viernes, 11 de octubre de 2013

Homilía: “Auméntanos la fe” – domingo VII durante el año


La película Lo Imposible cuenta el drama de una familia española que estuvo presente en el tsunami. Esta familia, constituida por papá, mamá y tres hijos, decide pasar las vacaciones de Navidad en Tailandia. Comienza la película, muestran una imagen muy linda durante la Navidad, hasta que en la madrugada del 26 de diciembre ocurre esta catástrofe, el tsunami. Después de que se calman un poco las olas, la mujer, María, cuando logra recobrar fuerzas y ponerse en pie, comienza a buscar a su familia y encuentra a su hijo mayor. Él está bastante mal, como podemos imaginarnos en una situación tan difícil, y María empieza a intentar tranquilizarlo. Termina diciéndole: “Tu y yo no vamos a morir. Quedate tranquilo.” Con la convicción de que tuviera fe y confianza porque iban a salir de esa situación.
Esta fe y confianza que es difícil tener en las situaciones extremas. Si uno piensa en la situación, esa mujer no sabe dónde está su marido, dónde están sus otros dos hijos, qué les pasó; pero intenta transmitirle a su hijo en ese momento de oscuridad, esa fe y esa confianza para que pueda salir adelante. Esa fe que se necesita en los distintos momentos de la vida para seguir caminando, para seguir luchando, para seguir peleándola.
Uno puede imaginarse: ¿cómo reaccionaría yo en situaciones límites? Sin embargo, es muy difícil saberlo hasta que no estás en la situación. ¿Cuántas veces nos hemos visto en situaciones donde pensamos que íbamos a reaccionar de una manera totalmente diferente? ¿O nos encontramos con las cosas que nunca nos iban a pasar a nosotros, o que nunca íbamos a hacer, y no nos queda otra que tachar la palabra nunca porque es parte de nuestra vida en algún momento?
Ahora, en esos momentos, podríamos decir que la diferencia se ve en si tengo o no tengo fe; si creo y lucho para adelante o si no creo y empiezo a bajar los brazos, me empiezo a rendir. Esa es la primera distinción que podemos hacer en las cosas de la vida, y también en las cosas de la fe. Quienes creen y quienes no creen. Quienes tienen fe y quienes no tienen fe.
Sin embargo, también hay como un  paso intermedio que es: cuánto creo, cuánto me dura la fe, cuánto me dura la confianza, o me dura el empuje. Esta es la distinción que nos hace el evangelio de hoy. Porque no habla de los que tienen fe o de los que no tienen fe. Habla de gente que claramente tiene fe, como son los apóstoles – por algo dejaron todo, lo están siguiendo a Jesús,  lo están escuchando – sin embargo, llega un momento donde se les pone difícil. Frente a esto, el pedido de los discípulos es: “auméntanos la fe”. Esta fe, esta confianza que hoy tenemos, no nos alcanza. Necesitamos algo más. Lo que nos muestra es que siempre estamos como en camino, que la fe no es algo que obtengo en un momento y se acabó, sino que es algo dinámico, que es un proceso. Es algo en lo que yo tengo que invertir mi vida, mis energías, para poder ir creciendo, para poder ir dando pasos.
En este caso, a los discípulos les sucede cuando Jesús les dice: “Si tu hermano peca contra ti y se arrepiente, perdónalo.” Cosa que es muy fácil de decirles a los demás, pero cuando lo tenemos que hacer nosotros es difícil. Por lo menos a mí me cuesta perdonar tan fácilmente a los demás. Pero por si a alguno de ellos le salía ya, les pide algo más. Les dice: “si tu hermano peca contra ti siete veces [como diciendo, en el día ya es suficiente], y se arrepiente, también perdónalo.”
Los discípulos tienen dos opciones, o se hacen los tontos frente a lo que Jesús les está diciendo, como diciendo: bueno, está diciendo algo demasiado exagerado; o dicen: “Bueno, esto es difícil, acá quedo en offside. Si el pedido de perdonar es tan grande, acá se me complica mi fe. No me da para eso.” Y al darse cuenta, siendo realistas, le piden a Jesús: bueno, si vos me estás pidiendo esto, auméntame la fe. Casi lo mismo que le podríamos decir nosotros cuando alguien nos molesta continuamente y uno dice, siempre hacés lo mismo y siempre venis a pedir perdón pero nunca cambias, nunca tal cosa, nunca tal otra… Y Jesús no dice eso. En todo caso nos pone el peso en nosotros: perdonalo, volvé a ofrecerle tu perdón. Y para eso nos pide todo un trabajo en el corazón.
Por si no queda claro con este tema, lo hace también con la generosidad y el servicio. A todos nos gusta ayudar y servir en algunos lugares, pero en otros se nos hace un poco más difícil a veces. Sin embargo Jesús dice, cuando hagas lo que tengas que hacer, hacelas y nada más. No te pongas a esperar algo más. Da con generosidad. Pero cuando nos toca a nosotros nos cuesta. “Soy el único que trabajo en esta casa.”; “Siempre me pedís las cosas a mí.”; “Nunca la pedís nada al otro.” Nos cuesta darnos con generosidad. Si el evangelio hubiera seguido quizás hubiera dicho: ahí también auméntanos la fe. Para que nosotros podamos dar también ese paso. Porque dar tan gratuitamente nuestra generosidad también nos cuesta.
Así podríamos mirar cada uno de nosotros qué es lo que nos cuesta, porque en primer lugar, como les decía, la fe es un camino, es un proceso. Alguna vez hemos hablado de esto. Muchas veces creemos que en la fe “llegamos”, y como creemos esto, en general es como que nos estamos evaluando o evaluando a los demás. La pregunta que me tendría que hacer es si mi fe está acorde con la edad que tengo, no si llegué. Porque no se llega a ningún lado en la fe, siempre se está caminando.
Acá hay un montón de jóvenes, y ellos muchas veces se acercan y me dicen: “yo no creo tanto como antes.” ¿Por qué? “Porque dudo de mi fe, porque me pregunto cosas, porque dudo de Jesús, porque dudo de Dios.” Y en general lo que yo les digo es: “Qué bueno que te pase esto.” ¿Por qué? Y, porque si yo no me cuestiono mi fe en mi adolescencia, en mi juventud, sigo con una fe infantil. La fe del niño es la fe del que cree en lo que papá y mamá nos dicen. El niño no necesita más. El joven, el adolescente, está en el momento de la vida de preguntarse las cosas, de cuestionarse, de ir viendo si quiero ir por acá, si no quiero ir por acá, ¿quiero probar esto? Lo mismo tiene que pasar en la fe. Si mi fe en mi juventud no entra en crisis, no puedo crecer, por eso muchas veces nos mantenemos rígidos. No quiero que mi fe me cuestione, que mi fe me pregunte. Y si no lo hago yo lo va a hacer Jesús. Esto es lo que hizo con los apóstoles. ¿Ustedes se creen que su fe es muy grande? Bueno, entonces perdonen hasta este momento. Y ahí dijeron: no, auméntanos la fe porque hasta acá llegamos. Podríamos mirar también nosotros. No para verlo como algo malo, sino para ver como tengo que ir caminando en la fe, cuál es el próximo paso que tengo que dar. ¿En qué me cuesta mi fe? ¿Qué es lo que me cuesta vivir?
A veces pensamos la fe como nuestra parte espiritual. Como si nos dividiéramos en dos. Mi fe tiene que ver con cuánto rezo, o si voy a misa; pero no con mi vida, no con como yo vivo o actúo. Jesús lo que quiere es una persona íntegra. Mi fe no tiene que ver con algo, Jesús no quiere personas que tengan fe, quiere personas en las que su fe impregne todo, quiere que su fe nos transforme. Es más, si uno agarra el evangelio, en realidad en las cosas de fe que nos pide Jesús, casi nunca habla de la oración, y de ir a misa. Habla de cómo vivimos. En este caso, habla del perdón y de la generosidad. Según cómo perdono, cómo tengo mi fe, cuánto crecí en mi fe. Según cómo me pongo a servir al otro, cuánto vivo mi fe. Así podríamos pensar un montón de actitudes en la vida: cómo vivo la verdad, cómo vivo la entrega. Podríamos pensar cada uno de nosotros, ¿en qué de esta vida estoy flaqueando? Y en eso decirle a Jesús: auméntanos la fe. ¿Para qué? Para ponernos en camino.
La fe es un regalo, es un don que nos da Dios. Eso los discípulos lo tienen claro, por eso le dicen a Jesús, ayudános, aumentanos la fe, danos el primer paso. Hay una frase famosa de Martin Luther King que dice así: “para crecer en la fe es necesario dar el primer paso, no tengo que ver toda la escalera, sino solamente animarme a dar ese paso.” Eso es la fe. A mí me toca hoy dar este paso, empezar a hacer este camino, empezar a ir por acá, empezar a ir por este lado. Eso es lo que le tengo que pedir a Jesús.
Tal vez como imagen podríamos tomar lo que hemos vivido este fin de semana con la peregrinación a Luján. La fe es una peregrinación, lo difícil es que tengo que caminar con el corazón, y eso cuesta un poco más. A veces tengo ganas, a veces no tengo tantas ganas. A veces el día está bárbaro como ayer, a veces llueve y me quiero morir, ¿para qué salí a caminar? A veces estoy contento con el que camina al lado mío, a veces me quiero matar, y digo ¿por qué este se me puso a caminar al lado mío? En la fe pasa lo mismo, tengo distintos momentos, pero hay momentos donde tengo que animarme a poner mi esfuerzo, a poner mi voluntad para poder crecer en eso.
Para terminar les cuento una anécdota. Cuando estaba en la parroquia anterior caminaba con el grupito que salía desde Liniers, y después nos uníamos con los que iban desde Moreno. Como no éramos muchos, aprovechaba e iba charlando un ratito con cada uno. Una vez me tocó caminar con una chica que tenía 28 años. Por cómo caminaba, yo no daba ni dos pesos ni porque llegara a Merlo (ahí nomás de Liniers). Empezamos a caminar, ella iba con un bastón, me contaba de su familia, y en eso le pregunto, “¿vos sos de caminar mucho?, ¿te gusta caminar?” “No, no, Padre. Yo no camino nada.”, me dice. “Es más, mi trabajo queda a doce cuadras, y me tomo el colectivo.” Así que yo con eso confirmaba mi primera impresión, no llegábamos a ningún lado así. Seguimos caminando y charlando un rato, y ella me dice: “Padre felicíteme.” “Bueno, te felicito, pero no sé por qué.”, le digo yo. “Hoy es mi cumpleaños, cumplo 28 años.” “¡Felicitaciones! ¡Feliz cumpleaños! ¿Te viniste a caminar y no celebraste tu cumpleaños?” “No, no. Estoy celebrando mi cumpleaños caminando”, me dice. “Le cuento algo, yo soy fanática de Bob Dylan, y hoy toca a la noche. Me habían regalado entradas para ir al recital. Yo estaba feliz de la vida, hasta que me di cuenta de que coincidía con la peregrinación a Luján. Y ahí me entró como una lucha en el corazón. ¿Qué hago?, me dije. Y lo que me planteé, fue ¿Cómo puede ser que por un recital deje de caminar a la casa de mi madre?”
Y esa persona a la que le costaba mucho caminar (uno lo veía claramente), mostraba que la fe no pasa por las piernas, sino por el corazón. Pasa por las opciones que hago. Uno puede pensar cualquier cosa: “uh, no era necesario.” No, pero hay que tener una fe profunda para dejar lo que a uno le gusta por algo que considera más importante, por un camino que va haciendo en la vida.
Llegamos dos ese año a Luján (en general se van quedando varios en el camino). Uno fui yo, y la otra fue ella. Al rato pasó, cuando estábamos en el grupo de apoyo y me dijo: “Hola Padre, aquí estoy.” A veces hay que poner esfuerzo en la fe para hacer opciones, para seguir caminando, para que en los momentos más difíciles pueda poner el corazón para hacer aquello que me cuesta. Y ahí la fe se pone en camino. A veces hay que pedirle a Jesús que nos aumente la fe.
Escuchemos a este Jesús que nos invita a caminar y caminemos con Él.

Lecturas:
*Ha 1,2-3;2,2-4
*Sal 94,1-2.6-7.8-9
*2Tm 1,6-8.13-14

*Lc 17,5-10

miércoles, 2 de octubre de 2013

Homilía: “Si la nuestra Fe no nos causa una tensión en el corazón, entonces tenemos que preguntarnos en qué Jesús estamos pensando” – XVI domingo durante el año


Anoche agarré en la televisión nuevamente la película Los Juegos del Hambre, y me vino en el principio la imagen de este evangelio. Para los que no la vieron narra la historia de un país en el que hay trece distritos y el capitolio. Después de que uno de esos distritos, que era de los más pobres, se revela, el capitolio comienza unos “Juegos del Hambre” en el que se eligen jóvenes de doce a dieciocho años para hacer unos juegos que llevan a la muerte a todos, y gana solamente uno.
Más allá del argumento de la película, muestra la desigualdad social y la opresión que hay junto con el hambre de estos lugares. Como logran en general las películas o los medios más visuales, uno se violenta, porque la película empieza mostrando el hambre y la opresión que hay para conseguir un poco de comida en uno de estos distritos, y después, cuando van hacia la ciudad, la opulencia de la comida y de que pueden comer lo que quieran.
Cuando uno lo ve tan de manifiesto (podríamos sacar fotos de nuestra realidad actual en distintos lugares), lo ve mucho más claro que lo que hoy pasa. Y pensaba en ese abismo que hay en la película entre estos distritos que tienen mucha hambre, y una ciudad totalmente opulenta. Pensaba en cómo estos abismos se van manifestando cada día más en el mundo en que vivimos. Leía en estos días una revista que decía que el 1% de la población mundial, posee más que el 56% más pobre de nuestro mundo. Si uno se pone a pensar no tiene por dónde empezar cuando uno ve ese abismo de diferencia. Seguía diciendo que las 356 personas más ricas tienen más que 2.600 millones de personas en el mundo. Cuando uno empieza a mirar y a ver estos números, dice: acá hay algo que no cierra, acá hay algo que está mal.
Como nosotros fuimos favorecidos en la vida -Dios nos regaló un montón de cosas-, esto muchas veces nos pasa desapercibido. Pero cuando empezamos a ver un poco más en detalle, hay cosas que nos empiezan a hacer ruido en el corazón. Ese abismo se va viendo de diferentes maneras. Podríamos sin ir más lejos ver entre nosotros. Por ejemplo la diferencia entre los barrios; tenemos barrios muy ricos al lado de villas. Cómo decimos: “uh, por esa calle no se puede pasar.” Es como que hay un abismo. Por estos lugares podemos transitar, por estos otros no; porque la diferencia hace que eso no se pueda. Pero no sólo en eso. Podemos verlo también en el acceso a la salud, cuando tenemos una mejor condición económica, en general podemos acceder a buenos planes de salud, y la gente más pobre no accede a eso, queda prácticamente afuera. Estando en Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud, los brasileros nos decían: “ustedes no saben lo que es la pobreza. Acá directamente no pueden ir a los hospitales, no los atienden a los más pobres.” La desigualdad se ve también en la educación; entre los que podemos acceder a un colegio privado, y los que no. Eso también genera un abismo.
Hace unos años, cuando estaba en la parroquia del Huerto, me quedó grabada una imagen. Estábamos comenzando el ciclo escolar en el Colegio María Santísima de la Luz (muy carenciado), y al comenzar las clases vino una mamá a preguntarnos por qué no habíamos incorporado a su hijo a primer grado. No lo habíamos incorporado porque era imposible, no teníamos manera; ya estábamos sobrepasados de alumnos en las clases, y le decíamos: “Mirá no podemos, no podemos, no podemos.” Y la frase de la madre fue, “Bueno, no hay problema. Anótenmelo para el año que viene. Yo espero, y mi hijo empieza el colegio un año más tarde; pero a un colegio estatal yo no lo mando.” Y uno ahí se da cuenta del abismo que hay. Porque ese colegio no está ni cerca de los colegios a los que nosotros estamos acostumbrados, pero para ella era un refugio aunque sea poder encontrar este lugar. Y esas cosas se van haciendo cada vez más grandes, y las separaciones cada vez más fuertes.
Creo que el único camino es animarnos a ver cómo podemos tender puentes. Si no tendemos puentes entre las distintas realidades, si no trabajamos para que las cosas sean diferentes, la diferencia es cada vez mayor. La separación es cada vez mayor. Y eso es lo que ocurre en esta parábola que acabamos de escuchar. Tiene dos partes muy diferenciadas. En la primera, un hombre que tiene mucho, rico, que hace banquetes y come opulentamente; y por otro lado un pobre, llamado Lázaro. En esto me quiero detener un momento, porque ¿saben una cosa?, es el único nombre propio que Jesús pone en una parábola. Fíjense en cualquier parábola del evangelio: el Padre Misericordioso: hijo mayor e hijo menor; el Buen Samaritano: sacerdote, levita, samaritano; el Sembrador; nunca pone un nombre. Pero acá sí Jesús nos dice que ese pobre es Lázaro. Llamativo, ¿no? La única vez que nombra a alguien es a una persona muy pobre. Y nos dice que esta persona no podía acceder ni siquiera a lo que se caía de esa mesa en la que comían.
La siguiente imagen es una vez que ambos han muerto. Uno en el cielo, y el otro parece que bastante lejos. Nos dice que Lázaro, que sólo recibió males en la vida, ahora está en el cielo; lo que ellos llamaban estar “junto a Abraham”. Este hombre rico en cambio, está en lo que nosotros llamaríamos el infierno, sufriendo. Acá viene la pregunta a Jesús, ¿por qué sucede esto? La respuesta es: porque vos recibiste tus bienes en vida. En cambio, el recibió males. Llegamos acá, y la condición cambia. Lo más llamativo es que no hay ninguna apelación moral en esto. No dice, “este hombre era una mala persona”. No dice si la persona pobre era buena o mala, no dice si la persona rica era buena o mala; lo único que dice es la condición. No marca nada más. Esa condición cambia cuando llegan al cielo. En esto el evangelio es muy parecido a la primera lectura, donde el profeta Amós le reprocha al pueblo que pasa lo mismo. “Ustedes, que comen manjares opulentos, que se acuestan en palacios de marfil, que se olvidan del otro, ya verán lo que va a pasar.” Es decir, el problema es cuando no se tienden estos puentes.
¿Qué es lo que se le está pidiendo a este hombre? Nada extraordinario. La parábola va a algo muy concreto: vos tenías mucho para comer, y alguien que estaba al lado tuyo no lo tenía, y vos no le diste. Es muy simple el resultado de lo que está pasando acá. Sin embargo, ese abismo no lo posibilita. Dicho así es un poco duro pero este evangelio de Lucas es determinante con la gente rica. Para Lucas no es un milagro que un rico entre al cielo, son como siete u ocho juntos más o menos. Es fuertísimo esto. Se ve que Lucas vio una opresión tan grande que dijo: si acá hay alguien que tiene más y no hace algo por los otros, no hay salida. Por suerte tenemos otros evangelios porque acá se nos complicaría a muchos que hemos sido favorecidos en la vida. Lucas nos invita a a ver qué es lo que está a nuestro alcance para tender puentes, porque si no cada vez nos separamos más, cada vez hacemos más abismos, cada vez la diferencia es más grande. Nos tenemos que preguntar ¿qué es lo que yo tengo para dar y qué es lo que cuestiona mi corazón?
Creo que la clave acá es la segunda lectura, porque Pablo le dice a Timoteo: “pelea el buen combate de la fe”.  Es decir: luchá por tu fe, peleá por tu fe. ¿Qué significa eso? Significa que la fe trae problemas en la vida. Y si la fe no nos cuestiona, si la fe no nos causa una tensión en el corazón, si esto que nos pasa no nos complica la vida, entonces tenemos que preguntarnos qué fe tenemos, en qué Jesús estamos pensando. Porque continuamente Jesús nos está diciendo: mirá, acá tenés que esforzarte un poquito más, acá hay algo que tenés que hacer, acá hay algo que tenés que cambiar. Obviamente que nos tiene mucha paciencia, pero la fe nos tiene que cuestionar en el corazón. ¿Qué es lo que hacemos por los demás? Porque si no nos vamos distanciando cada vez más; y las diferencias son tan grandes que a veces hacen un ruido grandísimo.
El fin de semana pasado fui a un casamiento. En un retiro al que fui después unos chicos me preguntaron qué pensaba yo de las fiestas de casamiento. Y sin juzgar a nadie (no quiero que nadie se sienta agredido por esto), yo le dije: “Mirá, la verdad que hay muchas fiestas de casamiento que me parecen una vergüenza, o por lo menos a mí me hacen mucho ruido. Ver cierta riqueza tan grande y tanta gente que no tienen ni para comer, por lo menos, evangélicamente nos tendría que cuestionar. A nosotros que somos cristianos nos tendría que hacer ruido.” Por suerte estos chicos pensaban más o menos igual, o no me dijeron si pensaban distinto, pueden hacerlo; pero creo que hay desigualdades que nos tienen que empezar a hacer ruido en el corazón. Tengo que empezar a pensar cómo yo puedo trabajar por el otro.
Podríamos pensar en un montón de cosas; el fin de semana pasado leía en la revista de La Nación algo de “party planners”, ¿de qué estamos hablando? Gente que hacía fiestas para chicos, que gastaba una fortuna; seguimos haciendo cada vez más separaciones. Gastamos una fortuna para los chicos. “Buzos de egresados para los de jardín”, ya no sé qué quieren inventar, pero a ver, ¿eso no hace ruido en los corazones de los cristianos? ¿No nos cuestiona qué es lo que estamos haciendo? ¿Hacia dónde estamos caminando con esta desigualdad tan grande que se produce?
Podemos pensar en las cosas que hacemos siempre. Las fiestas de 15, por ejemplo. Hay muchos jóvenes acá. Cuando salen los sábados a la noche, lo que se gasta en un pre-boliche, ¿no nos cuestiona eso? ¿No nos hace ruido la plata que de alguna manera tiramos en cosas superficiales o que no nos sirven para nada? Hay otro que está a nuestro lado que no tiene nada. Eso es lo que está diciendo Jesús. Lo que nos está diciendo es que si no creamos puentes no lo estamos escuchando. Si no nos empieza a tensionar en el corazón, y a cuestionar nuestro modo de vida, y cómo podemos ayudar al otro desde nosotros, hay algo que falta. Ayudar se puede de muchas maneras, eh. Hoy había un montón de jóvenes acá trabajando para Un Techo Para Mi País, me pararon como en ocho semáforos más o menos. Esa es una manera de ayudar, tal vez muchos habrán estado. Hay muchos de los jóvenes de acá que hacen un montón de tareas solidarias, por ejemplo, algunos van al barrio de acá cerquita; los de San Agustín dedican un rato de su sábado, otros que van a las tutorías o al apoyo escolar. Hay mil maneras de ayudar, hay mil maneras de tender puentes. Hay mil maneras de decir: “yo fui favorecido con esto, ¿cómo me puedo preocupar por el otro?
La primera pregunta es si lo voy a hacer. La segunda pregunta es ¿cuándo? Porque muchas veces, como pensamos solamente en nosotros, todo lo demás se posterga. Siempre es: “más adelante”, “cuando esté un poco mejor”, “cuando tenga un poco más de tiempo”, “cuando tenga un poco más de ganas”… Siempre hay una excusa. Jesús va a que se acaben las excusas, a que la vida es preocuparse por el que más necesitado está. Esto es lo que hizo Jesús. Siendo Dios, se hizo hombre, vino, y dijo: ¿Quiénes son los más alejados? Hace poco escuchamos la parábola de la oveja perdida; fue y la buscó.
¿Quiénes son aquellos que encontramos que están perdidos? Y, ¿cómo nos preocupamos? Ese es el combate de la fe que dice Pablo, cómo el evangelio nos hace ruido, para preocuparnos los unos por los otros, cómo desde el cristianismo vamos tendiendo puentes para hacer un mundo más justo.
Pidámosle a Pablo, aquel que peleó el buen combate de la Fe, que nos ayude a nosotros a poder hacer lo mismo.

Lecturas:
* Am 6,1a.4-7
* Sal 145,7.8-9a.9bc-10
* 1Tm 6,11-16
* Lc 16,19-31