viernes, 25 de septiembre de 2015

Homilía: “Hacerse niño es descubrir con humildad que necesito de los otros” – XXV domingo durante el año


La película La Teoría del Todo nos cuenta la historia de Stephen y Jane Hawking, basada en algunas historias que ella contó. Hay un momento en el que, estando en la facultad después de que ellos dos se conocieron, a Stephen le avisan de la enfermedad que él tiene y que le queda muy poco tiempo de vida. Entonces, como que se va hacia adentro, se encierra en la casa de sus padres. Cuando se acerca Jane, su novia a la que el ya no quería ver, él le pide que se vaya, que no la quiere ver. Ella le dice que no puede y él le contesta “me quedan solamente dos años de vida, tengo que trabajar” pero ella le afirma que lo ama y quiere estar con él. Él, bien de científico, le dice: “Esa es una conclusión falsa”, pero ella le dice “no puedo estar sin vos, te amo y vos también me amas, quiero que estemos juntos, el tiempo que nos quede, pero quiero compartirlo; así que, si vos no sentís lo mismo que yo, mírame a los ojos y decime que no querés estar más conmigo”. Supongo que conocerán un poco la historia así que sabrán como sigue.

Después hay otra imagen inmediatamente donde ella está con el padre de Stephen, donde el papá la llama para charlar y le dice que no sabe lo que le espera, el paso que está dando, que es muy difícil, que debería tomar otro camino. “Además, en esta lucha que vas a tener, la ciencia está en tu contra y todos vamos a sufrir en este camino” y ella le dice “no sé porque todos me creen débil, yo soy más fuerte de lo que ustedes esperan, yo lo amo, el me ama y vamos a pelear por esto”.

¿Qué es lo que ocurre? Frente a esta circunstancia de la vida en la que Stephen agarra esta enfermedad tan grave, después vivió muchos años más y vive todavía; hay una encrucijada: ¿Qué hago frente a esto? Tenían un deseo, querían hacer un camino, y llega un momento donde hay una encrucijada y tienen que tomar una decisión. Si deciden seguir luchando y peleando ambos por lo que querían, por lo que deseaban, o deciden tomar otro camino, esquivarlo, evadirlo. Los mismos sentimientos que todos los que estamos acá tenemos, desde los más chicos hasta los más grandes. Hay momentos que son cruces de camino en la vida, donde venimos recorriendo algo que hemos elegido y tenemos que decir “¿Qué hago ahora?” A veces porque las cosas se complicaron, a veces porque sucede algo más o menos grave, a veces porque no entiendo lo que me está pasando y son los momentos cuando tengo que descubrir en mi corazón qué quiero hacer. Si quiero seguir apostando por eso, si quiero seguir luchando, si quiero esquivarlo, dar un paso al costado.

Esto sucede en muchas circunstancias de la vida, sucede también en nuestro camino de fe. Para decirlo más claro, tenemos el evangelio que hemos escuchado hoy donde Jesús vuelve a anunciarles lo que le espera que es su pasión, su cruz, su muerte. Ustedes recordaran que hace poco escuchamos la primera vez que Jesús lo dice, que va a tener que morir, dar la vida y Pedro le dice que no, como recordaran, y se come un reto enorme de Jesús diciendo “ve detrás de mí”. Ahora Jesús lo vuelve a anunciar y los discípulos, que aprendieron que hay cosas en las que no tienen que meterse, no comprendían nada, no entendían nada lo que estaba pasando pero dijeron “mejor no nos metamos con este tema, dejemos que la cosa continúe”. ¿Qué es lo que pasa? Esta por ocurrir algo que los discípulos no son capaces de entender todavía ni de comprender. Esa sensación que tenemos nosotros a veces en la vida y en la fe, a veces no lo entendemos a Dios, a veces no lo comprendemos: ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué ocurren estas cosas?”, ¿Por qué no encuentro los caminos? ¿Dónde estás presente? Y a veces nos pasa lo mismo en la vida, no le encuentro sentido, no sé lo que quiero, ¿Por qué está sucediendo esto? ¿Por qué todo me sucede a mí? Un montón de sentimientos que tenemos donde no comprendemos y no entendemos.

Podemos poner la mirada desde dos lugares porque ambos nos pueden servir, la primera desde Jesús: fíjense, Jesús se da cuenta de lo que les pasa a los discípulos pero no les dice nada en ese momento. Deja que pase el tiempo, cuando se iban a un lugar más íntimo, a una casa, ahí les pregunta: “¿De qué hablaban? Cuéntenme”. Por más de que están en polos opuestos, Jesús está hablando de dar la vida y los otros están peleándose sobre quién es el más importante, están en una sintonía un poco distinta, Jesús les tiene paciencia. No los reta, no los apura, no es el momento, descubre. Obvio que los quiere guiar, les quiere mostrar el camino, pero les tiene paciencia sabiendo que hoy no son capaces de vivir esto, ni de entenderlo ni de comprenderlo ni de responderlo.

Esa misma actitud la podemos tener nosotros con los demás, porque muchas veces nos volvemos locos, los papas con los hijos, unos con los amigos, uno con los mismos padres, porque no los entendemos, no los comprendemos, porque no hacen las cosas como uno esperaría que las hagan. En la fe, porque no creen, porque hoy no siguen a Jesús, porque no rezan, no van a misa. La primera actitud no es qué es lo que tengo que hacer, es tener paciencia, tener esa paciencia que tiene Jesús. Esto, en este momento, no lo pueden resolver o vivir, hay que tener la paciencia del que sabe esperar y la confianza del que sabe que va a dar fruto pero no en este momento. Esa es la invitación de Jesús para nosotros, porque si no, nos angustiamos, nos empezamos a pelear con los demás porque pensamos diferente, vemos las cosas de una manera distinta. Hay que tener esa paciencia del que sabe esperar, del que acompaña, del que está al lado, del que dice una palabra para mostrar el camino pero espera el tiempo que el otro necesita.

En segundo lugar, esa sensación de los discípulos que dice: “no comprendían lo que pasaba”. Creo que es un aliciente de alguna forma para nosotros que muchas veces no comprendemos lo que pasa. No entendemos y nos peleamos, nos rompemos la cabeza porque queremos entender y no podemos. Creo que lo primero que podemos rescatar es que se quedaron ahí, no se fueron corriendo, no evadieron el problema, se quedaron con Jesús a pesar de que no entendían. Estuvieron ahí, pensando “yo lo dejé todo, llegué hasta acá, ya no entiendo cómo sigue esto pero voy a permanecer. Hasta que no descubra qué es lo que pasa, me voy a quedar en este sitio”. Van a tener la paciencia del proceso que va a tener que llevar en su corazón. Para esto, Jesús les da dos claves:

Primero, les dice cuál es el camino del cristiano, que es hacerse último poniéndose al servicio de todos. Digo esto junto porque hacerse ultimo no es no querer hacer lo que a uno le toca o no valorar lo que uno hace ni valorar a los demás ni ser agradecido ni esquivar ciertas responsabilidades que a uno le pueden tocar. Sino, desde donde yo estoy y lo que tengo que hacer, ponerme al servicio de los demás. Para poner el mejor ejemplo, este Jesús que es el más importante en la fe, no esquiva lo que tiene que hacer en la fe. Sin embargo, uno descubre que se pone al servicio de los demás, es paciente, es atento, es generoso, escucha. Nosotros, desde el lugar que nos toque, desde un trabajo, un colegio, el rol que tengamos; no es esquivar ese rol sino evangelizar ese rol. Pensar cómo lo puedo vivir desde el servicio, cómo ser un buen padre, un buen jefe, un buen compañero, un buen coordinador, un buen amigo, pedirle a Jesús que vaya purificando mi corazón, que me vaya regalando esos sentimientos que el tiene y que me ponga al servicio de los demás. Que yo descubra que el ser cristiano implica, no ser el más grande sino ocupar el sitio que tengo que ocupar ayudando a los otros.

En segundo lugar, dice que pone un niño y le dice que hay que recibirlo a ese niño como si se lo recibiera a él. Esto podemos leerlo desde los dos lugares, esa necesidad de ponerse al servicio pero también uno hacerse niño. Hacerse niño es descubrir con humildad que necesito de los otros, que no puedo solo. ¿Por qué dice esto? Porque cuando en general nos hacemos los más grandes, soberbios, orgullosos, perfectos, que todo lo podemos y ahí, como que no necesito del otro, me autoabastezco. Es el problema claro de los fariseos, ¿Cuál? ¿Que no esperan el Mesías? Si lo esperan ¿Que no son religiosos? Son re religiosos ¿Que no viven su fe? La viven. El problema de ellos es que no lo necesitan a Jesús, se bastan a sí mismos, pueden hacer su propia religión más o menos, adorándose, para exagerar un poquito.

La actitud del cristiano es la que con humildad descubre que necesita a Jesús y necesita a los demás y por eso, cuando uno vive estas dos cosas, se pone al servicio y se deja servir por los demás. Cuando uno vive esto aprende a vivir en comunidad. Cuando nos alejamos de esto empezamos a vivir solos, empezamos a querer hacer la nuestra, tanto en la vida como en la fe, nos olvidamos, el otro me incomoda de alguna manera. La actitud de Jesús es la del que tiene que vivir esto. Se va a poner en juego muchas veces en las situaciones más difíciles, cuando estamos en esa encrucijada donde pensamos ¿y ahora qué hago? No entiendo al otro, no me entiendo a mí, me siento desbordado, hasta acá llegué. Llegué a esta situación límite y ahora ¿Qué hago? Es lo que pasa en esta primera lectura donde dice “bueno, este es justo, probémoslo, a ver ¿hasta dónde lo probamos? A ver si se mantiene ahí”. Casi como si se estuviera jugando con él. A veces vamos a tener esa sensación de que hasta acá llegamos pero hay que intentarlo. Intentá que crezca tu paciencia, intentá que crezca tu servicio, intentá permanecer, ser generoso. Ahí es donde nuestro corazón, en esa situación, va a crecer. Va a ser un parto, sí claramente, la vamos a tener que pelear pero ahí es donde damos pasos. En lo otro vamos caminando cómodos, ahí es cuando uno hace un salto, pero los saltos llevan tiempo, implican lucharlo, implican animarse, implican confiar en Dios. Esa es la invitación, Jesús está con ellos y los acompaña y lo mismo nos promete a nosotros.

Tal vez nosotros descubramos hoy cosas que nos están costando, cosas en las que dudamos, cosas que no entendemos, que no comprendemos. Tal vez tengamos dudas, nos cueste ponernos en algunas cosas al servicio de los demás o a ciertas personas. Pongamos eso en oración, pongámoslo en manos de Jesús. Así como los discípulos le abrieron el corazón, le dijeron “mirá, estamos discutiendo sobre quién era el más grande”, hagamos lo mismo nosotros, digamos “Jesús, me está pasando esto, ayúdame”.Pongamos con confianza nuestras vidas en las manos de Dios sabiendo que nos va a guiar y que son las mejores manos.


Lecturas:
*Sabiduría 2,12.17-20
*Salmo 53
*Carta del apóstol Santiago 3,16–4,3
*Marcos 9,30-37

viernes, 18 de septiembre de 2015

Homilía: “Es mucho más fácil decir que tengo fe o predicar la fe que vivirla” – XXIV domingo durante el año


Hoy, en el evangelio, Jesús le pregunta a los demás “ustedes que vienen caminando conmigo, que vienen caminando en la fe, ¿Quién dicen que soy yo? ¿Qué es lo que han escuchado de mí?” Así que yo les voy a preguntar hoy a ustedes, ¿Quién dicen ustedes que es Jesús? Cuando pregunté en misa me respondieron distintas cosas:

  1. “Es el hijo de Dios vivo”
  2. “Es el Mesías que profetizaron todo el Antiguo Testamento y que estamos esperando desde el libro del Génesis”
  3. “Nuestro salvador”
  4. “Jesús es el amor supremo”
  5. “Es el rostro visible de Dios”
  6. “Mi hermano, mi ejemplo”
  7. “El que nos muestra el amor de Dios”
  8. “Un amigo”
Podríamos seguir compartiendo y cada vez animarnos a decir un poquito más, a decir desde nuestro corazón, ¿Cuál es nuestra experiencia con Jesús? ¿Qué es lo que me han transmitido? ¿Qué es lo que Jesús significa para mí? Ese es el primer gran paso, poder vivir, celebrar y alegrarnos por este Jesús que se nos ha dado. Aquella experiencia profunda de lo que significa ser hijo, de ese amor que en Jesús se nos da.

Eso es todo un proceso en el corazón, no alcanza solamente con lo que se nos transmitió y con lo primero que experimentamos. Fíjense lo que le ocurre a Pedro en el evangelio: Después de que contestan qué es lo que escuchan, él dice que es el Mesías y, verdaderamente, Jesús ES el Mesías. Ahora, ¿de qué Mesías estamos hablando y qué significa eso? Porque cuando Jesús dice “si, yo soy el Mesías que va a padecer, que va a morir en la cruz, que va a tener que dar la vida” Pedro dice “hasta acá llegamos” como diciendo “esta parte de ser Mesías ya no me gusta tanto”. Por eso, por cuidar un poco a Jesús lo reprende aparte, se lo lleva aparte y se come el reto más grande de todo el nuevo testamento por no entender lo que estaba diciendo.

¿Qué es lo que le pasa a Pedro? Más allá de que Jesús le dice “ve detrás de mí” que significa “seguí aprendiendo”. Lo que le pasa a Pedro es que, mientras Jesús hace milagros y es aclamado por la multitud, se va haciendo famoso, eso le encanta a Pedro. Cuando eso significa otras cosas que son más difíciles o que no entendemos o que no comprendemos, esa parte le cuesta mucho más. Pero no es solo una experiencia de fe esto, esto es en la vida. Como en el camino del amor, cuando uno se enamora, está copado con el otro pero después cuesta un poquito más, uno empieza a descubrir cosas que no le gustan tanto, cosas que no le cierran. A veces el otro me va a lastimar, yo lo voy a lastimar y ahí cuesta mucho más, pero la elección en el amor es mucho más profunda. Cuando yo aprendo a amar y a querer al otro con lo que me gusta y lo que no me gusta, con lo que me cierra y lo que no me cierra, con sus virtudes y todo lo que me da y con las lastimaduras que a veces me hace, el amor es mucho más entregado y mucho más profundo.

Con Jesús sucede lo mismo. Cuando yo en mi camino de fe puedo integrar toda la experiencia del amor de Dios, de lo que me alegra mi vida, el gozo que me da, de todo lo que me dio, con la experiencia de lo que a veces no entiendo, no comprendo, de que a veces sufro, soy rechazado, esa experiencia es mucho más profunda. Esa es la invitación de Jesús para cada uno de nosotros pero para eso tengo que dar un paso que es aprender a renunciar a veces a esa primera imagen que yo me hice de Dios. Por eso Jesús dice después a la multitud “el que quiera salvar su vida la perderá”, que renuncien a sí mismos, ¿Qué significa eso? Que muchas veces hay que renunciar a lo que pensaba antes o a como creía que eran las cosas para abrirme a algo nuevo***, para descubrir que no es solamente esto, como Pedro pensaba, sino algo mucho más profundo. Cuando Pedro lo acepte e integre es por lo que va a dar la vida, pero para eso tiene que renunciar a lo que pensaba, lo que decía, lo que creía, y esto es un paso muy grande para él y para cada uno de nosotros. En este paso, se incluye esto que Santiago le pide a su comunidad “muéstrame tu fe sin obras que yo con obras te mostrare la fe”. 

Ustedes han escuchado seguramente muchas veces “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, porque nos cuesta poner en acto nuestras palabras. Es mucho más fácil enseñarles a los demás que el tener que vivirlo, dar el ejemplo en cada una de las cosas diarias y de la vida. Esto es lo que está diciendo Santiago, es mucho más fácil decir que tengo fe o predicar la fe que vivirla, porque ese es un paso mucho más complejo pero mucho más grande. ¿Qué es mejor? ¿Decir “Jesús nos enseña a perdonar”, “Jesús me pide personar”, “hay que perdonar” o PERDONAR?. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de que hay momentos en la vida en que nos cuesta mucho perdonar. Pongo perdonar como ejemplo pero hay otras cosas que cuestan también como ser generoso, ese paso del dicho al hecho cuesta.

Pongamos un ejemplo más actual, todos nos hemos sentido dolidos, lastimados, a veces hasta indignados esta última semana con estas dos imágenes que vimos en los medios: Una, este chiquito que murió en la playa, inmigrante lamentablemente y otro, un chiquito en nuestro país, en chaco, desnutrido. Estamos todos indignados, que está muy bien, pero ese es el primer paso porque es muy fácil hablar de lejos. Es muy fácil ser bueno a la distancia, cuando las cosas pasan muy lejos de mí.

Ahora, ¿cómo soy yo con los que están cerca de mí? ¿Cómo me comporto? Ahí, ¿paso esa fe, eso que digo, en obras? ¿Soy de incluir? ¿Mirar a los otros con los ojos de Jesús? En mis barrios, en lo que sea que tengo cerca, ¿tengo esa mirada discriminatoria, que rechaza al otro, que no lo incluye, que se queja, que hasta habla mal del otro y lo prejuzga? ¿ayudo al que lo necesita al lado mío? ¿Me preocupo por el que está en mis barrios, por el que está cerca de mí, por el que toca mi puerta o no lo hago? Porque, en el fondo, es ese el salto, es mucho más fácil saberlo que vivirlo. Lo más difícil siempre es lo cotidiano, eso es lo difícil en la fe, eso es lo que le va a costar a Pedro. Lo extraordinario es mucho más fácil. Cuando las cosas fueron extraordinarias a Pedro le encantaron, pero el vivirlo en cada día y en cada momento es lo más complejo, pero es lo central, cómo vivo mi fe, dando testimonio en las cosas cotidianas, en las cosas de cada día, en las cosas sencillas. A veces nos es mucho más difícil encarnar eso, en nuestras familias, en nuestro trabajo, en el día a día. Esa es la invitación constante de Jesús, a que aquello que vamos aprendiendo lo podamos traducir en nuestra vida, en palabras de Santiago, a que nuestra fe se transforme en obras, en actos.

Para eso, podríamos usar las palabras de Isaías, cuando las cosas se le hacían difíciles dice “el señor viene en mi ayuda, él es el que me va a ayudar”. Cuando yo no puedo, cuando veo que hasta acá llega mi humanidad, que tira, que cuesta, que a veces te enoja; que el señor te ayude, que el señor la transforme, con esa confianza puesta en él, con esa confianza que ayuda a traducir esa fe que pongo en obras. También, muchas veces como ejemplo para los demás.

Miremos entonces en nuestro corazón en estos días quién es Jesús para nosotros, animémonos a responder esa pregunta, también a poder ponerla en práctica, en obras, en acciones frente a los demás.


Lecturas:
* Isaías 50,5-9a
*Salmo 114
*Carta del apóstol Santiago 2,14-18
*Marcos 8,27-35

lunes, 14 de septiembre de 2015

Homilía: “Efata ¿A qué me tengo que abrir yo?” – XXIII domingo durante el año


La película Red Social habla sobre la creación de Facebook. En un dialogo entre los creadores, Mark Zuckerberg, caminando y notando unos chicos que salían de un club medio exclusivo, le dice a Eduardo Saverin que quiere hacer algo sustancial, algo que llame la atención para poder ser parte de estos clubes. Eduardo le pregunta por qué y dice que, justamente, porque son exclusivos, porque son divertidos, porque te permiten acceder a un nivel diferente, estar con un grupo distinto. Después le dice: “Cuando yo sea parte de uno de ellos, te voy a dejar participar, vas a venir y vas a ver que yo tengo razón”.

Creo que todos o muchos en la vida tenemos ese deseo de pertenecer a algo más, miramos algo que es exclusivo, solo para algunos, y tenemos ese deseo de acceder, de crecer, de dar ese salto, de dar ese paso. El problema es que eso muchas veces viene unido a una gran tentación en el corazón que es cómo eso me hace acceder a un nivel diferente y me termina distanciando y separando de los demás. Que sea exclusivo ya nos dice algo, pero al mismo tiempo vemos esos pasos en los que el otro no es como yo, es diferente, distinto. La invitación de Jesús es siempre, continuamente, a romper con esto.

No existe o no debería existir en la Iglesia el exclusivismo. Justamente, lo que nos muestra él es que esto es parte de todos, por eso, Santiago hace esta fuerte crítica en la segunda lectura que escuchamos: Entra un rico y un pobre y al primero se le da el mejor lugar y al pobre casi que se le dice “quedate cuidando la puerta” o como gesto de desprecio “sentate a mis pies”, como si fuera un esclavo. Nos cuesta mucho romper con esto, nos cuesta mucho romper en la sociedad, a veces hasta en grupos más pequeños como en los colegios, los trabajos, a veces en la propia familia. Trabajar por la unidad siempre es un camino, cuesta mucho, es un camino largo y es por eso que la invitación es a esa integración, una integración que muchas veces nos cuesta porque tenemos que salir de nuestras propias concepciones o la manera de ver las cosas.

Esto sucede en todo nivel. Me acuerdo que hace unos años un amigo mío en una red social en la que podes poner alguna frase puso “en los barrios privados también hay buena gente”. Obviamente que la frase es fuerte pero lo hacía parafraseando una frase que todos conocerán, “en las villas/en los barrios también hay buena gente” como criticando muy fuertemente esa frase que muchas veces de muchos de nosotros puede salir. Eso termina generando violencia, termina separando, no nos sirve para poder integrarnos los unos a los otros y nos vamos separando de los demás. Muchas veces nos quedamos y terminamos absolutizando un montón de esas frases o creyéndonos la manera en que nos llama a ver las cosas los medios de comunicación. La invitación siempre del evangelio, podríamos decir casi que la invitación humana, debería ser a la integración, a cómo podemos preocuparnos los unos de los otros. Esto es lo que continuamente intenta hacer Jesús.

Hoy vemos en el evangelio como Jesús hace este milagro. Un milagro que llama la atención, en primer lugar, porque no son tanto los milagros en territorio pagano, Jesús se va de su tierra y hace este gesto, ese signo. Llama la atención porque Jesús muchas veces cura a la distancia, diciendo “volvé a tu casa, ya estas curado”, y acá pareciera que el milagro le cuesta un poquito.

Tal vez, lo que nos cuesta también es la comunicación. Lo que nos cuesta es escuchar con atención, poder estar atento al otro, hablar, comunicar lo que nos pasa, nuestra vida, nuestros sentimientos. Jesús tiene en cuenta eso pero con esa ternura dice esta palabra: “Efata”, una de las pocas palabras que nos queda en la biblia del arameo, ábrete. Jesús sabe que el camino de la apertura del oído, de la boca o, más profundo, del corazón, es difícil, es todo un proceso. Por eso lo hace con delicadeza, con ternura, nos va acompañando, va buscando que podamos recorrer este camino, ¿Por qué? Por lo que nos cuesta.

Vivimos en la era de las comunicaciones, en la que pareciera que estamos todos conectados. Sin embargo, las últimas cifras dicen que más del 50% de la población mundial no tiene internet, pero nos creemos que todos estamos conectados. El 45% nunca hizo una llamada por teléfono todavía, algo que nos parece tan cotidiano a nosotros. Pero hablemos de la parte que conocemos porque vivimos de este lado del mundo, olvidémonos un poquito de esa parte. ¿Esa comunicación nos hace llegar más al corazón de los demás? ¿Nos ayuda a abrirnos? ¿A escucharnos? ¿Nos ayuda a integrarnos? ¿A poder ver cuáles son verdaderamente las necesidades de los demás? ¿A estar más unidos en vez de separados como muchas veces parece? Donde nos quejamos, vemos lo que nos distancia, donde nos cuesta integrarnos. Porque esa es la invitación continúa de Jesús.

En estos días, frente a las cosas que estamos viendo en la televisión, sobre todo con el problema de la inmigración, leía en algunas redes sociales algunos que se quejaban diciendo “¿Cómo puede ser que los países que hacen bien las cosas tengan que ocuparse de los países que las hacen mal?”. Al final, comunicarnos no nos sirve para aprender nada, pareciera que nos terminamos alejando de los demás. Lo peor es que eran personas cristianas, nos tendríamos que preguntar: “¿me tengo que preocupar por mi hermano?” Es casi el primer texto del génesis, “¿soy acaso yo guardián de mi hermano?”, “si” dice Dios, no es necesario que venga Jesús para eso. Pero, sin embargo, nos sigue costando y por eso creo que es continua esta necesidad de pedirle a Jesús que nos abra. Pedirle que nos abra el corazón, que nos permita escuchar mejor, escuchar cómo se tiene que escuchar la buena noticia, poder escuchar y ponernos en ese lugar de Jesús. ¿Por qué? Porque si no, nos seguimos dividiendo, nos seguimos distanciando y, cuando pasa eso, todos lo sufrimos.

Como ejemplo concreto, cuando nuestra familia está peleada, esta distanciada, está dividida, nos cuesta a todos, nos duele en el corazón. Lo que queremos es lo distinto, entonces pensemos ¿Cuánto más hay que trabajar por ello? También pasa lo mismo en un colegio, en un trabajo, en nuestro país, pero el camino de la construcción es el otro,¿Cómo comunicarnos mejor? ¿Cómo preocuparnos los unos de los otros? ¿Cómo trabajar por esas cosas que nos cuestan? Pero a veces la tentación es cómo me separo más del otro, cómo me distancio más.

Como ustedes saben, yo hace unos años que coordino Pascua Joven y, después de la primera Pascua que me tocó acompañar, vino una persona a hablar conmigo por alguna pequeña cosa que había pasado en la Pascua. Me preguntó por qué no hacíamos dos Pascua Joven, una de clase media para arriba y otra de clase media para abajo. Pueden imaginarse mi respuesta más o menos pero yo digo “pobre persona”, a lo que lo ha llevado la vida. En vez de buscar caminos de construcción, vamos buscando caminos de separación y de división y eso claramente no es el evangelio. El evangelio nos invita a preocuparnos por el otro, pero no me voy a preocupar en la medida en que no aprenda a escuchar y para eso tengo que abrir el corazón, no hay otra forma, para eso tengo que recorrer todo un camino.

Tal vez hoy nosotros le podríamos decir a Jesús que diga esta misma palabra sobre nuestra comunidad, sobre nuestros grupos, sobre nuestra familia, sobre cada uno de nosotros: “Efata” ¿A qué me tengo que abrir yo? ¿Qué es lo que me distancia del otro? ¿Dónde encuentro esas frases que son violentas, que no construyen, que no ayudan? Pedirle, “abrime de mis inseguridades, abrime de mis miedos, abrime de mis egoísmo, abrime de esto que no construye. Abrime a poder encontrarme con el otro, romper esas barreras de la división y de la enemistad y aprender a comunicarnos, aprender a hablar de aquello que verdaderamente puede llenar el corazón. Aprender a hablar de nuestros sentimientos, de lo que nos pasa, aprender también a poder estar cerca del otro cuando lo necesita.

Cuando pasa eso, podemos tomar la imagen de Isaías en la primera lectura que es como un oasis en el desierto: Cuando dejamos que Dios se haga presente, eso nos sacia. Cuando verdaderamente nos encontramos y podemos vivir en común, uno es feliz, es alegre, por eso esta invitación de Jesús. Abramos entonces en estos días el corazón a Jesús, pidámosle poder escuchar con atención, poder vivir en nuestro corazón aquello que él nos invita y poder también anunciarlo.


Lecturas:
*Isaías 35,4-7a
*Salmo 145
*Carta del apóstol Santiago 2,1-5
*Marcos 7,31-37

viernes, 11 de septiembre de 2015

Homilía: “Jesús quiere personas que transformen su corazón” – XXII domingo durante el año


Hay una película que se llama Perdida que comienza con un matrimonio, Nick y Amy, que está cumpliendo 15 años de casado. Él vuelve una mañana del bar que tiene hacia su casa y la encuentra un poco desordenada, rara y ve que hay sangre. Busca a su mujer pero no la encuentra entonces llama a la policía para avisar su desaparición. El pueblo se conmueve porque, a parte, Amy era una escritora muy famosa y le llevan las condolencias a Nick. Empiezan a buscar, ver qué es lo que está pasando y, de a poquito, se empieza a desenmarañar que ese matrimonio, que externamente parecía tan feliz, tan bueno, tan lindo, se está derrumbando por dentro. Hay un momento en el que la investigadora le pregunta a él si sabía quiénes eran sus amigas, qué es lo que hace durante el día, su tipo de sangre y, en un momento, le termina preguntando “¿En verdad están casados?”. Y después, si quieren saber cómo sigue, mírenla.

¿Qué es lo que pasa acá? Hay un matrimonio que parece muy lindo por afuera pero que en el interior no viven como matrimonio. Hay un montón de cosas que, cuando se empieza a investigar, se van descubriendo, no cosas normales de todo matrimonio, sino un matrimonio que claramente se estaba derrumbando. Esto puede pasar en muchas cosas en nuestra vida a veces porque no queremos ser sinceros y las cosas no van bien. Podríamos decir que a veces hay cosas que pasan en un trabajo, con nuestras amistades, en un matrimonio que no queremos ser del todo francos al respecto o preferimos mantener una imagen, “no queda bien que yo diga esto”. A veces vivo como un dualismo en mi vida, una cosa es lo que se muestra, otra cosa es lo que vivo en el corazón y esta es también, en la fe, la gran queja de Jesús. La queja de Jesús es que los fariseos, los escribas que parecen tan lindos por afuera, que se le quejan porque sus discípulos no viven una tradición; se quedan con algo totalmente exterior y no transforman el corazón. Se le quejan a los demás de cosas exteriores sin transformar ellos el corazón. Jesús se queja porque dice “Yo miro el corazón de los hombre y lo que deseo es un cambio profundo en el corazón”.

Esta es una invitación tal vez muy actual. A veces, en el mundo actual, nos quedamos con que para nosotros bastaría con una ética correcta, con que se mantengan las formas, qué es lo que se tiene que decir y qué no, o mostrar. Muchas veces nos encontramos con un montón de personas o de matrimonios o de familias o comunidades eclesiales que parecen muy lindas por afuera, la gente lo ve y se alegra, pero por dentro no viven eso. Por dentro hay un montón de incoherencias, a veces hasta de hipocresías, como nos dice Jesús. Ese es el cambio profundo, el problema no es que lo exterior este bien o mal, el problema es que lo interior no esté bien. El interior es una muestra de lo que nos pasa en el corazón y eso es lo primero que tendríamos que intentar cambiar. Por eso Jesús se queja, el problema es lo que sale del corazón del hombre, “este pueblo, estos hombres, me honran con los labios, rezan muy lindo, parece muy lindo todo por afuera”. También podría decirlo de nosotros: Vamos a misa, cumplimos religiosamente, pareciera que cumplimos con nuestra familia y con la sociedad pero, por dentro, “son hipócritas”, dice. “Viven el adulterio, una doble vida, las embriagueces…”, lo que Jesús quiere es que nos animemos a cambiar lo que vivimos en el corazón. Sobre todo, la crítica acá es muy fuerte porque ellos se ponen como modelo, porque ellos les quieren enseñar a los demás y son ellos los que no viven esto en el corazón.

También esto nos puede pasar a nosotros que, a veces, nos cuesta vivir las cosas. El problema no es nuestro pecado, aunque obviamente tendríamos que luchar contra él e intentar cambiarlo, pero el problema es que hay estados a los que nos acostumbramos y a veces casi que nos empiezan a parecer normales. Nos empieza a parecer normal la infidelidad, la corrupción, el maltrato, nos empieza a parecer normal no tratar con amor a los demás y esto es lo que Jesús quiere que cambiemos. Jesús quiere personas que transformen su corazón, que luchen por lo que les cuesta, que no bajen los brazos y que no se acostumbren y se queden con una fachada.

Creo que muchas veces esto nos pasa también como Iglesia, a veces, como la Iglesia se preocupa por los pobres o debería preocuparse por los pobres, porque la Iglesia tiene que vivir una ética o debería vivir una ética, una moral y un montón de cosas, basta con la fachada. Jesús dice: “No basta con esto, lo que basta es una transformación”. Verdaderamente, ¿nos preocupamos por ser personas más buenas? ¿Ser personas más caritativas? Si no, nos quedamos en una religiosidad vacía o nos quedamos en una vida vacía y eso, en el fondo, en algún momento siempre termina mal, no puede tener un buen desenlace, ¿Por qué? Porque no tiene una raíz en el corazón. Esa es la invitación de Jesús para nosotros, esto es los que les dice “ustedes viven las leyes de los hombres”, las leyes de los hombres son triviales, cambian, lo central es el mandamiento de Dios.

Para poner un ejemplo, voy a ir a las leyes de la Iglesia, hay un montón que cambiar. A veces escuchamos que algunos se ponen muy duros con leyes de la Iglesia y podríamos ver un montón que, a lo largo del tiempo, fueron cambiando y que si hoy las vemos fueron casi aberrantes. Por ejemplo, hace un siglo y medio se condenaba la libertad de conciencia, la gente no podía tener libertad de conciencia y la Iglesia descubrió que es una ley de los hombres no de Dios. La Iglesia hizo la inquisición y lo puso como ley y va totalmente en contra del evangelio. Así, podríamos ver un montón de cosas, sin juzgar al que lo hizo en ese momento, eran leyes de los hombres. Jesús lo que quiere es el corazón de las personas, ¿estamos viviendo ese amor que Jesús nos enseñó? Esa caridad, esa entrega, esa paciencia, eso es lo que Jesús quiere que cambiemos, lo demás puede ser muy lindo o no, pero el día de mañana va a cambiar. Lo puedo llegar a justificar o no pero a veces hasta puede estar mal.

Creo que ir a lo central del evangelio es fácil de alguna manera pero también difícil. Es fácil entenderlo pero es difícil vivirlo. Como a veces se nos hace muy pesada esa instancia, terminamos descartando una parte y quedándonos solamente en lo formal, en nuestra vida y en la fe. Hoy Jesús nos invita a poner el corazón de nuevo en lo central y en lo que es de Dios. Pidámosle a aquel que vivió lo central en su vida entregándola y dándola por todos nosotros que también nosotros podamos, por medio de la oración y por gracia de Dios, ir a lo central del evangelio y poder vivirlo cada día de nuestras vidas.


Lecturas:
*Deuteronomio 4,1-2.6-8
*Salmo 14
*Carta del apóstol Santiago 1,17-18.21b-22.27
*Marcos 7,1-8.14-15.21-23

lunes, 7 de septiembre de 2015

Homilía: “Yo quiero gente que se la juegue, quiero gente que se involucre” – XXI domingo durante el año


En la última película de la saga Rápido y Furioso, la siete, Dominic Toretto y Brian O'Conner se reencuentran y tienen una misión. Parece una de esas imágenes espectaculares donde saltan con los autos de un avión en paracaídas y un montón de cosas, una larga persecución y precipicios, se salvan de milagro como muchas veces pasa en la películas, no creo que tanto en la vida real. En un momento, cuando están volando a Abu Dhabi en el avión, se ponen a charlar y Brian le dice a Dominic: “La verdad que esto sí estuvo cerca pero seguimos teniendo valor, coraje para animarnos a estas cosas”. A esto, Dominic le contesta: “Brian, te he visto saltar de trenes, saltar de aviones… -y le empieza a relatar varias cosas espectaculares que ha hecho- pero lo más valiente que te vi hacer fue elegir a Mía y a Jack, formar tu familia, cuídalos”.

Así como relatan en esa pequeña frase, a veces nos pasa a nosotros en la vida que estamos buscando todo el tiempo cosas extraordinarias, cosas novedosas, cosas que nos cambien, que nos vuelen la cabeza, que sea diferente a todo lo que hemos vivido y que nos movilicen completamente. Nos olvidamos que las elecciones más profundas son las que nos marcan el corazón, dejan huella y nos acompañan a lo largo de la vida, las que día a día vamos eligiendo, las que día a día nos animemos a optar. Sin embargo, aun en muchas de las elecciones que nos toca hacer sabemos que es complejo, sabemos que es difícil. Podemos poner algunos ejemplos: cuando uno elige una carrera que quiere, en general, uno se copa, dice “Uy, que bueno”, le pone el corazón, entusiasmo, va con muchas ganas pero llega un momento en el que se complica. Hay materias que no nos gustan, a todos nos pasa, hay profesores que nos gustan menos, hay momentos en los que se me hace arduo, que se me hace largo. Ese es el momento en que aparece una encrucijada, “¿Qué hago con esto?”. En general, lo que nos pasa, es que miramos lo arduo porque, en algún momento, el camino se hace arduo, se hace duro y nos olvidamos de mirar y de recordar y de alimentar aquello por lo cual lo elegimos.

Para poner un ejemplo un poquito más claro: cuando uno elige una chica, o cuando uno comienza a vivir un noviazgo, se enamora, quiere comprometerse; empieza muy entusiasmado, copado, con un montón de ganas. Seguramente, si uno persevera en eso, llega un momento en el que empieza a conocer un montón de cosas del otro que tanto no le cierra. Empieza a conocer cosas que le cuesta, más defectos, más cosas que a uno lo cansan y uno dice “¿Qué hago ahora?”, es una encrucijada. Si yo miro lo que ahora en este momento no me está gustando, no hay ningún noviazgo que resista. ¿Qué es lo que tengo que mirar? Yo, ¿Por qué elegí esto? ¿Qué es lo que el otro me aporta? ¿Cuál es la vida que el otro me da? ¿Por qué quiero volver a elegirlo? De una manera mucho más profunda pero mucho más realista, con lo que me gusta y con lo que no me gusta, con lo que me llena el corazón y con lo que a veces me cuesta. Por eso la elección es mucho más profunda. Podríamos decir que hay mucho más cuando uno se casa, pasa exactamente lo mismo, uno está entusiasmado, hace grandes fiestas, y después, a lo largo del camino, lo cotidiano se hace cansador, cuesta encontrar como profundizar porque hay momentos que son áridos, cómo vivir cada momento, las dificultades. Tengo que animarme a volver a elegir para que eso me siga dando vida.

La gran pregunta es qué es lo que hago en esos momento de encrucijada, pero para poder vivir los momentos de encrucijada tengo que recordar siempre dos cosas: primero, por qué yo elegí este camino y, segundo, qué es lo que me tensiona hacia adelante. Porque, en general, lo que nos pasa es que un escucha dos frases que son sanas en sí mismas pero el problema está cuando se absolutizan. La primera que uno escucha mucho es “quiero un momento de tranquilidad, un momento de paz, quiero estar tranquilo”, uno está lleno de cosas, siempre muy exigido. Obviamente que hay momentos en los que es sano que uno se tome un tiempo de descanso pero la vida no es estar tranquilo, que no pase nada. A veces también decimos “quiero llegar a un equilibrio en mi vida”, ¿es sano el equilibrio? Claramente es sano, no tenemos que ser desequilibrados, pero la vida no se trata de un equilibrio, de que todo esté equilibrado en mi vida, que no pase nada, la vida se trata de una tensión, ¿Qué es lo que me tensiona? Porque cuando yo estoy tensionado en el corazón, eso es lo que me mueve, hay un deseo muy profundo, es decir, hay algo que arde en mi corazón por lo cual no me puedo quedar quieto. Esa tensión es la que me envía hacia adelante y el momento más importante de recordarlo es ese, cuando estoy en medio de los cruces de camino, donde tengo que ver por qué elegí esto y hacia dónde me mueve y volver a recordar ese primer amor, aquello que me movió a jugármela por esto. Porque si no, en la vida, nos la pasaríamos cambiando, como muchas veces pasa, eligiendo siempre nuevas cosas y no terminar de jugárnosla por nada.

Esto es lo que sucede en el evangelio que acabamos de escuchar, terminando de escuchar todo este largo relato del evangelio de Juan que hemos escuchado durante estos domingos. Llama la atención el contraste, comenzamos escuchando que Jesús hace el milagro de la multiplicación de los panes con cinco mil hombres y hoy casi no queda nadie. Tan pocos quedan con él que Jesús le pregunta a los doce, a los apóstoles “¿Ustedes también quieren irse?” Jesús vive en el corazón esa experiencia tan profunda de lo que uno empieza a sentir cuando se queda solo. Yo elegí jugármela por esto y, cuando los otros van conociendo lo que esto significa, lo van dejando. Mientras que aparecen cosas extraordinarias, mientras que me mueve el corazón, siento cosas re profundas, yo lo elijo por esto. Pero cuando tengo que progresar, cuando tengo que profundizar en algo, en este caso, en la fe, empiezo a ver cosas que cuestan un poco más.

Todos tenemos la experiencia de lo que cuesta vivir, por ejemplo, la fe. No solo nosotros sino también en los demás. Uno podría decir que es un poquito más fácil en los chicos, podríamos preguntarles a los papas si siempre es fácil llevar a los chicos a misa, transmitirles la fe. Es difícil cuando uno es chico, es difícil cuando uno es joven, es difícil cuando uno es grande, ¿Por qué? Porque tengo que involucrarme. Vivimos en un mundo donde muchas veces nos dicen “no te la juegues tanto, no te involucres tanto”, pero Jesús dice “yo quiero gente que se la juegue, quiero gente que se involucre”, eso significa creer. Cuando Jesús empieza a contar todo lo que significa seguirlo decimos “hasta acá íbamos bien, ya con esto no”, y por eso aparece esta frase de Jesús, casi desde la tristeza del corazón, como diciendo “¿Hay alguien que me entienda o que viva lo mismo?”. Es una experiencia muy humana que también sentimos nosotros, aun a veces, estando rodeados de gente. Sentimos que nadie nos comprende, nadie entiende por lo que estamos pasando, lo que estamos viviendo, “¿alguien estará sintiendo esto?”.

Por suerte Pedro, seguro confundido como los demás, le dice “Señor, ¿a quién iremos?” porque hay algo que movió el corazón de Pedro y, aun en medio de ese no entender, Pedro descubre que el que movió su corazón, el que tiene palabras de vida eterna, es Jesús, “Yo viví algo profundo con vos y por eso me la juego”. Por eso Pedro, en nombre de los discípulos, le dice “nosotros estamos con vos, nos involucramos y vamos hasta el final con esto”. Esa es también la invitación para cada uno de nosotros, que nos animemos a descubrir en el corazón qué es lo que verdaderamente nos da vida y que nos animemos a jugárnosla por eso y a involucrarnos y a ir hacia adelante en cada uno de esos deseos profundos que teníamos y a no tener miedo. La vida es esa tensión, yo me animo a vivir esto, eso es lo que seguro me va a hacer feliz. Si no me animo a dar esos saltos en el corazón, siempre vamos a sentir ese “hasta acá llegue”. Cuando me animo a pasar esos momentos, en general, profundizo y descubro algo mucho más grande que, a veces, con el tiempo lo olvido.

Esto es lo que pasa en la primera lectura, el pueblo, que vivió la esclavitud en Egipto, ya ni se acuerda. Pasaron más de 40 años, ya nadie de los que salieron de Egipto está vivo. Están en la tierra prometida, ya la tierra es de ellos, están cómodos. Creo que el problema empieza cuando estamos cómodos, cuando está todo tranquilo, “¿Para qué necesito esto? Quiero una buena calidad de vida”, a veces decimos. Pero ¿qué es calidad de vida? ¿Estar tranquilos? ¿Qué nadie me jorobe? ¿Estar bien económicamente? ¿O la calidad de vida de Jesús llama a otra cosa? Llama a una vida mucho más grande y profunda en el corazón, a un corazón que se anime a vibrar, vamos a padecer más seguro, a Jesús esto lo lleva a la cruz, por eso la gente se va, pero les puedo asegurar que vamos a gozar mucho más. Yo no me imagino a Jesús triste dando la vida, sino a un Jesús que gozaba por lo que vivía y que, por eso, estaba dispuesto a jugársela. Eso es lo que le dice Josué al Pueblo: “Ahora ya estamos acá, ¿están dispuestos a servirlo o se van a quedar? Si no lo van a elegir, hagan otra cosa, pero anímense a elegir a Dios.

Lo mismo pasa en el caso de Pablo en la segunda lectura que, a veces en el hoy, suena casi machista, pero fíjense lo que le pide a los maridos, “amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia”. Es decir, si quieren casarse, amen de esa manera, ese es el amor al que nos llama. Este es el misterio que estamos celebrando. Cuando elegís un camino, animate, se valiente, tené coraje, eso es lo que está pidiendo, esa es la invitación continua para nosotros y, tal vez, lo más difícil.

Todos tenemos momentos en el corazón en los que hemos vibrado mucho con la fe, retiros y demás, y los queremos hacer porque nos recuerdan muchas cosas en el corazón. Lo más difícil es lo cotidiano, lo de todos los días, cuando el camino a veces se hace arduo, ¿Por qué? Porque tengo que aprender a mirar, tengo que aprender a descubrir qué es lo que me alimenta en cada momento. Por eso Jesús les habló del pan de vida, esto es lo que les va a dar vida, aliméntense para vivir lo cotidiano. Ahí es donde se juega la vida y eso es lo que verdaderamente llena el corazón. Hoy también Jesús nos pregunta a nosotros como a sus discípulos: ¿También ustedes quieren irse? Y nos invita a poner esto en oración esta semana, a ver qué le respondemos desde el corazón, a ver si, como Pedro, no animamos a involucraron, a jugárnosla, a decirle como él, “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.


Lecturas:
*Libro de Josué 24,1-2a.15-17.18b
*Salmo 33
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5,21-32
* Juan 6,60-69

viernes, 4 de septiembre de 2015

Homilía: “¿En dónde pongo yo la fe y la esperanza?” – XX domingo durante el año


Hay una película de Disney que salió a principios de este año que se llama Tomorrowland en la que Casey es una adolescente que tiene un deseo muy profundo por la vida y por los sueños que tiene, camina y lucha por ellos más allá de las complicaciones que la vida diaria le va trayendo. En ese caminar y soñar, casi que en sucesos extraordinarios, se encuentra con un hombre ya más grande, Frank, más pesimista, negativo, que ve que las cosas andan mal aunque no era así de niño. La vida lo fue llevando a ese estado de ánimo. En un momento, ella, Casey, hablando con Frank, le dice: “Hay dos lobos que siempre están luchando, uno es la oscuridad y la desesperanza, otro es la luz y la esperanza, ¿Cuál gana? El que tú alimentes”. Podríamos traducir esta última frase a nosotros: ¿De qué nos alimentamos? ¿Qué es lo que dejamos que haga huella en nuestro corazón? ¿Qué es lo que dejamos que termine definiendo nuestro ánimo, nuestros deseos, nuestro mirar hacia adelante, nuestra misma fe y esperanza?

Esto es lo que venimos escuchando que Jesús le viene transmitiendo a la gente que es dar un salto en la vida y poner la fe en él, y creer en él. Sin embargo, él sabe que esto es complejo, que esto es difícil, que muchas veces nuestra vida, por las cosas que pasan, tira como hacia abajo y nos cuesta ser hombres y mujeres de esperanza, ser hombres y mujeres de fe, ser positivos, luchar por las cosas que valen la pena y vamos como perdiendo esa fuerza en el corazón. Como sabe que esto es difícil y complejo, nos alimenta, hace exactamente lo mismo: “el que come mi carne, el que bebe mi sangre es el que tendrá vida. ¿Ustedes quieren luchar, pelear por esa vida? Bueno, aliméntense de mi”. Cuando Jesús dice esto, su comunidad entra en crisis, ¿Por qué? Una cosa es que Jesús haga milagros, con eso estaban todos contentos, otra cosa es que Jesús les enseñe, les gustaba lo que Jesús les decía y que les diga que quiere que crean en él. Hasta ahí, más o menos, algunos creían más, a otros les costaba un poquito más, pero cuando Jesús les dice “tienen que comerme, tienen que alimentarse de mí”, ahí entra en crisis la comunidad, ¿Qué es esto? ¿Qué significa esto? Ahí es cuando aparecen estos problemas, Jesús les está pidiendo un salto muy grande. Es un salto diferente del que nos pide a nosotros porque a nosotros desde chiquitos nos han dicho que tenemos que comulgar, a la mayoría. Más allá de la fe que cada uno haya tenido, sabemos que está la eucaristía, que hay que acercarse a tomar la comunión, podríamos decir que ese no es nuestro problema.

La segunda parte creo que sigue siendo válida para todos nosotros, él dice que el que come de él, el que bebe de él, es el que va a tener vida. Podríamos preguntarnos si nosotros sentimos verdaderamente, cuando nos alimentamos de Jesús, que eso nos trae vida, que nos alimenta de aquellos valores, virtudes, dones que el evangelio transmite. O también nos dejamos llevar, muchas veces, por la desesperanza, por la angustia, por creer que todo es malo, por el pesimismo, por aquellas cosas que verdaderamente no nos dan vida. Creo que ninguno de nosotros quiere esas cosas. Por eso tenemos que luchar, es un combate, una pelea en el corazón contra aquello que muchas veces nos tiende a aquello que nos angustia, que nos aleja de lo que verdaderamente nos llena el corazón.

Tal vez, de una manera muy simple, se lo dice Pablo a su comunidad, “no sean necios - les dice - “ustedes han aprendido algo distinto, no se dejen seguir llevando por las borracheras, por un montón de cosas que no les dan vida, luchen por aquello que han aprendido”. Es una pelea en el corazón. Tal vez nosotros podríamos mirar en nuestra vida, cuáles son esas cosas superficiales que no nos dan vida verdaderamente, nos alejan de lo que le da sentido y valor a nuestra vida. ¿Cómo podemos pelear? Como dice ahí, es una lucha en el corazón, muchas veces, seguir aquello a lo que Jesús me invita y me puede traer vida. Por eso necesito alimentarme de él. Ahora, ¿para qué me alimento yo de Jesús? Creo que todos los que vamos a misa queremos aprender de él y alimentarnos. ¿Me alimento solamente para cumplir? “Quiero cumplir con Dios y con esto me basta”, ¿Me alimento tal vez porque se convirtió en una rutina mi vida, como muchas cosas se convierten en rutina y me acerco y lo hago como algo más? ¿O me alimento de Jesús pidiéndole que transforme mi vida? Aceptando también esa transformación en el corazón. ¿Soy capaz de acoger en mi vida ese alimento que me lleve a una vida diferente, distinta, pidiéndole que le dé un valor agregado? Porque esa es la invitación, ese es el pan de vida, ese es el que quiere transformar las cosas.

Podríamos mirar cada uno, en nuestra vida, en qué descubrimos que no tenemos vida hoy, en qué hemos perdido la esperanza, en qué hemos perdido la fe, por qué no queremos luchar, en qué somos muy negativos, muy pesimistas. Pero también, en qué tendríamos que pedirle ese alimento que nos dé verdadera vida. Uno cuando escucha la vida de Jesús mira a un Jesús que mira mas allá, por eso es un salto en la fe pero, ¿Por qué es capaz de mirar más allá? Porque hay un amor que lo sostiene. Casi que podríamos decir que nuestra fe y nuestra esperanza es proporcional a lo que hoy nos sentimos queridos y amados. En general, cuando uno se siente querido y amado, va por mucho más, lucha por mucho más en la vida, tiene mucho más sentido y esperanza. Jesús se siente sostenido por el Padre, tiene una confianza ilimitada en el Padre, se alimenta de Él y por eso es capaz de decir cosas que nosotros no entendemos cómo las dice. Por ejemplo, las bienaventuranzas: “felices los pobres… felices los que lloran… felices los que sufren injusticia…” y a uno, lo primero que le sale es ¿Por qué felices? Porque él es capaz de mirar un poquito más allá, no se queda con lo que hoy vemos en esta foto, es capaz de creer que la vida en Dios puede transformar los corazones y puede llevar a algo más.

En la fiesta de María, está ese cántico que seguro todos conocen, cuando dice “el señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, el señor colma de bienes a los hambrientos y echa a los ricos con las manos vacías”. La pregunta podría ser, ¿Cuándo va a suceder esto? ¿De qué manera? ¿De qué forma? No sé, porque va más allá de mí, pero María pone también la esperanza en Dios, no la pone solo acá, en lo que uno puede controlar o ver. Por eso es capaz de hacer este cántico que va mucho más allá. A nosotros nos invita, como cristianos, a también tener esa esperanza, ¿nos dejamos llevar o arrastrar por el mundo que, muchas veces, tira para otro lado? ¿O somos capaces de que este alimento de Jesús nos invite a ser como faros, como luces en medio del mundo, que traen algo distinto en la fe y en la esperanza? Porque no está puesta tanto en nosotros sino en la transformación que hace Dios.

Para poner como ejemplo, el fin de semana pasado todos hemos votado, o la mayoría, ¿De qué manera pensamos esto? A veces uno escucha “los políticos son todos iguales”, “Nada puede cambiar”, “Uh, que garrón, tengo que ir a votar”. ¿Ese es nuestro ánimo? ¿O intentamos traspasar un poquito eso y poner la esperanza, no en lo que yo controlo y veo que a veces pienso que no hay salida, sino en Dios? Hay que agradecer por tener una democracia, luchar porque sea mejor, que se transforme, confiar en que Dios puede tocar el corazón de la gente que no conozco tanto o que no confió y que es capaz de transformar la realidad, ¿En dónde pongo yo la fe y la esperanza? ¿Y de qué me alimento? ¿De ese pesimismo que no creo que construya nada ni ayude en nada? Que, al contrario, nos hace cada día mas violentos, nos separa más de los demás y nos divide ¿O nos alimentamos de un Jesús que nos invita a vivirlo de una manera diferente? Mirando de una manera diferente, confiando de una manera diferente. Es difícil, por eso es una lucha, es una lucha constante en el corazón entre dejarme llevar por el pesimismo, por lo que no construye, o por confiar en dios, por creer en Dios.

Creo que la situación en el tiempo de Jesús era bastante más compleja que la nuestra y, sin embargo, uno no se lo imagina a Jesús pesimista diciendo: “No, nada va a cambiar, todos son iguales, esto es un desastre”. Si verdaderamente queremos ser cristianos, tenemos que dejarnos transformar por él, empezar por nosotros y querer transmitir algo diferente. Como ellos le decían antes, “es difícil”, él les dice “aliméntense de mí y, si se alimentan de mi contra aquello que lleva a la desesperanza, muerte, oscuridad; van a descubrir un alimento que lleva vida, luz, esperanza, algo distinto”. Esa es la fe, doy un salto, “creo en vos señor, por eso me la juego, por eso lucho por esto, por eso, quiero tener una voz resonante, distinta, algo que transmite algo diferente, aun en los momentos de dolor”. Podemos poner otro ejemplo, ya no tanto en la confianza en los demás, sino en los momentos de sufrimiento y de dolor como han sido las inundaciones ahora en nuestro país. También en eso, ¿soy solamente quejoso, digo que todo está igual, no quiero acompañar, nadie se preocupa por esto? ¿O intento involucrarme de alguna manera? ¿Cómo puedo acompañar? ¿Cómo puedo transmitir, a veces, una palabra de esperanza cuando no la hay, cuando los caminos se cierran, cuando lo más fácil es decir “bueno, en esto no hay forma, no hay manera, bajo los brazos”? ¿O me animo, como Jesús, como María, a intentar ser una pequeña luz en eso, transmitir algo diferente y luchar por eso diferente? Esa es la invitación de Jesús.

A veces, la tentación que tenemos nosotros los cristianos es que el reino de Dios caiga como una maqueta del cielo, así, como hecho, para que sea más fácil. Obviamente que sería más fácil así y no que, nosotros los cristianos, seamos los que queremos transformar el mundo. Dios hizo algo diferente, el bajó, se involucró para transformar las cosas y transmitió eso para que otros cristianos sean testigos de ello, para que otros sean semilla de eso, para que otros marquen esa huella. Para que tengamos esa fuerza para luchar nos dijo “vengan y aliméntense de mí, yo les voy a dar vida para que ustedes den vida”.

Acerquémonos entonces, con un corazón que quiere transformarse, a recibir hoy este pan de vida. Pidámosle que cada uno de nosotros podamos también llevar esa vida de Dios, esa vida de Jesús, a los demás.


Lecturas:
*Libro de los Proverbios 9,1-6
*Salmo 33
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5,15-20
*Juan 6,51-58