martes, 28 de mayo de 2013

Homilía: “Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo” – Santísima Trinidad



Hay un cuento oriental que narra una parte de la vida de un príncipe, que quiere enseñarle a su pueblo quién es Dios. Entonces, reúne a todo el pueblo y hace una especie de dinámica. Hace que entren a un recinto algunas personas que eran disminuidos visualmente, no podían ver, e ingresa en el recinto un elefante muy grande. Entonces, le pide a cada una de estas personas ciegas, que toque algo del animal. El primero toca la pierna del elefante, y cuando le preguntan qué es lo que hay ahí, él dice, “he tocado el tronco de un árbol”. Le dice al segundo que lo lleven hasta otra parte del animar y toca la trompa. Le pregunta, “¿qué tocaste vos?”. “Yo toqué una rama, un poco gruesa, de un árbol.” El tercero toca la cola, y dice, “toqué una serpiente un poco rara, que no conozco”. Va el cuarto y toca el costado, y dice, “yo toqué un gran muro”. Por último, lo hacen subirse al elefante al quinto, y éste toca el lomo y dice “toqué una pequeña lomada, una montaña.” Después les pide que se pongan de acuerdo entre ellos para ver qué es lo que tocaron y obviamente fue imposible, hasta que este príncipe detiene la discusión y les dice qué es lo que han tocado. El príncipe explicar que esto es lo mismo que nos pasa a nosotros cuando queremos conocer a Dios. Sólo podemos conocer algo de Él, no podemos acceder totalmente a su misterio. De alguna manera Dios permanece inaccesible a nosotros, por eso la manera y la forma en la que lo vemos, es aquello que llegamos a vislumbrar.
Es verdad que hay una diferencia grande entre este cuento y nuestro Dios, porque nosotros conocemos al Dios de los cristianos por medio de Jesús, y es Él el que nos ha revelado. Pero sí nos dice una gran verdad, nosotros podemos vislumbrar algo de ese Dios. Y en general es aquello que Jesús nos ha revelado. Pero de las cosas de Dios, algunas son más fáciles y otras más difíciles de acceder.
Tal vez la fiesta más difícil de entender y acceder es aquella que estamos celebrando hoy, la fiesta de la Santísima Trinidad. Este Dios que es un Dios pero que son tres personas. A lo largo de la historia muchos han tratado de explicarlo, pero no hay una manera de hacerlo. Lo sabemos porque Jesús nos lo dijo y nos lo reveló. Lo sabemos porque Jesús quiso venir a abrirnos el corazón de Dios, y decirnos cómo era, transmitirnos aquello que Él sabía.
Ahora, yo me hago una pregunta. ¿Qué es más profundo en la vida? ¿Cuando uno conoce algo y lo puede explicar mentalmente o cuando uno puede empezar a sentir y tener una experiencia profunda en el corazón? ¿Cuando yo puedo saber y decir cosas del que tengo al lado, o cuando formo un vínculo profundo que me va uniendo a Él en el amor, en la caridad, en la generosidad, día a día? Obviamente que no nos podemos disociar, no podemos ir por un lado con nuestra cabeza, y por otro lado con nuestro corazón. Pero creo que lo que hace Jesús es justamente transmitirnos una experiencia profunda de Dios, para decirnos quién es. Obviamente que nuestra sed de conocimiento muchas veces quiere ir a algo más, quiere profundizar, pero lo central es poder tocar esa experiencia de amor que Jesús nos dice.
Muchas veces cuando me junto con distintas personas me hacen preguntas. Y a veces éstas tienen que ver con este tema. “¿Cómo puede ser Dios uno en tres?”; “¿Qué es la Trinidad?”. Y, si bien todavía no tengo muchos años de ministerio, cuando recién comenzaba, o era seminarista, empezaba con el discurso: “Dios es uno y tres personas. Es un Dios todopoderoso, el Padre que hizo… bla, bla…” A los dos minutos los había aburrido. Y después descubrí que quizás era más profundo, y tenía más sentido, narrar la experiencia que uno tiene. Porque si uno mira, lo que termina transformando al otro es la experiencia.
Lo que podemos hacer es preguntarnos, ¿qué experiencia tengo de Dios? ¿Qué experiencia tengo del Padre? ¿Qué experiencia tengo del Hijo? ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo en mi vida? Y hoy cuando me preguntan quién es Dios, digo que es un Dios que es tres personas; y que en mi vida hay un padre con el que puedo charlar, al que le puedo rezar, con el que puedo contar en el día a día. Hay un Hijo que he descubierto que dio la vida por amor, que se entregó por mí, que quiso dar esa vida para que yo viva de una manera distinta. Y hay un Espíritu que me da fuerza, que me hace testigo, que me invita a transformarme, que me ayuda a navegar en esta fe cristiana. Uno podría discutir, ¿qué es más o qué es menos teológico? Y la pregunta creo que no va por ahí. Sino que lo importante es ¿qué experiencia de Dios yo puedo transmitirle al otro?
Si uno mira la vida de los apóstoles, la vida de Juan que nos narra en este evangelio de este Dios que en el Hijo nos envía su Espíritu; lo que ellos transmitieron fue una experiencia. Ellos son los que nos contaron que Dios es Padre, que Dios es Hijo, y que Dios es Espíritu. Pero no querían explicarlo todo, querían transmitir aquello que  habían vivido en el corazón. ¿Y qué es lo que habían vivido en el corazón? Que Dios les había cambiado la vida, que el amor de Dios los había transformado. Por eso quisieron ir y anunciarlo. Ir a decir a todos: esto a mí me cambió totalmente, y quiero que vos también lo puedas vivir, quiero que vos hagas experiencia de esto. Y tal vez muchas veces se quedaron sin palabras. Algunas cosas quizás no podían explicarlas, pero eso muestra también esa reverencia que tenemos que tener frente a ese misterio. Hay un Dios que es más grande que nosotros. Hay un Dios que no lo podemos abarcar, que no podemos decir: es esto. Obviamente que todos queremos formarnos, profundizar, conocer cada día más de Dios, y  esto es muy lindo. Pero ese conocimiento y esa información, tiene que ir a la par de esa experiencia que yo voy haciendo de Dios. Y uno lo que descubre es que cuando uno se encuentra con ese Dios, cuando uno lo vive de corazón, eso va transformando la vida, y uno va conociendo cada día más a ese Dios. ¿Con cuántas personas nos encontramos en el día a día que tal vez no pueden explicarme mucho con palabras quién es Dios, pero que lo viven y lo transmiten de una manera profunda? Y tal vez tienen una experiencia profunda de ese Dios que es  Padre, que es Hijo y que es Espíritu, y que les llenó el corazón.
Es el encuentro con este Dios el que va transformando nuestras vidas. Y es este Jesús el que nos dice en Juan, el evangelio de hoy, que les va a dar ese Espíritu que hemos celebrado en Pentecostés; de lo suyo, para que venga a nosotros. Y lo primero que se me ocurre al escuchar este “de lo suyo”, es cómo Dios es uno y es trino. Es decir, cómo la diversidad se puede vivir en la unidad. Y acá siempre tenemos un problema porque nos vamos a los extremos. O queremos que todo sea homogéneo, igual, casi como si fuéramos robotitos hechos en máquina y clonados, o somos totalmente relativistas: “bueno está todo bien, no hay que discutir nada…”. Creo que no es ni una ni otra.
El misterio de la Trinidad nos dice justamente cómo se puede ser uno y tres. Cómo en el amor se puede vivir en familia. Y la diversidad la puedo aprender a vivir en la unidad cuando aprendo a amar al otro, cuando lo escucho, lo comprendo, cuando no intento cambiarlo, cuando lo acepto. Muchas veces nos pasa que lo primero que hacemos con alguien cuando hay algo que no nos cierra pensamos, “¿cómo lo puedo cambiar?”. Y lo que nos dice Jesús es cómo lo puedo amar, no cómo lo puedo cambiar; cómo lo puedo aceptar. Yo no me imagino al Padre, más allá de toda la perfección filosófica, y todo lo que hablamos de la Trinidad, queriendo cambiar al Hijo, sino queriendo amarlo, queriendo entregarse por Él. Y creo que esa es la experiencia que nos transmite a nosotros. Cómo podemos crecer en comunión en una diversidad. Cómo podemos amarnos y aceptarnos los unos a los otros, e ir caminando juntos porque de alguna manera eso es lo que hace la diferencia.
En segundo lugar podemos ver esa entrega. Si hay algo que nos muestra el Padre es cómo nos envía al Hijo y cómo nos envía al Espíritu; quiere que lo profundo de la Trinidad se dé, se entregue. Y a eso nos invita también a nosotros, a hacer esa experiencia de ese Dios que se entrega, y como se entrega a mí, me invita a entregarme también, a darme a los demás. Creo que si hay algo que es un signo palpable de cuando vamos haciendo experiencia profunda de Dios, es cuánto eso me invita a cambiar, cuánto eso me invita a transformarme.
Yo muchas veces descubro en mi vida, en mi ministerio, como cuando uno tiene en la televisión dos angelitos en la cabeza, y uno le dice: hacé tal cosa, y el otro: hacé tal otra, y uno no sabe a cuál escuchar. Y uno me dice: “descansá, cuídate”, y el otro: “no, entregate, escuchá, andá a darte”. Obviamente que es un arte el aprender, pero lo que descubro en Dios es que generalmente Él me invita a algo más, a dar un poco más de mi vida. Cuando yo tiendo a cerrarme, cuando tiendo a cuidarme, a acomodarme, Dios me dice: no te acomodes tanto, entregate, date, abrite. Y me llama a una vida más plena.  Y después cuando miro digo, “uh, qué bueno estuvo esto. Qué bueno que me animé a dar este paso. Qué bueno que no me quedé tirado en la cama viendo chicle mental, y que me anime a decir, “Voy”, por más de que esté cansado, porque eso me transformó la vida.” Y cuando miro digo, “bueno, que bueno que no seguí lo que yo primero pensaba, sino que abrí mi corazón a este Espíritu.”
Creo que la experiencia de Dios es la que nos llama a algo más, y la que nos ayuda a vivir en los valores. La gran crítica que hoy hacemos es que vivimos en un mundo que ya no tiene valores. Jesús me invita a algo más. Cuando estoy en Jesús me pregunto, ¿cuáles son los valores que Él vivió? Y cuando quiero aprender de Jesús, creo que lo primero que tengo que saber es cuáles son los valores que Él transmitió. Si quiero conocer más a Dios, tengo que mirarlo a Jesús. Si quiero conocer cómo es la Trinidad, tengo que mirar su vida, descubrir cómo fue generoso, cómo escuchaba al otro, cómo ponía la otra mejilla. Entonces me pregunto cómo puedo hacer experiencia de Dios para formarme más. ¿Hacer y vivir los valores de Jesús es formarme más? Sí, porque es vivirlos en mí. Y de esa manera doy testimonio. Creo que la mejor manera de transmitir a Jesús es cuando puedo hacerlo carne en mí, eso es lo que hizo Jesús. Agarró de lo suyo y se lo dio al Espíritu para que se lo diera a otros. El Espíritu en Pentecostés hizo lo mismo. Nos dio de ese seno de la Trinidad su corazón, ese amor, para que lo vivamos en el corazón, y para que lo podamos llevar a los demás.
Pidámosle entonces a este Espíritu que nos transforma, que nos hace testigos, que nos envíe, que podamos descubrir todo este amor de Dios en nuestro corazón, y que podamos vivirlo.
Lecturas:
*Pr 8, 22-31
*Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9
*Rom 5, 1-5
*Jn 16, 12-15

martes, 21 de mayo de 2013

Homilía: “El Espíritu se manifiesta para el bien común” – Pentecostés


En la película musical Moulin Rouge, Christian se enamora de Satine y empieza a buscar la manera de conquistarla. De alguna manera ella también se enamora de él pero las cosas no son tan fáciles, porque descubre que por más de este amor apasionado que siente, allí no tiene seguridades. Entonces duda entre ese amor y el amor de un hombre adinerado, como es siempre en este tipo de comedias. Comienza a desarrollarse así toda la película, a ver qué es lo que va a triunfar. Y hay un momento donde él le canta una canción que dice así: “Mi regalo es mi canción y ésta es para ti. Puedes decirles a todos que es tuya. Puede que sea muy sencilla, pero ahora que está terminada, espero que no te moleste, expresa en palabras, qué maravillosa es la vida ahora que estás tú.” Él expresa en su corazón y con esa canción, más allá de las dificultades y los problemas que está teniendo, cómo su vida se transforma a partir de la presencia de ella, cómo su vida cambia y los problemas no importan, si él puede sentir ese ardor profundo en el corazón, con la presencia del otro.
Y nosotros vamos deambulando por la vida siempre buscando esto; algo que arda en nuestro corazón, algo que nos movilice, y nos llame a tanto, por lo cual sentimos que nuestra vida cambia y se transforma. Creo que esta es la experiencia profunda que los discípulos tienen con Jesús; hay alguien que viene y transforma su vida, hay alguien que prende una llama que tienen en el corazón, por lo cual les cambia todo. Pero a veces es como que no alcanza. Así como en la película parece que ese amor no alcanza, acá pareciera que aún la presencia de Jesús no termina de alcanzar en ellos, y necesitan algo más. Uno podría preguntarse, ¿qué más que Jesús se podría necesitar? Sin embargo, el mismo Jesús dice: hay algo más que tengo que hacer, hay alguien más que a ustedes les conviene que venga. Con palabras que seguramente les costaron a los discípulos; como hablamos el domingo pasado, ellos preferían que Jesús se quedase.
Y es ese Espíritu, que un día como hoy, en Pentecostés, mueve todo. No sólo los cimientos de esa casa, que como dice la lectura, se movieron, se zarandearon, sino también los cimientos del corazón de esos discípulos, que a partir de que ese Espíritu se hace presente en ellos, también pueden cantar una canción nueva. Ellos se dan cuenta qué maravillosa que es la vida cuando dejan que ese Espíritu entre en sus corazones. Y por eso todo les cambia, por eso los que no se animaban a vivir, a partir de ese Espíritu se animan, van y salen, van y anuncian, son enviados. Ya no tienen miedo, o no les preocupa ese miedo, se animan a vencer ese miedo porque hay algo que quemó su corazón. Porque más allá de las dificultades que sigue habiendo hay algo distinto que hace que la vida cobre un valor más importante.
Este mismo Espírtu Santo que transforma sus corazones y sus vidas, si miramos, actuó durante toda la creación. En el libro del Génesis dice que el Espíritu aleteaba mientras Dios creaba. Y si miramos los personajes que fueron pasando a lo largo de la Biblia, había un Espíritu que actuaba, porque ¿por qué Noé se animó a hacer lo que hizo? Cuando todos le decían: este tipo está loco, mirá lo que hace, hasta hacen películas tipo sátiras con él. Y él dice: me animo porque hay un Espíritu que me mueve. Miremos a Abraham. Él estaba bien con su familia, tenía una tierra, se había acomodado. No solamente el Espíritu dice cosas nuevas. A veces el Espíritu dice: no te acomodes, la vida no es un acomodarse, es un caminar. Y por eso le dice a Abraham, Yo tengo algo mucho más grande para vos, pero para eso te tenés que animar, sal de tu tierra. También podemos ver a Moisés, que cuando quiso en un primer momento no pudo, tuvo que huir a Madián, se casó con la hija de Jetró, formó una familia; y vino un Espíritu que lo zarandeó, y le dijo, Yo tengo para vos algo más grande. Y Moisés puso mil excusas: no puedo, soy joven, no se hablar, no tengo ganas, no sé… Y Dios le dijo por medio de su Espíritu, “Ve y anuncia.” Y así fue a liberar al pueblo de Dios, animándose a transformar por ese Espíritu.
Podríamos mirar así toda la historia de la salvación, hasta ese día de Pentecostés, donde los discípulos también, a pesar de esa presencia de Jesús, no sabían qué hacer. Y vino un Espíritu que movió tanto los cimientos de su corazón que se animaron, salieron, hablaron, anunciaron. Su vida pasaba a ser maravillosa, porque se animaron a vivir aquello que querían, se animaron a llevar adelante sus deseos; no abortaron sus deseos, sino que dijeron, esto es lo que me puede hacer feliz.
Eso es lo que hace el Espíritu con cada uno de nosotros. Todos hemos recibido ese Espíritu, en primer lugar en el Bautismo, en segundo lugar, la mayoría de nosotros, en la Confirmación. Y nos dice, Yo te envío para que seas feliz, Yo te pongo en movimiento; eso es lo que es la vida, la vida es un movimiento, no me puedo detener. Muchos quieren detenerse, se hacen cirugías, pero no sirve para nada, la vida sigue andando, sigue caminando, y a veces, por distintas razones, por miedo, o porque no podemos, porque nos sentimos menos; no nos animamos a vivir los deseos que tenemos, y los vamos como callando, tapando, y eso no nos deja ser felices.
A veces nos preguntamos, ¿qué es lo que me pasa? ¿Por qué estoy así? ¿Por qué nunca estoy feliz, siempre estoy de mal humor, pongo mala cara? Y podría animarme a buscar un poco más en mi corazón, porque lo que estoy buscando no es una respuesta en la superficie sino que sólo la voy encontrar en lo profundo. Por eso el Espíritu viene y mueve. Hay que sacudir, hay que desempolvar, podríamos decir, para llegar a lo profundo, pero no sólo para que veamos eso que tapamos, sino porque muchas veces, como decía antes, nos acomodamos. Pensamos: “Bueno hasta acá está bien. Llevo una buena calidad de vida, las cosas van más o menos bien.” ¿Y la vida es eso? ¿Es acomodarse en un status quo donde la cosa anda bien, zafa? ¿O la vida es animarse siempre a algo más, animarse a seguir caminando? Porque ahí donde me detengo también es donde empiezo a sentir que algo me falta, que algo termina haciéndome ruido en el corazón.
El Espíritu es ese que me vuelve a lanzar. Jesús cuando les da su Espíritu les dice: reciban el Espíritu Santo, yo los envío, vayan, tienen que moverse. No basta solamente con que me conozcan, no basta con que sepan quién Soy, ahora les toca a ustedes ser mis testigos. Y la vida se trata de eso, de ser testigos. Es la misma invitación que nos hace a nosotros. Ahora, para eso no nos deja solos, sino que nos da ese Espíritu que nos llena de dones, nos llena de carismas.
Es curioso porque esto es lo más difícil de vivir siempre en la Iglesia. El Espíritu es como un malabarista, porque tiene que hacer algo que a todos nos cuesta, porque para nosotros es fácil cuando nos dicen cómo son las cosas, cuando nos dicen que algo es blanco o negro es facilísimo, cuando nos dicen que es gris, es un problema. El Espíritu es el gran gris, porque, por un lado dice que hay diversidad, pero por otro lado que tenemos que ser uno, y nosotros nos preguntamos cómo es esto, porque ¿qué preferimos? ¿Preferimos relativizar todo y decir vale todo, todo está bien? Eso es más fácil, o ¿todo es igual, no puede haber diferencias, todo es homogéneo?
El Espíritu dice, no, hay diversidad de carismas, hay diversidad de dones, el mundo es pluriforme, pero somos uno en ese Espíritu, y uno se rompe la cabeza en esta paradoja. ¿Cómo es esto? ¿Cómo es posible esto? Y Jesús diría, en ustedes, imposible, pero en Dios todo es posible, si ponemos nuestro corazón en Dios es Él el que hace de lo plural, es Él el que hace de lo diverso, una Iglesia una, mucho más rica.
Ahora, para eso, como alguna vez les he dicho, tenemos que descubrir qué dones tenemos; porque tenemos que poner algo al servicio. Esto es lo que más nos cuesta, descubrir cuáles son los dones que tenemos. Como les decía antes -por lo menos me pasa con los más jóvenes, supongo que con los adultos es igual- cuando yo les pregunto qué dones tienen, me contestan: “no, no sé…” parece que no tuvieran. Y yo siempre les digo lo mismo: “Qué mal te hizo Dios, quejate, decile de todo, grítale, te hizo un desastre; la verdad que no te quería nada Dios, porque si no te da dones, ¿qué es lo que pasa? Te dio defectos nomás.” Porque cuando nos preguntan por nuestros defectos tenemos una lista. Tal vez podríamos preguntarnos qué es lo que transmitimos para que una persona piense que tiene más defectos que dones, que una comunidad tiene más defectos que dones, que una familia tiene más defectos que dones, que un país o que un mundo tiene más defectos que dones. ¿Qué es lo que estamos transmitiendo, o qué es lo que estamos mirando?
Lo central es mirar que Dios nos dio dones a todos. El problema no es que no los tenemos, el problema es que no los miramos, el problema es que no los descubrimos. Y hasta que no los descubro, no para creerme más que los demás, sino por ser un agradecido con Dios, me puedo dar al servicio de los demás. Pablo le dice a una comunidad que seguramente le está pasando lo mismo: todos ustedes tienen dones y carismas. Si Pablo estuviera acá, y él era bastante más firme que yo, nos diría bastante fuerte: todos tienen dones y carismas, descúbranlos y pónganlos al servicio de la comunidad, pónganlos al servicio de todos. De esa manera caminamos, y eso es lo que nos hace valiosos a los ojos de Dios. ¿Por qué la Iglesia muchas veces dijo que nosotros no nos merecíamos las cosas de Dios? Porque miró lo negativo, porque miró lo que no valía, porque miró el pecado. En vez de mirar los dones, en vez de mirar que somos hijos, en vez de mirar el amor que Dios nos dio. Eso no lo puede romper nadie. Eso es lo que el Espíritu continuamente quiere movilizar, zarandear, para que descubramos en el corazón cuánto tenemos para darles a los demás, eso es lo que quiere que nos animemos a vivir cada uno de nosotros.
Hoy también nosotros estamos celebrando Pentecostés. Hoy tal vez no escuchemos como ese día que las paredes se mueven, pero sí quiere mover nuestros corazones. Algo mucho más profundo, porque quiere que nosotros nos animemos a ser testigos, porque quiere que pongamos nuestros dones al servicio; en donde estamos, en nuestras familias, con nuestros amigos, en nuestra sociedad, en nuestro país, en nuestra comunidad, porque quiere que seamos testigos. Hoy viene ese Espíritu que Jesús nos envía, y nos dice a nosotros, Yo te envío, ve.
Pidámosle a Jesús, aquél que nos da su Espíritu, aquél que transforma nuestras vidas y nuestros corazones, que nos dejemos ungir por Él, que nos dejemos transformar por Él, que nos dejemos llenar por Él para ser sus testigos.
Lecturas:
*Hch 2, 1-11.
*Sal 103
*1Cor 12, 3b- 7. 12-13
*Jn 20, 19-23

viernes, 17 de mayo de 2013

Homilía: “Ustedes son mis testigos”- Ascensión del Señor


En la película Invictus, Mandela gana las elecciones para la presidencia en Sudáfrica. Cuando empieza su ministerio, se encuentra con una nación muy dividida, una nación enemistada, que tiene muchos bandos. Entonces comienza a pensar qué signos puede usar como estandartes para unificar a la nación, que ayuden a crear lazos entre ellos. Descubre así que lo mejor es a través del deporte; en este caso, el rugby. Por eso es que como venía el mundial, que iba a ser en Sudáfrica, y al equipo de los Springboks le venía yendo muy mal en toda la preparación, se contacta con el capitán, Pienaar. Empieza a hablar con Pienaar, a visitarlo, a estar atento, para que el equipo crezca y mejore. Y en una de estas visitas le hace una pregunta clave, muy concreta: “¿Cómo hacés para que tus compañeros sean mejores? ¿Cómo los inspirás?”
Creo que esta es una pregunta clave que todos podríamos hacernos, con respecto a aquellos que nos rodean en la vida. ¿Cómo hacemos para que los que están alrededor crezcan cada días más? Para que se sientan más importantes, para que se quieran y se valoren más, para que puedan tomar responsabilidades y madurar por sus propias manos. Para poner un ejemplo, en nuestra familia, confiando en el otro, ayudándolo a crecer; o también en un grupo de estudio, en un trabajo, en un club, creo que en todas las dimensiones de la vida esto es esencial. Obviamente que esto se hace a través de la confianza, a través de aprender a creer en el otro, y muchas veces es también necesario aprender a delegar. Pero lo central es, ¿cómo ayudo a que el otro crezca y madure? A que el otro se haga responsable, en palabras de Mandela, a que sea mejor; ¿cómo lo inspiro?
Si uno mira la vida de Jesús, Él fue haciendo constantemente eso con los discípulos; les fue dando confianza; no los dejó solos, sino que de a poco fue haciendo un camino. Al principio estuvieron con Él, los enviaba a predicar, les preguntaba cómo les había ido, les iba enseñando y cada vez los iba soltando más. Hasta que Jesús da la vida; y después de que resucita, vuelve a aparecer; pero ya no como antes, a veces está, a veces no está, de pronto lo tienen con ellos, de pronto no lo tienen más, y se tienen que acostumbrar a un nuevo tipo de presencia. Y cuando ya se están acostumbrando a ese nuevo tipo de presencia de Jesús en sus vidas, Jesús les dice: bueno, ahora me voy, ahora asciendo a los cielos. Y para ellos esto también es un nuevo salto, tienen que acostumbrarse a que Jesús no va a estar ya ni siquiera así. Y Jesús les dice que confíen, que crean, que les va a enviar a alguien que les va a recordar todo, que les va a enviar su Espíritu.
Creo que esta experiencia que los discípulos tuvieron, es la experiencia cotidiana de nuestra Fe. No siempre lo descubrimos presente a Jesús de la misma manera, hay días donde lo descubrimos muy presente, hay días donde nos cuesta más; hay momentos de la vida donde lo vivimos con mucha intensidad, hay momentos en los que nos preguntamos dónde está. La presencia de Jesús, el sentirlo en el corazón, va variando; y esto es normal porque es lo propio de cada vínculo. Si nosotros decimos que lo propio de la Fe es que nos vinculamos con Jesús, tenemos que entender que pasa lo mismo que en cualquier vínculo. Con un hijo, con una hija, con un padre, a veces nos sentimos más cercanos, a veces no; un marido con su mujer, o viceversa, novios, novias, amigos, en el trabajo; en cada vínculo tenemos momentos donde lo vivimos con más intensidad, más profundo, y momentos donde nos cuesta más. En el vínculo con Jesús sucede lo mismo, y tenemos que aprender a vivir todas las dimensiones o momentos de ese vínculo, y aprender a descubrir que eso es parte del camino, que lo central es cómo yo voy haciendo un proceso. Esto es lo que aprendieron los discípulos, y lo central es que permanecieron a pesar de los distintos momentos. Esa es la enseñanza que nos hace a nosotros; aprender a caminar y a permanecer en los distintos momentos de la Fe, en esos distintos momentos donde vamos sintiendo a Jesús en el corazón.
Pero también este tipo de presencia es porque Jesús cree y confía en nosotros. Tal vez si le hubiera preguntado Mandela a Jesús, ¿cómo haces para hacer mejores a tus apóstoles, a los cristianos? ¿Cómo los inspiras?, Jesús hubiera dicho, creyendo y confiando en ellos. “Ustedes son mis testigos”, les dice Jesús. Y uno podría preguntarse, ¿cómo hago para dar testimonio de Jesús? Si uno se compara dice, estoy en el horno, acá no tengo posibilidad. Y Jesús dice, van a recibir el Espíritu, quédense tranquilos, confíen, Yo creo en ustedes, ahora vayan y den testimonio. Esto es lo que nos ayuda a crecer, que nos animemos, día a día, a dar de lo que tenemos, a dar de aquello que Jesús puso en nuestro corazón, a compartir la Fe con los demás.
Podríamos decir que en la Fe no existe el llanero solitario, aquél que se va solo y no le importa nada. La Fe se vive, se comparte, se transmite en comunidad. Alguien fue testigo de Jesús para nosotros y por eso creemos. También nosotros podemos ser testigos de Jesús para otros, para que otros crean. Por eso la ascensión es como el gozne del otro lado de la puerta que es Pentecostés. Una nos abre a la otra, Jesús se va con la promesa de que el Espíritu viene, Jesús se va con la promesa de que “les conviene que Yo me vaya, porque hay alguien más grande que Yo que va a venir, que es el Espíritu”; con esa confianza en esa persona de la trinidad, esa confianza que tiene en nosotros.
Pidámosle en este tiempo poder abrir el corazón, para renovar la presencia del Espíritu en nosotros, para renovar ese don del Espíritu en nuestra comunidad, para que con mucha confianza podamos ser sus testigos.
Lecturas:
*Hch 1,1-11
*Sal 46,2-3.6-7.8-9
*Ef 1,17-23
*Lc 24,46-53


lunes, 6 de mayo de 2013

Homilía: "La mejor manera de caminar como Iglesia es en comunión" - VI domingo de Pascua



En los comienzos de una película bastante pochoclera, "21 Blackjack", Ben está en una clase de matemática avanzada, y el profesor, Mike, tira un problema, en el que empieza a cotejarlo a él. El problema era así: "hay tres puertas y detrás de una hay un millón de dólares, ¿cuál eliges?" Y él dice, elijo la A. Bueno, dan vuelta la C, y en la C no hay nada. Entonces Mike dice, "Muy bien, quedan dos puertas, pero te doy una oportunidad, ¿qué hacés?, ¿te quedás con la puerta A o pasás a la puerta B? ¿Cuál es tu elección? Y él contesta: "Cambio, y paso a la puerta B." "Muy bien, has acertado", le dice, "la mayoría de las personas no cambiaría porque tienen miedo de cambiar, pero matemáticamente - es un problema de múltiples variables - es más probable que esté en la B que en la A. Hay que pensar fríamente y ver dónde está". ¿Qué es lo que entonces le está enseñando Mike, y lo que se debería hacer en toda escuela o universidad? Le está enseñando a pensar.
Esto es lo que se va dando en la vida, más naturalmente, en cualquier ambiente. Uno a veces se pone a pensar, y muchas veces no coincide con el otro. Eso pasa en una casa, cuando uno va creciendo; y esto quizás lo pueden explicar mejor los papás, cuando los chicos se empiezan a cuestionar un montón de cosas, desde esa búsqueda que tienen en el corazón; eso pasa también creo que en cualquier mesa, en la que estamos un grupo de amigos, y tiramos un tema y es casi imposible ponernos de acuerdo, y empezamos a discutir; eso pasa en las facultades, en un montón de lados.
Ahora, el problema no son las opiniones diferentes, se pueden tener opiniones diferentes, el problema es cuando no aceptamos el tener diferentes opiniones, y cuando no dejamos que el otro piense, porque eso es de alguna manera volvernos totalitarios y perder ese pluralismo que nos ayuda a crecer.
Yo me acuerdo cuando estaba en el seminario, en filosofía, en un examen contesté una pregunta del profesor diciendo: "usted en clase dijo tal cosa..., pero a mi opinión, después de haber leído las obras de este autor, no es tan así", y le puse mi opinión. El profesor me tachó toda la segunda parte de la respuesta, y me puso "mal". Y yo me re enojé, porque estábamos en filosofía que es supuestamente donde uno tiene que pensar y aprender, y no me estaba dejando pensar; el profesor me estaba coartando la libertad de opinar. "Yo ya puse lo que usted piensa, deje que ponga y exprese también lo que yo pienso", le dije. Bueno, más allá de que obviamente hay profesores más obtusos, y profesores más abiertos; creo que la única manera de crecer es que nos dejemos, entre todos, compartir y opinar, aunque opinemos diferente. Y esa es la manera de ir creciendo; en todo sentido, en una familia, con amigos.
A veces pareciera como que hay que ser de un lado del otro, como si fuera un partido de futbol, y hay un marco infranqueable entre un equipo y el otro. Tenemos que aprender a dialogar, tenemos que aprender a poder charlar con el otro. Creo que eso es de lo que todos nos quejamos; por ejemplo en nuestro país, cuando parece que todo es blanco o negro, y no nos podemos sentar en una mesa a pensar juntos un proyecto. Y pase partido político por el que pase, no se puede dialogar; es un "estás conmigo o estás contra mí" cuando no entiendo por qué tiene que ser así. Cuando no podemos pensar un proyecto juntos, cuando no podemos tirar opiniones en una mesa. Ahora, no solamente a nivel político, también a nivel familiar. Podríamos pensar en nuestras casas, ¿yo estoy dispuesto a hablar con los demás?, ¿a dejar que el otro opine más allá de lo que yo pienso?
Esto mismo sucede en la Iglesia. Si uno escucha con atención, y si quieren después pueden releer la primera lectura del libro de los Hechos, este es un momento crucial en la historia de la Iglesia. Para ponerlos un poco en contexto, ustedes saben que los cristianos al principio no entendieron muy bien qué es lo que pasó con Jesús. Sabían que Jesús resucitó, pero los sábados seguían yendo a la sinagoga, ellos eran judíos, y los domingos, años después, empezaron a celebrar la Misa, la Cena del Señor. En un primer momento, le predicaban de Jesús a los judíos, era lo que ellos conocían; vivían con los judíos, y les predicaban a ellos. En un segundo momento, ¿qué hace la Iglesia?, da un paso más, y dice, hay que predicar a los paganos. Y empiezan entonces a predicar a los paganos - que casi todos provenimos de ahí, salvo que alguno tenga sangre judía, todos nosotros somos provenientes del resto del mundo, del paganismo - pero lo hacen con el modo de la misión judía. Iban, enseñaban la Torah, los primeros libros de la Biblia, les enseñaban todas las leyes judías, y una vez que habían aceptado eso, había un momento crítico para los varones, que eran el centro de la predicación, que era si se circuncidaban o no; si se circuncidaban eran prosélitos, sino, temerosos de Dios. Y así se iban incorporando al pueblo judío.
¿Qué es lo que pasa? Llega un momento en que se dan cuenta de que esto tiene que cambiar. Y acá aparece un gran personaje que cambia esto, San Pablo. Él tiene una conversión tan radical y tan fuerte en su vida, que en sus escritos dice, "mi vida anterior no vale nada en comparación con la nueva." La nueva vida en Jesús cambia tanto lo anterior, que tengo que dejar atrás las anteriores prácticas. Entonces, ¿qué dice Pablo? No hay que circuncidar más, no es necesaria la obediencia a la Ley, y tampoco hay que enseñar la Torah. Hay que enseñar quién es Jesús y cómo seguirlo. Entonces, a partir de ahora directamente bautizan a los paganos, los empiezan a bautizar para que se incorporen al pueblo cristiano.
Ahora, esto que es tan fácil de explicar históricamente fue un gran lío en la comunidad cristiana. Generó muchas preguntas y cuestionamientos. Y esto provocó el primer Concilio de la Iglesia, el Concilio de Jerusalén que escuchamos: ¿qué hacemos con los paganos que se acaban de bautizar? Y se juntan todos los apóstoles con algunos enviados de Antioquia, para dilucidar este tema, y entre todos llegan a un consenso de qué es lo que se tiene que hacer. No es que se votó para ver qué postura ganaba, cuál era la mejor, sino que entre todos se propusieron buscar el rumbo de la Iglesia. Y ¿qué es lo que hicieron? Decidieron que los recién bautizados sí se incorporaran a la Iglesia, pero "les impusimos estas cargas: que se abstengan de estos alimentos..."
A ver, eso va a cambiar rápidamente, no es que el Espíritu les dijo: estas son las cosas que tienen que decir. Esas leyes van a cambiar después. Lo importante es que: nosotros y el Espíritu, descubrimos hoy que la mejor manera de caminar como Iglesia es en comunión, es creciendo juntos, es escuchándonos. Acá estuvo a punto de darse el primer gran cisma de la Iglesia cuando recién empezaba. Si no aceptan a los paganos recién bautizados, todo ese grupo se iba, y si no dejaban algunas de las leyes más tradicionales judías, los que vivían las leyes judías más conservadoramente también se iban; entonces  se tienen que fijar como consensuar para de a poco ir caminando. ¿Qué es lo que se hizo? Se dialogó, se aprendió a crecer en comunión, y esto creo que fue y es un ejemplo para todos.
¿Cómo podemos sentarnos a crecer en comunión? Jesús dice: "el que me ama será fiel a mis palabras". Y para eso nos envía al Espíritu Santo, que es el gran gestor de la comunión. Muchos de ustedes tal vez lo van a recibir ahora dentro de un par de meses. ¿Qué es lo que busca? Cómo podemos dialogar, cómo podemos escuchar, cómo nos podemos entender. Y los años más difíciles o más oscuros de la Iglesia han sido cuando no nos hemos escuchado, cuando no hemos dejado que todos opinásemos.
A veces nos pasa de que le queremos dar un ejemplo a los demás de lo que decimos, no de lo que vivimos. Les decimos a los demás, escúchense, trabajen en comunión, y nosotros no escuchamos a nadie y no trabajamos en comunión. Voy a poner un ejemplo nomás. Ayer tuve un encuentro con los jóvenes que están preparándose para coordinar y me hicieron muchas preguntas. Algunas preguntas estaban muy buenas, y algunas eran las clásicas que siempre aparecen. Una era: "¿por qué el Vaticano tiene tanto oro?" Y la primera respuesta que yo les di es: porque no escuchó a Jesús. Podríamos poner un montón de justificativos, podríamos decir que se debe a un montón de cosas que pasaron a lo largo de la historia. Pero lo que pasó es que en muchos momentos no escuchamos lo que Jesús decía: que seamos más pobres, que si hay plata se las tenemos que dar a los que la necesitan, que tenemos que ver cada uno cómo podemos ayudar a los demás. Ese es el primer paso, escuchar. Y cuando el mundo nos cuestiona nuestra forma de vivirlo, en vez de reaccionar hay que escuchar. ¿Tendrán razón en esto? Después tendremos que dilucidar, mirar, profundizar. Y así en un montón de cosas.
El gran peligro es cuando nos cerramos, cuando aún dentro de la Iglesia no nos escuchamos los unos a los otros. Esa primera comunidad se tuvo que escuchar: algunos dicen que los paganos tiene que ser parte de la Iglesia, otros no, ¿qué hacemos? Dialoguemos. Hoy hay un montón de temas en el tapete: ¿qué pasa con las segundas uniones?, ¿qué pasa con la gente que no puede comulgar?, ¿qué pasa con los homosexuales?, podemos pensar en un montón de cosas; sentémonos en una mesa y dialoguemos. A algunos les tocará dialogarlo, a algunos nos tocará escuchar, pero tendremos que aprender a dialogar los unos con los otros, a crecer en comunión.
Éste es único camino, éste es el camino que siempre buscó la Iglesia. Eso es lo que pide Jesús; el que me ama sea fiel a mis palabras. Busquemos muchas de las leyes que hoy tenemos nosotros; se fueron dialogando, no están en la Biblia, se tuvieron que profundizar, se tuvieron que compartir los unos con los otros, y en la manera en que nosotros vivamos esa comunión, esa comunión va a pasar a los demás.
A ver, empezando por el primer ejemplo que puse, la pobreza. No creo que Bergoglio de casualidad se haya puesto de nombre Francisco. Creo que fue un ejemplo que nos quiso dar a todos, creo que fue muy claro cuál era el camino que quería marcar en la Iglesia. Cuando alguien dice "Francisco", ya se sabe de que está hablando, de ser más pobre. Bueno empecemos por ahí, y sigamos por otros lugares; y de esa manera daremos un ejemplo a los demás, de esa manera les podremos decir a los demás: esto también lo tienen que vivir ustedes. Aprendiendo a crecer en comunión como Jesús invita.
Estamos preparándonos para Pentecostés, para poder celebrar como comunidad esa venida del Espíritu Santo que lo que busca es la comunión en la diversidad. La diversidad nunca se puede perder, tal vez no se hubiera perdido en la Iglesia, en la comunidad cristiana, si hubiéramos aprendido a escucharnos los unos a los otros, a aprender los unos de los otros. La ventaja en el cristianismo es que Jesús siempre nos da otra oportunidad de volver a crecer y de ponernos en camino; como familia, como comunidad de la Catedral, como sociedad, como Iglesia universal; aprender a escucharnos los unos a los otros, para ir buscando cómo crecer en este camino de fidelidad a Jesús.
Pidámosle a aquél que da la vida por amor, para que nosotros comprendamos cuál es el corazón del Padre, que escuchándolo, que abriendo nuestras vidas a la acción del Espíritu, podamos buscar siempre esos caminos de comunión.

Lecturas
*Hch 15,1-2.22-29
*Sal 66,2-3.5.6.8
*Ap 21,10-14.21-23
*Jn 14,23-29