miércoles, 23 de diciembre de 2015

Homilía: “Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y descubrir quiénes están a mi lado” – IV domingo de adviento

Hace unos años, un amigo mío se fue a vivir al exterior y la familia se quedó acá. Si bien no habían tantas formas de comunicación como ahora, habían posibilidades de hablar casi todos los días. Entonces iban dialogando y charlando con la mujer pero, como a veces nos pasa a los varones, cuando le preguntaba cómo estaba, él respondía “bien” o, si le preguntaba qué hizo, “lo mismo que ayer”, si tenía alguna novedad “no, ninguna” y cosas así que supongo que algo parecido alguna vez les pasó. Ella le recriminaba un poco que no le contaba nada y entonces él, un día, jorobando, empezó “hoy me levanté a las seis de la mañana, me lavé los dientes, fui a la cocina, me hice tostadas, un café con leche…” y así siguió contando con lujo de detalles todo lo que había hecho. Irónicamente, cuando terminó le preguntó “¿esto es lo que querés?” y ella le contestó “sí”. 

Más allá de mostrar los distintos universos en los que vivimos muchas veces los varones y las mujeres en estas distancias, voy a la búsqueda. ¿Cuál era la búsqueda de ella? El querer sentirse parte de su vida, que, a pesar de la distancia que los separaba, poder compartir y saber lo cotidiano de cada día, lo que vive que es lo que la ayuda a sentirse ahí presente. Es el deseo que todos tenemos, sobre todo con las personas que más queremos, que más amamos, poder compartir tiempo. 

Yo, hoy al mediodía, como hago casi todos los domingos, me fui a comer con mis papas. Estoy un rato, a veces más, a veces menos, depende las actividades que tenga el domingo, y la frase de mamá es “siempre a mil, ¿ya te vas?”. No importa que a veces yo ya ni estoy con ella, ella está haciendo otras cosas pero es ese “quiero que estés acá, cuanto más cerca mejor, y compartir, estar juntos”. Este debería ser el deseo de cada uno de nosotros, el estar y compartir con aquellos que amamos, con aquellos que queremos. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de cómo esto muchas veces se desajusta, que por las exigencias o por lo que fuere, vamos perdiendo los órdenes de prioridades y dejamos de lado aquello que verdaderamente nos da vida, aquello que verdaderamente llena nuestro corazón. 

Si miramos nuestra vida, en general, los momentos más lindos son los que compartimos con los demás, los que tuvimos ese don y esa posibilidad. Aun en los proyectos personales, un examen, una carrera, un ascenso personal o lo que fuera, es lindo cuando lo puedo compartir con otros, cuando el otro se siente parte de eso. A veces nos cuesta ir a la casa de los demás “uh, tengo que ir otra vez allá o lo que fuere”, pero nos encanta, nos gusta, ¿Por qué? Porque lo que cuesta es el primer paso, el primer motor. 

Esto es de lo que hoy nos dan testimonio María e Isabel en el evangelio. María, que tiene que cambiar su vida, para que se den una idea, María tiene doce o trece años en ese entonces. Comparándolo con el hoy, porque no existía la adolescencia, serían unos 19 o 18 más o menos. En medio de un Dios que le cambió, le trastocó la vida, de tener que entender eso, de encontrarse con José, arreglar todo esto, se entera de Isabel y corre hacia allá. Se entera de lo que pasa en la vida de Isabel y, en vez de quedarse con lo que le pasa a ella, dice “no, yo quiero compartir su vida, compartir su alegría, quiero encontrarme con ella” y sale a su encuentro y comparte la vida. 

Isabel, mujer anciana, mayor, que ya no podía tener hijos, que también estaría sorprendida por este regalo y este don de la vida que Dios le había hecho; tampoco se queda ahí adentro con sus cosas como a veces nos pasa. Ella también se da cuenta de lo que pasa en María. Esta con esa panza, con ese niño, ya de varios meses y, sin embargo, dice “feliz de ti por haber creído”, se da cuenta de lo que pasa en María, ¿Por qué? Porque tienen este deseo en el corazón de compartir la vida con los demás y porque saben ir a lo central, a lo esencial. 

Esa es la invitación que en primer lugar hoy nos hace a todos nosotros. Lo que llena nuestra vida y nuestro corazón es encontrarnos con el otro, el otro es el signo de Dios para nosotros y con eso nos invita a valorar esto. A descubrir esto como algo central en nuestra vida y a luchar por esto.

A veces estamos corriendo tanto, tan exigidos, con tantas cosas que lo que tenemos que darnos es tiempo para nosotros. Cuando paramos y nos preguntamos qué es lo central pero, sin embargo, casi que no nos damos cuenta, es como que pasamos de largo y a veces lamentablemente nos damos cuenta cuando pasa algo o cuando quiero volver para atrás y no puedo. Entonces, Dios lo que nos da es esa oportunidad de decir “tengo que frenar un poco para encontrarme con el otro, tengo que bajar un par de cambios para darme cuenta de a quien Dios puso a mi lado y poder encontrarme con él”. Esa es la primera invitación que nos hace. Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y puedo aprender a descubrir quiénes están a mi lado.

Lo segundo es esto que descubre Isabel. Isabel le dice “feliz de ti por haber creído”. Se da cuenta de lo que está pasando en María y se da cuenta que Jesús, Dios, está en medio de ellos. Nosotros también muchas veces tenemos a Dios en medio y nos cuesta darnos cuenta, percibirlo, encontrarlo. Fíjense, esta imagen del evangelio, bellísima, muy linda, si no fuera por Jesús, hubiera pasado desapercibida, no la estaríamos escuchando, pero como Jesús está presente, la imagen cobra otro significado, trasciende los tiempos. Muchas de ustedes han estado embarazadas, han tenido encuentros lindísimos pero no están en ningún libro. Sin embargo, como Jesús está ahí, eso cobra un significado distinto.

En nuestra vida pasa lo mismo cuando nos animamos a poner a Jesús en el medio, nuestra vida cobra una trascendencia y un significado distinto y no es una mirada ingenua o inocente. Nos es que con Jesús no hay problemas o dificultades sino que cobra, toda la vida, las alegrías y las tristezas, los gozos y los dolores, un sentido y una trascendencia diferente.

Dentro de poco vamos a celebrar la noche buena y la navidad, por poner un ejemplo. Seguramente hemos tenido un montón de encuentros familiares a lo largo del año pero en noche buena va a ser un encuentro especial. Ese día, encontrándonos con la familia en Jesús, mas allá de la fe de cada uno de nosotros, es un momento especial, que todos lo queremos vivir diferente, con una alegría diferente, con una predisposición diferente. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace Dios, de lo cotidiano, de lo que parece de todos los días, le da un sentido diferente y me enseña a mí a descubrir lo mismo, ¿Cuándo? Cuando yo lo hago parte de mi vida. Esto es lo tercero. 

La navidad nos muestra un Dios que quiere ser parte de nuestra historia y de nuestra vida. ¿Por qué Dios se hace hombre? Porque quiere estar con nosotros, porque lo que quiere es estar cerca del que ama. Busca trascender todas las barreras para encontrarse con el otro. El amor de Dios hacia nosotros es tan grande que no se banca el estar tan lejos.

En general, en la catequesis, nos han enseñado otra cosa, pero lo que mueve a la historia, a la vida, a nosotros, a Dios, es el amor. Lo que mueve a Dios, a Jesús, a venir a nosotros, es cuánto nos quiere y, por amor, quiere estar con nosotros, quiere ser familia. Lo que busca, no solo con María, con José y con su pueblo día a día y con cada familia, es estar. Va buscando los caminos, los recovecos como hicieron María y José caminando a Belén para que le demos un lugar y eso es lo que quiere y eso es lo que busca. Esa es la invitación especial en esta navidad que nos hace: “yo quiero ser parte de ustedes y de toda la vida”.

Seguramente, si yo les preguntase ahora a ustedes cómo están con Dios, cómo es su relación con Dios, empezarían a pensar cómo están en la oración, si están rezando o no, si están yendo a misa o no, empezaríamos por ahí. Pero Dios va mucha más allá de eso, no es eso solamente lo que le importa, él quiere ser parte de toda nuestra vida. “Quiero estar a su lado en las alegrías, acompañarte, darte una mano en tus problemas, consolarte en tus tristeza, déjame ser parte”. ¿Necesito momentos de intimidad con los demás y con Dios? Sí, y eso es la oración, eso es la misa. Dios dice “yo no me quedo en eso, yo quiero trascender eso y que me descubras presente en tu vida, en lo cotidiano y que descubras como conmigo tu vida cobra una dimensión diferente”. Este es el deseo que tiene para cada uno de nosotros y esta es la invitación.

Hoy podemos pedirles a María y a Isabel que nos ayuden a descubrir esto, la gracia y el don de apostar por la vida. Apostar por la vida es apostar por los que están a nuestro lado, el otro es el que me salva, el que Dios pone a mi costado, ¿Por qué? Porque es el que hace de mi vida una vida diferente y me invita a descubrir todo lo bueno que hay en el otro. Esto es lo que hizo Isabel, Isabel descubre que Jesús esta en el vientre de María. 

En general, en este tiempo que vivimos nosotros tan así, apurados, corriendo, lo que discutimos con el otro es lo que no hace, lo que hace mal, lo que tenemos para quejarnos, lo que nos molesta. Jesús nos dice “trasciendan eso en la vida, encuentren lo bueno que hay en el otro”, porque eso es lo que hizo Jesús. ¿Por qué Jesús quiere salvar a todos? Porque trasciende eso que nosotros primero miramos, va al corazón, y cuando va al corazón ve los dones y lo bueno que cada uno tiene, eso es lo que nos invita a mirar, eso es lo que nos invita a valorar, a querer y a compartir. Pidámosle entonces también esto a Jesús, el poder descubrir todo lo bueno que hay en el otro y que en esta navidad pueda nacer.

Lecturas:
*Miqueas 5,1-4
*Salmo 79
*Hebreos 10,5-10
*Lucas 1,39-45

martes, 22 de diciembre de 2015

Homilía: “Jesús nos invita a dar un paso más, empezando por este sentimiento de alegría que contagia a los demás” – III domingo de adviento

En la película para chicos y no tan chicos Intensamente, Riley es una chica que siente, podríamos decir, muy a flor de piel las emociones que van naciendo en su cerebro, en su conciencia y que van luchando y peleando y trabajando en ella. Estas están representadas por personajes y son Alegría, Tristeza, Miedo, Ira y Desagrado, quienes buscan guiarla en su día a día. A medida que Riley va creciendo, Alegría es la que va guiando al resto de sus emociones, lo que va sintiendo. Ella va creciendo y, como saben, cuando uno crece las cosas se complejizan y no son tan fáciles. Además, se da la situación de que su papa consigue un nuevo trabajo y se tienen que mudar de Minnesota a San Francisco y eso remueve los sentimientos en su interior. 

Cuando empieza a recordar cosas de su antigua vida, estas van de cambiando de color a un azul porque le da tristeza el recordar ciertas cosas. La alegría se empieza a sentir desubicada, ¿Por qué pasa esto? No quiere que pase, quiere seguir siendo la que predomina. Riley en un momento va a la escuela, se larga a llorar en ella, se le arma un poco de lio en la cabeza. Tristeza y Alegría son expulsadas de ahí, de lo que sería la base central donde está la consola de control, y van a tener que comenzar un camino de vuelta.

Esta imagen me venía mucho a la cabeza especialmente este fin de semana donde las lecturas invitan a la alegría. Isaías le grita al pueblo que se alegre, le vuelve a repetir varias veces “está sucediendo algo distinto, vivan esa alegría, compártanla, contágienla”. Pablo dice lo mismo a los cristianos de Roma, “Alégrense, vuelvo a insistir, alégrense, que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres”. Todos, a sus comunidades, les van pidiendo que vivan esta alegría que brota de Jesús, que vivan esta alegría que es signo de poder celebrar la vida y celebrar la fe. 

Sin embargo, todos, desde los más chicos hasta los más grandes, tenemos la experiencia de que vamos perdiendo la fe. No sabemos por qué, casi que la tenemos que buscar al cajón de los recuerdos o nos cuesta vivir y mantener esa alegría. No hablo de reirnos un poquito o que nos saquen una sonrisa que puede ser muy bueno, sino de ese estado en el que estamos felices, en el que estamos alegres por aquello que estamos viviendo.

Alguna vez les conté que, una vez, después de que yo me ordene en el 2003 de diacono, hacía muchas cosas, estaba trabajando. Al poco tiempo de ser sacerdote, una amiga me agarró y me dijo que yo era mejor antes. Cuando le pregunte por qué me dijo “porque antes estabas más alegre”. Obviamente que al principio mucho no me gustó, pero después me sirvió para hacer un camino de conversión en el corazón e intentar mirar qué era lo que me estaba pasando. Lo que me estaba pasando era que quería abarcar muchas cosas, me habían soltado las riendas de cura y yo tenía ganas de hacer todo. Pero por sentirme tan exigido con tantas cosas que a todo tenía que responder, cada demanda, iba perdiendo la alegría. Siempre sentía la presión, siempre algo más, nunca a nada llegaba bien. Iba perdiendo la alegría que creo que era uno de mis dones o mis características, o por lo menos uno de los que siempre más me han marcado. Mi pregunta fue, ¿vale la pena esto? ¿Está bien hacer más pero perder aquello que es contagioso también para los demás? 

Muchas veces, por no decir casi siempre, el cómo tiene que ver con el fin. No es solo el hacer las cosas sino también el cómo las vivo y cómo las hago, porque eso es lo que se transmite a los demás. A veces tendremos que aprender que rendiremos menos, que no haremos tantas cosas, que nos exigiremos menos, que no todo se podrá hacer. Sí intento poder vivir esa alegría que brota del corazón e intento siempre recordar esto, ¿Por qué? Porque, en general, cuando uno es alegre, cuando uno ve la alegría del otro, casi que quiere con celos robársela, quiere arrebatársela. Uno quiere vivirla, quiere contagiarse de eso, creo que a ninguno de nosotros nos gusta, y a veces hasta con muchos justificativos, estar tristes o estar de mal humor, o no poder vivir aquella alegría que brota del corazón.

Creo que eso es lo primero que deberíamos aprender cuando queremos transmitir algo. En muchas circunstancias de la vida y de la fe, lo que le llega más a la gente no es lo que se dice sino el cómo. Por poner algunos ejemplos, cuando uno va a misionar o cuando uno va a un retiro, que se tomó un tiempo y estuvo más tranquilo, o la gente que va a dar una mano a Pascua Joven, lo que más resaltan es la alegría, cómo lo viven. Se acuerdan las primeras comunidades, cómo compartían y cómo vivían. Tal vez eso es lo primero que tenemos que replantearnos en el corazón cuando queremos vivir y transmitirá antes.

Hoy, descubrimos que hay muchas cosas, instituciones y demás que están en crisis y lo primero que tendríamos que mirar es cómo lo estamos viviendo y cómo lo estamos transmitiendo. Pongamos como ejemplo la fe, nuestras comunidades, nuestros grupos, ¿son grupos alegres?

Yo me acuerdo, una vez, una teóloga que decía que a veces cuando salía de misa parecía que en vez de a una fiesta habían ido a un velorio más o menos por cómo la gente salía seria, enojada. A mí me han retado un par de veces por reírme un poco en misa pero, ¿somos alegres? ¿Nos alegra el poder vivir la experiencia de Jesús? ¿El poder compartir la fe? ¿Aquel que viene a nuestros grupos puede descubrir eso? O en lo que queremos transmitir, el sacerdocio, por poner el ejemplo mío, también es una institución que está en crisis y lo primero que tenemos que replantearnos es si lo vivimos con alegría. Porque si yo descubro mi vocación, una de las cosas por las que me quise hacer cura es porque me hacía feliz lo que hacía: iba a misionar y me hacía feliz, iba a confirmación y me hacía feliz y digo “yo eso quiero vivirlo toda la vida”. 

Yendo a lo que hacen la mayoría de ustedes, los matrimonios: vemos que también está en crisis la institución matrimonial, ¿le transmito a mis hijos, a los que me rodean, la alegría mía del matrimonio, de vivir en familia? ¿O solo son quejas, siempre estoy de mal humor, estoy discutiendo con el otro? Creo que el mensaje de Jesús, el mensaje de las lecturas de hoy va justamente a eso, el poder vivir esa alegría del corazón que atrae a los demás, que llama a los demás. Todos tenemos experiencia de esto, de ser causa de alegría muchas veces para los demás y también podríamos pensar qué personas a nosotros nos cambian el humor. Hay personas, hay lugares, a veces hay personas que están de mal humor en la casa, en el colegio en la facultad en algún lugar y cuando va a otro le cambia la cara, está de buen humor con los amigos, con su mujer, con los hijos. Hay personas que tienen esa capacidad y nosotros tendríamos que a veces volver a eso para descubrir esa alegría que brota del corazón.

Los mismo con Jesús, ¿Cuáles son esos espacios que alegraron mi corazón? Hoy tal vez me está costando rezar, vivir mi fe, compartirla. No hay que quedarse con la nostalgia de lo que viví antes, sino, mirando hacia el futuro, cómo puedo volver a encontrarme con Jesús en esos espacios. Cómo volver a ir a aquello que me alegra, aquello que cambia mi corazón. Porque son esos espacios y esas personas los que sacan lo mejor de nosotros.

Fíjense lo que le pasa a Juan el Bautista: Juan está predicando, hace tiempo que el pueblo estaba esperando una voz de parte de Dios y, como profeta, la gente se acerca a preguntarle qué es lo que tienen que hacer. La presencia de Juan que llama a preparar el corazón, a convertirse, saca lo mejor de los demás y van y le dicen “¿qué tengo que hacer para prepararme?”. Tienen ganas, los ha motivado Juan. Me reía cuando escuchaba el evangelio porque hay cosas que no cambian nunca, “conténtense con su sueldo”, creo que lo podríamos repetir hoy. Le preguntaba a cada uno “¿Qué es lo que yo tengo que hacer?”. Podríamos intentar volver a ese sitio, a ese lugar, a ese espacio de nuestra vida y nuestro corazón donde Jesús saca lo mejor de nosotros, donde Jesús nos invita a dar un paso más, pero empezando por este sentimiento de alegría que, como ya les he dicho varias veces, contagia a los demás. 

Esa es la experiencia de María, esa es la experiencia de Jesús, esa es la experiencia de los primeros cristianos que se nos invita hoy también a nosotros a tener y a transmitir. Hoy como comunidad queremos hacer experiencia de esa alegría, queremos poder vivirla y compartirla y queremos que esa alegría contagie a los demás. Podríamos decir que la alegría es lo que trae esperanza aun cuando las cosas no me cierran, están duras, están difíciles, son injustas. Cuando puedo vivirlas con alegría, cuando alguien me trae esa alegría, eso transforma, eso cambia. 

Como gesto, en la misa se repartieron unas estrellitas a todos. Se los invitó a que escriban en estas estrellas quiénes los alegran, quiénes alegran hoy sus vidas, intentando volver a ellos. Después, a proponerse alguna persona a la que la tengan que ayudar en este adviento, alguna persona a la que le tengan que devolver la esperanza, alguna persona a la que le tengan que devolver la alegría, que puedan ser ese testimonio. Anotar esas personas que los ayudan y aquella para las que quieran ser un signo. Estas estrellas después se van a poner junto al pesebre, este deseo de que esto también nazca en nuestro corazón.

Lecturas: 
*Sofonías 3,14-18ª
*Is 12,2-3.4bed.5-6
*Filipenses 4,4-7
*Lucas 3,10-18



lunes, 14 de diciembre de 2015

Homilía: “El fruto es directamente proporcional al tiempo y al proceso que se le da a las cosas” – II domingo de adviento

En el 2007 se retiró Joshua Bell, uno de los violinistas más importantes del mundo, quien se prestó a una prueba social, un experimento social. Agarró su violín, se fue al subte en Washington en hora pico, a las 19hs, y se puso a tocar, él que tocaba en los lugares más importantes del mundo. La gente fue pasando, como pasamos nosotros más o menos cuando andamos en subte, sin prestarle prácticamente atención. Se muestra que solo 6 personas en esos 45 minutos que estuvo se detuvieron a escucharlo, uno de los que estuvo fue un chiquito que la mamá lo sacó rápido. Solo una mujer se dio cuenta de quién era y se quedó ahí. En esos 45 minutos que estuvo juntó, por la gente que le tiraba unas monedas, 32 dólares. 

De esta forma mostraban que lo que uno hace, en este caso una persona con un talento increíble, tiene que ver muchas veces con el contexto, el lugar, del tiempo que nos tomamos, de la atención que uno pone. Creo que todos hemos tenido la experiencia en un momento de decir “la verdad es que no vale la pena esto, hacer esto, decir esto”. O que uno está luchando por un montón de cosas importantes y siente que cae como en un saco vacio o que es muy poco a veces lo que se logra con mucho esfuerzo y poniendo un montón de energía. 

Pensaba en cuando yo estaba en el seminario y una de las materias que tuve fue Orígenes Cristianos que trata de que Jesús resucitó y la historia de la Iglesia. Cuando uno escuchaba y leía como fue creciendo la Iglesia, en ese crecimiento, depende de dónde se lo mire, puede decirse que fue lento en las primeras comunidades cristianas. ¿Por qué subrayo esta palabra “lento”? Porque, en general, uno, por el entusiasmo, por el fervor que los primeros cristianos ponían, piensa en grandes comunidades.

Por ejemplo, en la comunidad de Corintios vivían 250 mil personas, de las cuales 400 eran cristianos, para que se den una idea. Se perdían los cristianos en esa gran metrópolis y así podríamos ir con cada una de las ciudades. Lo que pasa es que ellos estaban tan contentos del camino, de lo que el evangelio les iba abriendo, como semilla en cada una de esas ciudades o comunidades que nos lo transmiten como un fervor. No dicen “uy que garrón, se convirtieron 400 nada más” o “que poquito, mira todo lo que tuve que hacer, me flagelaron, me golpearon”, no. Pablo está feliz y alegre, y así empieza esta segunda lectura, “doy gracias a Dios”, ¿Por qué? “Por la obra que hace en ustedes, porque se mantuvieron en lo que han aprendido, porque con sus parrabas y con sus gestos, quieren dar testimonio de Dios”. Como sabe que eso no es fácil y que mantener la fe muchas veces nos cuesta, dice “rezo por ustedes para que se mantengan firmes en aquello que han aprendido”. Nos deja como enseñanza este descubrir lo valioso de lo cotidiano y lo sencillo de cada día, eso que muchas veces nos cuesta ver.

Creo que esto es así por dos razones, sobre todo en la fe. La primera es porque el punto de partida ya es diferente, nosotros venimos de varios siglos de cristiandad y a veces sentimos que la cosa disminuye más que crecer como era en la época de Pablo. Pero, más allá de esa razón, también porque nosotros vivimos en una época donde tenemos las cosas rápidas, queremos las cosas ya, no solo cuando vamos a McDonald’s o cuando nos toca hacer una fila en un banco o lo que fuere. Cuando tenemos que esperar mucho a veces nos enojamos y nos ponemos mal y nos violentamos pero también hay cosas más importantes. Quisiéramos que los deseos, las ganas que le ponemos y tenemos en ciertas cosas sean más rápido, que los chicos crezcan más rápido, un montón de cosas que quisiéramos que no duren el tiempo que llevan. Sin embargo, el fruto casi que es directamente proporcional con el tiempo y el proceso que se le da a las cosas y todo empieza cuando uno se anima a gestarlo, a hacer germinar. 

Que Jesús se haga presente, no solo lleva los nueve meses del embarazo de María sino también, los treinta años que Jesús va a tardar en salir a predicar. Y uno no dice “uh, todo ese tiempo”, uno sabe que Jesús tuvo que madurar como persona aquel mensaje que tenía que dar. Sin embargo, cada momento y cada paso es importante y desde lo sencillo.

Este evangelio comienza contando un poco el contexto, “en la época del emperador…, siendo tetrarca…” y así todos los cargos importantes y de repente dice “en el desierto, se apareció Dios”. Mientras uno muchas veces espera que Dios se haga presente en lo importante, en lo grande o venga una persona que cambie nuestro ser cristiano y Dios dice que ahí, en los lugares de poder, en los lugares donde están todas las personas importantes no está él presente. Que Dios fue y buscó un hombre en el desierto y que le pidió a ese hombre que vaya y anuncie, que vaya y prepare el camino del señor. Tuvo que empezar desde lo sencillo, desde lo cotidiano, Juan se tuvo que hacer un nombre, tuvo que, de a poquito, ir anunciando. Lo mismo Pablo, y así, le costó muchas veces y lo mismo cada uno de los cristianos. 

Es por eso que en este adviento, la primera invitación para nosotros es aprender a cambiar la mirada, aprender a valorar cada gesto, cada palabra que brota de Dios en mi vida y en mi corazón. Creo que lo primero que podríamos hacer nosotros es descubrir qué dones tenemos que Dios nos dio, qué cosas tengo en mi corazón que son signo de Dios, que pueden dar testimonio a los demás, qué palabras, qué conversaciones. De qué manera yo puedo llevarlo y transmitirlo a los demás y aprender a valorarlo desde lo pequeño y desde lo chico, desde lo que a veces parece que no tiene peso pero así se construye el reino. Para muchas personas, esa palabra y ese gesto van a ser una de las pocas palabras y gestos de parte de Dios que tengan en su vida. Casi que podríamos decir que nuestra vida va a ser el evangelio abierto que el otro va a poder leer. Si nos animamos los cristianos a llevarlo, a transmitirlo, a descubrir que así se va formando el reino y desde ahí nace y este es el ejemplo de Jesús. 

Jesús nace en un establo, en medio de los animales, vive en un pueblito con 250 habitantes como era Nazaret. Desde las pequeñas cosas, se va gestando y por eso nos invita a valorar aquello que desde nuestra humilde vida nosotros podemos dar. Desde el pesebre de nuestro corazón, nosotros podemos llegar a los demás. Si bien el otro es el que va a tener que ir recorriendo el camino, yo lo que puedo hacer es dar testimonio, puedo ayudar.

Tanto en la primera lectura como en el final del evangelio dicen lo mismo “preparen el camino- como si fuera fácil- bajen las montañas, rellenen los valles, arreglen los caminos sinuosos”. Eso lleva trabajo y lleva tiempo pero podemos hacer que en nuestra vida lo logre. Yo a veces cuando pienso en mi persona pienso en cuando vamos por la calle y aparecen los carteles que dicen “disculpen las molestias, estamos trabajando para usted”, pienso que Dios pone lo mismo en mi. Cuando la gente viene y yo hago lo que puedo, dice lo mismo, “estoy intentando que sus gestos, sus palabras, su vida sea un signo para los demás”. Dios hace lo mismo con nosotros si nos disponemos a eso. De esa manera va logrando que el evangelio llegue a los demás, que el evangelio se haga carne en el otro. Esa es la esperanza que brota en el adviento. 

Si me quiero quedar esperando como todos esos primeros nombres que nombra al principio del evangelio, sigan esperando. Si me animo a mirar y descubrir que desde lo pequeño se va gestando y a ser yo parte de eso, ahí el reino se va haciendo presente.

Esa es la experiencia que tuvo María y ese es el ejemplo que nos da a todos nosotros, “¿Quién soy yo?”, le dice María al ángel. Quédate tranquila que vos SOS alguien, ¿Por qué? Porque como dice Pablo a su comunidad, “los llevo a todos tiernamente en el corazón de Cristo Jesús”. Lo mismo nos diría a nosotros, cada vez que ustedes lo intentan, ponen un gesto, uno no devuelve, se calla la boca, pone una sonrisa, ayuda a alguien, vuelve a decir lo mismo, los llevo a todos tiernamente, por eso que buscan, por eso que intentan, por ese ser ese signo de Dios.

Pidámosle entonces a María, a ella que con mucha paciencia fue gestando a ese Dios en medio nuestro, que nos ayude a nosotros a gestarlo en nuestro corazón y a llevarlo a los demás. 


Lecturas:
*Baruc 5,1-9
*Salmo 125
*Filipenses 1,4-6.8-11
*Lucas 3,1-6

viernes, 4 de diciembre de 2015

Homilía: “El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino” – I domingo de Adviento

Hay una película que salió hace unos años que se llama Niños del Hombre o Hijos del Hombre (Children of Men) que muestra un mundo donde no hay más nacimientos. La película empieza cuando el último hombre que había nacido, justamente en Buenos Aires, muere con 18 años de edad. En un momento, hay una persona activa a quien se lo llama y se le encomienda una misión especial porque, milagrosamente, acaban de encontrar una mujer que quedó embarazada y se logró que vuelva a haber vida después de 18 años. Por todas las controversias que hay, le dicen que se tiene que llevar a esa mujer, que tiene que pasar todas las barreras que hay y lograr llegar hasta un sitio donde están llevando a esta gente. 

Hay una imagen en la que me quiero detener que es muy significativa: En un momento, él queda en medio de una guerra de guerrillas donde están el ejército nacional y la subversión, metido en medio de las bombas, las balas y quedan rodeados. Ya no pudiendo saber qué hacer, se van juntos, este hombre con la mujer y su bebe que ya había nacido. Él bebe empieza a llorar frente al ruido y en la película se hace un silencio muy muy grande. Todo se acaba, todo el ruido, toda la gente frena, la guerra, la violencia, para mirar esa vida que en medio de la violencia, de la dificultad, se empieza a abrir camino.

Yo pensaba este tiempo de adviento de la misma manera. El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino. En una vida que, en medio de las dificultades, de las controversias, de la violencia que sentimos, empieza a cambiar las cosas. Esto es lo que escuchamos en el evangelio. Jesús, hablando de su segunda venida, cuenta todas estas catástrofes, todos estos signos impresionantes y dice “levanten la cabeza y miren, tengan ánimo, hay algo que va a pasar, hay alguien que vuelve a nosotros, hay una vida que se va abriendo camino”.

Vieron que cuando las cosas no salen como queremos o esperamos, perdemos el ánimo, empezamos a bajonearnos. Porque a veces no logramos los deseos, los objetivos que vamos queriendo cumplir y sentimos que fracasamos, nos frustramos y nos vamos poniendo de mal humor, no le encontramos sentido a las cosas. Hasta la propia imagen, nos vamos como encerrando. Cuando uno pierde el ánimo, recién se da cuenta cuando ve al otro, cuando lo miran a los ojos y le dicen “¿Qué te pasa?”, alguien que te conoce bien. O la persona está toda encorvada, mirando para adentro. Entonces, la invitación es a descubrir lo que tenés y animarte a levantarte, eso es lo primero, erguite y volvé a recobrar ese ánimo del corazón, ese ánimo que trae cuando uno se anima a descubrir y a apostar por aquello que nos da vida a todos. 

A veces uno escucha “¿para qué voy a prender la televisión o la radio? Son todas cosas negativas, todas cosas malas, no tiene mucho sentido”, en las reuniones que uno tiene también, “no, nada puede cambiar, nada puede ser diferente, nada puede ser distinto”. Casi como que no vale la pena, muchas veces la pregunta es qué es lo que da sentido y por qué luchar. Pero eso nos pasa también a nosotros, no solamente lo que pasa afuera. Podríamos pensar un poquito, cuando charlamos con los demás, en casa, con un amigo, ¿Qué compartimos? ¿Compartimos las cosas buenas que nos pasan? ¿Les preguntamos qué buenas noticias tuvieron, qué alegría, qué les pasó de bueno? ¿O compartimos todas pálidas, los problemas, las dificultades que tenemos?

Cuando uno se va a dormir, muchas veces nos quedamos pensando todo lo que no hicimos en el día, todo lo que no llegamos a hacer, todo lo que no hicieron por lo que uno quería que hicieran, en vez de mirar y agradecer por las cosas que pudimos hacer. En el mundo en que vivimos hoy, aunque tuviéramos cincuenta horas, no llegamos ni por casualidad a hacer todo lo que creemos que tenemos que hacer. Entonces, si miramos, muchas veces tenemos una carga negativa de ir hacia lo que falta, de ir hacia lo que no tenemos, de ir hacia lo que no se concretó y, por mirar eso, vamos perdiendo nuestra capacidad a veces de luchar y, más profundo, muchas veces de desear, ¿Qué es lo que quiere?

La invitación de Jesús es esa, a descubrir que en medio de las contrariedades de la vida, de las dificultades, de las injusticias, también hay un montón de signos de vida. También hay un montón de cosas que pasan a nuestro alrededor por las que yo puedo dar gracias, en las que yo me puedo sostener, en lo que veo que en la vida se abre camino y continúa. Porque en el fondo es qué voy eligiendo. Podríamos decir que hay una elección que yo tengo que hacer.

¿En la vida suceden cosas injustas? Si, ¿en la vida suceden cosas malas? Si, ¿en la vida suceden cosas que no queremos? Si, ¿no logramos cosas que buscamos, que deseamos? También. Es más, si buscáramos el libro de quejas, hay varios tomos en el cielo de todas esas cosas que nos quejamos. Pero también suceden un montón de cosas lindas, también pasan alrededor nuestro un montón de signos de vida cotidianos de personas que están a nuestro alrededor, que nos acompañan, que luchan, que pelean, que nos sacan una sonrisa, que nos hacen levantar la cabeza, que nos cambian el ánimo. En el fondo, ¿qué es lo que define? Dónde yo pongo el corazón. Algunos momentos serán un poco más duros, con más signos de muerte, algunos serán mucho más lindos, con más signos de vida. La diferencia es por dónde yo dejo y elijo que mi corazón vaya y hacia dónde me animo a ir. 

La invitación del adviento es a, justamente, elegir aquello que me da vida, aquello que trae algo nuevo y este es el camino de la navidad. La navidad tiene una certeza para todos nosotros que es que algo va a pasar y que no depende de nosotros. En general, nosotros tendemos a bajar la cabeza, a perder el ánimo, ¿Por qué? Porque no sabemos cómo vamos a salir de esto, no siento que yo pueda cambiar las cosas, no encuentro los caminos. ¿Qué es lo que yo puedo hacer? La navidad me dice “mirá, vos no tenes que hacer nada, lo hago yo”, dice Dios, “yo me ocupo de esto, yo me hago presente, yo soy el que trae una vida nueva que abre caminos”. Hace dos mil años aproximadamente, en medio de las dificultades, de lo duro que era el camino. En medio de un montón de gente que no lo quería recibir y que le costó encontrar un lugar hasta que encontró uno en un establo. 

Dice "la vida se abre camino, Dios abre camino”, y a lo que nos invita es a apostar por eso, a descubrir ese camino que Dios abre por nosotros y, cuando no tengo respuestas, animarme a dar ese salto con esa esperanza verdadera puesta en Dios. Eso sí es una elección nuestra. Cuando nosotros sentimos que las cosas se van de nuestras manos, a lo que se nos invita es a confiar o, de una manera nueva, a creer. ¿Quién podría creer que un niñito, un bebe nacido en un establo podía cambiar las cosas? Solo María y José, ahí pegando en el palo a último momento, no muchos más. Unos pastores, unos magos se acercaron, eran muy poquitos pero creyeron y confiaron. Con esto pequeño, se pueden cambiar las cosas, y esa es la invitación para nosotros. En este tiempo de adviento, animarnos a apostar por la vida y por aquello que da vida.

A veces, para intentar esquivar esta lucha interior, no vamos por la tangente, empecemos a tapar. La navidad, en vez de ser una vida que se abre, es un regalo, a veces montañas de regalos que tenemos en las casas, que hacemos, ¿tiene algo malo? No me refiero a que es algo malo o bueno, lo central es, ¿me animo a descubrir que viene Jesús? Más allá de eso que a veces es parte de nuestra cultura y difícil de sacarlo de encima, lo central es, ¿eso es lo esencial? ¿En eso se me va a ir el adviento? En mirar que tengo que comprar, que tengo que hacer, cuál es mi amigo invisible, ¿o me animo de nuevo a poner el corazón en Jesús? ¿Me animo de nuevo a descubrir que hay alguien que viene? Porque sin él no hay navidad y puede pasar en nuestra vida como pasó en Belén, desapercibido. 

Jesús está ahí, pasa y, gracias a Dios, se hace presente y va a buscar caminos para llegar a nuestro corazón pero nos da una oportunidad de abrirle el corazón antes, de descubrir que viene a nosotros antes. Esa es una elección para cada uno de nosotros, ¿Cómo? Con cosas pequeñas. En el evangelio dice “recurran a la oración”, podemos rezar un poquito más, demos un paso en este adviento, “hay mil cosas a fin de año”, pero tomémonos un ratito para estar con Jesús. O un gesto, un signo, qué podemos hacer con nuestra familia, con alguien que lo necesita. Abramos el corazón a aquello que verdaderamente da vida y con cosas pequeñas, como un niño, sepamos que la vida va cambiando, que la vida se va haciendo camino.

Esto es lo que hizo María. María se animó a esperar y a confiar en aquello que iba cultivando en su corazón. A veces nos pasa desapercibido pero si hubo alguien que tuvo que cambiar todo lo que pensaba era ella y lo pudo hacer porque seguramente iba esperando en Dios. Cuando se le vino como un tsunami encima de cosas dijo “quiero seguir apostando por aquello que da vida”. Tal vez en un nacimiento no es tan claro para las que son mamás, cuando Jesús muere en la cruz tiene que hacer lo mismo, volver a confiar en Dios. Cuando parece que la vida se cierra, volver a esperar a ese Dios que actué, a ese Dios que, resucitando a su hijo, nos vuelve a traer vida y vuelve a abrir el camino. Esa es la esperanza que tiene María, la confianza puesta en Dios, eso es a lo que nos invita a nosotros.

Pidámosle a María que en este tiempo, en estas semanas previas a la navidad, nos renueve en la esperanza, que nos ayude también a ser signos con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras acciones de nuestra fe, de esa esperanza puesta en Jesús en medio de nuestros hermanos. 


Lecturas:
*Jeremías 33,14-16
*Salmo 24
*Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3,12–4,2
*Lucas 21,25-28.34-36

lunes, 30 de noviembre de 2015

Homilía: “Yo no puedo cambiar lo que no germiné” – XXXIV domingo durante el año

Hay una historia que narra la vida en un monasterio que, después de un tiempo de esplendor, empieza a tener una crisis. Varios monjes se van, empiezan a no tener vocaciones o muy poquitas y el Abad empieza a preocuparse, dice “¿qué es lo que está pasando acá?”. Como las cosas no van bien, no se empiezan a tratar bien entre ellos, las cosas se les van yendo de las manos y el Abad no sabe qué hacer. Entonces le dicen que hay un Abad emérito, muy sabio, ya retirado y decide ir a hablar con él. Llega hasta ahí, se pone a hablar con el Abad quien lo recibe y le dice que le cuente y él le tira la catarata de cosas que tenía en su corazón, todo lo que estaba pasando, sus preocupaciones. Este Abad le contesta que no pierda la esperanza, que el mesías esta entre ellos. “¿Cómo?” le pregunta él, “El mesías es uno de ustedes” repite. 

El Abad vuelve rápido, muy contento, queriéndole contar la noticia a todos los monjes, se reúnen ahí en comunidad cuando llega al monasterio y les cuenta. Empiezan a pensar quién será, “es fulanito, que es tan bueno, que es servicial, que es generoso…” y empiezan a estar muy atentos a él. Después otro dice “No, debe ser tal que siempre está haciendo chistes, bromas, que nosotros nos enojamos y nos debe estar empujando un poquito para ver cómo lo tratamos a pesar de esto…”. Toda esa sensación hace que cambie la vida en el monasterio.

Claramente, lo que hace que ellos cambien su forma de vivir es sentir que Jesús está entre ellos, volver a poner la mirada en Jesús y esto es lo que hoy queremos celebrar. Queremos celebrar la fe, pero para celebrar la fe nosotros tenemos que poner a Jesús en medio nuestro. Muchas veces, como en muchas cosas de la vida, vamos perdiendo lo central, lo esencial, nos vamos preocupando por cosas que son secundarias y perdemos el centro. 

Hoy queremos celebrar y vivir a Jesús. Todo eso lo venimos escuchando y si algo dejó claro en su vida Jesús es que venía a traer el reino de Dios. Que el reino de Dios no era algo solamente para esperar el día de mañana en su plenitud, sino que ya él, acá, lo hacía presente. De eso habló siempre. Pero cada vez que hablaba algo del reino, y Jesús se iba haciendo más famoso, y lo querían hacer rey, como recordaran, él decía que no y se iba, se escapaba, se iba a predicar a otro lado. No dejó nunca que en su vida lo hagan rey, hasta el final de su vida. Recién acá, en este evangelio que estamos escuchando de Juan, frente a Pilato, es el momento en el que Jesús acepta que es rey.

Como recordaran, el segundo momento es en la cruz: “Este es el rey de los judíos”, dice la inscripción. Si bien Jesús viene a anunciar el reino de Dios, no quiere que se confunda qué es lo que él viene a traer, no quiere que haya un doble mensaje. Esto no solo le pasó a Jesús sino que también le pasó a la Iglesia porque esta fiesta tiene muy pocos años, tiene aproximadamente cien años. Es decir, esta fiesta se instauró en la Iglesia cuando las monarquías empezaron a caer. Cuando podríamos decir que pasó lo mismo, cuando no había un rey, no había tanta confusión de querer tener un rey de la misma manera que las otras monarquías. 

Lo central es que Jesús viene a traer algo distinto y quiere que lo descubramos, que es la manera en la que se vive en el reino de Dios. Creo que lo primero es descubrir cómo vivimos el testimonio y para eso tenemos que encarnar en nuestra vida aquello que Jesús nos dice. Cuando miramos la vida de Jesús, Jesús estuvo treinta años en Nazaret aprendiendo, viviendo, encarnando valores que descubría y, recién después, al final, salió a predicar. Cuando lo que él iba a decir era lo que había vivido. Porque muchas veces nos pasa a muchos de nosotros, por lo menos a mí, que decimos lo que no hacemos, “estaría muy bueno ser tolerante”, pero no lo hacemos, o con otras cosas. Las palabras quedan vacías, no tienen contenido. Jesús, lo primero que quiere, es mostrar qué es el reino de Dios, después vienen las palabras. Eso es lo que fue mostrando y lo que le fue pidiendo a sus discípulos y, como toda educación, hay cosas que salen y fluyen bien y hay cosas que cuestan un poquito más, no solo con los chiquitos, también nos cuesta a nosotros. Con los discípulos le pasó lo mismo, hay cosas que las encarnaba y otras que les tenía que ir corrigiendo, mostrándoles.

Jesús nos invita hoy a vivir lo mismo. Podríamos pensarlo desde los núcleos más sencillos, en la familia. Creo que, si yo hiciera un ballotage, ya que estamos en eso, en el templo preguntando cuáles son los valores esenciales en la familia, seguramente coincidiríamos en un 90% todos. ¿Qué es lo que nos distinguiría? Cuál valor hemos podido encarnar más en cada familia. Porque las cosas que creemos más o menos las sabemos pero lo central es cómo yo trabajo, a veces hasta lucho contra migo mismo, para poder vivir. Muchas veces pedimos diálogo pero yo, ¿soy dialogante en mi familia? Pedimos que nos sepan escuchar pero, ¿yo sé escuchar al otro verdaderamente? Pido que me entiendan en mi casa, ¿yo intento entender al otro? ¿Cómo intento vivir aquello que quiero que vivan conmigo? Esto que Jesús nos enseña.

Hace un tiempo me pasó que uno de los chicos se mandó una flor de macana en uno de los grupos y me vino a decir a mí a ver qué decisión tomaba. Había roto una de las máximas, por decir así, y la consecuencia sería que tenía que dejar los grupos. Entonces, los coordinadores de esos grupos me preguntaron qué iba a hacer y lo invité a que me fuera a ver al día siguiente. “¿Si te pide perdón que vas a hacer?”, me preguntaban. “Y si me pide perdón es un problema porque lo tengo que perdonar” -les dije- “eso es lo que me enseñó Jesús, si él viene y me pide perdón, seguirá en el grupo y lo tendré que perdonar, creo que es claro en el evangelio”. “Pero van a decir que al final es todo lo mismo”, me decían. Que digan lo que quieran, el mensaje de Jesús es claro, cuando alguien me pide perdón, yo tengo que darle una segunda oportunidad. Después, lo que piensen de mí no importa, que piensen lo que quieran, cada uno es libre para eso. Uno intenta ir aprendiendo y probando, esto me salió, otras cosas no me saldrán. Creo que a todos nos pasa lo mismo, cómo de a poquito puede vivir eso que yo quiero.

Ya que han terminado las elecciones y no voy a influir en nadie, por ejemplo, en las redes sociales, uno veía a veces mensajes que eran totalmente contradictorios. Uno leía en Facebook o alguna red social: “Ojalá se acabe esta intolerancia” y el mensaje que se veía era totalmente intolerante. Yo no puedo cambiar lo que no germiné, lo que no intenté que de a poquito vaya creciendo, lo que no se aprende. A veces tenemos una ilusión falsa, “cuando pase esto, voy a cambiar”, pero lo que uno no trabaje en el corazón no cambia. La invitación de Jesús siempre es a crecer, pero que yo siembre ya, este es el momento. 

Si en algún aspecto de mi vida, de los que me rodean, de mi país, quiero algo diferente es cómo yo lo trabajo hoy, cómo lo voy sembrando yo hoy. Muchas veces no es fácil, sembrar amor, esperanzas, fe, tomar las virtudes de Jesús, eso lo llevó a la cruz. Querer transmitir eso lo llevó a dar la vida. Supongo que hay muchos valores que enseñarlos, transmitirlos, los ha desgastado, los ha cansado, les ha costado, a veces se han ofendido, “yo vivo esto y así me responden”, “yo intento hacer esta cosa y el otro no me entiende”. Lo que nos muestra Jesús es que eso siempre va a dar fruto, no sé cuándo, porque yo no lo puedo manejar a eso. Pero sé que si yo vivo y siembro amor, fe, esperanza, tolerancia, paciencia, eso, tengo la certeza, de que en algún momento va a florecer. Esto es lo que dice Jesús, dio la vida con la esperanza puesta en el Padre de que iba a resucitar. Y eso es a lo que nos invita a nosotros, a ir viviendo el reino acá, pero como esto a veces cuesta, por eso nos habla, nos enseña, nos va recordando día a día. Por eso, en un ratito, nos va a alimentar, para que podamos luchar por aquello que verdaderamente da vida. Para que podamos encarnar esos valores que Jesús nos dice que tengamos la certeza de que van a dar fruto.

Pidámosle en este día de Cristo Rey a María, que ella es la que engendró a Jesús, ella que siguió a Jesús, aquella que acompañó a la Iglesia durante sus primeros años de una manera especial, que también hoy nos acompañe a nosotros. Que nos ayude a mirar a Jesús, a seguirlo y a ir viviendo el reino en medio de lo que Jesús pone a nuestro lado. 

Lecturas:
*Profecía de Daniel 7,13-14
*Salmo 92
*Libro del Apocalipsis 1,5-8
* Juan 18,33b-37


miércoles, 25 de noviembre de 2015

Homilía: “La invitación constante de Jesús es a descubrir qué cosas nos dan vida, por cuáles cosas queremos luchar” – XXXIII domingo durante el año

En la película Interestelar, el mundo se va haciendo inhabitable y, como ya prácticamente no se puede subsistir, empiezan a buscar nuevas galaxias, nuevos universos donde se pueda vivir. En eso, un hombre que era viudo con dos hijos, Cooper, luego de una serie de sucesos, descubre el lugar donde están armando todos estos viajes espaciales. Él trabajaba para la NASA y lo invitan a enviarlo por un agujero de gusano a alguna de estas galaxias a buscar a personas que habían mandado para ver si encontraban sitios habitables. Entonces, él les pregunta en un momento por qué no envían maquinas en vez de enviar a seres humanos y le contestan que no porque las maquinas no saben improvisar.

Ese deseo de existir, ese miedo a la muerte es lo que al hombre lo hace improvisar. Ese instinto de supervivencia es lo que saca lo mejor de nosotros. Podríamos decir entonces que en los momentos más difíciles o más puros es cuando apelamos en nuestro corazón, a aquello que llame a la vida. En general, en esos momentos nos damos más cuenta, en los momentos límites, qué es lo que verdaderamente nos da vida, qué es lo que llena nuestro corazón. Porque hay un montón de cosas que hacemos todos los días cada uno de nosotros que dentro de dos o tres días ya no nos acordamos, cosas que van pasando. Pasan y no duran mucho en nuestro corazón pero hay otras cosas que si van durando y perduran mucho más tiempo en nuestra propia vida y en nuestro corazón. 

Hay cosas que a veces parecen eternas. Si uno les preguntase a los chicos que están en el colegio, “¿les falta mucho para terminar el colegio?” y, según en que año estén, les dirán “sí, me falta un montón” o a los que están en la facultad, “todo lo que me falta, no termino más la facultad”. Los que hemos pasado más tiempo fuera del colegio que lo que estuvimos adentro ya vemos que hay cosas que en su momento parecen muy largas o que uno le dedica mucho tiempo y pasan. Aunque sean más o menos importantes, ¿Por qué? Porque la vida va transcurriendo, la vida naturalmente va pasando. 

Uno cuando va creciendo se va dando cuenta que ya no tiene ni la misma edad ni la misma fuerza, ni las mismas energías. Uno se va dando cuenta que el tiempo va pasando y no solo en eso lo vemos, a veces en sueños. Había sueños que uno tenía, deseos, que algunos se cumplieron, otros se fueron cumpliendo de otra manera, otros los dejamos atrás, pero es paso también en nuestra vida. Casi que podríamos decir que las cosas se miden por el tiempo que duran, ¿Cuánto tiempo va a durar esto? Todo está llamado a pasar, aun las cosas más grandes. Jesús nos dice en el evangelio, “el cielo, la tierra, todo esto va a pasar”. En esta película, como en muchas otras más apocalípticas, siempre está eso, cuándo la tierra va a pasar, cómo va a ser, de qué manera, de qué forma. La gente muchas veces predice cuándo el mundo se va a acabar y ya se hubiera acabado como quinientas veces más o menos y todas las próximas predicciones tampoco se van a cumplir. Según Jesús, nadie lo sabe, solo el Padre. 

Muchas cosas pasan, sin embargo, nos dice Jesús en el evangelio con certeza que hay cosas que no pasan. Lo primero que nos dice es “todo esto va a pasar, el cielo, la tierra, pero mi palabra no va a pasar”. Hoy, dos mil años después aproximadamente, estamos sentados escuchando a Jesús, escuchando su palabra, ¿Por qué? Porque es una palabra que da vida y que marca, y que deja huella en el corazón, deja historia y eso es lo que no pasa, aquello que verdaderamente nos da vida. Por eso, la invitación constante de Jesús es a descubrir qué cosas nos dan vida, por cuáles cosas queremos luchar. Porque hay muchas cosas que a veces nos parecen re importantes por las que desgastamos un montón de energías, tiempo, nos peleamos y, ¿Cuánto tiempo duran en mi corazón? 

Pongamos un ejemplo para los más grandes: “lucho por tener este status social”, “lucho por tener tanta plata”, y al final de mi vida, ¿eso es lo que me va a marcar? ¿Eso es lo más importante? ¿Eso es en lo que yo tengo que desgastar mi vida? ¿O hay cosas como los vínculos, la familia, el estar al lado de las personas cuando me necesitan que marcan mucho más mi corazón? 

Para los que son más jóvenes, se pelean con la familia, dicen “porque esta fiesta es la fiesta del fin del mundo…” y un montón de cosas y se terminan peleando y no se hablan y ¿Cuánto tiempo me va a durar? En la misión a veces los chicos me piden que los mande a dormir a todos juntos porque si no esa va a ser LA CHARLA TRASCENDENTAL DE TODA SU EXISTENCIA y que si se van a dormir se la van a perder y se van a querer matar. Después no pasa nada, no hay charla que exista que cambie la existencia de nadie. En el fondo es qué es lo que yo quiero sembrar, por qué yo quiero desgastar mi vida, qué es lo que quiero que cambie. Esa es la invitación de Jesús.

Continuamente vemos un montón de cosas por las que nos desgastamos que no dan vida o que dan una vida superficial o que me dan una alegría, disfruto un ratito pero no me llena el corazón. Hay otras por las que lucho y esas si me marcan y eso si lo recuerdo, lo recuerdo a través del tiempo, de los años. Me junto con otros y recordamos esos momentos y, aunque no me vea tanto es como si no pasara el tiempo porque esa persona marcó mi vida y mi corazón. La invitación de Jesús es a eso. Lo que pasa es que yo, para descubrir eso, tengo que cambiar la mirada y le tengo que pedir a Jesús que me ayude a mirar de una manera diferente.

A veces a mí me preguntan los más grandes, cuando me toca ir a Pascua Joven o ir a una misión o el campamento que tuve el fin de semana pasado que vamos con tantos chicos: “Mariano, ¿no te cansa?” y si, la verdad es que me canso, cada vez más aparte, cada vez me tengo que cuidar más y me canso más. “¿No tenés fiaca?” A veces tengo fiaca y a veces estoy cansando y pienso cómo me gustaría estar en la cama mirando la tele. En ese momento, lo que tengo más ganas es eso pero me pongo a rezar un poquito y a superar cierta desidia o cansancio que tengo en el momento y pienso qué es lo que quiero, y en realidad lo que quiero es lo otro. Pero para eso tengo que traspasar una primera tentación que es “en realidad lo que me da vida es esto”, y no, eso no me da vida. Dentro de dos días no me acuerdo que estuve tirando viendo la tele, en cambio, hoy me acuerdo de un montón de cosas lindísimas del campamento, de poderlo compartir, de poderlo vivir. Aunque esté cansado y tenga que dormir en carpa y ya no estoy para eso, esto es lo que quiero. Esto es lo que quiero de mi vida y eso sí marca mi corazón, me alegra y me hace feliz, lo otro no. Pero para eso a veces tengo que romper con ciertas tentaciones mías o ciertas tentaciones que me pone el mundo “toma este camino que es más fácil, que es más lindo” y que, en el fondo, ¿Qué me deja? ¿Me hace mejor persona? ¿Me lleva por un buen camino? 

Cierta mirada que pone el mundo, “todo está mal”, “todo es pesimista” eso no es cristiano, claramente no es cristiano. No nos lo imaginamos a Jesús diciendo “está todo mal, esto es un desastre”. Rescatando las cosas buenas “hay cosas que no pasan”, dice pero para eso tengo que cambiar la mirada. ¿Qué cosas veo yo buenas? En mi familia, en mi papá, mi mamá, mis hermanos, mi hijo, ¿sé mirar eso? ¿Sé mirar con los ojos de Jesús? En el colegio, en la facultad, mis compañeros, en mis profesores, en mi país, ¿sé rescatar las cosas buenas que hay? Eso es cambiar la mirada. Y si creo que hay muchas cosas que no están bien, ¿Qué ocasión tengo de sembrar? Qué bueno es trabajar y sembrar por el bien, esa es la invitación de Jesús.

Cuando uno va a una plantación y está todo sembrado, en realidad ahí mucho no puede hacer, ¿Qué puedo hacer? Cosechar. En cambio, si veo que las cosas están bastante mal, tengo mucha más ocasión. Cualquier cosa que haga, sobresale, llama la atención. ¿Cuánto tengo para hacer?

En estos días hemos visto lamentablemente imágenes en la televisión de cosas que son muy malas, no tienen justificación, como tampoco tiene justificación que ahora estén bombardeando al otro país. ¿A qué lleva eso? ¿Qué cambia? Del mal nunca se construye y devolviendo mal tampoco lleva a nada, lo que lleva es a que se sigan agrediendo unos con otros. Lo que construye, lo que siembra, es la paz, lo otro destruye. Podemos discutir largamente quién tiene más culpa, qué es peor, pero ese no es el camino de Jesús claramente, ese no es el camino cristiano. El mal lleva al mal, no tiene otra consecuencia que eso y la invitación de Jesús es cómo puedo sembrar algo distinto. Pero para eso tengo que cambiar la mirada, no tengo que buscar culpables, no tengo que andar quejándome sino decir qué es lo que yo puedo aportar, en qué yo puedo construir, dónde se puede sembrar. Esa es la invitación de Jesús continuamente, y eso es lo que no pasa, lo otro va a pasar. Lo otro no me va a dejar nada. Pero cuando yo haga el bien, cuando yo siembre la vida, cuando yo dé vida a los demás, por más que ahí me fatigue y me canse y diga “otra vez esto”, eso es lo que me va a hacer feliz, eso es lo que va a dejar marca en mi corazón.

Esto es lo que hizo Jesús y por eso dice “trabajen por las cosas que no pasan”. A veces, cuando uno tiene que hacer muchas veces las cosas dice “otra vez esto”. Y si es importante, qué bueno que puedo luchar por las cosas importantes, por mi familia, por mis amigos, por los vínculos. Qué bueno que la vida y el tiempo se me vayan en eso que es central y no en cosas que son triviales, no valen la pena. Esto es lo que hizo María, porque María quiere trabajar por la vida y, un día, Dios no tuvo mejores planes que querer cambiarle la vida a María y cambiar siempre cuesta. A María no es que le cambiaron algo, le cambiaron la vida completamente, pero iba en el camino que ella quería que era cambiar vida. Entonces dijo “si esto da vida, sí” y siguió en ese camino, trabajando por eso y buscando de qué manera podía seguir dando vida.

Esa es la invitación para nosotros. Si hay que transformar algo, si hay que cambiar algo, es por algo que dé vida, por algo que no pase, por algo que marque, por algo que deje huella en nuestra historia, en nuestro corazón y en la historia y en el corazón de los demás. Pidámosle entonces en esta noche a María poder sembrar aquello que da vida, poder trabajar por aquello que da vida, poder, como Jesús, dar vida y dar todas aquellas cosas que no pasan para el bien de los demás.

Lecturas: 
*Profecía de Daniel 12,1-3
*Salmo 15
* Hebreos 10,11-14.18
* Marcos 13,24-32

viernes, 20 de noviembre de 2015

Homilía: “Jesús no mira la cantidad de lo que hacemos sino la calidad de nuestro corazón” – XXXII domingo durante el año

Una de las cosas que me gusta mucho es leer, si bien cada vez puedo hacerlo menos por el tiempo, hace un tiempo leí, como me gusta mucho el deporte, la biografía de Rafael Nadal. A mí siempre me llamó la atención su humildad, su sencillez, a pesar de ser uno de los tenistas más importantes de la historia. Leyendo la biografía, entendí un poco de dónde venía eso, leyendo una anécdota de su madre que cuenta que muchas veces en la calle la paran y la felicitan por su hijo y ella les pregunta “¿por cuál de los dos?” cuando es muy claro por quién la están felicitando. Y ella dice que no mira lo esplendoroso de lo que pasa, dice “para mí es tan importante que mi hijo gane Wimbledon- que lo ha hecho –como que mi hija se reciba en la facultad, yo lo que miro es el empeño, el esfuerzo, la dedicación que le ponen a cada cosa”. Podemos decir que de ese ejemplo su hijo va aprendiendo.

Como los que son papás y mamás entenderán mejor, hay hijos que las cosas les salen más fáciles o que brillan más y otros que les cuesta un poco más pero lo central es esto, animarnos a mirar el corazón. Mirar qué es lo que uno hace, cuál es el empeño que uno pone. Vivimos en un mundo donde parece que lo importante fuera el éxito, la fama, el que brilla más, el que saca mejores notas, el que hace más masters o lo que fuera y, a veces, sin importar el cómo, lo cual es peor. Lo central obviamente es cómo uno hace las cosas, aunque cueste ver esto, y de qué manera.

Para poner un ejemplo concreto, podríamos mirar la educación. En esta educación en masa, donde pareciera que lo importante nomas es sacarse buenas notas o aprobar o quién pasa. No siempre miramos el esfuerzo que a veces muchos chicos que les cuesta hacen, se preocupan, se desgastan para dar pasos que a veces no son tan rutilantes pero que son mucho más valiosos por el esfuerzo que se pudo poner. 

Esto que a veces a nosotros nos cuesta descubrir es lo que hace Jesús, no mira la fachada, no mira lo superficial sino que mira el corazón. Por eso, en este texto, lo que parece a primera vista es totalmente distinto si uno lo mira en profundidad, ¿Por qué? Porque nos encontramos con los fariseos, con los escribas, que parecen hombre muy religiosos, que todos los hombres los admiran por cómo viven su fe, que dan grandes donaciones y parece que fueran los más importantes. Por otro lado, está esta pobre viuda que pone dos monedas. A los ojos de Jesús, los que parecen más importantes reciben una dura crítica, por no decir que casi los defenestra más o menos, y la otra viuda quedó como ejemplo aun hoy para nosotros. ¿Por qué? Porque cuando Jesús mira el corazón ve cosas distintas. Ve en estos hombre, por un lado, la soberbia de querer creerme más, que hago todas las cosas bien, que yo soy perfecto, que soy el más importante, que nadie hace las cosas como yo, que esta es la única manera y forma. Ve su codicia, porque dice que no les importaba las viudas, las viudas eran las personas más pobres en esa época porque no tenían quien las mantenga, un hogar para vivir. Entonces, en la ley estaba predispuesto el preocuparse, el estado, por las viudas, y estos que son los religiosos no solo no se preocupan sino que les sacan la plata, lo que tienen, y ve esta hipocresía. Por fuera parece todo muy lindo, todo muy bien, pero si uno mira el corazón ve los vicios que estos han tomado, como su corazón está lejos de Dios. Por eso esta crítica tan fuerte de Jesús hacia ellos, “no me importa lo que veo, me importa lo que sos”. Esto no es lo que Dios espera de ustedes.

Por otro lado, pone como ejemplo esta viuda que nadie la mira, que nadie la ve, que se acerca al lugar del tesoro donde se ponían las ofrendas y deja dos monedas que pasan totalmente desapercibidas. Esta mujer que hubiera pasado sin pena y sin gloria como una más, hasta el día de hoy seguimos leyendo su texto, ¿Por qué? Porque Jesús mira el corazón y ¿Qué dice? Esta mujer, que parece que dejó algo insignificante, lo puso todo, puso todo lo que tenía, todo lo que tenía para vivir. Esa es la invitación de Jesús para cada uno de nosotros, de dónde nos nacen las cosas. 

Podríamos decir que Jesús no mira la cantidad de lo que hacemos sino la calidad de nuestro corazón. Dónde verdaderamente ponemos nuestra vida, dónde verdaderamente ponemos nuestro corazón. Podríamos partir del mismo ejemplo acá, “parece que hay muchos hombres que dan mucho,- dice Jesús –sin embargo, dan de lo que les sobra y esta persona da de lo que tiene”. Partiendo desde lo económico pero yendo a otras partes de nuestra vida, ¿damos lo que nos sobra? ¿O nos animamos a dar de lo que tenemos? En lo económico, en nuestro tiempo. “Cuando tenga tiempo te visito, te doy un ratito”, “en otro momento…”, ¿o doy del tiempo que no tengo porque el otro lo necesita? Y ahí aprendo a darme todo y “después veré como hago esto”, “después veré como paso por este lugar” y no mirando el reloj y diciendo “tengo dos minutos” sino animándome a dar a veces de lo que cuesta. También de mis dones, ponerlos al servicio, no “no vaya a ser que me canse…”, me animo a desgastar mi vida, a ir dando mi vida también poniendo el corazón. Eso es lo que mira Jesús, el esfuerzo que cada uno de nosotros pone, el paso que uno da, ese salto que uno se anima a hacer. 

Jesús también aprende de esta mujer aunque no lo parezca, porque a veces pensamos que Jesús no aprende nada. Jesús aprende que tiene que darlo todo. A partir de este momento del evangelio, se va a encaminar a dar la vida, a dar todo lo que tiene, a decir “si este es mi camino, como esta viuda, también lo hago yo. Yo me animo a entregar mi vida y a ponerla en manos de Dios”. Eso es a lo que nos invita a nosotros. Creo que, por un lado, es un aliciente porque ustedes, como muchos de nosotros, a veces sentirán que desgastan su vida, sienten que los esfuerzos no valen la pena y Jesús dice “siempre vale la pena”. Lo que nos cuesta un poquito más, nos anima a dar este paso.

Hoy vamos a celebrar el sacramento de la unción de los enfermos y podríamos decir que, en ambos sentidos, esto pone de manifiesto lo que hizo esta mujer. En primer lugar, en el que está enfermo o en la persona mayor que lo puede recibir porque uno aprende que tiene que ir dando todo, hasta su propia vida, hasta su salud. Uno se pone más grande y ve que no tiene las mismas fuerzas, que no puede hacer las mimas cosas que antes, que las cosas no son como antes y 
Jesús me va invitando también a dar eso. Nos cuesta porque a uno le gustaría ser joven, tener esas fuerzas y uno no las tiene más. Uno tiene que aprender que eso es parte de la vida y que vamos a terminar también dándola a la vida. Aún a veces es más difícil cuando a uno le agarra una enfermedad y uno tiene ciertos dolores que sufrir y se pregunta por qué y Jesús nos dice “hoy nos toca vivir esto”. Es difícil también aprender a dar eso, a entregarlo, a no sentirnos como antes, pero Jesús nos da la certeza de que Él está a nuestro lado.

Este sacramento, leímos en la segunda lectura, sale directo de la biblia. Hay sacramentos que salen directos, hay sacramentos que la Iglesia fue con el tiempo viviendo, pero este sale directo. Santiago dice “si alguien está enfermo, llamen a los sacerdotes, a los presbíteros y que vayan a que les impongan las manos, que los unjan”. ¿Por qué? Porque esto lo hacia Jesús, si algo siempre hizo Jesús fue tener un privilegio por la gente que está enferma, estar a su lado, acompañarlos, aconsejarlos. Este es el otro lado que nos invita a nosotros, cómo nosotros nos comportamos con estas personas. ¿Vieron que hay una frase que dice que uno a los amigos los conoce en las malas, si están o no están? De esto podríamos decir lo mismo, ¿Cómo somos nosotros con las personas mayores? ¿Nos olvidamos? ¿Las dejamos de lado? Como dice el papa que son los grandes olvidados o nos preocupamos, los acompañamos, descubrimos que hoy, así como nosotros necesitábamos antes de ellos, hoy también necesitan de nuestro tiempo, de nuestra paciencia, de estar a su lado. ¿Aprendemos a dar todo en eso? Y a los enfermos, hace poco una persona me dijo “pasa que a mí no me gusta ir al hospital” a nadie le gusta ir a un hospital, no voy porque me gusta ir a un hospital, voy porque necesitan de mí, porque Jesús me invita a dar eso, porque me dice “estuve enfermo y me visitaste”, ese es el paso. Entonces también revela de nosotros cómo acompañamos en esas circunstancias, si también aprendemos a dar de lo que nos cuesta, nuestro tiempo, para estar cerca de los que nos necesitan, esa es la invitación de Jesús hoy para todos nosotros.

Miremos entonces en este día a esta viuda que descubrió que lo mejor que podía hacer era darlo todo y que hoy es un ejemplo para todos nosotros y pidámosle que, a ejemplo de ella, que a ejemplo de Jesús, también nosotros podamos ponernos en camino para darlo todo.


Lecturas:
*Reyes 17,10-16
*Salmo 145
*Carta a los Hebreos 9,24-28
*Marcos 12,38-44

lunes, 16 de noviembre de 2015

Homilía: “Vivir con esa tensión de que la felicidad plena estará en el cielo” – Todos los santos

Hay una historia que narra el viaje de una tripulación grande cruzando el atlántico quienes de pronto tuvieron una tempestad y el barco naufraga. Solamente hay tres sobrevivientes que quedan en una isla desierta. No tenían teléfono, ni wifi ni ninguna de las cosas que tenemos nosotros hoy en día, que a veces no podríamos sobrevivir sin ellas. 

Estos sobrevivientes empiezan a ver cómo se las pueden arreglar, están un poco desesperados y encuentran algo, al costado de una playa, que brillaba. Van, lo agarran, lo empiezan a frotar y sale un espíritu, un genio. El genio sale un poco dormido, les dice “hace como mil años que estoy descansando, me han despertado y les voy a cumplir un deseo a cada uno pero háganlo rápido porque quiero seguir durmiendo”. 

El primero entonces le dice “yo te quería pedir una cosa, extraño mucho a mi familia así que te pido por favor que me envíes de nuevo a casa, quiero estar con ellos pero que haya una nueva situación, que mis vecinos estén bien, que tengan trabajo, que tengan salud, que en nuestro barrio haya paz, que sean generosos los unos con los otros”. El genio le concede el deseo, el hombre va de nuevo a su casa, su familia estaba feliz, los vecinos estaban bien, todos contentos, en paz.

Llega el segundo y le dice “yo también ya tengo mi deseo, la verdad que estas cosas ya no tienen solución, todos los problemas que hay, las cosas que pasan, así que yo lo que te pido es ser 10 años más joven, tener un montón de plata, salud, estar en una isla del caribe y poder tener una buena vida”. Se lo concede y se va para la isla del caribe.

El tercero ya dudaba, no sabía qué pedir, estaba un poco deprimido porque las cosas nunca cambian, no se decidía y el genio le dice “bueno, rápido porque me quiero volver a descansar un rato”. El hombre entontes le dice “si lo pienso bien, en este momento me siento bastante solo, por favor tráeme de nuevo a las dos personas que se acaban de ir”.

Me acordaba un poquito de esta historia cuando pensaba en esta fiesta que estamos celebrando hoy, y en esta invitación que nos hace Jesús a cada uno de nosotros los cristianos. Creo que esta actitud del primer hombre es la que nos invita a tener a cada uno de nosotros que, ¿Cuál es? Pensar en el otro. ¿Qué es lo que a mí me hace feliz? Ver la alegría de lo que el otro está viviendo, por eso, ¿Qué pediría? Salud, que estén bien, que tengan trabajo, no estaba pensando en él en el primer lugar. Este hombre tenía ese espíritu donde siente que la alegría de los demás es su alegría y, ampliándolo más hacia Jesús, el poder servir a los demás y el pensar en el otro es lo que nos hace feliz a cada uno de nosotros. 

Si uno mira la vida de Jesús, esto es continuamente su vida, el poder ponerse al servicio de los demás y lo que va cambiando en el corazón de sus apóstoles y de sus discípulos es también lo mismo. No es que los discípulos, por estar más cercar de Jesús, pasan a tener más prestigio o pasan a tener más cosas, al contrario. Se les complica más la vida, los invita a una pobreza más grande, pero uno no se imagina a los discípulos diciendo “uh, que garrón seguir a Jesús” o “¿para que elegí este camino?” sino que se los imagina felices, alegres, contentos porque encontraron aquello que los llena. Lo que los llena no es, haciendo referencia a este segundo caso del cuento, el tener cosas. A veces tenemos como una ilusión nosotros de que, si tuviéramos más cosas, si económicamente nos fuera mejor, si no tuviéramos problemas, nuestra vida sería mucho más feliz. Tal vez es un poco más fácil pero no es ese el camino que hace a la felicidad.

Los que somos un poco más grandes tenemos la experiencia de habernos matado por lograr algo que después no nos cambia la vida, estamos contentos un tiempito pero después ya queremos algo mas o algo distinto. ¿Por qué? Porque no es lo que nos plenifica, no es lo que llena nuestro corazón. Lo que llena verdaderamente nuestro corazón es cuando uno puede amar y todos estamos invitados a amar, amar en plenitud. Sin embargo, ese amar en plenitud no es posible acá en la tierra y eso nos deja una insatisfacción en el corazón, siempre sentimos que hay algo que nos falta. Hay algo más que deseo y algo más que quiero. 

Pero como no podemos tener una insatisfacción en el corazón buscamos como un status quo, una buena calidad de vida, que las cosas estén equilibradas, como si eso fuera lo central de la vida y se pelea por eso. Lo que pasa es que cuando uno va perdiendo esa tensión en el corazón de que algo falta, de a poco se va como apagando. Uno deja de luchar por aquello que quiere, ¿Podría estar un poquito más cómoda mi vida hoy? Sí, pero no es lo que mueve mi corazón, lo que mueve mi corazón es encontrar qué es lo que le da sentido y qué es lo que lo tensiona. Creo que por eso Dios deja como esta insatisfacción en el corazón de que ya vislumbro algo, gozo, alegría, soy feliz en este momento pero siempre hay algo que me falta, siempre busco algo más, voy caminando hacia eso.

Esa es la invitación de Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar, este es el corazón, podríamos decir, de los evangelios. Hay algunos cuestionamientos sobre cuáles fueron las fidelísimas palabras exactas que dijo Jesús, pero esto, si no lo dijo Jesús, no lo dijo nadie. Transforma totalmente todo, tal es así que a veces nos olvidamos de esto que es casi lo único que nos bastaría para entender qué significa seguir a Jesús. La verdad es que lo que más repite es “felices”, ¿Cuál es el deseo de Dios para nosotros? Que seamos felices, que encontremos aquello que llena nuestro corazón y que lo podamos vivir hoy, acá, siempre con esa tensión de que la felicidad plena estará en el cielo con el pero que ya la vislumbramos y la gozamos acá.

Podríamos decir que esto que decimos son las dos cosas que pasan en este evangelio porque por un lado hay cosas muy lindas que es siempre lo que tiene que ver con la relación con los demás, “felices los misericordiosos”, “felices los que trabajan por la paz”, todo muy lindo pero ojala pudiéramos vivir eso. Y hay otros que cuestan un poco, “felices los pobres”, “felices los que lloran”, “felices los perseguidos”, y uno se pregunta de pronto dónde está esa felicidad. Jesús nos invita a descubrir que más allá y a veces las alegrías que tenemos o las tristezas que todos tenemos en la vida, hay una felicidad que es más profunda. Cuando yo puedo descubrir qué es lo que quiero, cuando yo puedo vivirlo a esto. Aun en medio de los problemas que tenemos, poder mantener esa felicidad cuando camino hacia aquello a lo que Jesús me invita.

Pongamos el ejemplo de la primera bienaventuranza, “felices los pobres de espíritu” y uno se preguntaría dónde está esta felicidad de ser pobre, porque de lo primero de lo que nos habla la pobreza es de que hay una falta, entonces tengo que seguir en búsqueda, tengo que ir mas allá. No solo hablamos de esa falta material, a la que claramente Jesús se refiere, sino que hay un montón de pobrezas. No me basto a mí mismo, no me alcanza conmigo, necesito de los demás y por eso también trabajo para los demás, ¿Por qué? Porque el que me salva es el otro, el que ilumina mi vida es el otro, por eso, sin el otro, me siento pobre, hay algo que a mí no me cierra, necesito de los demás, que estén a mi lado, que me acompañen, que me hablen. Necesito de aquel que me va a salvar para siempre, que es Jesús. Aquel que llena mi corazón y me trae una vida nueva. El rico es el que siente que ya todo lo tiene, el que perdió los sueños, ¿para qué voy a soñar si lo que quiero ya lo tengo? Jesús dice que no es ese el camino, el camino es el que dice “a mí me falta, yo necesito algo más y por eso te busco, por eso busco a Dios y por eso busco a los demás”. Esa es la invitación constante de Jesús y eso es a lo que nos invita a vivir a cada uno de nosotros.

¿Qué es lo que le pasa al tercer hombre del cuento que les dije? Que nada le viene bien, nunca nada le alcanza, todo está mal, nada va a cambiar para él pero Jesús nos invita a tener esperanza. Él es el señor de la historia y todos tenemos la experiencia de que muchas veces hemos dicho esa frase y Dios nos sorprende y después, como somos seres humanos, volvemos a caer en eso y él nos vuelve a sorprender. Entonces nos invita a caminar con esa esperanza en el corazón con el que pone la fe en Dios y esa fe es la que se vive cuando podemos vivir las cosas que nos dice la biblia en la segunda lectura. La primera lectura dice vivir la alegría de la tensión hacia donde voy, esos hombres que están en el cielo, ¿Quiénes son los que están revestidos de blanco en ese texto? Los santos, los que están ahí, esa es nuestra alegría, eso es lo que esperamos. Por eso Pablo, en la segunda lectura dice “ustedes son hijos”, y el hijo lo que espera es esa alianza, ¿Cuál es? La alianza de todos nosotros y el cielo, es el regalo de Dios, no es algo que me tengo que ganar, es el regalo que Dios quiere para mí. En todo caso, lo tengo que cuidar y caminar hacia él. 

Podríamos decir que estas dos fiestas que estamos celebrando hoy y mañana muestra esa tensión. hoy celebramos la fiesta de todos los santos, vivimos la alegría de nuestros hermanos que están en el cielo, lo que conocemos y lo que no conocemos, los que han sido un modelo en nuestra vida, los que han llenado nuestro corazón y nos han mostrado el camino hacia Jesús, esperando estar con ellos. Mañana celebramos la fiesta de todos los difuntos, los ponemos en manos de Dios, eso que nos duele, nos cuesta, nos trae tristeza por las personas que ya no están con nosotros y esa es la tensión de acá. Hay cosas que de pronto no son como nosotros esperamos pero Dios siempre nos invita a confiar en que hay algo más grande que es estar en el cielo con él. Eso es a lo que nos invita a vivir hoy a nosotros, a descubrir que nos llama a ser felices y a caminar hacia el.

Pongamos con confianza nuestro corazón en Dios y vivamos la alegría de ser hijos de Dios poniendo nuestra vida al servicio de los demás. 

Lecturas:
*Apocalipsis 7,2-4.9-14
*Salmo 23
*Primera carta del apóstol san Juan 3,1-3
*Mateo 5,1-12



lunes, 9 de noviembre de 2015

Homilía: “Renovar nuestra mirada en la fe” – XXX domingo durante el año

Durante la lectura del evangelio y la predicación, se les pidió a todos que se venden los ojos para que puedan hacer la experiencia de Bartimeo, de este hombre ciego, y se apagaron también las luces. 

Seguramente muchos nos encontramos en una nueva situación, estamos acostumbrados a poder ver y QUEREMOS ver y, cuando no podemos ver, nos incomoda. Por más que estemos rodeados, nos podemos sentir solos, ni hablar de si nos dicen de ir a algún lado, y la pregunta sería “¿cómo?”, en el corazón. Es encontrarme en una situación que no he vivido y con un deseo en el corazón de que quiero ver algo más.

Hay una película que se llama Mas Allá de los Sueños donde actúa Robin Williams en la que el protagonista, Chris, muere y va al más allá. Allí, se encuentra a una persona y él, desesperado, le dice que no puede ver su cuerpo y este hombre le contesta que cuando deje de tener miedo va a comenzar a verse. Creo que en algunas circunstancias de la vida sentimos esto, queremos ver un poco más o queremos ir un poco más allá y a veces nuestros miedos nos van cerrando y no nos dejan ver más. A veces nuestra desesperanza nos hace que bajemos los brazos, que no nos animemos, frustraciones que hemos tenido en la vida, fracasos donde las cosas no salieron como queríamos o como esperábamos. Heridas que los demás o nosotros mismos nos hemos infringido, cambios que empezamos a ver en nuestra vida y que decimos “esto no lo quiero” o “si, pero no me animo y voy hasta acá”. Empezamos a sentir como que estamos ciegos y, cuando no vemos, esos miedos, esa desesperanza, nos lleva muchas veces a no descubrir al que está a nuestro lado, a no darnos cuenta todo lo que Dios y los demás nos dan. No agradecer por lo bueno que pasa en nuestra vida, por las lindas cosas que pasan en nuestra familia, colegios, facultad, trabajo, sociedad, país. Vamos apagando nuestros sueños: “No, prefiero quedarme acá porque a ver si me siento frustrado de nuevo”, y yo también, como Bartimeo, me voy quedando al borde del camino. Veo que la vida corre y que yo no puedo subirme a ella, a veces tengo ganas, pero me va ganando también esta desesperanza, esta angustia de que las cosas son así, de que no puedo hacer nada, de que las cosas nunca van a cambiar, de que no veo las formas de la manera y de la forma que quisiera.

A veces, cuando estamos sumergidos en la oscuridad, ahí descubrimos la oportunidad, como Bartimeo, para gritarle a Jesús. Podríamos decir que muchas veces nuestras cegueras son esa posibilidad de gritarle a Jesús y que Jesús se haga presente. Y hoy así, con los ojos tapados, podríamos preguntarnos nosotros, cada uno, ¿Qué le pediríamos a Jesús? Porque cuando este hombre gritó, ¿Qué gritaría nuestro corazón? Jesús les dijo a sus discípulos “tráiganmelo”. Los discípulos fueron y le dijeron “ánimo, levántate”. Jesús es el que trae ánimo, Jesús es el que levanta y cuando llego frente a Jesús le dijo “¿Qué quieres que haga por ti?” Hoy, en esta noche, ¿Qué le diríamos nosotros a Jesús? Meditemos en el corazón, ¿Qué necesito que Jesús haga por mí? ¿En que necesito que Jesús me dé una nueva mirada?



“Maestro, que yo pueda ver”, ese era el deseo de Bartimeo, ese es nuestro deseo, poder ver pero no como antes, sino con los ojos de Jesús y eso es lo que Jesús nos regala.

Se prenden las luces y se sacan las vendas.

Seguramente nos cuesta un poquito ver al principio, como Bartimeo, y esa es la luz de Jesús, trae algo nuevo, ¿Por qué? Porque me invita a cambiar, no es que cambió lo que estaba alrededor de Bartimeo, cambió Bartimeo y miró de una manera nueva la vida. Como miró de una manera nueva, lo siguió a Jesús, antes estaba al borde del camino y ahora, con fe, camina con Jesús. Eso es lo que Jesús quiere hacer con cada uno de nosotros, quiere renovar nuestra mirada en la fe. Quiere que aprendamos a mirar a nuestra familia de una manera nueva, distinta, diferente, aprendiendo a valorar lo que me da, lo que tiene, agradecer. Mirar mi colegio, mi facultad, mi trabajo y descubrir lo que Dios tiene ahí y lo que nos da y pedirle que yo también pueda ser luz para los demás. También en nuestra sociedad, en nuestro país, no ser tan quejosos, no ser tan pesimistas y decir “hay muchas cosas lindas, hay muchas cosas buenas y yo puedo aportar como testigo de la luz, como testigo de Jesús, mucho desde mí”. 

Lo que hace la fe es cambiar la mirada, eso es lo que celebramos hoy. Yo no dije “palabra del padre Mariano” cuando termine de leer, dije “palabra de Dios”, y nosotros lo creemos, ¿Por qué? Por los ojos de la fe lo creemos. Creemos que Jesús nos enseña. Vamos a traer pan y vino ahora en un ratito acá y, cuando yo lo levante, vamos a seguir viendo pan y vino, pero los ojos de la fe me van a decir que ahí está Jesús. No es que cambia algo, cambio yo, cambia mi mirada y esa mirada me hace descubrir a Jesús presente en su palabra y en su eucaristía, eso es lo que creo. En la vida tenemos que pedirle lo mismo.

Jesús, vos sos el señor de la historia, vos sos el que trae una nueva luz sobre mi familia, sobre mi sociedad, sobre mí, ayúdame a descubrirla, ayúdame a verla, ayúdame, como a Bartimeo, a seguirte de una manera nueva. Como en la primera lectura, a querer trabajar por esa comunión, esa unión, por descubrirla como Dios la trae y yo puedo ser testigo. Como en la segunda lectura, que dice que podemos perdonarnos, estar cerca de los demás, podemos reconciliarnos, esto es lo que Dios siempre hace. Cuando vivimos eso, lo seguimos con mucha más confianza.

Animémonos entonces en estos días a expresar esto, a responderle a Jesús “¿qué quieres que haga por ti?”, a poner el corazón en él y animarnos a mirarlo, a mirarnos, a mirar a los demás de una manera nueva.


Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos sobre el mundo; gracias por la mirada que lleva mi alma a los hombres como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz. Haz que mis ojos sean claros, Señor. Haz que no sea nunca una mirada decepcionada, desilusionada, desesperada, sino que sepa admirar, extasiarse y contemplar.

Concede a mi mirada el ser lo bastante profunda como para conocer tu presencia en el mundo y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre.

Que mi mirada, Señor, sea clara y firme, pero que sepa enternecerse y que mis ojos sean capaces de llorar. Que mi mirada no ensucie a quien toque, que no intimide, sino que sosiegue, que no entristezca, sino que transmita alegría, que no seduzca para apresar a nadie, sino que invite y arrastre al mejoramiento.

Haz que moleste al pecador al reconocer en ella tu resplandor, pero que sólo reproche para rescatar Haz que mi mirada conmueva a las almas por ser un encuentro, un encuentro con Dios.

Que sea una llamada, un toque de clarín que movilice a todos los parados en las puertas, y no porque yo paso, Señor, sino porque pasas Tú. Para que mi mirada sea todo esto, Señor, una vez más en esta noche yo te doy mi alma y mi cuerpo y mis ojos. Para que cuando mire a mis hermanos los hombres sea Tú quien los mira y, desde dentro de mí, Tú les saludes. Amen. 



Lecturas: 
*Reyes 17,10-16
*Salmo 145
*Carta a los Hebreos 9,24-28
*Marcos 12,38-44

lunes, 26 de octubre de 2015

Homilía: “Lo central en la vida es perfeccionarnos pero en lo que tiene que ver con el amor” – XXIX domingo durante el año


Hay una serie sobre política que se llama House of Cards en la que Francis Underwood y su mujer Claire son un matrimonio al que no le importa nada con tal de lograr su propósito. Es un drama político lleno con todo lo que es la avaricia y la corrupción. En uno de los primeros capítulos, hay una escena en la que se ve un cuadro con una imagen y Frank está al borde de este y en el medio está el presidente. Él dice que el poder es como una inmobiliaria, lo importante es la ubicación, que, cuanto más cerca de la fuente, mayor valor tiene esa propiedad. “Cuando vean esta foto dentro de siglos y miren a los costados del marco, miren a quien van a encontrar sonriendo”, dice.

En esta imagen tan simple donde él sabe qué camino quiere recorrer para llegar a estar en el centro de la foto, más allá de lo que pase o de lo que tenga que hacer para eso, me resuena un poquito esta imagen del evangelio. Jesús está yendo a Jerusalén para dar la vida y, si hubieran fotos, Santiago y Juan se están peleando por ver quién sale en la foto, quién está a su costado, no entendiendo aquello que está viviendo Jesús, no entendiendo lo que está pasando en el corazón de Jesús. No solo eso, no habiendo visto cuál es el testimonio que Jesús les ha dado. Muchas veces está como inherente a nuestra naturaleza humana, como una herida, esa búsqueda desordenada del poder o del dinero o de un montón de cosas que no terminan de llenarnos el corazón. Lo que es peor muchas veces es que vamos rompiendo limites, vamos en busca de algo y ponemos determinadas reglas pero después decimos “no, para conseguir esto doy este pasito y después este otro pasito…”. Cuando me doy cuenta, he roto casi con lo que nunca pensé que iba a romper o he llegado a límites insospechados que nunca pensé que iba a llegar ¿Por qué? Por eso, porque equivoqué el fin, equivoqué el camino, no voy hacia donde la propia vida me invita.

Lo central en la vida es perfeccionarnos pero en lo que tiene que ver con el amor, eso es lo que llena nuestro corazón y eso es lo que nos trae tranquilidad. Por eso, cuando uno se siente verdaderamente amado y puede amar, eso trae paz al corazón y debería ser el camino que tenemos que recorrer y los otros caminos empiezan a dejar vacíos. Uno dice “quiero llegar a tal puesto en tal empresa”, y cuando a uno ya no le importa nada y quiere llegar a eso y su fin es eso, llega y se alegra pero después quiere llegar a lo otro, y a lo otro y después quiere tener más poder. Pasa lo mismo con la economía, “voy a estar contento cuando tenga eso” y, ¿cuánto tiempo voy a estar contento cuando logre llegar a eso?, una propiedad, una cosa, un celular, una pavada. Al poco tiempo eso ya me deja vacío, no me llena el corazón y entonces tengo que buscar algo más, ¿Por qué? Porque tengo que llenarlo y, como eso no llena porque no es la búsqueda que el corazón tiene que tener, me termina dejando un mal gusto en el corazón y por eso mi mal humor, mi desgano, mi no encontrarle el sentido a las cosas. Es por eso que Jesús les muestra el camino que a él le llena el corazón, que es ese camino de amar ¿Cómo? Sirviendo, poniéndose al servicio de los demás .

Uno no se imagina a Jesús dando la vida en la cruz diciendo “que garrón haber tenido que dar la vida por estos”, o diciendo “no valió la pena, ¿para qué servir? ¿Para qué hice este camino? ¿Por qué lo recorrí?”. Uno, mas allá de lo arduo y de lo difícil, obviamente, porque es una situación complicada, se imagina a un Dios pleno. “Esto es lo que busqué toda mi vida, por esto luché, esto es lo que le da sentido a mi existencia”. Y, ¿Qué es lo que le da sentido? AMAR. Y, ¿amar cómo? Poniéndose al servicio de los demás, eso es lo que llenó su corazón y eso es lo que quiere transmitir. Lo central de Jesús siempre lo transmite, en primer lugar, con su vida, él da testimonio de lo que quiere y, después, ese testimonio lo explica en palabras. Sus palabras toman fuerza porque lo siguen viendo en su vida constantemente, cómo se pone al servicio del que lo necesita, escuchando, dando un consejo, consolando, estando al lado, teniendo una palabra. La presencia de Jesús, un encuentro ocasional con una persona, le cambia la vida, ¿Por qué? Porque encontró a alguien que se puso al servicio del otro. Esa es la invitación para cada uno de nosotros, lo que pasa es que esto es casi contracultural. 

Nosotros a veces cuando imaginamos qué queremos, yo me imagino como si quisiéramos una especie de all inclusive donde todos se ponen al servicio de nosotros y están un par abanicándonos y todos trayéndonos cosas y cuanta más gente en nuestro servicio mejor. Ahora, más allá de que uno pueda pasar un buen rato, no lo niego, ¿eso es lo que llena nuestro corazón? ¿Eso es lo que queremos? ¿Eso es lo que nos hace bien? ¿O tenemos una búsqueda más profunda?

Me acuerdo, hace un tiempo, escuchando a un futbolista, contaba que cuando le empezó a ir bien en su carrera, él había salido de un barrio muy pobre, le dijo al viejo “no quiero que trabajes más, te voy a dar todo lo que necesites”. Le dio su casa, su plata, todo y él dice “a los tres años papá estaba deprimido en casa y me di cuenta que ese no era el camino, que él quería sentir que su vida tenía un sentido para algo. Descubrí que poniéndole un negocio, donde estaba al servicio, eso sí lo llenaba pero que lo otro no”. A veces es como una tentación, parece linda la foto, “estamos en la playa, tirados”, todos necesitamos un rato de descanso, no hablo de eso. Lo central en la vida es cuál es la tensión que mueve mi corazón y qué es lo que llena mi corazón. 

Si miramos, nuestro corazón se llena cuando podemos amar y cuando descubrimos que nuestra vida tiene un sentido para alguien, vivo para alguien. Qué lindo que es cuando uno puede decir “me levanto por alguien”, “trabajo por alguien”, es decir, mi vida cobra un sentido ahí, no “uh, que garrón, hoy me tuve que levantar”, sino “esa persona cambia mi vida y por eso yo quiero hacer esto”. Lo otro podrá ser muy lindo pero lo que llena mi corazón, aun cuando a veces ponerse al servicio de los demás y trabajar por el otro es arduo, es difícil, es exigente, es ese el camino. El camino en el cual uno descubre que esto tiene sentido, esto vale la pena, eso es lo que nos dice Jesús y esa es la invitación para cada uno de nosotros. Por eso nos invita al camino de ponerse al servicio de los demás. El problema que tiene esto es que a veces es arduo, a veces es difícil, a veces es en lo secreto, nadie lo ve, nadie lo valora o lo agradece como lo tendría que agradecer, pero si quieren, hasta esto último, es lo más evangélico. Jesús nos dice que él siempre ve las cosas y nos da la certeza de que aquello que no es premiado o agradecido de la manera que tiene que serlo en la tierra, lo será en el cielo y por eso nos da esta invitación. Por eso nos dice “pónganse al servicio de los demás”. Por eso la vida de Jesús tocó tanto el corazón de las personas, porque no vino a ser servido, esa fue la diferencia, podría haber sido muy exitoso pero no habría tocado el corazón como lo toco. Lo que tocó es que se puso al servicio, por eso nos invita a nosotros.

A mí a veces la gente me pregunta “¿cómo haces Mariano para cuidar 3000 chicos en Pascua Joven?”, o ahora que tenemos el campamento, este año que hay más chicos en confirmación y aparte vienen los de ágora, va a haber más de 800 chicos en el campamento, “¿cómo haces?”, “y, se portan bien”, les digo, sino no puedo hacer nada. Es decir, si me hacen un piquete o se empiezan a portar mal, me tengo que volver, no hay forma. Ahora, así como a veces hay malos hábitos y, como vemos en esa serie, la corrupción y la avaricia pareciera como que contagia y lleva a eso, los buenos hábitos también contagian. Uno va a estos lugares, como a una misión y a un montón de casas y uno ve como los buenos climas, cuando uno pone un clima de amor, de servicio, se transmite, esa es la invitación de Jesús. Por eso saca lo mejor de nosotros, la invitación de Jesús es que eso lo vivamos y lo podamos transmitir a los demás. A veces va a costar, le costó a Jesús en este evangelio, no lo entendían, pero no por eso hay que renunciar. Jesús nos da la certeza de que en algún momento va a dar fruto. Esto seguro que no lo entendieron Juan y Santiago, les llevó su tiempo como a veces nos lleva nuestro tiempo a nosotros pero con la perseverancia, con la paciencia del que se pone a servir, nos da la certeza Jesús de que eso da fruto.

Hoy que celebramos el día de la Madre, creo que el ser madre tiene mucho de esto, que uno trabaja en lo invisible, “¿otra vez vamos a comer esto?” en vez de un “gracias, que rico lo que preparaste”, o “¿todavía no está la comida?” por poner un ejemplo muy simple. Muchas cosas que uno hace quedan en el secreto del servicio del que por amor pone su corazón, eso es lo que nos dice Jesús. Anímense en el servicio a ofrecer su corazón, eso los va a hacer felices. Miremos a Jesús, a aquel que se puso al servicio de todos, aprendamos de él y pongámonos también nosotros al servicio de los demás.

Lecturas: 
*Isaías 53,10-11
*Salmo 32
*Carta a los Hebreos 4,14-16
*Marcos 10,35-45