En
la película El Discípulo, con Al
Pacino y Colin Farrell, James Clayton es un joven muy talentoso, egresado del
MIT, capo en Informática. Cuando está exponiendo en un panel de informática, en
el que todos muestran avances, aparece Walter Burke, un reclutador de la CIA,
para llevárselo como un joven talentoso, y ver si hace un entrenamiento, lo
recluta. Sin embargo no le es fácil que él se anime a dar ese paso. Por un
lado, uno podría decir que ese joven, James, está bastante acomodado en su
vida, se recibió muy bien, le va muy bien, tiene un montón de posibilidades;
pero Walter le hace descubrir que hay como un fuego en su corazón, que le pide
algo más; que a pesar de haber logrado muchas cosas en su joven carrera, su
corazón le pide algo más. Tiene preguntas, por un padre que también había
trabajado en la CIA, cosas que su corazón quiere, y lo que tiene que hacer este
hombre es volver a encender esa llama en el corazón, para que él se anime a ir
por algo más. Algo que también a nosotros muchas veces nos pasa, vamos como
apagando nuestros deseos en el corazón.
Podríamos
decir que hay como dos momentos importantes en la vida, en este sentido. El
primero es dar el primer paso, que es descubrir cuáles son mis deseos, animarme
a buscarlos y a mirarlos. Si no lo he hecho, tengo que comenzar por ahí, por
animarme a descubrirlo, porque eso es lo que me va a hacer feliz. Pero tal vez
ya hemos descubierto nuestros deseos, y sin embargo llegamos como a un status
quo donde nos acomodamos: "Bueno, mi vida hasta acá está bien. Es
confortable, más o menos zafa...", y me acomodo. No obstante, creo que hay
momentos donde nos frenamos y sentimos como un gusto amargo en el corazón. Y
uno se pregunta por qué, porque quizás miramos nuestra vida, y las cosas andan
bien. Estamos contentos con nuestra familia, con mi novio/a, con mi trabajo,
con mi estudio... ¿Por qué entonces tengo este sabor amargo en el corazón? Y en
general cuando no encontramos el porqué es porque nos falta ir a la raíz. Hay
un deseo en el corazón que lo he apagado. Hay cosas que mi corazón pide, que ya
nos las escucho más. Y como no las escucho, en algún momento vuelven como un
boomerang y empiezan a hacerme sentir un gusto agrio en el corazón. Es por eso
que la invitación es siempre a no apagar esos deseos. Ni porque ya llegué a un
confort, ni porque creo que son difíciles o arduos.
¿Cuántas
veces nos pasa que nos encontramos con personas en la vida, más chicas, o más
grandes, y las vemos como apáticas? Nos dan ganas de pegarles tres o cuatros
sopapos, decirles: "¡Despertate!", "Hacé algo con tu vida".
Porque uno espera por lo menos que se equivoquen, pero que hagan algo, porque
sino no van a llegar a ningún lado. La vida, cuando uno va apagando los deseos
del corazón, lleva a esa apatía, hacia algo que falta. Esto es lo que movió
siempre a Jesús, el nunca apagar esos deseos que tenía en el corazón.
El
evangelio difícil de hoy nos dice que Jesús deseaba ardientemente que algo
llegue. Es decir, nunca apagó la llama de su corazón, ni aún frente a las
dificultades; pero tenía que esperar, tenía que tener paciencia, porque las
cosas que queremos no siempre vienen rápido. Es más, como muchas otras veces
hemos hablado, la vida no es como un McDonald's, donde uno pide y ya está. Los
deseos tienen que tener un recorrido, un camino. Son arduos, uno tiene que
sembrar primero y esperar. Lo que pasa es que es mucho más lindo cosechar;
queremos cosechar siempre rápido. Pero para que la cosecha sea abundante y dé
un fruto verdadero yo tengo que esperar los tiempos, los pasos, y a veces eso
lleva mucho tiempo. Es más, a veces los frutos los va a vivir otro. En el
fondo, si miramos objetivamente, podemos ver que esto se da también en otras
realidades. Cuando hablamos de la política de nuestro país, ¿qué pasa? Falta
alguien que piense a largo plazo, alguien que empiece a sembrar aunque él no
coseche. ¿Por qué? Porque en la vida de los demás, o en las instituciones,
miramos mucho más objetivamente; en las nuestras, o en la gente que más queremos,
se nos complica.
Entonces
lo bueno es animarse a ir ardientemente detrás de ese deseo. Esto fue lo que
hizo Jesús. Es más, el deseo de Jesús no se va a cumplir en su vida. Pero muere
con ese deseo abierto. Él quiso dar vida, predicar el Reino de Dios, que la
gente lo escuche, y muere casi solo. El fruto de su vida va a venir después. Va
a venir porque Él aun en lo arduo y en lo difícil, no dijo: "hasta acá
llego", sino: "sigo luchando por esto. Aun cuando sea difícil, aun
cuando traiga conflicto". Esto es lo que está diciendo en la segunda parte
del evangelio. A Él, anunciar el Reino de Dios, le va a ser conflictivo. Muchos
no lo van a entender, muchos se van a burlar, y muchos lo van a matar. Pero no
es que lo dejó por eso. Él sabe que hacer el bien muchas veces también es
difícil, y esto es lo que le dice Lucas a esa comunidad. ¿Ustedes quieren
seguir a Jesús? ¿Tienen ese deseo en el corazón? Sepan que a veces va a ser
difícil, y que aun las comunidades, aun las familias, muchas veces se van a
dividir. Lo que pasa es que a uno lógicamente esto le suena raro porque dice:
"¿Ustedes piensan que he venido a traer la paz a la tierra?", y todos
diríamos: "Sí." Pero nos dice: No, vine a traer la división. Entonces
hay algo acá que no nos cierra. Y lo que no nos cierra es que no es la paz como
nosotros pensamos, un status quo en el que no pasa nada, sino que es una paz
que es trabajosa, que es difícil, que luchar por ella muchas veces trae
conflictos, divisiones, pero que no la tengo que abandonar, que no la tengo que
dejar atrás, porque nuestra intención es que la paz llegue casi como una
maqueta que baja desde el cielo, y en la que todo está bien. Y Jesús dice: No,
esa no es la paz que yo traigo. La paz que yo traigo es la que brota del
corazón de hombres y mujeres que pelean y que luchan por ella. Esta es la
invitación que hoy nos hace a nosotros.
Hay
un escritor, político, Edmund Burke, que decía: "Lo único que necesita el
mal para triunfar en el mundo, es que los buenos no hagan nada". Y creo
que lo que nos pasa muchas veces es eso. A veces la gente se acerca y dice:
"Yo no le hago mal a nadie." Y mi primera pregunta (en general no la
hago), es: ¿pero hacés el bien? Porque que yo no le haga mal a nadie no
significa que hago el bien. Es más, estaría bueno empezar a pensar en positivo,
decir: "hago buenas cosas", en vez de decir que no le hago mal a
nadie. Porque nos vamos acomodando en este mundo que relativiza todo, en un: "bueno,
nadie moleste a nadie, nadie luche por nada, y quedémonos como en un status quo".
Sin embargo cuando vemos que eso pasa, que nadie hace nada, o que los buenos no
hacen nada, nos violenta.
El
otro día miraba un video de este chico discapacitado que fue golpeado por otros
compañeros, y la verdad que a uno le daba bronca. Y recién cuando salió el
video las autoridades del colegio dijeron: vamos a intentar actuar en esto. La
pregunta es ¿por qué no actuamos antes? Algunos compañeros dijeron: "Sí,
intenté, pero la pasé mal..." Renunciamos a hacer el bien. Ahora, ¿quién
dijo que hacer el bien no va a ser conflictivo? ¿De qué nos arrepentimos? ¿De
que nos metimos y fue conflictivo, o de que me lavé las manos? ¿Queremos ser
todos como Poncio Pilatos y nos lavamos las manos y no hacemos nada? ¿O
queremos luchas por eso?
Hace
varios años, estaba misionando en algún lugar de nuestro país, y estábamos en
una comida, y la familia de esa casa había invitado a todos los hijos a comer.
Uno de los hijos, un poco fuera de lugar, empezó a hablar muy mal de unas
familias de un barrio muy carenciado de ahí, y de los chicos que iban ahí a la
misa, empezó a agredirlos y criticarlos; hasta que en un momento a mí me saltó
la térmica, cuando dijo: "La verdad que habría que esterilizar a todas
esas mujeres." La conversación subió mucho de tono, y fue una comida muy
conflictiva, es más, yo estuve a punto de levantarme e irme. Más tarde, los
chicos del grupo, que también pasaron un mal momento porque estaban ahí, me
preguntaron si me arrepentía de haber intervenido. Y me acuerdo que yo les
dije: "No, sí me arrepiento de muchas veces que no dije lo que pensaba. Sí
me arrepiento de muchas veces en las que no me animé a hacer el bien, que me
callé, que no actué, y que dejé que los otros, el mal, triunfara."
Entonces, cuando creo que es necesario, no me preocupa el conflicto, me
preocupa callarme la boca y no hacer nada.
Esto
nos pasa a diario. En un colegio molestan a un chico porque nos callamos,
porque damos un paso al costado, porque no nos comprometemos en eso, y las
cosas siguen. Podríamos preguntarnos qué hubiera pasado si Jesús no se
comprometía. ¿Le trajo conflictos? Sí. ¿Le costó la vida? Sí. ¿Dio fruto? ¡Vaya,
qué fruto dio! El bien siempre da fruto. Puede ser difícil, pero tenemos esa
certeza. Jesús nos invita a luchar por eso, a animarnos a que esa pasión por el
bien que tendríamos que tener nunca se apague. Jesús dice: hay algo que arde en
mi corazón, hacer el bien. Lo mismo nos dice a nosotros: que arda siempre esa
necesidad, ese deseo de hacer el bien; de actuar, de no callarse, de
transmitirle a los demás aquello que Jesús nos enseñó.
Pidámosle
a Jesús, aquél que se animó hasta dar la vida para que otros tengan fruto, para
que otros crean, para que otros vean que el bien triunfa; que también nosotros
nos animemos a lo mismo.
Lecturas:
*Jer 38,4-6.8-10
*Sal 39,2.3;4.18
*Heb 12,1-4
*Lc 12,49-53