte del camino. Lo que tengo que intentar es ir creciendo en mi corazón, en mis valores, en mi fuerza, para poder sopesar y llevar adelante aquellas tentaciones que me aparezcan. Y esto es lo que le pasa a Jesús.
Hablando directamente de las tentaciones, en primer lugar si uno mira, sucede esto que digo, el demonio lo tienta a Jesús con la misma Palabra de Dios. No es que la tentación es fácil, le dice: la Palabra de Dios dice esto, y Jesús le tiene que decir, bueno pero la Palabra de Dios, también dice esto otro. La tentación está camuflada, es difícil poder verla. Pero lo aleja de su misión. La primera le dice que coma algo, que hace tanto que está en el desierto, no es algo malo lo que le están pidiendo; pero Jesús no hace milagros para su propio beneficio. Es más, en algún momento va a hacer este milagro, va a multiplicar los panes cuando la gente tenga hambre; el problema no es hacer un milagro para que otros coman, el problema es utilizar eso que se le dio para beneficio de Él nada más, limitándose de aquello a lo que ha sido llamado, de aquello a lo que ha sido invitado, de aquello que Él eligió, de aquello para lo que Él fue al desierto para prepararse. También nosotros muchas veces podemos ser tentados en cosas que nos empiezan a alejar de los demás, que buscamos nuestro propio beneficio, que dejamos aquello a lo que nuestro propio corazón nos invita y nos llama, que nos agarra la pereza, que no terminamos luchando por aquello que queremos.
En segundo lugar, las tentaciones lo tientan a Jesús en aquello que es el vínculo con los demás, es mostrarse de una manera que no es, que los demás se pongan al servicio de Él. Jesús dice muy claro: “Yo no vine a ser servido sino a servir.” Él tiene muy claro qué es lo que tiene que hacer, sin embargo lo primero que le aparece también es, “que los demás se pongan a tu servicio; si vos sos quien sos, que los demás te sirvan”. También nosotros podemos utilizar a los demás para un beneficio personal, también nosotros podemos, egoístamente, usar a los demás como un objeto, olvidándonos que es una persona, tratándolo mal, de muchas formas y maneras. También se nos invita a crecer en ese vínculo, de manera de ir día a día caminando hacia Dios, creciendo en las personas.
Por último, se lo tienta a Jesús en su vínculo con Dios, que rompa esa afiliación, que rompa ese ser hijo, uniéndose a aquel que es el demonio. Nosotros muchas veces somos llamados a alejarnos de Dios. Por diversos ídolos de nuestra vida, cosas materiales, cosas que nos llaman la atención, y que nos alejando día a día de aquél que verdaderamente nos da vida. La tentación es parte del camino. No es el problema, no lo podemos evitar muchas veces, pero lo que podemos hacer es mirar en el corazón qué es lo que queremos y deseamos, y animarnos a mantenernos firmes en eso.
Muchas veces, como les decía antes, nos pasa que nos preocupamos por las tentaciones, nos preocupamos por las dudas que tenemos, nos preocupamos por las preguntas; eso es parte del camino, eso nos sucede a todos, le sucedió hasta a Jesús. Pero tenemos que animarnos a seguir su camino, mirar en el corazón qué es lo que queremos para poder mantenernos firmes a aquello que verdaderamente nos da vida, a aquello que verdaderamente nos llena el corazón, a aquello que no nos aleja, por más difícil que sea de lo que queremos y deseamos.
Podríamos decir que en esto tenemos una ventaja, que es que aun cuando nos alejamos, aun cuando caemos, Jesús nos da otra oportunidad, y no sólo esto sino que es Él el que nos va a buscar, nos levanta, nos da la mano para que podamos volver a caminar. Esto es lo que vamos a vivir en esta Cuaresma, que es volver a poner la mirada fija en Jesús. Es decir, quiero caminar hacia la Pascua. La Cuaresma es un camino que sólo tiene sentido en la Pascua que es aquello que da vida. Sin Pascua no habría Cuaresma, no la necesitamos. Y cómo queremos caminar allí tenemos que ver de qué manera podemos reencontrarnos con este Jesús que nos da vida. Tal vez pensar qué cosas estoy relativizando, a qué cosas no les estoy dando importancia, qué dualismos tal vez tengo en mi vida, donde en un lugar tal vez me comporto así, y en otro de otra manera, donde no termino de ser transparente, sincero, donde voy teniendo distintas personalidades, que no me dejan ser yo mismo. Jesús viene en esta Cuaresma para cada uno de nosotros, para transformar nuestras vidas, para darnos vida, para que como nos dice Pablo, en la segunda lectura, volvamos a poner el corazón en esa Palabra de Dios que nos acerca a Él. Por eso en este día pusimos esta frase en este cartel: “La Palabra de Dios está cerca de ti”.
Hoy escuchamos cómo Jesús, a través de la Palabra descubre qué es lo que le da vida y qué es lo que le muestra el camino. Podemos en este tiempo de Cuaresma volver a leer la Biblia, volver a acercarnos a ella, escuchar con un corazón abierto esta Palabra de Dios, para descubrir verdaderamente aquello que nos da vida.

viernes, 15 de febrero de 2013

Homilía: “Nuestro Padre Dios nos vuelve a llamar y se quiere reencontrar con cada uno de nosotros” – Miércoles de Cenizas



Hay una poesía de Machado que dice: “creí mi hogar apagado, moví ceniza y me quemé la mano”. Habla de esa experiencia cuando uno ve un fuego que ha hecho, y ya parece como que todo terminó, como que todo lo que estaba ahí se ha quemado, no queda más que cenizas, pero que sin embargo todavía sigue irradiando calor. Si uno lo toca, como dice esta poesía, se quema, hay algo más, pareciera como que la ceniza es esa coraza que todavía está cuidando algo profundo que está candente, que está ardiendo.
Creo que esta es la experiencia de lo que vamos a comenzar a vivir en esta Cuaresma, en el signo que vamos a hacer. Después de la homilía todos vamos a recibir la imposición de cenizas. Este signo nos dice que hay algo que se quemó, que terminó, algo que es finito, pero todos sabemos que nos abre a algo mucho más grande, por eso lo hacemos. La Cuaresma en sí misma no tiene sentido, sino que cobra sentido a partir de la Pascua. Si no hubiese Pascua, no tendríamos esta preparación. La ceniza entonces, nos recuerda que algo se acaba, que algo no está más. Pero nos abre a una nueva dimensión, y ese sentido lo da la Pascua. A ver, la cruz tiene un sentido de muerte, sin embargo, por algo que va mucho más allá de nuestra comprensión, nos abre a algo nuevo que es la vida, que es la resurrección, que es ese paso que se da. Ese mismo signo, es signo de muerte y signo de vida. La ceniza es lo mismo, es signo de algo que se acabó, pero porque algo nuevo tiene que nacer. Algo terminó porque algo nuevo quiere resurgir y quiere dar vida. Con ese sentido todos vamos a recibir, en este comienzo de la cuaresma ese signo. Queremos vivir y nacer a algo nuevo.
En palabras de la primera lectura del profeta Joel al principio, “vuelvan a Dios de todo corazón”. Ese es el sentido profundo de la Cuaresma, volver a encontrarnos con nuestro Padre Dios que nos vuelve a llamar y se quiere volver a reencontrar con cada uno de nosotros, que nos vuelve a hablar al corazón. En las imágenes de la poesía podríamos decir que nuestro corazón tiene como esa ceniza que nos va tapando, y nos va alejando de nosotros mismos, de lo que buscamos, de Dios. La Cuaresma lo que busca entonces, es sacar todas esas cosas que nos tapan en nuestra vida, y volver a lo más profundo de nosotros, para que de alguna manera tal vez más candente, como con un fuego que quema más, con un corazón más sensible y entregado, nos podamos encontrar con los demás. Creo que a lo largo de la vida vamos como perdiendo esa sensibilidad. Vamos perdiendo la capacidad de sorpresa, vamos perdiendo esa sensibilidad que tenemos con las cosas, esa juventud de corazón, y nos quedamos como con la nostalgia y la añoranza de eso. La Cuaresma quiere como remover escombros, y reencontrarnos con Dios de una manera nueva.
Para eso, tenemos que despojarnos de las cosas que nos atan, tenemos que ir a Dios de una manera nueva y entregada. Por eso, en la Biblia en general cuando Dios se quiere encontrar con alguien lo hace en un lugar especial, lo lleva al desierto, le habla al corazón, lo seduce. Necesita sacarlo de todas las cosas que le hacen ruido, para que en ese lugar solitario se encuentren. En el evangelio del domingo pasado, ¿qué hace con Pedro? Navegá mar adentro, le dice. Acá, en la costa con tanta gente, no te das cuenta de quien está delante tuyo. Navegá mar adentro y ahí, en la barca nos vamos a encontrar. Ahí te vas a dar cuenta de quién soy Yo. En esta Cuaresma Jesús vuelve a decir lo mismo. Despojémonos de todas las cosas que nos hacen mal, que nos hacen ruido, para encontrarnos cara a cara y volvernos a poner en camino.
Si el texto dice, vuelvan a mí, es porque hay un camino por recorrer. Todos en la vida tenemos un camino por recorrer para reencontrarnos con Jesús, y cada uno tendrá que descubrir de manera concreta qué significa eso, qué significa en la vida de cada uno de nosotros. Tal vez por tomar sólo el ejemplo del evangelio, ¿qué significa ese ayuno, esa limosna, esa oración? Porque no es para hacerlo de cualquier forma. Es más, Jesús es bastante duro, no dice que no lo hacen, dice: no lo hagan como ellos. No ayunen como ellos, no recen como ellos, no den limosna como ellos, sino de una manera distinta, de una manera más entregada, de una manera más pura. A nosotros también nos dice lo mismo, y tenemos que descubrir cómo tampoco ser hipócritas con eso, cómo poder vivirlo.
En general acá a veces tenemos como dos tentaciones: cuando algo nos cuesta o no lo hacemos con la pureza que quisiéramos de corazón, la primera tentación es decir: no lo hago más. No lo hago porque no lo estoy haciendo de la manera que lo tenía que hacer. Eso es una tentación. Lo tengo que hacer y le tengo que pedir a Dios que me ayude a purificarlo, no dejar de hacerlo. Ahora, lo otro es cómo voy purificando eso en mi vida. Preguntarme ¿de qué me está invitando Dios a ayunar hoy? No sólo tal vez de comida o de abstenerme de algo, sino ¿qué es lo que hoy me cuesta y me aleja de los demás y de mí mismo? ¿En qué pierdo tiempo? Tal vez en la televisión, en internet, no uso el tiempo productivamente. ¿Cómo puedo ayunar en esta Cuaresma en eso? ¿En qué estoy siendo vago, perezoso, y no me estoy entregando y utilizando los dones que Dios me da? ¿Qué estoy ocultando, qué estoy omitiendo? Tal vez ahí puedo descubrir cuál es el ayuno al que Dios me invita hoy. Si estoy siendo muy materialista, si estoy siendo muy consumista. ¿Cómo puedo cambiar esto? ¿Por qué? Porque lo que busca la Cuaresma es ayudarme a ser más libre, y cuando descubro que todas estas cosas me atan y no me dejan ser libre, ¿cómo puedo poner un signo de que yo no quiero esto? Quiero la libertad que Dios me regala.
La limosna nos abre a la libertad del encuentro con el otro. No es sólo esa caridad que puedo tener en lo material que doy, sino qué es lo que me separa de mi prójimo. Puedo empezar pensando, ¿de quiénes estoy alejado hoy? ¿Cuál es el vínculo que hoy más me cuesta? ¿Con quiénes me está costando encontrarme, charlar, escucharlo? Tal vez esa es la limosna que hoy Dios me está pidiendo. En el trabajo, en mi familia, en el camino. La limosna es la caridad a la que Dios me invita para encontrarme con el otro. Entonces tengo que descubrir cuál es esa libertad que hoy no tengo para el encuentro con el otro, por distintas razones, a veces hasta justificadas, pero la Cuaresma lo que busca es volver a recrear los vínculos, volver a sanar ese vínculo con los demás. Para eso tengo que poner un signo, un gesto.
Por último, nos invita a la oración, a volver a ser libres en ese vínculo con Dios. ¿Cuál es esa oración que me puede volver a reencontrar con Él? Puede ser que me haya alejado de la oración, y hoy tengo que ver cómo me puedo volver a acercar a ella. Puede ser que mi oración sea más vacía, que le falte esa seducción, ese amor primero que tuve por Jesús. Tal vez tengo que buscar ese espacio donde pueda volver a reencontrarme cara a cara con Él. Donde pueda volver a recrear este vínculo para también ser más libre en el encuentro con Dios.
Creo que en el fondo este es el camino de la conversión. La conversión es volver a Jesús, volver a mí mismo, volver a los demás, volver a Dios, volver a reencontrarme en cada uno de estos vínculos, de la manera más virgen, de la manera más, de la manera más entregada, de la manera más pobre.
Pidámosle a Jesús, que en este camino de la Cuaresma, a semejanza de Él que fue aprendiendo para dar la vida, podamos también nosotros día a día reencontrarnos con nosotros mismos, reencontrarnos con los demás y reencontrarnos con Dios.

Homilía: “La crisis también puede ser una oportunidad” – V domingo durante el año


En la película El Discurso del Rey, Alberto es el conde de York y el segundo hijo de Jorge V, rey de Inglaterra. Jorge lo quiere ir preparando para que sea su sucesor porque no está de acuerdo con algunas conductas de su hijo menor. Sin embargo, Alberto, que va a ser después Jorge VI, tiene un problema, es tartamudo. En la Navidad de 1934, Jorge V le pide que lea un discurso que él acaba de pronunciar a la nación y no puede, empieza a tartamudear. Y tiene miedo de tener que asumir un lugar en una nueva situación para ser rey. Los sucesos se van dando, su padre muere, el hijo mayor no puede asumir y le piden a él que sea rey, y que se comunique a toda la nación cuando comienza toda la invasión nazi. Él no se anima por su tartamudez, y tiene que empezar todo un tratamiento para ver si puede vencer ese miedo. Y cuando comienza esto, hablando con la persona que lo va a ayudar, él dice: “antes era muy simple ser rey, bastaba simplemente con llevar un uniforme, con no caerse del caballo mientras uno andaba, y listo. Sin embargo ahora, sucede que hay que hablarle a toda la población, que hay que casi consagrarse a ellos.” Según sus palabras, hoy los reyes parecieran más actores que reyes. Y se frustra por eso.
Ese pequeño cambio que en este caso es la globalización que empieza en ese momento por la radio, a él le trae toda una crisis, cómo voy a llevar adelante este reinado que tengo que hacer desde este nuevo sitio y lugar. Crisis pequeña comparada con la que desde fines del siglo pasado y tal vez los principios de esta década el mundo está viviendo, lo que los autores llaman un cambio epocal, un cambio tan profundo que es un cambio de época. Alentado tal vez por la globalización, por las nuevas tecnologías, y tal vez muchas cosas que han confluido y han llevado a un montón de cambios, que también han acompañado lo que son los cambios y las crisis políticas, económicas, sociales, familiares. Cosas que van cambiando tan rápido que a veces nos cuesta mucho. A veces, cuando yo me tengo que juntar con los jóvenes que son un poquito más grandes en esta parroquia, y les pregunto por los jóvenes que son un poquito más chicos, ellos, ayudándome, me dicen: no los entiendo. Imaginensé yo que soy un poquito más grande. Lo cambios se suceden tan rápido, que una generación tres años muchísimo más grande entra en crisis frente a la nueva que nació un poquito después que ellos.
Todos estos cambios y estas crisis, también han repercutido en lo que son todas las instituciones, y también en nuestra institución que es la Iglesia. La Iglesia no está exenta de esto, y es por eso que muchas de estas cosas han confluido en una crisis en la Iglesia. Crisis que tal vez nosotros hemos tardado en percibir o en ver, pero que uno ve muy claro cuando va a Europa y ve comunidades, iglesias vacías, cómo la gente se ha alejado de la fe. Y esto también pasa acá, antes tal vez nos gloriábamos de decir que el noventa por ciento de la población era católica, sin embargo hoy los últimos sondeos dicen que el ochenta y pico por ciento de la población se ha bautizado; no podemos decir que sí vivan ese catolicismo, que lo practiquen, más allá de haber recibido el bautismo. También nosotros vivimos una crisis. Y eso lo vemos no sólo afuera, con la gente que no participa, o se va alejando, sino también desde adentro. Y una de las cosas que tal vez uno más escucha es todo lo que es la inadecuación de las nuevas comunidades, o la incapacidad de entender lo que la gente hoy está viviendo. Entra las cosas que a uno más le toca escuchar, una es el modo cómo la Iglesia ejerce esa autoridad, que muchas veces hoy está alejado con el modo que el mundo hoy quiere que se ejerza una autoridad. A veces porque está alejado de eso, a veces porque la misma institución ha ejercido un autoritarismo, o los mismos pastores o laicos que han tenido que asumir algún rol importante; un autoritarismo que se aleja de lo que Dios y lo que Jesús quieren, y nos invita a reflexionar cómo podemos servir de la manera que Jesús nos invita.
También uno escucha que muchas veces la gente se aleja porque dice que no encuentra lo que busca. Su vida no entra en contacto con la fe que ellos tienen en nuestras comunidades, en nuestras celebraciones. Pareciera que el atractivo que antes la fe tenía ahora no lo tiene. “Voy y no me pasa nada, no siento nada, me aburro, y por eso me alejo.” No entra en contacto mi vida y mi fe. Las mismas celebraciones no hacen posible este contacto y este encuentro con Dios.
En tercer lugar, muchas veces la desvalorización que se da a distintas realidades. Por ejemplo, lo que ha sido siempre en la Iglesia el rol y el lugar de la mujer, que recién a cuenta gotas la Iglesia empieza a intentar darle un espacio y un lugar. Esa desvalorización ha hecho que ese discurso que tiene la Iglesia de la dignidad humana no concuerde con aquello que vive y practica y que hace, nosotros hemos ido viendo también que la gente dice, “no es que no tenga fe sino que no la puedo encontrar en esa comunidad”. Van apareciendo un montón de nuevos movimientos donde la gente sí siente que puede vivir su fe, entonces se van alejando de las comunidades y viviéndola en distintos movimientos. Tal vez el primero de los que fue naciendo es el movimiento carismático, pero después la gente va encontrando otros movimientos donde ahí sí siente que puede vivir y practicar su fe. A veces el modo de vivirla y de celebrarla no hace posible esto. Tal vez por poner un ejemplo, la última Pascua teníamos en el colegio Marin prácticamente tres mil jóvenes participando de miércoles a domingo de lo que es Pascua Joven, sin embargo podríamos preguntarnos, ¿cuántos jóvenes había en todas las comunidades de nuestra Iglesia, en todas las parroquias que nosotros tenemos? Entonces ¿es una crisis de fe? ¿O tal vez una incapacidad para poder encontrarnos con el otro? Porque a veces la gente dice, yo sigo rezando, yo sigo participando pero de un modo distinto.
Podemos decir que hay una forma, un modelo que ha entrado en crisis, y que nos invita también a esa audacia de encontrarnos, para poder dar ese salto que la fe, la vida, la religión hoy requiere. Ahora, frente a la crisis, creo que uno tiene dos opciones en general: La primera de ellas es enojarse. Frente a cualquier crisis, uno se enoja y siempre la culpa la tiene el otro, el que se aleja, el que me dice algo, el que no piensa como yo. Sin embargo, creo que se puede buscar el otro lado de la moneda que es, la crisis también puede ser una oportunidad, y si uno mira en claro el evangelio que acabamos de escuchar, creo que nos invita a eso. En primer lugar casi pasando desapercibido, el evangelio dice que la multitud fue alrededor de Jesús para escucharlo. Para nosotros esto es normal, pero dice que se acercó a escucharlo a Jesús al borde de un lago. A ver, para dejarlo en claro, la gente cuando quería escuchar la Palabra de Dios, se acercaba al Templo o a las sinagogas, donde se reunían en general los sábados. Sin embargo acá tenemos algo distinto, donde la religiosidad de la gente no empieza a pasar por ese sitio, por ese lugar donde la institución se reunía. Dice que hay una multitud en otro sitio y en otro espacio. Es más, el domingo pasado escuchamos cómo a Jesús lo echan de la sinagoga, la Palabra de Dios no puede ser anunciada donde se esperaba, donde se quería. Donde la institución está entrando en crisis en el pueblo judío, aparece un nuevo sitio, un nuevo espacio, donde la palabra de Dios empieza a hacerse presente, un espacio donde quiere habitar, y quiere llegar al otro.
Ahora, esta crisis no sucede sólo a nivel institucional, sino también a nivel personal. Porque también Pedro, cuando continúa el evangelio está en crisis. Acaba de hacer lo que hace siempre que es ir a pescar, y sin embargo cuando termina de pescar vuelve desilusionado, fracasado, porque no pescó nada. En ese momento de desilusión, de vulnerabilidad de Pedro, Jesús se acerca y le dice, “Navega mar adentro y hecha las redes”. Por suerte se ve que Pedro le hace caso, es una persona educada, pero le dice “Maestro, no hemos pescado nada”. Se pesca a la noche, no de día, y no hemos sacado nada. “Pero si tú lo dices iré”. Y uno se da cuenta del límite de Pedro porque una vez que las redes, frente al milagro de Jesús se llenan, casi se rompen y tienen que llamar a otra barca, la primera reacción de Pedro es decir,  “Aléjate de mí que soy un pecador”. Pedro frente a Jesús encuentra su límite. Y la primera tentación que tiene frente a esa crisis es alejarse de Él. Sin embargo, en ambos lugares, en la crisis institucional y en la crisis personal, Jesús encuentra un espacio, un lugar,  para hacerse presente. Jesús encuentra una oportunidad para poder habitar y para poder transformar la vida del otro. Si hay un espacio, un lugar en que Dios se quiere hacer presente, es cuando nos damos cuenta de que somos limitados, vulnerables, finitos.
En general el problema con Jesús es cuando nuestra rigidez, nuestro orgullo, nuestra soberbia, no nos deja descubrir que necesariamente tenemos que encontrarnos con él. Y cuando las cosas se van cayendo, cuando nuestras ilusiones, nuestras fuerzas, hasta nuestra esperanza, él ahí encuentra una posibilidad para hacerse presente. Ahora, eso va más allá de lo que son formas más antiguas que pueden ir o no, de lo que son formas más nuevas que podemos encontrar o no. Eso se da cuando nos podemos encontrar con Jesús cara a cara. Cuando tenemos ese encuentro que transforma y que cambia. Ahí es donde Dios hace posibles este cambio en la persona de cada uno de nosotros.
Las tres lecturas van a esto. En la primera lectura, Isaías frente a la presencia de Dios dice, soy un hombre de labios impuros, es un pueblo impuro, no tiene nada que hacer con este Dios. Y Dios le dice, vos vas a ser mi profeta. Cuando Isaías dice, yo no puedo anunciarte, Dios le dice, vos me vas a anunciar. E Isaías acepta, aquí estoy. En la segunda lectura acabamos de escuchar a Pablo que dice, les transmito lo que les anuncié. Yo que soy fruto de un aborto, yo que perseguí a la Iglesia, que no aceptaba el cristianismo, en el encuentro con Dios me transformé. Si algo va a dejar claro Pablo en todas sus cartas es su límite y su debilidad. Pero siempre va a descubrir que le basta la gracia de Dios para ser transformado y para anunciar algo. Y cuando Pablo descubra quién es verdaderamente ahí se va a poder encontrar con Jesús.
Por último, como les decía recién, le pasa lo mismo a Pedro, él se da cuenta, y es transformado, cuando se muestra vulnerable y limitado, y ahí descubre que necesita a Jesús y que hay alguien que le puede salvar la vida. Esto mismo nos pasa a nosotros cuando le presentamos nuestro límite. Cuando nos animamos a decirle a Jesús que somos vulnerables, que no podemos, que muchas veces se nos caen las esperanzas, que no encontramos los caminos, que no sabemos qué hacer. Ahí cuando nos ponemos cara a cara con Jesús, él es el que puede transformar nuestras vidas. Ahí le estamos dando un lugar para que él cambie las cosas. Y es lo que nos pide que hagamos con los demás, que creemos ese espacio para que pueda transformarlos.
Para terminar es tal vez lo que intentamos hacer en cada misa, porque en primer lugar, escuchamos a Dios, y es el mismo Jesús el que nos quiere enseñar por medio de su Palabra, y para eso tenemos que abrirle nuestro corazón y dejar que su palabra nos transforme, como esa multitud, dejar que su Palabra cambie nuestras vidas. Y en segundo lugar, después de eso vamos a traer ahora a esta mesa lo que son un signo de nuestro límite y nuestra pequeñez, que es el pan y el vino que vamos a traer acá a la mesa, es el pequeño pan y vino que pareciera que  no puede hacer nada y que también, por ese milagro de Jesús se va a transformar en su cuerpo y en su sangre. Y eso va a querer transformar nuestras vidas, de tal manera que lo decimos antes de ir a comulgar, “Señor no soy digno de que entres en mi casa.” Señor no soy digno, Señor soy finito, soy limitado, soy pecador, decimos lo mismo que Pedro, pero como ya aprendimos, o debiéramos haberlo hecho, decimos la segunda parte que la dice Jesús en este evangelio.  En vez de decirnos, “yo te haré pescador de hombres”, nosotros que ya lo hemos escuchado decimos, “una palabra tuya bastará para sanarme”. Si te haces presente en mi vida, si me enseñas y si me alimento, yo puedo ser un nuevo hombre, una nueva mujer, una nueva persona.
Hoy, Isaías, Pablo, Pedro, nos dicen que esto es posible. Que si nos animamos a poner nuestros corazones en frente de Jesús, Él los va a cambiar y Él los va a transformar. Presentemos entonces hoy nuestra vida en esta mesa, para que Él la transforme a imagen suya.
Lecturas:
*Is 6, 1-2a. 3-8
*Sal 137, 1-5. 7c-8
*1 Co 15, 1-11
*Lc 5, 1-11

viernes, 8 de febrero de 2013

Homilía: “Haz hoy aquél paso que te ayude a crecer en el amor y en la vida” – IV domingo durante el año.



En la película Hitch, especialista en seducción, hay un momento en que aparece una voz en off y dice la siguiente frase: “La vida no se cuenta por la cantidad de veces  que respiramos, sino por aquellos momentos que nos dejan sin aliento.” Todos nosotros creo que tenemos momentos de esa experiencia, un beso, una caricia, una mirada, un paisaje increíble, una simple conversación, un encuentro con otro. Aquellos momentos que nos atraparon por sorpresa, porque no los podemos preparar, que nos dejaron sin aliento, que nos sorprendieron, en los que no sabemos qué decir. Y esos momentos quedan guardados en el corazón como íconos, como momentos profundos y fuertes que van dominando, de alguna manera, nuestra existencia. Ahora, la pregunta es qué es lo que yo hago frente a eso. Si me quedo sólo con momentos puntuales, aquellos momentos increíbles, y me quedo con nostalgia de lo que fue el ayer, que pasó y ya no puede volver atrás; o si son momentos que me impulsan, me envían hacia delante, por el agradecimiento de lo que pude vivir, por aquella persona, encuentro, que me cambió la vida y me proyectó hacia un horizonte totalmente diferente de la que yo creía y pensaba.
Esto mismo se puede decir de la fe, hay momentos que nos dejan sin aliento, que también nos sorprenden. Uno puede decir, voy a hacer tal retiro que me dijeron que me va a cambiar la vida, voy a hacer tal cosa, y tal vez no es eso, es un momento donde Dios me regala esa gracia especial de tocar mi corazón y también dejarme sin aliento. Creo que uno de esos momentos especiales, donde Dios le regaló esa gracia especial de dejar a todo su auditorio sin aliento es el texto que acabamos de escuchar. Que tiene un problema porque es la mitad del texto – no sé por qué hacen estas cosas a veces y los parten a los textos, así que, como hacen en las series, vamos a decir previamente qué es lo que vimos el domingo pasado para refrescar un poquito la memoria. El domingo pasado escuchamos este texto del evangelio de Lucas, que vamos a escuchar durante este año, en el cual se nos dice qué es lo que Jesús va a decir y hacer. Es la primera aparición pública de Jesús en Lucas, y es totalmente programática, muestra el programa de lo que Jesús va a vivir. Y dice que Jesús va a la sinagoga - como ustedes saben, en ese entonces había un solo templo que estaba en Jerusalén, y el resto de las ciudades, como Galilea, que estaba más al norte tenían sinagogas, como nosotros tenemos capillas alrededor de la Catedral. Jesús se levantó, tomó el rollo de Isaías, y leyó este texto. Acá comienzan realmente los problemas, porque en realidad si lo buscamos no vamos a encontrar exactamente este texto sino que es una unión de dos textos que Jesús hace. No sólo hace una unión de dos textos, sino que se añade otra complicación que es que Jesús saca un versículo. El último versículo que tendría que haber leído es el que dice “la venganza contra los enemigos”, evita lo que sería la desgracia y se queda solamente con aquello que es gracia para los demás: “He venido a dar la vista a los ciegos, a hacer caminar a los paralíticos, a estar en gracia del Señor, a ayudar a aquellos que son más pobres”. Jesús cuando dice y lee su primer discurso ya está mostrando que es lo que quiere hacer y vivir. Y no se queda con eso sino que da un paso más porque va a ser la homilía más corta y más escandalosa de la historia. “Hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír”.
Le bastaron solamente creo que quince segundos Jesús, para generar todo tipo de reacciones en aquellos que lo estaban escuchando, como decía al principio, los deja sin aliento. Ellos esperaban a aquel que cumpliera las escrituras, ahora, eso genera una reacción en mí. ¿Qué es lo que yo hago frente a Jesús? Y es acá donde continúa este evangelio, después de que Jesús predicó, en un primer lugar, dice que hay gente que se siente totalmente admirada con Jesús, con lo que dice, con lo que vive, con lo que hace. Hay otra gente que se siente desconcertada, seguramente hay gente que rechaza esto que dijo Jesús. Esto lo vamos a ver en cada uno de los acontecimientos a lo largo de la vida de Jesús. Hay gente que lo acepta y hay gente que no. Esto lo podemos seguir viendo hoy.
Pero no solamente se dan estos dos bandos que hay gente que acepta y gente que no acepta, gente que se admira y gente que se quiere deshacer de Jesús, dice que lo querían matar, lo querían despeñar; sino que la misma gente también empieza a cambiar de actitud. En un primer momento se sienten admirados, pero en un segundo momento, cuando empiezan a entender lo que Jesús dijo, y no va con lo que ellos piensan, esto ya no va más. No tienen esa capacidad de abrirse a aquello nuevo que trae Jesús. Y por eso Jesús continúa explicando lo que significa que este versículo no lo haya leído. Había muchas viudas, Elías fue a una, había muchos leprosos, Elías fue solamente con uno. En aquellos dos casos, extranjeros. Lo que ustedes esperaban que Dios hiciera con los extranjeros, es totalmente al revés, dice. Ustedes esperan la desgracia, Dios da gracia en ellos. Ojo, ustedes. Y ahí es el cambio de actitud, Jesús los deja totalmente desconcertados, tal es así que lo quieren matar.
Ahora, esto creo que también nos sucede a nosotros en muchas cosas de la vida, incluida la fe. Muchas veces nos sentimos desconcertados, con Jesús y con los demás. Habrá momentos donde esa imagen que tengo de Jesús me cierra, habrá momentos donde circunstancias de la vida, cosas que me pasan, no me dejan entenderlo, no me dejan comprenderlo. Habrá momentos en que me quiero acercar, otros en que me quiero alejar. Pero esto mismo sucede con los otros. Habrá cosas que me gustan y otras que no me gustan; con mi familia, con mi sociedad, con mi país, con mi Iglesia, con mi comunidad, con aquellos cristianos que Jesús pone a mi lado. La pregunta es cómo resuelvo esto, cómo resuelvo aquellas cosas que no me cierran.
Creo que este paso es el que da Pablo en esta segunda lectura. Pablo dice que cuando era niño, era como un niño, hacía las cosas de niño, sin embargo, ahora soy hombre y tengo que hacer las cosas de hombre, no puedo seguir viviendo como niño y ¿qué significa eso? Y, que tiene que haber un cambio, eso es clave, y ¿cuál es el cambio? Es aquella progresión que tengo que ir haciendo en la fe. Nosotros tenemos un problema que es que nos cuesta identificar lo que es la religión y lo que es la fe. Ahora, la religión es un conjunto de normas, una moral ética, algo que yo tengo que vivir, que puedo adherir o no, me puede gustar o no. La religión cristiana, judía, musulmana, budista, no sé, elijan la que quieran. Yo puedo decir, a esto adhiero, esto me gusta, y esto no, voy eligiendo, casi como en un supermercado, qué tomo y que no tomo. Ahora la fe es algo distinto, porque la fe es un vínculo, y como tal tiene que madurar a lo largo de la historia, ese vínculo tiene que crecer, tiene que ir dando pasos, eso es lo que descubre Pablo. Pablo le dice a su comunidad, ustedes que ya creen, ahora esperen a los dones más perfectos, y ¿cuál es ese camino más perfecto? El camino del amor. Y a mí me gusta esta lectura porque no es ingenua, dice que el amor es paciente, que es servicial, cosas muy lindas, pero también dice cosas que nos cuestan integrar a todos en el amor. El amor lo perdona todo, el amor lo soporta todo. Y ahí es cuando yo tengo que aprender a integrar todas esas cosas que son difíciles, y recién ahí poder dar ese paso donde empiezo a crecer y a madurar.
Ahora, para ser más claro, esto se da en cualquier vínculo, podría hacer pasar tal vez a algún matrimonio que conozco acá adelante, quedensé tranquilos que por ahora no lo voy a hacer, y decirles ya que los conozco, mirá esta chica que te gusta tiene cual o tal defecto, este chico que te gusta tiene este defecto, y si tienen un largo camino juntos me van a decir, ¿solamente ese? Yo te puedo decir una lista, te puedo decir esto, esto, esto. Ahora, yo después les puedo hacer una pregunta, ¿quién la ama más? Es aquel que la conoce más, y conoce lo bueno y lo malo. Entonces el problema no es qué me cierra y qué no me cierra, el problema es si yo amo a esa persona, y cuando yo amo, yo elijo. Y cuando yo elijo, aprendo a integrar todo, no porque todo me cierra, sino porque el otro me cierra, porque el otro me cambia la vida, porque el otro es el que me deja a mí sin aliento y me invita a vivir de una manera diferente. Este es el paso que Pablo le pide a su comunidad, aprendan a amar. Y aprender a amar en algunos momentos es aprender a descubrir que no entiendo, aprender a descubrir que no tengo la última palabra, aprender a descubrir que tengo que perdonar al otro, aprender a descubrir que tengo que soportar también a quien Dios puso a mi lado. Ese es el camino que tengo que vivir. Ahora, la pregunta es cuándo doy ese paso, la pregunta es si me quedo como un niño quejándome en mi rigidez cristiana o de la vida, de todo lo que pasa a mi lado, o si doy un paso y me animo a ser hombre y mujer maduro, y digo, bueno, las cosas pueden ser distintas, y cuando veo que las cosas pueden ser distintas, aprendo a integrarlas y a vivirlas, no porque siempre estoy de acuerdo, sino porque las quiero y las amo. Esto es lo que va a tener que hacer la comunidad judía junto a Jesús, habrá gente que lo va a comprender y habrá gente que no. Es más, en algunos momentos del evangelio, nadie va a comprender a Jesús. La pregunta es si por amor lo van a seguir, si por amor van a aprender a integrar todas estas cosas.
Hay una frase del Dalai Lama que dice que hay dos días que no existen en la vida. Uno es el ayer, y el otro es el mañana. Por lo tanto, haz hoy aquél paso que te ayude a crecer en el amor y en la vida. Podemos tomar la frase que cita el evangelio del domingo pasado, “hoy se cumple el pasaje del evangelio que acaban de oír”, hoy es el día que Jesús nos invita a nosotros a dar este paso, a descubrir cuál es ese salto que tenemos que dar en el amor, cuál es aquél salto que yo tengo que integrar con aquello que Jesús puso a mi lado. Con mi familia, con aquél que está todos los días conmigo, con mis amigos, con aquellos cristianos con los que comparto la comunidad, con mi Iglesia, con mi trabajo, con mi país, de qué manera doy ese salto, donde en el amor aprendo a integrarme verdaderamente. Esto es lo que hizo Jesús, esta es nuestra vocación cristiana. La primera lectura dice que desde el seno materno Dios lo eligió. Desde el seno materno Dios nos eligió a cada uno de nosotros. ¿Para qué? Para hacer una historia de amor, y para en ese amor, ir creciendo día a día, ir madurando día a día. Escuchemos entonces esa voz de este Dios que nos habla al corazón y que nos invita a crecer en ese amor que el mismo nos ha dado.
Lecturas:
*Jer 1,4-5.17-19
* Sal 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17
*1Cor 12,31–13,13
*Lc 4,21-30