martes, 26 de noviembre de 2013

Homilía: “Venga a nosotros tu Reino” – Cristo Rey


En el comienzo de la última película de Robin Hood, está el Rey Ricardo junto con su ejército, intentando asaltar un castillo. Como Ricardo era un poco osado, durante la batalla se acerca demasiado al castillo y es herido. En ese momento, los que lo acompañaban empiezan a gritar: “¡Protejan al rey! ¡Salven al rey!”, y todos se empiezan a poner alrededor para intentar salvarlo. Esa imagen, se repite también en muchas otras películas; porque lo central era proteger la vida de ese rey, de aquél que era la persona más importante, había que salvaguardar su persona. Para eso no importaba cuántos morían, cuántos tenían que dar la vida, porque la vida central era la de este hombre.
Eso que sucedía cuando se protegía la vida de los reyes, de los emperadores, de las personas importantes; tal vez fue perdiendo su centro a lo largo del tiempo. Hoy creo que muy poca gente haría eso. Sin embargo, se fue mutando a: ¿cómo me puedo salvar yo? Y eso se escucha en nuestras calles, en muchas oportunidades. ¿Cómo me salvo yo?, ¿cómo me salvo a mí mismo? Eso es lo central, y todo lo demás queda como en un segundo plano. Entonces, busco la manera de que me vaya bien en las distintas cosas, y quizás no me importan los medios. Yo me quiero salvar, entonces no importa cuál es el medio. Vamos a poner un ejemplo: “yo quiero tener plata”. Y si quiero tener plata, esto es lo importante, que yo me salve en eso. Y no importa cuál es el medio, si hago las cosas bien, si piso a los demás, si soy corrupto. Lo central es tener, y poder obtener eso. Otro ejemplo: “yo quiero aprobar una prueba.” Y bueno, no importa cuáles son los medios, si me tengo que copiar, si alguien me tiene que decir lo que tengo que hacer. Yo me tengo que salvar. Y esto que vamos viendo en las pequeñas cosas, después va pasando en cosas más grandes; cuando lo importante es que a mí me vaya bien, y no importa cuáles son los medios, no importa qué es lo que está pasando a mi alrededor. Después eso va tomando una mayor magnitud, donde vamos siempre buscando la forma de quedar bien parados. Podríamos poner otro ejemplo, cotidiano, que nos pasa a muchos, que tiene que ver con la mentira. Uno diría: “bueno, pasa que me es difícil enfrentarme a la verdad. Entonces como me es difícil, busco salvarme, no importa el medio” No soy transparente, no digo la verdad… hasta que eventualmente ella se impone, y voy buscando distintas formas de seguir protegiéndome y salvándome.
El problema que tiene esto es que es casi contrario a los que es la vida de Jesús. Porque en este evangelio escuchamos que a Jesús le dicen varias veces: “Sálvate a Ti mismo.” Y cuántos de nosotros hemos tenido a veces esa tentación, esa pregunta en el corazón. ¿Por qué Jesús no se salvó? ¿Por qué Jesús que tenía esa posibilidad, estando en la cruz, no se salvó a sí mismo? Y la respuesta es difícil pero lo central es que se hizo cargo de aquello que Él había elegido. A lo largo del evangelio escuchamos muchas veces que Jesús salva a los demás. Cada vez que alguien le dice: “Jesús, sálvame”, aún en las situaciones más insólitas, aun cuando alguien tiene que discutir con Él, Jesús lo salva; lo cura, lo sana, lo sana también con sus palabras, le da otra oportunidad. Y esto lo hace continuamente, tal es así que el hombre que está en la cruz lo sabe: “Ha salvado a otros, que se salve a Él.” Sin embargo, acá podemos notar un quiebre en la vida de Jesús, algo distinto a lo que todos los demás están esperando, y es que Él está dispuesto a salvar la vida de los demás. Pero para eso sabe que tiene que darlo todo, tiene que dar su vida. No puede hacer las dos cosas.
Uno a veces quiere como quedar bien con todo. “A ver, ¿cómo puedo quedar bien parado?, ¿cómo zafo en esta?” Entonces bueno, acá tengo que elegir, llegó un momento en el que tengo que optar. Y Jesús opta por la vida de los demás, aun dando su vida, opta por entregarse, y por darse. Creo que en primer lugar lo hace porque es un testimonio para todos nosotros. Es un testimonio en su época, es un testimonio hoy. En todas las épocas, la tentación siempre es salvarse uno. Y si no, es salvarme con los que tengo en mi entorno, los que están a mi lado, pero nos olvidamos de los que están un poco más lejos. La vida de Jesús siempre es, ¿cómo me descentralizo?, ¿cómo me doy hacia los demás? No decimos esto siendo inocentes, o sin decir que nos tenemos que amar a nosotros, o descubrir qué cosas buenas tenemos, sino también teniendo en cuenta cómo me preocupo por el otro, cómo tiendo puentes, cómo busco aquello que el otro más necesita, para poder ser un signo de Dios, un signo de que Él se hace presente.
Esta invitación de Jesús implica un querer vivir como él vive. Esto lo tiene muy claro Pablo en la segunda lectura, porque él, profundizando en el misterio de la persona de Jesús, dice: él es el principio de toda la creación. ¿Por qué esto es clave? Porque uno podría decir: Jesús empezó a vivir en un momento (que es verdad), pero en realidad no es así. Todo lo que se creó fue por medio de Él, todo se hizo para Él. Y esto le da una centralidad en nuestra existencia, en la cual yo tengo que ir configurando mi vida de acuerdo a la de Él. Eso es todo un largo camino, en el cual tengo que ver cómo pongo a Jesús en el centro de mi corazón, y para eso tengo que preguntarme cómo voy viviendo como Él vive. Porque la tentación es que Jesús sea como tangencial a mí, que toque solamente parte de mi vida: que en esto tenga que ver… que le dedique un ratito en esto… pero no que vaya tomando todo mi corazón. Y la invitación de Él es a que yo le pueda dar todo a Jesús.
Tal vez un ejemplo de esto es lo que sucede en el evangelio. Todos conocen este texto porque esta persona se hizo bastante famosa en la cruz, tal es así que se lo llamó “el buen ladrón”. Uno diría: qué palabras contradictorias; uno no pensaría que un buen ladrón es alguien que es una buena persona, sino que es alguien que robaba bien. Sin embargo, en este caso se refiere a una persona buena. Entonces, “buen ladrón” ¿por qué? Porque descubrió la centralidad de Jesús en su vida, en la cruz. Nosotros tenemos un problema con esto, porque como lo leímos ya pasado el tiempo, decimos: “Claro. Qué vivo que es este hombre. No le quedaba otra, estaba en la cruz, se estaba por morir. Así cualquiera.” Ahora, todos los demás le están diciendo todo lo contrario. En ese momento, nadie se está dando cuenta de quién es Jesús. Lo abandonaron sus discípulos, lo abandonaron sus apóstoles, se ríen de Él, se burlan de Él, el otro que está en la cruz le dice: aunque sea salvanos a nosotros, dejate de jorobar. Sin embargo, esta persona se da cuenta de quién es Jesús y le pide que la salve.
Podríamos incluso dar un paso más. Fíjense, a lo largo de su vida, muchas veces quisieron hacerlo rey a Jesús; cuando multiplicó los panes, cuando hacía milagros, y Jesús siempre se escapó de eso. Nunca quiso ser rey cuando todo venía bárbaro. Jesús aceptó ser rey en dos oportunidades nada más: frente a Poncio Pilatos, cuando le pregunta, ¿Tú eres rey?, y Jesús contesta “Tú lo has dicho, Yo lo soy.”, y en la cruz, cuando ponen el cartel que dice “Este es el Rey de los Judíos”. En el sufrimiento aceptó ser rey, para que se viera que era diferente, para que se viera que era distinto. Este hombre hace lo mismo, descubre a Jesús como rey cuando él está sufriendo, que es en general cuando nuestra fe entra más en crisis. Cuando algo grave nos está pasando; a nosotros, a nuestra familia, comenzamos a preguntarnos, ¿por qué a nosotros?, ¿´por qué Dios?, ¿´por qué permitís esto? En ese momento es cuando más nos cuesta descubrir a Jesús como el centro de nuestra vida. Este hombre, en la cruz se da cuenta de que Jesús es su centro. Y no le pide que lo salve, le dice: teneme con vos en tu Reino. Eso es poner a Jesús en el centro del corazón, y es todo un camino descubrirlo en cada momento de nuestras vidas.
Tal vez la pregunta central en esta fiesta que hoy celebramos de Cristo Rey es ¿qué es lo que yo espero de Jesús?, ¿por qué camino con Él?, ¿por qué lo sigo?, ¿qué es lo que estoy buscando en Jesús? ¿Lo sé buscar, lo sé seguir en todos los momentos de la vida? Tal vez como dicen los matrimonios el día que se casan: en la salud, en la enfermedad… es difícil porque uno no sabe hasta que llega el momento bien de lo que está hablando. Recién los chicos del coro cuando ensayaban, cantaban esta canción de: Padre, en tus manos pongo mi vida, lo acepto todo… Y yo les decía a los chicos: ¿están seguros de lo que están diciendo?, ¿lo acepto todo de Jesús? ¿Estamos dispuestos a eso? Eso es aceptar la vida de Jesús en nuestro corazón. Y es difícil para todos, como les dije antes, no es ser inocente. A veces tendré que pasar por momentos muy distintos en mi vida, para darme cuenta de quién es verdaderamente Jesús. Y lo tendré que elegir en momentos muy difíciles y muy distintos de mi vida, y ahí se va a jugar mi seguimiento. Si no queda como para distintos momentos. Bueno, en este momento sí, en este momento no… y nunca termino de crecer y de profundizar. Esa es la invitación que Jesús nos hace, eso es lo que rezamos casi diariamente cuando decimos: “Venga a nosotros tu Reino.” El Reino de Jesús es muy distinto de lo que hoy el mundo nos presenta.
Miremos en nuestro corazón, cuál es el reino que Jesús nos presenta y animémonos a decirle que sí, a aceptarlo.

Lecturas:
*Sam 5,1-3
*Sal 121,1-2.4-5
*Col 1,12-20

*Lc 23,35-43

lunes, 18 de noviembre de 2013

Homilía: “Trabajemos por aquello que da vida” – XXXIII domingo durante el año


Hace unos años salió una película que se llamó Traffic, que tenía varias historias entrecruzadas, y todas tenían que ver con el tema de la droga y el narcotráfico. Una de esas historias está protagonizada por Michael Douglas que es un juez de mano dura, muy importante, en Ohio; una persona con tolerancia cero. Entonces, frente a la crisis existente, se lo nombra como jefe de la oficina del presidente para la lucha contra el narcotráfico. Él asume y lo primero que le dice aquel a quien va a suceder, que era un militar, es que es una lucha imposible, que contra esto no se puede luchar. Así es que él comienza a elaborar todo un plan de diez puntos, visitando distintos lugares. Simultáneamente, se da el caso de que su hija, Caroline, comienza a consumir drogas, y él empieza a tener como una lucha; por un lado esta guerra que se le ha pedido contra el narcotráfico, y por el otro lado el enemigo metido en casa, es decir su hija que comienza con esta adicción. Ella le dice como que lo puede manejar, él le cree y sigue con su vida, hasta que se da cuenta de que esto se vuelve una misión imposible. Y cuando él tenía que presentarse dando el discurso de inicio, y leer los diez puntos, una de las cosas que dice es que es muy difícil pelear con un enemigo cuando éste se mete en casa, en los propios miembros de una familia; su lugar en ese momento es otro. La siguiente imagen lo muestra a él con su hija intentando ayudar, y fortalecer ese vínculo para tratar de sacarla de ese flagelo.
¿Por qué comienzo con esta película? Porque, supongo que la mayoría habrán escuchado, hace diez días los obispos hicieron una declaración bastante fuerte contra el narcotráfico y contra las drogas. Una declaración que creo que toca el alma de lo que hoy está pasando lamentablemente en nuestro país, también en nuestros jóvenes en general, pero podríamos decir en toda la sociedad. Hay uno de los párrafos donde los obispos dicen que éste es un flagelo que abarca a la sociedad entera. ¿Por qué? Porque ya no podemos mirar para otro lado; ya no podemos decir que es un problema de otro; como muchas veces en distintos temas ha pasado hasta que empieza a pasar en casa. Tal vez ya todos tenemos experiencia de personas cercanas que han caído en este mal, en este flagelo, y lo duro y lo difícil que es. Y no lo dicen para empezar a buscar culpas, sino para que todos nos sentemos en una mesa, y desde el lugar en el que estamos nos animemos a buscar una solución, solución que está lejana, pero una solución para intentar encontrar un futuro mejor.
El primer tema, el narcotráfico, sería muy largo, más en una Argentina donde sabemos que hay un narcotráfico con una connivencia muy muy grande con los poderes políticos y policiales en este tema. Pero si hay una oferta tan grande es porque también hay una demanda muy grande. Y donde nosotros sí podemos trabajar es en el lugar donde se da la demanda, en el lugar donde muchos jóvenes, lamentablemente, creen que es la salida. No sólo jóvenes, también gente a veces más grande.
Cuando uno les pregunta a algunos jóvenes que lamentablemente han caído en esto cuáles son las causas, en general son comunes. Tiene que ver con no encontrarle un sentido a la vida, con no encontrarle un sentido al futuro, con sentirse solos, angustiados. Ese es un lugar en el que todos podemos trabajar, por lo menos tratando de mostrar un sentido distinto, transmitiendo que vale la pena luchar por la vida.
El final del evangelio de hoy nos dice que por la constancia salvarán sus vidas. Todo el evangelio habla de un momento de crisis: Jesús dice que el Templo va a ser destruido, y después dice: vendrán unos y dirán que soy Yo, pero ustedes den testimonio, sean constantes; en los tiempos difíciles, mantengan aquello que les dio vida, que es el testimonio de Jesús.
Hoy son tiempos difíciles para nosotros en lo que respecta a este tema, y lo que nos pregunta Jesús es, ¿cómo seremos constantes en esto?, ¿de qué manera nos animamos a dar vida también acá?, ¿de qué manera nos animamos a transmitir que hay un futuro, que hay algo distinto? Y lamentablemente es como un camino de hormiga porque en esto lo importante es el uno a uno, generar una confianza, poder acercarse a las personas para que desde esa confianza puedan hablar, decir cuáles son los problemas. Supongo que esto les pasará a diario a ustedes con diversos temas; para que el otro me cuente, tengo que querer crear una confianza, tengo que acercarme, tengo que querer mostrar algo distinto, y desde cualquier vínculo, una paternidad, una amistad, un noviazgo. En esto pasa lo mismo.
Creo que es el momento en que tenemos que actuar porque se está dando un diálogo que es muy muy peligroso. Me acuerdo de cuando me tocó estudiar evangelios sinópticos, en el evangelio de Marcos, Jesús tiene muchos encuentros con demonios. Y los demonios quieren charlar con Jesús, y Jesús nunca charla con ellos. ¿Por qué? Porque con el mal no se charla, con el mal no se hacen concesiones, porque cuando las hacemos terminamos mal. Todos tenemos experiencia de esto, de haber empezado por cosas chiquitas, y terminar en tal avalancha que después no sabemos cómo salir. Acá pasa eso. Muchas veces uno escucha a las personas que han caído en esto diciendo “bueno, no pasa nada. Lo puedo dominar.” Bueno, así se empieza, y después no se sabe dónde se termina. Es una puerta de entrada, pero después es muy difícil salir.
Uno no puede hacer esas concesiones y entrar en diálogo con un adversario que es mucho más poderoso que nosotros. No es muy divertido empezar a jugar con el mal; siempre termina mal, no hay otra salida. Por eso uno tiene que mantener la puerta cerrada, puerta que lamentablemente en la Argentina se ha abierto de par en par. Pero para eso tenemos que trabajar por algo distinto, para eso tenemos que dar un testimonio distinto, para eso tenemos que estar cerca los unos de los otros, y decir claro lo que está bien y lo que está mal.
¿Por qué hablo de una puerta abierta de par en par? Una de las cosas que me preguntan  sobre este tema es qué pienso de la despenalización de la droga. Yo creo que con el mal no se dialoga y no se hacen concesiones. Pero de hecho hay una despenalización en la Argentina. Si uno quiere comprar, sabemos dónde se vende la droga, no hay ningún problema, todo el mundo lo dice y lo sabe. Los políticos hoy hasta votan leyes para facilitar el blanqueo de capitales. Es decir, ya hay una despenalización de hecho. Pero a nosotros nos toca trabajar como hormigas en cosas pequeñas, donde yo creo que hoy es el gran genocidio que se está dando en nuestros jóvenes, que es con la droga. Y es mucho más sutil, mucho más despacito, pero así es como trabaja el diablo, como se va metiendo, y como a veces lo dejamos meterse en nuestras vidas, en la vida de nuestras familias, en la vida de nuestro país.
Yo creo que esto requiere opciones fuertes de nosotros, porque si no uno se va cansando y ve que cada vez lucha con un adversario mucho más invencible. Por eso implica una fuerte autocrítica de todos nosotros, de cómo, desde los pequeños lugares, desde las pequeñas familias, podemos mostrar un sentido distinto a esto. ¿Por qué? Porque si no mostramos un futuro, no hay por qué luchar. Como ustedes saben, me toca trabajar mucho en la Pastoral Juvenil y en el último tiempo he tenido algunas reuniones con respecto a estos temas, y (por más de que esto es un problema de todas las clases sociales) aquellos sacerdotes que trabajan en los barrios (donde más fácil se ve) dicen que lo que pasa es que su futuro lo ven sólo con “C”, la cárcel o el cementerio, no hay otra salida. Si mostramos solamente ese futuro, no hay por qué luchar, tenemos que mostrar un futuro distinto, si no esto nos llega a todos.
De diversas maneras nos va llegando, ¿no? La desintegración de las familias, la inseguridad, la violencia; un montón de cosas que vivimos diariamente por no hacer frente a un mal que hoy lo requiere, por no enfrentarnos a eso. Eso es lo primero que creo que nos pide Jesús. Como dice la primera lectura, va a llegar eventualmente el momento de separar, y el que hizo el mal se quemará como paja ardiente. Los que hicieron mal en esto algún día, por ese genocidio, se pararán frente a Jesús. Esperemos que nosotros desde nuestro lugar podamos decirle cómo luchamos por algo distinto y por la vida; no dejarlo pasar de lado, sino trabajar por eso. Tal vez en palabras de Pablo: no sean ociosos, trabajen, trabajen por el pan de cada día; incluso más profundo, podría decir: trabajen por el Reino, trabajen por aquello que da vida. Esa es la invitación que el Señor nos hace a cada uno de nosotros. Porque si no, pasa como con ese Templo que todos estaban contemplando, diciendo, “qué lindo templo que tenemos”; se derrumba, todo se derrumba si no le damos vida desde dentro.
Hace poco, una persona me pasó un link de una entrevista que le hacían a Darín en “Animales Sueltos”, en la que Fantino le preguntaba, ¿es verdad que vos rechazaste un papel con Tarantino para hacer de un narcotraficante? Y Darín contesta que sí. ¿Por qué? Porque siempre ponen el problema afuera, cuando son el país que más consume en el mundo. A veces uno los pone como modelo, pero es un castillo de cristal, los que más piden droga son ellos. Todos quedamos obnubilados con pavadas que muestran, con una fachada muy linda, cuando el problema en realidad lo tienen ellos en primer lugar. Por eso ese castillo se va destruyendo de a poquito. Nosotros corremos el riesgo de caer en lo mismo, y por eso Jesús nos invita hoy a luchar por aquello que verdaderamente da vida. Pero para eso tenemos que trabajar por los vínculos, para eso tenemos que “perder” tiempo en eso. Animarnos a descubrir que es necesario.
En la última JMJ, cuando algunos sacerdotes tuvimos la suerte de tener una misa con el obispo, él nos pidió “pierdan tiempo con los jóvenes”. De la misma manera podemos tomar eso y decir, “perdamos tiempo con los demás”. Perder es una ironía ¿no? Ganemos tiempo en aquello que da vida.
Para terminar, me acuerdo que la Madre Teresa contaba siempre un cuentito cuando le hacían las entrevistas: El mar siempre iba arrojando estrellas de mar hacia la orilla, que se secaban y se morían. Y pasaba un niño por ahí, e iba tirando las estrellas, de a una, al mar. En algún momento viene un hombre más grande, y le pregunta por qué hace eso. “Son muchas estrellas; aparte, ¿no sabes que esa estrella se va a morir pronto?” Y el niño le dice, “Yo le cambié la vida a esa estrella para siempre.” Creo que si hay alguien que dio testimonio de lo que vale luchar por la vida hasta último momento, aun cuando parece que todo está perdido, es ella.  Siguió el testimonio de Jesús, luchó por todo aquello que era una pobreza. Él no decía éste está descartado, ni las prostitutas, ni los publicanos; se puede luchar para que haya una vida distinta. Después nos dice a nosotros lo mismo: se puede luchar para que haya una vida distinta. Lo que falta es gente que se anime a hacerlo, que se anime a sentirse tocado por Jesús en el corazón, y a trabajar por eso.
Pidámosle a Jesús, aquél que perdió su vida para darnos vida, que también nosotros nos animemos a luchar por la vida; nos animemos a luchar por los vínculos, nos animemos a transmitir a todos ese amor que Jesús nos da.

Lecturas:
*Mal 3,19-20a
*Sal 97,5-6.7-9a.9bc
*2Tes 3,7-12

*Lc 21, 5-19

lunes, 11 de noviembre de 2013

Homilía: “Dios siempre apuesta por la vida” – domingo XXXI durante el año


Me acuerdo cuando estaba en el último año del colegio (hace poquito, obviamente), teníamos en la parroquia lo que llamábamos grupos secundarios. Y una vez el coordinador del grupo dijo: levántense los hombres y luego las mujeres. Y puso de un lado a los hombres y de otro lado a las mujeres. Y como esto fue hace más o menos 22 años, el rol de la mujer era otro, y empezamos a discutir al respecto… Pero si miramos hacia delante, 22 años más tarde, nos encontramos con que la vida se fue abriendo camino, y hoy, más allá de la visión que cada uno podía tener sobre ciertas cosas, la vida fue diciendo cuál es el rol de cada uno de nosotros.
Es más, si uno mira en la historia, puede ver que el rol del hombre y de la mujer ha ido variando a lo largo de los siglos, ha ido cambiando. Podrían hablar de esto tal vez los matrimonios más grandes, los más jóvenes, de cómo viven cada cosa, cómo la comparten. Pero eso tiene que ver con lo que la misma vida nos va pidiendo en cada momento. Si uno no es cerrado, sino que tiene una apertura de corazón, va a ir descubriendo qué es lo necesario en cada situación, y eso lo va dando la madurez que una persona tiene. En general cuando hablamos de la sabiduría de una persona, tiene que ver con la capacidad que esa persona tiene de incorporar cosas, tanto por lo que le enseñaron, o también por lo que vive, por lo que transmite a los demás.
Esa enseñanza que cada uno va teniendo a lo largo de la vida, esa madurez que uno va teniendo a lo largo de la vida, y que es un camino, y que nosotros nos nutrimos también de otras generaciones y de lo que ellos nos dan, es también el camino que se va haciendo en la vida de Fe. En la vida de fe no se aprende de un día para el otro. Vamos caminando, y a veces hay cosas que las podemos incorporar más fácilmente a nuestra vida, y a veces hay cosas que nos cuesta mucho más incorporar. Podríamos pensar en el mensaje de Jesús, cuando dice, “hay que amar a todos”. Sí, muy lindo, nosotros lo decimos, “hay que amar a todos”, hasta que lo tenemos que hacer. Creo que cada uno podría pensar a qué personas no amamos, a qué personas no incorporamos en ese amor. Por eso es un proceso y es un camino; es un ir aprendiendo qué es lo que Dios y Jesús nos van diciendo.
Para eso tenemos que animarnos a mirar a Jesús, para eso tenemos que dejar que Jesús vaya de alguna manera transformando y abriendo nuestro corazón para hacerlo cada día más semejante al suyo. Nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y muchas veces la pregunta es, ¿qué significa esto? ¿Qué es haber sido creados a imagen y semejanza de Dios? La belleza y lo lindo que tiene eso, pero también lo dramático, lo difícil de comprender. Y la gran respuesta a esto es Jesús, ese dios que se hace hombre y viene con nosotros para compartir la vida. En Jesús empezamos a entender qué significa esto de que Dios nos hizo a imagen y semejanza suya.
Ahora, nosotros tenemos un problema. Creo que nosotros en general pensamos la creación como dos momentos: un Plan A, en el que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, pero con sus defectos y “fallas”; y como esto no salió bien: un Plan B, nos mandó a Jesús para que nos salve. Como si Dios cambiara su plan a mitad de camino. Como que la idea era que todos los hombres y las mujeres fueran buenos, pero no lo cumplimos.
Sin embargo, si empezamos a profundizar, nos podemos dar cuenta de que hay algo que no cierra. ¿Cómo puede ser que haya un Plan A y un Plan B? Entonces, ¿la cosa no sería, que Dios se hubiera encarnado de todas maneras? Quizás Jesús siempre pensó en venir a nosotros. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace el amor. Dios nos dio vida, ¿por qué?, porque nos ama. A partir de ese amor quiso estar con nosotros; y fue buscando las formas, las maneras de irse acercando, a lo largo del tiempo.
Yo pienso esto como, ¿vieron cuando una persona está enamorada y busca distintas maneras de acercarse al otro? No sólo en el comienzo de un noviazgo, sino incluso en un matrimonio más grande. Uno piensa: mejor decirle esto así…, le gusta tal cosa, le gusta lo otro   … Yo creo que Dios también fue pensando estas estrategias, estas formas, de acercarse a nosotros. ¿Por qué? Porque nos ama. Y eso es lo que hizo en Jesús, pero eso lo pensó desde siempre.
Por amor, en Jesús quería compartir la vida con nosotros, quería estar con nosotros, quería que nosotros en Jesús descubriéramos completamente su corazón. Y recién estando con Él, íbamos a comprender el corazón del Padre, íbamos a empezar a poder entender muchas de las preguntas que son difíciles, y que a veces nos cuestan. Hoy encontramos una. En el evangelio están estos saduceos que no creían en la resurrección, y ponen este ejemplo de la viuda que se casó siete veces, y ninguno le dio descendencia. ¿Qué va a pasar en el cielo? Y muchas veces tenemos preguntas así. ¿Cómo fuimos creados? ¿Quién nos creó? ¿Qué espera de mí? ¿Qué quiere de mí? ¿Qué busca de mí? Pero si vamos poniendo el corazón en Jesús, esas preguntas se van respondiendo. Y lo central es que el amor que Dios nos tiene, lo que busca es dar vida. Cuando nos creó, ¿qué buscó? Darnos vida. Cuando creó a Jesús, ¿qué buscó? Darnos vida. La resurrección, ¿qué nos muestra? Que Dios quiere la vida para nosotros, y que en esto coincidimos. También nosotros queremos la vida. En general lo que estamos buscando es cómo “mejorar nuestras vidas”, cómo tener una calidad de vida mejor (a mí esa frase no me gusta tanto porque tiene muchas complicaciones). Lo que busca Dios es que nuestra vida sea más plena; con las cosas lindas y con las que nos cuestan, pero que cada día nuestra vida se vaya llenando de plenitud y de amor. Lo que busca Dios es el amor; en Jesús, Dios nos revela su amor. El problema es tratar de entender, de comprender. Pero muchas veces en el amor, las cosas no se tienen que entender, sino que se viven, se comparten. Jesús nos fue mostrando a lo largo de la vida ese camino, ese amor que Dios nos tiene, ¿cuánto está dispuesto a hacer Dios por nosotros? Para que lo conozcamos, para que caminemos hacia Él.
Podríamos decir que la resurrección termina mostrando lo que día a día Dios quiere hacer por nosotros, que es darnos vida. Para poner un ejemplo, hoy vamos a celebrar el sacramento de la Unción de los Enfermos. ¿Qué es lo que muestra Dios por medio de todos los sacramentos? Que quiere darnos vida, que quiere estar cerca de nosotros, que quiere acompañarnos en los distintos momentos de la vida. Hoy todos nos vamos a acercar a recibir otro sacramento que es la Eucaristía, a esta mesa donde Dios nos alimenta. Y ¿por qué nos alimenta? Porque nos quiere dar vida, porque quiere que lo conozcamos más, porque quiere darnos fuerza, porque quiere que podamos encontrarnos y amar cada día más al otro. En Jesús, Dios nos muestra cómo es su corazón. Es un corazón que siempre apuesta por la vida. Y nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a descubrir en cada suceso de nuestra vida, en cada cosa que nos pasa, cómo podemos en ese momento dar vida, qué es lo que Jesús espera de mí, para que ese momento sea fructífero.
Pidámosle a Jesús, aquel que es la resurrección y la vida, aquel que vino para darnos vida, que nosotros entremos en esa dinámica, que también nosotros, desde los dones que Dios nos dio, podamos llevarle vida a los demás.

Lecturas:
*Mac 7,1-2.9-14
*Sal 16,1.5-6.8.15
*2Tes 2,16–3,5

*Lc 20,27-38

martes, 5 de noviembre de 2013

Homilía: “Señor, soy un pecador. Acá está mi corazón” – domingo XXX durante el año


Creo que todos conocemos la historia de Blancanieves. Lo que yo me acuerdo de mi infancia es que trata de una princesa con el pelo muy oscuro y la piel muy blanca; razón por la cual su padre le pone de nombre Blancanieves. Y su madrastra, que vivía con ella, siempre le preguntaba a su espejo: “Espejito, espejito: Dime quién es la más bella de este reino.”; obteniendo siempre la misma respuesta: “Tú eres la más bella del reino.” Hasta que llega un momento en el que le dice que no, que la más linda es Blancanieves. Ahí es cuando empiezan los problemas. ¿Por qué? Porque lo que definía a esta persona era compararse con los demás, estar siempre comparándose con el otro. No estaba contenta por lo que ella era en sí misma, sino porque descubría que era mejor frente a lo que veía en el otro.
Creo que hoy vivimos en un mundo que nos invita a eso, a estar comparándonos continuamente. Vivimos en un mundo donde se nos ponen modelos de todo: de cómo hay que ser en la vida, de cómo hay que lucir en la vida, de qué hay que tener en la vida. Estamos continuamente viendo cuán cerca o cuán lejos estamos de ese modelo. A veces, aún si no creo en eso, lo que termina pasando es que creo que soy contracultural, entonces busco otro modelo, algo distinto de todo eso. Obviamente que uno no puede quedar totalmente impune y no compararse con nada o no mirar nada de lo que sucede alrededor. Pero creo que muchos de nosotros podemos descubrir en el fondo de nuestro corazón una insatisfacción, porque nunca termino de ser lo que quiero, porque nunca termino de verme como me gustaría verme, o de tener lo que quiero tener, o de hacer lo que quiero hacer. Descubro una insatisfacción en el corazón, porque siempre hay algo que falta. Pero si pasa esto es porque siempre me estoy comparando con algo, porque no puedo terminar de aceptar y de querer aquello que yo soy. Ojo, esto no implica que no tenga que tener un desafío y un horizonte hacia dónde caminar, pero esto se da cuando sé de dónde parto y hacia dónde voy; cuál es mi punto de partida, y cuál es mi llegada. Nosotros no lo sabemos porque siempre estamos comparandonos con otras cosas. Tenemos algo y estamos pensando en todas las otras cosas que querríamos tener y cambiar. Es como las mujeres, que a ninguna se le puede decir gorda (en chiste) ni a la más flaca del mundo, porque es como que siempre se puede ser más flaca. Siempre falta algo más, siempre nos estamos comparando con algo más.
Más allá de esa ironía, esto se da en un montón de cosas. Siempre hay algo que está faltando y nunca estoy conforme. Ahora, el camino empieza por la propia aceptación, por el regalo de descubrir aquello que la vida me dio y que Dios me dio, quién soy yo. Y esto está bien, esto es lo que Dios me dio. Tengo que aprender a quererme y a amarme con lo que soy, con aquello que Dios me ha regalado. Porque si no empiezan estos problemas y esta carrera en la que nunca estoy satisfecho, y que nunca termino.
Algo de esto sucede en este evangelio tan conocido que hoy hemos escuchado. Estos dos hombres, el fariseo y el publicano, que Jesús estereotipa en esta parábola. Ustedes ya saben que el fariseo y el publicano están en polos opuestos en el mundo judío. No sólo en el orden religioso sino político y social. Los fariseos son casi idolatrados, los publicanos son totalmente odiados. Sin embargo en esta parábola, Jesús va a decir aquello que ellos nunca esperaban: va a ser justificado el segundo, y el primero no. Esto va a provocar un escándalo muy grande, ¿qué es lo que está pasando acá? Porque lo que ellos ven como un ejemplo, como un modelo a seguir, Jesús lo está rechazando. ¿Qué es lo que pasa? Lo primero que podemos ver es que el fariseo, cuando entra al templo, lo primero que le dice a Jesús es lo que no es. “No soy como todos estos hombres.” Parte de compararse, parte de mirar al otro; a diferencia del publicano que lo primero que hace es decir: soy pecador. No parte de lo que no es, sino de lo que es. Se pone frente a Dios y dice: yo soy esto. En cambio, el fariseo parte de mirar a los otros, no se mira a sí mismo.
Creo que esto nos pasa mucho. Estamos mirando continuamente a los demás, y nos cuesta mucho mirarnos a nosotros. Y esto nos pasa en todo, a veces en la confesión también. A veces cuando estoy reconciliando, me dan ganas de decir: “bueno, cuando quieras podes empezar a confesarte vos. No lo que hicieron los demás.” Tenemos como un justificativo para todo. Siempre es: “bueno en realidad el otro me hizo esto…”, el otro hizo tal cosa, hizo tal otra… ¿qué es lo que yo hice? ¿Soy capaz de reconocer lo mío? ¿O pongo como un mecanismo de defensa para no quedar tanto en offside? Frente a Dios no quedamos en offside, no hay problema; Él nos acepta como somos. Nos cuesta a veces un poquito más a nosotros.
En el segundo caso, aparte de compararse con el otro, el fariseo parte de decirle a Jesús todo lo que hace: hago esto, esto otro, esta otra cosa… A ver, para la religiosidad judía esto es mucho más que un hombre justo. El evangelio dice que hace mucho más que lo que cualquier judío tenía que hacer, muchísimo más; reza más, da más limosna… Es decir, en lo que él hace, no hay nada que reprocharle, pero sigue todavía sin decir quién es, sigue sin poder vivir esa libertad, casi como que se tiene que ganar la aceptación del otro. Es más, eso a veces me lleva a que le reproche al otro lo que hago: “mirá todo lo que hago yo y lo que haces vos”. Y no significa que el otro de pronto no tenga que crecer en un montón de cosas, que el otro quizás sea vago; pero no  me tengo que definir por lo que hago, lo que hago tiene que brotar de otro lado. Este hombre lo que tiene que hacer es demostrarle a Dios todo aquello que hace.
Por último, podríamos decir que en el fondo la pregunta es si este hombre sabe a dónde entró, a quién está mirando. Porque estos dos hombres entraron en el mismo templo; la pregunta es si entraron verdaderamente en el mismo templo, porque hay uno que al principio está diciendo lo que él no es y lo que él hace, y hay otro que dice lo que él es y no dice nada de lo que hace porque no tiene nada para presentarle a Dios de lo que hace. Pareciera que están mirando a dos dioses distintos, frente al que se relacionan. ¿Por qué digo esto? En general cuando somos más chicos, nos han simplificado esta parábola (y no está mal), en que uno es humilde y el otro es soberbio. Ayer pregunté en la misa con niños si conocían a los fariseos, y una chiquita me dijo: “Sí, son los que se creen mil.” Es verdad, es una simplificación muy buena cuando uno es más chico, pero no es ese el verdadero problema de esta parábola. Porque tampoco dice acá que esta persona es humilde; podemos decir que esta persona sabe frente a quién se puso, frente a quién está y a quién descubrió. Por eso no tiene nada que hacer: estoy frente a Dios, así, desnudo, como soy. Me presento así.
Creo que lo central de esta parábola es si descubrimos el verdadero rostro de Dios. A ver, ¿Somos capaces de descubrir un Dios que nos ama por lo que somos, un Dios al que no tengo que presentarle nada, a quien puedo ir con lo bueno y con lo malo, que no me va a echar de su casa porque entre así, que puedo entrar al Templo y decir, “esto soy yo, Dios. Acá estamos, cara a cara”, y que me dice: “Yo te quiero así. No cuando seas esto, sino por lo que soy. Te amo, con tus virtudes, con tus defectos, con lo bueno, con lo malo. Te quiero porque sos hijo”? Esto es lo que descubre este hombre. Por eso se puede presentar de esa manera frente a Dios, y casi en realidad, porque la parábola dice que se quedó en el fondo del templo. No sabemos si es que tenía miedo a Dios, o a los hombres, pero por lo menos entró; casi como escondido pero entró a ver a este Dios. El fariseo en cambio se está mirando a sí mismo, comparando con los otros y diciendo qué es lo que hace. No está mirando a Dios y descubriendo que hay un Dios que gratuitamente lo ama y lo quiere.
El fondo de este evangelio es la relación que hay entre la libertad y la gracia; de una gracia de un Dios que gratuitamente me ama a un Dios que por eso me deja ser libre, y me deja equivocarme, y me deja hacer las cosas mal aunque no lo quiera. Por eso hay un problema muchas veces con la comprensión de la gracia, porque pareciera que la gracia depende de lo que yo hago. ¿Cuándo depende la gracia de lo que yo hago? Si la gracia es de Dios, no es mía. ¿Depende de que yo haga las cosas bien? ¿Yo la acumulo? Si la gracia me la da Dios, es lo gratuito de Dios, un Dios gratuito que me quiere y que me ama. El tema es que nosotros siempre queremos simplificar en la vida, porque la tensión nos cuesta. La tensión de las cosas que parece que no fueran tan claras y distintas, blanco o negro, nos es difícil. Entonces, es mucho más fácil si yo digo: “la gracia es de Dios”, nadie me lo va a discutir, es el Don de Dios, es Jesús. Pero bueno, ¿cómo es más fácil para que yo la retenga? Es como que la tengo que agarrar fuerte para que no se me escape. Pero por definición la gracia es lo gratuito, algo que se me da, un regalo. Dios se me da por lo que soy, no por lo que hago o no hago. No es que se me escapó, y lo pierdo. Dios me sigue buscando, se me sigue dando gratuitamente, y se vuelve a poner en frente mío, y me vuelve a invitar a que lo descubra, a que le diga: “Señor, soy un pecador. Acá está mi corazón”. Y bueno, nos dirá: te quiero igual, empecemos de nuevo.
Es gracioso porque creo que uno puede tener muchos problemas con esta parábola, pero el primero que podemos tener es que nosotros juzgamos al fariseo, y entonces nos estamos poniendo en condición de fariseos. Miramos al fariseo y decimos: lo que hizo el fariseo está mal, y ahí estamos en el horno, volvimos a lo mismo, comparamos al otro, criticamos. Es curioso porque la parábola se retrotrae todo el tiempo, podemos entrar nosotros en esa cadena: “Me creo mejor que el otro, porque soy más abierto, porque comprendo más, porque el otro es más obtuso, no sé…” Porque acá la crítica podría ser más conservadora, y yo más de izquierda, más abierto, me creo mejor, y ahí me convertí yo en fariseo. Miro a los demás y no miro a Dios. Con una ventaja, que de esta parábola siempre se puede salir porque (imaginémonos), este fariseo pudo haber salido de ahí y darse cuenta de que no lo miró a Dios, y volver a entrar y decirle: “Acuérdate de mí que soy un pecador”, y ahí se reconcilia. En Dios siempre la salida es fácil, es mirarlo a Él. Dejar de mirarme a mí, dejar de mirar a los demás, levantar la cabeza y ponerme cara a cara. A partir de ahí la historia empieza de nuevo. Esa es la invitación de Dios. Ahora, la invitación de Dios implica poder aceptarme y amarme como soy. A partir de ahí empieza ese camino. ¿Por qué? Porque Dios me ama como soy, porque Dios me quiere y me valora así; y a partir de ahí me empieza a invitar a mi historia.
Descubramos a este Dios que nos quiere, que nos ama. Mirémoslo fijo a sus ojos y pidámosle comprender siempre este amor que nos tiene.

Lecturas:
*Ec 35,12-14.16-18
*Sal 33,2-3.17-18.19.23
*2Tim 4,6-8.16-18

*Lc 18,9-14

viernes, 1 de noviembre de 2013

Homilía  – Aniversario Sacerdotal – 10 años
Lo primero que me viene a la mente es una imagen. ¿Vieron cuando vamos por la calle y nos encontramos con un cartel que dice: “Disculpe las molestias. Estamos trabajando para usted.”? Uno mira el cartel y piensa algunas cosas… Pero después, si sale todo bien, gozamos de esas obras que se hacen. Gozamos de esa autopista, de esa ruta, de eso que se pudo arreglar, de ese subte… de lo que sea que se estaba haciendo en esa obra. Cuando pienso en el lema que elegí hace diez años, cuando me dieron este regalo de la ordenación sacerdotal, pensaba en esa imagen. El lema era: “Llevamos un tesoro en vasijas de barro.” Y esto siempre provoca la misma pregunta: ¿por qué llevar un tesoro en vasijas de barro? Creo que es porque esa vasija continuamente hay que moldearla y continuamente Dios la va trabajando y va haciendo algo más grande para que ese tesoro se vea mejor. Creo que durante todos estos diez años, y en continuado con mi vida anterior, puedo ver la obra de Dios a través de mi historia, y cómo va intentando moldear esa vasija para que ese tesoro se vea cada vez más.
Me acuerdo cuando estudiaba, nos decían que la vasija esa, no era una vasija como la que estamos acostumbrados nosotros, que es como un cuenco, donde el tesoro está adentro. Era una vasija mucho más plana, porque lo importante era que el tesoro se viera. Entonces cuando se llevaba ese tesoro al templo, la vasija tenía que pasar casi desapercibida, para que lo que reluciera fuera el tesoro. Y cuando elegí este lema, yo quería que ese tesoro que es Jesús, se pudiera ver, se pudiera transmitir a través de mi vida; como lo he recibido a través de la vida de todos ustedes a lo largo de estos años. Creo que eso es lo que Dios ha ido moldeando, intentando que esa vasija no tape tanto ese tesoro que es Dios, y que cada vez lo pueda traslucir más, que cada vez lo pueda llevar más. Si algo he descubierto a lo largo de estos años, es que si hay algo que es claro en esa vasija y que Dios nos pide, es que seamos vulnerables. Uno cuando quiere cubrir un tesoro, lo quiere hacer con algo que sea como muy fuerte, “¿Dónde lo puedo poner?”, diría alguno hoy. En una caja fuerte, en ochenta cajas fuertes, en un sistema de seguridad. Pero Dios nos dice que este tesoro se tiene que ver. Entonces la vasija tiene que ser algo vulnerable, algo frágil. Porque cuando somos vulnerables nos animamos a compartir la vida, abrimos el corazón. Para aprender a querernos y a amarnos, nos tenemos que mostrar vulnerables al otro, nos tenemos que dejar amar por el otro y tenemos que aprender a mostrarle nuestros sentimientos y nuestro corazón al otro. En esa vulnerabilidad es que está nuestra fuerza, en esa vulnerabilidad es que día a día se llena nuestro corazón.
Ese tesoro que nos da Jesús es lo que día a día he aprendido a vivir y a compartir. El lema decía: “llevamos”. Lo central es que lo llevamos entre todos, no es que lo lleva uno sólo. Se comparte, se vive en comunidad, se vive con otros; esto es lo central. Esto es lo que he aprendido a vivir a lo largo de nuestra vida. Esta es la fe que a mí se me transmitió desde chiquito, en mi familia, y que muchos a lo largo de la historia me han transmitido. Yo no entiendo mi fe si no es en comunidad.
El evangelio, que también es el de mi primera misa, dice: “en la casa de mi padre hay muchas habitaciones”. No sé si había muchas habitaciones en mi casa, pero bueno, varias había, soy de una familia bastante grande. Me acuerdo que en mi primera misa, Gerardo decía que era difícil encontrar un Caracciolo solo, que siempre estábamos en comunidad, de a varios. Esa es una de las mayores alegrías que tengo en mi vida y en mi corazón, siempre sentirme querido, amado, y rodeado de mucha gente. Siempre sentir que esa casa grande a la que Dios nos invita, porque hay muchas habitaciones, y donde nos espera un día a todos, es la casa donde hoy ya estoy viviendo desde acá; con muchas habitaciones y con lugar para todos. No sólo un edificio físico sino la casa es el corazón. La casa que desde la propia vida se nos invita a aprender a descubrir.
En ese descubrir esa casa, fui descubriendo también esta frase que Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” Ese camino que vamos haciendo juntos, ese camino que nos enseña a abrir el corazón y a mostrarnos cada vez más, ese camino que nos ayuda a poner compartir la fe compartir a Jesús, compartir lo valioso que tenemos. Esa verdad que nos ayuda a caminar con mayor libertad, en la medida en que nos conocemos mejor, en la medida en que sabemos más del otro y que el otro sabe más de mí, que puedo ser transparente, y que no tengo que estar casi como diciendo: ¿acá cómo me muevo?, ¿acá que digo?, ¿acá que van a pensar? Esa verdad que es Jesús y que nos invita también a nosotros a que mostremos la verdad de nuestro corazón. Esa vida que se da en Jesús cada vez que nos animamos a compartirlo. Esa vida que se da cuando nos animamos a compartir la vida unos a otros. Creo que eso es una gran alegría que he podido vivir durante todos estos años.
Esto que les decía al principio de que esa vasija de alguna manera es vulnerable porque es frágil, no nos tiene que dar miedo. Porque Dios no nos eligió porque somos perfectos; nos eligió porque nos ama, porque nos quiere, y porque nos invita a vivir esa historia de amor. Ese es el amor que yo he vivido, he mamado, a lo largo de toda mi vida. La verdad que a veces (no sé bien cómo decirlo), me siento un poco mal por la cantidad de mimos que siento que Dios me da a lo largo de mi vida. Si yo miro mi vida, sólo tengo cosas para agradecerle a Dios. La verdad que nos es que no hayan pasado cosas, no es que sea ciego, sino que los dones y los tesoros que me ha dado son muchísimo más grandes que las pequeñas dificultades que uno puede encontrar a lo largo del camino. Ese gran don y ese gran tesoro es la vida de todos ustedes y de muchos más que me aman, que me han querido, y con los que puedo compartir esta historia de amor.
Agradezco mucho en primer lugar a mi familia; a mis papás que han sido muy generosos con la vida, dando vida, y vida en abundancia. Lo primero que a uno le preguntan cuando tiene una familia tan grande, es ¿qué pasó?, ¿tus papás no tenían televisor?, tal cosa, tal otra… Lo central es que han sido generosos con la vida, y han pensado en eso antes que en otras cosas. Así que les agradezco mucho eso. Agradezco mucho la familia; los hermanos; la familia que va creciendo, tengo muchos sobrinos, cuñados, cuñadas; mucha familia grande, tíos y tías que hoy me acompañan. Agradezco mucho el poder compartir el día a día, el poder vivir en familia, el poder juntarnos, reírnos, charlar, estar cerca unos de otros cuando lo necesitamos. Agradezco a los amigos que Dios me ha regalado a lo largo de la vida, y que hemos podido compartir muchas cosas, que hemos podido vivir muchas cosas a lo largo del tiempo, y que eso ha ido acrecentando el vínculo que tenemos, que también alegra mi corazón y mi vida. Agradezco mucho las comunidades por donde pasé, también los amigos y amigas en Jesús que pude ir haciendo a lo largo de estas dos comunidades que Dios me regaló.
Dios me ha regalado también algo muy lindo que es la estabilidad. Yo estuve cinco años en Jesús en el Huerto de los Olivos, y estuve ahora seis años acá, el obispo me dijo que voy a seguir si Dios quiere el año que viene acá, así que será mi séptimo año; y la verdad que eso es un regalo de Dios. Una de las cosas que eligió es ser obediente en lo que a uno le piden y me regaló la estabilidad. Y eso me regaló el poder hacer vínculos más profundos, y creo que más fuertes con muchos de ustedes; el poder gozar con ustedes. Y eso es un regalo que agradezco a Dios, y que también les agradezco mucho a ustedes todos estos años que hemos podido compartir en la fe. Si hay algo que alimenta mi fe es la fe de ustedes. Ustedes siempre me agradecen, y yo no tengo palabras para agradecer todo lo que día a día me dan y me transmiten. Si yo tengo ganas de seguir este camino es por las ganas y la fuerza que veo que ustedes tienen, que día a día siguen transmitiendo y que a veces cuando uno está un poco cansado y no tiene tanta fuerza, y los jóvenes (con los que más trabajo), dicen “¡Vamos, vamos, vamos!”, y uno es llevado por la marea, por la avalancha de toda esa fuerza, esa energía, ese amor, esa fe, que Dios día a día nos regala. Pero lo central creo que es ese tesoro que es Jesús.

Para terminar, como nosotros nos ordenamos de a varios, tuvimos que elegir un lema entre todos, y elegimos una frase de la multiplicación de los panes, que era: “Denles de comer ustedes mismos.” La frase esa es porque los discípulos tienen que llevar el pescado y el pan que Jesús hizo. Es decir, Jesús hizo un milagro y los discípulos tienen que ir a repartir a la gente el pan y los peces; y yo me imagino siempre a la gente diciéndole a los discípulos: “gracias”, “muchas gracias”… y en realidad el que hizo el milagro es Jesús. Los discípulos están llevando la comida, están siendo instrumentos. Siempre me viene esa imagen. La verdad que ustedes me agradecen mucho, y yo digo, en realidad el que hizo las cosas es Jesús, el que irradia ese gran tesoro es Él. Yo me llevo las gracias de lo que Dios ha hecho, y vivo la alegría de lo que ha hecho en ustedes, y de lo que ha hecho en mí. Bueno, les agradezco mucho todo lo que me dan, les agradezco mucho todo su amor, su cariño, su amistad. Le agradezco mucho a Dios todo lo que me ha dado a lo largo de estos diez años de ministerio, de este camino y le pido poder ser siempre esa vasija que pueda transmitir ese tesoro.

Homilía: “Oren incesantemente” – XIX domingo durante el año


En la película La Casa del Lago, Kate alquila una casa muy linda al borde de un lago, y después de una serie de cosas conoce a Alex. Él vive enfrente de donde ella está, y se van vinculando por medio de unas cartas. Lo central es que a ella le cuesta encontrar hacia dónde quiere caminar en la vida, un horizonte, y cómo comprometerse con eso que le pasa, con lo que va viviendo en el día a día. En una de las cartas que le escribe a Alex, le dice: “esa es la historia de mi vida. Tomo distancia de todas las cosas. Distancia del hombre que quiere salir conmigo, del que se quiere casar conmigo; huyo, esperando que de alguna manera se comprometa mi vida con el hombre que realmente tome mi corazón.”
Cuando vemos esto que se refleja en esta carta, en esta película; cuando vemos que no nos podemos comprometer con lo que nos toca en la vida, llega un momento en que nos da un poquito de lástima porque no podemos poner el corazón en las cosas. Porque ¿cuál es el problema acá?, ¿el problema es que no haya encontrado al hombre de su vida? No. El tema es si pongo mi vida en lo que me toca hoy, si pongo mi corazón en lo que me toca hoy, cómo me comprometo. Porque la pregunta es ¿cómo voy a aprender a comprometerme si nunca lo he hecho? A veces es como que siempre estamos esperando, como que siempre vamos hipotecando: “cuando todos los planetas, galaxias y universos se encuadren y se alineen, ahí yo me voy a comprometer.”
Ahora, todo en la vida se aprende ejerciéndolo. Yo aprendo a entregarme cuando me entrego, yo aprendo a darme cuando me doy, yo aprendo a comprometerme cuando me comprometo. En lo que me toca, en las cosas más importantes, en las cosas más triviales de cada día. Obviamente que no se me puede ir la vida en algo pequeño, en algo que no tiene tanto sentido, pero yo tengo que aprender a poner el corazón en esto que hoy me toca. Primero porque ahí es donde voy a estar convencido de si esto es lo mío o no. ¿Por qué? Porque yo me la jugué en esto. Me jugué a elegir esta carrera, este trabajo, comprometiéndome con esta persona para ir caminando juntos.
En segundo lugar porque es como un ejercicio. En la medida en que yo lo hago, me sale mucho más naturalmente. En el fondo es un estilo de vida. Con la madurez y con lo que me toca vivir en cada momento. No es lo mismo un niño que un adolescente, un joven o un adulto. Cada uno lo vive con diferente responsabilidad. Pero lo bueno es poner el corazón en aquello que a uno le toca.
Esto es lo que le pide Pablo a Timoteo, a ese hijo amado a quien le transmitió la fe. Le dice: permanece fiel. Vos has aprendido cosas, estás viviendo el camino de la fe, entonces poné el corazón en eso y permanecé en esa fidelidad. Podríamos decir que son casi como sinónimos. El permanecer nos habla de una fidelidad. Yo me quedé en algo; y la fidelidad me está hablando de que permanezco en un lugar. Ahora, Pablo no le está diciendo que permanezca en un status quo, que se quede estancado, sino que le está pidiendo un permanecer activo, que camine, que crezca en esto. ¿Por qué Pablo le pide esto a Timoteo? Porque permanecer es lo que más nos cuesta en la vida. Creo que hoy en día el paradigma está más orientado a cómo cambiamos, todo hay que cambiarlo, ¿no? Ni hablemos de la tecnología, tipo celular y ipod, que un año ya está obsoleto. En todas las cosas. En los vínculos, en lo que fuera.  Sin embargo, yo voy a poder recoger los frutos de aquello en lo que permanezco, de aquello en lo que me mantengo fiel.
Tal vez para empezar por nosotros, tenemos que por lo menos permanecer en nuestros valores, en aquello en lo que creemos, en aquello que descubrimos que nos ayuda a caminar de una manera nueva. Éste es el pedido de Pablo a Timoteo. Podríamos decir que de alguna manera es lo que se nos pide a nosotros en la vida. La fe es lo básico para crecer en la vida. “Tú has recibido una fe”, se le dice a Timoteo, vivíla. Nosotros también creemos; y no hablo solamente de la fe en Dios, hablo de algo más básico. El creer en lo que nos ayuda a caminar, el creer en nosotros, el confiar en nosotros, el creer y confiar en los demás. En la medida en que esto no se da, yo me voy cerrando. Si yo no creo en mí, si yo no confío en mí, no me animo a caminar, no me animo a hacer las cosas, no me lanzo al mundo. Después podré ver qué pasa, nadie tiene la respuesta a eso.
Lo mismo en los vínculos, yo tengo que creer en el otro, tengo que confiar en el otro, y ver en cada momento en dónde voy poniendo mi corazón, en dónde lo puedo abrir, en dónde puedo confiar plenamente en el otro. Ese el camino que en cada momento nosotros tenemos que hacer. Ahora, en lo que tiene que ver con nuestra fe cristiana, tenemos un problema creo, porque nos han transmitido que la fe es una adhesión a un conjunto de normas de doctrina, “yo tengo que creer en esto”. La fe no es eso, la fe es una adhesión a una persona; es cuánto yo creo y confío en Jesús. La fe es el vínculo que yo voy haciendo con Jesús, y ese vínculo comienza cuando comienza mi historia, no cuando yo creo más o menos (o pienso que es así), porque creo en esto sí, y en esto no; en esto que me dice la Iglesia sí y en esto no.
La fe es más amplia que la religión cristiana ¿acaso un judío no tiene fe?, ¿acaso un islamita, un budista, no tiene fe? Hasta podríamos preguntarnos en qué cree un ateo. Entonces, ¿qué es la fe? Es el vínculo que yo voy haciendo con Jesús, es esa historia que me llama a vivir en un momento de mi vida, hoy, con mi nombre, a cada uno de los que estamos acá, desde acá. No desde adonde tengo que llegar. Después esa fe adopta sus formas en nuestra religión, la doctrina, los ritos que se nos invita a vivir. Pero eso es parte del camino. ¿Quién puede decir quién tiene más fe?, ¿o quién tiene menos fe? Y por eso es un camino continuo, y por eso la frase no es si tengo o no tengo fe, la pregunta es, si estoy viviendo esa historia con Jesús, si me estoy vinculando con Él. Y en ese camino tengo distintos momentos.
Creo que tal vez las imágenes más cercanas para esto se ven en la primera lectura, que habla de Moisés. Israel está en guerra con los amaresitas, entonces manda a Josué a luchar, y Moisés se va a rezar por eso. Pero se empiezan a dar cuenta de que cuando Moisés levanta los brazos ganan la guerra, cuando Moisés baja los brazos, pierden la guerra. Así que esto depende de Dios y no tanto de ellos. Pero parte depende de Moisés. Tiene que tener los brazos en alto y a veces se le empiezan a cansar; pero ve que cuando baja los brazos se pierde la guerra, entonces empieza a poner esfuerzo. Ese vínculo con Dios que él está haciendo en la oración, hay momentos en que les sale más fácil, y hay momentos en que cuesta. A Moisés le cuesta mantener los brazos, mantener su vínculo con Dios, le cuesta y necesita esforzarse. Hay otro momento, cuando ya no puede más, en que vienen otros, y le tienen los brazos, buscan la manera, le ponen piedras para sostenerlo: esa es la comunidad. Son los otros que en los momentos difíciles de mi fe, me acompañan, están conmigo.  Por eso la fe tiene una veta personal, de esa historia que voy haciendo con Jesús, momentos más fáciles, momentos que requieren más esfuerzo, momentos con más voluntad, y también todos los demás que alimentan mi fe, que me ayudan o que yo tengo que ayudar. Por eso la fe se vive en comunidad, vamos caminando. Eso es parte del camino.
Ahora, la pregunta es si yo quiero vivir esa historia con Jesús y con los demás. Esa historia que de alguna manera toma un momento concreto en la oración, cuando yo me vinculo con el otro, cuando hablo con el otro. Yo no puedo decir por ejemplo “tengo un amigo”, si hace dos años que no hablo con él. Tendré que poner en tela de juicio esa amistad; tengo que vincularme, tengo que charlar, tengo que encontrarme con el otro. Esa charla, como cualquier otro, tendrá momentos más profundos, momentos más triviales, pero es necesaria. Esa es la invitación en la oración. Por eso Jesús les dice: recen con insistencia, oren, encuéntrense con Dios.
Cuando leía este evangelio, ese “oren incesantemente” y esta parábola de la viuda que va a insistirle a este juez injusto que le termina dando lo que tiene con tal de sacársela de encima, pensaba en las distintas edades, y en qué es lo que más insistimos y quizás ganamos por cansancio. Un chico pidiendo “¡Comprame esto, comprame esto!” y uno piensa, “buen, con tal de que no me pida más se lo compro”. Los adolescentes, los jóvenes, en qué es lo que más insisten. “Dejame salir”. O los más grandes, aunque sea qué es lo que quiero que vaya calando en el corazón del otro, aunque sea por insistencia. Todos insistimos en algo, todos tenemos cosas que son más importantes. Jesús nos dice: en este camino de la fe, anímense a insistir en la oración. Como hizo esta viuda. Aun cuando las cosas no venían como ella quería, insistía, insistía, insistía. Esa es la invitación para nosotros, que nos animemos a insistir en esta historia con Dios. Y tenemos una ventaja, siempre podemos empezar de nuevo; y en el fondo nunca se empieza de cero, siempre voy alimentando aquello que he vivido, siempre está como esperando, para que eso se alimente, para que eso crezca, para que yo me encuentre con él.
Pidámosle a Jesús el animarnos a vivir esta historia, esta aventura de la fe. Pidámosle a Jesús que podamos celebrarla, vivirla comunitariamente; que podamos crecer en ese vínculo de la fe que es la oración.

Lecturas:
*Ex 17,8-13
*Sal 120,1-2.3-4.5-6.7-8
*2Tim 3,14–4,2

*Lc 18,1-8