viernes, 27 de diciembre de 2013

Homilía: “El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz” – Nochebuena

Hace unos años salió una película que se llama “Niños del Hombre”. Se sitúa en  Inglaterra en el 2027, donde hace 18 años que la humanidad no puede tener hijos. Por distintas causas, las mujeres han sido infértiles, se ha dejado de poder procrear, de poder traer hijos a la Tierra. La película comienza con el último hijo que nació, a quien asesinan. Hay una gran consternación en todo el mundo, porque no sólo no pueden tener hijos, sino que la persona más famosa, por ser la última en nacer, acaba de ser asesinada. Entonces, en el comienzo de la película, aparece un grupo de personas que lo busca a Tío, que es una persona que ha estado en varios movimientos, para pedirle que se haga cargo de una misión. Él está resignado, no se quiere comprometer mucho con la vida, hasta que le dicen cuál es la misión: hay una mujer que está embarazada, y le piden que la saque de Inglaterra, hacia un lugar que se llama Proyecto Humano. Está todo dividido, las ciudades no dejan entrar a los inmigrantes… un poco lo que pasa hoy, con las cosas un poco más exacerbadas. Le piden entonces que lleve a este mujer embarazada. En el camino el niño nace, después de dieciocho años hay una primera vida. Y hay una imagen con la que me quiero quedar: en un momento ellos quedan en medio de una guerra entre el ejército y la guerrilla. Él no sabe cómo hacer ya para escapar, hasta que decide agarrar el niño y salir con él y con la madre; todos lo ven, y es como que todo se detiene.  En medio de la agresión y de la violencia, frente a esa nueva vida, el silencio. Todos dejan de pelear, como haciendo una reverencia frente a ese niño, contemplándolo. La imagen evoca cómo la vida va abriendo camino, cómo la vida trae algo nuevo.
Eso que queda así tan de manifiesto en esta escena de la película, creo que es lo que estamos celebrando esta noche. Celebramos que la vida va abriendo camino, que la vida de Dios en medio nuestro va abriendo camino.
Hoy estamos celebrando lo que llamamos la Nochebuena. Nosotros ya estamos acostumbrados a este nombre, entonces no nos llama la atención; pero no nos damos cuenta de que en esa época, este nombre es contradictorio. Hoy en día, a la noche, los jóvenes salen, uno se puede quedar viendo tele, puede hacer cosas; pero en ese entonces, la noche era el momento de la oscuridad, era donde todo se acababa, donde todo terminaba, donde aparecía el miedo, el temor. Pero este nombre nos dice que hubo una noche que fue buena, una noche donde hubo luz. “El pueblo que caminaba en las tinieblas [en la noche], vio una gran luz” dice Isaías. En la Nochebuena nosotros celebramos eso, hay una luz que viene a nosotros, hay un Dios que quiere iluminar nuestras vidas, y que por eso nos llama a mirar a esa vida que nace, a contemplarla.
Yo pensaba algunas actitudes que nos podrían nacer frente al pesebre. Creo que la primera actitud frente a esa vida, frente a Jesús que se hace presente, es el silencio. ¿Qué silencio? ¿Vieron cuando uno ve algo maravilloso y se queda sin palabras, no sabe que decir? Es como que primero te tenés que recuperar de eso que viste. Bueno, toda vida, en este caso la vida de Jesús, tendría que causarnos también esta admiración que nos deja sin palabras, que nos deja mudos, que no sabemos qué decir frente a ese Dios que en Jesús viene a nosotros, y que nos invita en silencio a contemplar a un Dios que nos ama y que se nos hace presente.
Lo segundo que pensaba es cómo toda vida trae alegría. Como muchos de ustedes saben, me ha tocado mucho visitar las clínicas cuando alguien nace; tengo muchos hermanos más chicos que yo, ahora tengo muchísimo sobrinos. Y, vieron que lo primero que uno hace cuando entra a una habitación en neonatología y ve al niño, es una sonrisa. Uno se sonríe frente a la vida, uno se alegra porque la nueva vida trae alegría al corazón. Entonces, uno se alegra, y es como que se olvida de todo. Por más de que uno esté en un mal día, que esté con dificultades, eso a uno le cambia el día. El enterarse de que alguien nació te cambia el día, te alegra. Es un gozo profundo, no es solamente una sonrisa exterior, es una alegría que nos cambia el corazón. Bueno, toda vida nos alegra la vida. La vida de Jesús tendría que traer ese gozo y esa alegría de que algo diferente nació, de que algo distinto vino a nosotros, de que algo diferente nos invita a vivir con una esperanza y con una alegría distintas.
En tercer lugar, pensaba en lo valiosa que es nuestra vida. ¿Vieron cuando tenemos un bebe en brazos, y hay alguien que no es muy cuidadoso? Cuando le tenemos que pasar el bebe, le decimos: pará, tené cuidado, sentate acá, acomódate que te lo voy a dar… ponemos mil precauciones. ¿Por qué? Porque ese niño es muy valioso, y entonces tenemos mucho cuidado. Fíjense cuán valiosa será nuestra vida, que Dios nos da a cuidar a su hijo, que Dios nos dice: yo pongo en manos de ustedes a mi hijo; ténganlo, cuídenlo, acarícienlo, ámenlo. No sólo nos muestra lo valiosa que es la vida de Jesús, sino también lo valiosa que es nuestra vida. Al darnos a su hijo nos dice: yo creo en ustedes, yo confío en ustedes. Esa fe y esa confianza que nos tiene, brota de saber cuánto vale la vida de cada uno de nosotros.
Por último, podríamos decir que lo que nos trae ese niño es la reconciliación. En el pesebre sucede algo que muchas veces se nos hace muy difícil. Se juntan los extremos, lo que parece que está separado. Porque, ¿quiénes van al pesebre? Van los pastores y van los reyes magos: los pastores, que eran los más pobres; y los reyes magos que traen dones, traen regalos, porque tienen un montón de plata. En el pesebre todos se unen, todos se reconcilian, todos pueden estar unidos. Vivimos en un mundo donde nos cuesta mucho vivir en armonía, nos cuesta mucho que no haya divisiones. Es más, no sólo en el mundo, en nuestro país, sino a veces en nuestras propias familias, con nuestros amigos, nos cuesta mucho la armonía. Hoy vivimos la alegría de ese niño que viene a nosotros, que nos dice: yo vengo a traer esa reconciliación que a ustedes les cuesta, yo vengo a traer esa armonía que muchas veces les es difícil vivir.
Creo que estas cuatro cosas: el silencio, la alegría, el valor de nuestra vida, la reconciliación que nos trae, nos muestran algo distinto que sucede en la Navidad. ¿Vieron que cuando llega la Navidad, a veces llega tan de golpe que uno dice: “uuuh, me llegó la Navidad, no pude prepararme”? “Yo pensaba prepararme en el Adviento, pero como hay tantas cosas a fin de año, al final no me preparé como quería, no recé como quería, no hice las cosas que quería.” La Navidad es justamente lo contrario, es un Jesús que viene a nosotros en el que Dios nos dice: yo soy el que tengo que hacer las cosas, quédate tranquilo, yo soy el que hago; esto no depende de vos, yo soy el que muevo los corazones, yo soy el que me hago presente, yo soy el que nazco en un humilde pesebre, quedate tranquilo. Esa es la alegría que nos trae Dios, que nos dice: hoy no tenés que hacer nada, descansá, reposá, recibí la gratuidad de ese Dios que se da gratuitamente, recibí la alegría de ese Dios que hoy viene a alegrar tu vida. A veces es lo que más nos cuesta porque hacer nos sale muy fácil, pero cuando tenemos que recibir del otro, muchas veces nos cuesta, nos pone incómodos. Hoy Dios es el que nos quiere poner incómodos, quiere que nos sintamos como que: ¿qué es lo que yo tengo que hacer? ¿Hoy? Nada. Contemplá este niño como hicieron los pastores.
Para terminar, saben que el Papa sacó una exhortación muy linda hace poquito; al final de ésta evoca la figura de María, y dice algo así: María es la única que puede hacer de una cueva de animales un hogar para su hijo. Es aquella que puede transformarlo todo, trayendo esa alegría, esa paz, a ese sitio. Y el Papa hace un paralelismo con nosotros, dice: María hace lo mismo con la Iglesia. De alguna manera dice que en nuestro zoológico, donde somos tan diferentes que a veces nos cuesta tanto que tenemos que separarnos un poco, también puede hacer una familia y una comunidad. Ella es la que nos puede reunir, ella es la que nos trae a Jesús para hacer algo diferente, para que descubramos que ese niño viene a cambiar las cosas, viene a traernos la salvación.
Vivamos hoy la alegría, en esta Navidad, de ese Dios amante del ser humano, que nos hermana, que nos abraza, que nos hace familia, que nos ayuda a vivir como comunidad y como hijos de Dios.

Lecturas:
*Is 9, 1-3.5-6
*Sal 95, 1-2a.2b-3.11-12.13
*Tito 2, 11-14

*Lc 2, 1-14

lunes, 23 de diciembre de 2013

Homilía: “¿Cuánto confío?” – IV domingo de Adviento


El año pasado salió una película francesa muy linda que se llama “Amigos Intocables”. En ella, Philip es un hombre muy rico que tuvo un accidente en parapente y queda tetrapléjico. A partir de eso, cambia su manera de vivir, cambia su vida; Philip se encierra en sí mismo, a partir de esto tan duro que le pasa. Y llega un momento en que tiene que contratar una persona que lo ayude para su vida, y entre los que entrevista se le presenta un hombre, Driss, totalmente distinto a él. Un hombre de los suburbios, que tiene antecedentes penales, que es muy frontal, muy directo, y lo termina contratando. Y él dice que lo contrata porque no le mostró ninguna condescendencia o compasión frente a lo que le pasaba. Él estaba cansado de que la gente se mostrara constantemente compasiva y condescendiente por lo que a él le había ocurrido. Y esta amistad que se termina generando, les va a cambiar la vida a los dos, les va a abrir un nuevo horizonte. Pero me voy a centrar en la figura de Philip, porque el encontrarse con Driss, este hombre más sencillo, más frontal, que le dice las cosas, lo va a invitar a salir de su  proyecto, de su estilo de vida, y a pensar si se quiere animar a algo distinto y nuevo. A pensar si la vida llegó hasta ahí en sus planes, o si puede intentar lanzarse a buscar aquello que verdaderamente lo haga feliz.
Pensaba esto en consonancia con lo que hablábamos la semana pasada -¿se acuerdan?- de que nosotros tenemos distintas expectativas en la vida; y que en general esas expectativas no se cumplen de la manera que uno espera o piensa. En este caso esto se produjo por un accidente, donde todo cambia. Pero que lo importante no era que las expectativas se cumplieran o no, sino la capacidad de adaptarnos a la nueva realidad, la capacidad de descubrir que esto es lo que hoy me toca. Porque en ese caso Philip se puede quedar con la nostalgia de cómo era su vida antes del accidente o descubrir que más allá del duelo y lo difícil de lo que pasó, hay una vida y una promesa todavía delante.
Creo que podemos encontrar una analogía entre lo que le pasa a Philip y lo que le pasa a José en este evangelio. José tiene pensada toda una vida con María, seguramente se ilusionó con la familia que iba a formar; hasta que María le dice que está embarazada y José no entiende nada de lo que está pasando, obviamente. Y el evangelio nos dice que como era un hombre justo (traducido sería: “como era un hombre bueno”), decide abandonarla en secreto para que María no tenga problemas. Es ahí donde se le aparece en sueños este ángel y le explica cuál es la promesa que Dios tiene delante. Es decir, José es un ejemplo claro de aquél que tiene que cambiar su proyecto de vida, las expectativas que tenía, aquello que él deseaba. Y la pregunta es si va a confiar en este proyecto de vida al que Dios lo invita; si se va animar a adaptarse a esto nuevo, y a creer en aquello a lo cual Dios ahora lo lanza.
Ahora, si uno mira con atención, esto sucede en las tres lecturas que acabamos de escuchar. En la primera lectura, Ajaz tiene un problema, que es que el Imperio Asirio ha crecido de una manera desbordante, entonces quiere cambiar lo que venía haciendo hasta ese momento. ¿Qué es lo que pasa? Frente a ese imperio que ha crecido, dice: bueno, tenemos que aliarnos con nuestros enemigos y hacer lo que ellos nos piden. Pero Isaías se le presenta y le dice: No, pará, tu confianza está puesta en Dios, vos tenés que confiar en Dios. Como Ajaz no cree, Isaías le dice, pide un signo y Dios te lo va a dar, para que confíes, para que creas. Y Ajaz le contesta con una frase muy piadosa, que puede parecer muy linda, que es “Yo no tentaré a mi Dios”, pero en el fondo le está diciendo, yo no voy a confiar en Él, yo ya elegí el camino. No se anima a confiar, más allá de la dificultad del problema, en aquél camino que Dios lo invita a transitar. Esto es interesante porque a veces en las frases más piadosas como esta, nosotros podemos esconder un no animarnos a ciertas cosas, no lanzarnos, no querer dar ciertos pasos. Me quedo en esta frase que parece muy linda, y en eso me escudo.
Por el contrario, en la segunda lectura, de la carta de los Romanos, Pablo comienza diciendo: “Yo, apóstol de Cristo, servidor de Dios”, y si uno mira la vida de Pablo, dice: en realidad no había nadie más lejano de ser eso. Era una persona que no creía en el cristianismo, que mató cristianos, que hizo tal cosa y tal otra. Pero en un momento Dios lo invita a que crea y que confíe en Él, cambiando totalmente su vida. Pablo va a creer, va a confiar, va a aceptar ese amor, esa misericordia y ese perdón de Dios en su vida, hasta constituirse apóstol. Va a descubrir que en Dios, adelante, si él cree en Él, hay una promesa mucho más grande. No se va a quedar atado al pasado, ni siquiera lo que fue su vida; ni siquiera lo que hizo mal. Pablo se va a lanzar hacia delante, descubre que la promesa de Dios siempre está adelante.
En José, como les dije recién, sucede lo mismo. Hay un cambio en su vida, y la pregunta es si va a confiar en ese cambio o no, si va a confiar en ese Dios que le muestra algo distinto.
Ahora, podríamos mirar que en casi todos los casos aparecen dudas y preguntas. En el caso de José, lo que a él le surge es: me voy a ir, abandono esto, voy para otro lado; en el caso de María, escuchamos hace un par de semanas, es: ¿cómo es posible esto?, ¿cómo puedo quedar yo embarazada? No tengas miedo, le dice el ángel. No es un problema que nos aparezcan dudas o preguntas, eso es intrínseco a nosotros. Frente a la nueva realidad, nos vamos a preguntar cosas, vamos a dudar, vamos a mirar hacia dónde queremos ir, pero la respuesta va a ser, más allá del camino que tomemos, si creemos y si confiamos en lo que Dios nos invita, si nos animamos a dar ese paso. Esa es la gran pregunta de esta Navidad.
Cuando uno mira la vida de San José o la vida de María, dos mil trece años después, parece muy fácil la respuesta. Pero seguramente fue muy difícil, fue agarrarse a algo pequeño y confiar. Hoy uno mira y dice: bueno, qué fácil, a María y a José se les apareció el ángel. No creo que haya sido fácil. Seguramente les aparecieron un montón de preguntas en el corazón, pero se animaron a poner su esperanza y su confianza en Dios; casi como lo que va a pasar en esta Navidad. Creer y confiar en un niño muy pequeño, vulnerable. A nosotros en general nos es fácil confiar en Dios cuando pensamos en un Dios todopoderoso, omnipotente, pero ¿somos capaces de pensar en un Dios pequeño, niño, humano, que se va gestando, que va creciendo? ¿Somos capaces de confiar en una promesa pequeña, que hoy no la vemos tan clara, en la que tenemos que dar un salto grande, en la que nos tenemos que jugar? Porque eso es la fe, eso es la confianza.
A ver, a veces nosotros medimos la fe por la cantidad de cosas que hacemos. Me voy a poner a mí como ejemplo. A ver, ¿cuánta fe tengo? Celebro misa todos los días, rezo todos los días, hago o intento hacer bastantes obras de caridad, ayudar al otro. Si sumo todo esto, digo: yo tengo bastante fe, porque hago todo esto. Ahora, no está mal eso, ojalá siempre lo podamos hacer; pero eso es una parte de la fe, es el primer inicio. Yo creo que la fe, o el mejor termómetro para la fe es ¿cuánto confío? La capacidad que yo tenga de confiar y de soltar las cosas es cuánto estoy creyendo. Mientras yo tenga todas las cosas agarraditas, todavía no me animé a dar este paso que se le pide a San José, que se le pide a María, que se le pide a Ajaz. Está bien, muy lindo Dios, es mi Dios, pero el camino lo decido yo. No me suelto a Dios, no me animo.
Creo que a las puertas de la Navidad, podríamos pensar en qué yo quiero tener las cosas controladas, y me cuesta confiar, en qué no me abandono en Dios. Ahí vamos a descubrirnos en el mismo lugar que María, en el mismo lugar que José, y en esa disyuntiva de ver si me arriesgo, si me juego, si elijo ese camino de la fe que es soltarlo todo y ponerlo en manos de Dios.
Si quieren, el último ejemplo de lo que es la fe es Jesús en Getsemaní, se abandona en Dios. Padre, yo esto no lo quiero, pero si vos me lo pedís, lo hago. Creo y confío en Dios. Va a tener que dar la vida.
Bueno, a nosotros también hoy, en distintas cosas de nuestra vida, se nos pedirá que creamos, que confiemos, arriesgando la vida, jugándola, dando un paso.
Pidámosle a José, hombre justo que se animó a poner su fe y su confianza en Dios, que él también nos muestre el camino.
Lecturas:
*Is 7,10-14
*Sal 23,1-2.3-4ab.5-6
*Rom 1,1-7

*Mt 1,18-24

lunes, 16 de diciembre de 2013

Homilía: “¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” – III domingo de Adviento


En la película “Votos de Amor”, Paige y Leo están casados, y Paige sufre un accidente de auto, en el que ella pierde la memoria y retrocede a su etapa de la universidad. No se acuerda del noviazgo con Leo, no se acuerda de que sea su marido, no puede entender cómo salió con él y cómo llegó a casarse. Esto genera en Leo una crisis muy grande, porque ya no es la mujer con la que él estaba casado, no es la mujer en la que él tenía puestas un montón de expectativas de cómo ir caminando. Entran en crisis muchas cosas; no sólo ese amor que tiene por esa mujer, si quiere o no reafirmarlo y reelegirlo, sino también lo que piensa él del matrimonio, de lo que es un amor para toda la vida, de las expectativas que tenía puestas en todo el camino. A partir de esa nueva realidad que los supera, tiene que rearmar todo su matrimonio y elegir si quiere seguir con esta mujer o no.
Esto que se da tan abruptamente en la película, a causa del accidente, sucede varias veces en nuestra vida, en todo lo que vamos viviendo. En general, una persona normal (si es que vale esa palabra), pone un montón de expectativas en las cosas que empieza. Desde las cosas más simples como puede ser un colegio, una facultad, una amistad, un noviazgo, un matrimonio, una relación padre-hijo; siempre tenemos expectativas. Y la mayoría de las veces llega un momento en que esas expectativas no se cumplen, las cosas no se dan de la manera y de la forma que uno piensa. La pregunta es, ¿qué respuesta doy frente a eso?
Para ser un poco más claro voy a poner un ejemplo bastante simple de mi parroquia anterior. Estábamos en época de confirmaciones, y se me acercan unos papás con su hija, con motivo del padrino que la hija había elegido. Cuando me pongo a hablar con ellos, el problema era que ellos siempre habían pensado que el padrino o la madrina de confirmación iba a salir de su círculo íntimo, de los familiares y los más cercanos. Y, como sucede muchas veces, esta chica había elegido a alguien que había conocido, alguien que no era cercano a la familia, y no querían saber nada. Fue una reunión un poco complicada. Pero, ¿cuál es el problema acá? ¿El problema son las expectativas que los papás habían puesto? No. El problema es que no se pudieron ajustar a la nueva realidad. Cuando ella eligió algo distinto de lo que ellos esperaban, aún algo bastante simple, ellos no se pudieron acomodar.
Esto nos pasa numerosas veces. Uno pone las expectativas en una amistad, como hablábamos la vez pasada, y de pronto nuestro amigo no hace lo que yo quiero que haga. Uno pone un montón de expectativas en un novio, en una novia, hasta que no actúa de la manera que uno quiere, no dice lo que uno quiere, no me presta la atención que espero, y me enojo. Lo mismo pasa con un hijo, con un padre, cuando entra en crisis esa imagen que los hijos tienen de los padres; se empiezan a generar crisis, ruido, conflictos.
Como les decía antes, el problema no es la expectativa. Yo tengo que tener expectativas, porque la expectativa habla de una vida en plenitud. Yo quiero una vida en plenitud, y eso me genera que yo tenga expectativas. El problema es cuando eso no condice, y yo me angustio mucho, me siento frustrado, y no me puedo adaptar a la nueva realidad. Podemos decir que esa crisis es casi inexorable, pero tendría que aprender, en mayor o menor medida, a vivirla con naturalidad, a descubrir que no siempre el otro va a devolver mis expectativas, y cómo puedo vivir eso.
Esto mismo sucede en el evangelio. Juan Bautista está por dar la vida, está por morir por aquello que cree, que es anunciar el Mesías. Y cuando está por morir, Juan entra en duda frente a quién es Jesús. La pregunta de Juan es, ¿qué está pasando acá? Y ¿por qué le sucede esto a Juan? Porque él tiene unas expectativas puestas en quién era el Mesías y en cómo debía ser Él, y Jesús no las reúne completamente; no es de la forma que él pensaba.
Ahora, esta frase a veces tendemos a leerla negativamente. “¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” Pero, la frase es abierta. La pregunta de Juan es: ¿sigo manteniendo la esperanza en esta persona, o no es lo que yo creo? Juan está abierto a ajustarse a esa nueva realidad. Podríamos decir que ese camino que tenemos que hacer, ese camino de ajustarnos con la realidad es lo que Juan está viviendo. Tal vez este espíritu que Juan tiene es el que tendríamos que tener siempre nosotros, abrirnos a esa posibilidad de lo que está pasando.
Esto creo que trae muchas consecuencias en nuestra vida. Porque nuestra vida de fe en general entra en crisis, entra en crisis nuestra imagen de Dios, entra en crisis nuestra imagen de Iglesia, nuestra imagen de comunidad, de lo que pensamos de los curas, de lo que fuese. Y siempre nos surge en ese momento, ¿cómo puedo preguntarme cosas?, ¿cómo puedo entrar en crisis?, ¿cómo puedo dudar de Dios? Bueno, miren lo que le pasó a Juan. Dudó Juan. Juan se lo pregunta, porque por este camino pasamos todos. Salvo que nos hagamos algún tipo de construcción artificial, en algún momento yo voy a tener que cotejarme con este Dios que me pide cosas distintas de las que yo esperaba y creía; este Dios que me lleva por caminos nuevos. Tendré que ajustarme a esa nueva realidad.
Esto mismo que pasa en nuestras vidas. Creo que frente a esas expectativas, lo primero que tenemos que descubrir es, ¿qué es lo que yo esperaba del otro? ¿Yo esperaba que el otro actúe como yo quiero? ¿El problema es que el otro actuó mal o que actuó distinto de lo que yo esperaba y que yo no sé ponerme en el lugar del otro? Porque en general nos pasa eso. Las cosas son opinables, pero yo quiero que el otro sea como yo. Y, bueno, yo no encontrado alguien como yo, por suerte, todavía. Tenemos que abrir el corazón a cosas nuevas. Y a veces también a cosas más difíciles, como es desilusionarme, darme cuenta de que el otro no es tan perfecto como yo creía, no es tan bueno como yo creía, que a veces se equivoca como yo me equivoco, que a veces hace las cosas mal como yo hago las cosas mal, y también eso es parte de la realidad. También debo acoger eso en el corazón, y aprender a descubrir que el otro también tiene esa parte en su vida.
Nos pasa también como Iglesia. El pedido de perdón que hoy hacemos tiene que ver con eso. Tiene que ver con que muchas veces ponemos expectativas en los curas, que también cometemos errores, a veces graves, como los hacen también otras personas. Ahora, el camino de la sanación siempre es el camino de la verdad, y el camino de la transparencia. Lo que nosotros queremos hacer hoy es poner un gesto de esa verdad y de esa transparencia, diciendo que esto no es lo que queremos vivir; y también descubrir en esto que todos nos tenemos que cuidar. Que nosotros nos tenemos que cuidar en este caso, que ustedes también nos tienen que cuidar a nosotros, que no somos superhombres, que no las sabemos todas, que a veces nos vamos a equivocar, que a veces vamos a hacer las cosas muy mal, como pasa acá; y que por eso tenemos que caminar juntos. Tal vez como dice el Papa, a veces toca adelante, a veces toca en el medio, a veces toca atrás, a veces nos toca aprender a todos. A veces les tocará a ustedes también corregirnos a nosotros. ¿Para qué? Para hacer de nuestra comunidad, también, un lugar más sano.
Creo que el camino es aprender a descubrir cómo Jesús me invita a sanar esto hoy. A veces serán mis expectativas, a veces será lo que hice mal, a veces los dos tendremos que buscar los caminos, a veces todos en una comunidad. Pero el camino de Jesús siempre es eso. Esa es la invitación, dando testimonio. Fíjense, Jesús no le dice ni que sí, ni que no, no se lo responde. La respuesta la tiene que encontrar Juan. Jesús le dice lo que está pasando, lo que él habla, y lo que Él está haciendo; los milagros, las curaciones con aquellos que están pasando un sufrimiento; la Buena Noticia que es anunciada a los pobres. Y esto último va a ser un problema. Que Jesús venga para los pobres es un problema. No son las expectativas que la gente tenía. Esperaba otra cosa y se tiene que acomodar a eso.
Nosotros también muchas veces tenemos que abrir nuestra mirada a lo que Jesús nos trae, a vivir de otra manera, a entenderlo de otra manera, a descubrir ese Jesús que viene a nosotros de una manera distinta, nueva; que nos pide algo distintos, nuevo; que a veces nos pide opciones que son difíciles; y que eso es lo que tenemos que aprender a cotejar para descubrir verdaderamente a ese Jesús y no a las expectativas que tenemos puestas en Jesús.
Hoy estamos caminando cerca de la Navidad; y la Navidad es algo que nace. Lo que nace es algo nuevo, es una vida. Creo que hoy como comunidad diocesana en especial, pero como Iglesia también, Jesús nos llama a vivir de una manera nueva; a tener una esperanza nueva; a caminar de una manera nueva; a descubrir los caminos para que nuestra comunidad, con palabras y con gestos, refleje más la imagen de Jesús.
Pidámosle a Juan, aquel que terminó dando la vida descubriendo a este Jesús, que también nosotros podamos vivirlo hoy.

Lecturas:
*Is 35,1-6a.10
*Sal 145,7.8-9a.9bc-10
*St 5,7-10

*Mt 11,2-11

lunes, 9 de diciembre de 2013

Homilía: “El amor siempre se abre a una promesa más grande” – Inmaculada Concepción de María


En la película “Diario de una Pasión”, Noah y Allie se conocen en el verano de 1940, en Seabrook. Ella, que es de una familia muy bien acomodada económicamente, va a pasar el verano ahí; y él es un obrero bastante sencillo y pobre. Pero nace entre ellos una fuerte atracción, una relación amorosa, podríamos decir, y comienzan a frecuentarse. Esto trae muchos problemas. En primer lugar por la diferencia social tan fuerte que había entre ambos, y los inconvenientes que esto traía, sobre todo por la familia de ella que se oponía; segundo por el carácter que ambos tenían, que era un poco complicado. Más allá de eso, van creciendo, de a etapas, en ese amor. En uno de esos momentos en que están juntos, ella lo mira a él a los ojos y le pregunta si cree que el amor de ellos puede obrar milagros. Noah le responde: “Oh, sí, lo creo. Por eso siempre vuelves a mi lado.” Allie vuelve a preguntar, “¿Crees que nuestro amor nos sacará de aquí juntos?”, y él responde, “creo que nuestro amor puede hacer aquello que nos propongamos.”
Creo que esta última frase que él utiliza, es justamente a lo que va esencialmente el amor, a derribar las barreras. En general cuando uno ama o se siente amado es cuando se siente más libre; el amor es fruto de la libertad. El amor verdadero nace de un corazón que es libre, que puede elegir. El esclavo es aquel a quien le coartan la libertad, es el que no puede amar, el que no puede elegir qué es lo que quiere, pero el amor es el que cada vez nos hace más libres, por eso es el que nos da alas, nos deja ir hacia donde queremos. Por eso hacemos un montón de cosas, a veces aunque algunos no lo comprendan, o no les guste la persona con la que uno sale, porque ese amor es mucho más fuerte que aquellos inconvenientes que uno va teniendo. El amor es ese que nos permite crecer en la confianza.
Podríamos tomar tal vez dos imágenes básicas de ese amor, que muchas veces entra por la mirada. Tal vez el ejemplo de una madre con su niño recién nacido, se miran, y basta con encontrarse en esa mirada. En esa mirada el niño se siente amado, protegido, y esa desnudez del niño es esa desnudez del corazón, de estar con aquella persona amada. O una pareja, que se quiere, que se ama; basta con mirarse y que su mirada se encuentre. Tantas veces le pedimos al otro: “Mirame cuando me hablás. Mirame a los ojos.” Uno quiere encontrarse. El encuentro verdadero no es sólo a través de la palabra sino cuando yo pongo todo en función del otro; en especial esos ojos, que me miran, que me conocen, que me aman.
Ahora, esto que a veces parece tan simple sobre todo cuando uno es niño, los vaivenes de la vida nos lo complican. Cuando uno es chiquito se siente querido y amado y es capaz de abrir totalmente el corazón. Pero después a lo largo de la vida nos cuesta mucho más. Abrirnos al otro nos cuesta; a veces porque no nos sentimos del todo amados, a veces porque el otro no nos ama verdaderamente, a veces por nuestros miedos. Y vamos viendo qué parte nuestra mostramos al otro. Esto es muy propio de los jóvenes, pero no sólo de esa edad. Nos preguntamos, ¿qué es lo que yo tengo que decir acá? Porque si estuviera en otro lado digo otra cosa. Acá me muestro de una manera, y digo ciertas cosas porque hasta acá puedo llegar; o dejo de decir ciertas cosas, de mostrar cierta parte de mi vida, por miedo a lo que el otro pueda pensar. En el fondo, no me siento totalmente amado, porque no puedo abrirme. Lo mismo con lo que hago; acá hago ciertas cosas, en otro lugar hago otras, y me muestro de maneras diferentes. ¿Por qué? Porque no me siento verdaderamente amado. Y es ahí donde yo creo que tendríamos que entender, como hace un tiempito decíamos, qué es lo que significan las palabras. Porque se supone que una amistad debería ser un lugar donde yo puedo ser como soy, yo puedo hablar como soy. Eso en la teoría es muy lindo, pero muchas veces no tenemos esa libertad para mostrarnos como somos; en un noviazgo, en un matrimonio, en una relación padre-hijo. Más allá de las etapas psicológicas, en las que uno necesita ciertas distancias; cuando hay cosas que no podemos decir, la pregunta es ¿qué es lo que está pasando acá? Sin juzgar ninguno de los dos polos, preguntarse cuál es el amor que no me deja ser libre.
Yo creo que si hay alguien que a lo largo de su vida y de su historia se sintió amado por una mirada fue María. Se sintió tan llena de esa mirada amorosa de Dios es su corazón, que a lo largo de su vida quiso transmitirla a los demás. Recibió tanto amor en su corazón que dijo: este amor tengo que llevarlo a los demás. Y fíjense de qué manera lo ha llevado que nuestros pueblos latinoamericanos son tan marianos, que a veces casi que ponen a María por encima de Jesús. La imagen de María es muy fuerte, porque irradia, porque transmite, porque casi como un espejo, devuelve el amor de Dios hacia nosotros. Pero ese amor que María recibe parte en primer lugar de ese amor especial que Dios le tuvo.
Hoy estamos celebrando la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Ese fue un regalo que Dios quiso hacerle a aquella que iba a ser la madre de su hijo. Hay un autor que dice que el único que pudo elegir a su mamá fue Jesús, y que entre ellas eligió a la mejor de todas. Pero creo que esa elección que Dios hizo de María, ese regalo de la inmaculada concepción, es lo que ella después fue reafirmando durante todos los momentos de su vida.
A veces a nosotros las cosas nos entran como por vía negativa. Eso tiene un problema, porque se hace más difícil. Por ejemplo, a veces decimos: “no mintamos”. Eso es mucho más difícil de aprender que decir: “digamos la verdad”. Porque el que da la fuerza es el valor; eso es lo que nos ayuda a crecer. Cuando queremos educar desde lo negativo, es un camino mucho más largo, porque no tenemos en cuenta cuál es el valor que hay detrás, porque no es tan explícito, porque no se muestra. Bueno, en esto, salvando las distancias, pasa lo mismo. A veces ponemos la fuerza en que María fue preservada del pecado original; hay una frase tradicional que dice: “Ave María Purísima, sin pecado concebida.” Ese es un muy lindo regalo que Dios le hizo a María, no a nosotros. Cuando nosotros ponemos la fuerza en vivir eso, es imposible, porque ya nacimos con el pecado original. Rompanse la cabeza pero no hay forma de vivir eso. Lo que sí hay forma de vivir, es lo que María hizo después, porque nosotros en el Bautismo somos sanados de ese pecado original. María es la llena de gracia, en ella se hizo esa preservación, pero ella lo tiene que elegir también, y a nosotros se nos invita a lo mismo. Tenemos que acoger en el corazón, aceptar, esa gracia de Dios; decirle que sí continuamente y en todo momento; animarnos a ir haciendo ese camino.
Esa herida es la que se muestra en la primera lectura, y por eso Adán y Eva se esconden porque tienen miedo, por eso se sienten desnudos; esa desnudez del cuerpo es mucho menos profunda que la desnudez del corazón, de empezar a dudar de ese amor de Dios. Esa duda que nosotros también tenemos a lo largo del camino. Pero lo lindo sería que lo vayamos reeligiendo y animándonos a aceptarlo en cada momento.
Vamos a poner un ejemplo de cómo uno tiene que ir haciendo camino. En el evangelio de hoy, a María, que se la preservó de este pecado, se le pide que dé un paso más, que sea la madre de Jesús. Ahora, esto no es fácil para María; primero se asusta frente a esa novedad, frente a ese Ángel que se le hace presente. En segundo lugar le dice: ¿cómo puede ser posible esto? Yo no tuve relaciones. Pero va a tener que acoger eso en su corazón y decir: yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí esto. Y no pasa solamente acá que María va a tener que dar un paso en este amor. Va a pasar a lo largo de la vida de Jesús, cuando su hijo está muriendo en la cruz, y tiene que aceptar que Dios está entregando a su hijo, que Dios deja que su hijo muera; tiene que repreguntarse, integrar en el amor el sufrimiento, lo que no entiende, lo que está pasando ahí.
El amor no se acaba en un momento, el amor siempre se abre a una promesa más grande; por eso tenemos que volver a reencontrarnos en esa mirada, y volver a profundizar en el amor, porque a veces las palabras se las lleva el viento. A veces nosotros no nos damos cuenta de lo que prometemos y decimos; es imposible que en ese momento nos demos cuenta. Lo que hacemos en general es abrir puertas a una promesa que es mucho más difícil. Por ejemplo, cuando uno dice: vamos a ser amigos para toda la vida, voy a ser tu amigo pase lo que pase. Tiene una carga muy fuerte, ¿alguien sabe lo que está diciendo con eso? Después a la primera de cambio dice: chau, no sos más mi amigo, se acabó. ¿Por qué? Porque uno tiene que integrar un montón de cosas en el amor. Para que esa amistad perdure, yo tengo que lograr que aun aquello que me cuesta, yo lo pueda perdonar, lo pueda soportar. Otro ejemplo podrían ser las parejas cuando se casan, y dicen: prometo serte fiel, en la salud, en el sufrimiento, en la enfermedad. Es lindísimo, pero uno piensa adentro: no tienen ni idea de lo que están diciendo. Tal vez algún matrimonio lo puede explicar, ¿tenían idea de lo que estaban diciendo ese día? ¿Tenían idea de lo que eso significaba? Alguna vez una pareja me contó que el sacerdote les preguntaba: “Bueno, y si él se queda cuadripléjico, ¿te vas a quedar con él? No es eso lo que uno tiene que hacer, sino que hay que reafirmarlo en cada momento de la vida.
Como dice Pablo, aprender que el amor no es solamente el servicio, las ganas, lo lindo; sino el perdonar, el soportar, el integrarnos, el reencontrarnos cuando estamos lejos. Uno tiene que volver a hacer carne esas palabras. A ver, lo mismo digo para nosotros, los sacerdotes; cuando nos ordenamos decimos al obispo, “prometo respeto y obediencia a ti y a tus sucesores”, y después nos peleamos a los dos minutos acá enfrente; y cuando nos pide algo nos cuesta, y a veces no queremos. ¿Por qué? Porque una cosa es decirlo, otra cosa es encarnarlo. El problema no es lo que estamos diciendo, el problema es que recién empieza ahí; a partir de ahí hay que hacer un camino en el que la entrega va a ser mucho más grande. La entrega empezó el día en que uno se casó, el día que uno se hizo amigo, el día que uno se hizo sacerdote; ahí recién uno abre el camino. Después cada vez la entrega va a tener que ser más grande; si no estoy dispuesto a eso, esa historia en algún momento se va a acabar. No sé cuándo, pero en algún momento se va a acabar, porque el amor siempre se abre a algo mucho más grande. Como les decía, la vida de María es continuamente entregar algo más. Yo creo que para María fue mucho más fácil aceptar que Jesús naciera en ella, que aceptar que Jesús muriera en la cruz. Pero lo tuvo que aceptar por amor a lo que Dios le pedía.
A lo largo de la vida nosotros también vamos a tener que ir entregándonos cada vez más, aprender a integrar en un amor todo aquello que Dios nos va suscitando. Ese es el ejemplo de María, que en el amor siempre se nace de nuevo, que en el amor siempre nace algo nuevo.
Pidámosle entonces en este tiempo de Adviento a María, aquella que llevó en su seno a Jesús, que nos ayude a crecer en el camino del amor y de la entrega.

Lecturas:
*Gén 3,9-15.20
*Sal 97,1.2-3ab.3c-4
*Ef 1,3-6.11-12

*Lc 1,26-38

lunes, 2 de diciembre de 2013

Homilía: “La Navidad es poner la mirada en un niño para poner la mirada en mi hermano” – I domingo de Adviento


En la excelente película, “El Lado Luminoso de la Vida”, Patricio tiene un trastorno bipolar. Después de ocho meses sale de un instituto de rehabilitación mental y vuelve a casa con sus padres, que deciden hacerse cargo de él. Patricio quiere retomar su vida y arreglarse con su mujer, Nicky, pero ella obviamente no quiere saber nada. Mientras transcurre la película, va a la casa de uno de sus amigos, y conoce allí a la cuñada de este amigo suyo, Tiffany, que también tiene algunos trastornos mentales; es más, se cargan contando los colores de las pastillas que toman, y algunas cosas más. Así es que llegan a un acuerdo, en el cual ella lo iba a ayudar a acercarse a su mujer, acercándole unas cartas, y él la iba a ayudar a participar en un concurso de baile al que quería ir. Entonces empiezan a trabajar juntos, y él va conociéndola mucho más a ella, y ella también le empieza a contar sus cosas. Hasta que en un momento, están tomando algo en un bar, y él, sin darse cuenta de que ella está enfrente, empieza a hablar mal de ella. A decirle todas las cosas que ve en ella. Ella se enoja, y también le dice: “El problema es que vos tenés miedo a estar vivo; tenés miedo a vivir. Eres un conformista, eres un hipócrita. Me abrí frente a vos, y me juzgaste.” Finalmente le dice, “Eres un imbécil.”, y enojada, se va. Tiffany le fue contando su vida, contándole lo que le pasaba, y él en vez de ser empático con ella, empieza a echarle en cara los defectos, los problemas, lo que ella va padeciendo día a día.
Esta mirada que observamos en la película, crítica, a veces prejuiciosa, exigente, a veces nosotros también la tenemos frente a los demás, frente a nosotros, muchas veces también frente a Dios. Y así estamos siempre muy exigidos, siempre esperando a ver en qué se equivoca el otro, como para poder como mínimo cargarlo, y también juzgarlo, decirle las cosas. Pero no somos tan presurosos para ver la verdad que hay en el  otro, para descubrir lo bueno que el otro tiene. Es por eso que, para poder vivir esto, tenemos que cambiar la forma de mirar, tenemos que empezar a mirar de una manera totalmente distinta a la que estamos acostumbrados. Y esto es lo que Jesús viene a traer en este tiempo de Adviento. ¿Qué es? Un cambio de mirada. Eso es lo único; eso es todo lo que nos pide. ¿Por qué un cambio de mirada? Porque nosotros le damos importancia a la Navidad porque tenemos una ventaja bastante grande: tenemos la Pascua. Si nosotros no tuviéramos la Pascua, no tendríamos ni idea de quién es Jesús, no nos hubiera importado quién es Jesús, no nos hubiéramos dado cuenta de que ese niño que nació en un pesebre era Dios. Porque no es la manera en que miramos.
Estamos acostumbrados a buscar en cosas grandes, extraordinarias, a mirar personas increíbles que resaltan por todos lados. No nos gusta mirar la fragilidad, no nos gusta mirar lo vulnerable, lo pequeño, la propia humanidad que nosotros tenemos. Cuesta mucho. Sin embargo, ese fue el camino que Dios eligió para acercarse a nosotros. Tal es así que Jesús, el hijo de Dios, va a nacer en un pesebre perdido en Belén, en el que a casi nadie le va a importar que nazca salvo a unos pobres pastores que se van a acercar, unos reyes magos que van a venir de Oriente, y a todos los demás les va a pasar totalmente desapercibido. No sólo en ese momento, sino también durante años; les va a pasar desapercibido, que Dios está ahí, que Dios se hizo presente en un hombre como nosotros, frágil, pequeño, vulnerable.
Uno podría decir: “bueno, después se dieron cuenta.” Sí, cuando empezó a hacer milagros se dieron cuenta. Mientras tanto, ¿dónde estaba Dios? Y cuando dejó de hacer milagros, por ejemplo cuando está en la cruz y no se quiere bajar, la pregunta es ¿dónde está Dios? Porque nos cuesta descubrir esa bondad de Dios en algo tan pequeño, en algo tan frágil. Sin embargo, es el camino que Él eligió para que nosotros lo reconociéramos, es el camino que hoy también, en este tiempo de Adviento, nos pide que hagamos para descubrir su presencia en el otro.
El problema es que para eso tengo que cambiar, como decía antes, la manera de mirar a los demás y la manera de mirarme a mí; ¿me quiero?, ¿me amo?, ¿me valoro?, ¿veo lo bueno que tengo, lo bueno que Dios me dio? O ¿soy muy crítico, muy exigente conmigo, nunca estoy conforme? Con los demás, ¿los juzgo?, ¿veo las cosas malas?, ¿sé valorar lo bueno?, ¿sé agradecerle a Dios lo bueno que puso en el otro?, ¿me sé encontrar con el otro? Porque es la única manera de crecer, creo que por algo Jesús eligió ese camino. Dios podría haber elegido mil caminos. Eligió el camino del hombre, podría haber elegido el de la mujer, es exactamente lo mismo. ¿Por qué? Porque dijo: aprendan a descubrir la bondad que hay en el hombre, en la mujer. Sin embargo, a muchos de nosotros eso nos cuesta mucho. Y el mundo de hoy, tiende a que cada vez nos cueste más. Porque para eso tenemos que mirar de una manera distinta y nueva.
En las lecturas de hoy también se nos pide esto. En la primera lectura, Isaías dice: miren a Jerusalen, va a iluminar tanto que todos van a querer ir hacia ahí, todos los pueblos se van a querer dirigir hacia esa ciudad. El problema es que no es que va a iluminar porque van a poner una torre de Neón gigante para que todos la vean. El problema es que hay que descubrir la luz ahí presente. Lo dice Pablo en la segunda lectura: despierten. No es: “despiértense, vagos, salgan de la cama”; es: despiértense, ¿no se dan cuenta de lo que está pasando?, ¿no se dan cuenta de que Dios está acá, que Jesús se hizo presente, que tenemos que vivir de una manera distinta? Pero para eso también tenemos que mirar de una manera nueva. La palabra es muy clara; “despertar”, es abrir los ojos, mirar de una manera diferente; pareciera que somos ciegos, diría Pablo. Lo mismo dice Jesús en el evangelio: “estén vigilantes, estén prevenidos, no saben a qué hora va a llegar”. El que está vigilante está atento, está mirando, quiere saber lo que pasa. Si no le va a pasar desapercibido, como pasó frente a Noé. Nadie se daba cuenta, y eso nos invita entonces a mirar de una manera distinta, a mirar de la manera que mira Dios.
A ver, si uno mira la vida de Jesús, y saca (con todo respeto), esos fuegos artificiales que fueron los milagros, para que todos lo vieran, Jesús hace eso: mira la bondad de los corazones. Por eso busca la oveja perdida, por eso perdona a la prostituta, por eso va y busca al publicano, por eso le da “chance” a todos los hombres y mujeres. Y cuando todos le dicen, “ese está perdido, no sirve para nada”, Jesús contesta: ¿cómo que no sirve? Obvio, tiene una ventaja, Él nos creó ¿no? En él fuimos creados nosotros, y como nos creó sabe lo bueno que hay. Por eso el Adviento nos grita, ¡miren lo bueno que hay en ustedes!, ¡miren lo bueno que hay en sus hermanos, y aprendan a vivir de una manera diferente! No nos exige nada, o tal vez nos exige mucho, que es que cambiemos la manera de mirarnos, una manera que es casi contracultural.
Para poner un ejemplo, esta semana tuvimos la gracia de tener un encuentro Judeo-cristiano, en el que veinte jóvenes, casi todos de nuestra comunidad, fuimos a encontrarnos con veinte jóvenes de la comunidad judía. Fuimos a la sede Macabi, los chicos estuvieron jugando, después comimos comida kosher, y más tarde estuvieron contándose los ritos que hacían; entonces pasaban y hacían la primera comunión, hacían el bar mitzvah, el pesaj, y las explicaban para que todos entendiésemos. Y ayer a la tarde fuimos a una escuelita en el bajo Boulogne, y preparamos las paredes para pintar. Lo hicimos en conjunto, y ellos se la pasaban charlando, contándose cosas, y decían que les faltaban horas para poder terminar de comprender, entender, lo que el otro vivía. Y cuando les preguntaba a los chicos qué les había parecido el encuentro, una frase que me dijeron fue: “son jóvenes como nosotros.” Y uno diría: “chocolate por la noticia”, ¿no? Pero, hay mucho detrás se esa frase que parece muy simple. Es descubrir en el otro todo lo bueno que tiene, igual que lo tenemos nosotros. Es descubrir que son jóvenes, que son adultos, como nosotros; que son personas como nosotros.
Y esto lo podemos aplicar a cualquier persona que Dios pone a nuestro lado. Pero nos cuesta un montón ver esto; esto que parece tan simple dicho en una frase, es dificilísimo en el día a día. El descubrir que el otro es una mamá, un padre, un sacerdote, un amigo, un joven; como lo somos nosotros, nos cuesta un montón. Somos muy críticos con los demás. Vivimos en un mundo que nos invita a eso, que nos lleva a ser cada día más críticos, más irónicos, más quejosos, más pesimistas. Un mundo que nos llama a crear cada día más divisiones, poniendo más paredes, alejándonos más de los demás, desconfiando más de los demás, y que lo fue haciendo durante toda la historia. Yo creo que Jesús quiere que celebremos la Navidad para que eso lo sacudamos y digamos, “quiero un camino diferente”, “quiero algo que tienda puentes”, “quiero algo que me ayude a encontrarme con el otro”. La Navidad es poner la mirada en un niño para poner la mirada en mi hermano, para descubrir que hay un Jesús que viene. Esa es la esperanza que Jesús trae en la Navidad; el descubrir que hay algo nuevo que está naciendo. Pero no sólo algo nuevo que nació hace 2013 años, o algo nuevo que va a nacer en la Parusía cuando Jesús venga. Algo nuevo que puede nacer hoy, y cómo puede nacer hoy si aprendo a mirarme y a mirar a los demás con una mirada mucho más bondadosa, con una mirada mucho más de paz, alegre, distinta. Este es el regalo de Jesús para nosotros.
Pidámosle a Jesús, en este tiempo de Adviento, que de alguna manera nos regale sus ojos, para poder mirarnos a nosotros, para poder mirar a los demás, para caminar con nuevos motivos de esperanza.

Lecturas:
*Is 2,1-5
*Sal 121
*Rom 13,11-14

*Mt 24,37-44