lunes, 30 de noviembre de 2015

Homilía: “Yo no puedo cambiar lo que no germiné” – XXXIV domingo durante el año

Hay una historia que narra la vida en un monasterio que, después de un tiempo de esplendor, empieza a tener una crisis. Varios monjes se van, empiezan a no tener vocaciones o muy poquitas y el Abad empieza a preocuparse, dice “¿qué es lo que está pasando acá?”. Como las cosas no van bien, no se empiezan a tratar bien entre ellos, las cosas se les van yendo de las manos y el Abad no sabe qué hacer. Entonces le dicen que hay un Abad emérito, muy sabio, ya retirado y decide ir a hablar con él. Llega hasta ahí, se pone a hablar con el Abad quien lo recibe y le dice que le cuente y él le tira la catarata de cosas que tenía en su corazón, todo lo que estaba pasando, sus preocupaciones. Este Abad le contesta que no pierda la esperanza, que el mesías esta entre ellos. “¿Cómo?” le pregunta él, “El mesías es uno de ustedes” repite. 

El Abad vuelve rápido, muy contento, queriéndole contar la noticia a todos los monjes, se reúnen ahí en comunidad cuando llega al monasterio y les cuenta. Empiezan a pensar quién será, “es fulanito, que es tan bueno, que es servicial, que es generoso…” y empiezan a estar muy atentos a él. Después otro dice “No, debe ser tal que siempre está haciendo chistes, bromas, que nosotros nos enojamos y nos debe estar empujando un poquito para ver cómo lo tratamos a pesar de esto…”. Toda esa sensación hace que cambie la vida en el monasterio.

Claramente, lo que hace que ellos cambien su forma de vivir es sentir que Jesús está entre ellos, volver a poner la mirada en Jesús y esto es lo que hoy queremos celebrar. Queremos celebrar la fe, pero para celebrar la fe nosotros tenemos que poner a Jesús en medio nuestro. Muchas veces, como en muchas cosas de la vida, vamos perdiendo lo central, lo esencial, nos vamos preocupando por cosas que son secundarias y perdemos el centro. 

Hoy queremos celebrar y vivir a Jesús. Todo eso lo venimos escuchando y si algo dejó claro en su vida Jesús es que venía a traer el reino de Dios. Que el reino de Dios no era algo solamente para esperar el día de mañana en su plenitud, sino que ya él, acá, lo hacía presente. De eso habló siempre. Pero cada vez que hablaba algo del reino, y Jesús se iba haciendo más famoso, y lo querían hacer rey, como recordaran, él decía que no y se iba, se escapaba, se iba a predicar a otro lado. No dejó nunca que en su vida lo hagan rey, hasta el final de su vida. Recién acá, en este evangelio que estamos escuchando de Juan, frente a Pilato, es el momento en el que Jesús acepta que es rey.

Como recordaran, el segundo momento es en la cruz: “Este es el rey de los judíos”, dice la inscripción. Si bien Jesús viene a anunciar el reino de Dios, no quiere que se confunda qué es lo que él viene a traer, no quiere que haya un doble mensaje. Esto no solo le pasó a Jesús sino que también le pasó a la Iglesia porque esta fiesta tiene muy pocos años, tiene aproximadamente cien años. Es decir, esta fiesta se instauró en la Iglesia cuando las monarquías empezaron a caer. Cuando podríamos decir que pasó lo mismo, cuando no había un rey, no había tanta confusión de querer tener un rey de la misma manera que las otras monarquías. 

Lo central es que Jesús viene a traer algo distinto y quiere que lo descubramos, que es la manera en la que se vive en el reino de Dios. Creo que lo primero es descubrir cómo vivimos el testimonio y para eso tenemos que encarnar en nuestra vida aquello que Jesús nos dice. Cuando miramos la vida de Jesús, Jesús estuvo treinta años en Nazaret aprendiendo, viviendo, encarnando valores que descubría y, recién después, al final, salió a predicar. Cuando lo que él iba a decir era lo que había vivido. Porque muchas veces nos pasa a muchos de nosotros, por lo menos a mí, que decimos lo que no hacemos, “estaría muy bueno ser tolerante”, pero no lo hacemos, o con otras cosas. Las palabras quedan vacías, no tienen contenido. Jesús, lo primero que quiere, es mostrar qué es el reino de Dios, después vienen las palabras. Eso es lo que fue mostrando y lo que le fue pidiendo a sus discípulos y, como toda educación, hay cosas que salen y fluyen bien y hay cosas que cuestan un poquito más, no solo con los chiquitos, también nos cuesta a nosotros. Con los discípulos le pasó lo mismo, hay cosas que las encarnaba y otras que les tenía que ir corrigiendo, mostrándoles.

Jesús nos invita hoy a vivir lo mismo. Podríamos pensarlo desde los núcleos más sencillos, en la familia. Creo que, si yo hiciera un ballotage, ya que estamos en eso, en el templo preguntando cuáles son los valores esenciales en la familia, seguramente coincidiríamos en un 90% todos. ¿Qué es lo que nos distinguiría? Cuál valor hemos podido encarnar más en cada familia. Porque las cosas que creemos más o menos las sabemos pero lo central es cómo yo trabajo, a veces hasta lucho contra migo mismo, para poder vivir. Muchas veces pedimos diálogo pero yo, ¿soy dialogante en mi familia? Pedimos que nos sepan escuchar pero, ¿yo sé escuchar al otro verdaderamente? Pido que me entiendan en mi casa, ¿yo intento entender al otro? ¿Cómo intento vivir aquello que quiero que vivan conmigo? Esto que Jesús nos enseña.

Hace un tiempo me pasó que uno de los chicos se mandó una flor de macana en uno de los grupos y me vino a decir a mí a ver qué decisión tomaba. Había roto una de las máximas, por decir así, y la consecuencia sería que tenía que dejar los grupos. Entonces, los coordinadores de esos grupos me preguntaron qué iba a hacer y lo invité a que me fuera a ver al día siguiente. “¿Si te pide perdón que vas a hacer?”, me preguntaban. “Y si me pide perdón es un problema porque lo tengo que perdonar” -les dije- “eso es lo que me enseñó Jesús, si él viene y me pide perdón, seguirá en el grupo y lo tendré que perdonar, creo que es claro en el evangelio”. “Pero van a decir que al final es todo lo mismo”, me decían. Que digan lo que quieran, el mensaje de Jesús es claro, cuando alguien me pide perdón, yo tengo que darle una segunda oportunidad. Después, lo que piensen de mí no importa, que piensen lo que quieran, cada uno es libre para eso. Uno intenta ir aprendiendo y probando, esto me salió, otras cosas no me saldrán. Creo que a todos nos pasa lo mismo, cómo de a poquito puede vivir eso que yo quiero.

Ya que han terminado las elecciones y no voy a influir en nadie, por ejemplo, en las redes sociales, uno veía a veces mensajes que eran totalmente contradictorios. Uno leía en Facebook o alguna red social: “Ojalá se acabe esta intolerancia” y el mensaje que se veía era totalmente intolerante. Yo no puedo cambiar lo que no germiné, lo que no intenté que de a poquito vaya creciendo, lo que no se aprende. A veces tenemos una ilusión falsa, “cuando pase esto, voy a cambiar”, pero lo que uno no trabaje en el corazón no cambia. La invitación de Jesús siempre es a crecer, pero que yo siembre ya, este es el momento. 

Si en algún aspecto de mi vida, de los que me rodean, de mi país, quiero algo diferente es cómo yo lo trabajo hoy, cómo lo voy sembrando yo hoy. Muchas veces no es fácil, sembrar amor, esperanzas, fe, tomar las virtudes de Jesús, eso lo llevó a la cruz. Querer transmitir eso lo llevó a dar la vida. Supongo que hay muchos valores que enseñarlos, transmitirlos, los ha desgastado, los ha cansado, les ha costado, a veces se han ofendido, “yo vivo esto y así me responden”, “yo intento hacer esta cosa y el otro no me entiende”. Lo que nos muestra Jesús es que eso siempre va a dar fruto, no sé cuándo, porque yo no lo puedo manejar a eso. Pero sé que si yo vivo y siembro amor, fe, esperanza, tolerancia, paciencia, eso, tengo la certeza, de que en algún momento va a florecer. Esto es lo que dice Jesús, dio la vida con la esperanza puesta en el Padre de que iba a resucitar. Y eso es a lo que nos invita a nosotros, a ir viviendo el reino acá, pero como esto a veces cuesta, por eso nos habla, nos enseña, nos va recordando día a día. Por eso, en un ratito, nos va a alimentar, para que podamos luchar por aquello que verdaderamente da vida. Para que podamos encarnar esos valores que Jesús nos dice que tengamos la certeza de que van a dar fruto.

Pidámosle en este día de Cristo Rey a María, que ella es la que engendró a Jesús, ella que siguió a Jesús, aquella que acompañó a la Iglesia durante sus primeros años de una manera especial, que también hoy nos acompañe a nosotros. Que nos ayude a mirar a Jesús, a seguirlo y a ir viviendo el reino en medio de lo que Jesús pone a nuestro lado. 

Lecturas:
*Profecía de Daniel 7,13-14
*Salmo 92
*Libro del Apocalipsis 1,5-8
* Juan 18,33b-37


miércoles, 25 de noviembre de 2015

Homilía: “La invitación constante de Jesús es a descubrir qué cosas nos dan vida, por cuáles cosas queremos luchar” – XXXIII domingo durante el año

En la película Interestelar, el mundo se va haciendo inhabitable y, como ya prácticamente no se puede subsistir, empiezan a buscar nuevas galaxias, nuevos universos donde se pueda vivir. En eso, un hombre que era viudo con dos hijos, Cooper, luego de una serie de sucesos, descubre el lugar donde están armando todos estos viajes espaciales. Él trabajaba para la NASA y lo invitan a enviarlo por un agujero de gusano a alguna de estas galaxias a buscar a personas que habían mandado para ver si encontraban sitios habitables. Entonces, él les pregunta en un momento por qué no envían maquinas en vez de enviar a seres humanos y le contestan que no porque las maquinas no saben improvisar.

Ese deseo de existir, ese miedo a la muerte es lo que al hombre lo hace improvisar. Ese instinto de supervivencia es lo que saca lo mejor de nosotros. Podríamos decir entonces que en los momentos más difíciles o más puros es cuando apelamos en nuestro corazón, a aquello que llame a la vida. En general, en esos momentos nos damos más cuenta, en los momentos límites, qué es lo que verdaderamente nos da vida, qué es lo que llena nuestro corazón. Porque hay un montón de cosas que hacemos todos los días cada uno de nosotros que dentro de dos o tres días ya no nos acordamos, cosas que van pasando. Pasan y no duran mucho en nuestro corazón pero hay otras cosas que si van durando y perduran mucho más tiempo en nuestra propia vida y en nuestro corazón. 

Hay cosas que a veces parecen eternas. Si uno les preguntase a los chicos que están en el colegio, “¿les falta mucho para terminar el colegio?” y, según en que año estén, les dirán “sí, me falta un montón” o a los que están en la facultad, “todo lo que me falta, no termino más la facultad”. Los que hemos pasado más tiempo fuera del colegio que lo que estuvimos adentro ya vemos que hay cosas que en su momento parecen muy largas o que uno le dedica mucho tiempo y pasan. Aunque sean más o menos importantes, ¿Por qué? Porque la vida va transcurriendo, la vida naturalmente va pasando. 

Uno cuando va creciendo se va dando cuenta que ya no tiene ni la misma edad ni la misma fuerza, ni las mismas energías. Uno se va dando cuenta que el tiempo va pasando y no solo en eso lo vemos, a veces en sueños. Había sueños que uno tenía, deseos, que algunos se cumplieron, otros se fueron cumpliendo de otra manera, otros los dejamos atrás, pero es paso también en nuestra vida. Casi que podríamos decir que las cosas se miden por el tiempo que duran, ¿Cuánto tiempo va a durar esto? Todo está llamado a pasar, aun las cosas más grandes. Jesús nos dice en el evangelio, “el cielo, la tierra, todo esto va a pasar”. En esta película, como en muchas otras más apocalípticas, siempre está eso, cuándo la tierra va a pasar, cómo va a ser, de qué manera, de qué forma. La gente muchas veces predice cuándo el mundo se va a acabar y ya se hubiera acabado como quinientas veces más o menos y todas las próximas predicciones tampoco se van a cumplir. Según Jesús, nadie lo sabe, solo el Padre. 

Muchas cosas pasan, sin embargo, nos dice Jesús en el evangelio con certeza que hay cosas que no pasan. Lo primero que nos dice es “todo esto va a pasar, el cielo, la tierra, pero mi palabra no va a pasar”. Hoy, dos mil años después aproximadamente, estamos sentados escuchando a Jesús, escuchando su palabra, ¿Por qué? Porque es una palabra que da vida y que marca, y que deja huella en el corazón, deja historia y eso es lo que no pasa, aquello que verdaderamente nos da vida. Por eso, la invitación constante de Jesús es a descubrir qué cosas nos dan vida, por cuáles cosas queremos luchar. Porque hay muchas cosas que a veces nos parecen re importantes por las que desgastamos un montón de energías, tiempo, nos peleamos y, ¿Cuánto tiempo duran en mi corazón? 

Pongamos un ejemplo para los más grandes: “lucho por tener este status social”, “lucho por tener tanta plata”, y al final de mi vida, ¿eso es lo que me va a marcar? ¿Eso es lo más importante? ¿Eso es en lo que yo tengo que desgastar mi vida? ¿O hay cosas como los vínculos, la familia, el estar al lado de las personas cuando me necesitan que marcan mucho más mi corazón? 

Para los que son más jóvenes, se pelean con la familia, dicen “porque esta fiesta es la fiesta del fin del mundo…” y un montón de cosas y se terminan peleando y no se hablan y ¿Cuánto tiempo me va a durar? En la misión a veces los chicos me piden que los mande a dormir a todos juntos porque si no esa va a ser LA CHARLA TRASCENDENTAL DE TODA SU EXISTENCIA y que si se van a dormir se la van a perder y se van a querer matar. Después no pasa nada, no hay charla que exista que cambie la existencia de nadie. En el fondo es qué es lo que yo quiero sembrar, por qué yo quiero desgastar mi vida, qué es lo que quiero que cambie. Esa es la invitación de Jesús.

Continuamente vemos un montón de cosas por las que nos desgastamos que no dan vida o que dan una vida superficial o que me dan una alegría, disfruto un ratito pero no me llena el corazón. Hay otras por las que lucho y esas si me marcan y eso si lo recuerdo, lo recuerdo a través del tiempo, de los años. Me junto con otros y recordamos esos momentos y, aunque no me vea tanto es como si no pasara el tiempo porque esa persona marcó mi vida y mi corazón. La invitación de Jesús es a eso. Lo que pasa es que yo, para descubrir eso, tengo que cambiar la mirada y le tengo que pedir a Jesús que me ayude a mirar de una manera diferente.

A veces a mí me preguntan los más grandes, cuando me toca ir a Pascua Joven o ir a una misión o el campamento que tuve el fin de semana pasado que vamos con tantos chicos: “Mariano, ¿no te cansa?” y si, la verdad es que me canso, cada vez más aparte, cada vez me tengo que cuidar más y me canso más. “¿No tenés fiaca?” A veces tengo fiaca y a veces estoy cansando y pienso cómo me gustaría estar en la cama mirando la tele. En ese momento, lo que tengo más ganas es eso pero me pongo a rezar un poquito y a superar cierta desidia o cansancio que tengo en el momento y pienso qué es lo que quiero, y en realidad lo que quiero es lo otro. Pero para eso tengo que traspasar una primera tentación que es “en realidad lo que me da vida es esto”, y no, eso no me da vida. Dentro de dos días no me acuerdo que estuve tirando viendo la tele, en cambio, hoy me acuerdo de un montón de cosas lindísimas del campamento, de poderlo compartir, de poderlo vivir. Aunque esté cansado y tenga que dormir en carpa y ya no estoy para eso, esto es lo que quiero. Esto es lo que quiero de mi vida y eso sí marca mi corazón, me alegra y me hace feliz, lo otro no. Pero para eso a veces tengo que romper con ciertas tentaciones mías o ciertas tentaciones que me pone el mundo “toma este camino que es más fácil, que es más lindo” y que, en el fondo, ¿Qué me deja? ¿Me hace mejor persona? ¿Me lleva por un buen camino? 

Cierta mirada que pone el mundo, “todo está mal”, “todo es pesimista” eso no es cristiano, claramente no es cristiano. No nos lo imaginamos a Jesús diciendo “está todo mal, esto es un desastre”. Rescatando las cosas buenas “hay cosas que no pasan”, dice pero para eso tengo que cambiar la mirada. ¿Qué cosas veo yo buenas? En mi familia, en mi papá, mi mamá, mis hermanos, mi hijo, ¿sé mirar eso? ¿Sé mirar con los ojos de Jesús? En el colegio, en la facultad, mis compañeros, en mis profesores, en mi país, ¿sé rescatar las cosas buenas que hay? Eso es cambiar la mirada. Y si creo que hay muchas cosas que no están bien, ¿Qué ocasión tengo de sembrar? Qué bueno es trabajar y sembrar por el bien, esa es la invitación de Jesús.

Cuando uno va a una plantación y está todo sembrado, en realidad ahí mucho no puede hacer, ¿Qué puedo hacer? Cosechar. En cambio, si veo que las cosas están bastante mal, tengo mucha más ocasión. Cualquier cosa que haga, sobresale, llama la atención. ¿Cuánto tengo para hacer?

En estos días hemos visto lamentablemente imágenes en la televisión de cosas que son muy malas, no tienen justificación, como tampoco tiene justificación que ahora estén bombardeando al otro país. ¿A qué lleva eso? ¿Qué cambia? Del mal nunca se construye y devolviendo mal tampoco lleva a nada, lo que lleva es a que se sigan agrediendo unos con otros. Lo que construye, lo que siembra, es la paz, lo otro destruye. Podemos discutir largamente quién tiene más culpa, qué es peor, pero ese no es el camino de Jesús claramente, ese no es el camino cristiano. El mal lleva al mal, no tiene otra consecuencia que eso y la invitación de Jesús es cómo puedo sembrar algo distinto. Pero para eso tengo que cambiar la mirada, no tengo que buscar culpables, no tengo que andar quejándome sino decir qué es lo que yo puedo aportar, en qué yo puedo construir, dónde se puede sembrar. Esa es la invitación de Jesús continuamente, y eso es lo que no pasa, lo otro va a pasar. Lo otro no me va a dejar nada. Pero cuando yo haga el bien, cuando yo siembre la vida, cuando yo dé vida a los demás, por más que ahí me fatigue y me canse y diga “otra vez esto”, eso es lo que me va a hacer feliz, eso es lo que va a dejar marca en mi corazón.

Esto es lo que hizo Jesús y por eso dice “trabajen por las cosas que no pasan”. A veces, cuando uno tiene que hacer muchas veces las cosas dice “otra vez esto”. Y si es importante, qué bueno que puedo luchar por las cosas importantes, por mi familia, por mis amigos, por los vínculos. Qué bueno que la vida y el tiempo se me vayan en eso que es central y no en cosas que son triviales, no valen la pena. Esto es lo que hizo María, porque María quiere trabajar por la vida y, un día, Dios no tuvo mejores planes que querer cambiarle la vida a María y cambiar siempre cuesta. A María no es que le cambiaron algo, le cambiaron la vida completamente, pero iba en el camino que ella quería que era cambiar vida. Entonces dijo “si esto da vida, sí” y siguió en ese camino, trabajando por eso y buscando de qué manera podía seguir dando vida.

Esa es la invitación para nosotros. Si hay que transformar algo, si hay que cambiar algo, es por algo que dé vida, por algo que no pase, por algo que marque, por algo que deje huella en nuestra historia, en nuestro corazón y en la historia y en el corazón de los demás. Pidámosle entonces en esta noche a María poder sembrar aquello que da vida, poder trabajar por aquello que da vida, poder, como Jesús, dar vida y dar todas aquellas cosas que no pasan para el bien de los demás.

Lecturas: 
*Profecía de Daniel 12,1-3
*Salmo 15
* Hebreos 10,11-14.18
* Marcos 13,24-32

viernes, 20 de noviembre de 2015

Homilía: “Jesús no mira la cantidad de lo que hacemos sino la calidad de nuestro corazón” – XXXII domingo durante el año

Una de las cosas que me gusta mucho es leer, si bien cada vez puedo hacerlo menos por el tiempo, hace un tiempo leí, como me gusta mucho el deporte, la biografía de Rafael Nadal. A mí siempre me llamó la atención su humildad, su sencillez, a pesar de ser uno de los tenistas más importantes de la historia. Leyendo la biografía, entendí un poco de dónde venía eso, leyendo una anécdota de su madre que cuenta que muchas veces en la calle la paran y la felicitan por su hijo y ella les pregunta “¿por cuál de los dos?” cuando es muy claro por quién la están felicitando. Y ella dice que no mira lo esplendoroso de lo que pasa, dice “para mí es tan importante que mi hijo gane Wimbledon- que lo ha hecho –como que mi hija se reciba en la facultad, yo lo que miro es el empeño, el esfuerzo, la dedicación que le ponen a cada cosa”. Podemos decir que de ese ejemplo su hijo va aprendiendo.

Como los que son papás y mamás entenderán mejor, hay hijos que las cosas les salen más fáciles o que brillan más y otros que les cuesta un poco más pero lo central es esto, animarnos a mirar el corazón. Mirar qué es lo que uno hace, cuál es el empeño que uno pone. Vivimos en un mundo donde parece que lo importante fuera el éxito, la fama, el que brilla más, el que saca mejores notas, el que hace más masters o lo que fuera y, a veces, sin importar el cómo, lo cual es peor. Lo central obviamente es cómo uno hace las cosas, aunque cueste ver esto, y de qué manera.

Para poner un ejemplo concreto, podríamos mirar la educación. En esta educación en masa, donde pareciera que lo importante nomas es sacarse buenas notas o aprobar o quién pasa. No siempre miramos el esfuerzo que a veces muchos chicos que les cuesta hacen, se preocupan, se desgastan para dar pasos que a veces no son tan rutilantes pero que son mucho más valiosos por el esfuerzo que se pudo poner. 

Esto que a veces a nosotros nos cuesta descubrir es lo que hace Jesús, no mira la fachada, no mira lo superficial sino que mira el corazón. Por eso, en este texto, lo que parece a primera vista es totalmente distinto si uno lo mira en profundidad, ¿Por qué? Porque nos encontramos con los fariseos, con los escribas, que parecen hombre muy religiosos, que todos los hombres los admiran por cómo viven su fe, que dan grandes donaciones y parece que fueran los más importantes. Por otro lado, está esta pobre viuda que pone dos monedas. A los ojos de Jesús, los que parecen más importantes reciben una dura crítica, por no decir que casi los defenestra más o menos, y la otra viuda quedó como ejemplo aun hoy para nosotros. ¿Por qué? Porque cuando Jesús mira el corazón ve cosas distintas. Ve en estos hombre, por un lado, la soberbia de querer creerme más, que hago todas las cosas bien, que yo soy perfecto, que soy el más importante, que nadie hace las cosas como yo, que esta es la única manera y forma. Ve su codicia, porque dice que no les importaba las viudas, las viudas eran las personas más pobres en esa época porque no tenían quien las mantenga, un hogar para vivir. Entonces, en la ley estaba predispuesto el preocuparse, el estado, por las viudas, y estos que son los religiosos no solo no se preocupan sino que les sacan la plata, lo que tienen, y ve esta hipocresía. Por fuera parece todo muy lindo, todo muy bien, pero si uno mira el corazón ve los vicios que estos han tomado, como su corazón está lejos de Dios. Por eso esta crítica tan fuerte de Jesús hacia ellos, “no me importa lo que veo, me importa lo que sos”. Esto no es lo que Dios espera de ustedes.

Por otro lado, pone como ejemplo esta viuda que nadie la mira, que nadie la ve, que se acerca al lugar del tesoro donde se ponían las ofrendas y deja dos monedas que pasan totalmente desapercibidas. Esta mujer que hubiera pasado sin pena y sin gloria como una más, hasta el día de hoy seguimos leyendo su texto, ¿Por qué? Porque Jesús mira el corazón y ¿Qué dice? Esta mujer, que parece que dejó algo insignificante, lo puso todo, puso todo lo que tenía, todo lo que tenía para vivir. Esa es la invitación de Jesús para cada uno de nosotros, de dónde nos nacen las cosas. 

Podríamos decir que Jesús no mira la cantidad de lo que hacemos sino la calidad de nuestro corazón. Dónde verdaderamente ponemos nuestra vida, dónde verdaderamente ponemos nuestro corazón. Podríamos partir del mismo ejemplo acá, “parece que hay muchos hombres que dan mucho,- dice Jesús –sin embargo, dan de lo que les sobra y esta persona da de lo que tiene”. Partiendo desde lo económico pero yendo a otras partes de nuestra vida, ¿damos lo que nos sobra? ¿O nos animamos a dar de lo que tenemos? En lo económico, en nuestro tiempo. “Cuando tenga tiempo te visito, te doy un ratito”, “en otro momento…”, ¿o doy del tiempo que no tengo porque el otro lo necesita? Y ahí aprendo a darme todo y “después veré como hago esto”, “después veré como paso por este lugar” y no mirando el reloj y diciendo “tengo dos minutos” sino animándome a dar a veces de lo que cuesta. También de mis dones, ponerlos al servicio, no “no vaya a ser que me canse…”, me animo a desgastar mi vida, a ir dando mi vida también poniendo el corazón. Eso es lo que mira Jesús, el esfuerzo que cada uno de nosotros pone, el paso que uno da, ese salto que uno se anima a hacer. 

Jesús también aprende de esta mujer aunque no lo parezca, porque a veces pensamos que Jesús no aprende nada. Jesús aprende que tiene que darlo todo. A partir de este momento del evangelio, se va a encaminar a dar la vida, a dar todo lo que tiene, a decir “si este es mi camino, como esta viuda, también lo hago yo. Yo me animo a entregar mi vida y a ponerla en manos de Dios”. Eso es a lo que nos invita a nosotros. Creo que, por un lado, es un aliciente porque ustedes, como muchos de nosotros, a veces sentirán que desgastan su vida, sienten que los esfuerzos no valen la pena y Jesús dice “siempre vale la pena”. Lo que nos cuesta un poquito más, nos anima a dar este paso.

Hoy vamos a celebrar el sacramento de la unción de los enfermos y podríamos decir que, en ambos sentidos, esto pone de manifiesto lo que hizo esta mujer. En primer lugar, en el que está enfermo o en la persona mayor que lo puede recibir porque uno aprende que tiene que ir dando todo, hasta su propia vida, hasta su salud. Uno se pone más grande y ve que no tiene las mismas fuerzas, que no puede hacer las mimas cosas que antes, que las cosas no son como antes y 
Jesús me va invitando también a dar eso. Nos cuesta porque a uno le gustaría ser joven, tener esas fuerzas y uno no las tiene más. Uno tiene que aprender que eso es parte de la vida y que vamos a terminar también dándola a la vida. Aún a veces es más difícil cuando a uno le agarra una enfermedad y uno tiene ciertos dolores que sufrir y se pregunta por qué y Jesús nos dice “hoy nos toca vivir esto”. Es difícil también aprender a dar eso, a entregarlo, a no sentirnos como antes, pero Jesús nos da la certeza de que Él está a nuestro lado.

Este sacramento, leímos en la segunda lectura, sale directo de la biblia. Hay sacramentos que salen directos, hay sacramentos que la Iglesia fue con el tiempo viviendo, pero este sale directo. Santiago dice “si alguien está enfermo, llamen a los sacerdotes, a los presbíteros y que vayan a que les impongan las manos, que los unjan”. ¿Por qué? Porque esto lo hacia Jesús, si algo siempre hizo Jesús fue tener un privilegio por la gente que está enferma, estar a su lado, acompañarlos, aconsejarlos. Este es el otro lado que nos invita a nosotros, cómo nosotros nos comportamos con estas personas. ¿Vieron que hay una frase que dice que uno a los amigos los conoce en las malas, si están o no están? De esto podríamos decir lo mismo, ¿Cómo somos nosotros con las personas mayores? ¿Nos olvidamos? ¿Las dejamos de lado? Como dice el papa que son los grandes olvidados o nos preocupamos, los acompañamos, descubrimos que hoy, así como nosotros necesitábamos antes de ellos, hoy también necesitan de nuestro tiempo, de nuestra paciencia, de estar a su lado. ¿Aprendemos a dar todo en eso? Y a los enfermos, hace poco una persona me dijo “pasa que a mí no me gusta ir al hospital” a nadie le gusta ir a un hospital, no voy porque me gusta ir a un hospital, voy porque necesitan de mí, porque Jesús me invita a dar eso, porque me dice “estuve enfermo y me visitaste”, ese es el paso. Entonces también revela de nosotros cómo acompañamos en esas circunstancias, si también aprendemos a dar de lo que nos cuesta, nuestro tiempo, para estar cerca de los que nos necesitan, esa es la invitación de Jesús hoy para todos nosotros.

Miremos entonces en este día a esta viuda que descubrió que lo mejor que podía hacer era darlo todo y que hoy es un ejemplo para todos nosotros y pidámosle que, a ejemplo de ella, que a ejemplo de Jesús, también nosotros podamos ponernos en camino para darlo todo.


Lecturas:
*Reyes 17,10-16
*Salmo 145
*Carta a los Hebreos 9,24-28
*Marcos 12,38-44

lunes, 16 de noviembre de 2015

Homilía: “Vivir con esa tensión de que la felicidad plena estará en el cielo” – Todos los santos

Hay una historia que narra el viaje de una tripulación grande cruzando el atlántico quienes de pronto tuvieron una tempestad y el barco naufraga. Solamente hay tres sobrevivientes que quedan en una isla desierta. No tenían teléfono, ni wifi ni ninguna de las cosas que tenemos nosotros hoy en día, que a veces no podríamos sobrevivir sin ellas. 

Estos sobrevivientes empiezan a ver cómo se las pueden arreglar, están un poco desesperados y encuentran algo, al costado de una playa, que brillaba. Van, lo agarran, lo empiezan a frotar y sale un espíritu, un genio. El genio sale un poco dormido, les dice “hace como mil años que estoy descansando, me han despertado y les voy a cumplir un deseo a cada uno pero háganlo rápido porque quiero seguir durmiendo”. 

El primero entonces le dice “yo te quería pedir una cosa, extraño mucho a mi familia así que te pido por favor que me envíes de nuevo a casa, quiero estar con ellos pero que haya una nueva situación, que mis vecinos estén bien, que tengan trabajo, que tengan salud, que en nuestro barrio haya paz, que sean generosos los unos con los otros”. El genio le concede el deseo, el hombre va de nuevo a su casa, su familia estaba feliz, los vecinos estaban bien, todos contentos, en paz.

Llega el segundo y le dice “yo también ya tengo mi deseo, la verdad que estas cosas ya no tienen solución, todos los problemas que hay, las cosas que pasan, así que yo lo que te pido es ser 10 años más joven, tener un montón de plata, salud, estar en una isla del caribe y poder tener una buena vida”. Se lo concede y se va para la isla del caribe.

El tercero ya dudaba, no sabía qué pedir, estaba un poco deprimido porque las cosas nunca cambian, no se decidía y el genio le dice “bueno, rápido porque me quiero volver a descansar un rato”. El hombre entontes le dice “si lo pienso bien, en este momento me siento bastante solo, por favor tráeme de nuevo a las dos personas que se acaban de ir”.

Me acordaba un poquito de esta historia cuando pensaba en esta fiesta que estamos celebrando hoy, y en esta invitación que nos hace Jesús a cada uno de nosotros los cristianos. Creo que esta actitud del primer hombre es la que nos invita a tener a cada uno de nosotros que, ¿Cuál es? Pensar en el otro. ¿Qué es lo que a mí me hace feliz? Ver la alegría de lo que el otro está viviendo, por eso, ¿Qué pediría? Salud, que estén bien, que tengan trabajo, no estaba pensando en él en el primer lugar. Este hombre tenía ese espíritu donde siente que la alegría de los demás es su alegría y, ampliándolo más hacia Jesús, el poder servir a los demás y el pensar en el otro es lo que nos hace feliz a cada uno de nosotros. 

Si uno mira la vida de Jesús, esto es continuamente su vida, el poder ponerse al servicio de los demás y lo que va cambiando en el corazón de sus apóstoles y de sus discípulos es también lo mismo. No es que los discípulos, por estar más cercar de Jesús, pasan a tener más prestigio o pasan a tener más cosas, al contrario. Se les complica más la vida, los invita a una pobreza más grande, pero uno no se imagina a los discípulos diciendo “uh, que garrón seguir a Jesús” o “¿para que elegí este camino?” sino que se los imagina felices, alegres, contentos porque encontraron aquello que los llena. Lo que los llena no es, haciendo referencia a este segundo caso del cuento, el tener cosas. A veces tenemos como una ilusión nosotros de que, si tuviéramos más cosas, si económicamente nos fuera mejor, si no tuviéramos problemas, nuestra vida sería mucho más feliz. Tal vez es un poco más fácil pero no es ese el camino que hace a la felicidad.

Los que somos un poco más grandes tenemos la experiencia de habernos matado por lograr algo que después no nos cambia la vida, estamos contentos un tiempito pero después ya queremos algo mas o algo distinto. ¿Por qué? Porque no es lo que nos plenifica, no es lo que llena nuestro corazón. Lo que llena verdaderamente nuestro corazón es cuando uno puede amar y todos estamos invitados a amar, amar en plenitud. Sin embargo, ese amar en plenitud no es posible acá en la tierra y eso nos deja una insatisfacción en el corazón, siempre sentimos que hay algo que nos falta. Hay algo más que deseo y algo más que quiero. 

Pero como no podemos tener una insatisfacción en el corazón buscamos como un status quo, una buena calidad de vida, que las cosas estén equilibradas, como si eso fuera lo central de la vida y se pelea por eso. Lo que pasa es que cuando uno va perdiendo esa tensión en el corazón de que algo falta, de a poco se va como apagando. Uno deja de luchar por aquello que quiere, ¿Podría estar un poquito más cómoda mi vida hoy? Sí, pero no es lo que mueve mi corazón, lo que mueve mi corazón es encontrar qué es lo que le da sentido y qué es lo que lo tensiona. Creo que por eso Dios deja como esta insatisfacción en el corazón de que ya vislumbro algo, gozo, alegría, soy feliz en este momento pero siempre hay algo que me falta, siempre busco algo más, voy caminando hacia eso.

Esa es la invitación de Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar, este es el corazón, podríamos decir, de los evangelios. Hay algunos cuestionamientos sobre cuáles fueron las fidelísimas palabras exactas que dijo Jesús, pero esto, si no lo dijo Jesús, no lo dijo nadie. Transforma totalmente todo, tal es así que a veces nos olvidamos de esto que es casi lo único que nos bastaría para entender qué significa seguir a Jesús. La verdad es que lo que más repite es “felices”, ¿Cuál es el deseo de Dios para nosotros? Que seamos felices, que encontremos aquello que llena nuestro corazón y que lo podamos vivir hoy, acá, siempre con esa tensión de que la felicidad plena estará en el cielo con el pero que ya la vislumbramos y la gozamos acá.

Podríamos decir que esto que decimos son las dos cosas que pasan en este evangelio porque por un lado hay cosas muy lindas que es siempre lo que tiene que ver con la relación con los demás, “felices los misericordiosos”, “felices los que trabajan por la paz”, todo muy lindo pero ojala pudiéramos vivir eso. Y hay otros que cuestan un poco, “felices los pobres”, “felices los que lloran”, “felices los perseguidos”, y uno se pregunta de pronto dónde está esa felicidad. Jesús nos invita a descubrir que más allá y a veces las alegrías que tenemos o las tristezas que todos tenemos en la vida, hay una felicidad que es más profunda. Cuando yo puedo descubrir qué es lo que quiero, cuando yo puedo vivirlo a esto. Aun en medio de los problemas que tenemos, poder mantener esa felicidad cuando camino hacia aquello a lo que Jesús me invita.

Pongamos el ejemplo de la primera bienaventuranza, “felices los pobres de espíritu” y uno se preguntaría dónde está esta felicidad de ser pobre, porque de lo primero de lo que nos habla la pobreza es de que hay una falta, entonces tengo que seguir en búsqueda, tengo que ir mas allá. No solo hablamos de esa falta material, a la que claramente Jesús se refiere, sino que hay un montón de pobrezas. No me basto a mí mismo, no me alcanza conmigo, necesito de los demás y por eso también trabajo para los demás, ¿Por qué? Porque el que me salva es el otro, el que ilumina mi vida es el otro, por eso, sin el otro, me siento pobre, hay algo que a mí no me cierra, necesito de los demás, que estén a mi lado, que me acompañen, que me hablen. Necesito de aquel que me va a salvar para siempre, que es Jesús. Aquel que llena mi corazón y me trae una vida nueva. El rico es el que siente que ya todo lo tiene, el que perdió los sueños, ¿para qué voy a soñar si lo que quiero ya lo tengo? Jesús dice que no es ese el camino, el camino es el que dice “a mí me falta, yo necesito algo más y por eso te busco, por eso busco a Dios y por eso busco a los demás”. Esa es la invitación constante de Jesús y eso es a lo que nos invita a vivir a cada uno de nosotros.

¿Qué es lo que le pasa al tercer hombre del cuento que les dije? Que nada le viene bien, nunca nada le alcanza, todo está mal, nada va a cambiar para él pero Jesús nos invita a tener esperanza. Él es el señor de la historia y todos tenemos la experiencia de que muchas veces hemos dicho esa frase y Dios nos sorprende y después, como somos seres humanos, volvemos a caer en eso y él nos vuelve a sorprender. Entonces nos invita a caminar con esa esperanza en el corazón con el que pone la fe en Dios y esa fe es la que se vive cuando podemos vivir las cosas que nos dice la biblia en la segunda lectura. La primera lectura dice vivir la alegría de la tensión hacia donde voy, esos hombres que están en el cielo, ¿Quiénes son los que están revestidos de blanco en ese texto? Los santos, los que están ahí, esa es nuestra alegría, eso es lo que esperamos. Por eso Pablo, en la segunda lectura dice “ustedes son hijos”, y el hijo lo que espera es esa alianza, ¿Cuál es? La alianza de todos nosotros y el cielo, es el regalo de Dios, no es algo que me tengo que ganar, es el regalo que Dios quiere para mí. En todo caso, lo tengo que cuidar y caminar hacia él. 

Podríamos decir que estas dos fiestas que estamos celebrando hoy y mañana muestra esa tensión. hoy celebramos la fiesta de todos los santos, vivimos la alegría de nuestros hermanos que están en el cielo, lo que conocemos y lo que no conocemos, los que han sido un modelo en nuestra vida, los que han llenado nuestro corazón y nos han mostrado el camino hacia Jesús, esperando estar con ellos. Mañana celebramos la fiesta de todos los difuntos, los ponemos en manos de Dios, eso que nos duele, nos cuesta, nos trae tristeza por las personas que ya no están con nosotros y esa es la tensión de acá. Hay cosas que de pronto no son como nosotros esperamos pero Dios siempre nos invita a confiar en que hay algo más grande que es estar en el cielo con él. Eso es a lo que nos invita a vivir hoy a nosotros, a descubrir que nos llama a ser felices y a caminar hacia el.

Pongamos con confianza nuestro corazón en Dios y vivamos la alegría de ser hijos de Dios poniendo nuestra vida al servicio de los demás. 

Lecturas:
*Apocalipsis 7,2-4.9-14
*Salmo 23
*Primera carta del apóstol san Juan 3,1-3
*Mateo 5,1-12



lunes, 9 de noviembre de 2015

Homilía: “Renovar nuestra mirada en la fe” – XXX domingo durante el año

Durante la lectura del evangelio y la predicación, se les pidió a todos que se venden los ojos para que puedan hacer la experiencia de Bartimeo, de este hombre ciego, y se apagaron también las luces. 

Seguramente muchos nos encontramos en una nueva situación, estamos acostumbrados a poder ver y QUEREMOS ver y, cuando no podemos ver, nos incomoda. Por más que estemos rodeados, nos podemos sentir solos, ni hablar de si nos dicen de ir a algún lado, y la pregunta sería “¿cómo?”, en el corazón. Es encontrarme en una situación que no he vivido y con un deseo en el corazón de que quiero ver algo más.

Hay una película que se llama Mas Allá de los Sueños donde actúa Robin Williams en la que el protagonista, Chris, muere y va al más allá. Allí, se encuentra a una persona y él, desesperado, le dice que no puede ver su cuerpo y este hombre le contesta que cuando deje de tener miedo va a comenzar a verse. Creo que en algunas circunstancias de la vida sentimos esto, queremos ver un poco más o queremos ir un poco más allá y a veces nuestros miedos nos van cerrando y no nos dejan ver más. A veces nuestra desesperanza nos hace que bajemos los brazos, que no nos animemos, frustraciones que hemos tenido en la vida, fracasos donde las cosas no salieron como queríamos o como esperábamos. Heridas que los demás o nosotros mismos nos hemos infringido, cambios que empezamos a ver en nuestra vida y que decimos “esto no lo quiero” o “si, pero no me animo y voy hasta acá”. Empezamos a sentir como que estamos ciegos y, cuando no vemos, esos miedos, esa desesperanza, nos lleva muchas veces a no descubrir al que está a nuestro lado, a no darnos cuenta todo lo que Dios y los demás nos dan. No agradecer por lo bueno que pasa en nuestra vida, por las lindas cosas que pasan en nuestra familia, colegios, facultad, trabajo, sociedad, país. Vamos apagando nuestros sueños: “No, prefiero quedarme acá porque a ver si me siento frustrado de nuevo”, y yo también, como Bartimeo, me voy quedando al borde del camino. Veo que la vida corre y que yo no puedo subirme a ella, a veces tengo ganas, pero me va ganando también esta desesperanza, esta angustia de que las cosas son así, de que no puedo hacer nada, de que las cosas nunca van a cambiar, de que no veo las formas de la manera y de la forma que quisiera.

A veces, cuando estamos sumergidos en la oscuridad, ahí descubrimos la oportunidad, como Bartimeo, para gritarle a Jesús. Podríamos decir que muchas veces nuestras cegueras son esa posibilidad de gritarle a Jesús y que Jesús se haga presente. Y hoy así, con los ojos tapados, podríamos preguntarnos nosotros, cada uno, ¿Qué le pediríamos a Jesús? Porque cuando este hombre gritó, ¿Qué gritaría nuestro corazón? Jesús les dijo a sus discípulos “tráiganmelo”. Los discípulos fueron y le dijeron “ánimo, levántate”. Jesús es el que trae ánimo, Jesús es el que levanta y cuando llego frente a Jesús le dijo “¿Qué quieres que haga por ti?” Hoy, en esta noche, ¿Qué le diríamos nosotros a Jesús? Meditemos en el corazón, ¿Qué necesito que Jesús haga por mí? ¿En que necesito que Jesús me dé una nueva mirada?



“Maestro, que yo pueda ver”, ese era el deseo de Bartimeo, ese es nuestro deseo, poder ver pero no como antes, sino con los ojos de Jesús y eso es lo que Jesús nos regala.

Se prenden las luces y se sacan las vendas.

Seguramente nos cuesta un poquito ver al principio, como Bartimeo, y esa es la luz de Jesús, trae algo nuevo, ¿Por qué? Porque me invita a cambiar, no es que cambió lo que estaba alrededor de Bartimeo, cambió Bartimeo y miró de una manera nueva la vida. Como miró de una manera nueva, lo siguió a Jesús, antes estaba al borde del camino y ahora, con fe, camina con Jesús. Eso es lo que Jesús quiere hacer con cada uno de nosotros, quiere renovar nuestra mirada en la fe. Quiere que aprendamos a mirar a nuestra familia de una manera nueva, distinta, diferente, aprendiendo a valorar lo que me da, lo que tiene, agradecer. Mirar mi colegio, mi facultad, mi trabajo y descubrir lo que Dios tiene ahí y lo que nos da y pedirle que yo también pueda ser luz para los demás. También en nuestra sociedad, en nuestro país, no ser tan quejosos, no ser tan pesimistas y decir “hay muchas cosas lindas, hay muchas cosas buenas y yo puedo aportar como testigo de la luz, como testigo de Jesús, mucho desde mí”. 

Lo que hace la fe es cambiar la mirada, eso es lo que celebramos hoy. Yo no dije “palabra del padre Mariano” cuando termine de leer, dije “palabra de Dios”, y nosotros lo creemos, ¿Por qué? Por los ojos de la fe lo creemos. Creemos que Jesús nos enseña. Vamos a traer pan y vino ahora en un ratito acá y, cuando yo lo levante, vamos a seguir viendo pan y vino, pero los ojos de la fe me van a decir que ahí está Jesús. No es que cambia algo, cambio yo, cambia mi mirada y esa mirada me hace descubrir a Jesús presente en su palabra y en su eucaristía, eso es lo que creo. En la vida tenemos que pedirle lo mismo.

Jesús, vos sos el señor de la historia, vos sos el que trae una nueva luz sobre mi familia, sobre mi sociedad, sobre mí, ayúdame a descubrirla, ayúdame a verla, ayúdame, como a Bartimeo, a seguirte de una manera nueva. Como en la primera lectura, a querer trabajar por esa comunión, esa unión, por descubrirla como Dios la trae y yo puedo ser testigo. Como en la segunda lectura, que dice que podemos perdonarnos, estar cerca de los demás, podemos reconciliarnos, esto es lo que Dios siempre hace. Cuando vivimos eso, lo seguimos con mucha más confianza.

Animémonos entonces en estos días a expresar esto, a responderle a Jesús “¿qué quieres que haga por ti?”, a poner el corazón en él y animarnos a mirarlo, a mirarnos, a mirar a los demás de una manera nueva.


Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos sobre el mundo; gracias por la mirada que lleva mi alma a los hombres como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz. Haz que mis ojos sean claros, Señor. Haz que no sea nunca una mirada decepcionada, desilusionada, desesperada, sino que sepa admirar, extasiarse y contemplar.

Concede a mi mirada el ser lo bastante profunda como para conocer tu presencia en el mundo y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre.

Que mi mirada, Señor, sea clara y firme, pero que sepa enternecerse y que mis ojos sean capaces de llorar. Que mi mirada no ensucie a quien toque, que no intimide, sino que sosiegue, que no entristezca, sino que transmita alegría, que no seduzca para apresar a nadie, sino que invite y arrastre al mejoramiento.

Haz que moleste al pecador al reconocer en ella tu resplandor, pero que sólo reproche para rescatar Haz que mi mirada conmueva a las almas por ser un encuentro, un encuentro con Dios.

Que sea una llamada, un toque de clarín que movilice a todos los parados en las puertas, y no porque yo paso, Señor, sino porque pasas Tú. Para que mi mirada sea todo esto, Señor, una vez más en esta noche yo te doy mi alma y mi cuerpo y mis ojos. Para que cuando mire a mis hermanos los hombres sea Tú quien los mira y, desde dentro de mí, Tú les saludes. Amen. 



Lecturas: 
*Reyes 17,10-16
*Salmo 145
*Carta a los Hebreos 9,24-28
*Marcos 12,38-44