lunes, 26 de mayo de 2014

Homilía: “No te inquietes” – V domingo de Pascua

Hoy vamos a cambiar un poco, para que no se aburran tanto. Para comenzar la homilía, los voy a invitar a que cierren un momento los ojos, y piensen cuál es la preocupación, la inquietud, la duda, aquello que hoy más le cuesta en el corazón. Les doy un momento, y anímense a pensar.
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Manteniendo los ojos cerrados, imagínense ahora que Jesús se les hace presente, va a ustedes, y les dice: “No se inquieten, no se preocupen, mantengan la calma, estén tranquilos, crean en Mí”. Y anímense a vivir esa paz que este Jesús, que este Dios, trae al corazón.
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Ya pueden abrir los ojos.

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Esto es lo que hace Jesús con sus discípulos en el evangelio que acabamos de escuchar. Los discípulos tienen miedo, están preocupados, no saben lo que está por pasar, tienen un montón de dudas. Las cosas cambiaron, no son como antes; y Jesús les dice: “No se inquieten, no se preocupen.” En palabras nuestras sería: “tranqui, quedate tranquilo”.
Podríamos pensar cuáles son las personas que a nosotros nos hacen sentir tranquilos, nos sacan de nuestras angustias, de nuestras preocupaciones. ¿Vieron cómo los chiquitos, cuando están preocupados, angustiados, van corriendo hasta mamá o papá y le piden “¡upa!¡upa!” y se suben? Ahí se empiezan a tranquilizar, porque se sienten seguros y se quedan tranquilos. Bueno, esa tranquilidad de niños nos invita a tener Jesús en Él. Pero para eso tengo que creer en Él, tengo que confiar en Él. “Crean en Mí”, les dice Jesús. Sin embargo, esto es difícil. A todos en las preocupaciones, en las dudas, nos cuesta confiar y creer. Tal es así que después de que les dice eso, Tomás empieza a decirle: “bueno, pero no sé ni adónde vas, ni cuál es el camino”; Felipe, “mostranos al Padre”; empiezan a aparecer todas las preocupaciones. Pero Jesús les sigue diciendo: tranquilos, pongan el corazón en Mí.
Creo que este evangelio es tal vez una muestra de lo que pasa con nuestra cultura, hoy vivimos siempre preocupados. Siempre estamos en medio de problemas, siempre hay dificultades. No sé si es más fácil o más difícil que en otras épocas, pero siempre estamos como intranquilos en el corazón; nos cuesta mucho descansar. Pero hay un Jesús que también nos quiere volver a decir a nosotros que descansemos en Él, que reposemos en Él. ¿Cómo? Creyendo, confiando, poniendo nuestro corazón en sus manos.
Vivimos épocas convulsionadas por un montón de cambios, por inseguridades sociales, económicas y políticas; pero sobre todo por inseguridades personales, porque somos inseguros de nosotros mismos. Entonces, como somos inseguros queremos tener todo controlado y nos cuesta confiar. Y entonces, todo parece enorme. Cualquier problemita, cualquier cosa que pase, es una carga y una angustia muy grande. Y Jesús vuelve a abrirnos los ojos, y a pedirnos que reposemos en Él. Vuelve a decirnos: tranquilos, no se inquieten. Y nos lo dice hasta el cansancio, porque quiere que descubramos que en Él se puede vivir algo distinto.
Ahora, para eso tengo que animarme a pararme en Él, tengo que pedirle: aumentá mi fe, ayudame a creer y a confiar. Esto que para nosotros es tan complejo y tan difícil, soltar las cosas y confiar en Jesús. Y a veces nos preguntamos, cómo lo va a hacer Jesús, de qué manera, de qué forma, no veo la salida, no encuentro la manera. Esto es lo mismo que le pasa a Tomás: “Señor, no sabemos ni adónde vas. Vos me decís que te vas a una casa que tiene habitaciones, bueno, ¿dónde queda esa casa? No sabemos el camino.” No es como ahora cuando nos vamos de vacaciones, que está todo explicado cómo llegar, o que el GPS ahora nos dice: “gire a la derecha, recalculando, gire a la izquierda…” Nosotros quisiéramos que la fe fuera así, porque pareciera más fácil. Pero en la fe no está todo calculado y controlado; la fe es descansar en Jesús, es confiar en Él. Por eso cuando Tomás quiere un mapa que le indique a dónde tiene que llegar, y por dónde tiene que caminar, y qué paso tiene que hacer, y que todo sea mucho más seguro y más fácil; Jesús le dice: Yo soy el camino. “Yo soy el camino, Yo soy la verdad, Yo soy la vida. Cree en Mí”. Esa es la invitación para nosotros.
Podríamos pensar si a nosotros nos cuesta encontrar el camino como a Tomás. Y Jesús lo encuentra por nosotros, Jesús nos dice: Yo soy el camino para vos, quedate tranquilo cuando no veas la salida, cuando no lo encuentres, cuando no lo veas claro, yo te voy a guiar, yo te voy a llevar, yo voy a caminar con vos. Como esa oración tan linda que seguramente todos conocen de las huellas en la arena, que una persona mira y ve esos dos pares de huellas porque Jesús lo acompaña, y ve que en los momentos difíciles hay sólo un par de huellas, y le reprocha a Jesús. Y Él le contesta: No, en esos momentos no me fui, te alcé, te llevé. Y Jesús nos dice eso. Si te animás a poner las manos en Mí, te voy a guiar. Y a veces nuestra fe va a flaquear un poco, y a veces sentimos que vamos para delante, a veces sentimos que vamos para atrás, a veces que hay algo que no sirve de nada, y ¿qué nos dice Jesús? Cuando no veas las cosas claras, confiá, creé. Nos vuelve a repetir las cosas.
Y uno pensará, ¿será como Cholo que está un poco con el disco rayado, que repite varias veces lo mismo? No, es que lo esencial siempre se repite varias veces, siempre se vuelve a eso. Y Jesús seguramente los cansó a los discípulos diciendo: miren, son pocas cosas, pero son básicas. El problema no es decirlas, en eso somos todos doctores; el problema es vivirlas. Me acuerdo que una vez Pablo VI dijo que “las palabras iluminan pero los ejemplos arrastran”. Y pienso en esta frase para este evangelio porque lo raro es que el evangelio tendría que ser al revés. ¿Por qué tendría que ser al revés? Porque el que está en problemas es Jesús. Jesús está en la Última Cena, está por dar la vida, tendrían que estar los discípulos diciéndole: “bueno, tranquilo Jesús, tenés que subir la a la cruz.” No sé, tratando de tranquilizarlo por todo lo que se le viene. Y en vez de eso, está Jesús con una calma que asombra, tranquilizando a sus discípulos, aún en este momento.
¿Por qué puede hacer esto Jesús? Porque Él sabe en quién descansa. El que a Jesús le dijo “no te inquietes” es el Padre; el que le dijo “podés descansar en Mí”, es Dios. Y como Jesús descubrió en su Padre el Camino, la Verdad y la Vida, da testimonio de eso. No se inquieta, y lo transmite. Por eso el ejemplo de Jesús arrastra, porque lo vive, porque lo que fue mamando y aprendiendo y creciendo, lo encarna. Cuando nosotros vemos los valores encarnados, eso es lo que nos mueve, lo que nos conmueve y nos llama también a nosotros a poder vivirlo. Bueno, Jesús nos dice que Él es ese camino, que Él nos va a guiar y nos va a acompañar, que nos va a ir dando señales; que Él es esa verdad, que cuando no tenemos respuestas, cuando no sabemos, volvamos a Él, animémonos a poner el corazón, a rezarle. Él es la vida; esa vida que a veces sentimos que anda tirando, esa vida nuestra que a veces no valoramos, que no queremos, esa vida en los demás que a veces nosotros o el mundo no quiere, tiene valor. ¿Por qué? Porque nos la dio Jesús. En Él todos tenemos vida, si nos animamos a mirarnos con sus ojos. Si nos valoramos con sus ojos, nos valoramos, nos queremos, nos amamos; con lo que nos gusta, y con lo que no nos gusta tanto. Esa es la invitación de Jesús para nosotros, a que nos animemos a vivir esa vida que nos da.
Muchas veces como cristianos, vivimos como en una eterna Cuaresma, todo es un problema, todo son dificultades; parece como que no encarnamos la Pascua. Bueno, estamos en tiempo pascual, tendríamos que vivir la alegría de lo que es la Pascua de Jesús. Animémonos a encarnarla. Y la alegría es descubrir estas cosas, estas imágenes que Jesús nos da; qué bueno que Jesús me diga “Yo soy el Camino”, puedo confiar en Él; qué bueno que me diga “Yo soy la Verdad”, voy a encontrar respuestas; qué bueno que me diga “Yo soy la Vida”, Él me trae vida. Vivamos la resurrección de Jesús, alegrémonos de eso, animémonos como Iglesia y como comunidad a vivir la Pascua, a vivir el paso, a no quedarnos como siempre quejándonos por los problemas, sino a descubrir que Jesús nos trae una esperanza diferente y distinta; a un Jesús que nos muestra el Camino, nos trae la Verdad y nos regala Vida.
Animémonos entonces durante estos días a poner el corazón en Jesús, a rezarle; a pedirle que nos tranquilice, que nos ayude a poner el corazón en la Fe, que nos aumente la Fe; a que nos muestre ese camino que necesitamos, esa verdad que hoy requerimos, esa vida que necesitamos también sacar de adentro.
Pidámosle a Jesús, que así como hizo con sus discípulos, nos muestre también el camino hacia esa casa del Padre.

Lecturas:
*Hech 6, 1-7
* Sal 32,1-2.4-5.18-19
*1Pedro 2,4-9

*Jn 2,4-9

Homilía: “Ellas me siguen, porque conocen mi voz” – IV domingo de Pascua


Hay un bestseller llevado a película, “El guerrero pacífico”, que trata de la vida de un joven, Dan Millman. Él era muy bueno en los deportes, a los dieciocho años gana un torneo de gimnasia  en Londres, y lo eligen para prepararse para los Juegos Olímpicos, representando a Estados Unidos. Pero cuando está en la cúspide de su vida, en el deporte es excelente, la vida le sale fácil, las chicas están detrás de él; tiene un accidente y se hacen trizas sus esperanzas de poder competir y de llevar adelante ese deseo. Y es en medio de ese enojo por lo que le pasó, que empieza una lucha para poder realizar este deseo que él tenía, poder participar de las Olimpiadas. Aparece entonces un personaje misterioso que se llama Sócrates y que le va enseñando y le va mostrando el camino. En un momento hay un diálogo entre ellos, en el que Sócrates, le dice: “todos te dicen lo que tenés que hacer, lo que debés hacer, lo que te conviene hacer, pero nadie quiere que encuentres tus propias respuestas.” Dan entonces le contesta, “dejame adivinar, ahora querés que siga lo que vos me decís.” Y él le dice: “No, quiero que te animes a dejar de hacer todo lo que te dicen los demás y que escuches a tu propio corazón”.
Esto que suena tan simple dicho, en el fondo es la búsqueda que cada uno de nosotros tiene en la vida, que es escuchar la propia voz que nos habla, que nos muestra el camino, que nos va diciendo hacia dónde ir. Sin embargo, esa voz interfiere en nuestro corazón con un montón de voces que a lo largo de la vida vamos escuchando, de los demás, de Dios, de un montón de caminos que se nos ofrecen y que se nos invitan. El problema no es que escuchemos un montón de voces, sino que en algún momento de la vida nos animemos a escucharnos a nosotros mismos, nos animemos a escuchar a esa voz que nos dice hacia dónde va nuestra vida, y que nos animemos a elegirla.
Esto es lo que le dice Jesús a esta gente que lo está escuchando. Les dice: vino un montón de gente que les habló, que les mostró caminos, pero que son asaltantes, roban, no buscan el bien de ustedes; pero yo vengo para mostrarles cuál es el camino que les da la verdadera vida. Y ¿cuál es la diferencia?, ¿cómo me doy cuenta cuál es la diferencia? “Ellas escuchan mi voz y la reconocen, y saben hacia dónde tienen que ir.”
Hasta ahí está todo bien, pero todos tenemos esa experiencia de lo que nos cuesta descubrir cuál es esa voz de Dios que nos habla al corazón. Y ahí está el gran regalo que Dios nos ha hecho en la libertad. Si Dios nos manejara tipo robots y nos dijera: tenés que ir hacia allá, tenés que seguir este camino, tenés que hacer esto, la pregunta sería ¿dónde está ese don y ese regalo que Dios nos ha hecho? Una de las preguntas que más me hacen, desde los más chiquitos hasta los más grandes, es cómo discerní mi vocación, cómo descubrí que esa era la voluntad de Dios. Y casi que esperan que les diga que Dios me golpeó en la cabeza y me dijo: “Cholo, tenés que hacer esto.” Hubiera sido muy bueno y más fácil. Pero no fue de esa manera, no fue de esa forma, sino que tuve que aprender a descubrir qué es lo que en mi corazón yo quiero elegir, yo quiero discernir. Para eso tengo que aprender a mirar los distintos signos, aprender a descubrir en esa alegría que nos dan las decisiones, en esa paz que nos trae el corazón. Uno de estos signos, es la libertad que Dios nos da. “Ellas me conocen”, “entran por mi puerta”, “pueden entrar y salir”, pueden vivir con libertad, venir y estar acá. Ese es el primer gran don. Tal vez podría preguntarme, ¿en cuáles de los espacios que habito soy libre? ¿En cuáles puedo ser yo mismo? ¿Me puedo mostrar como soy? Y eso es un signo de aprender a escuchar que esa voz resuena en mi corazón y que me da verdadera paz. Pero después tengo que elegir, tengo opciones y tengo que transitar por alguna puerta, tengo que usar mi libertad. Y ahí mismo Jesús nos dice, Yo soy la Puerta, vos tenés la opción de elegir este camino o no. Tenés la opción de entrar acá o no.
Cuando escuchaba este evangelio trataba de imaginarme qué tipo de puerta sería Jesús. Yo me acuerdo que cuando era chico iba a lo de mis primos en Colonia, y me resultaba raro porque la mayoría de las puertas estaban abiertas. Vos podías entrar y salir cuando querías de la casa. Me acuerdo que una vez fui a lo de mi primo, que habíamos quedado en vernos, toqué el timbre varias veces y como nadie me contestó me fui. Después mi primo me retó porque no fui a la casa. “Pero fui y toqué timbre”, le dije. “No, acá nadie toca el timbre”, me dice, “vos abrís la puerta y entrás.” ¿Qué diferente no? Acá cada vez no sólo son más grandes y más blindadas las puertas sino que a veces hay que pasar tres puertas para pasar una casa, o más barreras. Y, sin discutir si esto es necesario o no; podemos ver que eso a veces nos pasa también en la vida. Y eso es lo más complicado; para llegar al otro tengo que pasar un montón de puertas, de barreras, es muy difícil encontrarnos y poder habitar esos espacios que necesitamos para tener vida. A veces cuando uno habla con alguien siente como que está llamando a un call center, que lo dejan con la musiquita y nunca logra hablar con nadie, nunca llega a encontrarse con nadie.
Entonces, ¿cómo hago para encontrarme con el otro?, ¿con la verdad del otro? Para hablar aquellas cosas que verdaderamente nos dan vida. Porque si yo no hablo de mis cosas y de lo que me pasa, es muy difícil que encuentre qué es lo que quiero. Porque tengo que bajar niveles de profundidad. Si yo siempre nado en la superficie, si siempre escucho las voces más superficiales, nunca voy a escuchar esa voz que habla en lo profundo. Para eso tengo que entrenarme, tengo que practicarlo, tengo que animarme de alguna manera en la vida, para poder ir llegando. Y para eso tengo que ir rompiendo barreras y me tengo que arriesgar; tengo que elegir, y tengo que descubrir ese camino, y tengo que escuchar esa voz que nos habla. No solamente quedarme en lo rutinario de cada día, sino animarme a profundizar. Esta es la invitación de Jesús. ¿Cómo me puedo dar cuenta? Jesús nos dice, “Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia.” Es decir, Jesús no viene para que zafemos, o para que andemos tirando, o para que (como hablamos hace poco), sobrevivamos. Viene para que descubramos que hay una vida más grande, y que hay una vida más plena, y que la puedo elegir. Pero para eso me tengo que animar a escucharme, tengo que animarme a hacer esa elección en el corazón, y tengo que animarme a profundizar, tengo que animarme a ir a lo central.
El salmista hoy cantaba, “el Señor es mi Pastor, y habitaremos en la misma casa, y estaremos en el mismo lugar, y compartiremos la vida”. Esa es la elección que yo tengo que hacer; tengo que descubrir en qué lugares me quiero parar. Ahora, para eso, yo me tengo que dar tiempo. A veces una de las críticas que más se les hace a los jóvenes es que pierden el tiempo. Según de dónde se lo mire, puede estar muy bien o muy mal esa crítica. Porque todos tendríamos que aprender a perder el tiempo. Perder el tiempo en estar con el otro, para compartir. Me tengo que dar tiempo para charlar, me tengo que dar tiempo para estar en silencio, me tengo que dar tiempo a veces hasta para aburrirme. Porque a partir de ahí empezamos a sacar lo profundo del corazón, a partir del compartir. Cuando no tenemos tiempo, es difícil que escuchemos; que yo me escuche y que escuche a los demás.
Este texto, el discurso del Buen Pastor, se divide en tres partes, y hoy se reza especialmente por las vocaciones consagradas, por los sacerdotes, por las vocaciones. Y pensaba, muchas veces escucho que me dicen “voy a la Iglesia y no encuentro a los curas.” Bueno, si no nos podemos encontrar hay un problema. No es que de pronto uno esté babeando; si no podemos hacer espacios de encuentro, para que en este caso yo me pueda encontrar con ustedes, hay algo que anda mal, hay algo que no estamos haciendo bien. Pero esto lo podemos trasladar a todas las situaciones; en las familias por ejemplo, ¿me animo a perder tiempo en mi familia? Desde los más chicos a los más grandes; a compartir, a sentarme en la mesa, a estar juntos, es la única manera de descubrir la vida. Pero para eso tengo que crear los espacios, y si no me animo a crear los espacios, no los voy a encontrar.
La invitación de Jesús entonces es a un paso más, a que nos animemos a encontrar los espacios, a darle a cada cosa su lugar, desde el llamado que nos toca. Yo les decía que hoy se reza especialmente por las vocaciones sacerdotales, religiosas, pero lo lindo también es rezar por todas las vocaciones, que todos descubramos cuál es nuestra vocación. Tenemos acá la imagen de San Isidro, que se trajo acá en 1770, y tiene una vida transitada. Lo lindo de la imagen no es solamente si me gusta o no, sino cuánta vida de la Catedral pasó por acá, cuántas comunidades, cuánta gente, rezando, juntándose en torno a esta figura. Somos parte de esta comunidad. Y la vida de San Isidro fue un signo. Nosotros ahora estamos acostumbrados pero no era lo más común que la Iglesia nombrara santos a un matrimonio. Es más, creo que es de lo más raro en la historia de la Iglesia; aunque tendría que ser lo más común porque es lo que más hay. Y en San Isidro la Iglesia nos deja la vida más normal de la gente al alcance de nuestra mano. Isidro se casó con María, trabajaba en un campo, tuvo un hijo, pero siempre le dedicó su tiempo a las cosas de Dios; descubrió que ahí tenía la vida. Cuentan sus crónicas que la mayor parte del día la dedicaba al trabajo, otra parte para rezar y, a pesar de ser una persona muy sencilla, parte del tiempo o de su economía para dedicarle a los pobres. El veía que ahí descubría la vida de Dios, y que eso era lo que llenaba su corazón; y eso fue lo que él transmitió, lo que él nos trajo a cada uno de nosotros. Y fíjense lo importante que habrá sido su vida que fue canonizado con Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola, San Francisco Xavier, San Felipe Neri; es decir, todos santos “grosos”, si podemos usar esa palabra.
Creo que en este camino que venimos haciendo, donde queremos como comunidad que él también nos guíe –hemos salido a misionar y vamos a seguir haciéndolo- donde queremos celebrar la vida, queremos que él también nos muestre esos lugares donde hay vida, esos lugares donde tenemos que ir, estar, hacernos presentes, habitar, compartir, festejar y celebrar.
Pidámosle entonces a nuestro patrono, Isidro, aquél que descubrió en Jesús el sentido de su vida, que nos ayude a escuchar su voz, a discernirla en el corazón, a caminar detrás de Él, y a descubrir esa vida en abundancia que Él nos trae.

Lecturas:
*Hech 2,14a.36-41
* Sal 22,1-3a.3b-4.5
*1Pedro 2,20-25
*Jn 10,1-10


Homilía: “Quedate con nosotros” – III domingo de Pascua


Hay una excelente película que salió hace poco que se llama “Ladrona de Libros”. La película transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, y comienza con un viaje en tren, donde una niña y un niño están yendo con su madre a ser dados en adopción. El padre los abandonó y no tienen cómo mantenerlos, entonces los van a dar a otra familia. Durante el viaje, el hermano muere de hambre, y la única que llega a esta casa es la hija, Liesel. Y en un momento de la película, en una voz en off, ella dice: “Había una vez un fantasma, de un niño… Al que le gustaba vivir en las sombras, para no asustar a la gente. Su trabajo era esperar a su hermana, que aún estaba viva. Ella no tenía miedo a la oscuridad… Porque sabía, que era dónde estaba su hermano. Adelante. Por la noche, cuando la oscuridad llegó a su habitación… Le contaría a su hermano sobre el día. Ella le recordaría, cómo el sol se sentía en su piel… Y cómo se sentía el aire para respirar… o cómo se sentiría la nieve en su lengua. Y eso le recordó… Que ella aún estaba viva”. Con esto ella nos muestra un momento muy duro en el que ella se quedó sin familia, murió su hermano; un momento en el que se siente sola y no encuentra nada que la mantenga y la haga caminar hacia delante, y más allá de eso hay algo que le trae esperanza al corazón, su hermano. Ella lo recuerda en muchos gestos, en muchas cosas de todos los días. Pero en vez de mirarlo hacia atrás, como muchas veces hacemos, quedándonos anclados en algo que nos pasó, ella mira hacia delante. Es más, lo dice en la frase: “adelante”. Ella sabe que se va a reencontrar con su hermano, y por eso habla de un montón de esos gestos y esos signos que a ella le traen vida.
En nuestra vida, en nuestro camino de Fe, a nosotros nos va sucediendo lo mismo. Tenemos que descubrir cuáles son justamente esos momentos, esas cosas, esos signos, esas personas, esas palabras, que traen vida a nuestro corazón. Es más, en la Pascua sucede lo mismo porque la resurrección no es algo que se impone, sino que es como un proceso, un camino que se va revelando. Como escuchamos estos últimos domingos, se va revelando en la vida de los discípulos, pero también se va revelando en nuestra propia vida. Es un camino, un proceso; algo se va revelando, y hay algo que queda velado. Hay momentos donde las cosas son más claras, y hay momentos donde uno no ve en claro qué es lo que pasa. Hay momentos donde siento presente a Dios en mi vida, y hay momentos donde me pregunto dónde está Dios. Eso es lo propio de todo camino de Fe, de ver que hay momentos fuertes en encuentro con el otro; y hay momentos donde no lo descubrimos a ese otro, donde la pregunta es ¿dónde está Jesús? Es más, cada uno de nosotros podría mirar en su pasado y darse cuenta que hay momentos de la vida donde hemos tenido una experiencia fuerte de Jesús, y hay momentos donde no, o por lo menos no nos dimos cuenta de esa experiencia con Jesús. Momentos, tal vez días, semanas, meses, años, donde nos hemos alejado porque no le hemos encontrado sentido a estar con Jesús, a caminar con Él, donde esa experiencia de que hay un Dios que está vivo y que trae vida no nos es patente, no la descubrimos.
Por eso, creo que este texto de los discípulos de Emaús, tan conocido por todos, representa la experiencia de toda persona: me ilusioné con Jesús, dejé todo y lo seguí. Pero después Jesús murió de alguna manera en mi vida, y yo me voy, vuelvo a lo anterior, dejo ese camino de Fe que tal vez durante mucho tiempo estuve transitando. Hasta que algo vuelve a tocar mi corazón en algún momento. Y en estas pocas frases, los discípulos revelan lo que nosotros tenemos en el corazón: “nosotros esperábamos”. Le cuentan su experiencia con Jesús. Todos tenemos una experiencia de Jesús, nos la narraron aunque sea cuando éramos chiquitos, para la primera comunión; o momentos fuertes después en confirmación, o cuando coordinamos algo, o cuando nos fuimos a misionar, o en Pascua Joven; y después, como que eso se apagó. Y yo esperaba que Jesús hiciera “tal cosa”, pasara por tal lugar en mi vida; yo había puesto ciertas expectativas en Él. Sin embargo, por diferentes razones esas expectativas se truncaron. Ese “nosotros esperábamos”, es poner en palabras lo que experimentamos. Porque cuando nos alejamos de Jesús es porque algo que esperábamos no se dio así. En la vida de estos discípulos es muy claro, Jesús murió. “Nosotros esperábamos que Él nos liberara de toda esclavitud.” Esa era su expectativa, lo que ellos esperaban de Jesús.
Entonces nosotros podríamos preguntarnos, ¿qué es lo que esperamos de Jesús?, ¿qué es lo que buscamos en Él? Supongo que si estamos acá, aunque a veces venimos con un poco de piloto automático, es porque tenemos expectativas o las hemos tenido a lo largo de la vida. “Yo esperaba que mis hijos vivieran la fe…” y de pronto no pasó. Y uno se pregunta, ¿qué pasó acá? O, “yo esperaba que Jesús transformara mi vida de esta forma, de esta manera…”, o “yo esperaba que los chicos que están en confirmación, o en post, o que fueron a un retiro, o este amigo, vivieran la fe de esta manera, de esta forma”, y no pasó. O quizás esperaba que Jesús estuviera en mi vida de tal o cual manera pero ahora siento que no me aporta nada, siento que eso que yo espero no se da. Es ahí donde entran las dudas. Es decir, me armé un esquema, me armé una forma de vivir la fe, y eso entra en crisis. Esta manera, como yo creía que era el camino con Jesús, no lo es más. La pregunta es, ¿qué hago ahí?, ¿qué hacemos ahí?
Hoy vamos a hacer algo un poco distinto. Les voy a pedir, a los que se animen, que compartan alguna desilusión que han tenido con el que tienen al lado. Anímense a compartir un ratito. Los discípulos iban charlando de su fe, pero a nosotros a veces nos cuesta, sobre todo cuando no nos conocemos tanto. Así que les voy a dar uno o dos minutos para que hablen un poco entre ustedes, para que compartan alguna desilusión que han tenido en su vida, o en su fe.
Me alegro de que se hayan animado a compartir. Supongo que cuando les dije esto habrán pasado muchas cosas por su cabeza. Y más allá de los sentimientos, fíjense qué es lo primero que hace Jesús; Él les pregunta: ¿qué paso? Cuenten, narren, hablen. Sobre todo nosotros, los varones, lo primero que nos pasa cuando tenemos un problema es que nos encerramos, no queremos contar mucho, tenemos miedo de lo que el otro va a pensar, de lo que el otro va a decir, de cargarle un problema al otro. Empezamos a poner un montón de razones para no compartirle al otro las cosas. Pero lo primero que hace Jesús es decirles: compártanme lo que les está pasando en el corazón. A ver, ¿qué pasa? ¿No sabía Jesús lo que les pasaba en el corazón? Claramente lo sabía. Pero los que necesitan hablar de sus problemas, de sus desilusiones, son los discípulos. A nosotros como comunidad, como familia, como amigos, en el vínculo que cada uno tiene, nos dice lo mismo: compartan la vida, anímense a abrir el corazón, anímense a charlar. Y a partir de charlar, empiezan a aparecer horizontes diferentes. ¿Cómo y cuáles? No lo sé. Habrá que esperar, habrá que tener paciencia. Pero lo primero para poder fundar un vínculo es compartir. ¿Cómo recreamos el vínculo con Jesús cuando empieza a tambalear? Charlemos, dialoguemos, compartamos las cosas, lo que me gusta y lo que no me gusta, lo que me alegró el corazón y lo que me desilusionó, las expectativas que tenía.
Nosotros podemos desilusionarnos de muchas cosas en la vida; a veces de amigos, a veces del país, a veces del equipo de fútbol... De cosas más triviales a cosas más profundas. Pero lo que tenemos que buscar es cómo podemos trabajar por algo distinto. Jesús va trabajando en ellos una expectativa diferente.
Pero acá lo importante es que para que el plan de Jesús, el plan del Padre, se pueda vivir, los discípulos tienen que desilusionarse. Para nosotros es como un embole cuando nos desilusionamos. Pero tal vez podríamos pensar, “está buenísimo que me hayan desilusionado”. ¿Por qué? Porque a veces el desilusionarme tiene que ver con romper mis esquemas mentales, con cómo yo creo que son las cosas. Los discípulos tienen que romper con eso. Ahí es cuando Jesús les empieza a explicar: “Hombres duros de entendimiento”, les dice. Les está diciendo: ustedes no entienden nada, ¿no se dan cuenta de por qué tenía que pasar esto? Se los explicó un montón de veces Jesús, pero primero se iban a tener que desilusionar con el camino de Fe que ellos creían que tenía que ser. Y a nosotros nos va a pasar lo mismo. Desde el Papa Francisco para abajo, a todos los que tenemos fe, en algún momento nos va a pasar que nuestra fe no va a cuadrar. O nos vamos a poner así rígidos, y que no pase nada, y en algún momento va a saltar por el aire, o los esquemas Jesús los va a ir rompiendo. Porque siempre hace lo mismo. Y para eso en general se rompe con nuevas perspectivas, con nuestras ilusiones. Ahí es donde Jesús se hace presente.
Lo primero que tenemos que descubrir es que el camino está plagado de cosas que no entendemos, que no comprendemos, que nos desilusionan, pero que a veces también es difícil de transmitirle al otro. Vieron cuando uno quiere transmitir la fe y dice: ¿por qué no puedo? Con este amigo, con esta persona de mi familia… No pudo Jesús. La pregunta de los discípulos va a ser, ¿cómo no ardió nuestro corazón mientras Jesús nos hablaba por el camino? Y supongo, no sólo que era Jesús, sino que explicaba las cosas mucho mejor que nosotros, y tenía un montón de argumentos. Pero la cosa no pasa por la cabeza, pasa por el corazón. Y nosotros quizás nos preguntamos, ¿por qué el otro no entiende? No tiene que entender, Jesús tiene que tocar su corazón, y eso no lo podemos manejar nosotros. Tenemos que tener la paciencia de que en ese proceso estamos nosotros y están también los demás. Y a veces los demás estarán en la primera parte, donde caminan con Jesús, muy contentos; a veces estarán en la segunda parte, donde se alejan, donde no entienden, donde hay que tenerles paciencia, donde hay que explicarles las cosas; y a veces están en la tercera parte, cuando Jesús se nos hace patente, cuando hay algo que hace que toque nuestro corazón. En este caso es al partir el pan.
Ahora, para esto, primero Jesús tuvo que caminar con ellos. Fíjense, no es que Jesús se quedó, sino que ellos le dijeron: “Quedate con nosotros”. Es decir, si bien la pregunta va a ser ¿por qué no ardió nuestro corazón?, ¿por qué no nos dimos cuenta antes de que estaba Jesús con nosotros?, algo los tocó, algo empezó a dar fruto. Porque ellos le dijeron “quedate”, “compartí con nosotros”. Y en ese animarse a compartir un rato más con aquél que les había roto los esquemas, aquél que les había explicado diferente las cosas, ahí Jesús se hace presente; parte el pan, y en ese gesto ellos lo descubren.
Esto nos pasa a nosotros también en muchos momentos de la vida; hay gestos, hay signos, hay momentos dónde Jesús se hace patente, dónde Jesús toca nuestro corazón, dónde nos preguntamos, “¿cómo no lo vi antes?”; “¿Por qué no ardía mi corazón cuando pasó esto?” Y este es el proceso que el resucitado siempre va haciendo en nosotros. Cuando nos animamos a compartir, cuando nos animamos a mirar hacia un nuevo lugar. Fíjense lo que hicieron los discípulos; primero se iban, se volvían a Emaús que estaba a diez kilómetros; después, cuando se encontraron con Jesús, volvieron y lo compartieron. Es decir, el reencontrarse con Jesús les cambió las expectativas; Jesús está vivo y eso me cambia la vida. No cambió lo exterior, cambiaron ellos al encontrarse con el resucitado. Y esa es la invitación para nosotros, que la Pascua toque nuestros corazones, que no sea solamente qué explico, qué digo, qué hago; sino que me traiga una esperanza y una expectativa diferentes. Como hablábamos hace poco, ¡vivamos como resucitados! Tengamos algo para decirle al mundo. Los discípulos fueron y les anunciaron a los doce. Y en la primera lectura escuchamos ese gran discurso de Pedro, diciendo: ¡ya está vivo! ¡Vivamos de una manera nueva! Eso es lo que quiere Pedro que resuene en nuestros corazones hoy: ¡está vivo!; que eso toque nuestro corazón, hagamos experiencia del que está vivo, que nos alegre, que nos traiga esperanza, que borre nuestras oscuridades, que cambie nuestras expectativas, nuestros horizontes, que levantemos la cabeza, que miremos hacia delante. Esa es la Fe.
Esa es la Fe de la que habla Pablo también en la segunda lectura. “Ustedes han creído que Jesús resucitó”, el tema es si sacamos las consecuencias de que Jesús resucitó, si todavía no nos animamos a descubrirlo realmente, o si esa resurrección toca nuestras vidas. Y cuando toca nuestras vidas, es algo que queremos gritar, anunciar; es algo que queremos compartir con los demás.
Pidámosle como hicieron los discípulos a Jesús, que esta noche se quede con nosotros, que parta el pan en esta mesa como lo hace diariamente; y que al partir el pan, al verlo a Él ahí, al descubrirlo, nos animemos también nosotros a vivir como resucitados.

Lecturas:
*Hch 2,14.22-33
*Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11
*1Pedro 1,17-21
*Lc 24,13-35