A lo largo de
todas las películas de Harry Potter,
ese niño pequeño e inocente va creciendo. Y en la medida que va creciendo,
empieza a descubrir en su corazón que a veces aparecen un montón de actitudes,
gestos, tentaciones, que no le gustan. Empieza a tener como una lucha en lo
profundo de su corazón; tiene que empezar a hacer elecciones, a veces se da
cuenta de que no se comporta bien, como nos pasa a nosotros, y hay un momento
donde esa tirantez en el corazón se le hace muy fuerte. Decide entonces hablar
esto con su tío, Sirius Black, y le dice: me cuesta esto, no sé qué quiero
elegir, a veces no sé para dónde quiero ir, a veces tengo miedo de hacer las
cosas mal, de equivocarme. Y Sirius le contesta: “Todos tenemos luz y oscuridad
en el corazón. Lo importante es qué es lo que elegimos potenciar.”
Creo que esta
frase podría ser una síntesis de lo que nos va pasando a todos. Tenemos
nuestros momentos. Hay momentos en que estamos muy contentos con nosotros
mismos, muy conformes con las elecciones que tomamos, con las decisiones, con
cómo nos comportamos. Hay momentos en que estamos enojados con nosotros mismos,
con las decisiones que tomamos, con cómo nos comportamos; en nuestra casa, con
nuestros amigos, en los colegios, en los trabajos, en la facultad. Hay momentos
donde las cosas nos cierran más, hay momentos donde las cosas nos cierran
menos. Hay momentos donde nos maravillamos con las actitudes que tenemos, hay
momentos donde nos escandalizamos con gestos y actitudes, y hasta llegamos a hacer
cosas que pensamos que a nosotros nunca nos iban a pasar, que pensamos que iban
a ser problema de otros. A veces nos pasa a nosotros, a veces les pasa a
personas cercanas. Nos muestra que la vida no es tan blanco y negro como a
veces lo queremos hacer parecer, o como nos sería más fácil. Es por eso que
tenemos que aprender a descubrir que a lo largo del camino hay un montón de
grises en los cuales caminamos y en los cuales nos movemos, en los cuales
existimos.
Esto se da
también en la Iglesia y en la vida de fe. En el Padre Nuestro dice: “venga tu
Reino”. Todos rezamos “venga tu Reino”. La pregunta es, ¿qué pensamos cuando
decimos “venga tu Reino”? ¿En qué pensamos? ¿En qué Reino pensamos? Porque a
veces divagamos, pensando cosas que van más allá incluso de lo que Jesús nos
dice. Porque hoy usa tres parábolas, y dice: “el Reino de los cielos es como…”,
“se parece…”, que a veces son lejanas a la imaginación que nosotros tenemos de
lo que debería ser el Reino de Dios en medio nuestro, acá con nosotros. Obviamente
que lo que nos pasa es que nos proyectamos al reino final, al de la vida
eterna; pero ese reino ya se hace presente con Jesús acá. Jesús nos muestra que
tiene una manera de ser que a veces no nos cierra del todo.
Creo que el
resumen de estas tres parábolas lo da esta frase que dice “Dejen que crezcan
juntos”. Estas palabras tienen una fuerza muy importante. La primera dejar: hay cosas que tenemos que soltar.
A nosotros nos gusta tener las cosas siempre en nuestras manos, tenerlas agarraditas,
tenerlas controladas; pero Jesús nos dice “dejen”, empiecen a dejar que las
cosas corran, que las cosas fluyan, que las cosas tengan su tiempo, que las
cosas muchas veces se nos escapen de nuestras manos. Esto es difícil, implica
una actitud del corazón que no siempre estamos dispuestos a tener. Implica
soltar las cosas, dejarlas correr más allá de lo que pueda pasar, porque no
están más en mis manos. Si las dejo correr es porque se me escapan. Esta es la
sabiduría que en primer lugar nos transmite Jesús. Soltar las cosas en nuestra
vida, en las cosas que suceden a nuestro alrededor.
En segundo
lugar dice que crezcan, que las cosas
tienen su tiempo, las cosas tienen su momento. Hoy vivimos en un tiempo donde
pareciera que todo crece muy rápido, donde los más jóvenes tienen que vivir la
vida lo más rápido posible, donde a veces uno escucha cosas como “ya viví todo
lo que tenía que vivir”, a los veinticinco años; o “si no vivo esto ahora,
nunca me va a pasar”. Ayer a la noche por el día del amigo me junté con mis
amigos del colegio que tienen mi edad, donde los hijos más grandes tienen
aproximadamente doce o trece años. Me preguntaban entonces por los
adolescentes, “¿cómo son los chicos de quince, dieciséis años?”. Entonces les
contaba un poco lo que a mí a veces me cuentan; hasta que en un momento mis
amigos me dicen, “Mariano, por favor, no nos cuentes más.”, como diciendo: “no
quiero llegar a ese momento”. Y les digo, “te faltan dos años, prepárate.” Me
decían: “pero esto a nosotros nos pasaba cuando teníamos veinticinco, qué tan
rápido se vinieron las cosas.” Y ellos mismos contaban preguntas que sus hijos
les hacían a los ocho o diez años, que no podían creer porque iba muy rápido el
aprendizaje. Es más, uno de mis amigos el otro día se encerró veinte minutos en
el baño para que su hijo no le pregunte nada más.
A veces
sentimos que todo crece demasiado rápido; los chicos crecen demasiado rápido. La
frase la escuchamos mucho: “mirá qué grande que está”. No sólo en estatura,
sino también en lo que les pasa en el corazón. Pero parece que también hay
momentos dónde se da lo contrario. No damos tiempo a que se crezca. Pareciera que
el crecimiento es para los primeros veinte años, y después cuando uno tiene
treinta, o cuarenta como yo, o cincuenta, y hay cosas en las que nos toca
crecer, y bueno, “ahora no te doy tiempo”, ahora no. A uno le pasa algo en el
corazón, o tiene que vivir algo nuevo, y en ese momento no damos tiempo para
que crezca. Esto es un proceso de toda la vida. Siempre estamos en camino,
siempre estamos creciendo porque en cada momento, tengamos la edad que
tengamos, es algo nuevo que estamos viviendo, abrimos una nueva parte de la
vida, nos abrimos a una nueva puerta y la tenemos que recorrer. Por más que me
hayan dicho, que me hayan enseñado, que haya leído cuarenta mil libros de
autoayuda de la mitad de la vida o lo que fuese, tengo que vivir ese momento y
tengo que crecer. Por eso tengo que tener paciencia, tengo que esperar. Esto que
nos cuesta tanto. A todos nos gusta crecer. Es más, a veces escucho la frase, “bueno,
dejame crecer”, “dejame que me equivoque”. Ahora, eso mismo que exigimos y
pedimos para nosotros, ¿se lo dejamos al otro? ¿Le damos la posibilidad al otro
de lo mismo también? De que pueda crecer, de que pueda aprender, de que se
pueda equivocar.
Por último,
Jesús dice juntos. Las cosas crecen
juntas, en la luz y en las tinieblas; cosas que nos gustan y cosas que no nos
gustan. No hay forma de separarlos. Es la tentación siempre. ¿Qué es lo primero
que le dicen a Jesús cuando ven que ese trigo creció con la cizaña? “Vamos y la
arrancamos.” Como diciendo: arranquemos esto, no lo queremos. Y Jesús les dice:
no, no se puede ahora; si arrancamos lo malo, vamos a arrancar también lo
bueno. No se puede discernir tan claramente, no es tan blanco y negro como para
darse cuenta. Es más, de eso nos podemos dar cuenta cuando escuchamos dos
campanas de un mismo hecho. Uno escucha una y parece como que “no, bueno, vamos
a matar a todo el resto del mundo”, escuchamos la otra y pensamos “no, bueno,
no es tan así”. No es tan claro, las cosas se dan mezcladas, se dan juntas. Por
eso tenemos que dejar que crezcan. Yo pienso en esto cuando por ejemplo un niño
se acerca y me dice que se peleó con su mejor amigo, “nunca más voy a jugar con
él, nunca más lo quiero ver”; y uno que es un poquito más grande le dice: “no,
bueno, ya va a pasar, quedate tranquilo. No es tan así, se equivocó.” Lo mismo
nos pueden decir los jóvenes de los adolescentes, cuando dicen “no, me pasó
esto, es el fin del mundo.”, y los otros piensan: “no es tan así”. Pero los
adultos también lo deben decir de los jóvenes, y los más grandes de los
adultos; y Jesús lo dice de todos. Es como que Jesús, que está un poquito, o
bastante, más arriba nuestro, con otra sabiduría, casi como si siempre fuéramos
niños, nos dice: tené paciencia, esto se da en la vida y se da junto. Por eso Él
puede esperar hasta el final, porque tiene esa sabiduría de saber que hay cosas
que no se pueden separar, que en la vida se van dando. Después yo tengo que
discernir y elegir.
La madurez
implica que hay momentos en que las elecciones más importantes de mi vida tienen
que ser por aquello que es trigo, por aquello que da vida, que alimenta, pero
que no se da totalmente puro, que no lo puedo separar. Tenemos experiencias en
las que queremos arrancar todo; en nuestro país por ejemplo: “Que se vayan todos”.
No existe que se vayan todos. Pensemos en las consecuencias políticas, económicas,
sociales, religiosas que trae cuando decimos, “esto no sirve más, y hay que
arrancarlo”. Tenemos experiencia de las elites: “yo soy el bueno, y los otros
son los malos”; de las estructuras rigoristas: “con esto que hizo él no puede
estar de este lado”.
Gracias a
Dios la Iglesia nace de un libro, la Biblia, que no oculta nunca los defectos
de los demás. Uno hasta puede preguntarse qué tanta necesidad había de eso. ¿Qué
necesidad había de remarcarle tantas veces a Pedro que lo negó a Jesús? ¿No lo
podrían haber dejado pasar un poquito de lado? Cuando habla de la vida de
Pablo, que mataba cristianos, ¿por qué no empezar con la conversión? ¿Por qué no
escondemos lo anterior debajo de la alfombra? En el comienzo de la historia del
pueblo elegido, con la promesa de Abraham que no cree en Dios y tiene un hijo
con la esclava, y Dios tiene que volver a apostar por Abraham y decirle que
confíe. Moisés, cuando quiere empezar la historia mata a alguien y se tiene que
escapar, y Dios lo vuelve a elegir. Así podemos elegir cualquier personaje. La Biblia
no oculta el pecado del pueblo nunca; Dios no oculta el pecado de los
personajes. ¿Por qué? Porque ese pueblo santo crece con su pecado, con su
cizaña. En la Iglesia pasa lo mismo. Si no soy capaz de aceptar eso, no soy
capaz de aceptar a la Iglesia y de elegir a Jesús. Podemos fundar otra cosa. Y si
encuentran alguna comunidad o alguna iglesia que sea perfecta, avísenme, invítenme.
(Bah, no me inviten porque no va a ser más perfecta si me invitan a mí.) Se
acabó, porque la tentación es: yo elijo que es hasta acá. ¿Por qué? ¿Yo soy la
medida? Si la medida, que es Jesús, elige todo, elige la cizaña y el trigo
juntos, ¿por qué yo me pongo en el lugar de Jesús a veces?, ¿por qué yo digo “este
sí y este no”, “esto hasta acá sí y hasta acá no”?, porque es la tentación a
arrancar de raíz. Pero Jesús dice: eso no se hace. ¿Por qué dice eso? Creo que
por esas otras dos parábolas.
En primer lugar
porque es como esa semilla de mostaza, que es pequeña, no se ve; está en el
corazón de todos y Jesús siempre tiene la esperanza de que va a crecer. Esa esperanza
que nosotros a veces perdemos, ese pesimismo, Jesús nunca lo tiene. Jesús tiene
la esperanza de que esa semilla que está en cada corazón, en cada comunidad, en
cada familia, aun en medio de las luchas y de las dificultades lleva una promesa.
Dios cumple sus promesas y va a buscar la forma de que aunque esté tapada, aun
cuando parezca que el ámbito no se da para eso, pueda crecer. Al final, en
algún momento puede ser un gran arbusto. Esa esperanza que Jesús tiene en cada
uno de nosotros no la pierde. Por último, porque cree y confía en cada uno de
nosotros, en que somos levadura. Nosotros tenemos la tentación, en casi todo,
de que siempre venga un salvador (ya vino, les aviso por las dudas), y que
cambie todo. Que venga algo de afuera, una mega estructura; en el país, en el
trabajo, en el colegio, en nuestros amigos, y cambie las cosas desde afuera. Pero
Jesús dice, las cosas no se cambian desde afuera, se cambian desde adentro, se
cambian cuando yo quiero ser parte y quiero luchar por eso. Esa es la levadura,
¿no? La levadura hay que trabajarla, hay agarrar la masa, hay que amasar, hay
que saber cuándo hay que cocinar, cuánto tiempo lleva, qué temperatura; no es
tan fácil. Es como un arte, y la vida es lo mismo. Jesús nos dice a cada uno:
ustedes son los cristianos que pueden transformar las cosas desde adentro si tienen
paciencia, si dejan que las cosas crezcan juntas, pero sabiendo que las pueden
transformar, sabiendo que podemos ser ese trigo para el mundo. Esa es la
apuesta que hace Jesús, siempre cree y apuesta por nosotros. Eso es lo que nos
invita a hacer.
Animémonos a
descubrirnos también como personas, como comunidades donde las cosas crezcan
juntas, donde tengamos paciencia, donde descubramos esa semilla que pone en
nuestro corazón, esa semilla que pone en nuestras comunidades, esa semilla que
pone en nuestras familias. Animémonos a ser esa levadura que hace fermentar la
masa.
*Sab 12,13.16-19
*Sal 85,5-6.9-10.15-16ª
*Rom 8,26-27
*Mt 13,24-43