Hay una película que se llama Hancock, que es una ironización sobre un superhéroe. El
protagonista es un hombre que tiene súper poderes pero hace todo bastante mal.
Cada vez que tiene que ayudar a alguien hace más destrozos que el bien que
hace, entonces por ejemplo: tiene que salvar a alguien que está por atropellar
el tren, y frena al tren de golpe entonces lo descarrila totalmente. Así con un
montón de cosas en las que tiene que ayudar. Al mismo tiempo, hay otro
personaje, un hombre normal como cualquiera de nosotros, Ray Embrey, que busca
lo mejor para el mundo, y ha puesto una fundación, llamada Todo Corazón, que busca que las grandes empresas hagan una ayuda humanitaria.
Ray le dice a las empresas que para tener el logo de la fundación en sus
productos, tienen que dar el 2% de sus ganancias. Obviamente, las empresas se
ríen de él y lo dejan seguir de largo. Hasta que estos dos personajes se
encuentran, y Ray trata de ayudarlo a Hancock para que cambie un poco de vida,
a que utilice todos los dones que Dios le ha dado para el bien, para ayudar y
para que la gente en vez de estar enojada con él, porque se emborrachaba y
otras cosas que hacía, lo quiera. Pero no lo logra. Y su mujer, en un momento
hablando con él, le dice: “Vos siempre
ves las cosas buenas de las personas”.
Tomando esa frase, creo que es un tipo de mirada
que muchas veces nos cuesta tener. Porque en general, a la mayoría de nosotros,
cuando miramos a la gente, nos sale o la indiferencia o el prejuicio. Lo
miramos y ya estamos pensando qué nos va a hacer, qué va a pasar. No sólo nos
pasa con la gente alejada, sino también con gente que es cercana a nosotros, nos
preguntamos qué es lo que está buscando, qué es lo que pasa. A parte, vemos las
cosas negativas, los límites, la propia miseria que cada uno de nosotros
tenemos. Creo que nos es mucho más trabajoso, desde el propio corazón, aprender
a descubrir las cosas buenas que cada uno de los que Dios pone a nuestro lado
tiene. Es todo un trabajo. Es todo un camino que en la vida tenemos que hacer
para aprender a mirar de una manera nueva. En el fondo, para aprender a mirar como
Dios mira, como Jesús mira.
En el evangelio, la gran pregunta que se hacen las
personas más religiosas es ¿por qué Jesús se acercaba y estaba con cierta clase
de personas que el resto de la sociedad no estaba? En este caso, pecadores,
publicanos, prostitutas, personas de mala fama. Creo que la razón es porque en
primer lugar, Jesús miraba lo bueno de
esas personas. Jesús aprendía a trascender lo que nosotros muchas veces no
podemos, nos quedamos con la primera impresión. Creo que incluso podríamos dar
un paso más; no miraba lo bueno que esas personas tenían, sino lo bueno que esas
personas eran, porque cada una de esas personas eran su propia creación, eran
creación de Dios.
Si nosotros creemos que fuimos creados a imagen y
semejanza de Dios, lo primero que tenemos que descubrir es que todos tenemos esa bondad que Dios puso en
nuestro corazón, esa bondad que es mucho más profunda de que algo bueno o malo
podamos hacer en la vida. Como Dios mira eso, como Jesús se encuentra con
eso, hace un camino totalmente distinto al nuestro. No sólo eso sino que nos
invita a nosotros a hacer ese camino, a aprender a mirar de una manera
diferente. Esto es lo que sucede en este evangelio que acabamos de escuchar,
que seguramente todos ustedes tanto conocen. Jesús está comiendo con los
publicanos y con los pecadores, y la queja de los fariseos y de los escribas
es, ¿por qué comes con ellos? La respuesta más corta de Jesús hubiera sido, ¿por
qué no se sientan ustedes a comer acá? Pero para que reflexionen, lo que hace
es contar una parábola que creo que va al corazón de lo que es el evangelio.
Ustedes saben que, como muchas veces hemos
hablado, los evangelios fueron escritos por las comunidades cristianas, por la
segunda generación de cristianos. Y en un momento, hace pocos siglos en la
historia de la Iglesia, los teólogos se pusieron a discutir qué cosas serían
exactamente lo que Jesús dijo, porque había pasado un tiempo. Creo que uno de
los textos que es totalmente fiel a Jesús es este. ¿Por qué? Porque creo que a
ninguno de nosotros se nos hubiese ocurrido escribir algo así porque no es la
forma con la que reaccionamos frente a los demás, no es la manera en la que nos
vinculamos. En general tendemos más a premio, castigo. Si hago las cosas bien
me tienen que beneficiar, si hago las cosas mal, me tienen que castigar.
También lo aplicamos a los demás, vamos como pasando factura a los demás.
Sin embargo, en esta parábola Jesús nos muestra
una manera distinta de hablar que es la de este padre. Ustedes saben que a
partir de … esta parábola ha sido releída, y empezó a llamarse la parábola del
Padre Misericordioso, porque el que está en el centro de la parábola, y el
único que se relaciona con los dos hijos es el padre, que tiene que buscar a
cada uno de ellos, que a pesar de parecer que uno está más cerca y otro está
más lejos, descubre la lejanía que tiene con cada uno de estos hijos.
En el primer caso se acerca este hijo menor que le
pide la parte de la herencia que le corresponde, en esa época no se separaban
las herencias para mantener toda la riqueza junta y tener más poder, pero este
padre se la da igual, deja que en su libertad el elija y viva, y haga el camino
que tiene que hacer. Sin embargo, ese camino no termina bien, el hijo hace las
cosas mal, se equivoca, y en un momento pierde todo. Pierde lo que tiene,
pierde su dignidad, porque termina lejos de su casa, trabajando en un país
extranjero, donde a los judíos no les gustaba estar, y no teniendo ni siquiera
para comer. Es ahí cuando vuelve a la casa de este padre, donde sabe que algo
va a pasar, no sabe qué pero algo va a pasar. El hijo piensa en presentarse,
pedirle perdón, y pedirle que lo trate como a uno de sus jornaleros, y listo.
Sin embargo acá sucede lo primero que a todos nos llama la atención; porque
cuando este hijo vuelve a la casa se da casi la situación contraria. Si uno la
piensa bien, seguramente este hijo está como con miedo, ¿vuelvo?; ¿no vuelvo?; ¿qué
hago?, y este padre que estaba mirando sale corriendo. Lo primero que a uno se
le ocurriría pensar es en un padre enojado, viendo si abre o no la puerta. Pero
este padre hace lo contrario, sale corriendo, lo abraza, lo besa. Cuando uno
espera una reprimenda, una cachetada, algo totalmente diferente, este padre lo
trata con amor y con cariño. Y yo me pregunto cuánto tiempo tardo ese hijo en
entender el gesto que el padre tuvo con él. Creo que tal vez hubiera preferido
que se hubiera enojado un poco, porque a veces cuando hay una demostración de
amor tan grande, nos cuesta, nos da vergüenza. Sin embargo este padre hace eso,
y cuando el hijo quiere empezar a hablar, ni siquiera lo deja. No quiere que su
hijo se humille, quiere que descubra el amor que él tiene. Es ahí cuando su
padre le devuelve toda su dignidad, el anillo, las sandalias, “vístanlo y
hagamos fiesta, mi hijo está conmigo”.
La alegría del padre la muestra esa frase que
dice, “mi hijo estaba muerto y ha vuelto
a la vida”, no me importa nada más, no importa si hizo las cosas bien o
mal, lo importante es que hoy está conmigo, y eso cambia todo. Podríamos decir
que para el padre lo que hizo es como un daño secundario, un daño colateral. Lo
importante es que lo que yo creía que era lo más valioso para mí, y que lo
había perdido, ahora me alegro porque lo tengo, ahora me alegro porque puedo
volver a compartir la vida, y si yo vuelvo a compartir la vida con él, él puede
volver a descubrir el camino que yo lo invito a seguir. Creo que al padre no le
importa lo que el hijo hizo, esto no significa que haga las cosas bien o mal,
al padre lo que le importa es que el hijo está con él, y si el hijo está con él
puedo volver a descubrir el camino de amor que el padre le tiene. Ahora, el
hijo para cambiar necesita encontrarse con algo porque si se encuentra con una
pared cuando vuelve, se las va a tener que arreglar. Pero el padre le muestra
algo distinto, un amor totalmente incondicional. Cuando uno se encuentra con un
amor así, sabe que hay algo que puede volver a empezar, que puede volver a
cambiar. Y me encuentro con una
sorpresa, me quiere por lo que soy, no por lo que hago, porque soy hijo, y como
soy hijo soy amado. Puedo volver a empezar y puedo volver a tener otra
oportunidad y puedo volver a elegir el camino. Ese es el amor que nos invita a
confiar, uno se anima a abrirse totalmente cuando se siente amado, cuando no se
siente amado, no tiene esa misma confianza, no se anima a abrir el corazón de
la misma manera. Pero si yo tengo un amor incondicional, que no importa qué es
lo que hice, ahí me animo a abrir mi corazón. Esto es lo que Dios le dice, no
te humilles, no tengas vergüenza, sos mi hijo y eso es lo importante, vos estás
acá.
Tal vez, distinto a esto, pero con una lejanía
igual aunque no sea física, es lo que pasa con el hijo mayor, porque el hijo
mayor se enoja, y casi nosotros justificamos más al hijo mayor que al padre, no
entendemos por qué lo trata así. El hijo no lo entiende: yo estuve siempre
contigo, no me diste nada, y a este hijo le das todo. Lo que pasa es que en esa
cercanía física nunca descubrió tampoco lo que es ese amor incondicional, lo
que es: todo lo mío es tuyo, podes hacer lo que quieras acá. Mi hijo menor fue
libre, y pudo hacer lo que quería. Vos también sos libre. No nos relacionamos
así, cumpliendo o no cumpliendo, nos relacionamos porque esta casa es tuya y lo
invita a dar el paso que el dio. Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a
la vida, ¿por qué vos no sentís el mismo sentimiento?, ¿por qué vos no descubrís
esto? El padre lo que quiere es decirle a los dos hijos, esta casa es de
ustedes, y yo hago fiesta cuando ustedes están y lo viven, y lo viven en la
libertad. Ese es el amor que el padre nos quiere mostrar, ese el amor de Jesús
que Dios quiere mostrar. Lo que pasa que cuando uno ama así, de esa forma, nos
es muy difícil a nosotros. Es más, cuando nosotros vemos un amor muy entregado,
nos parece ingenuo. Cuando vemos una persona que perdona mucho, pensamos, qué
ingenuo, qué tonto, ese que sigue perdonando, que sigue amando, que no cambia,
y como un amor así es demasiado para nosotros, decimos, no tendría que amar de
otra manera, tendría que ver hasta dónde ama, tendría que mirar hasta donde se
entrega.
Bueno, Dios no ama así, pero eso nos supera;
entonces tratamos de ver cómo encuadrarlo a Dios. Ahora, Dios tiene que amar
así, pero todos sabemos que Dios es un poquito más grande que nosotros, y si
Dios es un poquito más grande que nosotros, o bastante más grande que nosotros,
¿cómo podemos encuadrar su amor?, ¿cómo podemos explicar nosotros cómo Dios ama?,
¿cómo podemos decir, en realidad Dios se quiere relacionar así?. Jesús nos
dice, para que ustedes sepan, Dios se relaciona “así”, quiere y ama de una
manera que ustedes no lo van a poder entender, no lo van a poder comprender. El
problema es que después se va a ir Jesús y nosotros vamos a buscar encuadrarlo
de nuevo, meterlo en una caja.
Hace poco, en uno de los retiros que tuve con
jóvenes, antes de que yo llegue leyeron esta parábola, que siempre la leen en
ese retiro. Cuando llegué al retiro les pregunté si me querían hacer alguna
pregunta, y uno de los chicos levantó la mano y me dijo, “Padre, disculpe pero
yo no estoy de acuerdo con la parábola”. “Yo tampoco,” le dije, “quedate tranquilo.”
¿Por qué? Porque no lo entiendo. No se puede ser así. Eso es lo que nos cuesta,
porque Dios siempre nos pide que abramos el corazón.
En palabras de Pablo, y que hemos puesto acá es, “déjense reconciliar con Dios”, Dios
quiere reconciliarlos, Dios quiere traerles algo nuevo. “Se le cae la baba” por
que se acerquen, por abrazarlos, por besarlos, por que estén con Él. Ese es el
Dios que tenemos, ese es el Dios que nos invita a abrir el corazón.
Para terminar, los invito a cerrar los ojos un
momento, e intentar mirar a este Jesús que también como esos hombres y mujeres
hoy nos habla a nosotros, y nos dice que hay un padre que también a nosotros
nos espera. Hoy cada uno de nosotros somos ese hijo menor que vuelve a la casa,
que va a la casa del padre y
se encuentra con ese padre y lo mira, y ve un Padre que corre hacia él, un
padre que lo besa, un padre que lo abraza, un padre que lo ama y que lo
comprende.
Quedémonos meditando, contemplando a este padre.
Lecturas:
*Jos 5,9a.10-12
*Sal
33,2-3.4-5.6-7
*Cor 5,17-21
*Lc 15,
1-3.11-32