miércoles, 26 de noviembre de 2014

Homilía: “Cuando uno pone los talentos al servicio de Dios, siempre dan fruto” – XXXIII domingo durante el año

Hay una película que se llama Soul Surfer, que trata de una chica, Bethany, que le encanta el surf, y tiene mucho futuro en eso. Está basada en una historia real. Un día ella está entrenando, y aparece un tiburón y le come un brazo. Salva su vida casi milagrosamente, y luego comienza a preguntarse ¿qué hago con esto? Ella había dejado el colegio, lo hacía a distancia, para poder dedicarse al surf. ¿Qué es lo que hago?, se pregunta. Intenta seguir, porque tenía mucho empuje, pero no es lo mismo hacerlo con un brazo que con dos, especialmente haciendo el deporte profesionalmente. Entonces, se le empieza a complicar mucho, ella era una chica exitosa pero en los torneos no le va bien, y casi decide dejar. Sin embargo, encuentra que hay un montón de gente que se siente inspirada por ella. No por su éxito, sino por lo que hace, por el empuje, por intentarlo, por buscarlo. Un montón de chicos empiezan a escribirle y decirle que encuentran en ella un modelo. Más adelante, cuando ella ya logra procesar esto en su corazón, le hacen una entrevista, y le preguntan si cambiaría algo de ese día, si hubiera dejado de ir a hacer surf, si no se hubiera metido en el agua… Ella después de pensarlo, sorprendida por la pregunta, dice: “No, no cambiaría nada. Porque en este tiempo he podido abrazar a muchas más personas con un brazo que con dos.” Lo que pudo hacer es descubrir todo el cariño que recibió, a pesar de lo malo, a pesar de la situación difícil. Pero no sólo el cariño que recibió, sino lo que ella pudo dar; cómo eso le cambió la mirada, le cambió el corazón, cómo pudo procesar algo difícil y duro, que le tocó en la vida. Esto le agrandó el corazón, la hizo más buena. Puso al servicio el corazón, empezó a ver que esto servía también para los demás.
Creo que a veces nos pasa que tenemos un montón de posibilidades y de dones (con muchas menos dificultades que perder un brazo) y por distintas circunstancias de la vida los vamos apagando. No nos animamos a hacerlos producir, estamos como enojados, insatisfechos o sin ganas, y vamos como aplacando la vida. Y a todos nos cuesta ver alguien que va aplacando la vida, que vive apáticamente. ¿Vieron cuando vemos alguien que no hace nada? Y nos surge decir: dale, hacé algo, movete, hacé algo con tu vida. Cuando vemos alguien que nada lo motiva, que nada lo mueve, que no sabemos por dónde entrarle, por dónde convencerlo, queremos decirle: a ver, la vida tiene un montón de cosas lindas, anímate, buscá. Casi que nos violenta más que cuando alguien se equivoca.
No digo solamente cuando uno es más joven, que ahí eso se ve claro, sino también cuando uno es adulto, ya un poco más mayor. Uno siente que se acabaron las motivaciones, que no sabe hacia dónde va, cuál es el horizonte. Y nos da ganas de decir: la vida tiene un sentido, es un regalo, es un don que se nos dio, hay un Dios que nos invita siempre a caminar hacia Él. Creo que esta parábola tan conocida va en ese sentido. Esos talentos que se les dan a los hombres para que den fruto. Con alegría uno ve que los dos primeros los hicieron dar fruto, pero que hubo un tercero que lo escondió, que lo enterró, que no hizo nada. Y nos terminamos compadeciendo de que le quiten el talento, pensamos: no sé si hay que ser tan duro… pero más allá de eso, ese hombre es juzgado por sus propias palabras. Le dice a su amo: -yo sé que vos sos un señor severo-. -Entonces, si yo era severo, ¿por qué no buscaste?, ¿por qué no hiciste algo con esto? Aunque sea ponerlo en un banco y daba interés.- Algo se podría haber hecho.
Nos llama entonces a esa responsabilidad que tenemos nosotros con nuestra propia vida. Cuando nos cuesta ver a alguien muy apático, que no aprovecha la vida, es porque estamos descubriendo la vida como un don, algo que se me dio, algo que yo no elegí. No elegí nacer, ni dónde nacer, ni en qué familia, ni en qué lugar. Es un regalo, un don. Y ¿qué hago yo con esto?, ¿de qué manera lo llevo adelante?, ¿de qué manera vivo la vida?, ¿de qué manera la aprovecho?, ¿de qué manera camino hacia esa felicidad que Dios me da? Creo que esto tiene mucho que ver con cómo recibimos la vida, con qué corazón la recibimos. Para ser más claros, en general cuando uno recibe un regalo se sorprende, se alegra, y después piensa: bueno, ahora ¿qué hago con esto?, ¿cómo le saco provecho?
Con la vida pasa lo mismo. Si yo descubro que la vida es un regalo, algo que se me dio, yo quiero sacar provecho de esa vida. Ahora, si yo digo: “la vida es un garrón”, “qué bajón”, como dice Jeremías: “maldito sea el día que nací”, si yo vivo todo como una obligación, llega un momento en que me canso, no tengo ganas de estar siempre arrastrando algo que es como una piedra. Ahora, si yo descubro que es un regalo lo que se me dio, quiero hacer algo distinto. Eso me pasa con todo. Si yo siento que la facultad es un garrón, es una obligación, es algo que tengo que hacer, bueno, así la voy a pasar todos esos años, o voy a claudicar en el camino. Si yo descubro que es un don (no digo que no es arduo, eh, lleva trabajo), si descubro que tengo la gracia de estudiar, que muchos no tienen, entonces voy a poder aprovecharlo. Me acuerdo estando en el seminario, que uno de nuestros compañeros nos contó que terminó el colegio de adulto. Y cuando le preguntamos, ‘¿por qué dejaste el colegio cuando eras chico?’, nos dijo: ‘porque no tenía ropa digna para ir al colegio.’ Uno muchas veces se queja de muchas cosas, pero de pronto descubre que alguien no iba al colegio porque le daba vergüenza. Y yo tal vez me quejaba de tener que ir al colegio, de tener que estudiar, de ir a inglés, etc., en vez de descubrirlo como un regalo, como algo que se me dio. Así con un montón de cosas en la vida. La posibilidad de trabajar, el don de una familia, etc. No digo que no haya momentos arduos y difíciles, pero cuando yo descubro la gratuidad del don que se me dio, de lo que se me puso delante, lo vivo de una manera diferente, y hago que dé fruto de una manera diferente. Algo se me dio, busquemos la forma de darle provecho, la forma de que esto no quede enterrado, sino que sirva para mí, y para los demás.
Creo que ésta siempre es la invitación de Jesús, y con un paso más incluso. Voy a ser un poco osado. Hay algo que no aparece en esta parábola. Fíjense que están estos hombres a quienes les dan los talentos y los hacen dar fruto. Hay otro que lo entierra pero (y Jesús no lo dice), no está el caso de que a uno le hayan dado tres talentos y los haya perdido. La pregunta es ¿por qué? Creo que porque los talentos, cuando uno los pone al servicio de Dios, siempre dan fruto. Por eso aunque sea los hubiera puesto en el banco para que dieran interés. Con que hagas un poquito, va a dar fruto. Porque no depende de nosotros. Dios no mira como miramos nosotros, no mira si tuvimos éxito. Dios mira el corazón, lo que hicimos. Cuando nosotros miramos el éxito, medimos cuánto logro uno. Dios mira lo que hay en nuestro corazón, cómo lo logramos. Volviendo a la película, no importa si ganaste o no la competencia, sino cuál es el esfuerzo qué hiciste, cómo te dedicaste, cómo inspiraste a otros. Eso es lo que va mirando en cada uno de nosotros, de qué manera vivimos. Aun en las dificultades, cómo vamos poniendo la vida y el corazón. En Él siempre va a dar fruto. Si quieren un ejemplo, nosotros en un ratito vamos a poner pan y vino en esta mesa nomás, y ¿Jesús va a hacer que esto sea su cuerpo y su sangre? ¡Vaya si dan fruto las cosas en Dios! Las transforma totalmente. Pero tenemos que mirar con los ojos de la fe para ver eso. Si yo sigo mirando con mis ojos de ser humano, voy a decir: acá hay pan y vino. Pero si miro con los ojos de la fe, ahí está Jesús que me alimenta. Lo mismo me hace ver en mi vida. Pero para eso tengo que animarme a dar un paso más, mirar de una manera distinta y diferente.
María es un ejemplo de esto, ella nos muestra tres dones que todos tenemos: fe, esperanza y caridad. Si uno mira la vida de María, no es que ella hizo cosas extraordinarias (lo digo con mucho respeto), sino que aun las cosas pequeñas las vivió extraordinariamente. Dijo un sí que cambió la humanidad. Confió en Dios, se animó a decirle sí en el corazón y nos trajo a Jesús. Todos gozamos de ese don. María no tenía ni idea de la repercusión que ese don iba a tener en todos nosotros cuando decía que sí a Dios. Pero creyó, y creyendo dio frutos. Le tocó vivir las virtudes en diferentes momentos. El amor: le tocó tener que aceptar que su hijo dé la vida, acompañarlo en la cruz, y después ese amor dio fruto; acompañó también a los apóstoles, ayudó a fundar la Iglesia, porque puso el corazón. Esperó cuando tuvo que esperar: ‘tu padre y yo te buscábamos por todos lados, no sabíamos dónde estabas…’; cuando Jesús tiene que dar la vida, cuando tiene que empezar a alejarse un poco de la familia para celebrar su ministerio; y María siempre miró con confianza. ¡Vaya si eso da fruto! En eso es un ejemplo para nosotros. ¿De qué manera queremos, amamos, confiamos? Eso es lo que va a transformar las cosas.
Hace poco uno de los jóvenes me preguntaba si sabía más o menos cuántos son cristianos hoy en la Argentina; si eran el 90% más o menos o cuántos. Los últimos estudios dieron un poco menos. Pero más que cristianos, le dije, deberíamos hablar de bautizados, porque si fuéramos cristianos, la Argentina no estaría así. Es decir, no somos tan cristianos; miremos la desigualdad, la violencia que hay, Jesús quiere otra cosa. Cristianos no es solamente estar bautizados. Tiene que ver con cómo dejo que Jesús transforme mi corazón, y cómo eso me llama a transformar el mundo. Esa es la fe que tenemos que tener, esa es la confianza que Dios deposita en nosotros. Nos pide que nos animemos, que busquemos. Creo que esto está en mi capacidad de ver cuánto Dios me da. Si yo mirara no cuánto creo en Dios, sino cuánto Dios cree y confía en mí, eso me movilizaría mucho más; sería mucho más audaz, mucho más creativo, me animaría mucho más. No sería tan conservador, como a veces somos en la familia, en la Iglesia, que queremos enterrar las cosas y que queden ahí guardaditas. Diríamos: Jesús me llama a algo más; me animaría, confiaría. Si yo viera cuánto Dios me ama incondicionalmente, a pesar de las cosas que hago bien o mal, creo que hasta un poco me asustaría de que me ame tanto, pero también me llamaría a amar mucho más, desbordaría tanto de amor mi corazón, que me animaría. Creo que esto se da justamente en la medida en que voy descubriendo eso. Lo que Dios pone en mi corazón, si lo descubro me llama a mucho más. En el fondo me llama a que las cosas se transformen, a dar fruto.
Hoy Jesús transforma este pan y este vino, porque tiene la certeza de que cuando nos alimentamos de él, eso va a dar fruto en nuestra vida, y nuestra vida va a dar fruto en la de los demás.
Tengamos esa fe y esa confianza que Dios deposita en nosotros, hagámosla propia, y así vamos también a dar fruto con todos los talentos y los dones que Dios nos dio.

Lecturas:
*Prov 31,10-13.19-20.30-31
*Salmo 127
*Tes 5,1-6

*Mt 25,14-30

viernes, 14 de noviembre de 2014

Homilía: “Celebrar y compartir la fe nos tiene que llevar a una forma de vivir” – Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

En nuestra vida hay lugares, sitios, espacios que cobran un significado especial. Pongamos algunos ejemplos: cuando era más joven, pasando por un edificio en Capital Federal, mi papá me decía, “Ésta fue tu primera casa”. A mí no me decía mucho ya que no recuerdo nada más que la curiosidad del lugar, pero a mi padre, aunque vivió solamente cuatro años, le decía mucho. Allí se casó y tuvo sus primeros tres hijos. También me pasa los domingos, que voy a almorzar con mis padres y no digo, “voy a la casa de mis padres”, sino “voy a casa”. Hace dieciocho años que me fui, es decir que no vivo ahí, pero de alguna manera nunca me terminé de ir, es mi casa, así lo siento. Vivir, viven mis papás y mis tres hermanos más chicos, pero sentimos que es de todos nosotros. Por último, este fin de semana estoy predicando un retiro de jóvenes en el ex seminario. Si bien ya no vivo más ahí, volver es como regresar a un lugar muy importante, donde pasé muchos años, donde discerní y elegí mi vocación. Estar con los chicos en esa capilla donde pasé tantos días y tantas horas era muy significativo. Es decir que hay lugares que por años transcurridos o por la intensidad de lo que vivimos significan mucho para nosotros. Y esto se da tanto en la vida como en la fe.
Hoy al celebrar la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, celebramos justamente eso; hay espacios sagrados muy especiales para nosotros. Lugares que fueron o son muy importantes en nuestra vida de fe. No solamente por que sea más lindo o más feo, nos guste más o menos sino por lo que vivimos y compartimos. Hoy estamos celebrando en esta catedral porque es donde nos reunimos nosotros pero podría ser  una capilla o parroquia. Lo importante es lo que significa para nosotros. ¿Cuántas veces tenemos que ir a misa a otro sitio y si bien lo central se da, que es encontrarme con Dios, siento que hay muchas cosas que me faltan? Una forma de celebrar, de cantar, gente con la que tengo historia, vida compartida. Es mi familia, que tiene sus códigos, su forma de hablar, que a mí me llegan, me tocan el corazón más profundamente. Es mi lugar.
Y también la historia que tiene. Hay muchos que pasaron por acá, que vivieron y compartieron su fe, que fueron testigos silenciosos para que yo hoy este acá. Muchos que se bautizaron, nacieron a la fe, se casaron, tomaron la comunión, se confirmaron o, aun de paso, se detuvieron para reconciliarse. Toda esa historia es parte de mi historia cuando me reúno a celebrar.  Seguramente si ustedes no celebraron acá alguno de los sacramentos, también recuerden ese sitio especialmente. Y sea parte de tu historia y de la historia de una comunidad. Porque lo central es la vida que hay en un lugar. No se acaba en un sitio, a la vida no se la puede contener, pero sí tiene su gran importancia.
Sin embargo, puede haber momentos en que tengo que mudarme, o cambiar de lugar o de misa y tendré que aprender de nuevo una forma de celebrar, de reunirme. Esto, de una forma mucho  más radical, es lo que pasa en la primera lectura. El profeta Ezequiel predica en el destierro, en Babilonia. A un pueblo que siente que al perder su Templo, al estar destruido el Templo de Jerusalén, ya no tiene Dios. Y tiene que volver a encontrarlo, tiene que volver a descubrir que no sólo se celebra en un lugar o en un momento de la vida. También nosotros muchas veces necesitamos profetas como Ezequiel que nos recuerden que Dios nos espera. Que hay manantiales de agua que brotan y traen vida. Que hay un Dios que nos busca, que viene a nosotros.
Y, como nos dice el evangelio, que hay una forma de dar alabanza a Dios. Que no se puede hacer cualquier cosa. Jesús entra a la casa de su Padre y se enoja. Hasta nos resulta raro ver enojado a Dios. Pero descubre que hay una forma de vivir que no es la que Dios quiere. ¡Esta casa es una casa de oración, ¿en qué la convirtieron?! En esa época una parte del Templo se dedicaba al comercio para los sacrificios que se tenían que hacer u otras necesidades. Y Jesús les dice: así no. Y esto no tiene que ver solamente con que hay cosas que no se deben o se tienen que hacer en ciertos espacios, sino con la vida. Mi vida tiene que ser signo de Dios, Jesús ve que han perdido eso, han perdido su horizonte, se han alejado cada vez más de Dios. Sus corazones no están con Él. Celebrar y compartir la fe nos tiene que llevar a una forma de vivir. Elegir a Jesús, significa renunciar a ciertas cosas en nuestra vida. Y no siempre estamos dispuestos a hacerlo. Dios es un Dios celoso, nos quiere para él y no le gusta cuando estamos por otros caminos, y no se lo puedo ocultar. Si hago otras cosas él se entera, se lo diga o no. Es como en la oración, puedo decirle cosas lindas, pero cuánto más lindo es que le abra mi corazón y le presente toda mi vida. Mis acciones me gusten o no, mis pensamientos sean lindos o feos, elevados o bajos, orgullosos o vergonzosos, dolorosos o alegres. Y así me presente ante Él para que Jesús me vaya guiando y enseñando a vivir según Dios.
Voy a poner un ejemplo de esto. Hoy en el país estamos celebrando el día de los enfermos. Estamos rezando por ellos y en un rato vamos a darles el sacramento de la unción de los enfermos a quienes lo deseen y necesiten.  Este sacramento es uno de los primeros que existieron y tenemos testimonio de él en la escritura. En la segunda lectura escuchamos cómo Santiago dice: “Si [alguien] está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor.”  Es decir, viendo como Jesús estuvo cerca de los enfermos, desde el comienzo la Iglesia tuvo conciencia de esta responsabilidad.  Acompañar a los enfermos no es optativo.
Recuerdo que en la película 50/50 el protagonista, Adam, sufre de cáncer. El cáncer es grave y tiene que empezar un tratamiento oncológico. Ahí comparte con otros enfermos de los cuales se hace amigo. Y en uno de los tratamientos él habla de su pareja. Uno de los otros le pregunta por qué no la conocieron nunca ni la vieron por el hospital. Él les dice que a ella no le gustan los hospitales. Y ellos le contestan: “A nadie le gustan los hospitales”.  A nadie le gusta estar enfermo, sufrir. Pero Jesús nos mostró cómo acompañar al que le toca vivir ese momento, y cómo lo hacemos habla de nuestro ser cristiano.  Si hemos madurado en la fe, como cristianos y como Iglesia tenemos que estar presentes y acompañar a los enfermos.  Y esto no es optativo. Es más Jesús dijo “estuve enfermo y me visitaste” (Mt 25). Y lo pone como condición para estar con Él en el Reino de los Cielos. Y como esto habrá cosas que me costarán y otras que me saldrán más fáciles; pero vivir, celebrar y compartir la fe, significa querer vivir como Jesús vive. Y Él me enseña a acompañar, a perdonar, a ser generoso…
Hoy estamos reunidos escuchando a Jesús y compartiendo su eucaristía. Porque queremos seguirlo, porque queremos aprender de él. Porque queremos ser signos de Dios en medio de nuestros hermanos. Que esta Palabra y este alimento nos hagan signo de su presencia.

Lecturas:
*Ez 47,1-2.8-9.12
*Sl 45
*St  5, 13-16

*Jn 2,13-22

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Homilía: “El sentido que le damos a la muerte tiene que ver con el sentido que le damos a la vida” – Conmemoración de los fieles difuntos


En la película “Guerra Mundial Z”, Jerry Lane es un corresponsal de la ONU que está en Philadelphia. Cuando comienza, él está en su auto y empieza a haber una congestión muy grande de tránsito, y un caos bastante grande. No saben qué es lo que está pasando, hasta que aparece, un camión descontrolado, manejado por un zombi. Ahí comienza todo el lío de los zombis mordiendo a los humanos. Logra escapar, cuenta cuántos segundos tarda una persona desde que se la muerde hasta que es infectada y tiene esta epidemia, y comienza todo un camino de cómo poder curar o cómo evitar esto. Trata sobre esta gente que está entre medio de la muerte y la vida, o más muerta que viva.
En un momento va a Israel y se encuentra con Jurgen Warmbrunn que es un espía israelita que está ahí, y él le cuenta que venía analizando este fenómeno que pasaba. “Lo que pasa es que el hombre no se da cuenta de que las cosas pasan hasta que pasan.”, dice. “No es estupidez ni debilidad, es sólo la naturaleza humana.”
Creo que esta frase nos muestra cómo hay veces en las que queremos guardar las cosas debajo de la alfombra; que no queremos ver por más que las tengamos delante; las vamos esquivando. Una de ellas tiene que ver con una de las pocas certezas que tenemos todos los que estamos acá: todos vamos a pasar por la muerte. Es una de las pocas certezas que compartimos todos. Sin embargo, creo que vivimos en un tiempo donde esto nos cuesta; no queremos hablar de esto hasta que nos pasa, hasta que lo tenemos que enfrentar, hasta que es parte de la vida. Es algo que en general hoy se tiende a querer esquivar.
Esta semana estuve confesando a muchos chiquitos que tomaban la primera comunión, o que hacían su primera reconciliación y una de las preguntas que les hago es: “¿por qué le querés dar gracias a Dios?” Y varios chiquitos me dijeron: “porque mi abuela murió y ya está en el cielo”, y entonces yo les preguntaba por qué, y me decían: “porque ya está grande, y es bueno que se haya muerto y vaya al cielo”. O sea, qué bueno que uno pueda educar en eso. Porque muchas veces nos encontramos con lo contrario: “no hablemos de esto”; “tapémoslo”; “que los chicos no se enteren.” ¡Qué bueno entonces que haya familias que hablen esto con naturalidad, que se animen a ponerlo como parte de la vida, como una de las pocas certezas que todos tenemos!
Por el contrario, hoy en día uno a veces se encuentra con que es algo que uno lo quiere pasar lo más rápido posible. Uno de los ejemplos de eso son los velorios, todo lo que tiene que ver con los funerales, que cuanto más cortos sean mejor. Es más, para la práctica de los curas a veces eso es complicado, porque me llaman, por ejemplo, y me dicen: “Mariano, mañana a las 9.47 [con 22 segundos más o menos], lo vamos a enterrar en tal lado”. “Y ¿hay velorio?” “No, no…” Obviamente que estoy generalizando, porque hay razones muy distintas, y algunas muy válidas, pero muchas tienen que ver con que: “que esto pase”, “que de esto no se hable”, “escondámoslo”.
Sin embargo, es algo que es parte de la vida, y algo con lo que nos tenemos que enfrentar cada uno de nosotros en nuestra vida, pero también con la vida de los que queremos y de los que están a nuestro lado. Qué lindo que es cuando aun las cosas difíciles las podemos compartir y charlar, las podemos poner delante de la mesa. ¿Por qué? Porque sino por algún lugar se escapan, por algún lugar salen, y en algún momento las tenemos que enfrentar.
Creo que es un momento donde nos cuesta mucho hablar. No obstante, así como cité esta película, es el momento donde tal vez más series hay que tienen que ver con este tema, como Walking Dead por ejemplo. ¿Por qué? Porque se escapa. Porque el sentido de la vida y de la muerte está frente a nosotros siempre. Es algo que exige una respuesta de nosotros. Y aunque nosotros no lo queramos decir, algo tenemos que decir, aun inconscientemente. Por eso se nos invita a que nos animemos a hablar, a compartir, a descubrirlo como un paso de lo que nosotros tenemos que vivir. ¿Por qué? Porque según el sentido que le demos a la muerte, cómo vamos a vivir. El sentido que le damos a la muerte tiene que ver con el sentido que le damos a la vida.
Voy a poner un ejemplo de esto: si yo vivo la muerte con miedo, voy a vivir con mucho miedo. Porque voy a tener miedo de lo que pasa, porque no lo puedo controlar. Porque es algo que supera mi capacidad, no lo puedo manejar, no está en mis manos, sino que está en manos de Dios. Dios lo decide. Como dice el libro del Eclesiástico: ninguno de nosotros puede agregar ni quitar un segundo a lo que Dios ha elegido para nosotros. Es por eso que según cómo lo enfrentamos, cómo vivimos hoy.
Más allá de esto, el problema es que frente a la muerte, cuando uno busca el sentido, cuando se pregunta por el porqué, muchas veces no encuentra. ¿Por qué? Porque no es ahí donde voy a encontrar el sentido. Justamente la muerte es el sin sentido, es donde todo termina, donde todo se acaba, donde la oscuridad parece que vence a la luz. El sentido lo da la vida. Por eso nos aferramos a ella. Ese sentido nos lo da Jesús, con su muerte y resurrección. Esa es la pregunta que le hacen a las mujeres en el evangelio: ¿Por qué buscan al que está vivo entre los muertos? ¿Por qué lo buscan acá? No hablan de alguien que está muerto, hablan de alguien que está vivo.
El sentido de la muerte lo da la vida eterna. Si yo me animo a mirar a Jesús y a la resurrección de Jesús, aprendo a mirar a la muerte de una manera diferente. Lo que nos da sentido, es justamente esa vida que Jesús nos regala, esa vida que nos da la fe. Esa esperanza que se nos invita a tener, en una vida que va más allá. El problema es que esto lo entiendo posteriormente. Tengo que mirar para atrás. Eso es lo difícil. A veces nos paralizamos o retrocedemos en los momentos de fracaso, de crisis, en los momentos difíciles, de dudas. Pero los vamos a entender cuando nos animemos a atravesarlos, cuando pasamos del otro lado. Es ahí donde en perspectiva, puedo decir qué sentido tuvo.
Preguntémosles a los discípulos qué sentido tuvo la muerte de Jesús cuando Jesús está en la cruz. Nos van a decir: “ninguno.” Preguntémosles qué sentido tuvo la muerte de Jesús, cuando están con Jesús resucitado, y ahí lo van a comprender, ahí lo van a entender. Esa es la invitación a nosotros, a que nos animemos a descubrir que hay algo más, que hay un paso más, que ahí no se acaba. Y ponerle nombre a las cosas. “Jesús hace nuevas todas las cosas”, nos dice la primera lectura, pero para eso tengo que pasar eso.
Esto también nos pasa a veces para hablar del fracaso. ¿Educamos para el fracaso? Los papás, los jóvenes, ¿aceptan fracasar? En lo que eligieron, en lo que les toca.
Hace poco escuchaba una entrevista a Manu Ginóbili, el basquetbolista más grande de la historia argentina, y cuando le preguntaban por todo el éxito que tuvo, él frenó al que lo entrevistaba y le dijo: “pará, pará, yo fracasé mucho más que lo que gané. Perdí muchos más torneos que los que gané. Erré muchos más tiros de los que metí.” Y no era porque era pesimista, sino porque quería quitar esa visión del éxito, en la que el éxito es para pocos y en ciertos momentos. No es así; hay que aprender a incorporar en la vida que a veces se fracasa. No voy a fracasar si no intento, no voy a fracasar sino busco. O mejor dicho, voy a Fracasar (con mayúscula), si no busco, si no intento. Si aprendemos a incorporar eso, a enseñar lo arduo, lo difícil, también vamos a empezar a encontrarle un sentido a la muerte. ¿Por qué? Porque hay una vida que nos queda, hay una esperanza nueva.
Pablo habla de esto también. Hay una comunidad que tiene miedo y que se está preguntando qué pasa frente a la muerte. ¿Qué les dice Pablo? Jesús, con su resurrección, nos trae la resurrección. Él resucitó primero entre todos, para que todos resucitemos. Él es el que nos da vida. Esa es la esperanza que se nos invita a tener.
Alguna vez hemos compartido ya esto, pero creo que más que nunca hoy, como cristianos, tenemos que ser hombres de esperanza. Es lo que el mundo necesita, y creo que es lo que Jesús nos pide. No sólo frente a la muerte, y frente a no querer hablar de eso, sino frente a los signos de muerte; frente a las cosas difíciles, frente a lo arduo, frente al pesimismo, al “nada puede cambiar”, al “todo va a ser siempre igual”, al “todo es un bajón”… Jesús nos dice: hay una esperanza que va más allá; hay una esperanza que va más allá de lo que vos ves. Es Él. Tenemos que aprender a atravesar las crisis. Él es el que da luz a las cosas, Él es el que trae una esperanza nueva. Ahí se juega nuestra fe. ¿En dónde pongo yo la fe?, ¿en lo que yo controlo o en Jesús que me da vida?
A partir de ahí podré empezar a vislumbrar un poquito esas respuestas, a entender a aquél que ilumina lo que parece que no tiene luz. Aquel que trae luz aun sobre la muerte.
Jesús nos invita a vivir esto con esperanza, a poner esto en sus manos. Como estas mujeres que fueron al sepulcro a buscar al que estaba muerto, y se encontraron con que estaba vivo. Eso es lo que hace Jesús cuando ponemos la esperanza y la fe en Él. En donde parece que todo muere, Él trae vida.
Pongamos entonces con mucha confianza, nuestra fe y nuestra esperanza en Él, en aquél que hace nuevas todas las cosas, para que a través de Él también nosotros podamos ser testigos de la esperanza de su resurrección.


Lecturas:
*Ap 21,1-5a.6b-7
*Sal 26
*1Cor 15,20-23

*Lc 24,1-8

viernes, 7 de noviembre de 2014

Homilía: “El amor está por encima de la ley” – XXX domingo durante el año

Hace poco salió una nueva serie, que se llama Flash, basada obviamente en el superhéroe de DC Comics. La mamá de Barry Allen, el protagonista, había muerto cuando él era chico. Y llega un momento donde accidentalmente descubre sus poderes para ser Flash. Es así que un día va a visitar a su padre y le cuenta que este último tiempo estuvo extrañando mucho a su madre. Él lo mira con cariño y le dice: “¿te conté alguna vez de cuando comenzaste a caminar?” Barry se ríe y le dice, “sí, un par de veces…” Se ve que se lo había contado muchas veces, pero él se lo vuelve a contar, como para hacer memoria a su madre. Entonces empieza, “cuando vos eras bebé, empezaron a caminar todos los bebés que habían nacido en la misma época que vos en el barrio, pero vos no caminabas, no caminabas, no caminabas… Pero tu madre nunca se preocupó. Ella decía: ‘vas a caminar cuando tengas un lugar a donde ir.’ El día que lo hiciste, más que caminar, saliste como corriendo hasta los brazos de tu madre. Ese día tenías un lugar a donde ir.” Es decir, lo que le está diciendo es que vuelva a descubrir en el corazón qué es lo que lo moviliza, qué es lo que lo mueve. Cuando descubrió qué es lo que quería y a quién amaba, eso lo llamó a algo más, a caminar y a movilizarse.
A nosotros nos pasa un poco lo mismo. En general lo que nos motiva y nos mueve tiene que ver con el amor. Si uno le pregunta a cualquier persona, qué le parece importante, a qué nos invita Jesús, uno va a decir: amar. Es lo primero que nos va a surgir. Sin embargo, descubrimos lo complejo y lo difícil que es esto. Lo difícil que es poner cada cosa en su lugar. En general vivimos en un tiempo donde nos sentimos muy exigidos, muy tironeados. Sentimos que nunca alcanza lo que hacemos. Siempre se nos pide algo más. Tenemos el tiempo acotado, son veinticuatro horas, y en vez de darnos cuenta de eso queremos seguir metiendo cosas, y nos chocamos la cabeza contra la pared porque las demandas, las exigencias, son muy grandes, y no alcanza, uno siente que nunca llega. No sólo con las cosas que tenemos que hacer, sino con las personas. A veces uno también se siente muy tironeado por los vínculos. Le piden más, le dicen que no se preocupa, que “no me querés”, “no me dedicás tiempo”, “le dedicás siempre tiempo a los demás y a mí no”, y no sé cuántas cosas más. Nunca alcanza, nunca termino de aprobar. En esos momentos uno se pregunta, ¿qué es lo que tengo que hacer? ¿A qué le tengo que dedicar más tiempo? ¿Cómo ordeno las cosas?
También hay momentos, por el contrario, donde uno siente que no tiene nada que hacer. Uno siente que no hay nada que lo llene, no hay nada que a uno le guste, que no tiene nada para hacer en este momento de la vida, y también que los demás no se preocupan por uno. Que nadie me presta atención, que yo ya no soy importante para los demás, que nadie está al tanto de lo que me pasa, nadie me pregunta, nadie está a mi lado. Y en esos momentos también sentimos como que perdemos el centro y el sentido.
Aparte los que somos un poquito más grandes, sentimos que el tiempo va pasando, y que un montón de proyectos, de metas, objetivos que nos vamos poniendo, los vamos viviendo y van quedando atrás. Y nos preguntamos, ¿qué es lo que queda?
Este viernes vivimos con mucha alegría las ordenaciones de tres chicos, y justo fue mi aniversario sacerdotal, y después en el festejo de las ordenaciones me venían a saludar. ¿Cuántos años llevás?, me preguntaban. 11 años ya; y uno piensa, ‘¡cuánto ha pasado!, cuánto uno ha vivido. En general uno siente que es chico, con 41 años, 11 de sacerdote… y de repente mira para abajo y se da cuenta que ya no es de los más chicos. Entonces nos preguntamos, ¿qué es lo que queda cuando ya pasó tanto tiempo?
En el fondo, es siempre ir a lo central, ir a lo esencial, ir a lo que ordena todo. Esa es la pregunta que le hacen a Jesús. ¿Cuál es el más grande de los mandamientos? En esta religión donde se nos pide y se nos demanda tantas cosas, donde también hay a veces muchas exigencias, ¿qué es lo que ordena todo esto? Y la novedad que trae Jesús es que pone como complementarios estos dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. Dice: esto es lo central, y está por encima de toda ley y de los profetas. Esto es lo que le da un sentido a lo que se vive en la fe, a lo que se vive en la religión. Tomando las palabras de Santa Teresita de Lisieux, que dice: ‘yo quiero ser el amor en el corazón de la Iglesia’; el amar es lo que le da sentido a todo lo demás, es lo que ubica a todo lo demás. Cuando yo puedo amar, en mi vida, todo lo demás cobra sentido, mi vida cobra sentido. Cobra sentido mi trabajo, mi estudio, mis vínculos. Cuando yo no puedo amar, todo se va perdiendo, y me voy cerrando. Son como esos días, cuando uno está bajoneado, de mal humor, cansado, con bronca, y uno dice: “no me molesten”, “dejame solo”… nos vamos aislando. Cuando uno no se siente querido, pierde el sentido de lo que hace. En cambio cuando uno está alegre, con gozo, se siente amado, todo cobra un objetivo en nuestra vida. Uno se siente más proactivo, con muchas más ganas. Esto es lo que dice Jesús. ¿Ustedes quieren vivir la fe? Pongan en el centro el amor. El amor es lo que va a ordenar todo lo demás. El amor es lo que va a dar sentido a todo lo demás.
Sin embargo, vivir de esta forma nos cuesta. Como les decía antes, uno tiende a perder lo esencial, lo central. Y ejercitamos un montón de cosas; ejercitamos el intelecto y nos pasamos años estudiando, y haciendo masters y doctorados; ejercitamos el físico con deporte, haciendo dietas, para vernos bien, para cuidar nuestra imagen; ahora, ¿ejercitamos el corazón? ¿Enseñamos a trabajar desde nuestra vida el corazón, que es el centro? ¿Nos ponemos metas en el corazón? Así como nos ponemos metas en lo demás, ¿nos preguntamos, ‘¿cómo puedo crecer en esto?’, y nos ponemos un objetivo? Eso se trabaja. El amor es un acto de la voluntad, no es un sentimiento (como dice la canción). Lo tengo que ejercitar, lo tengo que trabajar. A veces uno se violenta o se enoja porque ve en la televisión, en la calle, muchas cosas, y dice ¡cuánto odio!, ¡cuánta violencia!, ¡cuánta división!, ¡cuánta separación!, e incluso sentimos que hay mucha gente que trabaja por eso. ¿Nosotros trabajamos por lo contrario? Por enseñar a amar, por enseñar a ser generoso, por enseñar a ser respetuoso, a escuchar, a ayudarnos. ¿Nos ponemos metas y objetivos en esto? Pequeños. Desde mi casa, o cuando salgo, en otro lugar… ¿me animo a decir ‘quiero que mi corazón crezca’? ¿O lo dejo así nomás? Porque pareciera que es una cosa que viene dada, y que no lo tengo que trabajar. Pero todos tenemos la experiencia de que para amar más y mejor, con mayor profundidad y mayor calidad, tengo que proponerme cosas, y tengo que intentar ir viviéndolas. Y todo lo demás de mi vida, se va a ordenar.
Jesús nos dice que el amor está por encima de toda ley. La ley no tiene sentido si no se ama. Como dice Pablo: el que ama ha cumplido la ley. Ya está. A partir de ahí, todo lo demás se va a ir acomodando solo cuando uno ama. Como dice San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Es más, podríamos dar un paso más, tomando el evangelio. Vamos a tomar varios ejemplos conocidos. La parábola del padre misericordioso, cuando el padre recibe a su hijo menor; lo perdona, le da el anillo, las sandalias, lo besa, ¿no cumplió la ley al perdonarlo? Uno podría decir, ¿por qué no se puso firme? Lo amó, fue por encima de la ley. Para que quede más claro esto, podemos hablar también de la mujer adúltera. ¿Qué es lo que manda hacer la ley?, pregunta Jesús. Pero ¿qué hace? La perdona, va por encima de la ley. ¿Qué es lo que está por encima de la ley? Amar a esa persona. No mirar qué es lo que se tiene que hacer. Ahora, al perdonarla, ¿Jesús cambió sus convicciones? ¿Jesús no tiene las mismas convicciones que antes? ¿Está a favor del adulterio? Porque a veces nosotros tenemos miedo de que por ser buenos, o por amar, no cumplimos la ley, o no somos justos. No se contraponen, ¿eh? Es más, el amor, las engloba. Cuando yo amo, estoy dando un paso mucho más profundo que cumplir con algo. A eso invita Jesús. Anímense a vivir el amor. Eso es lo que nos alegra, eso es lo que nos cambia la vida, eso es lo que nos mueve; cuando podemos amar. Bueno, vuelvan a eso, vuelvan a sentirse amados, anímense a amar, hagan este ejercicio, vívanlo, eso es lo que les va a llenar el corazón. En el fondo esto es lo que vivió Jesús. Si Jesús lo que quiere hacer es cumplir la ley, entonces nunca se sube a la cruz, no sube a Jerusalén, no se encarna más o menos. No tiene sentido eso. Pero por amor, ahí sí todo cobra sentido. Por amor él da la vida. ¿Y acaso no cumple la ley haciendo eso? ¿Por qué? Porque descubrió un sentido mucho más profundo; el vincularnos, el vivir como familia, el amarnos los unos a los otros. Esa es la invitación que nos hace. Animémonos a volver a amarnos.
El amor se ve. En gestos, en cosas. Ese es el último paso que Dios le pide a su comunidad. Pero sólo voy a poder dar ese paso cuando me sienta amado. Podríamos decir que voy a haber hecho experiencia verdadera de Dios cuando vea cómo ama. Si a mí me cuesta amar, la pregunta es ¿qué experiencia he hecho en el corazón del amor de Dios? Porque es lo que me moviliza.
A ver, cuando uno se siente re amado, por un novio, una novia, uno quiere amarlo al otro, quiere mostrarle cuánto lo quiere, cuánto lo ama, o se lo exige al otro. Con Dios pasa lo mismo. Si yo hice experiencia del amor de Dios en mi corazón, eso me envía, me lanza, me mueve. Dios lleva este pedido al extremo. En la primera lectura, le pide a un pueblo que tiene que haber hecho experiencia de Dios en el desierto: ustedes ahora amen a los más desprotegidos. Amen a la viuda, amen al huérfano, amen al forastero; preocúpense por los que más lo necesitan. ¿Por qué? Porque Dios se preocupó por ustedes cuando estaban en esa situación. También hagamos experiencia de Dios y vivamos esto.
Una vez escuché que si uno quería conocer el corazón de las personas, tenía que mirar cómo trataba a las personas que no eran sus pares. Porque en general, cuando uno se comporta con sus pares, se comporta de cierta manera, se cuida, no quiere quedar mal. El tema es cuando uno tiene que amar a los que están a cargo de uno, en un trabajo u otro lugar. ¿De qué manera los amo? No necesariamente a cargo, que me acompañan y están a mi servicio. Muchos van al colegio, ¿cómo trato a los directivos, a los profesores, a los preceptores? ¿De qué manera los amo? Los que van a la facultad, o en el trabajo, ¿de qué manera voy poniendo mi corazón ahí? Ahí veremos todos, ese camino que Jesús, con paciencia, nos va invitando a que recorramos. Eso es aprender a amar, a Dios y al prójimo. En la primera lectura se unen. – Amen al forastero, a la viuda, al huérfano, y ahí van a amarme a mí. Eso es lo que nos pide a nosotros. Que nos animemos a vivir las dos cosas; que abramos el corazón; que hagamos experiencia de Dios en el corazón; para llevar ese amor a los demás.
Como siempre ahora al terminar vamos a cantar una canción. Les hago una invitación, porque el amor se tiene que ver en gestos. Entonces los invito a que, mientras nos deleitamos un poco con el canto del coro, pensemos en alguna persona concreta a la que podemos amar esta semana. Alguien que me está costando, alguien que me necesite, que lo escuche, que esté, que le dé una mano, que tenga que soportarlo porque está pasando por un momento difícil. Pensemos un gesto concreto de amor que podamos vivir. Pidámosle a Jesús que nos ponga en ese camino.
Lecturas:
*Isa 45,1.4-6
*Sal 95,1.3.4-5.7-8.9-10a.10e
*Tes 1,1-5b

*Mt 22,15-21

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Homilía: “Vivamos en comunión” – XXIX domingo durante el año

La película “Los Agentes del Destino” o “Destino Oculto” comienza con David Norris como candidato a senador de los EEUU por Nueva York. Él es muy joven y la carrera que ha hecho en ocho años es sorprendente. Proviene de Brooklyn, un lugar muy pobre; sus padres murieron cuando era joven, y a los 24 años comienza su carrera como congresista. Empieza a crecer, empieza a crecer, la gente le valora mucho su sinceridad, su franqueza, cómo intenta conectarse con ellos, cómo es uno más que ellos. Sorpresivamente empieza a quedar primero en las encuestas frente a su competidor, una persona mucho más grande que él. Pero, como sucede a veces, aparecen un poco antes de las elecciones, unas fotos de él en los diarios, con una broma universitaria que había hecho, que no lo dejan bien parado. Eso hace que se desplomen las encuestas y la gente toma de esas imágenes una cierta inmadurez, dicen que es muy impulsivo, que todavía no está listo para eso, y pierde la elección. A partir de ahí tiene que hacerse un replanteo de su vida.
Pensando en esto me acordaba de una frase que a veces se dice en la televisión, que es: “nadie resiste un archivo”. Si indagaran en todo lo que fuimos haciendo a lo largo de nuestras vidas, seguramente se van a encontrar con algunas incoherencias muy grandes. Pasamos del blanco al negro. Desde lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos. A veces, pasando por los diversos colores, a veces con cambios muy abruptos. Nos encontramos con esto en general cuando una persona está muy expuesta a algo. No sólo digo expuesta a la televisión o algún otro medio masivo, sino quizás una mamá o un papá en su casa, que está constantemente expuesto a los hijos. Y le recuerdan: “no, porque una vez vos hiciste…”, y no se olvidan nunca más. En estos casos es mucho más difícil, es mucho más complejo. ¿Por qué? ¿Qué es lo que se pide? Lo que se pide es coherencia. Y esto es complejo, esto nos cuesta a todos; tener una coherencia de vida. Todos lo deseamos y lo queremos. Si nos lo preguntan, lo vemos como un valor importante. Sin embargo, ser coherentes en nuestra vida es difícil. Ahora, esta incoherencia de la que yo hablaba se puede dar de dos maneras. Una puede ser porque vamos creciendo. Antes era inmaduro pero voy creciendo, voy madurando, voy descubriendo la vida de otra manera, voy poniéndole matices, voy descubriendo que no se puede ser tan duro, tan rígido, y voy cambiando. Eso es una madurez, un crecimiento. Por más de que si me sacan el archivo yo cambié, qué bueno que es cambiar cuando uno descubre que tiene que cambiar, cuando uno lo hace por convicción.
El problema es que esto no es siempre así. Muchas veces nuestras incoherencias se dan no sólo en un archivo sino en el momento, con lo que decimos y hacemos, con que predicamos una cosa y vivimos otra totalmente contraria, con que nos gusta hablar de todo y decir de todo pero a veces no tenemos ni idea; tomamos ese punto de vista porque nos parece un poquito mejor, o porque nos gusta, o solamente porque nos gusta pelear. Nos paramos en ese lugar y sabemos que no es coherente con lo que nosotros estamos viviendo pero lo decimos y lo ponemos de manifiesto de todas formas. Esto es un problema porque nos quita credibilidad. Y para que nosotros, de alguna manera, podamos crecer, como sociedad, como familia, en una amistad, en un vínculo, en la fe, necesitamos una coherencia de vida. Necesitamos elegir un camino y mantenernos fieles a eso que queremos, a eso que deseamos.
Ahora, esta misma incoherencia que se nos da en la vida, también nos sucede a veces en la fe, con aquello que vamos descubriendo de Jesús, y con aquello que vivimos. Ojo que cuando digo esto no hablo del pecado. Porque lo primero que podríamos decir es: bueno, sí, soy incoherente porque muchas veces caigo en el pecado. Esa es nuestra debilidad. Yo no estoy hablando de eso. Todos en distintos momentos de la vida somos tentados, todos pecamos; eso es parte del camino, de nuestro límite y de lo que nos cuesta. Yo a lo que me refiero es cuando uno es incoherente, cuando uno descubre que lo que quiere, lo que desea, lo que predica, lo que le dice al otro, es incoherente con su vida, es incoherente con lo que se le propuso en ese camino. Más allá de que uno esté haciendo un pecado o no. Sino una incoherencia en el proceder.
Esto es lo que se ha ido poniendo de manifiesto en lo que venimos escuchando todos estos domingos, con respecto a Jesús y las personas más religiosas de su época. Hemos escuchado toda esta pelea de Jesús con los fariseos, con los escribas, con los doctores de la ley, con los sumos sacerdotes, con los saduceos. ¿Qué es lo que pone de manifiesto en este camino Jesús? Que son hipócritas, que son incoherentes. Por un lado se creen personas religiosas pero por otro lado no viven su fe. Se da una incoherencia muy grande entre su fe y su vida. Casi como que si estuviera partida. Eso no es lo que Jesús quiere. En el evangelio de hoy esto se pone totalmente de manifiesto, porque dicen que hasta para poder agarrarlo a Jesús le hacen trampa. Le hago trampa a Jesús para ver si lo pueden agarrar en alguna afirmación. Creo que fue el primer examen de teología que le hicieron a Jesús, a ver si aprobaba. Es más, muchos teólogos dicen que si esa gente le tomaba examen de teología a Jesús, no aprobaba ninguno. Para muchas posturas de la Iglesia Jesús tampoco aprobaría hoy, ¿no?
¿Qué es lo que está pasando acá? Como su vida de fe está rota, está disociada, ¿qué es lo que buscan ellos? Bueno, agarrémoslo a Jesús, aunque sea en alguna afirmación, para poder desacreditarlo, para que aunque sea si yo no vivo mi fe, lo desacredito a Él. Como saben, el problema es que esta pregunta no tiene respuesta. Si Jesús contesta que sí, está reconociendo al Imperio Romano como un imperio sobre ellos, y los judíos no querían eso. Si Jesús contesta que no es subversivo porque no quiere pagar los impuestos. Entonces Jesús no puede contestar la pregunta, pero sin embargo la contesta. “Den al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios.” No hay una incoherencia en esto, dice. -Ustedes cumplan con sus deberes de ciudadanos, no importa si lo creen justos o no, pero también pongan el corazón en Dios. No empiecen con estas discusiones estériles que no llevan a nada, sino que déjense transformar. Aun en cosas que son difíciles, que creemos que no tienen que ser así, vívanlas.- ¿Por qué? Por su coherencia con Dios. Vívanlas en el mundo. Esa es la invitación que Jesús les hace. Y a veces nosotros también caemos como en ciertas trampas en la fe. “Bueno, yo hago esto total Dios me lo va a perdonar.” Eso es una trampa; es como decir: bueno, lo hago y no importa, total… Así podríamos pensar distintas trampas que también nosotros le vamos poniendo a Dios. Pero creo que la más clara es cuando vivimos una separación muy grande entre nuestra vida y nuestra fe. Esto mismo que pasa en los fariseos se manifiesta en nosotros. Por un lado va nuestra vida, por otro lado va nuestra fe.
Si lo ironizamos un poco, es como que alguien venga a hablar conmigo y me diga: “estoy bárbaro, me puse de novio, estoy bárbaro en casa, me estoy llevando re bien con mis papás que me estaba costando, en la facultad aprobé las materias, me costó pero lo logré…” ¿Y en tu fe cómo estás? “No, un desastre, no recé nada, me alejé de Jesús.” Y entonces en la vida me está yendo bárbaro pero en la fe un desastre. Es como si estuvieran separadas, no pueden ir unidas. O al revés. ¿Cómo andas en tu fe? “Bárbaro, fui a un montón de retiros, estoy laburando pastoralmente, etc.” ¿Y tu vida? “No, un desastre. Me peleé con mis viejos, mi novia me mandó a pasear…” Más allá de que puede llegar a pasar algo así, es como que hemos separado la vida y la fe; no van unidas. Parece que el ambiente de la fe es uno, y el de la vida el otro. Ahí se separan, se rompen.
Si nosotros viviésemos de esa manera, vamos a seguir con este planteo; ¿cuánto tiempo le dedicamos a Dios en nuestra vida? ¿Cuánto tiempo? Vamos a suponer, voy a hablar por ustedes, que van a misa dos veces por semana: dos horas por semana; y que rezan todos los días quince o veinte minutos… Vamos a decir que entre eso y las misas llegan a (regalándoles un poco más) 5 horas… sumémosle que hacen trabajo pastoral, le dedican 2, 3, 4 o 5 horas de trabajo pastoral… entonces llegamos a diez horas por semana. En ese planteo le estoy dedicando a Dios diez horas por semana, y a mi vida, si lo puedo decir así, el resto. ¿Ese es el camino que elije Dios para nosotros? ¿Esa es la manera de vivir? ¿O lo que pide es que nuestra manera de vivir la vida y la fe sea una? Es decir que cuando uno se pone de novio, o se casa, y lucha por su matrimonio y por su noviazgo, y vive la alegría de lo que está pasando, ¿Dios no está presente ahí? En una amistad, o cuando uno consigue un trabajo, o lo está buscando, o se realiza profesionalmente en una carrera, ¿Dios no está presente ahí, y se alegra como un padre, como una madre? ¿No es eso parte del caminar con Dios? Eso es parte del caminar con Dios. Pero lo viviríamos mucho más unido si aprendiésemos a descubrir que la fe se encarna, que la fe no es solamente cuando voy a misa o rezo, la fe es cómo vivo.
En realidad el primer encuentro con Jesús, lo primero que tiene que hacer es transformar mi vida, no llevarme solamente a rezar. Ese el problema con estos hombres. Jesús les está diciendo: ustedes son unos tibios, son unos mediocres, porque viven su piedad, pero su vida no tiene coherencia con eso. Lo que Jesús quiere es que nuestra vida sea coherente con el evangelio, que nos dejemos transformar. El encuentro con Jesús me tendría que llevar en primer lugar a cambiar; ese cambiar me hace celebrarlo, y el celebrarlo me lleva a cambiar nuevamente. Se va como alimentando. Yo quiero vivir porque la vida de Jesús me transforma, me trae alegría, me hace feliz, y eso es lo que llena mi corazón. Eso es lo que Jesús me pide. Eso es lo que les está pidiendo. En este caso concreto, y ya que estamos celebrando esto en este mes, es: vivan como familia. Esto que veníamos hablando: ámense los unos a los otros, quiéranse, vivan en comunión. Si no viven en comunión, por más que recen todos los días, por más que vayan a misa, no tiene sentido esto. Ustedes rompieron la comunión, no se preocupan por los demás, todo lo demás no entra ya. Pueden vivir muy bien la ley, pueden hacer lo que quieren, pero se olvidaron de lo central; Jesús busca cómo crecer en familia, y cómo crecer en comunión. Si no vivimos eso, no estamos viviendo el evangelio. Eso es fundamental. Cimienta la fe, es donde comienza ese camino.
Para vivir en comunión, hay un requisito que es indispensable: me tengo que abrir. No hay forma sino. La comunión implica querer meterme en la vida del otro. Para eso tengo que abrir mi vida y mi corazón. Para eso a veces también tengo que resignar cosas, maneras de pensar; tengo que entender al otro, tengo que tenerle paciencia, darle tiempo, buscarlo… tengo que abrirme, tengo que salir un poco de mí mismo, de que yo las sé todas, de mis formas, y encontrarme con el otro. Esa es la tozudez con la que se encuentra Jesús en el evangelio.
Una de las cosas que me pone más triste al hablar con la gente es cuando veo una rigidez muy grande, cuando no hay forma de entrarle a la otra persona, no hay manera. “Esto es así”, “esto es así”, a veces, para peor, sin ningún fundamento, porque ni siquiera saben. Y uno le pregunta: ¿dónde leíste eso?, ¿quién lo dijo? “No sé, pero tiene que ser así.” Y aunque digan que sepan, porque estudiaron mucho, bueno, fíjense cómo eran los fariseos por saber mucho y no abrir el corazón. Ese es el problema. El problema no es si estoy cumpliendo o no. El tema es si yo tengo un corazón que se deja transformar por Jesús. Y si me dejo transformar por Jesús, me preocupo por mi hermano, esté en el momento en el que esté. Porque es mi familia; porque Jesús me invita a eso; porque eso me hace feliz; porque eso lo hizo feliz a Él, y por eso buscó ese camino. Por eso nos invita a nosotros a crecer en comunión, a crecer como familia, a buscarlo a Él.
Hoy Jesús se va a hacer presente en esta mesa para alimentarnos. Se llama “comunión”, comulgamos de Jesús, para vivir en comunión nosotros. Lo que tenemos que hacer es dejar que esa comunión nos transforme. No que nos haga soldaditos o más rígidos, sino que nos dé un corazón abierto. Un corazón que sabe abrazar, un corazón que sabe entrar al otro. Eso es lo que quiere.
Acerquémonos entonces hoy con alegría a comulgar de Jesús para que esa comunión nos lleve a la comunión con nuestros hermanos.

Lecturas:
*Isa 45,1.4-6
*Sal 95,1.3.4-5.7-8.9-10a.10e
*Tes 1,1-5b

*Mt 22,15-21

lunes, 3 de noviembre de 2014

Homilía: “Lo único que nos pide Jesús es: ‘pónganse el traje de fiesta’” – XXVIII domingo durante el año


En la película “Noé”, él va construyendo el Arca junto con sus hijos. Van subiendo las parejas de todas las especies de animales, pero, a diferencia de lo que dice la Biblia, la gente se empieza a amontonar alrededor del arca (en la Biblia dice que nadie le prestó atención). La gente se empieza a amontonar, se empieza a amontonar, y Noé se pone firme y no los deja subir. No sólo no deja subir a los del clan de Caín, sino que uno de sus mismos hijos, Cam, le pide que deje subir una especie de amigovia, y Noé se pone firme. “No, no, esto es lo que quiere el Señor.”; no deja subir a nadie más, y cierra el arca.
Cuando uno ve la película le violenta un poco: ¿ese el corazón de Dios que no quiere que nadie suba, que quiere que sufran, que quiere que la pasen mal, que se ahoguen? Porque uno espera un corazón de Dios distinto, un corazón más grande que el nuestro. A veces por tentación nos puede pasar que creamos que algunos son más privilegiados. Pero si escuchamos el evangelio de Jesús, lo que queremos es un lugar, un espacio, donde todos aquellos que quieran tengan su sitio, eso es lo que esperamos. Esperamos que la invitación, el llamado, se pueda vivir con la alegría de lo que nos dicen las lecturas de hoy.
La primera lectura de Isaías dice que Dios invitará a todos los pueblos, ninguno va a quedar afuera, va a hacer un gran banquete y todos serán invitados. El evangelio de hoy nos dice que había un casamiento, una boda, y que Dios salió a buscar a todos los invitados, mandó a los servidores a que buscaran a todos. Y después de que éstos no escucharon, siguió buscando. “Vayan hasta los cruces de los caminos”. Escuchamos a un Dios que tiene más que ver con esto que esperamos, un Dios que se preocupa por el otro, un Dios que llama, un Dios que invita, un Dios que continuamente sale al encuentro.
Pensaba en este deseo que tenemos en el corazón cuando organizamos algo. ¿Vieron cuando hacemos una comida, cuando hacemos un festejo de algo, y empezamos a invitar a la gente? Ahora es mucho más fácil porque uno manda por whatsapp, y todos van contestando si van o no van, y uno se va poniendo contento o triste según si alguien dice: voy o no voy, participo o no participo. Supongo que esto pasa más con los padres, que viven la alegría de que todos estén, pero cuántos de los que están acá no hacen una listita también con los que vienen o no a la fiesta, a ver quién me presta atención, quién no; y después me cuesta eso, hay que remontarlo. Ese corazón, casi celoso, que quiere que el otro esté. Dios tiene el mismo deseo. Dios llama, y no le da lo mismo. No es un Dios que está ahí arriba, como diciendo: “Bueno, si vienen vienen, y si no vienen, mucho no me preocupo.”, sino que es un Dios que se compromete y que busca, que desea y que quiere, que se muere de ganas, esperando que nosotros compartamos esa fiesta, esa mesa, con Él.
Esto nos tiene que sonar conocido a nosotros, porque en general cuando nos reunimos nosotros, nos reunimos a comer. Uno escucha, “nos juntamos a comer un asado”, “tomamos el té”, “salimos a tomar una cerveza”, no sé; pareciera que siempre para juntarse tiene que haber una mesa en el medio, un espacio de reunión. Para los argentinos es casi el lugar donde más nos juntamos. Es más, el otro día hablaba con una francesa, y me decía, “no, yo no entiendo nada. Para nosotros no es un lugar de reunión la mesa.” Pero nosotros lo entendemos porque lo hemos mamado de chicos, ese es el espacio de encuentro, y que sirve para que nuestro corazón se encuentre con el corazón del otro. Pero cuando pensamos en esos encuentros, pensamos en un espacio de alegría, en una fiesta. Esto es lo que dice. Dios llamó a todos los pueblos para vivir la alegría de reunirse, de festejar. Cuando hablamos de una boda, uno no piensa que estaban llorando en la boda, sino en la alegría de la fiesta, la alegría de ese nuevo matrimonio que se ha formado. Eso es lo que Dios quiere que vivamos, la alegría de la fe. Porque lo que contagia es justamente cuando uno ve algo que lo atrae.
El Papa decía en la última exhortación que la fe no se transmite por proselitismo, sino por atracción. Atrae lo que uno le gusta, lo que uno ve y le surge pensar “yo eso lo quiero vivir también”. Y cuando uno ve un espacio donde la gente vive con alegría, que le gusta, que la pasa bien, que le da vida, que le transforma la vida, eso al otro lo cuestiona. Por eso lo primero que podríamos replantearnos como familia cristiana, como comunidad, es cómo vivimos la alegría de la fe. Si la fe es transformadora y nos causa esa alegría de corazón, esa alegría profunda del que la vive y la quiere compartir, del que quiere que el otro también la pueda vivir, y por eso lo busca y lo invita: “vení, vení que acá la vas a pasar bien, está bueno”. Podemos compartir, podemos vivir la fe, y podemos vivirla con Jesús, podemos hacer fiesta. Eso es lo que quiere hacer Dios. A veces, algunas de nuestras reuniones parecieran más una sala de velatorios que un lugar de fiesta, y eso no atrae, nadie quiere eso. Lo que queremos son espacios de vida. Esto entonces es lo que tenemos que irnos replanteando, de qué manera transmitimos la vida que Dios nos da. Esa vida que tiene que transformar nuestro corazón, y que tiene que transformar el corazón del otro, y que se vive con mucha mayor alegría cuando estamos todos, cuando en la lista no me queda nadie por tildar, cuando vivo la alegría de que todos han sido llamados, y de que todos se acercaron.
Sin embargo, todos tenemos la experiencia de que no todos responden al llamado. Esto es lo que pasa en el evangelio. El Señor invitó en primer lugar a los que estaban en la lista y no vino ninguno, tenían distintas excusas, pero sin embargo eran los primeros que vivían la fe. Lo que pasa es que la invitación de Dios siempre está. Muchos son llamados, dice el final del evangelio, pero pocos elegidos. ¿Por qué? ¿Porque Dios no los llama? No. Porque la respuesta es personal, y yo desde mi libertad tengo que responder, y nosotros mismos vemos momentos en la vida en que las personas se van alejando, que en algún momento lo viven y en algún momento dicen: no, esto no lo quiero, no es para mí, y se van alejando de vivir esa alegría de la fe. La respuesta sigue siendo personal. Yo le tengo que responder a Jesús, yo tengo que querer participar de eso. Dios nunca nos obliga a nada, somos nosotros los que desde nuestro corazón tenemos que darle una respuesta, somos nosotros los que le tenemos que decir: quiero estar ahí, quiero compartir la vida con vos.
Ahora, cada uno de nosotros sí es invitado a hacer ese llamado, porque cuando mucha gente no vino, Dios volvió a mandar al resto de los caminos. Sigan buscando gente, sigan llamando, sigan invitando. La invitación de Dios nunca termina, nunca se cansa de invitar, de ir, de mandar tarjetitas, whatsapp, lo que quieran, lo que les guste. Siempre busca la manera y la forma de llegar a nuestro corazón. Y se alegra cuando están, a diferencia de nosotros no pregunta nada, porque llama la atención la última invitación. Dice que la sala se llenó de gente, buenos y malos. Y uno esperaría que diga que los malos quedaron afuera. Pero no, están ahí también, y comparten. A nosotros esto nos hace un poquito de ruido. Pero Dios no hace distinción de personas. ¿Quieren estar? Vengan. Dios sabe que la mejor de manera de que eso se transforme es estando, no dejándolos afuera. Ahora, esto es lo que hacemos nosotros en nuestras familias. Supongo que cuando alguno de sus hijos, marido, mujer, está medio rebelde, no lo echan de la casa. ¿Por qué? Porque uno quiere revertir eso en familia. En el caso del hijo, uno piensa: tengámosle paciencia, busquémoslo, uno a veces quisiera tirarlo por la ventana, pero dice: sigamos intentando, sigamos teniendo la paciencia del que le dio la vida, del que le hizo ese regalo y sabe esperar. Si nosotros con nuestro corazón complicado le tenemos paciencia al otro, cuánto más paciencia nos tiene Dios a nosotros. Sabe que con la paciencia del que ama, del que transmite cariño, del que lo vuelve a intentar, aunque sienta que el otro le cierra el corazón, que le da vuelta la cara, que no lo escucha, que no encuentra la forma, que ningún reto que ponga valga la pena; Dios sigue buscando, sigue esperando, a los buenos y a los malos. Lo único que pide es: pónganse el traje de fiesta. Es decir, sientan con el otro. Todos están iguales, todos somos iguales. Abran todo el corazón para amar, eso es lo que pide, eso es lo único que nos exige. Estamos todos de la misma manera y de la misma forma compartiendo esa fiesta.
Hoy Jesús también nos quiere reunir como familia, y como familia quiere que nos acompañemos, nos ayudemos, nos vayamos conociendo, nos preocupemos por nuestro hermano. Tengamos el mismo corazón, sintamos igual que el otro, pongámonos el mismo traje.
Escuchemos a este Dios que nos invita a esta mesa, escuchemos a este Dios que en esta mesa nos alimenta y nos hace familia, y como testigos nos invita a los cruces de los caminos a buscar a nuestros hermanos.

Lecturas:
*Isa 25,6-10a
*Sal 22,1-6
*Fil 4,12-14. 19-20

*Mt 22,1-14