martes, 26 de marzo de 2013

Domingo de Ramos



Homilía – Evangelio – Procesión de Ramos
Escuchamos este relato que nos narra esta entrada de Jesús en Jerusalén, y cómo la gente vive la alegría de que aquél que esperaban está entrando en su ciudad, cómo esto empieza a pasar de boca en boca, y cómo toda la gente se acerca a recibirlo a las puertas, a la entrada de Jerusalén. Esto que se daba en ese tiempo, donde las ciudades eran amuralladas entonces se entraba por un solo lugar, y toda la gente estaba ahí esperando, agolpándose, viviendo la alegría de aquél que les había devuelto la esperanza, de aquél que con gestos muy sencillos había tocado el corazón de la gente, y por eso vivían esa alegría, esa felicidad.
Tal vez para hacer alguna comparación, yo pensaba en estos días en la alegría que nosotros tenemos porque Francisco, el Cardenal Bergoglio, fue ordenado Papa. Y cómo con gestos que en realidad son muy simples, uno se alegra. Sale a la noche y dice “Bona cera”, y todos se alegran porque dijo buenas noches, como si esto fuera algo raro. Tiene un gesto de ir a saludar a alguien y uno se alegra. Saca todos los blindes que tenía el papa-móvil y también uno se alegra. Es decir, gestos muy sencillos, pero que muestran una cercanía, que sin juzgar a otros, hoy la Iglesia necesitaba. Esos gestos cotidianos que hace que uno lo sienta más cercano, no sólo por ser argentino sino por los gestos.
Creo que salvando las distancias, la comparación es lo mismo. Jesús, en una religión que se había alejado de la gente, les mostró con gestos cotidianos que Dios estaba ahí, que Dios se acercaba a ellos, que Dios los quería, los amaba, los entendía, los acompañaba. Y por eso la gente se agolpó feliz a recibirlo. Esa misma alegría que se nos invita a tener a nosotros en este día.
Así es que vamos a caminar acá en procesión hacia el altar, pidiendo esa alegría de corazón de este Jesús que también viene a nosotros, que también viene a nuestras vidas en esta semana santa.
Evangelio: Lc 19, 28-40

Homilía – Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Voy a tratar de hacer una breve reflexión; creo que la celebración de hoy nos muestra un cuadro de lo que es la Semana Santa. Por un lado, recibir la alegría de esta gente que está feliz porque Jesús entra a Jerusalén, porque lo ve; por otro lado la pasión, que muestra todo este desenlace de tristeza, de sufrimiento, de dolor, de muerte. Esto mismo que vemos condensado hoy, es lo mismo que vamos a vivir en estos días, durante el triduo pascual. En primer lugar la alegría de ese Jesús, que comparte la primera misa, lo que nosotros llamamos la última cena con sus discípulos, el Jueves Santo. Por otro lado la tristeza del Viernes Santo y del Sábado, de ese Jesús que muere y que tiene que dar la vida, que es entregado, que es crucificado. Esto desemboca en un final de vivir la alegría de la resurrección.
Creo que esto nos hace ver un Jesús cercano y que vive los mismos sentimientos que tenemos nosotros. Porque en nuestra vida tenemos momentos de jueves santos, es decir, momentos donde vivimos la alegría de compartir con los demás, de ver la felicidad de la vida, de lo que nos pasa con los demás que alegra nuestro corazón; y también momentos de viernes santos, momentos de cosas que no entendemos, momentos de dolores que nos pasan, momentos de sufrimiento, momentos de dudas, momentos de preguntas.
Así que, esto que vamos a vivir tan condensadamente en estos pocos días, refleja nuestro caminar en la vida; y muestra también cómo Jesús también comparte y vive esos sentimientos. Pero ese compartir y ese sentimiento tiene siempre el mismo final. Que más allá de cómo se intercalen esa felicidad y ese dolor, siempre desembocan en la resurrección. Si hay algo que nos quiere renovar esta Semana Santa es en ese sentimiento de esperanza que tenemos que tener los cristianos. En un mundo donde se le quiere decir a la gente que ya no hay nada que valga la pena, que los caminos se cierran, que nada puede cambiar, Jesús dice: las cosas pueden cambiar, y nos muestra con su vida lo que está dispuesto a hacer con cada uno de los acontecimientos de nuestra vida que es llevarlos a la resurrección, mostrándonos en aquello donde parece que todo se acaba, que es en la muerte, donde parece que nada puede cambiar, que todo termina, que la muerte no tiene la última palabra, que Dios los va a resucitar, que Dios los va a traer a una nueva vida. Y nos invita a nosotros a tener esa esperanza; que en los signos de muerte de nuestra cultura, de nuestra sociedad, de nuestra familia, de nuestra vida, tenemos que tener esperanza, porque hay alguien que lo quiere resucitar, porque hay alguien que quiere traer esa nueva vida.
Hoy, como Domingo de Ramos, queremos abrir la puerta de nuestros corazones, como se abrieron las puertas de la ciudad, para recibir a Jesús. Queremos recibir a Jesús que quiere transformar nuestras vidas. Tal vez, ya que empezamos la Semana Santa, recémosle a Jesús diciendo, ¿qué necesito que transformes en mi vida?, ¿en qué necesito que me renueves en la esperanza?, ¿en qué estoy pesimista?, ¿en qué creo que las cosas no pueden cambiar? Y ya soltarlas nosotros, dejar de controlarlas, para confiar en Jesús. Creo que la clave de este día, la dan las últimas palabras de Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Frente a la muerte, Jesús sigue confiando. Pone su vida en manos de su padre, donde pareció que todo se acababa, Él todavía tiene un gesto de confianza. Eso quiere traer hoy a nosotros, donde parece que todo termina, animémonos a confiar en Jesús. Digámosle también nosotros en estos días: Padre, en tus manos encomiendo mi vida, en tus manos encomiendo mis intenciones, la vida de mis seres queridos, la vida de mi familia, la vida de mi país.
Pidámosle a Jesús que nos transmita esa confianza, que nos enseñe en esta Semana Santa, a confiar cada día más en su Padre Dios.

Lecturas:
*Is 50, 4-7
*Sal 21
*Fil 2, 6-11
*Lc 22, 14-23, 56

martes, 19 de marzo de 2013

Homilía: “Yo estoy por hacer algo nuevo” – V domingo de Cuaresma



Hace poco vi la película musical de Los Miserables, y volví a maravillarme con ese encuentro de Jean Valjean y el obispo Myriel. Para los que no la vieron, al principio de la historia, Jean Valjean queda en libertad condicional después de muchos años, pero no puede reencausar su vida. En un momento en que está con frío, el obispo lo lleva a su casa; y esa noche, Jean Valjean roba todas las cosas de plata que este obispo tenía y se va. Lo atrapa la policía y lo lleva a la casa del obispo, y cuando están ahí diciéndole lo atrapamos porque se llevó todo esto, el obispo les dice: No, no lo robó; yo se lo regalé. Para la sorpresa de todos, las mujeres que trabajaban ahí, los policías, el mismo Jean Valjean, no pueden comprender ese gesto. Es ahí donde el obispo lo invita a ser un hombre nuevo, que a partir de ahí viva de una manera diferente. Esto va a ser un momento crucial, una encrucijada en el camino de su vida, un regalo que Jean Valjean no esperaba de ninguna manera. Ese encuentro lo va a catapultar a una vida nueva, a algo distinto, a algo que lo va a transformar y lo va a cambiar.
Creo que cada uno de nosotros podría mirar el recorrido de la vida, y mirarlo por esos momentos trascendentales que nos abrieron a algo nuevo, que nos transformaron, que nos cambiaron. En general en los momentos más importantes hubo algo que empezó a ser de una manera diferente. Quizás algo no tan shockeante como sucede en esta película, pero sí algo que nace del corazón y me invita a vivir una nueva historia.
Vamos a poner un ejemplo tal vez de lo más cotidiano; cuando un hombre y una mujer se casan, deciden empezar una nueva historia. Uno podría decir, me quedo en la seguridad de mi casa, me quedo acá, en lo que conozco, en lo que tengo, y sigo acá. Pero en un momento uno dice, bueno, tengo que partir a algo nuevo, tengo que abrirme a una nueva historia. Y a partir de ahí, de esa elección, de ese querer empezar con otro, con otra, un camino nuevo, nace esa nueva historia que Dios nos regala.
Esto sucede a diario en la vida, porque la vida es un continuo crecer. Y el crecer implica un devenir, algo tiene que transformarse, algo que tiene que cambiar. Si no cambio me estoy quedando, me estoy retrasando. Si nunca cambio, ¿en qué edad me quedé?, ¿en qué momento de la historia me frené? Es por eso que esta invitación que en esta película se hace, esa invitación que Dios y otros nos hacen en la vida, es lo que nos ayuda a crecer y a madurar.
Esto que sucede en la vida, también sucede en nuestra historia, nuestro camino, nuestra vida de fe. En la primera lectura escuchamos, en este libro del profeta Isaías, que el profeta transmite aquello que Dios le dice, que es que está por hacer de ellos algo nuevo, que está por transformar a ese pueblo de nuevo. El profeta le habla al pueblo en un momento crucial de su historia. Este Dios había tomado a su pueblo, lo había sacado de Egipto, lo había llevado a una tierra, y en ese momento pierden la tierra. No están más, han sido deportados. Cuando el pueblo está perdiendo la esperanza, le dice al profeta que se la vuelva a anunciar. Soy Yo el que va a hacer de ustedes algo nuevo. Soy Yo el que los va a transformar. Voy a olvidar todo lo que pasó y los voy a volver a lanzar hacia delante. Y es por eso que el profeta les dice, ¿no se dan cuenta de lo que está pasando? Algo se está transformando, algo está cambiando. Cuando el pueblo tiende a bajar los brazos y a perder la esperanza, Dios actúa y se la renueva.
Si siguiésemos en orden cronológico las lecturas, en el evangelio Jesús se encuentra ante este dilema. Se encuentra con estos hombres que le acercan a esta mujer que ha sido sorprendida en adulterio. Y le dicen, esto es lo que ordena la ley, ¿qué es lo que tú dices? Ahí es cuando Jesús tiene la oportunidad de enseñarles a ellos a cambiar. Cuando esta mujer ha perdido la esperanza de que la vida se acabó, hasta acá llegué, Jesús puede hacer también algo nuevo. Podríamos decir que Jesús tiene un dilema. ¿Frente a quién pone a esta mujer? Frente a la misericordia de Dios o frente a lo estricto de la ley, que es lo que están haciendo estos hombres. Entonces los pone y los enfrenta a ellos con su propio pecado. “El que no tenga pecado que tire la primera piedra”. Y no hay nadie. Ellos se van dando cuenta de lo que Jesús está haciendo, porque uno podría decir bueno, no importa, no me quedo con esto, pero cuestiona el corazón de estos hombres, porque Jesús les está mostrando lo que Dios está haciendo con ellos. Cuando ellos quieren ser severos con alguien, Él les está diciendo, imagínense si Dios fuera así con ustedes. ¿Frente a quién se están poniendo? ¿Quién es libre frente a la ley? ¿Quién no es culpable frente a ella? Por eso ahí nace esa nueva oportunidad para esta mujer, que queda tan inmóvil que después de que se van todos, dice el evangelio que ni se atreve a moverse. Jesús tiene que tomar la iniciativa, y le pregunta, ¿alguien te condenó? No. “Yo tampoco te condeno, vete en paz”. La invita a algo nuevo. Ahora, si uno piensa con atención, lo único que puede hacer que esta persona cambie es esa invitación a algo nuevo. Si Jesús no hace esto, no hay chance de que esto se transforme, de que esto cambie. Obviamente, como pasó el domingo pasado, no sabemos cómo continúa esto. Pero sabemos que la única oportunidad de que esto se transforme es ponerlo frente a esa misericordia de Dios, perdonarla, e invitarla a algo nuevo.
Es lo que pasa siempre en nuestra vida, si yo me cierro al otro, no puede volver a nacer algo nuevo. Si yo me enojo con un amigo, y digo bueno hasta acá llegó; Si me enojo, con un hijo, marido, mujer, o lo que fuera, y pienso, esto se terminó; y se terminó. No puede renacer esa historia, y sólo la capacidad de perdonar, y de perdonar en serio, cuando algo sucedió, como en este caso, es lo que le puede dar chances al otro a que se transforme su vida. Sino yo ya lo condené. Ya le dije qué es lo que va a pasar.
Como hemos escuchado el domingo pasado, como hemos escuchado hoy, Dios actúa de otra manera. Dios perdona siempre. Dios da una nueva oportunidad siempre. Porque es la única manera de que el otro se transforme. Y como Jesús siempre espera, siempre confía en nosotros, siempre cree en la verdad que puso en nuestros corazones, está siempre dispuesto a darnos una nueva oportunidad, algo que nos transforme y que nos cambie.
Esto mismo dice Pablo, en la segunda lectura. Llegó un momento en mi vida en que me encontré con Jesús. Y cuando me encontré con Él, me di cuenta que todo lo demás no servía para nada, era despreciable, lo podía dejar de lado; su vida me transformó, este encuentro transformó mi vida y me abrió a algo nuevo. Eso es continuamente lo que hace Jesús con nosotros cuando nos animamos a ponernos cara a cara. Y si aún no lo hemos experimentado es porque todavía nos falta dar ese paso de esa verdadera conversión en la que Jesús me invita a dar un salto en el cual tengo que directamente confiar en Él, en eso que me transforma y que me cambia, en eso nuevo que siempre todos queremos y esperamos. Porque si no, me voy quedando, me voy cerrando, no me abro a la novedad del espíritu, no me abro y no me dejo sorprender por los demás.
Hablando tal vez de sorpresas, creo que todos nosotros hemos tenido una gran sorpresa esta semana cuando nos hemos enterado de que el Cardenal Bergoglio fue elegido Papa y también nos hemos sorprendido. Y nos hemos maravillado todos estos días con los gestos que él ha tenido, de querer mostrar a su manera, y de una manera nueva, ese cariño que Jesús nos tiene; ese Dios que de distintas formas siempre sigue actuando, y siempre nos sigue abriendo a algo nuevo.
Y mucho más nos sorprendió el nombre que se puso, porque ponerse Francisco es todo un llamado de atención para la Iglesia. Francisco si no fue el santo más grande que vio la historia de la Iglesia, si es que podemos catalogar (es muy difícil decir esto), seguro que está en el top five. Y fue el que puso a la Iglesia frente a un espejo, el que le dijo, Jesús quiere este camino. Cuando la Iglesia se iba desviando de ese camino, apareció Francisco y le dijo: este no es el camino, y los invito a algo nuevo.
En realidad es a lo que siempre nos invita Jesús. No por una cosa o por otra. Por eso celebramos siempre la Pascua. Pascua es paso, algo pasa, algo se transforma, algo cambia, por eso nos preparamos con la Cuaresma. Si no nos estamos simplemente haciendo un “maquillaje”, así nomás y seguimos. Jesús no quiere que pase eso. Algo muere, y algo nace. Cuando algo muere, algo tiene que cambiar, algo tiene que pasar. Esa es la invitación que Jesús siempre nos hace. Como hemos puesto en este cartel, “Yo estoy por hacer algo nuevo”. Eso es lo que quiere que siempre hagamos, esa es la invitación que nos hace a nosotros. Desde el que tiene responsabilidad más grande hoy, como es el Papa Francisco, a cada uno de nosotros, a dejarnos transformar por Él y a caminar renovados siempre hacia ese Dios que nos espera, a ese Dios que nos invita a algo nuevo.
Pidámosle a Jesús en este día, que en esta Cuaresma, transformados y tocados por Él, nos encaminemos con un corazón renovado hacia esta Pascua.

Lecturas:
*Is 43,16-21
*Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6
*Fil 3,8-14
*Jn 8,1-11

martes, 12 de marzo de 2013

Homilía: “Déjense reconciliar con Dios” – IV domingo de Cuaresma



Hay una película que se llama Hancock, que es una ironización sobre un superhéroe. El protagonista es un hombre que tiene súper poderes pero hace todo bastante mal. Cada vez que tiene que ayudar a alguien hace más destrozos que el bien que hace, entonces por ejemplo: tiene que salvar a alguien que está por atropellar el tren, y frena al tren de golpe entonces lo descarrila totalmente. Así con un montón de cosas en las que tiene que ayudar. Al mismo tiempo, hay otro personaje, un hombre normal como cualquiera de nosotros, Ray Embrey, que busca lo mejor para el mundo, y ha puesto una fundación, llamada Todo Corazón, que busca que las grandes empresas hagan una ayuda humanitaria. Ray le dice a las empresas que para tener el logo de la fundación en sus productos, tienen que dar el 2% de sus ganancias. Obviamente, las empresas se ríen de él y lo dejan seguir de largo. Hasta que estos dos personajes se encuentran, y Ray trata de ayudarlo a Hancock para que cambie un poco de vida, a que utilice todos los dones que Dios le ha dado para el bien, para ayudar y para que la gente en vez de estar enojada con él, porque se emborrachaba y otras cosas que hacía, lo quiera. Pero no lo logra. Y su mujer, en un momento hablando con él, le dice: “Vos siempre ves las cosas buenas de las personas”.
Tomando esa frase, creo que es un tipo de mirada que muchas veces nos cuesta tener. Porque en general, a la mayoría de nosotros, cuando miramos a la gente, nos sale o la indiferencia o el prejuicio. Lo miramos y ya estamos pensando qué nos va a hacer, qué va a pasar. No sólo nos pasa con la gente alejada, sino también con gente que es cercana a nosotros, nos preguntamos qué es lo que está buscando, qué es lo que pasa. A parte, vemos las cosas negativas, los límites, la propia miseria que cada uno de nosotros tenemos. Creo que nos es mucho más trabajoso, desde el propio corazón, aprender a descubrir las cosas buenas que cada uno de los que Dios pone a nuestro lado tiene. Es todo un trabajo. Es todo un camino que en la vida tenemos que hacer para aprender a mirar de una manera nueva. En el fondo, para aprender a mirar como Dios mira, como Jesús mira.
En el evangelio, la gran pregunta que se hacen las personas más religiosas es ¿por qué Jesús se acercaba y estaba con cierta clase de personas que el resto de la sociedad no estaba? En este caso, pecadores, publicanos, prostitutas, personas de mala fama. Creo que la razón es porque en primer lugar, Jesús miraba lo bueno de esas personas. Jesús aprendía a trascender lo que nosotros muchas veces no podemos, nos quedamos con la primera impresión. Creo que incluso podríamos dar un paso más; no miraba lo bueno que esas personas tenían, sino lo bueno que esas personas eran, porque cada una de esas personas eran su propia creación, eran creación de Dios.
Si nosotros creemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, lo primero que tenemos que descubrir es que todos tenemos esa bondad que Dios puso en nuestro corazón, esa bondad que es mucho más profunda de que algo bueno o malo podamos hacer en la vida. Como Dios mira eso, como Jesús se encuentra con eso, hace un camino totalmente distinto al nuestro. No sólo eso sino que nos invita a nosotros a hacer ese camino, a aprender a mirar de una manera diferente. Esto es lo que sucede en este evangelio que acabamos de escuchar, que seguramente todos ustedes tanto conocen. Jesús está comiendo con los publicanos y con los pecadores, y la queja de los fariseos y de los escribas es, ¿por qué comes con ellos? La respuesta más corta de Jesús hubiera sido, ¿por qué no se sientan ustedes a comer acá? Pero para que reflexionen, lo que hace es contar una parábola que creo que va al corazón de lo que es el evangelio.
Ustedes saben que, como muchas veces hemos hablado, los evangelios fueron escritos por las comunidades cristianas, por la segunda generación de cristianos. Y en un momento, hace pocos siglos en la historia de la Iglesia, los teólogos se pusieron a discutir qué cosas serían exactamente lo que Jesús dijo, porque había pasado un tiempo. Creo que uno de los textos que es totalmente fiel a Jesús es este. ¿Por qué? Porque creo que a ninguno de nosotros se nos hubiese ocurrido escribir algo así porque no es la forma con la que reaccionamos frente a los demás, no es la manera en la que nos vinculamos. En general tendemos más a premio, castigo. Si hago las cosas bien me tienen que beneficiar, si hago las cosas mal, me tienen que castigar. También lo aplicamos a los demás, vamos como pasando factura a los demás.
Sin embargo, en esta parábola Jesús nos muestra una manera distinta de hablar que es la de este padre. Ustedes saben que a partir de … esta parábola ha sido releída, y empezó a llamarse la parábola del Padre Misericordioso, porque el que está en el centro de la parábola, y el único que se relaciona con los dos hijos es el padre, que tiene que buscar a cada uno de ellos, que a pesar de parecer que uno está más cerca y otro está más lejos, descubre la lejanía que tiene con cada uno de estos hijos.
En el primer caso se acerca este hijo menor que le pide la parte de la herencia que le corresponde, en esa época no se separaban las herencias para mantener toda la riqueza junta y tener más poder, pero este padre se la da igual, deja que en su libertad el elija y viva, y haga el camino que tiene que hacer. Sin embargo, ese camino no termina bien, el hijo hace las cosas mal, se equivoca, y en un momento pierde todo. Pierde lo que tiene, pierde su dignidad, porque termina lejos de su casa, trabajando en un país extranjero, donde a los judíos no les gustaba estar, y no teniendo ni siquiera para comer. Es ahí cuando vuelve a la casa de este padre, donde sabe que algo va a pasar, no sabe qué pero algo va a pasar. El hijo piensa en presentarse, pedirle perdón, y pedirle que lo trate como a uno de sus jornaleros, y listo. Sin embargo acá sucede lo primero que a todos nos llama la atención; porque cuando este hijo vuelve a la casa se da casi la situación contraria. Si uno la piensa bien, seguramente este hijo está como con miedo, ¿vuelvo?; ¿no vuelvo?; ¿qué hago?, y este padre que estaba mirando sale corriendo. Lo primero que a uno se le ocurriría pensar es en un padre enojado, viendo si abre o no la puerta. Pero este padre hace lo contrario, sale corriendo, lo abraza, lo besa. Cuando uno espera una reprimenda, una cachetada, algo totalmente diferente, este padre lo trata con amor y con cariño. Y yo me pregunto cuánto tiempo tardo ese hijo en entender el gesto que el padre tuvo con él. Creo que tal vez hubiera preferido que se hubiera enojado un poco, porque a veces cuando hay una demostración de amor tan grande, nos cuesta, nos da vergüenza. Sin embargo este padre hace eso, y cuando el hijo quiere empezar a hablar, ni siquiera lo deja. No quiere que su hijo se humille, quiere que descubra el amor que él tiene. Es ahí cuando su padre le devuelve toda su dignidad, el anillo, las sandalias, “vístanlo y hagamos fiesta, mi hijo está conmigo”.
La alegría del padre la muestra esa frase que dice, “mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida”, no me importa nada más, no importa si hizo las cosas bien o mal, lo importante es que hoy está conmigo, y eso cambia todo. Podríamos decir que para el padre lo que hizo es como un daño secundario, un daño colateral. Lo importante es que lo que yo creía que era lo más valioso para mí, y que lo había perdido, ahora me alegro porque lo tengo, ahora me alegro porque puedo volver a compartir la vida, y si yo vuelvo a compartir la vida con él, él puede volver a descubrir el camino que yo lo invito a seguir. Creo que al padre no le importa lo que el hijo hizo, esto no significa que haga las cosas bien o mal, al padre lo que le importa es que el hijo está con él, y si el hijo está con él puedo volver a descubrir el camino de amor que el padre le tiene. Ahora, el hijo para cambiar necesita encontrarse con algo porque si se encuentra con una pared cuando vuelve, se las va a tener que arreglar. Pero el padre le muestra algo distinto, un amor totalmente incondicional. Cuando uno se encuentra con un amor así, sabe que hay algo que puede volver a empezar, que puede volver a cambiar. Y me encuentro con una sorpresa, me quiere por lo que soy, no por lo que hago, porque soy hijo, y como soy hijo soy amado. Puedo volver a empezar y puedo volver a tener otra oportunidad y puedo volver a elegir el camino. Ese es el amor que nos invita a confiar, uno se anima a abrirse totalmente cuando se siente amado, cuando no se siente amado, no tiene esa misma confianza, no se anima a abrir el corazón de la misma manera. Pero si yo tengo un amor incondicional, que no importa qué es lo que hice, ahí me animo a abrir mi corazón. Esto es lo que Dios le dice, no te humilles, no tengas vergüenza, sos mi hijo y eso es lo importante, vos estás acá.
Tal vez, distinto a esto, pero con una lejanía igual aunque no sea física, es lo que pasa con el hijo mayor, porque el hijo mayor se enoja, y casi nosotros justificamos más al hijo mayor que al padre, no entendemos por qué lo trata así. El hijo no lo entiende: yo estuve siempre contigo, no me diste nada, y a este hijo le das todo. Lo que pasa es que en esa cercanía física nunca descubrió tampoco lo que es ese amor incondicional, lo que es: todo lo mío es tuyo, podes hacer lo que quieras acá. Mi hijo menor fue libre, y pudo hacer lo que quería. Vos también sos libre. No nos relacionamos así, cumpliendo o no cumpliendo, nos relacionamos porque esta casa es tuya y lo invita a dar el paso que el dio. Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, ¿por qué vos no sentís el mismo sentimiento?, ¿por qué vos no descubrís esto? El padre lo que quiere es decirle a los dos hijos, esta casa es de ustedes, y yo hago fiesta cuando ustedes están y lo viven, y lo viven en la libertad. Ese es el amor que el padre nos quiere mostrar, ese el amor de Jesús que Dios quiere mostrar. Lo que pasa que cuando uno ama así, de esa forma, nos es muy difícil a nosotros. Es más, cuando nosotros vemos un amor muy entregado, nos parece ingenuo. Cuando vemos una persona que perdona mucho, pensamos, qué ingenuo, qué tonto, ese que sigue perdonando, que sigue amando, que no cambia, y como un amor así es demasiado para nosotros, decimos, no tendría que amar de otra manera, tendría que ver hasta dónde ama, tendría que mirar hasta donde se entrega.
Bueno, Dios no ama así, pero eso nos supera; entonces tratamos de ver cómo encuadrarlo a Dios. Ahora, Dios tiene que amar así, pero todos sabemos que Dios es un poquito más grande que nosotros, y si Dios es un poquito más grande que nosotros, o bastante más grande que nosotros, ¿cómo podemos encuadrar su amor?, ¿cómo podemos explicar nosotros cómo Dios ama?, ¿cómo podemos decir, en realidad Dios se quiere relacionar así?. Jesús nos dice, para que ustedes sepan, Dios se relaciona “así”, quiere y ama de una manera que ustedes no lo van a poder entender, no lo van a poder comprender. El problema es que después se va a ir Jesús y nosotros vamos a buscar encuadrarlo de nuevo, meterlo en una caja.
Hace poco, en uno de los retiros que tuve con jóvenes, antes de que yo llegue leyeron esta parábola, que siempre la leen en ese retiro. Cuando llegué al retiro les pregunté si me querían hacer alguna pregunta, y uno de los chicos levantó la mano y me dijo, “Padre, disculpe pero yo no estoy de acuerdo con la parábola”. “Yo tampoco,” le dije, “quedate tranquilo.” ¿Por qué? Porque no lo entiendo. No se puede ser así. Eso es lo que nos cuesta, porque Dios siempre nos pide que abramos el corazón.
En palabras de Pablo, y que hemos puesto acá es, “déjense reconciliar con Dios”, Dios quiere reconciliarlos, Dios quiere traerles algo nuevo. “Se le cae la baba” por que se acerquen, por abrazarlos, por besarlos, por que estén con Él. Ese es el Dios que tenemos, ese es el Dios que nos invita a abrir el corazón.
Para terminar, los invito a cerrar los ojos un momento, e intentar mirar a este Jesús que también como esos hombres y mujeres hoy nos habla a nosotros, y nos dice que hay un padre que también a nosotros nos espera. Hoy cada uno de nosotros somos ese hijo menor que vuelve a la casa, que va a la casa del padre            y se encuentra con ese padre y lo mira, y ve un Padre que corre hacia él, un padre que lo besa, un padre que lo abraza, un padre que lo ama y que lo comprende.
Quedémonos meditando, contemplando a este padre.

Lecturas:
*Jos 5,9a.10-12
*Sal 33,2-3.4-5.6-7
*Cor 5,17-21
*Lc 15, 1-3.11-32              

viernes, 8 de marzo de 2013

Homilía: “El que se cree muy seguro, cuídese de no caer” – domingo III de Cuaresma



En el comienzo de la película El Gladiador, Marco Aurelio, el emperador, viaja al norte para hablar de su sucesión como emperador. Entonces llama a su hijo Cómodo, y en una charla íntima le avisa que no lo va a nombrar emperador, que va a ser Máximo a quien va a nombrar. El padre le pregunta a Cómodo si esto le sorprende, y él contesta: “Hace unos años me pasaste una lista con las cuatro virtudes que un emperador tiene que tener: sabiduría, fortaleza, templanza y justicia; y me di cuenta de que no tenía ninguna de ellas. Sin embargo, yo tengo otras virtudes: la ambición, el ingenio, la devoción, el valor…”, y le va explicando cada una de ellas. “Pero ninguna de ellas a vos te complace. No encontrado, como hijo, la manera de complacerte.” Ahí se da un diálogo entre ellos, y Marco Aurelio termina diciendo que sus errores como hijo, son sus fracasos como padre. Es decir, él intentó a lo largo del tiempo educarlo, mostrarle cuál era el camino, y su hijo no lo pudo seguir, por lo menos de la forma que él esperaba. Y entonces no va a ser emperador porque le pertenece o le corresponda, sino que, como no dio los frutos de la manera que él esperaba, Marco Aurelio va a nombrar a otra persona.
Tal vez tomando esta imagen, las cosas en la vida no se dan solamente por una pertenencia. Uno, a lo largo del tiempo, en las diversas facetas o en los diversos ámbitos de nuestra vida tiene que ir dando frutos, tiene que buscar la manera de ir creciendo. No basta solamente con una pertenencia, uno espera algo del otro. Es más, podríamos decir que nosotros mismos esperamos algo de cada uno de nosotros. Queremos ir creciendo, queremos ir madurando. Sin embargo no es tan simple, es más complejo. Por eso a veces nos vamos haciendo imágenes como distorsionadas de lo que tiene que ser una amistad, de lo que tiene que ser una familia, de lo que tiene que ser un lugar de trabajo, de lo que tiene que ser un país, y no terminan siendo un ámbito donde se vivan esos valores que uno querría.
Si esto es difícil en cosas que se ven más a primera vista, mucho más complejo es en la fe. ¿Quién puede decir que entiende o que comprende cuáles son los planes de Dios en la vida de uno? El por qué nos suceden ciertas cosas, por qué no suceden otras, cómo terminar de entender y comprender a ese Dios que es como un misterio para nosotros. Sin embargo, así también a primera vista vemos como en el evangelio Jesús les termina diciendo, esto no se da solamente por pertenencia, hay algo que yo espero de ustedes.
Nos vamos haciendo ciertas imágenes con las que intentamos poder explicar algo que no podemos explicar, para entender de qué forma se maneja Dios. Les voy a poner un ejemplo, como nos cuesta entender a qué nos llama Dios, a lo largo de la historia, una de las formas con las que se caracterizaba a Dios era con la imagen de premio o castigo. Entonces, si hacemos las cosas bien Dios nos premia, si hacemos las cosas mal, Dios nos castiga. Esto es desde el principio, en el Antiguo Testamento esto aparece continuamente, y eso se da en esta tierra en este momento. Y ojo porque eso no pasó sólo en la antigüedad, pasa hoy también. A veces decimos, ¿esto habrá pasado porque yo hice tal cosa?, o ¿esto Dios me lo mando porque me quiere probar? Pareciera que Dios está casi jugando con nosotros como si fuéramos títeres, y según si nos portamos bien o mal, dice: yo los premio, o yo los castigo.
Como esto no llevó a ninguna solución en la tierra, como nos dimos cuenta de que no es tan así, de que hay gente que es premiada y no hace las cosas bien, y hay gente que es castigada y hace las cosas bien, entonces lo trasladamos al cielo. Dios dilata esto hasta la muerte. Si hacemos las cosas bien, vamos al cielo; si hacemos las cosas mal, nos castiga. Ahora, la pregunta es, ¿esto es lo que busca Dios? ¿Esta es la forma en que quiere relacionarse con nosotros? ¿Esto es lo que nosotros creemos de este Dios? Porque si uno piensa más detenidamente dice no, nosotros creemos en un Dios que es amor, en un Dios que viene a nosotros. Es más, podríamos preguntarnos por qué se tomó tantas preocupaciones enviando a su hijo para que dé la vida por nosotros, si solamente quiere premiar o castigar. Pero es un molde que a veces nos queda más fácil y más cómodo porque nos es fácil de explicar y de entender.
Otras veces ha aparecido otro modelo que es justamente el modelo de pertenencia. Como yo pertenezco acá, no va a pasar nada, ya va a estar bien. Yo pertenezco a la Iglesia, me salvo. Si yo pertenezco al pueblo de Israel me salvo, y si no, no. Esto es lo que me da seguridad, y de este modelo de pertenencia, también me surgen otras formas de vivir. Por ejemplo, el cumplir o no cumplir, me manejo con eso y si cumplo estoy garantizado. No importa si estoy tan convencido o no, pero eso me da una seguridad. Me da una manera de poder controlar a Dios. Así como lo entiendo si es cumplir o no cumplir, lo entiendo si es castigar o premiar. Son formas simples de poder comprender la realidad. Ahora, ¿con Dios basta solamente con cumplir o no cumplir? Porque esto lo vemos también claro en el evangelio, los fariseos eran los top 1 en cumplir o no cumplir, es lo que hacían siempre. Sin embargo son los más reprochados por el evangelio. También habla el evangelio del modelo de pertenencia, no basta con pertenecer.Para el israelita es muy clave esta imagen del evangelio, porque ellos se referían a su pueblo como la viña del Señor. Hay una viña que tiene que ser cortada, ya no da frutos no sirve para nada, no tiene que ver con si pertenecen o no a la viña. Y pone ejemplos que también tienen que ver con el pueblo y el castigo. ¿Ustedes se creen que aquellos que murieron, que mató Poncio Pilatos en medio de los sacrificios, era porque eran más pecadores? Como hacían sacrificios paganos que no eran puros, Dios los mandó matar por medio de Poncio Pilatos. O la torre de Silohé, que se desplomó porque eran pecadores. “A nosotros eso no nos va a pasar”, dicen los judíos. Y Jesús les contesta, a ustedes les va a pasar lo mismo, porque esta no es la forma en que Dios se quiere relacionar con ustedes. Este no es el camino.
Entonces, la pregunta es ¿cuál es la forma en que Dios se quiere relacionar con nosotros? ¿A qué nos invita y nos llama? Y yo creo que nos llama a una historia en conjunto, a un encuentro personal con Él, a vivir en la intimidad de aquellos que se aman y que quieren estar juntos, y a poder crecer en esa intimidad. Sin embargo esto es mucho más complejo. A nadie le es fácil crecer en una intimidad con el otro, a nadie le es fácil encontrarse verdaderamente en un vínculo con los demás. Esto nos cuesta mucho más. No somos gran hermano, como vemos en la tele, que todo lo queremos decir, todo lo queremos contar, todo lo queremos mostrar. Por eso, es todo un proceso y un camino animarnos a entregar nuestra vida, a abrirle nuestro corazón a los demás. Y esto cuesta en todo orden. Cuesta entonces en un noviazgo, cuesta en un matrimonio a lo largo de la historia, cuesta en un vínculo de padres e hijos, cuesta entre hermanos, cuesta con los amigos. Tenemos distintos momentos, distintas etapas.
Cuesta también con Jesús. Aprender a crecer en esa intimidad con Jesús cuesta, porque tengo que ir desnudando mi corazón, tengo que dejar de poner barreras para poder encontrarme verdaderamente con Él, y para que ese encuentro me transforme. Porque si no me voy desviando del camino. Esto es lo que pasó en la primera lectura, si miramos con atención. Moisés quería liberar al pueblo, pero equivocó el camino. Y tal equivocó el camino que se fue alejando de Dios. Moisés estaba en un pueblo pagano, y se fue. Se acuerdan que Moisés mata uno de los egipcios y se tiene que ir, y pierde ese encuentro con Dios. Se termina alejando porque no puede terminar de vivir aquello que Dios le pide. Y es Dios mismo el que lo tiene que ir a buscar. Va, lo busca, lo llama, y se encuentra con él. Si miramos todas las imágenes, son imágenes de intimidad. Primero descalzate, acá entrá descalzo, con tus pies desnudos. Segundo, ese calor del encuentro, una llama, algo que arde. Ese corazón que arde por encontrarse con otro. Tercero, el ir creciendo en ese diálogo. Si vos me llamás a esto, ¿quién sos? ¿Cómo te presento ante los demás? ¿Cómo cada día te voy conociendo más? Y si esto fuera poco, si uno mira los cuarenta años en el desierto, es una larga historia donde Dios y el pueblo se tienen que ir encontrando, y hay cosas que al pueblo le van a gustar de esa intimidad con Dios, hay cosas que el pueblo no va a entender, hay cosas que el pueblo va a rechazar de lo que Dios le está pidiendo, porque no es fácil. Abrirle el corazón al otro, conocerle el corazón al otro, y aceptarlo, a todos nos cuesta. Y nos cuesta en este vínculo también con Dios y con Jesús; también nos cuesta a nosotros.
La invitación de Jesús en esta Cuaresma es a volver a encontrarnos con Él, a mirar en nuestra vida, qué parte de esta vida, de esta viña, no está dando fruto, qué parte no dejé transformar por Jesús. Cuáles son tal vez esas cosas que hoy me está pidiendo y me cuesta vivir. ¿Sigo encontrándome con Jesús? ¿Me animo a abrirle el corazón? ¿Me animo a ir poniendo toda mi vida y todo lo que me pasa en Él, a crecer en esa intimidad? A ver, tanto el camino acá, como el camino en el cielo, es lo mismo, es vivir ese encuentro con Jesús, querer crecer en Él, y poder vivir según su corazón. Esa es la invitación. Y vamos a vivir en el cielo lo que quisimos vivir acá. Y si nos quisimos encontrar acá, es que nos vamos a encontrar allá. Ese es el llamado. Podríamos decir que en eso hay una continuidad. Pero a nosotros nos cuesta porque en realidad a lo que tendemos es a las seguridades, nosotros queremos seguridades, formas de explicar que sean más fáciles. Pero eso no se da en los vínculos. Es justamente, soltar las seguridades. Creo que es esta frase que pusimos hoy, que es bastante dura: “El que se cree muy seguro, cuídese de no caer”. La intimidad es lo contrario a la seguridad, es aprender a confiar en el otro. Yo ya no controlo las cosas, doy un salto. Me animo a confiar y a creer en el que Dios puso a mi lado, me animo a caminar con el otro sin saber qué es lo que el otro va a hacer, me animo a estar con Jesús a pesar de lo que me pida. Confío en Él, me abandono en Él y voy caminando hacia Él. Esa es la invitación que en esta Cuaresma nos hace. ¿Cuáles son esas seguridades que no quiero soltar? ¿Cuáles son esas barreras que pongo frente al encuentro con los demás, y al encuentro con Dios?
Hoy Jesús nos invita a mirar en nuestro corazón cómo podemos crecer en ese vínculo y esa intimidad con Él y con los demás.
Pidámosle a Él, aquél que soltó todas sus inseguridades para dar la vida por nosotros que también día a día podamos soltar nuestras seguridades para encontrarnos con Él.
Lecturas:
*Ex 3,1-8a.13-15
*Sal 102,1-2.3-4.6-7.8.11
*Cor 10,1-6.10-12
*Lc 13,1-9