miércoles, 22 de julio de 2015

Homilía: “La debilidad también es una oportunidad” – XIV domingo durante el año


Al comienzo de la película Cadena de Favores, un periodista está en medio de un delito que se está cometiendo y, como consecuencia de estar ahí, le destrozan el auto. Él queda mal, le dice a la policía lo que pasó, a la policía mucho no le importa y se llevan a quien cometió el delito. Sorpresivamente, una de las personas que estaban ahí le tira las llaves de su auto deportivo último modelo y le dice “Tomá, para vos” y él no entiende nada de lo que está pasando y le dice “¿Por qué me das esto?” y le contesta la frase “pay it forward” o “hacelo por otro”. Él ahí se sorprende, no sabe qué es lo que está pasando, cuál es la trampa que hay acá, qué es lo que ocurre, y empieza a averiguar qué es lo que pasó. Lo que pasó es que hay un niño, Trevor, que está en séptimo grado en una escuela en las Vegas a la que su profesor de sociales, Eugene, les pide que piensen algo para cambiar el mundo y lo pongan en práctica. Lo que piensa este chico es hacer una cadena de favores, es decir, si yo hago algo por tres personas y estas tres personas las hacen por otros y así, esto se multiplica y llega a todo el mundo. Eso, uno sabe por la película, llegó lejos, hasta Los Ángeles. Sin embargo, no es la sensación que Trevor tiene porque él siente que a todos los que quiso ayudar, a este profesor, a su madre y así distintas personas, el fracasó en eso, que él intentó hacer un gesto por ellos pero que ese gesto quedo en la nada. Para los que vimos la película, podemos ver que las repercusiones van mucho más allá de lo que uno ve, los frutos van mucho más allá de lo que uno cree y puede ver a simple vista.

Sin embargo, como sabemos, toda cadena se puede cortar, todo vínculo se puede cortar, se puede romper; de alguna manera son fuertes pero al mismo tiempo frágiles ¿Por qué? Porque siempre hay un juego de libertades. Yo puedo hacer algo por uno pero el otro también tiene que querer recibir eso y también, en otro momento, querer hacer algo por mí. Esto es todo un proceso, un camino que para que los vínculos, los deseos, las cosas perseveren, tenemos que poner en juego nuestra libertad, siempre estamos poniendo en juego nuestra libertad. Ponemos en juego nuestra libertad para vivir nuestros deseos, ponemos en juego nuestra libertad para vivir los vínculos, ponemos en juego nuestra libertad para llevar adelante cada una de las cosas que queremos realizar. No solamente en un momento determinado sino que durante toda la vida, es algo que nunca termina y que siempre se tiene que ir alimentando. Lo central es que nos animemos a dar esos pasos desde nuestra libertad y a elegir las cosas.

No hay nada más lindo que vivir cada uno de los vínculos que tenemos pero, al mismo tiempo, sabemos lo frágiles que a veces son. Por eso, los tenemos que alimentar, los tenemos que cuidar, tenemos que perdonar y sanar muchas veces. Vamos a poner un ejemplo en el vínculo matrimonial: Cuando uno se casa dice “prometo casarme para toda la vida” y lo dice de corazón, sin embargo, después, vivir eso no es tan fácil. Hoy en día tenemos que dar el primer paso porque hoy, a los más jóvenes, les cuesta dar ese primer paso, decir “me quiero comprometer para toda la vida”. Después, uno encuentra un montón de matrimonios que te dicen las dificultades que en distintos momentos pasan, lleven 5 o 40 años casados, y eso es una oportunidad, no solo un problema como lo vemos. Es una oportunidad para que uno agrande el corazón y se anime a crecer en ese vínculo porque nunca termina. La elección que uno hizo cuando se estaba casando, cuando estaba de novio no es la misma que cuando tenía cinco años, diez, quince o veinte. Tengo que aprender en el corazón a agrandarlo y eso es todo un camino y por eso se pone en juego ahí, para que eso pueda continuar, para que eso se pueda extender. Lo mismo pasa en cualquier otro vínculo, en la amistad, por ejemplo, los que somos más grandes sabemos que hay un montón de amistades que hoy ya no vivimos de la misma manera que antes. El vínculo ya no es tan fuerte a veces, algunos amigos nos quedaron. Los que son más jóvenes sabrán que hay amistades que cuestan, que continuamente tengo que elegir para alimentarla. En general, en el camino de la vida hay algunas que alimento y otras que no, porque elegimos distintas cosas, porque tomamos distintos caminos.

Esto mismo sucede en la fe: todos estamos acá porque creemos en Dios, sin embargo, sabemos que hemos pasado diferentes momentos en nuestra vida de fe. Hay momentos en los que la vivimos con mucha alegría, fluye más y momentos donde nos cuesta un montón, tenemos un montón de preguntas en el corazón. Tenemos que volver a elegir a Jesús desde ese lugar, a ese Dios que siempre nos sigue eligiendo pero nos invita al mismo tiempo a continuar nosotros alimentándonos. Nosotros sabemos no solo la dificultas en nosotros sino la dificultad de transmitir esto, casi que como quisiéramos hacer una cadena de favores diciendo “yo me ocupo de evangelizar a tres, que otro se preocupe por tres y así”, estaría bastante bueno. Sabemos que no es fácil, pero sabemos que no es fácil desde casa, desde la propia casa de uno, no es tan fácil, cuesta, es difícil, en la casa, en el trabajo, en los distintos lugares. La pregunta es: ¿Qué hacemos frente a esto? Esto tiene mucho que ver con las lecturas que acabamos de escuchar hoy. En el evangelio, Jesús, después de haber empezado a predicar, anunciar, va a su pueblo, va a su casa, a Nazaret, un lugar donde se conocen todos más o menos, tendría entre 200 y 400 habitantes, todos son familia, son todos cercanos. Cuando llega ahí y anuncia y habla, la gente está admirada de lo que Jesús dice, pero de pronto se encuentran con la humanidad de Jesús, esta persona que ellos conocen, su familia es de ahí, saben qué es lo que hace, quién es, y no pueden traspasar eso, se quedan ahí. Esa debilidad, podríamos decir de alguna manera, que es la carne de Jesús es un obstáculo para ellos. Jesús encuentra un pueblo que no lo recibe, que no le cree, que piensan que él no es aquello que en un primer momento se había imaginado.

Nosotros también nos encontramos muchas veces con que nos cuesta transmitir la fe. Si le costaba a Jesús, quien supongo que la transmitía muchísimo mejor que nosotros, como no nos va a costar a nosotros, es decir, no lo podemos medir solamente por el éxito porque no es como lo medía Jesús. Las dos lecturas también nos muestran que van en esta dirección las dificultades que el anuncio tiene. En la primer lectura, a Ezequiel se le dice “yo te hago profeta, yo te invito a anunciar el evangelio, pero tené en claro que va a ser difícil, que es un pueblo rebelde, que hay gente que va a creer y hay gente que no va a creer; si querés vivir esta vocación, tené en cuenta esto, que hay una libertad que Dios da del otro lado para coger o rechazar la fe, para recibirla o no”. Eso es lo primero que tendríamos que entender, pasa que uno, obviamente, al principio, sale con mucho entusiasmo y no entiende que el otro no crea o que el otro no lo viva y nos cuesta un montón y nos duele en el corazón. Sin embargo, se nos invita a que no nos desalentemos, a Ezequiel no le dice “no anuncies porque no te van a creer”, le dice “animate a ser profeta, tené fe”.

Otra tentación diferente es lo que le pasa a Pablo, porque Pablo está palpando su debilidad, lo difícil que es para él anunciar: “tres veces pedí a Dios que me quite este aguijón, pero no me lo quitaste, satanás está ahí”. Pablo se encontró con la debilidad como hombre que él es y que no siempre responde a Dios. Él escucha en su corazón en vez de un “yo no puedo anunciar porque soy hombre y tengo mi debilidad” un “te basta mi gracia, no sos vos, soy yo el que guía el camino, animate, en tu debilidad, a que yo resplandezca, que eso no sea un obstáculo sino una debilidad para vos”. Ahí también a nosotros nos dice algo porque nosotros muchas veces nos encontramos con nuestra debilidad, con nuestro discurso, con nuestra forma de vida, con nuestro testimonio, con nuestras incoherencias de querer vivir algo pero que nos cueste en ciertos momentos, en ciertas oportunidades, en ciertos lugares. Como Pablo, tendríamos que descubrir que la debilidad también es una oportunidad, una oportunidad para que resplandezca Jesús y otra oportunidad para que yo crezca. Esa es la invitación, que nos animemos a seguir anunciando, a que no cortemos eso. Ni Pablo ni Ezequiel dejan de anunciar a Dios por aquello que encuentra como obstáculo, Jesús tampoco, claramente. No creo que Jesús haya pensado que nunca iba a dar fruto Nazaret, sino que no tal vez en ese momento.

Mirando la figura de Jesús tal vez encontremos mucho de lo que sentimos en el corazón porque yo me imagino que no debe haber sido nada fácil para Jesús ir a anunciar a Nazaret y después sentirse rechazado por aquellos que quiere. Si algo descubrió en ese momento es que estaba solo y que se sentía solo y que en el lugar donde más esperaba que lo entiendan aunque sea afectivamente, no lo entienden y no lo comprenden. Esa soledad, cuando queremos vivir diferentes valores, muchas veces la sentimos nosotros en la fe y en otros valores de la vida. A veces pareciera que caminamos solos, que otros no lo quieren vivir, no lo entienden pero la invitación de Jesús es la misma que hizo él, “animate a seguir caminando”. No solo se encuentra con la soledad de lo que quiere anunciar, es un pueblo el que lo rechaza, hasta ahora lo rechazaban algunas personas, pero acá hay un pueblo entero que le dice “no creo en vos”. Fíjense que termina diciendo “hice unos pocos milagros porque no hay reciprocidad, no hay fe del otro lado”. Se encuentra con el fracaso, quiere transmitir algo y fracasa y eso continuamente lo va a vivir Jesús pero nunca deja de vivir su deseo, siempre sigue. Va a seguir buscando, va a seguir intentando y va a confiar en que, de alguna manera, su padre va a hacer que dé fruto. Es la misma esperanza que nos invita a tener a nosotros, dar lo que tenemos, animarnos, con nuestras debilidades, con el rechazo que a veces sentimos, con las soledades que descubrimos en el corazón a vivir la fe y a anunciarla confiando en que Dios va a hacer que de fruto, que como a Pablo nos baste la gracia de Dios para anunciar y que después le toca a él. Nos anima a sacarnos de encima ese peso.

Muy acorde con esto está la frase que Jesús le dice a Jairo en el evangelio de la semana pasada cuando Jairo se entera de que su hijita acaba de morir y que su esperanza se acabó y Jesús le dice “no temas, basta que creas, confía, cuando todos los caminos se cerraron, confiá”. Ese es el abandono en Dios al que nos invita a nosotros. Esa frase que le dijo antes resonó en los oídos de Jesús, “ahora que yo me siento solo, fracasado, frustrado, tengo que poner la confianza en el Padre”. A nosotros nos invita a lo mismo, cuando nos sintamos solos, que no da fruto, que no encontramos los caminos, a escuchar esta frase, “no temas, basta que creas” “te basta mi gracia, caminá detrás de mí, confiá”.

Pidámosle a Pablo, a aquel que siempre confió en Dios y se animó a anunciarlo, que nos ayude también a nosotros a vivir nuestra fe en el corazón, a agrandar nuestro corazón y a ser testigos.



Lecturas:
* Profecía de Ezequiel 2,2-5
*Salmo 122
* Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,7b-10
* Marcos 6,1-6

lunes, 20 de julio de 2015

Homilía: “No temas, basta que creas” – XIII Domingo durante el año


Hay una película que se llama La Duda que transcurre en la década del 60 en un colegio que se llama San Nicolás, en Bronx. El padre Flynn es enviado ahí, donde empieza a tener sus cortocircuitos con la hermana Aloysius, que es una hermana a quien le gusta tener todo muy estructurado. Tiene una manera rígida de llevar adelante el colegio, además ahora el colegio se acaba de abrir e integrar un alumno de raza negra, es algo nuevo, y el padre Flynn viene con nuevas ideas y empieza a entrar el esquema en cortocircuito. Como el nombre de la película lo expresa, empiezan a aparecer preguntas, dudas, no solo en torno a cambios estructurales sino a lo que las personas viven y lo que están sintiendo. En un momento, una de las hermanas más jóvenes se acerca a esta hermana Aloysius y le pregunta: “¿Qué haces cuando no estás segura?” Ella siempre se muestra muy firme, muy estricta, segura, con una certeza muy grande en el corazón en todo lo que le va pasando. Sin embargo, avanzando la película, en un momento se quiebra y, hablando con esta misma hermana, le dice: “Tengo muchas dudas, muchas dudas en mi vida”.

Podríamos decir que, cuando vamos caminando en la vida, continuamente nos aparecen preguntas, nos aparecen dudas, nos aparecen oportunidades de ir caminando, de ir creciendo. A veces, frente a eso, tenemos dos opciones: Nos vamos poniendo más rígidos, más estrictos para que nada nos mueva, o aprendemos a ir soltando, a ir confiando, como hablábamos la semana pasada, porque eso es parte del crecimiento, eso es parte de la vida de cada uno de nosotros. No tenemos una certeza absoluta de lo que es nuestra vida y tampoco de la vida de los demás. La vida se trata de cuáles pasos yo me voy animando a dar en la fe, en el fondo, qué es lo que voy soltando. Si mirásemos retrospectivamente, seguramente veríamos que muchas cosas se han dado de maneras diferentes a las que esperábamos, hemos tenido que soltar sueños que teníamos en algún momento, ideales de cómo queríamos que las cosas fueran en nuestra familia, en nuestra vida o en la de los demás. Pero eso lo podríamos tomar como algo malo o como una oportunidad de abrirse a algo nuevo y también de ir creciendo en el corazón, que las cosas no son en general de la manera o de la forma que uno las espera o como una las imaginó, las deseó. Pero, como les digo, eso no nos tiene que abrir a algo negativo sino animarnos a abrirnos a algo nuevo, a una esperanza distinta a la que la vida y Dios nos van invitando. Para esto, es necesario creer, es necesario tener fe en el corazón. En primer lugar, tener fe en uno mismo, en animarse a quererse, a amarse, valorarse. Hoy vemos como la autoestima de muchos de nosotros casi que tiende a estar en negativo, podríamos decir, y esto se ve mucho en los jóvenes. No solo nosotros mismos, sino en los demás, nos cuesta creer, nos cuesta confiar, delegar, dejar hacer su camino al otro.

Esto mismo que, aunque parezca mentira, a veces también nos pasa en Dios, casi que queremos que Dios sea Dios pero respondiendo a lo que nosotros esperamos, a lo que nosotros queremos, o de la forma que queremos y esperamos. Nos cuesta soltar, soltar la vida y, al mismo tiempo que vamos soltando, animarnos a creer. Hoy nos encontramos frente a dos signos, a dos milagros en el evangelio, donde dos personas ponen su confianza en Dios, tal vez, teniendo que romper con muchas cosas. En primera caso, con Jairo, el jefe de la sinagoga, no lo dice exactamente pero sabemos que a la institución judía le costó mucho la relación con Jesús. Sin embargo, en la desesperación que este hombre tiene frente a lo que su hija está viviendo se anima a acercarse, a pedirle y, en medio del camino, cuando le avisan que su hija ha muerto, lo invita a no perder esa fe que tuvo antes al acercarse a Jesús. “No temas, basta que creas”, le va a decir, y Jesús va a ir a la casa y va a hacer este milagro. En el caso de la mujer, estos miedos se revelan después de que tocó a Jesús. Ella pensó que con solo tocarlo, en esa enfermedad que tantos años la acompaño, en esa pobreza que ella tenía por intentar curarse, podía encontrar algo distinto en Jesús, se animó, lo tocó. Después, cuando Jesús preguntó quién lo había tocado, dice que la mujer, aun con miedo, se animó a responderle: “Fui yo”. Ambos se animaron, desde su lugar, a poner esa confianza y esa fe en Jesús.

El problema en general con estos milagros es que nosotros nos quedamos con lo extraordinario del milagro, aunque Jesús curó a una mujer, claramente, y devolvió a la vida a la niña, pero creo que Jesús invita a algo más, no solamente a eso. Si bien Jesús va a hacer muchos milagros, lo extraordinario en esos milagros y en la vida de Jesús es acotado, aun en Jesús, pero la invitación de él a dar esos pasos en la vida es constante. Esa frase que él le dice a Jairo, también se lo podría repetir a esa mujer: “no temas, basta que creas, animate a dar ese salto en el corazón, ese salto que implica la fe”. Eso mismo creo que es la invitación que nos hace a cada uno de nosotros en nuestra vida. También nosotros tenemos temores, tenemos miedos, muchas veces nos angustiamos frente a las cosas que pasan, muchas veces no sabemos cuál camino tomar, qué es lo que hay que hacer y es ahí donde Jesús nos dice “no temas, basta que creas, animate a dar ese salto en el corazón”. ¿Por qué digo salto? Porque en general el salto se da cuando yo dejo de controlar las cosas, cuando yo no encuentro el camino, no encuentro la solución o no está en mis manos esto y es ahí cuando tengo que confiar, es ahí cuando se me invita a dar ese salto en la fe. Cuando tenemos que saltar algo empiezan nuestras dudas, empiezan nuestros temores, cuando tenemos que saltar un charco y hay mucha agua. ¿Llegaré hasta el otro lado? ¿Podré o no? ¿Busco otro camino? ¿Voy por el costado? Imaginémonos un salto un poquito más grande, si vamos a una montaña rusa y sentimos que todo nos sube hasta arriba, de alguna manera el salto implica que yo me anime a algo y algo que hasta a mi propio cuerpo lo afecta.

En la fe pasa lo mismo, dar un salto implica que tengo que soltar y que de alguna manera me cuesta, me tengo que animar, como dice la palabra, tengo que saltar, ¿Por qué? Porque las cosas ya no están en mis manos, están en las del otro y, casi contradictoriamente, tengo que perder mis seguridades para alcanzar más seguridad, tengo que soltar las cosas que están en mis manos, para ponerlas en las mejores manos que son las de Dios. Pero el camino es inverso, yo en vez de sentirme más seguro, en general, en principio me siento más inseguro, ¿Qué es lo que va a pasar? ¿Qué es lo que va a pasar cuando esto no se haga de esta manera? ¿Cuándo yo deje de controlarlo? ¿Cuándo yo siento que esto ya no lo tengo más en mis manos y lo tengo que poner en manos de Dios? Esa es la invitación continua y se hace con tiempo, esta mujer tuvo que esperar tiempo, Jairo tiene que caminar con Jesús, es más, va a tener que dar un salto y en nosotros también pasa muchas veces esto. Sin embargo, Jesús nos invita a eso. Hay cosas que nosotros no controlamos y no vemos, pero se nos invita a creer y a mirar para adelante.

Es curioso porque, nosotros nos encontramos reunidos acá para celebrar la fe, para vivir nuestra fe, pero la fe continuamente implica saltos, no solamente cuando uno es niño o cuando uno es joven. Tal vez, los saltos más difíciles se dan cuando uno es grande y tiene que aprender a soltar, tal es así que tenemos que aprender a soltar nuestra vida. Creo que el camino de la fe implica el camino que es la vida, en algún momento yo tengo que decirle a Dios: “Mi vida está en tus manos”, tengo que dar este salto, yo camino hacia vos, en algo que veo y en algo que no veo, por eso se llama fe, por eso creo. Pero esto lo hacemos en cada misa, creo que por eso estamos acá, por eso, en un ratito, Jesús se va a hacer presente en esta mesa y lo que vamos a seguir viendo es pan y vino pero nuestra fe nos va a llamar a dar un salto, ver que ahí está Jesús. Nos vamos a acercar a recibirlo porque queremos dar ese salto y porque le pedimos a Jesús que nos ayude a darlo: “Quiero recibir tu cuerpo, quiero recibir tu sangre, quiero alimentarme de vos”, esa es la fe, “ya lo solté, solté lo que yo creo para creer en vos”. La vida nos invita a lo mismo, aprender a soltar cosas y aprender a creer que Dios nos cuida, nos ama, nos quiere y nos lleva de la mano. Esa es la confianza que día a día Jesús nos invita a tener en él, que va teniendo distintos momentos y distintos pasos. El primero, tal vez, es el que Pablo le pide a su comunidad: “¿Ustedes creen en Jesús? Ahora compartan, no digan ‘esto es mío’ solamente, denle a los demás, anímense a compartir, anímense al primera paso más fácil que es soltar las cosas y ponerse en manos de otros y nosotros en manos de Dios”.

A lo largo de la vida se nos van a pedir pasos más grandes, ir soltando nuestra propia vida, pero eso solo lo podemos hacer si nos animamos a poner los ojos en Jesús, si nos animamos a mirarlos, si nos animamos a descubrir que siempre detrás de esa fe hay una promesa mucho más grande. Suelto esto, estas migajas, para agarrar un pan mucho más grande que es el que él me invita. Me acerco a esta mesa, a recibir este pan porque ahí está su vida, porque eso es a lo que la fe me invita. Siempre detrás hay una promesa más grande, pero para eso tengo que dar un salto, para eso tengo que creer, para eso tengo que confiar. Animémonos en este día a escuchar como Jairo esa frase que le dice Jesús: “No temas, basta que creas”. Animémonos a creer en él, a confiar en él y a caminar hacia él.



Lecturas:
*Libro de la Sabiduría 1,13-15;2,23-24
*Salmo 29
*Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 8,7.9.13-15
*Marcos 5,21-43

viernes, 17 de julio de 2015

Homilía: “Confíen, anímense a dar ese salto” – XII Domingo durante el año


En la película La Sociedad de los Poetas Muertos, una película que tiene sus años, John Keating es un nuevo profesor en la academia y cuando llega sorprende a sus alumnos con una manera nueva de educar. Rompe un poquito los estereotipos y las formas que se tenían en ese colegio tan tradicional. En un momento, está dando clase y se sube a su escritorio, a la mesa que está ahí delante de los alumnos, los mira y les dice: “me he subido a la mesa para recordar que hay que mirar las cosas de una manera diferente”. Esta enseñanza tan simple que John les hace a sus alumnos en la película es, tal vez, una enseñanza que a lo largo de la vida nosotros tendríamos que recordar, que es el aprender a mirar los momentos de la vida, las circunstancias, las cosas que nos pasan desde diferentes ángulos, aprender a tener una mirada más amplia. Sin embargo, esto es muy complejo y muchas veces difícil para nosotros porque muchas veces nos vamos endureciendo en la manera que tenemos nosotros de mirar las cosas, en la manera que tenemos nosotros de pensar, en la manera que tenemos nosotros de hacer las cosas. El problema no es solo que nos vamos endureciendo y vamos perdiendo esa riqueza sino que, además, todo lo demás, lo que sale de nuestra manera de ver y de hacer las cosas, nos crea como una inseguridad. Nos hacemos fuertes en ese lugar, un poquito más cerrados donde nos sentimos seguros y cualquier otro ámbito nuevo en el que me tengo que mover me causa como miedo en el corazón, me causa inseguridad y por eso no lo queremos explorar, no lo queremos vivir.

¿Qué pasa si tengo que empezar a pensar de una manera diferente? ¿Qué pasa si tengo que hablar, si tengo que ser diferente? Mejor me quedo en aquello seguro pero, sin embargo, me pierdo de crecer, me pierdo de madurar. Generalmente, hoy en día, cuando sucede algo, lo primero a lo que tendemos es a retroceder porque donde estamos nos sentimos más seguros. Ahora, para eso tendríamos que aprender a mirar las cosas desde diferentes ángulos. Si yo pudiera subirme a una mesa, podría ver el final, dónde termina y ahí me animaría. Si yo veo hacia dónde voy y veo cómo termina, sería mucho más fácil tomar decisiones. Claramente eso en la vida es una ilusión, no vemos dónde termina, por eso el futuro nos causa tanto miedo, por eso no me animo muchas veces a hacer elecciones porque quisiera poder controlar las elecciones, el hacia donde voy. Como no puedo controlar el futuro, muchas veces prefiero quedarme donde estoy, pero eso no me deja crecer, no me deja madurar, no me deja ir hacia donde yo quiero. La única manera de animarme a crecer es animarme a creer y a confiar, en primer lugar, en mí, animarme a valorarme. Por eso continuamente lo que busca Dios es que nosotros nos queramos, que nosotros nos valoremos, lo que deberíamos buscar nosotros es cómo queremos y valoramos a los demás. Tal vez en esto podríamos preguntarnos algo, cuando les marcamos cosas a los demás o nos marcamos cosas a nosotros, ¿les marcamos las cosas buenas al otro? ¿Somos capaces de decirles “qué bueno sos en esto” “que bien que haces esto”? ¿Marcarles sus valores, sus dones? ¿O en general nos marcamos a nosotros mismos y a los demás los defectos, lo que hicieron mal? Siempre como que falta algo. Pero si yo tengo donde aplomarme, ¿Qué es lo que me da seguridad? ¿Qué es lo que me da confianza? Si siempre me están corriendo el piso, aun hasta cuando uno tiene cosas muy buenas, que difícil será cuando el piso se me corra en serio en la vida, cuando llega un momento en donde no entiendo dónde estoy del todo parado.

Vamos a poner un ejemplo de cuando se nos corre el piso: cuando yo entro en conflicto con alguien, ¿Cómo encaro los conflictos? ¿Cómo encaro el tener que hablar con alguien en el momento en el que las cosas no son tan así como yo quería o como yo esperaba? En general, tendemos a querer eliminar los conflictos porque, en vez de mirar de otra manera, de verlo como una oportunidad de crecer, aprender a descubrir que es lo que me toca hoy en la vida; lo eliminamos. Entonces, o me pongo muy duro, irritable, autoritario, le grito de todo y, en el fondo, elimino el conflicto. Me pongo a ver quién tiene más fuerza y se impone gritando o de otra forma, otra manera, o lo evito. Preferimos evitarlo, no decir nada, a ver ¿qué va a pasar si yo digo algo? Entonces eliminamos ese momento más difícil.

Esto que nos pasa en el vínculo con los demás, a veces nos pasa a nosotros, tiramos debajo de la alfombra cuando nos aparecen preguntas, dudas, cuando tengo que animarme a descubrir qué es lo que quiero, qué es lo que necesito. Es como que nos falta esa confianza en nosotros mismos para animarnos a crecer. Lo mismo en los demás, tal vez, es hoy lo que está más minado, esa inseguridad que yo tengo en mi mismo muchas veces no me deja confiar y creer en el otro ¿Por qué? Porque tengo que dejar de controlar, sin embargo, es la única manera de crecer. Yo tengo que soltar, tengo que animarme, tengo que ir hacia nuevos lugares para poder crecer y madurar. Vamos a poner un ejemplo: en general, a nosotros se nos crea un problema de confianza cuando el otro nos desilusiona o cuando el otro nos defrauda y ahí dejamos de confiar en el otro. Es decir, confiamos mientras el otro haga todo bien y todo como yo quiero, no hay ningún problema ahí. El problema es cuando el otro me defrauda o me desilusiona o no hace lo que yo quiero, en el fondo, es ahí cuando tengo que ver si confío en el otro o en realidad no era confianza. Yo tengo que dar un salto, dejarlo hacer algo que nunca hizo, confiar en que va a hacer las cosas como yo lo eduque. Confiar en un novio, una novia, un amigo, soltar un poquito las riendas y tal vez el otro me desilusione, seguramente en algún momento me va a desilusionar y ahí se va a poner en juego la confianza. ¿Soy capaz de confiar en ese momento en el otro? ¿Soy capaz de dar ese salto? Vamos a cambiar el ejemplo, es como tener paciencia: “yo tengo paciencia”, si, mientras mis sobrinos no corran alrededor mío o se me suban arriba; y bueno, en realidad la paciencia se me pone en juego cuando se me suben arriba, cuando gritan, no cuando no está en juego. Cuando está todo calmo no hay mucha paciencia que tengo que practicar, la practico en el momento en el que se pone más complejo. Lo mismo pasa en nuestra vida, cuando tengo que aprender a soltar o cuando algo se puso en juego, sin embargo, es la única manera de crecer en la vida.

Esto lo tiene muy en claro Jesús. En el evangelio Jesús viene caminando con sus discípulos, sube a una barca y se pone a dormir. En el momento en el que está durmiendo la barca se empieza a mover, bastante más de lo que se movía habitualmente, estamos hablando de pescadores, ya saben lo que pasa cuando están en el mar. Sin embargo, cuando ellos dejan de poder controlar el espacio en el que ellos están, entran en crisis y esa crisis hasta los pone en esa desilusión de pensar “no te importa lo que está pasando”, no es que confían en Jesús diciendo “él va a cambiar las cosas” no, piensan “¿no te importa que nos hundamos? ¿Que pase tal cosa?”. Y ahí está la frase de Jesús: “Silencio, cállate”, está callando al viento, está callando la tormenta, pero creo que, de alguna manera, está callando las dudas, las preguntas que hay en el corazón de sus discípulos. “callen esos gritos, anímense a confiar” y les dice una frase que, si la tradujéramos tal cual es un poco más dura porque acá dice “¿porque tienen miedo?”. En realidad, si la tradujéramos exacto diría “¿Por qué son cobardes?”. Lo que les está diciendo es “¿Por qué no tienen valor para atravesar este momento? ¿Por qué no tienen fe? ¿Por qué no creen?”, es más fuerte la palabra en el corazón, “anímense, vayan para adelante, recorran este camino”.

La pregunta de los discípulos ahora es ¿Quién es Jesús? ¿Qué es lo que está pasando? Ellos no se dan cuenta todavía de en frente de quien están o que Jesús mira las cosas de otra manera, podemos decir, de dos formas: La primera es que no le evita la tormenta a los discípulos. En general, estamos en un momento en el que queremos evitarle al otro todo momento difícil, todo conflicto, toda crisis y, sin embargo, es parte de la vida. Dicen, los que saben un poco más y aparte les gusta estereotipar un poco, que más o menos cada siete años entramos en crisis, no solo de la niñez o de la adolescencia, de la juventud o de la adultez. Es parte de aprender a convivir con esto, es parte de que vienen momentos difíciles a veces, es parte de que a veces la tengo que pelear con el otro, o que entro en conflicto y nosotros en general tendemos a querer sacar todo esto de la vida, a dejar una parte y la otra quitarla. Sin embargo, para crecer, eso es necesario. Esto es lo que hace Jesús, no les elimina esa tormenta, podría haberla quitado antes de irse a dormir para poder dormir tranquilo, los discípulos tienen que pasar por ahí, ¿Por qué? Porque les tiene que forjar el corazón, sino no los deja crecer, si les evita toda crisis, todo conflicto, ¿Dónde crecen los discípulos? Jesús está formando cristianos que quieran dar la vida, no cristianos así nomas, cristianos que tengan fe y que se animen a ser testigos para los demás y para eso tiene que pasar por esos momentos, no se los evita. Pero aparte, sabe mirar más allá “bueno, esto va a pasar, confíen, anímense a dar ese salto” y confía en sus discípulos.

Siempre me hacen una pregunta en los colegios cuando empiezan a entrar en crisis su relación con Dios, siempre, es matemático esto más o menos, que es “¿Por qué Dios deja que las cosas pasen si sabe lo que va a pasar después?” Una pregunta filosófica que, en el fondo, es porque Jesús siempre confía en nosotros, lo deja en nuestras manos: “anímense, yo les doy posibilidades, crean, confíen, pasen por eso”. No elimina ese momento. Si nosotros lo que queremos es que Jesús elimine nuestras tormentas, nuestras crisis, nuestros momentos difíciles, claramente no entendimos que Jesús esto no lo hace. Creo que tenemos experiencia todos, sobre todo los que somos un poquito más grandes que tenemos que pasar por esos momentos en la vida, lo que confía es que después sale el sol, lo que confía es que después eso me ayuda a crecer, lo que confía es que yo tengo la posibilidad en mis manos de animarme a tomar mi vida, animarme a acompañar a los demás, esa es la invitaciones que me hace. Eso es lo que me invita a vivir, en mi vida y en mi fe, pero para eso tengo que animarme a transitarlo, no evitarlos, sino me voy alejando.

Pablo nos dice “el amor de cristo nos apremia”, es decir, ¿Qué es lo que ayuda a que uno se anime? Cuando uno se siente amado. Cuando uno se siente querido, va hacia ahí. Un ejemplo de esto son los niños, se ponen a llorar porque todavía no confía en sí mismos y salen corriendo para su mamá y su papá, adonde se sienten amados. Si nosotros descubriéramos del otro lado a aquel que nos ama, nos animaríamos a atravesar. Si descubriéramos que hay un Dios que nos espera del otro lado y que nos va formando en la vida, nos animaríamos a soltar un poco las cosas. La vida se trata de ir soltando las cosas, todos nosotros en algún momento vamos a tener que soltar nuestra vida, algún día vamos a tener que dar ese paso al cielo y decir “suelto mi vida en tus manos”. Jesús no nos deja como niños sino que nos quiere ayudar a crecer y a madurar para que un día podamos dar ese salto en la vida y no se hace muchas veces sin dolor, sin crisis, sin sufrimiento, es parte de lo que va formando el corazón. El problema es aprender a mirar la vida de otra forma, por eso es como subirse. ¿Qué es lo que hace Dios? La mira de otra manera, ¿Qué es lo que hace Pablo? Les dice: “el amor de Cristo nos apremia, no miremos solamente con criterios humanos, si somos cristianos, miremos también desde Dios”. La Pascua de Dios nos dice que hay que aprender a mirar la parte de gloria y de resurrección en nuestra vida y aprender a gozarla, y la parte de sufrimiento y de dolor. Si quiero ser cristiano, no puedo evitar ninguna de las dos, si quiero madurar en mi fe, tengo que pasar por ellas y muchas veces en mi vida pasar por esas tormentas con la esperanza de que del otro lado siempre está Jesús, con la certeza de que él me espera y me acompaña, en la barca estaba Jesús, en mi vida esta Jesús, él me lleva y me guía pero para eso me tengo que sentir amado.

El amor de Dios, todos lo hemos descubierto a partir de los demás y por eso tenemos que ser un sostén para el otro, por eso tenemos que aprender a valorar al otro , a amarlo, a darle confianza, a ayudarlo, y ahí se me hace mucho más fácil. Cuando yo puedo descubrir que soy amado, que soy querido, que soy valorado, ahí tengo mucha más confianza en mí y ahí descubro a ese padre que me ama y que confía en mí y que me dice “animate”, sino siempre nos quedamos a mitad de camino. Hoy Jesús nos invita a eso. Animémonos entonces a descubrir a este Jesús que nos mira y que confía en nosotros, que cree en cada uno de nosotros y nos dice “dale para adelante”. Animémonos también nosotros a poner nuestros ojos fijos en Jesús, a descubrir cuánto cree y confía en nosotros y, a partir de esta confianza también nosotros confiar en él, confiar en nosotros y confiar en los demás.



Lecturas: 

*Libro de Job 38,1.8-11

*Salmo 106

*Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5,14-17

*Marcos 4,35-40

miércoles, 15 de julio de 2015

Homilía: “No puedo ni atrasar el proceso de la semilla ni adelantarlo” - XI Domingo del Tiempo Ordinario


Hay una película, una comedia, que se llama Todopoderoso 2 en la que Evan Baxter es un congresista muy reconocido que tiene un lema que es “Cambiemos el mundo”. Un día recibe un regalo, una madera, y por este acontecimiento se da cuenta de que tiene que formar la nueva arca de Noé. Al principio no quiere saber nada pero, después, a partir de distintas cosas, se da cuenta que no puede esquivar su destino. Los animales empiezan a perseguirlo, le empieza a crecer la barba y así distintas cosas, y entonces se empieza a dedicar a eso. Pero la gente se empieza a reír de él por lo que está haciendo y lo echan de su trabajo, no puede ser más congresista y empieza a dejar de ver a su familia. Un día, su mujer está en un restaurante y se pone a hablar con el mesero, que en realidad es Dios, ella le cuenta lo que le está pasando y él le dice: “Lo que pasa es que la gente no comprende cómo Dios hace las cosas. En realidad, si uno le pide a Dios que su familia esté más unida, lo que va a hacer es darle oportunidades para que ellos trabajen por esa unión. Si uno le pide a Dios tener más paciencia, lo que va a hacer es darle oportunidades para crecer en su espíritu de paciencia. Si uno le pide a Dios amar más, le va a dar oportunidades para amar más, para que pueda dar el corazón”. A partir de ese momento, ella empieza a recapacitar.

Podríamos decir que la parábola de este evangelio tiene un poco de esto, Dios los invita a descubrir esa semilla que va a ir creciendo y es un crecimiento en el que nosotros tenemos que ir colaborando, tenemos que dar una oportunidad, crear un ambiente para que pueda crecer, pero no es que tenemos productos hechos. En general ese es el problema que se da en la sociedad, todo ya viene hecho, cuando uno tiene un hijo casi que como que ya es adulto y sabe todo, que cuando yo comienzo algo ya tengo que saber todo y no puede ser que tenga que aprender y así se da en un montón de situaciones de nuestra vida. En vez de darnos cuenta que hay tanto en nuestra vida como en la vida de los demás, es un proceso, en el que, a través de oportunidades, de ocasiones que Dios nos va poniendo vamos a ir creciendo, vamos a ir creciendo como persona, vamos a ir madurando, vamos a ir también creciendo en los valores. Lo que pasa es que, como les digo, esto va en contra de nuestra concepción, no sé cómo fue antes porque me toca vivir en este tiempo y en este mundo pero, lo que ocurre siempre en general es que hay muy poca tolerancia, muy poca paciencia a los procesos y a los caminos.

Ayer le preguntaba a los más chiquitos si tenían paciencia y me decían “no”, directamente, que en realidad está bien, los chicos tienen que ir creciendo en esta paciencia pero casi que era como que estaban diciendo “paciencia no puedo tener”. Les preguntaba también a los papás si tenían paciencia y me miraban con cara de “¿Qué me estás diciendo?”. Cuando uno tiene un hijo, ustedes tendrán mucha más experiencia que yo en el camino y en el proceso que todo tiene que tener y, a veces, nosotros lo vemos como un problema, un desafío. Lo que yo tengo que hacer crecer en la vida del otro, lo miro como un problema, por eso me pongo más intolerante, nos sentimos más exigidos muchas veces, tenemos poca paciencia y me golpeo la cabeza contra la pared. Me quejo porque no descubro que es un camino y un proceso del otro en el que yo tengo que estar, en el que las cosas no vienen dadas. Las cosas no están porque yo ya las haya dicho, es mucho más fácil entender algo, descubrir una verdad que vivirla, eso es claro en nuestra vida. Si a mí me dicen que tengo que aprender a perdonar, yo digo “obvio, eso es claro, tengo que aprender a perdonar” pero otra cosa es vivir el perdón, otra cosa es que yo tenga esa convicción en el corazón, que pase de la cabeza, de saber algo, a poder vivirlo, a poder interiorizarlo. Lo mismo pasa con todo, si a mí me dicen que tengo que ser más generoso, “si, si mama”, pero después lo tengo que vivir, tengo que aprender a compartir, tengo que aprender a ser austero.

En general, vemos que en el mundo de hoy nos quedamos con que “eso yo ya lo dije”, con el mundo de las ideas, “eso ya lo entendí”, pero ese es el primer paso, mucho más fácil que el otro. Tengo que tener una convicción profunda en el corazón, pero para lograr eso tengo que tener paciencia y para eso tengo que estar al lado del otro día a día formando el corazón. Dedicamos mucho tiempo a distintas cosas, más que nada a lo intelectual y nos olvidamos que lo central de las personas, a lo que más tenemos que dedicarnos es a formar el corazón y eso lleva todo un camino muy largo y un proceso. Es lo central para que podamos tener hombres y mujeres maduros, íntegros, que pueden vivir aquello que quieren porque hemos tenido la paciencia de lo que eso tarda en el corazón. Esa es la paciencia que tiene Dios, que dice que las cosas crecen, de día y de noche, mas allá de lo que yo hago, mas allá de lo que yo pueda dar, pero para eso hay que tener paciencia. No puedo ni atrasar el proceso de esa semilla ni adelantarlo. Nosotros muchas veces queremos eso, queremos que las cosas se den más rápido, y después nos quejamos de cuando se queman las etapas. En algunas cosas queremos productos hechos, en otras queremos que se retrasen y en otras nos quejamos porque estamos quemando etapas, que no esperamos. En realidad, tenemos que animarnos a darnos cuenta que eso es un camino, que es un proceso y que hay veces que tenemos que tener paciencia, entender que las cosas van a ir teniendo su proceso, van a ir teniendo su tiempo. Esta es la invitación de Dios, por más que nos preocupemos mucho, por más que a veces nos desinteresemos, eso va a ir siguiendo su camino. Nos pide a nosotros que colaboremos en esa formación del corazón, en eso que hace bien, sabiendo que lo central, lo esencial en la vida, es lo que más queremos. A veces nosotros nos obnubilamos por las cosas extraordinarias, por las cosas grandes, las cosas que brillan, pero lo central del evangelio es aquello que es pequeño, que lleva tiempo y a lo que se tiene que tener mucha paciencia. Por eso la segunda parábola habla de la semilla del grano de mostaza. Supongo que alguna vez la habrán visto, es pequeñísima, casi que ni se ve, como la cabeza de un alfiler pero, sin embargo, dice Jesús, va a llegar a ser un gran árbol donde ellos se van a cobijar. Pero eso es todo un camino y todo un proceso, con el tiempo va a ir dando fruto y va a ser grande y esa es también la invitación para nosotros.

En general, las cosas esenciales en nuestra vida son las cosas que no se ven, aquellas que uno dice “¿cómo pierdo el tiempo en esto?”, sin embargo, es lo central. Cuando me toco estar hace dos años en la Jornada Mundial de Jóvenes con el Papa, una misa que hizo a los sacerdotes y yo tuve la gracia de estar, y entre las tres cosas que nos dijo una fue “pierdan el tiempo con los jóvenes, eso es lo que yo les pido”. Creo que era clara la imagen, no es perder el tiempo sino dedicarlo, pero uno, como cura, muchas veces siente que es como “otra vez, otra vez, estoy perdiendo el tiempo en esto”. Muchas veces ustedes, los que son papás, dirán lo mismo, y no, estoy haciendo crecer la semilla, eso es lo esencial, ese es el lugar donde Dios me quiere, no donde yo creo que brillo más o damos fruto o se ve más o es mucho más fácil. En el fondo es lo que él hizo con los discípulos, si Jesús se hubiera quedado nada más en lo que le tenía que decir a los discípulos, eran un par de cosas nada más, no era mucho lo que tenía que decir. Sin embargo, caminó con ellos, los eligió, les dijo que los siga, ¿Por qué? Porque formar el corazón lleva tiempo. Vino a estar con ellos, ver en qué se equivocaron, qué hacían mal, en qué los tenía que felicitar, en qué agradecer, pero para eso tuvo que estar con el otro, en lo cotidiano de cada día. No basta con decir algo sino con lo vivirlo, ese es el camino que hizo Jesús y esa es también la invitación para cada uno de nosotros. Es un proceso, es un camino, la vida y fe de cada uno de nosotros y tenemos que apostar por eso y, en la medida en que nos animemos a vivir esos procesos, podemos crecer como personas adultas, tanto en la vida como en la fe, esa es la invitación.

A veces uno escucha “La iglesia está en crisis” pero creo que son procesos, son momentos y también son momentos de purificación en el corazón, de poder pasar y dar este paso. Seremos muchos o pocos pero somos cristianos que queremos vivir en la fe. Si uno mira la vida de Jesús pasó lo mismo, tenía un montón de gente que lo seguía pero cuando llega el momento duro de dar la vida quedaron muy poquitos y después se empezó a formar la Iglesia con lo poco que había quedado. En realidad, podría haber agarrado en el domingo de ramos y decir “en este momento que es cuando tengo más éxito les pido a todos estos que vayan a predicar”, pero no hizo eso, no se quedó con eso. En algún momento se van, eran muchos pero, ¿Cuánto tiene que vivir la gente su fe? Lo que vivió, que fue la Pascua, ese es el proceso de formar el corazón de sus discípulos, y empezó con ellos diciendo “estos que lo viven, que se animen a transmitirlo”. Estamos en un momento pascual, en un momento de ser cristianos en serio, de querer vivir en condiciones y no solo decir “somos cristianos, seguimos a Jesús” sino encarnar los valores en el corazón y, a partir de ahí, anunciarlo de una manera nueva.

Uno cuando escucha o le gustan ciertas cosas pareciera que, en vez de seguir nosotros al espíritu que es el que nos guía, queremos darle órdenes y tal vez el proceso de la Iglesia hoy es este y hay que dejar que Dios siga haciendo las cosas. Como dice la parábola, la mayor parte la hace Dios y si nosotros nos quejamos de que nuestros planes pastorales no funcionan es porque creemos que la mayor parte está en nosotros y no en Dios. Lo que tenemos que hacer es tener esa confianza, esa convicción de dejarlo todo en manos de Dios y de crecer nosotros y poder transmitir esa fe como Dios nos pide, no como nosotros queremos. Esta invitación para la Iglesia creo que es la invitación para cada uno de nosotros, lo que nos pide Pablo es que caminemos en nuestra fe, lo que nos pide Jesús es que nos animemos a tener esa paciencia, que las cosas van a ir creciendo. Viviendo con esa fe y esa esperanza que él nos pide. Pidámosle entonces a Jesús en este tiempo, animarnos a ser testigos de la fe, animarnos a descubrir que hay caminos, hay procesos. Animarnos también a formar el corazón del otro sabiendo que, si nos animamos a apostar por el corazón de nosotros, por el corazón de los demás, eso es lo que va a dar fruto, y fruto en abundancia.



Lecturas:

*Profeta Ezequiel 17,22-24

*Salmo 91

*Carta de san Pablo a los Corintios 5,6-10

*Marcos 4,26-34

viernes, 10 de julio de 2015

Homilía: “Lo que deseamos es compartir la vida y el estar con el otro” - Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo


En la película Atrápame Si Puedes, Frank Abagnale Jr., que es Leonardo DiCaprio el actor, vive una infancia feliz con sus papás hasta el momento en el que estos se van a separar. En ese momento él llega a la casa y le dicen que tiene que decidir con quién quiere vivir y que se quede tranquilo que todos lo van a entender. Sin embargo, para él que tiene 15 años es algo muy difícil, muy fuerte y sale corriendo y se escapa. Se va, empieza a vivir como puede pero se da cuenta que no le da la economía para vivir y descubre que es muy fácil falsificar cheques, falsificar cosas y empieza a vivir distintas cosas; es piloto, médico, abogado. Se da cuenta que es muy fácil derrotar el sistema, podríamos decir de alguna manera, pero al comenzar esta vida delictiva él empieza a ser perseguido y tiene que ir como mutando. Lo empieza a seguir sobre todo Carl Hanratty que es un detective, está basada en un hecho real. Una noche, después de que él se viene escapando, el 24 de diciembre, la noche buena, Frank llama a Carl al FBI y él le contesta. Es la noche, se ponen a hablar, le pregunta por su familia, le pide perdón por la última vez que se escapó y él no lo pudo agarrar. A Carl, imagínense, mucha gracia no le causa estar hablando con él. Le dice que se entregue, que esto va a terminar mal. Siguen hablando, siguen charlando hasta que se da cuenta y le dice: “¿por qué me estas llamando un 24 a la noche? tendrías que estar celebrando, pero lo que pasa es que estas solo. Tendrás mucha plata pero no tenés con quien vivir, con quien estar” y Frank se enoja y cuelga el teléfono. Se da cuenta que le muestra su realidad, estar en el mejor hotel, lo que fuera, pero que no lo puede compartir con nadie, que se ha quedado solo.

Tal vez este es el miedo más grande que muchos tenemos: estar solos, no tener con quien compartir y vivir la vida. Por eso todos buscamos vivir en comunión, poder hacer vínculos, encontrarnos con los demás. Sin embargo, también sabemos que no es fácil esto, que tal vez es uno de los deseos más profundos que tenemos pero que nos cuesta. Esto se nota desde chiquitos, jugar juntos, a los primos, a los hermanos, no siempre les es fácil, se viven peleando, casi que podemos contar las veces en el día que se pelean. Decirle a mi hermano que juegue conmigo, que comparta, pero a veces cuesta, no es tan simple. O también en el colegio, los chicos se pelean con los amigos y uno se da cuenta que el enojo más profundo en realidad es por no poder compartir, por no poder estar con el otro. Por eso uno lo tranquiliza, no le dice “no te juntes más”, le dice “bueno, ya va a pasar, tienen que juntarse, ustedes son amigos” o cuando uno siente que los otros no le hacen grupo o no lo dejan participar y a uno le duele en el corazón, ¿Por qué? Porque queremos, deseamos y necesitamos estar con otros. 

Pero esto no solamente se da en la niñez, se sigue dando a lo largo de la vida, por eso, cuando uno es adolescente, empiezan todos los pactos de sangre, no sé cómo los llaman, el “somos amigas/os para siempre” “somos hermanos de sangre” o tal cosa, que “siempre vamos a estar juntos”, “nada nos va a separar” o no sé qué frases, estoy un poco desactualizado en eso, tendría que haber preguntado. Pero, ¿por qué todo esto? Porque queremos que esto que sentimos en el corazón con mucha pasión lo podamos vivir día a día. Por eso esto, en general, empieza a entrar en crisis al final de la secundaria, en la facultad, cuando uno empieza a elegir y tener un montón de cosas, empiezan los reclamos: “nunca te juntas con nosotros” “siempre salís con los otros o con tus amigas, no me das bola” y un montón de reclamos que le hacemos al otro, ¿Por qué? Porque queremos estar, porque queremos compartir. Y así podríamos seguir yendo para adelante, también con los que somos más adultos, más grandes, lo que queremos es estar con los demás, compartir. Por eso también a los papas les cuesta un poco cuando los hijos no están tanto en la casa, que la usan de hotel, que nunca están, lo que deseamos es compartir la vida y el estar. Es uno de los deseos más profundos por más que tengan su dificultad como todos los deseos que queremos vivir. Cuando ese deseo se hace muy profundo, uno quiere sellar, uno quiere hacer alianza, por eso el vínculo más grande que se vive y que muchos acá han vivido es casarse, es ese deseo de querer compartir toda la vida con alguien. Eso que uno descubre en el corazón y lo quiere prolongar a lo largo del tiempo, o en el caso mío, ser sacerdote, hacer una alianza con Dios, desde lo religioso, desde lo sagrado, ese es el deseo profundo que hay en el corazón. Ahora, uno no hace alianza con cualquiera, uno hace alianza después de una historia vivida y de un tiempo recorrido. 

Eso es lo que escuchábamos en el libro de Éxodo que le dice a su pueblo Moisés: “ustedes van a vivir esto” y el pueblo dice “si, queremos poner en práctica todos los preceptos y normas que hemos escuchado, que Dios nos propone”, pero ¿Por qué lo hacen? Porque tienen una historia vivida con Dios. Dios no le propone esa alianza al pueblo al principio, lo hace con algunas personas en particular. Pero cuando el pueblo ya conoció a Dios, Dios los liberó, los sacó de la esclavitud, los llevó a una tierra prometida, o los está llevando. Ahora el pueblo que ya conoce a Dios dice “ahora sí quiero hacer alianza, ahora esta historia me llama a dar un salto”. Porque la alianza implica confianza, depositar confianza en el otro, tengo que creer, pero esa confianza se da cuando yo siento cierta seguridad, ya te conozco, sé quién sos y tengo esa conciencia o seguridad en el corazón de lo que estoy viviendo. Sin embargo, esto no termina ahí, tengo que continuar y los dos sabemos que al pueblo de Israel no le va a ser fácil esa alianza. Es muy fácil decir en palabras “voy a vivir todo lo que me estás pidiendo en el vínculo con Dios pero, sin embargo, muchas veces no supera el test de la experiencia, empieza la experiencia y nos cuesta. Cuántas veces nosotros tenemos el deseo de “quiero cambiar esto, quiero vivir esto” y a veces duramos 24hs con suerte, algunos serán un poco mejores que yo y duraran un poco más, porque nos cuesta. Pero no solo esto. Los deseos, querer estar unidos, querer vivir ese vínculo, no querer pelear, querer estar mejor en casa, tener mejor cara a veces nos cuesta un montón. Tenemos el deseo en el corazón, pero cuesta y es todo un camino y para eso tenemos que luchar. Lo primero lindo que podríamos decir es que queremos luchas por aquello que nos gusta, por aquello que queremos. A veces perdemos tanta energía en cosas tan triviales, en cosas que no valen la pena, por lo cual nos cansamos, nos peleamos, nos desgastamos y no ponemos la energía en las verdaderas cosas, en aquellas cosas que llenan el corazón. 

La única forma de poder crecer, de poder madurar en un vínculo es estando, por eso el reclamo siempre viene por ahí, “no estuviste, no estabas conmigo”. De alguna manera podríamos decir que la fiesta que estamos celebrando hoy va a esto, este es el núcleo. Escuchamos en el evangelio como Jesús celebra la cena con sus discípulos y en la última cena Jesús hace la primera misa, como nosotros sabemos, consagrando el pan y el vino. A mí siempre me quedó una pregunta en la cabeza que es ¿Por qué lo hizo al final? Yo estoy seguro que los discípulos no entendieron nada de lo que hizo Jesús, es más, la primera misa va a tardar bastante tiempo en celebrarse. No sabemos exactamente pero sabemos que tardó, ¿Por qué? Y porque no comprenden del todo, Jesús les está diciendo “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” y, haciendo un poquito de ciencia ficción siempre me preguntaba por qué no lo hizo un poco antes para poder explicarles “bueno, lo que quise hacer es esto, lo que busqué hacer es tal cosa”. Y creo que es porque esa fiesta, esa celebración es como una bisagra en la vida de Jesús, lleva al punto culmine todo lo que vivió con los discípulos y abre a una nueva realidad. Es decir, él va a celebrar la eucaristía con sus discípulos cuando ya tenga una historia de amor vivida, cuando ya, después de años, haya caminado con ellos. No empieza por ahí, empieza haciéndose conocido, empieza invitándolos a seguir, empieza mostrándoles quién es. Recién al final de su vida, en un signo, les muestra lo que quiere hacer, demuestra quién es y lo que espera de ellos y por eso celebra ahí la eucaristía. Y no solo muestra en ese desenlace lo que fue toda su vida con sus discípulos, sino que abre a una historia nueva que es la historia de la Iglesia y ese modo de presencia que los discípulos van a tener que aprender que Jesús tiene con ellos. Ese modo de presencia que nosotros celebramos hoy, vamos a hacer lo mismo: “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”, vamos a descubrir a Jesús presente en medio nuestro y eso es lo que les quiso enseñar, que él estaba para ellos, que no siempre respondía lo que ellos esperaban pero que SIEMPRE estaba. Por eso los discípulos tuvieron que aprender con Jesús a lo largo del camino y le hacían preguntas y no respondía lo que esperaban y por eso nosotros, alimentándonos de la eucaristía, tenemos que seguir aprendiendo. 

En cuantas ocasiones no lo entendemos a Dios, le preguntamos por qué esto es así, porque tal cosa, tal otra, pero él sigue estando, él sigue acompañándonos, él sigue alimentándonos, y eso creo que es el regalo más grande que nos enseña para la vida. Lo central no es lo que hago, sino que estoy. El problema es que esto nos cuesta mucho porque, en general, nosotros tenemos como inconscientemente metido en nuestra cabeza que si somos cristianos nos va a ir mejor, o que vamos a tener más éxito y, la verdad, es que no sabemos qué es lo que va a pasar. Tendremos alegrías y gozos, como toda persona, y tendremos momentos duros o momentos difíciles. Dios no nos garantiza que las cosas nos van a salir todas bien, que las cosas van a salir siempre como queremos, la certeza que nos da es que va a estar con nosotros y que se va a alegrar con nosotros cuando vivamos el gozo. Nos garantiza que nos va a dar la mano y nos va a levantar cuando vengan momentos duros, cuando vengan momentos difíciles, cuando las cosas no las entendamos, cuando nos preguntemos un montón de cosas. 

Esto que a veces pensamos que alcanza es lo mismo que nos cuesta en la vida diaria. Lo que más nos cuesta es estar, porque siempre queremos hacer cosas. Por ejemplo, pensemos en una experiencia límite, cuando muere alguien: ¿qué es lo que nos cuesta? Estar con el otro, ir, acompañarlo y ¿Qué es lo que tengo que decir? ¿Qué es lo que tengo que hacer? Es bastante complicado, puedo hacer una lista de pavadas que se dicen en los responsos más o menos, no la voy a hacer para que no nos hundamos todos pero ¿Por qué? Porque nos cuesta estar, ¿Qué tengo que hacer en ese momento? Nada, estar con el otro, estar a su lado, un abrazo, acompañar, pero eso cuesta, es difícil porque uno lo que busca es que hacer para solucionarle la vida que en el fondo va en consonancia con todo lo que pasa en la vida de todos nosotros. Los que son papas, ¿le pueden solucionar la vida a los hijos? ¿Cuántas veces uno se desespera porque no puede hacer lo que quiere con el otro? Se enferma y tengo que acompañarlo, tengo que estar o se golpea la cabeza contra la pared, o se equivoca en esto o tiene que aprender esto. Somos más controladores hoy, queremos controlar todo pero el otro tiene que crecer y lo que tengo que hacer yo es acompañarlo, educar es acompañar al otro pero el camino lo recorre el otro. No es que tengo que hacer cosas sino que tengo que estar en tu vida y eso en todo momento, no solo en la niñez, sino en los distintos momentos de la vida. Lo más lindo, en general, es lo que más se nos reclama: “no estuviste” “pero hice esto y esto por vos” y el otro te va a decir “y a mí ¿qué me importa? yo te quería a vos en mi vida, yo quería que vos estés, eso es lo más lindo para mí”. Esto es lo que nos dice Jesús, “yo estoy con vos”, esa es la eucaristía, “te acompaño, estoy presente, te alimento, entiendo tu corazón, comprendo lo que te está pasando y lo voy a hacer todos los días, cuando vos quieras acercarte, me vas a encontrar”.

Creo que esa es la enseñanza que nos da esta fiesta, descubrir esa presencia. A veces nos pasa desapercibida. Yo tengo la experiencia de muchas veces en mi vida de haber mirado y descubrir personas que han estado a mi lado y que no me di cuenta en ese momento y que después agradecí, no solo todo lo que hicieron, sino lo que me acompañaron, estuvieron. Creo que una de esas presencias es siempre la de Jesús. Celebremos hoy con alegría esta presencia de Dios que se va a volver a hacer presente, que nos va a alimentar para que podamos sentir su presencia y sintiendo esa presencia de Jesús en el corazón animémonos también nosotros a acompañar la vida de los otros, a estar para los demás.

Lecturas:
*Éxodo 24,3-8
*Salmo 115
*Hebreos 9,11-15
*Marcos 14,12-16.22-26

miércoles, 8 de julio de 2015

Homilía: “Puedo hacer experiencia en vida de ese Dios si me abro a él, si entro en esta dinámica” – Santísima Trinidad


Hay una canción de Fito Páez que se llama Dar es Dar y la letra de la canción empieza algo así: “Dar es dar y no fijarme en ella y su manera de actuar, dar es dar y no decirle a nadie si quedarse o escapar. Cuando el mundo te pregunta del por qué, por qué, por qué, por qué, por qué das vueltas la rueda. Por qué no te detenés, yo te digo que dar es dar”. Creo que, en pocas palabras, refresca un poquito el sentido de lo que es DAR. Cuando yo doy algo en mi vida, cuando yo me doy al otro, ¿me estoy fijando en el otro? ¿Qué hace? ¿Qué no hace? Empiezo a medir, como a veces hacemos, hasta dónde me doy, hasta dónde no; depende qué respuesta tenga, voy calculando hasta dónde. Lo mismo cuando descubro algo, si le tengo que decir al otro, se lo tengo que preguntar o tengo que responderle un por qué. Creo que todos tenemos experiencia de habernos preguntado “¿Por qué esta persona me ayuda así? ¿Por qué esta persona me hace este regalo, se me da así?”. Es más, cuando uno tiene una experiencia de un amor muy desproporcionado, parece como que me agobia, es como si se nos viniese un tsunami encima. 

Todos queremos un amor entregado, alguien que nos ame y se nos entregue totalmente, sin embargo, a veces , se nos viene como una avalancha, nos cuesta una entrega muy desinteresada, también porque me involucra a mí. Por ejemplo, si el otro me da a mí un regalo muy bueno uno dice “Uy, la próxima le voy a tener que dar algo bueno”, en esa cosa muy simple, porque nos cuesta vivir lo gratuito. Nos cuesta hasta cuando el otro me ayudó, se me entregó, porque entramos como en una dinámica: Si el otro me dio, yo quiero dar. Esta es la experiencia profunda que vivimos en nuestra fe, esta es la experiencia de Dios. 

Hoy vivimos y celebramos el misterio de la Santísima Trinidad, misterios si los hay dentro de nuestra fe: la explicación cuasi-imposible de que hay un Dios y tres personas pero que nos revela un Dios que en su interior es familia y ¿Por qué lo conocemos así? Porque se dio, porque se entregó, porque se dio a conocer; sino no sabríamos cómo es Dios o no conoceríamos este Dios en el que creemos. Eso es porque Dios no decidió quedarse blindado, allá en la eternidad diciendo “estamos cómodos acá, nos quedamos acá”, sino que decidió venir.

Cuenta una historia que, en un momento, el Padre dice “para que nos conozcan, alguno tiene que ir a la tierra y me parece que yo estoy un poco viejo así que decidan entre ustedes” y el Espíritu Santo lo miró a al hijo y le dijo “te toca primero” y ahí vino Jesús, pero después tuvo que venir el Espíritu. Más allá de esta historia tan simple, nos muestra ese Dios que quiere venir ¿para qué? Para que lo conozcamos ¿Cómo conozco yo a alguien? Lo conozco si se me muestra, si se me abre y sino, puedo pensar algo o prejuzgar como muchas veces nos pasa. Tal vez conozco alguna cosita del otro porque vi algo o lo vi pasar o me dijeron algo, pero llego a conocerlo verdaderamente solo si el otro se me quiere revelar, si el otro se me quiere mostrar, si el otro sale de sí mismo y sale a mi encuentro y lo mismo yo. Si quiero que los demás me conozcan tengo que darme a conocer (***), tengo que abrirme, tengo que salirme de mí. Y esto que se dice tan fácil, todos tenemos la experiencia de lo difícil que es mostrarnos porque a veces tenemos miedo de lo que el otro va a decir, o de lo que el otro va a pensar o nos da vergüenza lo que puede pasar. Son esta vergüenza y este miedo que no tuvo Dios en Jesús primero, y en el Espíritu después, en venir a nosotros y revelarnos quién es Dios y qué quiere de nosotros. Más allá de poder explicarlo, como dice la canción “por qué, por qué, por qué”, no sé por qué Dios es tres en uno y no lo puedo explicar pero lo puedo conocer y lo puedo recibir y lo puedo acoger en mi corazón y puedo hacer experiencia en vida de ese Dios si me abro a él, si entro en esta dinámica (***). Eso es lo que va buscando Jesús. Jesús cuando viene a nosotros, se empieza a revelar, empieza a mostrar quién es, empieza a enseñar quién es el Padre, hacia quién caminamos y nos invita a vivirlo de corazón. 

Esa experiencia es la más profunda, la de descubrir un Dios que es padre y de hacer este camino de amor al que Jesús nos invitó y que Jesús nos mostró. La vida de Jesús se resume en eso, “¿cómo me puedo dar un poquito más?”. La celebración que vivimos hace poco, que es el centro, que es la Pascua, es la plenitud de ese darse. Creo que si hoy uno le preguntara a ese Jesús si se volvería a entregar diría que sí, porque eso es lo que lo hace feliz, porque eso es lo que desea su corazón. No es que no le cueste, le cuesta pero, sin embargo, el darse es para lo que vino y la Pascua es como una continuidad, “yo ya vine a ustedes, yo ya me di, yo ya salí de mi comodidad para involucrarme hasta el fin”. Es un Dios que continuamente nos va buscando, que continuamente busca mil caminos, que continuamente busca abrirnos el corazón, la cabeza, para que podamos entender un poco mejor, para que podamos amar un poquito más entregadamente y continuamente va haciendo esto y para eso nos invita a que nos animemos a entrar en esta dinámica.

Creo que la experiencia más profunda siempre es la experiencia más difícil de vivir, aprender a amar, aprender a entregarse, aprender a descubrir al otro, a conocerlo. Es todo un camino y muchas veces un camino que implica voluntad del corazón, implica tener que hacer un esfuerzo y por eso muchas veces nos cuesta. Sin embargo, Jesús sigue viniendo a nosotros. Es lo que vamos a celebrar hoy, que viene a nosotros, se hace presente en la eucaristía, lo escuchamos, el Espíritu enviado por el padre va a hacer que estas ofrendas se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesús, continuamente vive esta dinámica y nos invita a nosotros a lo mismo. Creo que si miramos para atrás retrospectivamente en nuestra vida y miramos cuales son los momentos más profundos que hemos tenido, son los momentos en los que nos hemos podido entregar, son los momentos en los que verdaderamente pudimos ser nosotros, casi que como que nos pudimos desnudar, pudimos mostrarnos como somos. Eso que es un momento de plenitud, de gracia, de don, de poder ser uno mismo, que es a lo que continuamente nos invita: “animate, arriesgate” y uno podría decir “me puedo lastimar”, pero si no me abro al otro, si no me muestro, seguramente no pueda vivir esa alegría. Jesús mismo se lastimó por arriesgarse, por darse, dio la vida, hasta eso llegó. Seguramente dijo: “Esto fue lo que más feliz me hizo, darme por ustedes”. Todos, desde lo más chicos hasta los más grandes, tuvimos la experiencia de darnos y ver que eso sea cansador, doloroso. Pero después, cuando uno mira para atrás, uno dice “que bueno que me animé a hacerlo, que bueno que di este paso, que lindo”. Lo que pasa es que en el momento uno dice “bueno, ¿me animaré? ¿Podré? ¿Valdrá la pena? ¿Lo hago?” pero, en general, en todo momento de entrega cuando uno mira para atrás ve los frutos, cuando uno mira para atrás ve el gozo y la alegría de aquello que vivió.

Por eso creo que si podemos pedirle a Jesús que nos regale algún don de esta Santísima Trinidad es ese continuo entregarse, darse, y eso es fruto del alma. Hay un Dios que se ama en sí mismo, en esas personas, hay otro que nos dio su amor y que lo vemos totalmente revelado en Jesús y otro que nos invita a vivir esa cadena, a vivir esa dinámica: “Ahora amen ustedes, ahora ustedes vayan y vivan esto”. Cuando logramos vivir esto, eso da frutos. Formar una familia, tener una propia familia es una experiencia de querer dar, a la mujer o al esposo, a los hijos, crear una nueva familia, es una entrega. A eso mismo nos invita Jesús, a vivir en nuestras comunidades. Si yo me doy al otro, a mí esa experiencia hace que quede bien en comunidad, en familia. La experiencia más simple es cuando misionamos: uno va a misionar y viene un montón de gente, ¿Por qué? Porque uno se dio, fue a la casa, lo visitó, hizo tal cosa… a eso mismo se nos invita a vivir como comunidad, que nos animemos a darnos un poquito más, a dar un paso, a formar una comunidad que sea familia. En la familia uno tiene que aprender eso, recíprocamente irse dando el uno al otro. Creo que esa es la comunidad que quiso formar Jesús y esa es la comunidad a la que nos invita también, con ayuda del Espíritu, a formar nosotros. 

Abramos entonces en esta noche nuestro corazón a este Jesús que se nos da y pidámosle también, cada uno de nosotros, poder hacer experiencia de esto y animarnos a vivir en esta dinámica que es la de entregarnos, darnos los unos a los otros.

Lecturas: 
* Dt 4,32-34.39-40
* Salmo 32
* Rm 8,14-17
* Mt 28,16-20