martes, 16 de julio de 2013

Homilía: “Ve y procede tú de la misma manera” – XV domingo durante el año


En la película “7 almas”, Tim Thomas es un empresario que por algunas circunstancias de la vida decide ayudar, con algo que a él le cueste mucho, a 7 personas que lo necesiten. Y empieza a caminar, en el transcurso de la película, buscando esas siete personas que de alguna manera “se merezcan”, podríamos decir, esa ayuda que él les quiere dar. Hay un momento donde él hace como un monólogo, donde dice que en este momento hay 6.470.818.671 habitantes en el mundo. “Algunos huyen a sus hogares, otros vuelven a sus casas; algunos son hombres malos en guerra contra el bien, otros son hombres buenos luchando contra el mal; 6 mil millones de personas en el mundo, 6 mil millones de almas, y hay veces que sólo necesitas una.”
Creo que esa experiencia de él, que está buscando esa persona, que la necesita para algo, es la experiencia cotidiana, que en diferentes maneras y con otra profundidad, también nosotros percibimos en la vida. Esa persona que en algunos momentos nos comprenda cuando nos sentimos incomprendidos; esa persona que nos escuche cuando sentimos que nadie nos escucha; esa persona que camine con nosotros cuando nos sentimos solos; ese abrazo que nos traiga paz y consuelo al corazón cuando necesitamos alguien que nos dé afecto, que esté a nuestro lado; esa palabra de consuelo que me cambia el día, que cambia mi humor, que me hace sentirme de una manera diferente. Esto y muchas cosas descubrimos que necesitamos, a lo largo del día, de las semanas, del año.
Creo que ninguna persona madura, o que no sea altamente narcisista, va a decir que no necesita de los demás. Toda persona cuerda se da cuenta de que necesita del otro. Continuamente necesito del otro. El problema no es que yo necesito del otro. El problema es que el otro se dé cuenta de esa necesidad que yo tengo en el corazón, explícita o no explícita; que el otro descubra esa necesidad. Porque - por lo menos me pasa a mí -, vamos como midiendo: “yo me doy hasta acá”; “yo me entrego hasta acá”; “yo ayudo hasta acá”; “yo busco al que necesita hasta este punto”. Esto creo que es la pregunta que hace el doctor de la Ley en este evangelio tan conocido: “¿Quién es mi prójimo?” La pregunta está escatimando. Si está preguntando quién es mi prójimo, entonces no son todos. De alguna manera está pidiendo, “decime hasta dónde”.
Y es acá donde Jesús va a hacer un cambio, donde le va a terminar preguntando ¿quién se comportó como el prójimo del otro? Es tan radical el cambio que hace Jesús, que lo que dice es que yo tengo necesidad del otro. Pero no solamente que tengo necesidad para que me escuche, para que me acompañe, yo tengo necesidad de servir al otro, yo tengo necesidad de que el otro transforme mi vida.
En general nos pasa que nos sentimos que somos personas buenas, que hacemos las cosas bien, y que a veces damos como un plus: “bueno, doy algo más”; “ayudo en esto”; “soy generoso en esto”. Y ahí me siento mucho mejor; como que esos son momentos extraordinarios donde doy un plus más de mí. Y Jesús dice: “no, a ver, esperá. En realidad vos sos el que tenés necesidad del otro. Cuando das ese plus, cuando te preocupas de aquél que está, en este caso, al borde del camino, es porque vos lo necesitas. Vos necesitas del que está enfermo, vos necesitas del que tiene hambre, vos necesitas de aquél que está solo.” Por eso termina diciendo: obra así y vas a alcanzar lo que querés, aquello que te va a llenar el corazón, aquello que te va a llevar a la Vida Eterna. Ese es el camino.
El problema es que nosotros creemos que damos algo al otro cuando en realidad debiéramos descubrir que estamos recibiendo mucho más. Porque eso me agranda el corazón, porque eso me hace una persona nueva, porque eso me hace un corazón mucho más cercano al de Jesús. El problema es que esto cuesta, y nos cuesta a todos. Por eso Jesús tiene que poner este ejemplo, que empieza casi curiosamente, porque ¿qué necesidad tiene un doctor de la Ley de acercarse a Jesús y decirle, “¿qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna, para ir al cielo, para salvarme?”? Y Jesús le contesta: “¿qué está escrito en la Ley?” El hombre ya sabe lo que tiene que hacer. No es ese el problema. “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Esto se aplica también para nosotros. En general sabemos lo que tenemos que hacer; o lo que quisiéramos hacer; o aquello que nos hace mejores personas, que nos hace personas más nobles, más buenas; eso lo sabemos. Nuestro corazón casi lo grita. El problema es que a veces, nuestra cabeza, nuestra humanidad, pone límites, pone como cerrazones: “Bueno, pero… ¿tan así es?”; “¿quién es este prójimo?”; “¿cuántas veces tengo que perdonar?”; “¿hasta cuándo lo tengo que ayudar?”. Es acá donde Jesús pone esta parábola maravillosa, en la que hay un hombre que fue asaltado, que estaba medio muerto, y que pasó un sacerdote, pasó un levita (sería como un sacerdote de segunda orden), y siguieron de largo; y pasó un samaritano y lo ayudó.
Ahora, en general nosotros nos quedamos con la ayuda nada más. Pero si Jesús hubiera querido decir eso en esta parábola hubiera empezado por el final. Hubiera dicho: “había un hombre que lo asaltaron, pasó un samaritano y lo ayudo”. ¿Por qué dice los dos primeros? Es más, creo que no tendría ni que haber dicho que era un samaritano, porque también decir esto tiene un significado. Podría haber dicho, “un hombre bueno que se preocupó”. Pero no dice eso, y ¿por qué no dice eso? Porque en realidad, esta parábola no sólo muestra cómo me tengo que comportar con mi prójimo. Es una parábola que critica la religiosidad de la época. Va al corazón de lo que la religión está viviendo; y les está mostrando que una religión que no se preocupa por el hermano no tiene sentido, es una religión vacía. No se encuentra con nadie, les está diciendo.
La voy a traducir como si Jesús estuviese hoy, para que la entendamos un poquito mejor. Hoy seguramente Jesús hubiera dicho que a un hombre lo asaltaron, lo dejaron tirado en el camino, y por el costado pasó un obispo. Pasó un obispo, lo miró, y siguió de largo. Después, pasó un sacerdote, lo vio, y siguió de largo. Y la pregunta es ¿quién es el buen samaritano? Bueno, en ese entonces, el problema con los samaritanos no es solamente que estaban peleados con los judíos. Están peleados por un tema religioso. Para los judíos, los samaritanos son aquellos que viven mal su fe, son aquellos que los judíos desprecian de la fe, como diciendo: éstos nos pueden participar. Y es difícil, tendríamos que pensar nosotros, quiénes despreciamos en la fe. Y ese ejemplo usaría Jesús. Pasó un homosexual, alguien que se separó y se volvió a casar; piensen ustedes quienes piensan que están afuera de la religión, y Jesús va a elegir ese. Y fue y se preocupó. Lo llevó a su montura, lo curó, lo puso en un albergue, y pagó de más.
La crítica de Jesús no es sólo al que no se preocupa por el hermano, es al judío que no encuentra a Dios. En el fondo, al judío sacerdote, levita; al obispo, al sacerdote cristiano; cualquiera que se encuentra con un Dios que crea él, que tiene una piedad vacía. ¿De qué me sirven un montón de cosas si no me llevan a transformar mis vínculos con los demás? Eso es lo que está diciendo Jesús: podés rezar, podés adorar, rezar el rosario, ir todos los días a misa, pero si eso no te transforma, ¿con quién te estás encontrando? Esa es la pregunta. Recién vamos a descubrir si te encontraste con Dios, cuando te preocupes por tu hermano, y eso a veces va a hacer ruido.
Ustedes saben que el Papa hace poco hizo su primer viaje. Éste fue muy significativo porque fue a Lampedusa, que es una isla en el sur de Italia donde están los que llegan de África. La mayoría de los que quieren salir de África se mueren antes de salir, muchos se mueren en el barco o las lanchas, o lo que consiguen, y algunos llegan hasta esa isla, y quedan ahí. Tal vez eran los que estaban al borde del camino hoy ¿no? Fue muy significativo, es claro el ejemplo que puso él. Por eso le está saltando a la yugular toda la derecha italiana ahora. Berlusconi y compañía. “¿Cómo vas donde están los inmigrantes? Ellos no pueden entrar acá.”
Yo creo que eso lo hubiera hecho Jesús, hubiera ido ahí, a los que nosotros dejamos en el camino, los que nos parece que como sociedad no entran. Bueno, como cristianos tienen que entrar, no sé cómo, dice Jesús, pero si no entran no nos estamos preocupando por ellos, no estamos escuchando a Jesús. En el fondo, decía él, vivimos en la época de la globalización, la globalización de la indiferencia, somos indiferentes ante el hermano. Jesús dice: el que no se preocupa por el hermano, todavía no escuchó a Dios. Está escuchando algo; pero a Dios no lo escuchó verdaderamente en el corazón. Porque eso es lo que transforma, y eso es lo que nos invita a nosotros, a que nuestra piedad no sea una piedad vacía.
Tal vez podríamos pensar, hoy estamos participando, estamos escuchando la Palabra de Dios, nos estamos alimentando, nos vamos a alimentar de Jesús en esta mesa; del pan, del vino, en su Cuerpo y en su Sangre. Bueno, ¿cómo va a transformar esto en esta semana mi corazón? ¿Quién está a ese borde del camino y yo me voy a preocupar? Porque si no es lo mismo que les está diciendo acá: ¿con quién se encuentran? Esto tiene que de alguna manera cotejarnos, tiene que calar hondo en nuestro corazón. Para que nosotros digamos, bueno, yo escuché esta parábola y quiero que me transforme. A ver, Jesús los está provocando acá. Les está dando un cachetazo y diciendo: “reaccionen, fíjense lo que pasa”. A nosotros nos dice lo mismo: andá, fíjate en tu familia, en tu trabajo, quién queda de lado. En la calle, en donde fuera, ¿por quién te podés preocupar hoy? Esa es la pregunta de Jesús.
Creo que hoy podemos ponerle nombre a esta parábola y pensar nosotros por quién nos tenemos que preocupar. ¿Quién es nuestro prójimo?; ¿de quién nos estamos comportando como prójimos?; ¿de qué manera estamos amando y entregándonos por los demás?

Hoy creo que Jesús también nos dice a nosotros: “Ve y procede tú de la misma manera.”       

Lecturas:
*Deut 30,10-14
* Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37
*Col 1,15-20
*Lc 10,25-37 

Homilía: “Yo los envío como ovejas en medio de lobos” – XIV domingo durante el año


Una de las experiencias más lindas que he tenido, es la de poder tomarme unos días para misionar; en general con jóvenes, a veces con algunos adultos. Obviamente que eso es la invitación que tenemos que tratar de vivir día a día. La misión es lo que hacemos en cada uno de los lugares. Pero a veces como experiencia fundante de lo que significa ir a llevar el evangelio para muchos jóvenes, es una experiencia muy gratificante y muy linda. Y me acuerdo, hace más o menos quince años, cuando era seminarista; estábamos llegando a un lugar a misionar, y uno de los chicos, Hernán, dice: “Comienza la mejor semana del año”. A él le encantaba misionar, hacía varios años que lo hacía, y estaba muy contento de que comience esa semana donde iba a compartir a Jesús.
A la noche, cuando hacíamos la oración para terminar el día, el que quería pasaba y daba algún testimonio de algo de lo que iba viviendo en la misión. La cuestión es que pasa una de las chicas, y dice: “Bueno, yo la verdad que venía con muchas expectativas; lo escuché además a Hernán cuando llegamos que dijo: “comienza la mejor semana del año”, pero después de estos días me pregunto ¿cómo será su año?” Porque parece que no le estaba gustando mucho la misión. Esa fue en los primeros días; luego fue cambiando un poco la imagen que tenía, y siguió misionando muchos años, pero ¿qué es lo que se encontró al principio de la misión? Se encontró con las dificultades. Uno va a misionar, duerme en el piso, come según como cocine cada uno de los chicos que le toca cada día, hace calor, a algunos la convivencia a algunos les cuesta un poco más. Entonces, en un primer lugar se encontró con aquello que le costaba de su propia vida. Sin embargo, al continuar profundizando, se encontró con lo central de esa experiencia, que es animarse a compartir algo profundo que uno tiene, que es el don de la Fe. Ese regalo que Dios nos ha dado. Poder compartir a ese Dios que tenemos en el corazón.
Si uno mira con detenimiento esta invitación que Jesús hace en el evangelio, también hay un montón de cosas que hasta son complejas, uno no las entiende de entrada. Dice: “Yo los envío como ovejas en medio de lobos.” Y ¿quién quiere ser una oveja en medio de lobos? Esto es una gran dificultad. Los envía y les dice: no lleven nada, nada. Ni bastón, ni calzado, nada. Que les den lo que les den en el camino. La primera imagen es idílica, qué lindo todo lo que les van a dar. Pero, ¿y si no te dan nada por el camino? ¿Si no te alojan en una casa? ¿Si no te dan de comer? Hay un montón de dificultades.
Sin embargo, gracias a Dios, en este evangelio lo que es más profundo es la alegría de poder anunciar a Jesús. Tal vez ese primer enamoramiento de sentir: yo necesito, no sólo quiero, sino que descubro esa necesidad en el corazón de compartir con los otros esta buena noticia que he experimentado; de llevarle a los demás, aquello que a mí me ha transformado y cambiado la vida. Porque si uno mira con atención la vida de cada uno de nosotros, las cosas buenas que nos pasan, cuando tenemos una noticia importante, la queremos comunicar a los demás, se la queremos decir. A veces nos cuesta guardárnosla. Me pasa que viene alguna pareja que ha decidido casarse, y me dice, “Mirá, Mariano, queremos contarte que nos vamos a casar, todavía no se lo contamos a nadie así que te pedimos que no lo cuentes”. Yo les digo, “quédense tranquilos que yo trabajo de eso”; y me dicen, “queremos esperar un tiempo”. Y en general lo que pasa es que duran dos días y ya después la buena noticia la terminan contando, no aguantan. Las buenas noticias casi nos salen por los poros, queremos decírselas a los demás, queremos contagiar, porque eso nos alegra; es como expansiva la buena noticia que tenemos.
En este caso, debería suceder en la vida de cada uno de nosotros lo mismo con la Fe. Esa fe que tenemos, esa buena noticia de lo que se nos ha anunciado debería como salírsenos por los poros, porque queremos contarla a los demás. Ahora, esto tiene la misma dificultad que tenía en su época. A veces es difícil transmitir la buena noticia. A veces es complejo, a veces no nos escuchan, a veces no nos prestan atención, pueden pensar “tal cosa” de nosotros. Podemos ponerle nombre a las dificultades que también nosotros tenemos en anunciar. Somos enviados, como dice el evangelio, “como ovejas en medio de lobos”; pero somos enviados. La invitación siempre de Jesús es a compartirla. Por eso en primer lugar nos invita a no tener miedo, a animarnos a vencer esos miedos. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia no es nuestra. No es a nosotros a quien nos juzgan. La Buena Noticia es de Jesús, es a Jesús al que llevamos, en todo caso están juzgando a Jesús. Por eso Jesús les dice, no se preocupen, sacudan el polvo de sus pies, ellos se harán cargo de no recibirme. Pero no es que no los recibieron a ustedes, no me recibieron a Mí, no me abrieron el corazón a Mí.
En segundo lugar, y todavía mucho más alentador en ese sentido, es que somos cosechadores, no somos sembradores, a veces creemos que tenemos que hacer que el otro crea. No somos nosotros los que tenemos que hacer que el otro crea. Jesús nos dice: ustedes van a cosechar lo que yo puse en el corazón del otro. Y lo que falta es gente que se anime a cosechar eso, que se anime a acercarle la buena noticia al otro. Obviamente que nos vamos a encontrar con la libertad del otro, que puede creer en Jesús o no, pero lo que nos toca a nosotros no es hacer surgir la fe del otro, sino que pueda escuchar su propio corazón, y por eso somos instrumentos, por eso se nos envía a que nos animemos a, de alguna manera, hacerle escuchar a ese Jesús que ya le ha hablado a su propia vida.
En tercer lugar nos dice que no tengamos vergüenza. Si para nosotros la Fe es algo importante, si para nosotros es una Buena Noticia, no tenemos que tener vergüenza de aquello en lo que creemos. Por eso tenemos que tener ese convencimiento del que tiene un tesoro, tener ese convencimiento de que lo que yo tengo es importante para el otro. Creo que una de las consecuencias de esta vergüenza, muchas veces ha sido la privatización de la Fe, en el sentido individualista. “Es mi vínculo y mi relación con Jesús”.  Pero para que maduremos en nuestro camino de Fe, necesariamente tenemos que vivirla en comunidad. La Fe siempre se vive en comunidad, la Fe se tiene que compartir, y la Fe se tiene que anunciar. Si no me quedo en el primer estamento: recibí una fe, pero me quedo en mi infancia espiritual, nunca crezco. Yo crezco en edad, pero mi fe queda pequeña. ¿Por qué? Porque no la comparto en comunidad, porque no me convierto en misionero. Por eso Jesús los envía.
El compartir la Fe, el llevarla a otros, los va a hacer madurar y crecer. Les va a hacer dar un paso, dar un salto. Por eso también los envió de dos en dos. “Yo los envío de dos en dos.” Uno podría decir, sí, históricamente, para que un testimonio fuera válido, tenía que haber dos. No sé desde cuando a Jesús le importaron mucho las reglas de la época, anunciándoles a mujeres, haciendo un montón de cosas, resucitando y la primera que lo ve es una mujer. Rompe reglas y tradiciones bastante a menudo. Yo creo que lo que quiere es que vayan de dos en dos para que primero vivan el evangelio con el que tienen al lado, que aprendan a compartir y a vivir a Jesús con aquél que tienen más cerca. Y eso cuesta muchas veces. A veces nos es más fácil con el de más lejos que con el más cercano. Porque el roce de todos los días, la cotidianeidad, el conocernos más, a veces nos hace más difícil ese compartir a Jesús, ese volver a tener esos signos evangélicos que Jesús nos invita. Ahí hay que volver a dar pasos. Jesús les dice “Yo los envío de dos en dos”, y esto a veces va a ser difícil. Le va a costar hasta a Pablo, eh.  A Pablo le tuvieron que cambiar el compañero de camino varias veces a lo largo de su vida. Parece que dentro de los muchísimos dones que tenía era un poco cabeza dura, y algunas cosas en el vínculo le costaban. Pero se animó a seguir profundizando y anunciando, y llegó a descubrir qué era lo importante en cada momento. Pablo dice, la circuncisión ya no sir   ve para nada, no se peleen por eso. Esto es una tradición antigua; ¿qué es lo que hoy es central en Jesús? Esa es la invitación en cada momento. Eso nos toca a todos nosotros. ¿Qué es central en Jesús hoy?
Si escuchamos a Francisco, una de las cosas que dice es esto: salgamos, quiero una Iglesia que salga, quiero una Iglesia que anuncie, quiero una Iglesia que si es necesario se accidente, y no se enferme privatizándose. Quiero una Iglesia que se anime a ir al encuentro del otro. Esta es la invitación de Jesús. ¿Por qué? Porque eso es lo que cambia las vidas. Esta es la primera lectura. Si Dios entra a ese pueblo, a Jerusalén, eso les trae una paz distinta. Si nosotros nos animamos a dejar entrar a Jesús en nuestras vidas, en nuestra familia, si lo llevamos a los demás, eso trae una paz, una alegría, que se vive de una manera mucho más profunda y diferente. Cuando uno deja entrar a Jesús en su vida, tiene que tener la certeza de que algo va a transformarse, de que algo va a cambiar. Pero para eso nos invita a cosechar, para eso nos hace discípulos y nos envía a los demás.
Pidámosle hoy en este día a Jesús, que escuchemos ese llamado al corazón que nos hace, que le pidamos que día a día haga crecer nuestra fe, y nos invite a compartirla.

Lecturas:
*Is 66,10-14c
*Sal 65
*Gál 6,14-18

*Lc 10, 1-12.17-20

Homilía: “Te seguiré adonde vayas” – XIII durante el año


Hay una película animada de Disney que se llama “La familia del futuro”, en la que Louis es un niño que vive en un orfanato y se dedica a hacer un montón de inventos. Lo último que crea es un escáner de memoria, para poder mirar hacia atrás y recordar a su madre, que por diversas razones lo dejó en el orfanato. Cuando empieza a mostrar su invento, aparece un hombre malvado, como en todas las películas de Disney, que se llama El Rey del Sombrero, y le roba la máquina. A partir de ahí empieza toda esa lucha de él de poder viajar hacia el pasado y poder recordar aquello que su corazón necesita. Al final de la película aparece una canción y una frase de Walt Disney, que dice “En este lugar pasamos mucho tiempo mirando hacia atrás, camina hacia el futuro abriendo nuevos caminos y creando nuevas cosas. Sé curioso porque nuestra curiosidad siempre nos conduce por nuevos caminos.” Creo que la idea es: dejemos cosas que ya pasaron y animémonos a mirar a ver cuáles son las nuevas que tenemos que mirar. Cuáles son las nuevas puertas, en nuestra vida, en nuestra sociedad, en lo que fuera, que tenemos que abrir.
Esta frase tiene un problema porque para nosotros “sé curioso”, es casi: “hacé cualquier cosa”, que no creo que esté en el origen de lo que W. Disney piensa, sino en qué nuevas cosas buenas, que nos hagan bien a todos, uno puede animarse a vivir, a hacer, a ir transcurriendo durante el camino de nuestra vida. Ahora, creo que en la vida esto se da continuamente. Si la vida es un ir creciendo, un ir madurando, la vida es un ir abriendo puertas. La pregunta es cuál puerta me toca abrir hoy, cuál puerta me invita mi propio corazón, mi propia vida a que me anime a recorrer hoy. Y esa invitación la vamos a tener siempre, en todo camino.
Frente a esto tenemos muchas veces dos problemas. El primero es animarnos. Hay momentos en los que no queremos. Nos hemos como acomodado, o tenemos miedos: ¿qué va a pasar si miro esto en mi vida?, ¿qué va a pasar si recorro este camino? No nos animamos a seguir aquellos deseos que la vida nos va presentando. Hay otras veces en que abrimos algunas puertas, pero llegamos hasta un momento del recorrido y -como nos invita mucho la sociedad del bienestar hoy- nos acomodamos ahí. “Con esto ya está bien”, pensamos, y hasta ahí llegamos. Pero creo que en la medida en que nosotros no abrimos puertas en el corazón, nos vamos estancando. Y eso nos va dejando como un sabor amargo en nuestro corazón. Porque no nos animamos a crecer, porque no nos animamos a dar un paso más. Y esta es la invitación continua que nuestra vida, que Jesús nos va haciendo.
Cuando uno se acerca a Jesús, escucha una invitación en el corazón. Desde los más chicos a los más grandes que estamos acá, en algún momento Jesús tocó nuestro corazón y nos invitó a seguirlo. Y por eso nos juntamos hoy como comunidad a celebrar esta Eucaristía. Pero eso no significa que ahí terminó. Nosotros no podemos decir que no hemos abierto la puerta a nuestra Fe, la hemos abierto. La pregunta es, ¿en qué momento del camino de mi Fe estoy? Y ¿cuál es la invitación que en este momento me va haciendo Jesús? Porque en general nos pasa como en la vida. Llega un momento donde nos vamos acomodando, perdemos nuestra curiosidad, perdemos nuestras ganas de descubrir cuál es el paso que me toca hacer ahora; cuál es la invitación que Jesús hace en este momento para cada uno de nosotros. Porque cuando uno escucha el evangelio que nos toca escuchar hoy, lo primero que salta es la dureza de las exigencias de Jesús. Llega un momento donde el evangelio venía muy lindo, Jesús venía diciendo cosas muy lindas, pero ahora dice cosas fuertes. No sólo reta a aquellos que quieren practicar la violencia sino que cuándo algunos le dicen: “Te seguiré adonde vayas”, la respuesta de Jesús no es: “qué lindo”; sino: ¿estás seguro de lo que vas hacer?, ¿estás seguro de que vos querés seguirme adonde Yo vaya? Y llega así a las exigencias más fuertes de este camino de Jesús. “Permíteme primero ir a enterrar a mi padre.” “Deja que los muertos entierren a sus muertos.” Y a uno le hace ruido, ¿Por qué Jesús dice esto? ¿Estaba medio raro ese día? ¿Qué es lo que le pasa a Jesús? O el otro que le dice “Déjame despedirme” “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.” Entonces, la primera cuestión que nos salta es esto, la dureza de Jesús.
Ahora, tal vez la pregunta es ¿a quién le está hablando Jesús? ¿En qué parte del camino está esta persona? Y ¿cuál es la invitación que entonces, en ese camino Él tiene que seguir? Creo que si hiciésemos una encuesta sobre qué requisitos hay para seguir a Jesús, cada uno de nosotros diría cosas distintas, según el momento del camino en el que está. “Entusiasmo”, dirá uno; “tener ganas”; “Dios siempre te recibe”; otros ya más comprometidos dirán “compromiso”, “responsabilidad”. Cada uno, según el momento en el que esté va a decir cosas diferentes. Ahora, la pregunta es, según el momento en el que yo estoy, ¿tengo que abrir una nueva puerta? Porque en general miramos desde nuestro prisma, como nos pasa a todos, y vemos, en esta época se pide esto, en esta época se pide esto otro.
Si esta encuesta yo la hubiera hecho hace cincuenta años o antes, seguramente lo que faltaría en ese seguimiento de Jesús es descubrir la gratuidad del llamado de Dios. Como era una sociedad que era muy sacrificada y seguir a Jesús era un gran sacrificio, se olvidaba de esa gratuidad del amor, y seguramente eso hubiera faltado. El descubrir que Dios te ama, el amarlo. Tal vez estaba implícito en lo que decían pero faltaba mucho el descubrir que la Fe es un don gratuito.
Seguramente si hacemos una encuesta hoy, lo que más va a faltar es el sacrificio. ¿Cuál es el sacrificio que hoy Jesús me pide para seguirlo? Siguiendo el evangelio, como terminaba el domingo pasado: “El que quiera seguirme que cargue con su cruz y que renuncie a sí mismo.” ¿Cuál es la renuncia que hoy Jesús nos está pidiendo? Porque si miramos con atención tal vez nuestra sociedad se parece más a la de la segunda lectura de Pablo. Cristo nos liberó para ser libres entonces hagamos lo que queramos. Vayamos de joda, no importa nada, y vale todo en Dios. Ahora, ¿ese es Dios? ¿Jesús es así? ¿Es el que dice “vale todo, hagan lo que quieran”? Yo no lo encuentro nunca eso en el evangelio. No es una libertad para hacer cualquier cosa, o una libertad para el mal. La libertad es para el bien. Pablo les dice: a ver, no son libres para irse de libertinaje, no son libres para sus deseos carnales, o para hacer las cosas mal, son libres para servir en el amor. Esa es la libertad de Jesús. Es una libertad en la que ustedes tienen que animarse a elegir bien. ¿Por qué? Porque les pasaba lo mismo que a nosotros en esa comunidad. Jesús nos liberó, hagamos cualquier cosa. No, no es eso. Entonces, no sé, vivimos nuestra sexualidad desordenadamente, vale todo. Somos mentirosos, somos poco transparentes y vale, somos corruptos y lo arreglamos. Somos infieles y también. No, a ver, eso no es parte del mensaje de Jesús. Obviamente que uno se puede acercar con el corazón arrepentido a pedirle perdón a Jesús pero no estamos hablando de eso. Estamos hablando de que eso en Jesús no entra, no es parte de la invitación de Jesús. Hay una parte que no miramos. Agarramos en vez de la libertad ese libertinaje.
Jesús dice, quiero hombres libres, quiero mujeres libres, pero quiero que sean responsables. Y fíjense tal vez qué es lo que les está costando hoy en el corazón para seguirme. Esa es la renuncia, esa es la exigencia del evangelio. Tal vez por eso cuesta tanto en nuestra vida hacer un camino de Fe y lo vivimos casi como por etapas. Nos cuesta descubrir a qué tengo que renunciar en este momento, cuál es la invitación de Jesús para seguirlo en este momento. Y tal vez tendré que renunciar a mi tiempo, tendré que dejar otras cosas para encontrarme con Jesús. La pregunta es cuánto Jesús tocó mi corazón para que yo lo siga. Y según cuánto Jesús tocó mi corazón y el camino que pude hacer, es hasta qué etapa del camino voy a llegar con Jesús, y en cuál me voy a quedar. Ahora, la invitación de Jesús es para cada momento, lo que pasa es que hay cosas que en algún momento tienen que quedar afuera. Jesús les dice, síganme, pero la violencia no entra conmigo. El deseo de venganza, el deseo de ser violento, esto no entra en el evangelio. A veces nos pasa a todos que queremos seguirlo a Jesús con eso. La misma Iglesia ha sido violenta y lo ha querido explicar, cuando no tiene explicación. Eso no entra. En algún momento hay que dejarlo atrás, y si querés seguirme dejá de querer pensar de esta manera, renunciá a esto.
Otro lo seguirá pero dirá, bueno, dejame estas comodidades, estas seguridades, esto que está bien, que sea hasta acá, una fe que me quede cómoda. Y Jesús va a decir: No, si querés seguirme, empezá a hacer algo que te cueste. Ahora llegó el momento del esfuerzo. El momento de hacer una opción más profunda y más grande. Y de esa manera tendré que dejar esas seguridades. Habrá momentos donde me quedaré anclado en el pasado, por cosas que me pasaron, por cosas de mi vida, por lo que fuera; y Jesús nos dice, ahora mirá para adelante, abrí esa nueva puerta de la Fe y dejá el pasado atrás. Animate a caminar. Creo que en cada momento Jesús nos pide distintas cosas. Lo importante es tener la certeza de que siempre nos toma de la mano y nos acompaña. Jesús no lanza Don Quijotes que se van solos y dice, hacé lo que puedas. Jesús les dice, síganme. El que abre el camino es Jesús, el que abre la puerta es Jesús, el que siempre camina con nosotros es Jesús. Y esa certeza la tenemos que tener en el corazón. Y cuando nuestra pregunta,  nuestra duda es ¿podré con esto? Jesús nos dice, quedate tranquilo que Yo sí puedo. Animate a seguirme, seguí ese camino que te voy mostrando. -Pero me cuesta-. Yo te voy a ayudar. -Pero esto es difícil-. Yo te lo voy a hacer más fácil, vos animate a dar este paso. Animate a descubrir que tu corazón tiene las fuerzas para hacerlo. Creo que esa es la invitación que nos hace en cada momento.
Tal vez, el mayor problema de hoy es que nos falta más mirar hacia el futuro. Como a veces en nuestra fe estamos bien, y es muy lindo estar muy bien, nos olvidamos de mirar cómo quiero caminar hacia delante, cómo quiero que esa fe no sea una fe de un solo momento, sino una fe que perdura, que permanece, una fe que camina siempre con Jesús. Una fe que se anima a decirle, como dice en el cartel: “Te seguiré adonde vayas”.
Para terminar, me mostraban que en la hojita del domingo dice: “Sobran voluntarios, faltan decididos”. No sé lo que dice porque no lo leí, pero puede ser que tenga mucho que ver con esto. Voluntario de hacer algo en algún momento es una cosa, pero decidirme y elegir mi Fe, para vivirla en cada momento, nos cuesta. Esa es la opción que en algún momento todos vamos a tener que hacer. Pero creo que si miramos hacia delante y miramos a Jesús, vamos a tener las fuerzas, las ganas, la decisión para poder elegirla y vivirla.
Escuchemos entonces hoy también nosotros en nuestro corazón a este Dios que nos invita a seguirlo y animémonos a caminar con Él.

Lecturas:
*1Ry 19,16b.19-21
* Sal 15,1-2a.5.7-8.9-10.11
*Gál 5,1.13-18

*Lc 9,51-62

Homilía: “¿Quién dicen que soy?” – XII domingo durante el año


Vamos a hacer una pequeña variación hoy. Supongo que me escuchan bastante seguido a mí hablar de Jesús y de lo que yo creo, pienso o me enseñaron sobre Jesús. Hoy Jesús le pregunta a la gente: ¿qué es lo que ustedes han escuchado que dicen de Mí? Y luego les pregunta a sus discípulos: ustedes que me conocen, que han caminado conmigo, ¿quién dicen ustedes que soy Yo?

Bueno, hoy yo les voy a preguntar a ustedes lo mismo: ¿quién dicen ustedes que es Jesús?

Respuestas:
*      “Para mí, Jesús es el hijo de Dios. En mi experiencia es un compañero de vida que siempre está, un amigo fiel.” – joven
*      “Jesús es el hijo de María y José” – niña
*      “Jesús es el Mesías que vino a salvarnos” – niño
*      “Jesús es mi aliento todos los días” – joven
*      “Jesús es un amigo que trae un mensaje de paz” – adulto
*      “Primero agradecerte, porque me encanta esto de que podamos compartir. Y segundo, para mí, Jesús es el camino. Sé que es el Mesías, el Hijo de Dios, pero sé que es el Camino” – adulto 

Creo que lo importante cuando Jesús les pregunta a ellos “¿quién dicen ustedes que soy Yo?”, es que se animen a compartir el Jesús que tienen en el corazón, que se animen a compartir unos con otros a ese Jesús. Y creo que un test que nos podríamos hacer todos para ver cómo estamos en la Fe es preguntarnos cuánto compartimos a Jesús con los demás, cuánto nos animamos a poner en nuestra vida a Jesús. Porque a veces es como que lo relativizamos. “Bueno, Jesús está bien… pero hay que respetar todo también...” Y sí, yo también intento respetar todo, pero asimismo trato de compartir lo que es importante para mí; y las cosas importantes intento llevarlas a mi familia, a mi casa, a mi facultad… adonde fuera que cada momento de la vida me fue tocando. En algunos momentos me salió, en otros momentos no pude. En algunos momentos creo que lo hice con gestos, en otros lo hice con palabras. Pero creo que lo lindo de la invitación de Jesús es a que aquello que es importante para cada uno de nosotros, nos animemos a compartirlo con los demás.
A veces vivimos como una religión estanca, donde parece que esta parte de mi vida fuera para un momento determinado solamente. Es para cuando voy a misa, o a confirmación, o a catequesis, o cuando rezo a la noche, o en tal momento, o cuando voy a adoración…; pero Jesús quiere, de alguna manera, configurar toda nuestra vida en ese seguimiento. Pero para eso tengo que animarme a abrirle el corazón de una manera especial. Creo que en el fondo es ir sacando las consecuencias de lo que implica mi elección de seguir a Jesús y de ser cristiano.
Toda la vida vamos haciendo elecciones. A veces no nos damos cuenta pero desde chiquito uno dice: me gusta tal cosa, quiero hacer danza, me gusta jugar al futbol… Bueno, una cosa es decir “quiero”, otra cosa es comprometerse y hacerlo. Y uno lo tiene que ir educando al otro: bueno, si querés venir, tenés que venir siempre, tenés que entrenar, tenés que ir en invierno y en verano, tenés que levantarte temprano… Uno va educando en ese camino: qué significa esto y cómo lo voy viviendo, cómo lo voy asumiendo. Pero no sólo en eso sino en todo lo que elegimos. Cuando uno elige una carrera no sabe todo lo que asume, después tiene que ir eligiéndolo. Más allá de que hoy para los jóvenes es difícil elegir una carrera, una vez que uno la elige tiene que comprometerse. Y va a haber materias que le gusten y materias que no; materias donde el profesor es bueno y materias donde decimos todo lo contrario; cosas que me gustan y cosas que no; y asumirlo significará descubrir todo lo que significa y asumirlo en la vida.
Hay saltos que sólo los comprendo en el momento en que voy caminando. Tal vez algunos más profundos, cuando uno elige el estado de vida por ejemplo. Cuando uno se casa, uno se puede preparar lo mejor posible para casarse; pero entender lo que eso significa es el camino del matrimonio, es el camino de la pareja. En cada momento pueden ir dialogando, charlando, pueden ir descubriendo, asumiendo cosas; cosas que me gustan, cosas que me cuestan. En mi vida como sacerdote lo mismo. Hace poco cuando estábamos en Córdoba hablando de cómo formar a los seminaristas, una de las cosas que hablábamos era justamente de este salto del seminario a la parroquia, cómo hacerlo. Y más allá de las soluciones que intentábamos entre todos discernir, decíamos que hay un salto que lo tiene que hacer la persona, que es hacerse cargo de esto que eligió, vivirlo, poder llevarlo adelante. En cada momento de la vida eso nos pasa.
Esto que intenté explicar brevemente sucede también en nuestra Fe. Tenemos que ir dando pasos, y esto implica ir configurando toda mi vida con Jesús; e implica también ir compartiendo con los demás quién es Jesús. Y en el camino, en distintos momentos y etapas, los discípulos tuvieron que ir configurando y descubriendo quién era Jesús para ellos. Y hay cosas que me van a cerrar más fácil, y otras que me van a costar. Tal vez me cuesta entender algunas cosas que Jesús me pide; tal vez me cuesta compartirlo con los demás, tal vez me cuesta hablar de Dios, no sé qué es lo que me cuesta. A los discípulos les cuesta entender este momento de Jesús porque vieron que cuando les pregunta quién es,  Pedro le responde: Tú eres el Mesías. Sin embargo, cuando Jesús explica qué es el Mesías no les fue tan simple entender qué significaba. Les costó mucho. Para que se den una idea, en este momento del evangelio de Lucas, Jesús está como en su apogeo, podríamos decir que está de moda; la gente lo sigue, está contentísima. Jesús hace milagros, toca el corazón de las personas, y en este momento es que  dice: a mí me toca dar la vida. Y los discípulos dicen: no, pará un tiempo aunque sea, estamos bien así. Estaban en esa etapa de la Fe que les gustaba, que les cerraba más fácil, y tienen que aprender a integrar la otra parte que les cuesta mucho más.
Por eso Jesús les dice esta frase que hace ruido en el corazón: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.” Y creo que frente a esto tenemos como dos opciones. Una opción es decir: “bueno, esta frase nunca la escuché, no tengo que renunciar a nada…” Pero bueno, ahí estamos cerrando los oídos a lo que Jesús nos dice. La otra opción, un poco más sincera, es decir: “me hace ruido, me cuesta escuchar esto.” A ver, ¿ser cristiano implica a veces renunciar a cosas?, ¿ser cristiano implica a veces cargar con la cruz? Jesús va a decir: el que quiera seguirme, tiene que elegir eso. Ese es el camino; en el que muchas veces tenemos que hacer estos pasos, es la invitación que Él nos hace. Ahora, esto implica un esfuerzo, implica tener que comprometerse, implica tener que ir creciendo en la Fe, como muchas veces hemos hablado. Aún desde las cosas más lindas. Podemos poner un ejemplo, a todos nos gusta cuando Jesús habla del amor. Pero, ¿es fácil amar cómo Jesús invita?, ¿o implica tener que renunciar a la forma en que a mí me gusta amar? A mí me gusta amar de esta manera, a mí me gusta querer de esta manera. Pero Jesús nos enseña una manera nueva de querer y de amar: hasta quién hay que llegar, de qué manera, de qué forma darse. También podemos hablar de otra cosa muy linda, perdonar. ¿Es fácil perdonar cómo Jesús invita?, ¿es fácil perdonar siempre?, ¿es fácil olvidar?, ¿es fácil dar otra oportunidad? Y eso también a veces es renunciar y cargar con una cruz. Va a haber cosas que no me cierran pero en este camino de Jesús tengo que aprender a perdonar de esa manera. Creo que el camino de Jesús implica eso. Hasta llegar tal vez a las cosas más difíciles como es entender el misterio del sufrimiento, del dolor, de la muerte, de cosas que no comprendemos, y que Jesús también dice que hay que cargar, que Jesús dice que hay que integrar en nuestra vida de Fe.
Podríamos decir que caminar hacia la madurez cristiana, implica ir integrando todas las facetas de nuestra vida. Ahora, para poder integrarlas, también tengo que compartirlas. Por eso el ejercicio que intentamos hacer hoy. A veces nos da vergüenza, a veces nos da fiaca, pero eso nos pasa también en la vida. Cuando estamos en el trabajo nos da fiaca compartir a Jesús, pensamos en qué van a decir los demás; pasa lo mismo. Por lo menos acá tenemos  una ventaja, todos creemos en Jesús, partimos de esa base. Y creo que tenemos que empezar por animarnos a compartirlo y charlarlo. Las cosas importantes las compartimos con los demás. Un test que nos podemos hacer es este: ¿cuánto comparto a Jesús con los demás, con los que están a mi lado?, ¿me animo a charlarlo con ellos, a compartir?, ¿me animo a rezar por ellos?, ¿pongo en manos de Dios a mi familia, a la gente que está a mi lado? ¿Agradezco por los que tengo a mi lado? Siempre somos rápidos en criticar al otro cuando se equivoca, pero para agradecer, ¿somos también así de rápidos? Creo que eso es ir configurando el corazón con Jesús. Animarnos a compartir los unos a los otros. Pero para eso tenemos que hacer un camino. Creo que para eso no sólo tenemos que decir con palabras quién es Jesús, sino lo más difícil y profundo que es aprender a vivirlo.
Vemos un ejemplo de esto en la segunda lectura, donde Pablo le dice a la comunidad de los Gálatas: en Cristo no hay ninguna división más, ya no hay hombre y mujer, no hay esclavo ni hombre libre. Bueno, una cosa es lo que dice Pablo y otra cosa es lo que en la Iglesia se haya empezado a vivir. Es más, tenemos otra carta de Pablo en la que hay un esclavo. Podríamos pensar nosotros qué divisiones tenemos hoy que tenemos que animarnos a unir. Bueno, una cosa es descubrir lo que Jesús dice, otra cosa es ponerlo por palabras, y la tercera es de a poco pedirle poder irlo viviendo.
Ahora, como les decía antes, creo que integrarlo en una humanidad madura es animarnos a compartirlo con los demás, en lo que me toca. Podríamos pensar desde las cosas más sencillas. Cómo rezamos, cómo educamos los papás a los hijos en este camino, rezando con ellos, enseñándoles, bendiciendo la mesa, agradeciendo por lo que tengo, desde pequeñas cosas que van marcando cómo voy dándole gracias a Jesús por todo lo que tengo y por lo que hago.
Hoy Jesús nos pregunta a nosotros: ¿quién dicen que soy? Animémonos a pensar y compartir esto. Los invito a este propósito: compartirlo con alguien esta semana, compartirle quién es Jesús para mí, animarnos a ir y charlarlo, ponerlo sobre la mesa. Ya sea que el otro crea, que no crea, pero yo comparto algo que es importante, y me animo a decirle al otro aquello que voy viviendo. ¿Por qué esto? Porque Pedro no se da cuenta de lo que significa decir que Jesús es el Mesías. Pero el primer paso para poder entenderlo y vivirlo fue decirlo. Lo dijo, caminó con Jesús, y hubo un momento en que lo entendió y lo vivió. Empecemos también nosotros como Pedro por ahí. Vayamos a los demás. Compartámosle, digamos quién es Jesús, para de a poco poder ir integrándolo y viviéndolo en nuestras vidas. 

Lecturas:
*Za 12,10-11;13,1
*Sal 62
*Gál 3,26-29
*Lc 9,18-24