En la película “7 almas”, Tim
Thomas es un empresario que por algunas circunstancias de la vida decide
ayudar, con algo que a él le cueste mucho, a 7 personas que lo necesiten. Y
empieza a caminar, en el transcurso de la película, buscando esas siete
personas que de alguna manera “se merezcan”, podríamos decir, esa ayuda que él
les quiere dar. Hay un momento donde él hace como un monólogo, donde dice que en
este momento hay 6.470.818.671 habitantes en el mundo. “Algunos huyen a sus
hogares, otros vuelven a sus casas; algunos son hombres malos en guerra contra
el bien, otros son hombres buenos luchando contra el mal; 6 mil millones de
personas en el mundo, 6 mil millones de almas, y hay veces que sólo necesitas
una.”
Creo que esa experiencia de él, que está buscando esa persona, que la
necesita para algo, es la experiencia cotidiana, que en diferentes maneras y
con otra profundidad, también nosotros percibimos en la vida. Esa persona que
en algunos momentos nos comprenda cuando nos sentimos incomprendidos; esa
persona que nos escuche cuando sentimos que nadie nos escucha; esa persona que
camine con nosotros cuando nos sentimos solos; ese abrazo que nos traiga paz y
consuelo al corazón cuando necesitamos alguien que nos dé afecto, que esté a
nuestro lado; esa palabra de consuelo que me cambia el día, que cambia mi
humor, que me hace sentirme de una manera diferente. Esto y muchas cosas
descubrimos que necesitamos, a lo largo del día, de las semanas, del año.
Creo que ninguna persona madura, o que no sea altamente narcisista, va a
decir que no necesita de los demás. Toda persona cuerda se da cuenta de que necesita
del otro. Continuamente necesito del otro. El problema no es que yo necesito
del otro. El problema es que el otro se dé cuenta de esa necesidad que yo tengo
en el corazón, explícita o no explícita; que el otro descubra esa necesidad.
Porque - por lo menos me pasa a mí -, vamos como midiendo: “yo me doy hasta acá”;
“yo me entrego hasta acá”; “yo ayudo hasta acá”; “yo busco al que necesita
hasta este punto”. Esto creo que es la pregunta que hace el doctor de la Ley en
este evangelio tan conocido: “¿Quién es mi prójimo?” La pregunta está
escatimando. Si está preguntando quién es mi prójimo, entonces no son todos. De
alguna manera está pidiendo, “decime hasta dónde”.
Y es acá donde Jesús va a hacer un cambio, donde le va a terminar
preguntando ¿quién se comportó como el prójimo del otro? Es tan radical el
cambio que hace Jesús, que lo que dice es que yo tengo necesidad del otro. Pero
no solamente que tengo necesidad para que me escuche, para que me acompañe, yo
tengo necesidad de servir al otro, yo tengo necesidad de que el otro transforme
mi vida.
En general nos pasa que nos sentimos que somos personas buenas, que
hacemos las cosas bien, y que a veces damos como un plus: “bueno, doy algo más”;
“ayudo en esto”; “soy generoso en esto”. Y ahí me siento mucho mejor; como que
esos son momentos extraordinarios donde doy un plus más de mí. Y Jesús dice: “no,
a ver, esperá. En realidad vos sos el que tenés necesidad del otro. Cuando das
ese plus, cuando te preocupas de aquél que está, en este caso, al borde del
camino, es porque vos lo necesitas. Vos necesitas del que está enfermo, vos
necesitas del que tiene hambre, vos necesitas de aquél que está solo.” Por eso
termina diciendo: obra así y vas a alcanzar lo que querés, aquello que te va a
llenar el corazón, aquello que te va a llevar a la Vida Eterna. Ese es el
camino.
El problema es que nosotros creemos que damos algo al otro cuando en
realidad debiéramos descubrir que estamos recibiendo mucho más. Porque eso me
agranda el corazón, porque eso me hace una persona nueva, porque eso me hace un
corazón mucho más cercano al de Jesús. El problema es que esto cuesta, y nos
cuesta a todos. Por eso Jesús tiene que poner este ejemplo, que empieza casi
curiosamente, porque ¿qué necesidad tiene un doctor de la Ley de acercarse a
Jesús y decirle, “¿qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna, para ir al
cielo, para salvarme?”? Y Jesús le contesta: “¿qué está escrito en la Ley?” El
hombre ya sabe lo que tiene que hacer. No es ese el problema. “Amar a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Esto se aplica también para nosotros. En general sabemos lo que tenemos que
hacer; o lo que quisiéramos hacer; o aquello que nos hace mejores personas, que
nos hace personas más nobles, más buenas; eso lo sabemos. Nuestro corazón casi
lo grita. El problema es que a veces, nuestra cabeza, nuestra humanidad, pone
límites, pone como cerrazones: “Bueno, pero… ¿tan así es?”; “¿quién es este
prójimo?”; “¿cuántas veces tengo que perdonar?”; “¿hasta cuándo lo tengo que
ayudar?”. Es acá donde Jesús pone esta parábola maravillosa, en la que hay un
hombre que fue asaltado, que estaba medio muerto, y que pasó un sacerdote, pasó
un levita (sería como un sacerdote de segunda orden), y siguieron de largo; y
pasó un samaritano y lo ayudó.
Ahora, en general nosotros nos quedamos con la ayuda nada más. Pero si
Jesús hubiera querido decir eso en esta parábola hubiera empezado por el final.
Hubiera dicho: “había un hombre que lo asaltaron, pasó un samaritano y lo ayudo”.
¿Por qué dice los dos primeros? Es más, creo que no tendría ni que haber dicho
que era un samaritano, porque también decir esto tiene un significado. Podría
haber dicho, “un hombre bueno que se preocupó”. Pero no dice eso, y ¿por qué no
dice eso? Porque en realidad, esta parábola no sólo muestra cómo me tengo que
comportar con mi prójimo. Es una parábola que critica la religiosidad de la
época. Va al corazón de lo que la religión está viviendo; y les está mostrando
que una religión que no se preocupa por el hermano no tiene sentido, es una
religión vacía. No se encuentra con nadie, les está diciendo.
La voy a traducir como si Jesús estuviese hoy, para que la entendamos un
poquito mejor. Hoy seguramente Jesús hubiera dicho que a un hombre lo
asaltaron, lo dejaron tirado en el camino, y por el costado pasó un obispo. Pasó
un obispo, lo miró, y siguió de largo. Después, pasó un sacerdote, lo vio, y
siguió de largo. Y la pregunta es ¿quién es el buen samaritano? Bueno, en ese
entonces, el problema con los samaritanos no es solamente que estaban peleados
con los judíos. Están peleados por un tema religioso. Para los judíos, los
samaritanos son aquellos que viven mal su fe, son aquellos que los judíos desprecian
de la fe, como diciendo: éstos nos pueden participar. Y es difícil, tendríamos
que pensar nosotros, quiénes despreciamos en la fe. Y ese ejemplo usaría Jesús.
Pasó un homosexual, alguien que se separó y se volvió a casar; piensen ustedes
quienes piensan que están afuera de la religión, y Jesús va a elegir ese. Y fue
y se preocupó. Lo llevó a su montura, lo curó, lo puso en un albergue, y pagó
de más.
La crítica de Jesús no es sólo al que no se preocupa por el hermano, es
al judío que no encuentra a Dios. En el fondo, al judío sacerdote, levita; al
obispo, al sacerdote cristiano; cualquiera que se encuentra con un Dios que
crea él, que tiene una piedad vacía. ¿De qué me sirven un montón de cosas si no
me llevan a transformar mis vínculos con los demás? Eso es lo que está diciendo
Jesús: podés rezar, podés adorar, rezar el rosario, ir todos los días a misa,
pero si eso no te transforma, ¿con quién te estás encontrando? Esa es la
pregunta. Recién vamos a descubrir si te encontraste con Dios, cuando te
preocupes por tu hermano, y eso a veces va a hacer ruido.
Ustedes saben que el Papa hace poco hizo su primer viaje. Éste fue muy
significativo porque fue a Lampedusa, que es una isla en el sur de Italia donde
están los que llegan de África. La mayoría de los que quieren salir de África
se mueren antes de salir, muchos se mueren en el barco o las lanchas, o lo que
consiguen, y algunos llegan hasta esa isla, y quedan ahí. Tal vez eran los que
estaban al borde del camino hoy ¿no? Fue muy significativo, es claro el ejemplo
que puso él. Por eso le está saltando a la yugular toda la derecha italiana
ahora. Berlusconi y compañía. “¿Cómo vas donde están los inmigrantes? Ellos no
pueden entrar acá.”
Yo creo que eso lo hubiera hecho Jesús, hubiera ido ahí, a los que
nosotros dejamos en el camino, los que nos parece que como sociedad no entran.
Bueno, como cristianos tienen que entrar, no sé cómo, dice Jesús, pero si no
entran no nos estamos preocupando por ellos, no estamos escuchando a Jesús. En
el fondo, decía él, vivimos en la época de la globalización, la globalización de la indiferencia,
somos indiferentes ante el hermano. Jesús dice: el que no se preocupa por el
hermano, todavía no escuchó a Dios. Está escuchando algo; pero a Dios no lo
escuchó verdaderamente en el corazón. Porque eso es lo que transforma, y eso es
lo que nos invita a nosotros, a que nuestra piedad no sea una piedad vacía.
Tal vez podríamos pensar, hoy estamos participando, estamos escuchando la
Palabra de Dios, nos estamos alimentando, nos vamos a alimentar de Jesús en
esta mesa; del pan, del vino, en su Cuerpo y en su Sangre. Bueno, ¿cómo va a
transformar esto en esta semana mi corazón? ¿Quién está a ese borde del camino
y yo me voy a preocupar? Porque si no es lo mismo que les está diciendo acá:
¿con quién se encuentran? Esto tiene que de alguna manera cotejarnos, tiene que
calar hondo en nuestro corazón. Para que nosotros digamos, bueno, yo escuché
esta parábola y quiero que me transforme. A ver, Jesús los está provocando acá.
Les está dando un cachetazo y diciendo: “reaccionen, fíjense lo que pasa”. A
nosotros nos dice lo mismo: andá, fíjate en tu familia, en tu trabajo, quién queda
de lado. En la calle, en donde fuera, ¿por quién te podés preocupar hoy? Esa es
la pregunta de Jesús.
Creo que hoy podemos ponerle nombre a esta parábola y pensar nosotros por
quién nos tenemos que preocupar. ¿Quién es nuestro prójimo?; ¿de quién nos
estamos comportando como prójimos?; ¿de qué manera estamos amando y
entregándonos por los demás?
Hoy creo que Jesús también nos dice a nosotros: “Ve y procede tú de la misma manera.”
Lecturas:
*Deut 30,10-14
* Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37
*Col 1,15-20
*Lc 10,25-37