lunes, 29 de abril de 2013

Homilía: “Yo hago nuevas todas las cosas” – V domingo de Pascua


Hace unos años salió la película “Eterno Resplandor de una Mente Sin Recuerdos”. Trata de un hombre, Joel, que cansado y aburrido de su vida se toma un tren hacia una estación, Mountain, en Nueva York, y ahí se encuentra con una mujer, Clementine. Empiezan toda una vida y una historia de amor. Sin embargo, cuando la película va avanzando, empiezan a aparecer ciertos recuerdos que ellos tenían ocultos – después uno se da cuenta – borrados en su memoria. Lo que uno descubre más adelante es que habían encontrado la forma de borrar recuerdos, borrar partes de su vida; entonces cuando las cosas no les gustaban, cuando no salían como ellos esperaban, se borraban esa parte de su vida para poder volver a empezar, para volver a recrear y renacer ese vínculo.
La pregunta que nosotros nos podríamos hacer es, ¿esa es la manera? Entonces borremos y olvidémonos de cosas que hemos vivido, de cosas que nos han pasado; todo esto en el fondo está muy de acuerdo con las cosas que el mundo vive hoy, porque en el mundo hoy parece que todo se puede desechar, no que se puede integrar, sino que siempre saltamos algo nuevo. Por ejemplo en la tecnología, siempre estamos cambiando, a ver qué hay nuevo que yo pueda tener; en un auto, en la ropa, en un montón de cosas. Podríamos decir que tal vez el adalid de esto es el consumismo. Siempre hay que cambiar, o siempre hay que tener algo nuevo. A veces nuestros placares desbordan de ropa, nuestras casas tienen un montón de cosas, y sin embargo seguimos adquiriendo, comprando, a veces casi por ese impulso obsesivo de poder tener más cosas, o de tener algo nuevo, algo diferente.
Ahora, eso no se nos da solamente a nivel material. También parecería que en las relaciones el mundo nos invita a esto. Cuando un vínculo no va, te buscas otro; si esta amistad no va, vas a encontrar amigos en otro lugar; si este novio, si esta novia, mujer, marido, no va; lo importante es que uno esté bien, y no que pueda descubrir cómo renacer, cómo hacer algo nuevo de lo que está viviendo.
Ahora, el problema no lo tienen las cosas nuevas, o lo nuevo que se vive; el problema es cómo uno lo integra en la vida. Hoy escuchamos en la segunda lectura cómo Jesús nos dice “Yo hago nuevas todas las cosas”. Ahora, ¿qué significa ese “hacer nuevo”? Porque Jesús también nos dice: permanezcan, permanezcan en mi amor, permanezcan en lo que hacen. ¿Cómo se integra esto? El permanecer en algo y el vivir algo nuevo. ¿Cómo podríamos decir que se resuelve esta tensión? Y creo que esta tensión se resuelve en el evangelio que acabamos de escuchar, en el que Jesús les dice “Les doy un mandamiento nuevo”. Cualquiera que estuviera escuchando se preguntaría, ¿cuál es la novedad que Jesús tiene para decirnos? “Ámense los unos a los otros.” Faltó que alguno de los judíos levantara la mano y dijera: Jesús, hay una parte de la Biblia que no leíste; esto ya lo sabemos, esto ya lo hemos escuchado. No sólo los cristianos, en un montón de lugares se dice que lo fundamental es aprender y crecer en el amor. Entonces ¿qué es lo nuevo que trae Jesús en este mandamiento? Y, podríamos decir que la forma en que pide que se viva ese amor: amen como Yo amo. La novedad es el estilo y la forma en que se nos invita a amar; en el que no se tiran las cosas, en el que no se desechan, sino que se aprenden a vivir de una manera nueva cuando uno las integra.
Podríamos decir que lo que hace siempre nuevas las cosas en nuestra vida, es cuando aprendemos a amar, cuando aprendemos a mirar y a ir integrando todo en ese amor, a ir viviendo de una manera nueva. Todos sabemos que en la vida no podemos andar tirando cosas, o andar borrando cosas. Entonces para vivir de una manera sana, tenemos que ver cómo lo podemos vivir  de una manera reconciliada. Cómo lo puedo vivir yo de una manera nueva. Podríamos decir que este evangelio tiene como un paralelismo con Nicodemo. Porque cuando a Nicodemo le dicen, “tienes que nacer de nuevo”, él contesta: no puedo meterme de nuevo en la panza de mi mamá. No, no se puede; entonces lo que le dice es, tenés que aprender a nacer de nuevo hoy.
¿Cómo puedo hacer yo nuevas las cosas en mi vida? Heráclito hablaba de que todo en la vida no es un eterno retorno, sino que todo cambia de alguna manera. ¿Y por qué todo cambia? Porque, cuando yo me meto en un río, siempre es el mismo río, pero sin embargo, no es el mismo río en el que me metí ayer, porque ya pasó, porque la corriente ya lo dejó atrás, porque apareció algo nuevo. ¿Cómo puedo aplicar esto en mi vida? ¿Cómo puedo hacer para que en cada aspecto de mi vida que haya algo nuevo?
Creo que la diferencia está en nuestra mirada. Porque si yo miro mi vida, en general es rutinaria. Estoy con mi familia, me junto con los mismos grupos, los mismos amigos, los mismos lugares. Pero sin embargo, este encuentro que tengo hoy ¿es el mismo de ayer?; ¿es el mismo de hace una semana?; ¿es el mismo de hace un mes? ¿Este momento que estoy viviendo es el mismo que viví hace un tiempo?, ¿o es algo nuevo?, ¿o es un desafío y una posibilidad nueva que Dios pone en mi corazón y en mi vida? Y creo que ahí empieza la invitación, ¿cómo yo aprovecho y vivo cada momento de mi vida? El problema es que en general las cosas nos pasan de largo; pasamos y vivimos como en un piloto automático, donde no nos damos cuenta de un montón de cosas que pasan, y nos vamos cansando, nos vamos aburriendo, queremos dejarlas atrás. La pregunta es, ¿cómo me puedo sorprender y cómo lo puedo vivir de nuevo? ¿Cómo puedo aprovechar este lugar? Y ¿por qué el amor lo hace nuevo? Porque el amor integra todo.
Como otras veces hemos hablado, el amor es el que es generoso, el amor es el que es servicial, el amor es el que mira de una manera nueva, pero el amor es también el que perdona, y cuando yo perdono, hago algo nuevo; el amor también es el que soporta un montón de cosas, el amor es el que se la banca, el que dice, yo quiero seguir estando acá. En el amor es donde yo puedo recrear todo. Cuando yo aprendo a amar de verdad, y no a amar solamente cuando las cosas me quedan bien, o me gustan, ahí es cuando voy viviendo de esa manera a la que me invita Jesús. Ahí Jesús está haciendo las cosas de nuevo para nosotros, ahí nos está invitando a mirar de una manera distinta y nueva. Creo que todos tenemos esa posibilidad, y la Pascua busca esto, renovarnos en el amor.
Tal vez lo que podríamos hacer nosotros es pensar, ¿dónde algo me está costando?, ¿en qué lugar?, ¿en el colegio, en el trabajo, en la facultad…? O ¿en qué vínculo?, ¿con mi mamá?, ¿con mi papá?, ¿con mi hermano?, ¿con mi novio?, ¿con mi novia?, ¿con un amigo? ¿Cómo puedo tener yo un gesto para que esto renazca de nuevo? ¿Qué detalle, qué palabra, qué gesto, hace que las cosas sean nuevas? Ésta es la invitación de Jesús.
Y esto es en el fondo lo que nos define, porque termina diciendo, “en esto reconocerán que ustedes son mis discípulos”, en la manera en que se amen. En la manera en que podamos crecer en el amor, podríamos decir que somos cada días más cristianos, somos cada día más discípulos de ese Jesús que siempre hace nuevas todas las cosas, que siempre recrea y trae algo nuevo. Yo creo que como esto es difícil, Jesús siempre nos trae algo nuevo, que es la Eucaristía. Podríamos decir que es siempre la misma, pero siempre es nueva. Podríamos decir que siempre Jesús se hace presente en el pan y en el vino, pero siempre es un pan y un vino que en su Cuerpo y en su Sangre me vuelve a alimentar, me vuelve a traer de nuevo, se me vuelve a dar. ¿Para qué? Para que yo pueda alimentar a los demás, para que yo me pueda dar a los demás.
Pidámosle a Jesús, aquel que hace nuevas todas las cosas que nos renueve en el amor, para que renovados en ese amor, también nosotros podamos amar a los demás.
Lecturas:
*Hch 14, 21b-27
*Sal 144,8-9.10-11.12-13ab
*Ap. 21, 1-5a
*Jn 13, 31-35

martes, 23 de abril de 2013

Homilía: “Mis ovejas escuchan mi voz” - IV domingo de Pascua


En la película “Dear John”, John es un soldado norteamericano que está en el frente. Lo mandan a su casa, en Carolina del Sur, para estar con su familia, y al llegar y encontrarse con sus padres, sale y conoce a una chica, Savannah; una mujer universitaria que también está visitando a sus padres. Como ustedes saben, los chicos en Estados Unidos, cuando comienzan la universidad se van de sus casas. Y en ese tiempito que están juntos, comienzan a entablar una relación, comienzan a profundizar, a enamorarse el uno del otro, y al cumplirse dos semanas le avisan a John que tiene que volver a ir a Oriente, al frente. Más allá del dolor de la separación, Savannah le pide a él, “cuéntamelo todo, escríbemelo todo. No sé, garabatea en un cuaderno, escríbeme un mail, pero quiero saber todo lo que hay. Así estaremos juntos aunque estemos separados, y cuando menos lo esperemos nos volveremos a ver”.
Esta frase que dice Savannah podría ser de cualquier chica enamorada que por alguna razón se tiene que separar de un novio, de alguien que quiere mucho. Para decir otro ejemplo, no está lejos de cuando viajan, y tu mamá o tu papá te dicen: avísame cuando llegues; ¿no? Uno quiere saber, quiere estar al tanto, quiere tener noticias de lo que está pasando, y sobre todo de la gente que quiere y que ama. Y no es porque no escuche voces. Vivimos rodeados de voces, es más, creo que en general hoy nos cuesta mucho más el silencio que la voz. A mí me pasa cuando me voy de retiro, que la primera pregunta que me hacen es “¿es de silencio el retiro?”; “¿y cuántos días?” 7 días. “Uy, yo me muero”, me contesta más de uno. Te juro que no te morís, pero bueno, eso es otro tema, en otro momento lo charlamos. Pero, vivimos rodeados de voces, pareciera que le tenemos miedo al silencio. Estoy solo y pongo música, prendo la radio, el ipod, el ipad, me pongo a ver televisión, aunque sea que quede de fondo, no le presto atención, pero necesito no sentirme solo, necesito escuchar voces, necesito sentir que hay algo que pasa a mi alrededor.
Ahora, no todas esas voces nos llenan el corazón. Mejor dicho, casi ninguna de esas voces termina de llenarnos el corazón. A veces hemos escuchado un montón de cosas, en el colegio, en el trabajo, en la facultad, en donde estuvimos, y llegamos y sentimos que estamos como vacíos. Sentimos que hay algo que falta, porque esas voces que en realidad necesitamos son voces muy concretas en general ¿no? Las voces que realmente nos dan vida, casi las podríamos contar. Cada uno de nosotros podría decir, esta es la voz que yo necesito. ¿Cuáles son las voces que a mí me cambian el día? ¿Que cuando las escucho cambio la voz? ¿Vieron que uno cuando está con alguien se da cuenta si le interesa o no el que lo llamo por el tono de voz? Sin saber quién está del otro lado, casi podemos adivinar, más si es una chica, si es un chico; es muy fácil de darse cuenta. Pero ¿por qué? Porque es normal, porque uno descubre que esa voz le cambia el estado de ánimo, y no lo puede ocultar.
Entonces, podríamos preguntarnos, ¿cuáles son esas voces que estamos esperando todo el día, que me cambian mi humor? Y no sólo cuáles son las voces que esperamos y que nos dan vida, sino qué es lo que necesitamos. Porque a veces, cuando el otro no termina de decir lo que yo quiero o espero, eso también me cansa o me pone de mal humor. “Decime que me querés”. “Bueno, pero si me lo decís no te voy a decir”, muchas veces le dice un varón a una mujer. O uno está esperando que su hijo, que su padre, que su amigo, le cuente, “contame, no me contás nada ahora, no me decís qué es lo que pasa”. ¿Por qué? Porque hay voces que necesitamos, y palabras que dan vida y que necesitamos, que continuamente estamos esperando en la vida. Y es necesario. Podríamos decir que lo que necesitamos son palabras que no sean vacías, sino que subjetivamente repercuten en mi corazón. Porque no es que sea una voz más importante que otra, porque hay palabras que hoy podríamos decir que son muy importantes; de un presidente, por ejemplo, y a veces no tenemos ni ganas de escucharlas; sino por la repercusión que tienen en mí, por quién la dice es que a mí me cambia. Esto es lo que va descubriendo Jesús que pasa en el corazón de aquellos a los que le habla.
Jesús dice, “mis ovejas escuchan mi voz”. Mis ovejas, dice. Tenemos un problemita porque es uno de los evangelios más cortos que se leen en todo el año, porque es el final del discurso del Buen Pastor, en Juan, pero Jesús viene diciendo, hay algunas que son mis ovejas y hay otras que no, y ¿qué es lo que distingue esto? Que escuchen. Que escuchen en el corazón y que respondan a esa voz. Se da cuenta de que aún las palabras de Jesús, que si queremos son palabras que tienen una profundidad y una vida muy grande, no repercuten en todos igual, hay gente que la escucha, hay gente que no la escucha; hay gente que le presta atención, hay gente que no le presta atención. Lo que está buscando Jesús es que esa  Palabra penetre en el corazón, y que a partir de penetrar en el corazón, se pueda dar una respuesta libre.
Si uno escucha con atención, Jesús dice, “mis ovejas escuchan mi voz”. Ahora, les toca a ellas seguirlo a Jesús, les toca a ellas tomar esa decisión en la libertad de caminar con Él o no. Y en esto se basa toda la vida de un cristiano, en la decisión de si quiero o no escuchar y seguir a Jesús. Si quiero un ejemplo claro de esto es la primera lectura. ¿Qué es lo que pasa? Pablo y Bernabé se dan cuenta de que los judíos no lo quieren escuchar más a Jesús, entonces no tiene sentido seguir predicándole a ellos, y así empieza la predicación a los paganos, a casi todo el resto del mundo. El que unos no escuchen, es oportunidad para que toque predicarle a otros, habrá otros que quieran escuchar. Creo que esto también es otro llamado; siempre, aun cuando uno cierra el corazón, hay una oportunidad. ¿Por qué? Primero porque podemos seguir intentándolo. Segundo, porque será momento de llevar esa Palabra a otros lugares. Tal vez nosotros como cristianos, a aquellos espacios, a aquellos lugares donde Jesús no está presente, donde se puede llevar esperanza, donde esa Palabra puede cambiar y llevar algo distinto. Creo que todos los que hemos tenido la experiencia de en algún momento ir a llevar el Evangelio, hemos visto cómo repercute de una manera distinta, aun cuando uno va a lugares muy lejanos, con gente que no conoce, con gente que si no fuera por la fe, no se hubiera encontrado.
Ahora, Jesús nos dice que esa Palabra da vida, pero para eso yo tengo que responder, para eso me tengo que animar, para eso tengo que dar un paso. Y esto es lo que pasa con todo en la vida. Como cristiano tendría que preguntarme, ¿yo quiero comprometerme con Jesús?, ¿quiero escucharlo? O ¿Más o menos me quedo por acá? No te digo que no, pero tampoco me termino de comprometer… Bueno, Jesús dice: Yo quiero que ustedes me escuchen, pero quiero que me sigan; no quiero que se queden como a mitad de camino. Y esto lo podríamos decir también para cada cosa de nuestra vida, ¿de qué manera nos animamos a escuchar en el corazón lo que nuestra vida clama, lo que en nuestra vida puede dar fruto? Que en el fondo es también fruto de una decisión. Es más, creo que el problema más grande, para los que son más jóvenes, no es cuando decido algo, el problema es decidirlo, el problema es dar el paso, es decir: esto es lo que me gusta. Por ejemplo con una carrera, “es que no sé qué me gusta”. Bueno, el mayor problema es decir, voy por acá, este es el camino que yo elijo. Y lo mismo con cada decisión importante que toca en la vida. Creo que vivimos un momento de crisis en el que cuesta un montón de veces tomar decisiones, elegir, animarse a dar un paso. El problema es que si no lo doy, seguramente no voy a descubrir esa vida, si no me animo a jugármela, nunca voy a poder dar ese paso. En el fondo queremos decir, ya casi estoy fracasando. Y eso en cualquier estamento de la vida.
Yo tengo un problema al estar trabajando tanto con los jóvenes, que es que la mayoría de la gente se me acerca a que les dé respuestas y les aseguro que muchas respuestas a muchas cosas no tengo. Y no lo digo por humildad, lo digo con realismo. Entonces, por ejemplo, me pasa que viene el obispo, mi jefe, y me pregunta, “Mariano, ¿por qué hay pocas vocaciones sacerdotales?” Como si yo tuviera la respuesta ¿no? Y le digo, “no sé, preguntále a los chicos.” Pero no sólo con eso. Vienen los papás y me dicen, “Mariano, ¿por qué los jóvenes no se casan?”. Tampoco sé. O las mujeres a veces, vienen y me preguntan, “¿por qué los varones no terminan de “eso” sobre la mesa?” No terminan de dar ese paso y de comprometerse. Bueno, cada uno tiene que dar esa respuesta, cada uno tiene que contestar en el corazón.
Yo creo que hoy tal vez lo que nos falta es en algún momento y en el tiempo que sea propicio, responder al llamado, responder a lo que Dios me invita. ¿Van a aparecer miedos? Siempre aparecen miedos. Supongo que todos los que están casados acá han tenido muchos miedos. Yo les puedo asegurar que he tenido muchos, Maxi les puede contar también los suyos. Cada vocación que elijo, la elijo porque ahí encuentro una promesa de Dios. No porque me cueste o no me cueste, me dé algún miedo, alguna duda; elijo que ahí hay un camino al que Dios me invitó. Y la única manera de que ese camino dé fruto, de que yo llegue a descubrir esa vida, y tenga esa alegría en el corazón, es que me anime y que me la juegue. Esa es la invitación de Jesús. Jesús está diciendo, mis ovejas son las que me escuchan y se la juegan, me siguen; se quedan conmigo, no se quedan a mitad de camino. Algunas se quedan afuera y otras entran; algunas quedan afuera del corral y otras entran al corral; es decir, se animan a tomar esa decisión en el corazón. Ahora, Jesús nos hizo libres, y esa decisión es responsabilidad de cada uno de nosotros en cada momento de la vida.
Pidámosle hoy a Jesús, aquél Buen Pastor que siempre habla, que siempre nos busca, que siempre tiene esa Palabra que llega a nuestro corazón, que podamos escucharla con un corazón abierto; y que como cristianos, nos animemos siempre a responder a su llamado.

Lecturas:
*Hch 13,14.43-52
*Sal 99,2.3.5
*Ap 7,9.14b-17
*Jn 10,27-30

martes, 16 de abril de 2013

Homilía: “¿Me amas?” – III domingo de Pascua


En la segunda parte de “El Señor de los Anillos”, que se llama “Las dos torres”, las cosas se empiezan a complicar para los hombres de la Tierra Media, hasta que llega un momento donde parece que en la próxima batalla van a ser destruidos. Es ahí donde Gandalf, el mago, le dice a Aragorn, quien de alguna manera guiaba a los hombres, que se retire con los hombres que quedaban para aguantar en una fortaleza, llamada El Abismo de Helm; y le dice, “al quinto día, mira hacia el este, y a la primera luz, al amanecer, yo llegaré por ahí.”
Tanto la película como el libro se van desarrollando, hasta llegar al momento climax; cuando están todos los hombres por perder la batalla y ser destruidos, justo aparece una luz, un rayo, y amanece el quinto día. Y uno mira hacia ese lugar, y en medio de esa penumbra, de esa oscuridad, esa luz ilumina, y no sólo ilumina sino que trae algo nuevo. Aparece Gandalf, con un ejército que ayuda a dar vuelta la batalla. Y muestra con esa imagen, con ese amanecer que de alguna manera vence a la oscuridad, con esa luz que vence a las tinieblas, algo nuevo que se hace presente, una claridad que viene a iluminar aquello que estaba a oscuras y en penumbra.
Me acuerdo que con mis amigos, a veces, cuando nos gustaba compartir cosas, una cosa que nos preguntábamos era qué nos gustaba más, si el amanecer o el atardecer. Obviamente que es una discusión interminable porque es una cuestión de gustos, pero yo siempre decía que a mí lo que más me gustaba era el amanecer, porque justamente el amanecer llama a algo nuevo. No porque sea más lindo, o más bello, sino porque justamente es algo que empieza a iluminarse. Después de esa penumbra, hay una luz que trae un día distinto, algo nuevo que amanece. Me gusta esa imagen porque creo que es en el fondo la imagen de la vida, la vida es siempre un continuo abrirse a algo nuevo. Podríamos decir que en general la vida es continuamente un amanecer.
Uno podría preguntarse, ¿siempre tengo que estar creciendo? ¿Siempre tengo que estar haciendo algo nuevo? Bueno, a Jesús no es muy bueno hacerle esa pregunta porque a Nicodemo no le fue muy bien cuando le preguntó “¿cómo nazco de nuevo?” Pero sí, podríamos decir que continuamente nosotros somos invitados a nacer a algo nuevo. El problema es que vivimos en un mundo donde se nos invita a algo distinto, es como que siempre tendría que haber claridad, siempre tiene que haber seguridad. Ahora, la claridad y la seguridad total, casi como que van contrarias a la vida porque la seguridad es: yo me acomodo en esto, y en la medida en que yo me voy acomodando, me voy encerrando. Y creyendo que así le doy más sentido a la vida, me voy cerrando a lo nuevo que la vida puede traer, a lo nuevo que me puede sorprender. Por eso es que tal vez, lo más extraordinario de la vida es la impredecibilidad; siempre viene algo nuevo, siempre está por comenzar algo nuevo, y la invitación es a no detenerse, a no acomodarse, sino a abrirse a aquello que viene a nosotros.
Esto que nos sucede en las distintas cosas de la vida, nos sucede también en la fe. La invitación es siempre a descubrir algo nuevo que se hace presente, a abrirse a algo nuevo que sucede. Creo que de alguna manera por eso se da esta coincidencia de que justo en este evangelio, esa aparición de Jesús sea al amanecer. Como escuchamos, los discípulos habían pescado toda la noche, no habían sacado nada, y en el amanecer sucede algo distinto. En ese amanecer es donde Jesús se les vuelve a hacer presente e ilumina sus vidas de una manera nueva. Les dice, acá hay algo que los va a sorprender, acá hay algo nuevo que va a pasar. Como sabemos, el evangelio sigue, se dan cuenta de que es Jesús, Pedro se tira a buscarlo, comen con Él, pero Jesús los invita a que en su vida algo amanezca. Uno podría decir, bueno, pero los discípulos ya vienen caminando con Jesús; sí, pero hay algo que en sus vidas también está en oscuridad. Jesús murió, ya saben que resucitó, se les fue apareciendo, pero hay algo distinto que todavía no ocurre. Hay algo que tiene que volver a amanecer en el corazón de ellos, que tiene que volver a surgir y florecer, y eso es lo que Jesús está trayendo.
Ahora, esta invitación que Jesús hace a sus discípulos, es la invitación que nosotros como Iglesia tendríamos que recibir siempre. Es decir, entender que hay un Jesús que viene a traer algo nuevo, que hay un Jesús que quiere iluminarnos como Iglesia, como comunidad, como cristianos. El problema es que como Iglesia también tendemos a lo mismo que el mundo. Buscamos la seguridad, lo que nos hace más firmes, y tendemos a rigidizarnos, a quedarnos quietos. Creo que tal vez la mejor imagen de esto es creer que como Iglesia o como comunidad tenemos todas las respuestas, o nosotros somos la claridad. Y ahí nos vamos olvidando de que nosotros somos discípulos, que nosotros tenemos que, como Iglesia y como comunidad, seguir a Jesús, y que el que siempre trae algo nuevo, que el que siempre hace que algo amanezca en nosotros, es justamente Jesús. Es aquél que viene a iluminarnos, y nos dice, hacia acá tenemos que caminar.
Tal vez en el evangelio hay dos imágenes que hablan de esto, no sólo la que ya les dije, que Jesús se hace presente en el amanecer; sino la pesca, los peces son de Jesús, los discípulos no pescaron nada, y Jesús es el que les dice, tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán. Pero por si esto no les era claro, cuando le dice a Pedro si lo ama, le dice tres veces, “apacienta mis ovejas”; las ovejas son mías, Yo soy el Maestro. Y aún Pedro que va a tener esa función tan importante dentro de la Iglesia, va a tener que aprender a llevar a la comunidad de Jesús; primero como discípulo de Jesús, después teniendo que guiar a otros. Y esta es la invitación para todos nosotros, descubrir cómo podemos, en primer lugar, ir creciendo. Si Jesús viniera a nosotros como comunidad, ¿dónde necesitamos hoy luz? ¿En qué necesitamos que Jesús ilumine, que amanezca, que nos abra a algo nuevo? Este es uno de los signos más importantes de la Pascua, empezamos en la oscuridad, y Jesús nos trae la luz, por eso tenemos el cirio acá. Él es el que trae la claridad, Él es esa luz que quiere iluminarnos. Si mirásemos a Jesús, ¿en qué necesitamos ser iluminados? ¿Qué tiene que nacer de nuevo en nuestra comunidad para ser más esa comunidad de Jesús que Él quiere? ¿Cómo podemos soltar esas seguridades o acomodamientos que tenemos en los distintos lugares, distintos grupos, para abrirnos a algo nuevo? ¿De qué manera podemos escuchar a ese Jesús que viene?
En segundo lugar, es también un amanecer importante para Pedro, porque acá se da este diálogo tan lindo y que tanto conocemos entre Jesús y Pedro, donde Jesús le pregunta a Pedro si lo ama. Y se lo pregunta tres veces, de alguna manera repitiendo aquello que Pedro necesitaba al corazón. No sabemos si fue así o no, pero la primera referencia que nos viene a todos a la mente, es que Pedro lo negó tres veces, y acá también tres veces se le pregunta sobre el amor. Ahora, si uno mira más allá de la cantidad de preguntas, hay algo que Pedro tiene que escuchar. Hace poco hablábamos en la Pascua de que la cruz es esa gran frase que Jesús nos dice a cada uno al corazón: “Yo te amo”. La cruz es el gran gesto de amor para que todos lo escuchemos. Ahora el que tiene que responder a eso es Pedro. Pedro descubrió que Jesús lo ama y que está dispuesto a dar la vida por él, y que lo hizo; ahora Pedro tiene que escuchar cuán firme sigue en ese amor para caminar con Jesús, y cómo ese amor puede sanar la herida que Él tiene. Porque esto nos pasa a todos, cuántas veces nos pasa que cuando nos equivocamos, cuando hacemos las cosas mal, cuando cometemos errores, los primeros que creemos que las cosas no pueden cambiar somos nosotros, y nos cerramos a lo nuevo que puede pasar. No nos animamos a pedir perdón, no nos animamos a volver a intentarlo, no nos animamos a cambiar; y en primer lugar, somos cada uno de nosotros los que tenemos que descubrir que hay una posibilidad nueva. Tenemos que volver a repetirlo y escucharlo en el corazón. En segundo lugar, abrirnos a esa posibilidad, y eso es lo que hace Jesús. Creo que acá la gran clave es que Jesús no se pone rígido. Jesús descubre que la única oportunidad de que Pedro pueda seguir caminando detrás de Él es renovarlo en el amor, tratarlo con ese cariño y esa dulzura que en ese momento Pedro necesita. A veces a uno le sale más fácil ponerse rígido, criticar, no dar posibilidades, pero ahí se acabó, ahí se va cerrando ese vínculo. Creo que el gran problema no es lo que pasa, la pregunta que tenemos que hacernos es, ¿yo estoy dispuesto a seguir apostando por este vínculo? ¿Yo quiero que esto siga hacia delante? Cualquier vínculo que tengamos. Y en base a eso es que tenemos que actuar. Ahora, si me pongo rígido, la postura que estoy tomando es, yo hasta acá voy con este vínculo. Me pongo rígido, me pongo firme, y no doy una posibilidad de que eso pueda cambiar. O pidiendo perdón, o perdonando, o dando otra posibilidad. La única posibilidad es, tratar aún ese dolor que Pedro tendrá, que Jesús tendrá, con amor y con cariño. Por eso, Jesús le pregunta si lo ama, y lo único que tiene que escuchar es que justamente, Pedro lo ama. Pedro sabe lo que hizo, es consciente de lo que pasó, lo que necesita es un empujón para ir para adelante. En palabras que ya repetí varias veces, lo que necesita es que algo nuevo surja, que algo amanezca en su corazón para a partir de ahí, sí seguirlo, pero ahora de otra manera. El camino del cristiano es el que tiene que dejar las seguridades. El que quiera salvar su vida la perderá, dice Jesús. En cambio el que quiera perder su vida, la encontrará.
Acá a Pedro se le dice: antes cuando eras joven vos hacías lo que querías, cuando seas grande, ya no vas a hacer lo que quieras, otros te llevarán, otros te atarán, se acabaron las certezas y las seguridades. Lo que queda es el amor. Y eso es lo que te va a hacer mucho más fuerte y más sólido. Eso es lo que te va a ayudar a caminar de una manera nueva. A eso nos invita a nosotros, a animarnos a soltar las riendas de aquellas cosas que mantenemos muy firmes, y animarnos a ir a algo que es mucho más fuerte, aunque parezca endeble, que es el amor. Aquello que puede curar, aquello que puede sanar, aquello que puede traer algo nuevo.
Hoy a nosotros, como comunidad, como cristianos, también Jesús nos pregunta, renacidos de la Pascua, ¿me amas? Hoy también nos mira y nos habla al corazón, y nos pregunta si lo queremos, para que, como Pedro, con un corazón renovado, podamos caminar con Él. Recién después de que Pedro le contesta, Jesús, a ese Pedro nacido de la Pascua, le dice, “sígueme”. Escuchemos esa pregunta en el corazón, animémonos en la oración a responderla, para también nosotros escuchar en el corazón a ese Jesús que nos dice: sígueme.

Lecturas:
*Hch 5,27b-32.40b-41
*Sal 29,2.4.5.6.11.12a.13b
*Ap 5,11-14
*Jn 21,1-19

viernes, 12 de abril de 2013

Homilía: “Jesús te salvó” – Domingo de Resurrección



Hay una película que se llama Django Sin Cadenas, que cuenta la historia de Django, un esclavo que cuando era trasladado es rescatado por un doctor, King Schultz, que es un caza recompensas, más que un doctor. Y lo rescata porque es el único que conoce a tres hombres que él quiere atrapar para obtener una recompensa. Django lo ayuda, atrapa a estos hombres, los mata, y ahí empieza como a entablarse una amistad entre ellos. Empiezan a trabajar juntos, empiezan a profundizar, y Django le cuenta su historia, le cuenta que tiene una mujer a la que ama que también es esclava, que en su momento fue vendida, y se llamaba Broomhilda. Él se admira de esta historia, Django le cuenta que la quiere salvar que la quiere ir a buscar, y el doctor le dice que espere un poco, que en ese momento no puede ir hacia el Sur por el frío, pero que él lo va a acompañar, que él hace un trato: trabajemos juntos, ayudame en esto, y yo después te ayudo. Igual, es curioso ese nombre, dice. Django pregunta por qué. Ellos están en Estados Unidos, y él le dice, “es curioso porque es un nombre alemán, es raro que una esclava tenga ese nombre, su jefa debe ser alemana”. Y le cuenta que Broomhilda es un nombre importante en la literatura alemana, es la protagonista de una de las historias más importantes. Y a pedido de Django, el Dr. Schultz empieza a contársela.
Dicen que esta princesa Broomhilda, era hija del dios de todos los dioses, Taumer, pero parece que un día este dios se enojó mucho con ella. Django le pregunta ¿por qué? No me acuerdo exactamente, le dice, la desobedeció en algo muy grande parece, y se enojó. Y el dios la agarra entonces, y se la lleva a la cima de una montaña. Django le pregunta, por qué a la cima de una montaña, y el doctor contesta, que simplemente porque en Alemania hay muchas montañas y siempre en los cuentos tiene que aparecer alguna montaña. Entonces la lleva a la cima de la montaña, pone un dragón que escupe fuego para que nadie lo pueda matar, la cerca con un círculo de fuego inexpugnable, para que quede ahí aislada esperando que aparezca aquel hombre capaz con su valor de poder salvarla. Django le pregunta, ¿apareció ese hombre? Sí, apareció, se llamaba Sigfrido. Este hombre, por el amor que le tenía, no tuvo miedo y fue capaz de pelear con el dragón y matarlo. Y porque Broomhilda se lo merecía, se animó a cruzar ese fuego inexpugnable, y la salvó. ¿Entiendes lo que se pierde en ese caso? Le dice Schultz a Django. Y Django contesta, “Sí, siento algo parecido”.
Creo que esto que es lo que quiere hacer Django, que es hacer todo lo posible por salvar a aquella persona que ama, debería ser lo que deberíamos querer nosotros también en el corazón, poder hacer todo lo posible por salvar aquella persona que amamos. A veces nos saldrá, a veces no, pero aparte tenemos todos como un deseo en el corazón, que es que esto nos pase a nosotros. Es decir, que alguien quiera hacer todo lo que está a su alcance, todo lo posible, por salvarlos. Esto a veces se ve en la tele, como las mujeres esperan ese príncipe azul, ese hombre que está dispuesto a cruzar y a hacer todo lo posible para salvarme a mí.  No es que a los varones no nos pase lo mismo, nada más que nos cuesta decirlo, pero todos tenemos en el corazón ese deseo profundo de que alguien nos salve, de que alguien dé todo por nosotros. De alguna manera, tal vez no tan así, se podrá cumplir o no en nuestra vida ese deseo. Pero si miramos hacia atrás, podríamos reconocer que hay alguien que sí hizo todo lo posible por salvarnos, hay alguien que sí fue capaz de dar su vida por cada uno de nosotros, alguien que estaba dispuesto a luchar aunque nadie lo entendiera ni le creyera. Por eso, empieza a predicar y muchas veces la gente no entiende, no comprende; quiere mostrar este corazón nuevo de Dios, y no se dan cuenta de lo que está diciendo, de lo que está predicando. Es rechazado, muchas veces no lo entienden, ni siquiera los discípulos a quienes les lava los pies. Ellos no entienden, le dicen, no, ¿cómo me vas a lavar a mí los pies? No, esto no. Sin embargo, Jesús está convencido de lo que tiene que hacer, y se anima a ir y a seguir recorriendo ese camino. Y porque con eso no basta, está dispuesto a llegar hasta al final, y llegar hasta el final es hasta dar la vida. Y porque cada uno de nosotros se lo merece está dispuesto a vivir su pasión; porque nos quiere salvar está dispuesto a dar su vida en la cruz, y está dispuesto a ir a ese fuego inexpugnable que es lo profundo del infierno para poder salvarnos.
La gran pregunta que podríamos hacernos es ¿por qué Jesús quiere hacer todo esto?, y Jesús nos va a decir: porque cada uno de nosotros se lo merece, porque vos te lo mereces. Uno se preguntaría por qué merezco esto, por qué Jesús es capaz de hacer todo esto. Y en primer lugar porque nos dio la vida. La creación nos muestra esto, Dios nos quiere crear, no es que bueno, no me queda otra, y los creo. No, Dios nos quiere dar vida. Y a partir de esa vida que nos da, nosotros nos merecemos todo lo que Dios quiere hacer por nosotros. Y lo va mostrando con distintos hechos a lo largo de la historia. Los más importantes son la Pascua judía y la Pascua cristiana. La Pascua judía es el paso de la esclavitud a la libertad. La Pascua cristiana es el paso de la muerte a la vida para que todos tengamos vida. Porque Jesús, con gestos, quiere mostrar cuánto Dios nos ama. Y la cruz es el gran gesto de Jesús. La cruz es como una frase que quiere que resuene en nuestro corazón, donde Dios nos dice a cada uno de nosotros, Yo te amo. Muchas veces nos cuesta descubrir que alguien nos ame, nos gustaría que nos lo digan, que nos lo digan más fuerte. La cruz es la manera más fuerte, la manera más grande que Dios encontró para que todos nosotros escuchemos en nuestro corazón esa frase: Yo te amo. Y grabálo a fuego. Y cuando sientas que nadie te quiere, que nadie te valora, que a nadie le alcanza o entiende lo que hacés, Dios te dice, Yo entiendo, Yo te valoro, Yo te amo, Yo te quiero, y lo quiere volver a repetir. Y como nos cuesta muchas veces descubrirlo lo hace año tras año en cada Pascua, para que lo volvamos a sentir.
Creo que vivimos en un mundo donde todos muchas veces nos sentimos desvalorizados, donde muchas veces sentimos que las cosas no las merecemos, que no entendemos por qué pasan. Bueno, Jesús en la Pascua nos dice, Yo te valoro, Jesús en la Pascua nos dice, vos merecés todo lo que Yo te doy. ¿Por qué? Porque te amo. Lo quiere repetir muchas veces para que no se nos olvide. Lo que nos puede pasar como les decía, es que no lo entiendo. A ver, ¿el amor se entiende? El amor, la Pascua, no es para que lo entendamos, es para que lo sintamos. Es para que descubramos en el corazón y sintamos en lo profundo que hay alguien que está dispuesto a hacer todo lo que puede, que es Jesús; que hay un Dios que es Padre, que está dispuesto a dar lo que más ama, por lo otro que más ama, que somos nosotros, y quiere repetirlo sin cansancio. Casi como esa novia, ese marido, que está todo el tiempo, “yo te amo, yo te amo”, y uno quiere decir, basta, no lo digas más, ese es Dios, porque quiere que no se nos olvide.  Y en ese amor quiere que descubramos que somos libres, que es este paso. Algo tiene que morir para que algo resucite. En los judíos es claro. Somos esclavos, dicen, bueno, quiero que vivan en la libertad. En la Pascua deberíamos mirar, cada uno, qué es lo que nos esclaviza, qué es lo que no nos deja ser libres, y descubrir que hay alguien que hoy grita: Yo te hago libre, dejá atrás tus cadenas, dejá atrás todo lo que no te deja caminar en libertad, para que puedas caminar de esta manera nueva. Eso es lo que quieren gritar y aclamar, y no les importa ya lo que les pase, Pedro y Pablo, en las dos lecturas que escuchamos: Jesús los salvó. Vuelvan a escucharlo: Jesús los salvó. Yo creo que Pedro y Pablo seguramente eran como esos programas de los evangelistas en los que no se cansan de decirte: ¡Dios te salvó! ¡Dios te salvó! Tal vez nosotros necesitamos que nos lo vuelvan a repetir, ¿no? Escuchen, Dios te salvó, viví de una manera nueva, viví de una manera distinta. Y quiere que escuchando eso, también nosotros vivamos nuestra Pascua. La Pascua significa paso, es dar un paso, y quiere que también haya Pascua en nosotros. Bueno, podemos cada uno mirar y preguntarnos, cuál es el paso que yo puedo dar para entender más a Jesús, para descubrir su amor, para ser más libre. Eso es lo que Jesús quiere de nosotros. ¿Por qué? Porque nos ama. Ahora, ese paso se tiene que dar en la fe, y eso a veces es lo difícil, aprender a descubrir ese paso que Jesús me invita a dar en la fe.
Para terminar, les cuento un cuentito. Una vez, una catequista le dijo a un chiquito de siete años que le pregunte a su familia ¿qué es la fe? Entonces el chiquito fue a su casa y empezó a preguntar a su familia, hasta que un tío lo agarró y le dijo, mirá, andá, traé un salvavidas y vamos a ir juntos a la orilla del mar. Fueron juntos, y le dijo, ahora ponete el salvavidas, lo infló, y le dijo, ahora vamos a hacer esto, vamos a entrar caminando despacito juntos en el mar, y cuando sientas que ya no haces pie, anímate a seguir caminando. El niño todavía no sabía nadar así que se metió con miedo en el mar. Al principio el agua era bajita, fue caminando, hasta que el agua iba creciendo y empezó a tener cada vez más miedo, y el tío le dijo, quédate tranquilo, yo estoy a tu lado. El niño siguió caminando, el agua cada vez lo tapaba más, hasta que llegó el momento en el que hay que dar el salto, ¿me animo o no a dar un paso más donde no hago pie? Estando en puntitas de pie, se animó a dar ese paso y quedó flotando. El tío le dijo, “ves, esto es la fe. Vos sos el hombre o la mujer cualquiera que la quiere vivir; el salvavidas es la fe, la confianza que uno pone en Dios, en aquel Dios que te lleva en la mano; y yo soy Dios, que siempre está a tu lado, aunque no te des cuenta.” Bueno, ese es el Dios que tenemos, el Dios que siempre está a nuestro lado, el Dios que siempre nos acompaña, y la fe esa confianza que se nos invita a tener, la confianza en su amor, la confianza y la esperanza para poder caminar de una manera nueva.
Pidámosle a Jesús, a Él que es nuestra Pascua, que también nosotros escuchemos en nuestro corazón a ese Dios que nos dice: “Yo te amo”.