miércoles, 25 de febrero de 2015

Homilía: “Conviértanse y crean en la Buena Noticia” – I domingo de Cuaresma

Cuando era chico era fanático de todo lo que tiene que ver con la “Guerra de las Galaxias”. Es más, creo que una de las mejores noticias que recibí en el último tiempo es que van a seguir haciendo  películas de esas. Tal vez algunos comparten el sentimiento. En el episodio 5, que se llama El Imperio Contraataca, hay un momento en el que el protagonista, Luke Skywalker, está en medio de una tensa lucha. Y uno de sus ex maestros, Obi Wan Kenobi, lo invita a que vaya a otro planeta a encontrarse con el último de los yedis, Yoda, el maestro de todos. Luke va con una tensión muy fuerte en el corazón. Por un lado la alegría de encontrarse con Yoda, de seguir preparándose y haciendo este camino para ser yedi; pero al mismo tiempo con la dificultad de dejar a los demás. En un momento difícil, en un momento tenso, en un momento de guerra, yo tengo que dejar a los otros solos, y no veo cómo esto puede ayudar.
Luke comienza a prepararse con sentimientos encontrados en el corazón. Yoda le habla de la fuerza, intenta explicarle qué es. Pero él no aguanta la tentación. Yoda le dice: 'tenés que quedarte acá, no estás listo', pero él se va. No puede aguantar ese momento de preparación, el esperar, el descubrir que todavía no es el momento oportuno.
Esta experiencia tan sencilla, es una experiencia cotidiana que en muchos momentos de la vida experimentamos. Nos cuesta mucho el descubrir que las cosas se tienen que preparar. Nos cuesta mucho dar a luz, hacer que dé fruto con el tiempo, tener paciencia. A veces hasta queriendo hacer el bien, por atolondrado, por apurado, por creer que me las sé todas, por lo que fuera, termino haciendo el mal. Termino dañando a los demás, termino lastimando al otro. Muchas veces también termino lastimándome a mí mismo. Por eso, para poder dar fruto tengo que descubrir qué tengo que engendrar en mi vida. Primero tengo que fortalecer mi corazón, tengo que animarme a hacer un proceso, a descubrir qué es lo que quiero y cuál es el camino que tengo que realizar para esto.
Si quieren, un ejemplo claro de esto es el evangelio de hoy, tan sencillo y tan profundo al mismo tiempo.  Jesús va a comenzar su misión. Uno podría preguntarse, ¿quién puede estar mejor preparado que Jesús para empezar su misión? Sin embargo, todavía no empieza. Uno podría decir al mismo tiempo: bueno, que se apure. Pero todavía no es el momento, todavía no es el tiempo. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto; ni siquiera es que sale de sí mismo. 'Antes de comenzar tu misión, te toca encontrarte en el desierto'.
El desierto tiene un doble sentido. Por un lado: animate a encontrarte con Dios, tomate un tiempo para estar con Él; por otro, es el lugar de la prueba. Jesús va a ser tentado ahí. Jesús va a tener que templar su espíritu, va a tener que preparar el corazón. Esto es necesario para lo que va a vivir después. Es más, podríamos decir que esa preparación es lo que va a sostenerlo en los momentos duros, en los momentos difíciles. Jesús va a preparar el corazón para los momentos de la prueba. Esa es una invitación que Jesús nos hace a nosotros, especialmente en la Cuaresma. Nos invita a animarnos a ir al desierto. Ir al desierto no es solamente ir a un lugar desierto, sino a tomarnos un tiempo. En la rutina, en lo de todos los días, tomarme un tiempo para mí. Sin embargo, a veces nos da miedo. Qué lindo que es tomarme un tiempo para mí en la soledad, mirar mi corazón, pero qué vértigo me causa al mismo tiempo. ¡A ver qué descubro! ¿Cuántas veces tenemos miedo de lo que vamos a descubrir, de lo que va a pasar? ¿Por qué? Porque se dan estas dos cosas. Por un lado, qué bueno que pueda mirar mi corazón, que pueda prepararme, pero al mismo tiempo, qué exigente porque pueden aparecer cosas que no me gustan, cosas que me cuestan, y las cosas se dan así. No se da una si no se da la otra. No puedo elegir: quiero solamente esto. Jesús va al desierto a encontrarse con Dios, pero va a ser probado. Para poder crecer, yo voy a ser probado, y me voy a tener que esforzar en el corazón, pero es la única manera en la que yo puedo dar vida.
Hoy para muchos estamos comenzando la Cuaresma (aunque en realidad empezó el miércoles). La Cuaresma no tiene sentido en sí mismo. La cuaresma encuentra un sentido en la Pascua, en la vida. No existiría la cuaresma sin la Pascua, sin la vida. Hay una vida que se nos regala en la Pascua, por eso preparémonos. Por eso miremos en el corazón. ¿Dónde puedo dar vida? Hoy escuchamos que Jesús dice “¡Conviértanse y crean en la Buena Noticia!”. La primera imagen que nos surge cuando nos dicen "conviértanse", es : uh, ¿cuál es el trabajo?, ¿cuál es el esfuerzo?, ¿a qué tengo que renunciar? Casi como si tuviera que renunciar a la vida, a lo que me gusta, a lo que me puede traer placer al corazón, gozo. Sin embargo, la conversión verdadera, es aprender a vivir y descubrir qué es lo que me da vida. Ahora, para descubrir qué es lo que me da vida, tengo que descubrir cuál es el camino que tengo que realizar. Y cuando yo voy a realizar un camino, voy a recorrer un camino, claramente renuncio a otros. Hay cosas que tengo que dejar atrás, hay cosas que no voy a vivir. Cada uno de nosotros tiene que descubrir cuáles son los espacios donde hoy no puedo dar vida, donde nada me cierra, donde todo lo siento tal vez hasta como una exigencia, ¿cómo puedo volver a descubrir la vida? En mi familia, en mi trabajo, en el estudio, con mis amigos, en mis propios deseos. Cómo puedo mirar cuál es el camino que tengo que recorrer. Y para eso, a qué tengo que renunciar, qué tengo que sacrificar. La vida implica sacrificios pero los sacrificios cobran un sentido cuando descubro por qué los hago. Si no, ¿cuánto tiempo van a durar?
Vamos a poner un ejemplo muy simple. Uno se podría proponer en la Cuaresma, "encontrarme más con Dios", entonces me propongo rezar más. ¿Desde dónde lo hago ese rezar más? ¿Solamente desde un espíritu voluntarioso? 'Me propongo todos los días rezar un rato...' Eso tiene fecha de caducidad. Según cuán fuerte sea mi voluntad lo voy a poder hacer una semana, dos semanas, un mes, tres meses...Sin embargo, si yo descubro qué vida me trae la oración, cuán lindo es encontrarme con Jesús, cuán lindo es ese encuentro de oración, habrá momentos duros y difíciles, habrá momentos de aridez, pero lo buscaré con un corazón distinto, porque le encontré un sentido, encontré que la oración me da vida. Así con cada una de las cosas. Si yo no puedo descubrir qué sentido tiene trabajar, qué sentido tiene poder llevar el pan a mi casa, qué sentido poder ayudar con eso a los demás, entonces va a ser un garrón levantarme todos los días. Tener que ir a trabajar, no le encuentro vida, lo único que descubro es que me cansa, que me desgasta. Estamos hablando de cosas cotidianas, lo mismo pasa con el estudio.
Sin embargo, podemos dar un paso más. ¿Qué es lo que descubro que me aleja de Jesús y de los demás? ¿Qué es lo que descubro que hace doler a Jesús y a los demás? ¿Qué es lo que descubro que no me da ningún tipo de vida, que tengo que renunciar a eso, que lo tengo que dejar atrás? Pero la primera pregunta que me podría hacer es ¿quiero cambiarlo? Porque a veces no tengo ganas de cambiar las cosas. Inconscientemente digo 'quiero cambiarlo'. Por ejemplo, podemos proponernos: 'no mentir'. ¿Realmente quiero cambiar eso? Porque a veces me siento cómodo en la mentira. Me es mucho más fácil mentir. Entonces, queda lindo decir 'no tengo que mentir', pero quizás me queda más cómodo hacerlo en este momento de la vida. Entonces, la primera pregunta es, ¿quiero cambiar esto en mi vida? Sí. Bueno, habrá que armarse de valor y empezar a preguntarse qué es lo que tengo que hacer para esto. Y, tengo que ir con la verdad. Y ¿en qué circunstancias?, ¿estoy dispuesto a asumir esto?, ¿estoy dispuesto a no ponerme en esta situación, haciendo algo que después me va a llevar a mentir? Voy recorriendo el camino, en la medida en que descubro que realmente quiero cambiar eso. Ahora, para esto tengo que descubrir primero que hay algo que tiene un valor mucho más grande, que es la verdad. Gozo de vivir en la verdad, gozo de ser transparente y de no tener que ocultarle las cosas a los demás. Me da alegría el poder compartir mi vida, abrir mi corazón. Este soy yo, no tengo nada que ocultarte. No tengo que vivir en la oscuridad. Puedo vivir en la luz. Cuando descubro eso puedo descubrir el camino.
Esa es la invitación de Jesús para la Cuaresma, hay una Buena Noticia, que yo les quiero transmitir. ‘Crean en mí’, nos dice Jesús. ¿En qué? En la vida. Yo les traigo vida. Anímense a vivirla, anímense a descubrirla, anímense a hacer experiencia. Para eso es la Cuaresma, quiero despojarme de lo que me aleja de Dios. Para esto, lo primero que tenemos que hacer al empezar la Cuaresma es tomarnos un ratito, tomarnos un tiempo para nosotros, para pensar en el corazón, ¿qué es lo que quiero hacer? Eso es lo que me pide Jesús. Tal vez con sinceridad, que yo me anime a decirle: “quiero recorrer un camino en esta Cuaresma”, o “mirá Jesús, este año dejémoslo para el que viene, tal vez no es el momento, no estoy listo”. O, “sí estoy listo para pequeñas cosas y no para saltos más grandes”. Pero que me anime a mirarlo en el corazón, para que de esa manera yo pueda dar vida. Pero para eso tengo que hacer un ratito de silencio. Animarme a encontrarme, animarme a mirar mi vida. Por eso durante este tiempo de Cuaresma vamos a hacer un signo. Vamos a estar un rato en silencio, para animarnos a encontrarnos con Jesús en el silencio, para mirarlo a Él y dejar que Él hable. Que Jesús se haga un lugar en nuestro corazón, que yo lo mire y que Él me mire, y que me invite a hacer un camino.
Animémonos entonces en este ratito de silencio, animémonos en la semana, a encontrarnos con Jesús, y a que Él nos dé un empujoncito para caminar hacia la Pascua.

Lecturas:
*Gn 9, 8-15
*Salmo 24
*1Pedro 3, 18-22

*Mc 1, 12-15

viernes, 20 de febrero de 2015

Homilía: “Déjense reconciliar con Dios” - Miércoles de Ceniza

Hay un proverbio africano que dice: “Si quieres llegar rápido ve solo, si quieres llegar lejos ve acompañado.” Creo que estas pocas palabras reflejan el deseo que Jesús tiene para cada uno de nosotros en el corazón durante esta Cuaresma, que nos animemos a frenar un minuto en nuestra vida, a detenernos y a mirar cómo queremos caminar hacia la Pascua. La Cuaresma en sí misma no tiene un fin o un sentido, el fin es la Pascua, caminar hacia Jesús. Ahora, caminar hacia Jesús es caminar hacia los demás y caminar también hacia nosotros mismos. Animarnos a descubrir cómo podemos crecer en el corazón. Uno llega lejos cuando se anima a agrandar el corazón. En el mundo actual a veces competimos en todo, y no sólo por quién lo hace mejor sino quién lo hace más rápido, quién llega antes. Pero para esto me tengo que olvidar muchas veces de los que tengo a mi lado, los tengo que apartar un poco. No sólo a veces olvidarme de los que tengo a mi lado, sino también de mí mismo. A veces me meto algo en la cabeza y sólo me ocupo de eso, e hipoteco un montón de otras cosas en mi vida. Dejo de agrandar el corazón, dejo de preocuparme por las cosas que son importantes, y dejo de preocuparme por los demás. Esto es un deseo que Jesús tiene para nosotros en todos los momentos de la vida.
La primera lectura dice: “Vuelvan a mí de todo corazón.” Dios le pide al profeta Joel que invite a su pueblo a volver a Dios. Esta invitación es continua. Tengo que mirar a Jesús y volver a Él. A veces la tentación es pensar “ya llegué, ya me encontré con Jesús”; sin embargo, Dios vuelve a renovar esta invitación constantemente. Tal vez para poner un ejemplo de esto, me acuerdo cuando entré al seminario, ya hace casi veinte años, pensaba: ‘bueno, ya me entregué todo a Jesús, ya dejé todo, mi carrera, lo que había pensado en una familia… ya está, ¿qué más puedo dejar?’. Sin embargo, en el camino del seminario, hoy en mi camino siendo cura, descubro un montón de cosas que no termino de darle a Jesús, cosas en las que soy mezquino, cosas que no me animo a entregar, cosas que guardo para mí, generosidades que no quiero tener… Si uno mira en el corazón con detenimiento, siempre puede descubrir un paso más para dar en este camino. Siempre hay cosas a las que nos agarramos, cosas que no queremos soltar, cosas que no nos dejan ser verdaderamente libres. Cuando Jesús nos invita a algo más, lo hace porque quiere que ganemos en esa libertad. Esa es la invitación de la Cuaresma: cómo caminar con un corazón más libre hacia Jesús, cómo poder decirle: Jesús, acá estoy yo. No las cosas, no lo que creo, sino mi propia vida.
Esta invitación queda reflejada en el evangelio. A veces cuando escuchamos que el camino de la Cuaresma es ayuno, limosna y oración, lo primero que nos viene a la mente es: ‘bueno, estas cosas son muy tradicionales de la Iglesia, viejas…’, casi como que están pasadas de moda. Pero si uno sale un poquito de lo que se dice comúnmente, puede descubrir que están tres invitaciones engloban todos los vínculos que tenemos. Son tres invitaciones a crecer en la libertad. El ayuno es una invitación a crecer en la libertad conmigo mismo; la limosna, a crecer en la libertad hacia los demás; la oración, a crecer en la libertad hacia Dios.
Tomémoslo en sentido amplio. El ayuno no es solamente qué como, o qué no como; sino cómo yo puedo ser libre frente a las cosas. Podría preguntarme qué es lo que no me deja ser libre a mí hoy, qué me toma por completo, qué cosa toma todo mi tiempo. No sólo la comida o la gula, que a veces nos arrastra, sino también un montón de cosas materiales. ¿Qué no me animo a prestar? ¿A qué cosa me aferro más que a los demás? ¿De qué puedo ayunar en este tiempo? ¿Cómo puedo ser más libre frente a lo material, frente a aquello que muchas veces ocupa mucho lugar en el corazón? Desde los más chicos a los más grandes; quizás los más grandes, los varones pueden pensar en el auto, las mujeres en la ropa, los más chicos en la play… ¿Qué cosas no me dejan ser libre y encontrarme con los demás? Podríamos ayunar a veces de otras cosas aún mucho más profundas; nuestros egoísmos, nuestra intolerancia. ¿En cuáles cosas descubro que Dios me invita a dar un paso en el corazón? ¿Para qué? Para ganar en libertad.
La limosna nos invita a encontrarnos con el hermano. En primer lugar, porque la limosna tiene en cuenta al hermano que está más necesitado. Puedo preguntarme cómo está mi generosidad, tal vez partiendo en un primer paso desde lo material. A veces encontramos un montón de excusas para no dar. ‘No, porque ¿qué va a hacer?’, ‘No, porque no se lo merece’… Jesús no me pide que ponga excusas, Jesús me pide que mire mi corazón. ¿Cuán generoso estoy siendo?, ¿cuánto me animo a dar? En primer lugar puedo revisar ese primer paso. Pero no me dice que me detenga a mí, sino que la limosna es cómo me preocupo de mi hermano, cómo me preocupo del que está a mi lado. Cada uno de nosotros podría revisar cómo está la relación en cada uno de los vínculos que tengo. Empezando por la familia, ¿cómo me estoy relacionando con mis papás, con mis hermanos? ¿Cómo me estoy relacionando con mi novio/a? ¿Cómo me estoy relacionando con mis amigos? ¿A quién estamos dejando de lado? ¿De quién no nos preocupamos? ¿Quién me está costando mucho? Plantearnos entonces, ¿cómo puedo crecer en este vínculo? ¿Cómo me animo a darle otra oportunidad? ¿Cómo puedo crecer en esta libertad, en eso que todavía me tiene intranquilo en el corazón, que me pesa y que Jesús me invita a dar un paso? No sólo en el ámbito más cercano, como es la familia, sino yendo más allá: en el colegio, en el ámbito laboral, en la facultad, con aquél que se me cruza en el camino. ¿Cómo puedo crecer en el vínculo con los demás? ¿Cuál es el paso que Jesús me invita a dar en el corazón?
Por último, la tercera acción es la oración, ¿cómo crecer en esa libertad hacia Dios? Y, ¿cómo crezco encontrándome con Él? Eso es lo que me ayuda a dar un crecimiento, eso es lo que me ayuda a descubrirlo de nuevo a Dios. Podríamos pensar qué lugar ocupa en nosotros la oración. Y ¿cuál es el paso que podemos dar en esta Cuaresma? ¿Qué momento nos podemos reservar en la semana para rezar un ratito, para encontrarnos con Dios, para charlar un ratito, para decirle: ‘aquí estoy’? Jesús me invita a ganar en libertad, pero para eso me tengo que animar a descubrir qué paso puedo dar, cuál es el camino que hoy puedo tomar.
En la segunda lectura, Pablo exhorta, casi grita: ‘déjense reconciliar con Dios’. Eso es lo que engloba la Cuaresma. Cómo me reconcilio con Él y con los demás. Esto es por ahí lo más profundo que Dios nos pide, todo lo que tiene que ver con el perdón. Todos tenemos experiencia de que hay cosas que nos cuesta perdonar, que nos cuesta dejar atrás. ¿Cómo podemos pedirle a Jesús esa capacidad en el corazón? ¿A quién tengo que perdonar hoy? ¿A quién tengo que entregar mi corazón? Por otro lado, hay veces que yo tengo que pedir perdón, y mi orgullo o mi soberbia no me lo permiten. ¿Cómo damos ese paso entonces? ¿Cómo logramos esa grandeza en el corazón, de aquél que se anima a descubrir: estuve mal, y quiero pedir perdón? Esto también va a mi relación con Dios. Esta exhortación Pablo la hace porque descubre que es difícil. Si hay un sacramento que más nos cuesta vivir hoy es el sacramento de la reconciliación. Pareciera incluso que pasó de moda; nos cuesta confesarnos, nos cuesta pedir perdón. Jesús nos pide que tengamos ese gesto de humildad, que nos acerquemos a reconciliarnos, que nos animemos a descubrir que necesitamos poner el corazón en Él, que necesitamos de su perdón.
En esta Cuaresma, animémonos a poner los ojos fijos en Jesús, a mirar a ese Dios que necesitamos, y a escuchar a ese Dios que nos invita a que volvamos a poner el corazón en Él.

Lecturas:
*Joel 2,12-18
*Salmo 50
*2Cor 5,20-6,2

*Mt 6,1-6. 16-18

miércoles, 18 de febrero de 2015

Homilía: “Jesús, antes de curarlo, lo toca” – VI domingo durante el año

En el comienzo de la película “El Juez”, Hank Palmer recibe un llamado telefónico y se entera de que su madre falleció. A continuación, aparece en escena con su hija pequeña; está regando las plantas en el jardín antes de volar hacia otro estado, donde vivían sus padres. Su hija le pregunta, “¿estás triste porque murió tu mamá?”. “Sí, cariño, ojalá tú la hubieras conocido.” Y la niña le pregunta, “¿por qué no puedo ir contigo?”; su padre le dice, “No, porque es muy deprimente todo, no vas a querer ir.” Pero su hija insiste y pregunta, “el abuelo Palmer ¿también está muerto?” El padre contesta, “No, yo a veces digo que está muerto para mí. Es una forma de decir. Tal vez interpretaste mal algo que yo dije.” La niña entonces pone cara de confundida, y dice, “es muy complicado para mí.” Vuelve a preguntar entonces, “¿no puedo ir contigo?”. La conversación sigue. Como lo dice el diálogo, Hank está peleado con su padre. Eso lo ha distanciado, y por eso su hija ni siquiera conoce a sus abuelos. Esto que tendrá sus razones, la chica no lo puede entender. No puede entender qué puede llevar a que un padre y un hijo estén tan distanciados, con un resentimiento tan grande en el corazón.
Sin embargo, por más de que lo que primero nos surge en la cabeza es, ¿cómo puede pasar esto?, muchos de los que estamos acá tenemos experiencias cercanas de lo difícil que es mantener unida una familia, lo difícil que es mantener unido un grupo de amigos. Aquello por lo que en un primer lugar uno diría, “lo doy todo, vamos a estar juntos para siempre”, después por diferentes razones, unas más válidas que otras, empiezan las rispideces, empiezan los enojos, las separaciones, las divisiones, el no querer estar con el otro, el no querer verlo, hasta el extremo, como pasa en esta película. Todos tenemos experiencia de cómo a veces nuestra propia vida, en vez de tender hacia lo que más quisiéramos, como deseo profundo en el corazón, hacia la unidad, muchas veces tiende a la división.
Esto sucede en nuestra familia pero también sucede en mucho de lo que vivimos en nuestra sociedad, o en nuestro mundo. El mundo casi que naturalmente (si se puede decir así), tiende a la división. Los sistemas del mundo tienden a la división. Los sistemas económicos, empezando por el capitalismo, tienden a la división y a la exclusión. Eso ha quedado muy claro. Hay una ONG en Inglaterra que sacó ahora un informe diciendo que se espera para 2016 que el 1% de la población tenga la misma riqueza que el otro 99% de la población mundial. Es clarísimo entonces la división y la exclusión que eso genera. No sólo eso sino también los mismos sistemas sociales, a veces generan un montón de divisiones. Lo podemos observar en nuestro país, lo que nos cuesta el diálogo, lo que nos cuesta escucharnos, entendernos, comprendernos, estar cerca el uno del otro. Lo vemos también a veces en el plano educativo, en los colegios, donde nos cuesta mucho dialogar; entre familias, con las instituciones, no pelearnos, intentar sumar entre todos.
Lo vemos también en la fe. No sólo en el totalitarismo religioso, en todas las religiones que existen, sino también en nuestra propia fe. Cómo muchas veces nos cuesta entendernos, comprendernos, crecer como comunidad, estar cerca el uno del otro. Pareciera que nuestra humanidad, a pesar de que desea la unión, tiende más a la división que a unir. Esto es contrario a lo que hace Jesús. La misma vida de Jesús nos muestra un camino contrario, la encarnación. La locura de un Dios que se hace hombre, muestra este deseo de Dios que quiere unir lo divino y lo humano. Él no se queda indiferente, sino que nos dice: soy capaz de abajarme hasta ahí, con tal de unir aquello que ustedes fragmentan, con tal de salvar aquello que ustedes van perdiendo. Se hace hombre y nos va mostrando durante toda su vida, con muchos gestos, ese deseo de unir lo que el hombre separa, ese deseo concreto de limar nuestras diferencias. Este milagro que hoy nos narra Marcos, muestra justamente eso. Este milagro es paradigmático porque es el primero en el Marcos se detiene con un poco más detalle.
Como nos explica la primera lectura, la lepra era una enfermedad que excluía, los leprosos vivían afuera de la ciudad, en los cementerios, en los bosques. Cuando se acercaba alguien tenían que andar con una campana, no se podían acercar a nadie, todos los demás tenían que irse. Cuando tenían hambre se les dejaba algo de comida para que se lleven, pero quedaban totalmente excluidos, tanto de la fe como de la sociedad, hasta que se murieran. Sin embargo, Marcos se detiene a relatarnos un hecho curioso desde el principio. Este hombre, que no se puede acercar a nadie, rompe la ley y se acerca a Jesús. Encuentra en Jesús algo diferente, y por eso se anima a quebrantar eso que le han impuesto. Seguramente descubrió alguien que lo miró de una manera diferente y se animó a ir al encuentro.
Pero no sólo este hombre se anima a algo diferente. Jesús también se anima a algo diferente. Jesús podría haber hecho muchas cosas, pero lo único que no tiene que hacer, es lo que va a hacer. Porque Jesús no tiene que tocarlo. Si uno tocaba un enfermo, quedaba impurificado. No podía participar de la religión después, no podía participar del culto. Todos nos acordamos del otro milagro que Jesús hace a los diez leprosos. Desde lejos les dice: “quedan purificados”. Pero Jesús, antes de curarlo, primero lo toca, poniendo de manifiesto aquello que quiere hacer de su vida: Yo toco tu enfermedad, yo estoy con vos. Cuando todos te están diciendo: vos tenés que estar solo, cuando todo el mundo te grita: nadie quiere estar con vos, hay alguien que viene y te dice: ‘yo te entiendo, yo quiero estar con vos, yo quiero entrar en tu corazón’. Hay alguien que no te deja solo. Jesús toca la humanidad frágil de ese hombre, que más allá de enfermo, está solo. Muestra que aquello que el hombre empieza a dividir social y religiosamente, en Dios no se divide. Jesús va más allá de la ley. No tiene problema en romper la ley para encontrarse con su hermano, para mostrarnos el camino, para decir que lo que el hombre excluye, Dios nunca excluye.
Nosotros por naturaleza tendemos a la exclusión. ¿Hasta dónde incluyo yo entonces? En Dios claramente nadie queda excluido, nadie queda disgregado. Eso lo va a mostrar con este milagro, y a lo largo de toda su vida. Eso va a hacer que su comunidad, sus discípulos, sus apóstoles, lo entiendan. Eso es lo que intenta que entendamos nosotros. ¿Qué es lo que tengo que hacer?, ¿hasta dónde me tengo que abajar para trabajar por la unión?, ¿qué es lo que estoy dispuesto a hacer? Casi que podríamos decir que nuestro deseo de trabajar por el otro, como dice Pablo, es cuánto tocó Jesús mi corazón. Si no me quedo en la imaginación, en cómo debería ser mi fe. Pero cuando me dejo tocar por Jesús, pienso qué es lo que me pide Jesús: comprometete con el otro, amalo hasta el extremo. Nosotros tenemos un montón de experiencias de exclusiones, de divisiones. Jesús me invita a descubrir en el corazón si soy capaz de dar un paso para romper eso, si soy capaz de tender puentes para aquellos que están excluidos, a veces socialmente, a veces religiosamente, a veces por la pobreza. Cuántos excluidos tenemos por eso. Puede ser también por una enfermedad, como el HIV o alguna otra cosa grave, que ni siquiera el que lo tiene se anima a decirlo, por miedo a lo que el otro pueda decir o pensar. También puede pasar con la fe. Hasta hace poco pasaba con los que están separados y en nueva unión, hoy con los homosexuales; nuestra fe, nuestra vida, tiende a la división. Jesús nos dice, ¿vas a tocar la vida del otro?, ¿te vas a comprometer con el otro?, ¿sos capaz de eso?, ¿sos capaz de dar un paso en tu corazón? ¿O seguiremos viviendo muchas veces en ese integrismo religioso, conservadurismo religioso, que me dice: “no, hasta acá llega la fe? ¿Quién soy yo para decir hasta dónde llega la fe, o hasta dónde llega la norma? En el fondo, tal vez lo que nos falta es mirar la vida de Jesús.
Hace unos días vi una película que contaba la vida de un santo ruso del siglo XIX. Se crea una vacante en una isla que está llena de leprosos. Ni siquiera un cura quiere ir ahí. Entonces logran convencer a este santo hombre para que vaya. “Te lo pido por seis meses”, le dice el obispo. “Anímate y después te cambio.” Y se termina quedando, da la vida. Diecinueve siglos después de Jesús, aun los curas nos preguntamos si tenemos que tocar el sufrimiento del otro, si tenemos que estar con aquel que sufre. Ni siquiera diecinueve siglos después, y escuchando lo que dijo Jesús, nos animamos a tener esos gestos. Uno escucha tantas cosas, y a veces hasta a uno mismo siendo abogado del diablo. Pero a ver, en vez de hacer tantas elucubraciones biológicas, y pensar tanto, ¿cuántas veces fuimos a un barrio y nos preocupamos y estuvimos con los pobres?, ¿cuántas veces fuimos a un hospital y nos animamos a tocar un enfermo?, ¿cuántas veces le preguntamos al otro, ¿qué es lo que te pasa?? En vez de ponernos primero a nosotros. Jesús me dice que si me animo a encontrarme con el otro, voy viviendo el evangelio. En Jesús, lo que parece impuro, se purifica; en Jesús lo que parece fuera, está adentro, si nos animamos a incluir, si nos animamos a integrar.
En otras palabras, Pablo dice, hagan todo para gloria de Dios. Creo que en vez de pensar en nuestra humanidad que tiende a dividir o a excluir, podríamos pensar como Pablo en Jesús, ¿de quién querés que me preocupe?, ¿quién está sólo?, ¿de quién puedo ser prójimo?
Pidámosle a Jesús, aquel que se hizo hombre para integrarnos a todos, aquel que se hizo hombre para tocar la humanidad de todos, que nos animemos a ir a nuestros hermanos, que a las puertas de nuestra Cuaresma nos animemos a descubrir quién nos necesita, quién está afuera. Pidámosle que nos dé la valentía, que nos dé el coraje, que nos dé la fuerza, para salir a su encuentro.

Lecturas:
*Lev 13,1-2.44-46
*Salmo 31
*1Cor 10,31–11,1

*Mc 1,40-45

miércoles, 11 de febrero de 2015

Homilía: “¿Cuáles son las cosas que nos hacen vibrar?” – V domingo durante el año

Hay una película que se llama “El juego de la fortuna”, que muestra la vida de Billy Bean, un manager de uno de los equipos de beisbol de EEUU, que revolucionó el deporte. Empieza la película con él como manager de un equipo muy chico, al cual se le van todas las grandes figuras, porque se las llevan otras franquicias con mucho mayor poder adquisitivo, y no tiene manera de reemplazarlos. Entonces, conoce a Peter Brand, un hombre a quien le gusta el beisbol, pero es economista. Peter le cuenta una teoría que tiene sobre el juego, en la cual no son necesarias las grandes estrellas. Aplican dicha teoría; al principio les va muy mal, y se ríen de él; pero de pronto tiene la racha de victorias más larga de la historia del beisbol. El equipo no sale campeón, pero él cambia la manera de ver el beisbol. Lo llaman desde otro equipo, Red Socks, para contratarlo, pagándole lo más grande que se pagó en la historia del deporte a un manager. Después de la entrevista, vuelve y le cuenta a su amigo Peter, que le dice: “vas a ser el manager mejor pago de la historia del beisbol”. Billy contesta, “tomé una vez una decisión por dinero en mi vida, y juré no volver a hacerlo.” Peter argumenta, “pero no estás eligiendo por dinero.” -“¿Acaso no?”-; -“No, sino por lo que el dinero dice que vales.”- Lo que había pasado es que saliendo del colegio a la universidad, Billy había elegido ser profesional por dinero, en vez de seguir su carrera siendo universitario, y después saltando a jugar al beisbol. Siempre había estado eligiendo dentro del beisbol, de aquello que él deseaba, pero tuvo que pulir su manera de elegir, tuvo que darse cuenta de que a veces elegía cosas que no le hacían bien, hasta descubrir donde estaba su corazón, y qué es lo que verdaderamente le daba vida, aun en aquello que él quería.
Esto que nos muestra la vida de Billy, es detrás de lo que corremos cada uno de los que estamos acá, más allá de la edad que tengamos. ¿Qué es lo que verdaderamente me da vida?, ¿qué deseo?, ¿qué elijo?, ¿de qué manera elijo? Es todo un camino en el cual vamos profundizando, aun a veces en las elecciones que uno haya hecho. “He elegido formar una familia”, “he elegido una vocación”, “he elegido una carrera”, ¿se acabó?, ¿se terminó?, ¿o tengo que seguir caminando en eso?, ¿o tengo que buscar cómo profundizar y descubrir en qué vibro? ¿Qué es lo que a mí me da vida? ¿Qué es lo que descubro que hace que mi vida tenga un sabor especial, una luz especial? Detrás de eso vamos caminando. Hasta que no lo encontramos, sentimos que nuestra vida va tirando. Voy haciendo cosas pero nada termina de darle gusto a mi vida y a mi corazón. Siento que tengo que hacer cosas, pero se vuelven como una carga. Por eso me la paso diciendo: “tengo que ir a la facultad”, “tengo que estudiar”, “tengo que dar examen”, es todo un garrón. Así con todo, en el trabajo, o hasta en la familia.
Uno podría pensar que el padre o la madre de una familia, después de una larga jornada de trabajo, llega a su casa, y ¿qué piensa? “Uh, ¡qué lindo!, me encuentro con mi familia”, o, “¡qué fiaca!, tengo que escuchar a mi mujer, a mi marido, tengo que estar con los chicos.” ¿De qué manera lo vivo?, ¿es algo que hace vibrar mi corazón o se transforma en una carga? Podríamos preguntarnos esto para cada una de las cosas que nos tocan vivir.
Lo mismo con la fe. “Uh, tengo que rezar”, “uh, hoy no recé”, ¿Lo hago porque lo necesito, porque llena de vida mi corazón?, ¿o es una carga más, algo que tengo que cumplir? El camino de la vida es justamente esto, cómo yo descubro que esto lo hago porque lo necesito para poder vivir, lo necesito para que mi vida tome una profundidad distinta. Esto es lo que descubre Pablo, y ¡vaya si le llevó camino dentro de la fe! Hizo un camino hasta que conoció a Jesús. Conoció a Jesús y terminó escribiendo esto: ¡ay de mí si no predicara el evangelio! ¿Por qué? Porque lo necesito; porque esta buena noticia de Jesús caló tan hondo en mi corazón que no puedo hacer otra cosa. Más allá de que me cueste (y le va a costar la vida a Pablo), elijo este camino. Pablo buscó este camino, le llevó años, tuvo que enderezar, cambiar su vida, animarse a romper con la manera que pensaba que era Dios, con la imagen de Dios que tenía, con las formas que le habían transmitido, y decir: ésta es la manera, éste es el Dios en el que creo, el Dios que tocó mi corazón, esto es lo que llena y da luz a mi vida. Esto es lo que muestra Jesús.
El evangelio que acabamos de leer nos muestra un día de Jesús en Cafarnaún. Jesús se pasa dando vida. Le traen a los enfermos y los cura. La gente se acerca, y les anuncia la buena noticia. Después se toma un rato para estar con aquél que le llena el corazón, para estar con aquél que le da vida. Se toma un rato para rezar. Aun en medio de la gente, aun cuando el pueblo interrumpe, y se acerca Pedro y le dice: todos te andan buscando, tenemos que seguir anunciando, Jesús se toma el tiempo para estar con su Padre, porque lo necesita. ¿Por qué? Porque lo descubrió, y porque ahora lo quiere tomar en sus manos y lo quiere elegir.
Creo que cada uno de los que estamos acá, podríamos preguntarnos cuáles son las cosas por las que vibramos, cuáles son las cosas que verdaderamente nos dan vida, cuáles son las cosas en las que quiero desgastar mi vida, no andar tirando, no descubrir que esto lo tengo que hacer solamente, sino que yo lo quiero, que yo lo elijo, que esto es lo que llena mi corazón. Esta familia, este trabajo, este estudio, este Jesús, mis amigos. Día a día lo voy tomando en mis manos, y me animo a recorrerlo. Pero para eso primero me tengo que animar a elegir, me tengo que animar a jugármela. Hay momentos donde me la tengo que jugar por aquello que creo, me tengo que animar a dar ese salto. Muchas veces nos preguntan, ¿por qué te la jugas? Bueno, ¿me animo a dar ese salto?, ¿me animo a descubrir que Dios me llama y esto es lo que yo quiero vivir y recorrer? A partir de que yo lo elija, los demás van a poder sentirse también atraídos por eso. Cuando yo pienso en este Pablo que dice, ‘ay de mí si no predicara el evangelio’, yo me imagino que la gente se sentiría atraída por Pablo. No lo conocí, pero me imagino un Pablo que con alegría llevaba la Buena Noticia, que con alegría llevaba a Jesús a los demás. Lo mismo la vida de Jesús.
¿Cuáles son las cosas que yo transmito con alegría?, ¿cuáles son las cosas que llenan mi vida y por eso atraen a los demás? Las cosas se dan por atracción. Yo me siento atraído por eso, porque le encuentro un valor. Podríamos pensar en las cosas más sencillas. ¿Cómo transmitimos una vida de amistad? ¿Transmitimos la alegría de vivir en amistad, de estar con aquellos que queremos? ¿Cómo transmitimos la alegría de vivir en familia, de vivir un matrimonio? ¿Cómo transmitimos la alegría de elegir a la persona a la que queremos? ¿Transmito siempre lo mismo? “Uuh, cómo me cuesta, estoy cansado”, estoy siempre enojado, siempre es un garrón, ¿o transmito la alegría de lo que vivo? Sin simplificar, todos tenemos nuestros momentos. Pero esto me llena el corazón, por eso se lo quiero transmitir a los demás. De esas cosas más grandes, podemos ir también a cosas más puras.
La primera lectura nos habla de Job. Está en crisis, no le encuentra sentido a la vida después de lo que pasó. También Jesús nos invita a estar al lado de aquellos que no le encuentran el sentido a la vida. Lo hace en el evangelio. Estaba con los enfermos, dándoles vida, curándolos. Uno podría pensar: “claro, qué vivo, es Jesús, los puede curar”, pero no es solamente eso lo importante. El problema es cuando nosotros pensamos que dar vida es solamente hacer cosas, y no encontrarme con los demás. Pensemos no en Jesús que los curaba, sino en la Madre Teresa. La Madre Teresa no curaba a nadie. Ahora, ¿alguno piensa que no daba vida acompañando a esos enfermos? Jesús nos pide lo mismo. ¿Cómo doy vida estando cerca del que me necesita?, y no ‘¿qué es lo que tengo que hacer?’
Lo primero que se me ocurre a mí cuando estoy con alguien que está pasando un momento difícil, es ¿cómo lo soluciono?, ¿cómo lo saco de esto? Pero, ¿quién me dijo que yo tengo tanto poder como para sacarlo de esto? Dios me dice: estate al lado de esa persona, sentate ahí, escuchala, acompañala en su dolor, en su tristeza, en su sufrimiento. Una mano amiga, un corazón que escucha. Esa es la invitación de Jesús. Pero para eso tengo que frenar y tengo que querer encontrarme con el otro. Lo mismo pasa en mi vida con Jesús. ¿Quiero encontrarme con Él?, ¿me quiero tomar un rato para estar con Él? Esa es la primera pregunta que me puedo hacer, por ejemplo en la oración. Hoy la Palabra nos muestra a Jesús rezando. Jesús quería estar rezando, se toma un rato para estar a solas. En medio de los ajetreos, de todas las cosas que tenemos, ¿me tomo un ratito para estar con Jesús?, ¿quiero tomarme ese ratito?, ¿descubro que necesito eso en el corazón?, ¿descubro que esto me llena?, ¿o sólo lo tengo como un deseo que en algún momento de mi vida quizás llegará? Como alguna vez hemos hablado, no tengamos en cuenta la cantidad. Tal vez pongo el día en manos de Dios, rezo un Ave María, pero me tomo un momento porque quiero encontrarme con Jesús. Esto es lo que Jesús nos muestra. Él pone el corazón en aquello que le da vida, encontrarse con los demás y encontrarse con su Padre. Nos invita a descubrir, en lo cotidiano de cada día, qué es lo que me da vida, dónde puedo poner el corazón, con quiénes me tengo que encontrar. Eso es lo que me ayuda a transmitir a los demás. Yo no puedo transmitir y llevar algo que no tengo. Para eso tengo que animarme a vivir para que el otro pueda recibirlo.
Para terminar, voy a poner un par de ejemplos. A veces me pasa con los chiquitos, que se me acercan y me dicen “mamá/papá me dijo que me venga a confesar”. Lo que se me ocurre a mí siempre que escucho esto es, ¿papá o mamá van a confesarse? Porque, ¿cuál es el testimonio que damos? ¿Le digo al otro lo que tiene que hacer?, ¿o muestro la alegría de que a mí esto me llena el corazón? ¿Le digo al otro: ‘tenés que ir a rezar’, o le muestro lo valioso de la oración? Así podríamos pensar con cada cosa. Con los jóvenes me pasa que cuando hacen el encuentro sobre la reconciliación, aparecen hasta los coordinadores a confesarse, porque me dicen: si estoy mandando a los chicos a que se confiesen, por lo menos tengo que ir yo. Entonces, ¿de qué manera damos testimonio? Lo primero que tengo que hacer es encarnarlo, pero para eso tengo que descubrir un sentido, tengo que descubrir que a partir de ahí, quiero vivir mi vida con Jesús. Eso es lo que entusiasma, no lo que yo digo sino lo que muestro. Mostrar con mi vida ese testimonio, lo que me alegra. El perdón de Dios, la oración, encontrarme con los demás, vivir la alegría de poder compartir en familia, podemos pensar en muchas cosas. ¿Qué es aquello que llena mi corazón?
Animémonos a pensar como Pablo, qué es lo que necesitamos, qué es lo que buscamos, qué es lo que deseamos. Animémonos también a vivirlo, a encarnarlo, para que eso nos dé vida, para que eso también se pueda transmitir por atracción a los demás.

Lecturas:
*Job 7, 1-4. 6-7
*Salmo 146
*1Cor 9, 16-19. 22-23

*Mc 1, 29-39

Homilía: “Jesús enseña de una manera nueva” – IV domingo durante el año

Hay personas que tienen una presencia especial y que uno las escucha con mucha atención. En el cúmulo de palabras que decimos y escuchamos durante el día, muchas pasan desapercibidas, pero hay personas que cuando se acercan, uno las escucha de una manera especial. A veces tiene que ver con su manera de ser otras con el cariño que uno les tiene. También hay personas que nos dan una seguridad especial. Cuando estamos con ellos, nos sentimos cuidados, protegidos, queridos, más amados. La presencia de ellos nos transforma, nos da una fuerza nueva. Cuando nos sentimos solos, desprotegidos, cuando necesitamos de alguien, su presencia nos da una convicción distinta.
Esta presencia especial, esta seguridad, es la que da Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar. Se da también en un lugar especial: la sinagoga, lugar donde los judíos se reunían fuera de Jerusalén, a practicar y escuchar la Palabra de Dios. Allí va Jesús a enseñar. Ahora, lo primero que uno esperaría de este evangelio, es que nos diga qué es lo que Jesús enseñó. Sin embargo, no sabemos nada de lo que Jesús dijo. El evangelio nos cuenta que Jesús enseñó con autoridad. No dice sus palabras, ni qué es lo que dijo. No se acuerdan, o no les resultó importante como para escribirlo. Lo importante es la convicción con que les enseñó, la fuerza de la presencia de la Palabra que estaba con ellos. En la sinagoga se leía la Palabra, y alguien predicaba. Por eso, uno esperaría que el evangelio nos diga qué es lo que Jesús dijo, qué es lo que Jesús transmitió. Sin embargo, lo que quedó marcado es que Jesús enseñaba con autoridad. Hay algo nuevo que está pasando, hay una persona que va más allá de lo que puede decir, más allá de sus palabras. Tiene una presencia tan fuerte que transforma la vida de ellos.
Esta presencia puede percibirse plasmada en un acto. Se acerca un hombre poseído por un espíritu malo, que le dice: ‘¿qué quieres de nosotros?’ El mal se da cuenta de que hay algo distinto que empieza a pasar, de que la presencia de Jesús trae algo diferente. ‘¿Vienes a acabar con nosotros?’ El mal percibe de que hay alguien que no está dispuesto a dialogar con ellos, a tranzar con ellos, a dejarlos entrar. Por eso se acerca casi como asustado, con miedo. Lo único que hace Jesús es decirle que salga: ‘Vete de aquí’. En este corto texto, nos encontramos con alguien que enseña con autoridad y que trae vida. A ese hombre que estaba poseído por el mal, Jesús le devuelve la vida. A partir de ahí, ellos descubren, por medio de palabras, por medio de gestos, alguien que con autoridad les trae algo diferente.
La presencia de Jesús cuando uno lo deja entrar en su vida de una manera especial, trae algo diferente. Jesús enseña de una manera nueva, Jesús trae una vida nueva. Lo que nos pide a nosotros es que nos dejemos transformar con Él, que nos dejemos tocar por Él. Muchas veces nosotros nos llenamos de palabras, buscamos un montón de respuestas, pero no terminamos de encontrarnos verdaderamente con Jesús, con aquél que puede transformar nuestra vida. Es más, a veces frente a las crisis religiosas que se viven en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestro país, tendemos quizás a ser más autoritarios, pensamos en cómo llenar todo de palabras, cómo convencer al otro; y lo central es que tengo que ponerlo frente a Jesús. Lo que nos dice el evangelio es que hay una persona que trasciende todo, que cuando nos logramos encontrar con Él nos trae un modo de vivir y una presencia nueva. Uno se siente atraído por eso.
El Papa decía en su exhortación que el cristianismo no se transmite por adoctrinamiento, sino por atracción. Hay alguien que me atrae, no sé por qué. Es como cuando alguien viene y nos dice: “me enamoré de este chico”, y uno mirando desde afuera podría hasta decir: ¿de éste?, ¿por qué de este? Y porque hay algo que me atrajo, me encontré con el corazón del otro, no es algo que pueda poner en palabras. Hay algo que tocó lo profundo y que va mucho más allá de lo que yo puedo explicar. Para ejemplificarlo si quieren pónganse a explicarle al que tienen al lado qué es el amor. Es muy difícil explicar algo así, lo profundo. No es para explicarlo, hay que vivirlo; lo siento, lo descubro. Con Jesús pasa lo mismo. Es encontrarme en lo profundo de mi corazón, sentirme atraído y enamorado por Él, eso es lo que se necesita.
Lo mismo piden los judíos a Moisés en la primera lectura: Necesitamos alguien que nos transmita esa Palabra de Dios para que la podamos escuchar; alguien que se pare con autoridad, y nos sintamos atraídos, eso es lo que buscamos. Pero para eso yo tengo que estar convencido. Me tengo que sentir enamorado de Dios, tocado por Él, con una alegría especial, que lo quiera transmitir, que lo quiera llevar a los demás, que quiera que el otro diga: yo también quiero vivir eso, yo también quiero tener esa experiencia en lo profundo del corazón. A partir de ahí, sí ir transmitiendo ese mensaje de Jesús.
 Creo que Jesús en este tiempo nos llama a una conversión pastoral. Pensar: ¿De qué manera lo llevamos a los demás?, ¿de qué manera lo transmitimos?, ¿de qué manera lo vivimos en nuestra vida?, para que también otros puedan sentir que hay un Jesús que se les acerca, que hay un Jesús que toca su corazón.
Por Terminar, un ejemplo de esto es María. No hay muchas palabras de María en el evangelio porque lo importante no es lo que decía, sino lo que vivía. Tenía una presencia especial. ¿Por qué? Porque se dejó transformar por Jesús. María nos puede enseñar eso. No es todo lo que podamos decir para convencer, sino lo que podamos transmitir, con nuestros gestos, y con nuestras acciones. Pidámosle a María, la gran discípula de Jesús, que nos enseñe a hacer experiencia, a dejarnos habitar por Jesús, y a transmitirlo.

Lecturas:
*Deut 18, 15-20
*Salmo 94
*1Cor 7, 32-35
*Mc 1,21-28