miércoles, 29 de abril de 2015

Homilía: “Cuando no me preocupo por conocer a la oveja que tengo delante, no estoy viviendo con el corazón que me pide Jesús “– Cuarto domingo de Pascua

La película Tangerine, que traducido significa mandarina, es una película europea poco conocida, una coproducción georgiana-estoniana. La imagen es muy clara: Ivo está viviendo en una zona de conflicto, de guerra, ahí se dedica a cosechar mandarinas junto con amigo que hace los cajones. Es una época difícil donde está todo muy complejo, como podemos pensar en una guerra entre todos esos países que se fueron disgregando de la ex Unión Soviética. En un momento hay una pequeña batalla cerquita de donde él esta, de muy poquitos soldados donde muere la mayoría y quedan vivos dos: un checheno que se llama Ahmed y un georgiano que se llama Niko. Él con la ayuda de un médico logra salvarlos a los dos pero no tiene mejor idea de ponerlos a los dos en su casa, uno en cada cuarto; se acababan de intentar matar y él los tiene ahí. El que queda un poquito mejor, cuando se entera de esto quiere terminar con la vida del otro, Ivo se enoja y le dice a Ahmed que él le salvó la vida, que si no para de hacer eso se la va a quitar, le dice “yo te salvé la vida y vos me contestás y me devolvés esto así”. Entonces la promesa que le hace Ahmed es que mientras estén dentro de su casa, él no va a hacer nada, pero en cuanto saque la cabeza afuera… bueno, nos imaginamos qué es lo que querrá hacer. Se complica mucho la relación entre ellos adentro de la casa, sin embargo, como muchas veces pasa, en la medida en que se van conociendo, en la medida en que va pasando el tiempo, empiezan a tener la mirada un poquito más diferente del otro. Por lo menos empiezan a entender un poco más lo que el otro vive, lo que el otro pasó y muchas cosas que eran una crítica, empiezan a mirarlas de una manera y de una forma diferente.

Esto pasa muchas veces en la vida cuando nos animamos a encontrarnos verdaderamente con el otro. Todos tenemos la experiencia de haber prejuzgado al otro, hemos criticado cosas del otro y cuando lo conocemos nos damos cuenta que no era tan así la cosa, que en realidad era una mirada muy superficial que teníamos. No sabíamos que le pasaba, que el otro, puede ser que eso que nos cuesta un poquito lo tenga, pero que también tiene cosas muy buenas y para verlas tengo que romper la barrera. La barrera de que a veces los que vemos primero en el otro nos distancia, que es un prejuzgar o una mirada muy superficial de lo que el otro vive. A mí cuando alguien viene y me dice algo que le está costando mucho del otro o alguna persona que le está costando mucho yo le pregunto ¿Qué cosa buena tiene el otro, esta persona, que uno critica? Y si la persona, como me puede pasar a mí, me dice que no ve nada bueno le contesto que entonces no la conoce. No creo que Dios haya hecho tan mala a la otra persona, si uno no conoce nada bueno del otro, en realidad está mirando muy reductivamente, mira solamente lo que le molesta o lo que no le gusta. Es más, a veces cuando prejuzgamos puede ser que el otro o haya tenido un mal día o justo lo que muestra es algo que no me gusta, pero en general es porque tenemos una mirada reductiva, estamos casi más atentos a los que nos molesta del otro que a aquello que nos gusta. Como en la película, a medida que los vamos conociendo, pero un conocer de verdad, abrimos el corazón, pasamos tiempo con el otro, en ese momento aprendemos a ver cosas diferentes, aprendemos a amarlo de una manera distinta. 

Podemos decir que, de alguna manera, es lo que sucede en el evangelio que acabamos de escuchar. Cuando Juan escribe este texto del Buen Pastor, lo que está pasando es que la Iglesia está viviendo un momento difícil. Hay como distintos pastores, distintas cabezas y divisiones dentro de las primeras comunidades; unos viven la fe de una manera, otros de otra. Cuando estaba Jesús era más fácil porque la referencia era Jesús y cuando a Jesús algo no le gustaba de lo que estaba viviendo o de la manera en que vivían esta caridad o el tratarse los unos a los otros, la norma era Jesús quien ponía siempre por encima la caridad. ¿Qué es lo que pasa cuando empieza a haber una diferencia tan grande? Lo que pasa, lo que Juan les recuerda, es que el ÚNICO pastor, el Buen Pastor es Jesús, al que hay que mirar es a Jesús que es, hasta ese momento podríamos decir, el único que está dispuesto a dar la vida por sus ovejas, ¿Por qué? Porque las ama. “Yo conozco a mis ovejas”, dice el Buen Pastor “y ellas me conocen a mí”. Ahora, no es un conocer de saber, “yo sé cómo sos”, que muchas veces en ese saber hay cosas que no me gustan del otro, es un conocer que implica amar. En el mundo judío, cuando alguien te decía “yo te conozco” era “yo comparto la vida con vos, yo te amo, sos parte de mi familia” y ESO es lo que vive Jesús. Y esto Juan lo pone como modelo para todos los que de alguna manera cumplen una función que implica acompañar a los demás, que implica pastorear.

En primer lugar, la Iglesia nos invita en este domingo a rezar por las vocaciones sacerdotales y consagradas pero nosotros no nos podemos reducir solamente a eso, muchos de los que estamos acá tenemos esa función de acompañar. Empecemos por la más básica e importante que es la de ser papás, me toca acompañar al otro, pero de ese ser papás, de ese primer núcleo pequeño se abre a un montón más que me rodean, y la primer pregunta es ¿Cómo los conozco? ¿Cómo los amo? Y a partir de ese lugar es cómo los voy acompañando. En la Iglesia eso es mucho más central porque el pastor es el que da la vida por las ovejas. Cuando a mi hay algo que me molesta o cuando a mi hay algo que me cuesta, la primera pregunta es ¿de qué manera yo estoy acompañando y estoy siendo pastor? ¿Yo daría la vida por ellos? ¿Daría la vida por esas personas? Esa es la primera pregunta que me haría Jesús. No es si el otro está cumpliendo la ley o no, si está haciendo las cosas bien o no, sino si yo estoy dispuesto a acompañarlo y dar la vida por esa persona, porque esto es lo que hizo Jesús. Si nosotros miramos la vida de Jesús, el buen pastor, no es el que da la vida por los justos o el que le está señalando al otro si esta haciendo las cosas bien o mal. El Buen Pastor es aquel que está dispuesto a darlo todo aún por aquel que no se lo merece o, mejor dicho, por todos nosotros que no lo merecemos ¿Por qué? Porque los quiere y los ama y eso es lo que transforma a Jesús en lo que es, lo que está dispuesto a hacer. Esa es la invitación para cada uno de nosotros. Creo que cuando nos terminamos distanciando es porque empezamos a ver qué es lo que nos separa y nos olvidamos, en primer lugar, de ver qué es lo que nos une que es Jesús. Nos olvidamos de la manera que nos invita a vivir y a acompañarnos, que es dando la vida, estando dispuesto a amar al otro hasta el extremo, sentarnos con el otro a entenderlo, a preguntarle qué es lo que le pasa o solamente que me preocupe.

Creo que la invitación es a esa cercanía que podemos tener. Me acuerdo que en uno de los talleres o cursos que me pidió el obispo que haga sobre dirección espiritual, el que vino a dar el curso lo primero que nos dijo, y no solo lo primero sino que estuvo un par de charlas hablando de eso, era que amemos a la persona que tenemos delante. ¿Qué es lo primero que tengo que hacer? amarlos. Y se pasaba hablando de eso y mientras uno esperaba tips o cosas que ayuden a los problemas que surgían, él seguía hablando de amar, qué significa amar. Amar es tener paciencia, escucharlo verdaderamente, darle tiempo, tener empatía, ponerse en el lugar del otro, y uno sigue pensando “bueno, pero decime qué hago” y el seguía hablando de amar ¿hacer qué? Amar, quererlo al otro, no preocuparse por solucionarle la vida, querer corregirlo. Primero preocupate por quererlo y por amarlo, y esto lleva tiempo si uno lo tiene que hacer verdaderamente en el corazón. No solamente a veces nos cuesta amar, ¿Cuántas veces estamos viendo cómo nos sacamos de encima al otro porque nos cuesta un poquito? Cómo, hasta haciendo un acto de caridad, queremos terminar rápido, no nos ponemos en ese lugar. El lugar de Jesús es el lugar del que conoce al otro, y para conocer uno tiene que pasar tiempo, casi que, como dijo el papa a los que trabajamos con los jóvenes, tiene que perder el tiempo que ganarlo para Jesús y esa es la invitación para cada uno de nosotros; con Jesús y con los demás. Para conocer al otro yo tengo que abrir el corazón, estar dispuesto a salir de mis esquemas y tengo que estar dispuesto a tener y pasar tiempo. 

Esa pregunta nos la podríamos hacer en primer lugar con Jesús, él dice “yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí”. Bueno, ¿Cuánto tiempo estoy dispuesto a pasar con Jesús? ¿Estoy dispuesto a abrir el corazón, a salir de mi imagen de Dios, de los preconceptos que yo tengo y a dejarme transformar por él? A ver qué es lo que él tiene para decirme, a pasar tiempo con el otro, y no solamente con el que tengo más cerca, aunque a veces tenga que ser ese porque es el que hoy más me está costando; sino también con el que Jesús pone a mi lado. Qué tan dispuesto estoy a escucharlo, a entenderlo, a preguntarle qué es lo que le pasa, por qué hizo eso. A veces lo que me sale más rápido es quejarme de algo. 

Voy a poner solamente un ejemplo: Gracias a Dios, el papa, la Iglesia, ha decidido este año, que comenzó el año pasado, hacer un sínodo por la familia, ¿Por qué digo gracias a Dios? Porque lo central, si hay algo que vemos hoy que está en crisis, que cuesta vivir, que hay que pelearla, que hay que lucharla pero que es central en cada uno de nosotros, es la familia. ¿Qué más queremos que una Iglesia que se preocupe por eso? Que diga “a esto hay que dedicarle tiempo hoy”. No alcanza con las respuestas que dábamos hace treinta años porque seguramente, ustedes descubrirán, que las problemáticas familiares hoy son distintas a las que tenían sus padres o las que tenían sus abuelos o la forma en la que se vive entonces hay que darle una respuesta hoy. Muchas veces, en vez de alegrarnos, decir “que bueno una Iglesia que se preocupa por la familia hoy, que le quiere dedicar tiempo a la familia hoy, que está dispuesto a mirar cómo acompañarlas”, empezamos a poner peros. Y no hablé todavía nada de cambiar o no cambiar, yo lo que dije es que hay que preocuparnos por esto, dediquémonos a esto. Y uno a veces en vez de decir “que bueno que le dedicamos tiempo a esto” lo primero que escucha son críticas: “Uy, pero ¿porque vamos a hacer esto?” A veces somos un poco cuadrados o nos cuesta abrir el corazón como Jesús, preocuparnos por el que tenemos adelante, escucharlo, verlo; y cuando no hago eso, no estoy viviendo el corazón de Jesús Buen Pastor. Cuando no me preocupo por conocer a la oveja que tengo delante, me alejé de él, podré cumplir la ley, podré vivir como fariseo o como fuera pero no estoy viviendo con el corazón que me pide Jesús. Ese corazón que se preocupa por el hermano, ese es el corazón que quiere Jesús, por eso a Jesús lo criticaron, por eso fue tan difícil la vida de Jesús. ¿Por qué Jesús se preocupa por esto? Esta era la pregunta de muchos, ¿Qué tienen estos para que Jesús dé la vida por ellos? Esa fue la pregunta que nunca entendieron, que lo que Jesús hacía era amarlos. El corazón que tenemos que tener es ese, no condenar lo que no nos gusta o es diferente, sino de preocuparme por él. Y si primero lo condeno antes de acercarme, escucharlo, tratar de entenderlo, me estoy convirtiendo en un asalariado, no en un Buen Pastor. El signo más claro es que no estoy dispuesto a dar la vida por él, solamente quiero condenarlo.

Creo que todos tenemos la experiencia de cómo en el amor todo se perdona, a lo que queremos realmente, uno le da otra oportunidad, vuelve a estar más cerca, se acerca, está ahí, le duele cuando se aleja. Ese es Jesús, el que está dispuesto a estar con todos, a conocerlos y a que lo conozcan, porque sabe que el amor salva y cuando uno se preocupa y le dedica tiempo, eso hace que se lo encuentre y lo salve. Así es como quiere que seamos nosotros en lo que nos toca acompañar: personas, pastores, ovejas que estén dispuestos a amarse, que estén dispuestos a acompañarse, a entregarse, a dar la vida por el otro. Pidámosle entonces a Jesús Buen Pastor que nos reúna como comunidad, que nos ayude a dedicarnos tiempo, a escucharnos, a entendernos, a estar cerca los unos de los otros y a poder amarnos como ama Jesús Buen Pastor.


Lecturas:
*Hechos de los Apóstoles 4,8-12
*Salmo 117
*Primera carta del apóstol san Juan 3,1-2
*Juan 10,11-18

viernes, 24 de abril de 2015

Homilía: “Nada puede suplantar la experiencia, yo tengo que recorrer el camino” – Tercer domingo de Pascua

En la primera de las películas de la trilogía de Matrix, Mr. Anderson es quitado del mundo en el que vivimos y se le muestra que hay como un mundo paralelo, por así decirlo, y que donde él estaba era más que nada una realidad. Se le empieza a enseñar sobre este mundo controlado por las máquinas y uno de ellos, Morfeo, le va a explicar qué es lo que está viviendo y qué es lo nuevo que tiene que vivir y él empieza a aprender un poco todo lo que significa empezar a ver de una manera nueva, a descubrir las cosas de una manera nueva. Hasta que le empiezan a surgir preguntas sobre el futuro, sobre lo que le está viviendo, sobre el camino que tiene que tomar. En un momento Morfeo le dice: “Con el tiempo vas a descubrir que hay una diferencia entre conocer el camino y recorrer el camino, yo solo puedo mostrarte la puerta, a vos te coca abrirla”. Esto es lo que continuamente hacemos unos con otros, empezando por todos los que son papás, con los demás ¿qué es educar? Mostrar el camino, pero a vos te toca abrir la puerta y recorrerlo. Hay una diferencia muy grande entre saber y vivirlo, entre conocer algo y hacer experiencia.

Yo me acuerdo cuando estaba en la facultad, antes de entrar al seminario, creo que ya todos saben que estudié cuatro años de ingeniería química, y, estando ahí, el último año me dieron una pasantía para ir a un laboratorio. Llegué ahí y el encargado del laboratorio me pregunta cuáles materias de química había cursado. Yo había cursado todas, aparte era medio nerd y le empecé a decir todas las que había cursado y cuando terminé me dice: “Bueno, te aviso que acá no te van a servir de nada”. Obviamente que no es tan así, pero ¿qué es lo que me quería decir? Una cosa es saber y otra cosa es aplicarlo, una cosa es la base del conocimiento y otra es cuando, en la práctica, uno se encuentra con un montón de problemas, con un montón de cosas que tiene que resolver, cuando las cosas no son tan exactas como uno lo tuvo que aprender. Como en la vida hay veces que hay una especia de déjà vu, me acuerdo que cuando estaba en el seminario, en mis últimos años y a mí, que como les dije, me gustaba estudiar, uno de los curas me dice: “bueno, cuando seas cura lo que estudiaste no te va a servir para nada”. Me dijo exactamente lo mismo, tampoco es tan así y muchas de las cosas que uno estudia sirven. Pero, era lo mismo, lo que me quería decir es “tenés que tener la humildad de reconocer que ahora te toca recorrer el camino”, es importante la base de lo que uno aprende y otra cosa es cuando uno tiene que vivir lo que le toca. Cuando llega ese momento es cuando yo tengo que hacer experiencia. Pongamos otro ejemplo cotidiano, para los que son mamás y papás: una cosa es leer libros sobre ser mamá o papá, que te lo diga la abuela de los chicos o la madre de uno, que te cuenten, y otra cosa es SER padre, madre; tener que vivirlo en el día a día, recorrerlo, hacer experiencia de eso. Uno sabrá que solo se aprende, si es que algún día se termina de aprender, cuando uno recorre el camino. Siempre va incorporando cosas, no sé en qué número de hijo uno puede decir “bueno, ya las vi todas”, si es que en algún momento ya las vi. Yo voy incorporando, voy aprendiendo mientras hago experiencia. Esto sucede en cada una de las cosas, a mí me pueden decir “ir a la facultad es esto y esto, cuando vas a la facultad vos elegís, vos hacés lo que a vos te gusta”, “voy a estudiar porque voy a estudiar lo que yo quiera” y después veo que la mitad de las materias no me gustan, que no es tan así, cuando llega el momento, yo tengo que recorrer ese camino y lo tengo que hacer por mí mismo. ¿Sirve lo que yo supe? Sirve. ¿Sirve lo que los otros me transmiten? Sirve. Pero NADA puede suplantar la experiencia, yo TENGO que recorrer el camino, yo tengo que animarme a ir dando pasos. Es como cuando alguien le dice algo a otro, como cuando a algún amigo uno le pide un consejo y se lo dice muchas veces, o un padre a un hijo y el otro igual va y lo hace. Uno dice, ¿Por qué hiciste esto? ¿Por qué te querías dar la cabeza contra la pared? Porque LA EXPERIENCIA, aun a veces equivocándose, la tiene que hacer uno y uno aprende en la experiencia acertando o equivocándose y TODO sirvió. Sirvió que me digan, sirvió que yo lo recorra para que yo pueda incorporarlo y aprender en la vida. Esto que es una dinámica básica de la vida es también algo esencial en nuestro recorrido de fe.

¿Qué es lo central en nuestro camino de fe? La experiencia, es lo que me ayuda a madurar y a crecer. Esto es lo que sucede en el evangelio que acabamos de escuchar: Jesús se aparece a sus discípulos, ellos no se dan cuenta que está Jesús con ellos. Esto lo hemos escuchado y lo vamos a escuchar en todos los relatos. Sin embargo, ya vinieron otros, vinieron los discípulos de Emaús que cuentan que cuando se encontraron con Jesús no se dieron cuenta al principio de que era él, que ardía su corazón. Vino Pedro, dice el evangelio, y dice “yo me encontré con Jesús, estuve ahí” y, sin embargo, ellos tienen que hacer experiencia. Lucas no esconde nada en esto, dice que apareció y al principio pensaron que era un fantasma Jesús, no se dan cuenta. Jesús les dice: “la paz esté con ustedes” pero dice que todavía tenían dudas, que no se daban cuenta de que era él. Entonces les dice “bueno, vengan, hagan experiencia propia, acá tienen mis manos, acá tienen mis pies, toquen, y ahí se alegran pero igual dice que todavía estaban atónitos. Jesús les dice: “tráiganme algo de comer”, si hay algo que Jesús resucitado no necesita es comer eso es clarísimo pero ¿Quién lo necesita? Los discípulos, y Jesús tiene la paciencia del pedagogo que se da cuenta que el otro todavía tiene que hacer camino, y se sienta, come con ellos, lo va a hacer varias veces antes de ascender a los cielos. Es decir, deja que vayan haciendo un camino en su recorrido de fe, sale de sí mismo para descubrir cuál es el tiempo que necesita el otro en ese camino. No soy yo cuando enseño el que marco los tiempos, es el otro el que tiene que hacer la experiencia y por eso me va diciendo, de alguna manera, cuáles son las etapas, cuáles son los tiempos. Yo lo que puedo hacer es decirte “esa es la puerta, ese es el recorrido que vos tenés que hacer”. Y esto es lo que hace Jesús con ellos, les va mostrando el camino y para eso tiene paciencia. Empieza con los discípulos de Emaús que dicen “¿no ardía acaso nuestro corazón?”, les abrió el corazón, fue lo primero que hizo, ¿para qué? Para que puedan recorrer el camino.

Hoy nos dice el evangelio que les abrió el entendimiento para que ellos de a poco puedan entender, pero haciendo experiencia. Varias veces les dice Jesús, tres nos dice el evangelio, que él tenía que morir y resucitar: “a mí me van a llevar, voy a vivir la pasión, me van a crucificar, voy a morir, voy a resucitar” y los discípulos no lo pueden entender. No lo van a entender hasta que no hagan experiencia de eso, hasta que la Pascua sea un hecho. Recién cuando Jesús muera y resucite y hagan experiencia concreta de lo que es la resurrección, ellos van a empezar a comprender. Recién cuando Jesús se les aparezca, les tenga paciencia, todo eso lleva tiempo, y eso es lo que más nos cuesta a nosotros. A veces cuando uno tiene que educar tanto, los que son papas, los que son maestros, uno tiene la tentación de decir, después de tantas veces, “a ver, no podría venirme un hijo hecho ya más o menos así no tengo que tantas veces…” o en cualquier vínculo, en una amistad “que esto ya esté recorrido”. Cuántas veces queremos como saltear etapas, quisiéramos que las cosas estén dadas, y no solo nos perdemos lo lindo, más allá de la problemáticas, de los dolores que puede haber en el camino, sino que nos olvidamos que eso es necesario, totalmente indispensable, para madurar y para crecer: TENGO QUE HACER CAMINO. Tengo que animarme hoy a hacer la experiencia de lo que significa vivir esto y nada la puede suplir. Soy yo el que, si quiero vivir algo, tengo que decir “bueno, hoy empiezo a recorrer este camino”, y tenerme la paciencia de lo que eso lleva, en cualquier grado, en cualquier momento. En la vida, en la fe, uno nunca termina de aprender, uno lo que va haciendo es recorrer el camino e ir madurando, creciendo. El ejemplo son los discípulos quienes dejándolo todo lo siguieron a Jesús, así comienza el evangelio, y la pregunta es ¿dejaron TODO los discípulos? Bueno, si: dejaron a su familia y dejaron sus trabajos, pero después van a tener que dejar su forma de pensar, lo que ellos creían que era Jesús, la manera en que Jesús tenía que vivir, la manera en que iba a dar la vida, después que se les aparece resucitado, que les pide otra cosa. Continuamente fueron aprendiendo y eso les llevó tiempo, los tres años con Jesús, que Jesús resucitado se les aparezca, que vayan haciendo camino en las comunidades. Pero para eso tengo que animarme a PERMANECER, a permanecer en eso que quiero vivir, de lo más simple como puede ser una profesión, una carrera, el colegio a una amistad, un noviazgo, un matrimonio, un camino con Jesús.

Muchos están haciendo el camino de confirmación o son coordinadores y uno puede decir: “bueno, ya está, ya llegué, me confirmé y llegué” ¿Se acabó el recorrido? Llegás a la confirmación y pensás “aprendí” y después empiezan a aparecer más dudas, más preguntas. Yo creo que hoy tengo más dudas en mi fe que cuando era adolescente, y uno puede decir ¿sé más? Bueno, aparecen preguntas, todo el tiempo aparecen preguntas en el camino y uno continuamente tiene que ir incorporando cosas y ¿cómo uno crece y madura? Cuando se anima a estar, eso es lo que nos diferencia; cuando nos animamos a permanecer y decir “esta es la experiencia que hoy tengo que incorporar en mi vida y en mi fe”, y así aprendo, cuando estoy, eso es lo que les pide Jesús. Fíjense, ¿Qué es lo que hace Pedro? A él le llevó tiempo esto, pero Pedro ya no tiene miedo, nos dice la primer lectura que está frente al sanedrín, es curiosa la diferencia: antes de la Pascua Pedro, ante un esclavo, que en esa época los esclavos no tienen voz, nadie les presta atención, no pueden decir nada, y Pedro frente a un esclavo, le dice: “yo no conozco a Jesús”. Después de la Pascua va y habla frente al sanedrín, frente a los que crucificaron a Jesús. Fíjense la transformación que hace en su corazón el estar con Jesús, y no solo no tiene miedo ya, o tal vez un poquito tenía pero se anima a hacerlo. Además, ya se descentró, no les dice “ustedes son un desastre, unos hipócritas”, no, les dice “bueno, ustedes lo entregaron por ignorancia, no se dieron cuenta de lo que hacían, ahora anímense a seguir a Jesús”. Se descentra de él y piensa qué es lo que puede hacer que a ellos los motive, cómo puedo buscar el camino para que ellos hoy sigan a Jesús, y esa es la invitación para nosotros. En primer lugar, como yo voy haciendo experiencia de Jesús, después, cuál es la paciencia que yo tengo para transmitirla, sabiendo que más allá de lo que yo diga, lo que tengo que lograr es que el otro se anime a hacer experiencia. No es que lo tengo que convencer de algo, le tengo que decir “animate, vení, andá a un retiro, andá a una misión, andá a una misa, andá a un ratito de oración, hace ese camino que el que va a obrar es Jesús, ¿Cuándo? Cuando estés con él, eso es recorrer la fe.

Lo que nos invita Jesús es a que nos animemos a ir incorporando cosas para poder transmitirlas. Jesús termina diciéndoles “ustedes son testigos de todos esto”, Pedro, Juan, Santiago, todos los apóstoles transformados por esa Pascua van a salir a dar testimonio, pero para dar testimonio se tienen que dejar transformar por Jesús. Fíjense lo que dice Juan en la segunda lectura: “Ustedes no pueden decir que conocen a Jesús si no lo viven”. Si uno no vive en los mandamientos, si uno no vive el camino de Jesús, ¿Qué es conocer a Jesús? ¿Solo decir lo que sé o encarnarlo en mi vida? Ojo, Juan sabe que somos seres humanos, no es iluso, no es idealista, lo que él dice es: “¿querés transmitir la fe? VIVILA”. Y podríamos pensar también los primeros dones que Jesús le da a la comunidad, ¿qué es lo primero que les regala? PAZ, que tengan paz, que estén tranquilos. En la medida en que uno está tranquilo, uno tiene mucho más tiempo, tiene tiempo para sentarse con el otro, tiene paciencia para escucharlo. Cuántas veces nos falta tiempo, no solo en la fe, en nuestras casas, para estar con los que queremos, necesitamos estar en paz, tranquilo para transmitir algo. Tal vez tendría que preguntarme si antes de transmitir algo, no le tengo que pedir a Jesús que me regale un poco de paz, un poco de paciencia, de tolerancia para entender y comprender la realidad del otro. Lo segundo que les trae el resucitado es ALEGRIA, si quiero transmitir algo y quiero convencer al otro más vale que yo esté convencido de eso y eso me alegre, si yo no tengo alegría no entusiasma al otro. Tal vez lo primero que le tengo que pedir a Jesús es que su Pascua, que su vida, que la fe me alegre, para que yo con alegría vaya y entusiasme al otro, y así podría pensar que otras cosas le tengo que pedir: más generosidad, más entrega, más solidaridad, más oración, más acción… cada uno de nosotros tenemos que mirar en qué le puedo pedir a Jesús ser más testigo para, a partir de ahí, animarme a llevarlo, ese es el fruto de la Pascua. Hago experiencia de Jesús para invitar al otro, para entusiasmar al otro, para que también haga su propia experiencia.

Pidámosle entonces esta noche a Jesús resucitado que también nos haga testigos, que nos regale su paz y su alegría, que nos entusiasme a ser testigos, para que con ese entusiasmo nos animemos a dar testimonio frente a nuestro hermanos.



Lecturas:
- Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19
- Salmo 4
- Juan 2,1-5
- Evangelio según san Lucas 24,35-48

viernes, 17 de abril de 2015

Homilía: “Cuando nosotros logramos hacer una experiencia profunda en la fe, en la vida, eso nos alimenta” – II Domingo de Pascua


Hay una película que se llama Una Buena Mentira que cuenta la historia de unos refugiados sudaneses que después de partir de su pueblo por la guerra civil, de estar más de 10 años en un campo de refugiados, tienen la suerte de ser elegidos para ser llevados a Estados Unidos. Ahí quedan a cargo de una chica que se llama Carrie Davis que, en medio de sus tareas, una de las que tiene que hacer es ver que estos jóvenes, que se tienen que insertar en una sociedad totalmente distinta, puedan hacerlo. Pero, casi inconscientemente, estos jóvenes que al principio le complican la vida se le van cambiando. Ellos, por ejemplo, no atienden el teléfono, no sabían lo que era un teléfono, en su vida habían visto uno (hoy en día, el 45% de la población mundial todavía no hizo nunca una llamada por teléfono). Carrie les tiene que conseguir un trabajo y a uno de ellos le consigue uno en un supermercado donde le piden, en algunos momentos, que la comida que se va venciendo la tire. El chico le dice que no puede trabajar en un lugar donde no tienen ética, que tira comida cuando otros no pueden comer. Todo esto, que nosotros a veces tenemos tan incorporado, en Carrie va tocando el corazón; al principio la enoja, la pone mal porque tiene que conseguirle otro trabajo, “bancate esto” “esto es parte de lo que te toca vivir acá”, pero después empieza a animarse a dejarse profundizar en esa experiencia. Aún en medio de la rutina, de la cantidad de cosas que tiene, se deja tocar en el corazón por la experiencia que el otro le está haciendo vivir.

Esta experiencia que Carrie tiene puede ser una experiencia también cotidiana que tenemos todos nosotros: nos encontramos con distintas realidades, vivimos distintas experiencias, pero a veces con la cantidad de cosas que tenemos que hacer en la rutina diaria, no podemos decantar en el corazón aquello que estamos viviendo, aquello que nos pasa. Todos tenemos experiencias de encuentro con los demás o propias, de la propia vida, donde decimos “me gustaría tomarme unos días, tener unos días para poderlo decantar, para poder ver qué es lo que pasa” pero no podemos. La vida casi que, en ese sentido, nos pasa por encima y al siguiente día de tener una experiencia muy linda tenemos que hacer 18 cosas, sentimos que no tenemos tiempo, que a veces las cosas van pasando más que que nos van pasando cosas en el corazón. Frente a esto, creo que en general no hay mucho que podamos hacer porque todos tenemos muchas obligaciones. Lo que si podemos hacer es vivir la experiencias que tenemos en la vida con intensidad, de una manera diferente, y aprender a descubrir que podemos canalizar la vida de manera distinta.

Acabamos de celebrar la Pascua, con su cruz, tres días de mucha intensidad en nuestra fe, cada uno lo habrá celebrado como ha podido pero son tres días muy fuertes, de una experiencia de Dios. A veces, alguno tendría ese deseo de “bueno, me gustaría tomarme unos días, poder decantarlo, poder verlo” pero, sin embargo, el lunes nos sorprende a todos y tenemos que hacer un montón de cosas, volvemos a la rutina diaria, ya no tenemos ese mismo tiempo para rezar, para celebrar, es lo que nos toca. Pero la pregunta es ¿qué hago yo con esa experiencia? ¿Qué hago con una experiencia fuerte que he vivido? Bueno en este caso la Pascua, pero también en nuestra vida, un encuentro profundo con un amigo, con esposos, con hijos, ¿qué es lo que podemos hacer con eso? 

Lo primero es alimentarnos de eso para nuestra vida, cuando nosotros logramos hacer una experiencia profunda en la fe, en la vida, eso nos alimenta, eso es el alimento que tenemos cuando la vida viene un poco más trabajosa, cuando la cosa viene un poquito más dura. No siempre tenemos esas experiencias profundas y a los que se nos invita es a que ese alimento sea lo que nos va durando a lo largo del camino. Es más, no siempre vamos a vivir una celebración con mucha profundidad o vamos a tener una charla re profunda cuando estemos con un amigo o en algún vínculo también más fuerte. Pero lo primero que hay que descubrir es no quedarse en la nostalgia de aquello que pude vivir, eso se hace presente hoy, porque es lo que me alimenta en el vínculo actual, es lo que hace que este vínculo sea más fuerte. Si yo tengo una charla con un amigo muy profunda y en mi realidad actual lo vuelvo a ver dentro de dos o tres meses, cuando retomo lo hago desde ese lugar, ya tuve una profundidad en el vínculo que no la pierdo. Obviamente que podemos hablar profundo, podemos hablar de pavadas de la vida, pero se trata de que cuando uno logra tener un encuentro profundo, ya nos vinculamos desde un lugar diferente y ese es el alimento: esto que tuve me alimenta en lo diario, me alimenta en lo rutinario, me alimenta en lo que cada día tengo que hacer. 

Lo segundo es descubrir que se me invita a vivir desde un lugar diferente, a veces no nos animamos a hacer experiencias profundas en el corazón, casi que preferimos como nadar en la superficie, como si fuera más fácil. Sin embargo, eso nos deja un sabor amargo. Todos estamos llamados en la vida a tener experiencias intensas, a tener experiencias profundas, es más, es lo que nos hace felices, es lo que nos alegra. Por eso se nos invita a profundizar, a descubrir que eso es lo que necesitamos, que es una experiencia que nos invita a vivir de una manera distinta y diferente. Cuando yo los vínculos no los puedo profundizar, ahí es cuando empiezan las crisis, qué es lo que de diferente le trae este vínculo a mi vida, qué es lo que de distinto le trae. Para eso necesito animarme a abrir mi corazón y a encontrarme con el corazón del otro, esa es también la experiencia de la Pascua. 

Como ustedes saben, la resurrección de Jesús nadie la vio, lo que tiene la Iglesia es la experiencia del resucitado, las apariciones, como vamos a ir escuchando durante todo este tiempo, y es encontrarse con una nueva experiencia de Jesús y, a partir de ahí, aprender a vincularse de una manera diferente y nueva, y esto es lo que escuchamos. En primer lugar, Jesús se les aparece, los tranquiliza, les dice “la paz este con ustedes”. Lo primero que descubre es que necesitan tener una paz en el corazón que los anime a ver de una manera distinta, nueva, no en medio de eso temores, dudas, preguntas que tenían en el corazón. Después les transmite la alegría de ese encuentro y, a partir de ahí, los llama a ser testigos, no es que pasó algo precisamente, sino como un paso en su vida, hicieron experiencia de Jesús resucitado. Esa es la invitación para cada uno de nosotros, no que esta Pascua pase, sino que hagamos experiencia HOY de la resurrección de Jesús, que nos animemos a encontrarlo. 

Es llamativo, porque ustedes saben que la Pascua se celebra durante ocho días, hoy estamos terminando de celebrar la Pascua, empezamos el domingo pasado y terminamos hoy. Creo que no solo es por la alegría que desborda el celebrar la Pascua durante tantos días, sino porque la Pascua quiere englobar toda nuestra vida. Todo lo que pasa en la semana, el vivir en familia, el trabajar, el estudiar, las alegrías, las tristezas, quedan englobadas en la Pascua. Jesús quiere compartir toda la alegría con nosotros y la experiencia del resucitado, quiere que sea en toda nuestra vida y esa es la invitación que nos hace, a descubrir cuál es esa experiencia del resucitado que yo puedo hacer y el testimonio que puedo dar. Está bueno porque la primera misión de la Iglesia fue un fracaso fíjense, hay diez discípulos que le quieren anunciar a uno, a Tomás, y fracasan, no les cree, ya a la primera les cuesta que les crean, les cuesta transmitir. No les fue bien la primera vez, tuvieron que hacer prueba y error más o menos para animarse, seguir. Después Tomás va a creer, ¿cuándo va a creer? Cuando pueda hacer experiencia en su vida del resucitado, y por eso Jesús le dice: “Bueno vení, tocá mi costado, tocá mis manos”, quiere ver la huella del resucitado en Jesús. A nosotros se nos invita a lo mismo: ¿Cuál es la huella de Jesús en mi vida hoy que puede transmitirse a los demás? 

Pero para eso me tengo que animar a que esa experiencia de Jesús resucitado toque mi vida, ¿Cuál es el paso que yo puedo dar en mi vida para que el otro pueda hacer experiencia de Jesús? ¿Cuál es el signo de ese testimonio? Tal vez vivir con una alegría distinta si me está costando, tal vez, si estoy muy pesimista, buscar tener un poco más de esperanza, no bajar tanto los brazos; tal vez me está costando mucho un vínculo y quiero dar un paso en eso, un paso no un salto mortal. ¿Cuál es el paso en mi vida que puede mostrar la experiencia de Jesús? Esa es la invitación, esa fue la invitación a los discípulos, por eso, dice la primera lectura, los discípulos vivieron una comunidad distinta, más allá de la idealización, compartían todo, eran alegres, transmitían la experiencia de Jesús. Esta es la invitación para nosotros, que Jesús toque nuestra vida y que en lo cotidiano eso lo podamos transmitir.

Animémonos entonces en estos días a hacer la experiencia pascual de Jesús, la experiencia de Jesús resucitado en nuestra vida y que esa experiencia también la podamos transmitir y llevar a los demás.

Lecturas
*Hechos de los Apóstoles 4,32-35
*Salmo 117
*Primera carta del apóstol san Juan 5,1-6
*Evangelio según san Juan 20,19-31 

viernes, 10 de abril de 2015

Homilía: “Jesús quiere que mi vida resucite hoy” – Domingo de Resurrección

  
En la tercera parte de la película “Los Juegos del Hambre”, Sinsajo, Katniss Everdeen se despierta en el distrito trece y descubren que para llevar adelante la revolución que ellos quieren necesitan de su presencia que es fuerte en los demás distritos. Entonces después de recuperarla, empiezan a hacer unos trailers para hacer propaganda pero lo suyo no es la actuación así que eso mucho no sirve. Hasta que se dan cuenta que lo fuerte de ella es cuando la gente la ve, cuando la pueden ver en acción. Entonces se la llevan a uno de los distritos, al distrito ocho, baja de la aeronave, se encuentra con una comandante llamada Paylor y le dice que que bueno que esté viva y que la va a llevar a un hospital de campaña que tenían ahí para que la gente la vea, que es bueno que les pueda dar esperanza.

En medio de las ruinas, como podríamos imaginarlo después de una guerra, ella es llevada al fondo, corren como un telón y ella se sorprende cuando ve cómo es un hospital de campaña. Muchos muertos apilados, mucha gente muy herida, mutilada; le cambia el rostro, le pide a la gente que la acompaña que por favor no la filme, dice “yo no puedo hacer nada por ellos” y le dicen “solamente dejá que te vean”. Ella empieza despacito, con miedo, a caminar en medio de los enfermos, hasta que la gente se empieza a dar cuenta que está ella, empieza a cambiar el rostro de la gente, y uno de los niños que está ahí le pregunta “¿Katniss Everdeen?”, le preguntan por el nombre, qué hace allí y ella le contesta que fue a visitarlos. Cambia el rostro de ellos todavía más, con una sonrisa y le preguntan si va a luchar por ellos. “Sí, voy a pelear con ustedes”, les dice ella.

Y al ver esa imagen, donde una presencia en un lugar de dolor cambia la vida de la gente que está acá, pensaba yo, cómo cambia la vida de tanta gente a lo largo de la historia la presencia de Jesús. Como cuando Jesús caminaba en medio de la gente, la gente recobraba la alegría, recobraba la esperanza. Cómo esa presencia traía algo nuevo. Esa experiencia la tenemos todos nosotros, supongo ¿no?, porque si no no estaríamos acá. En algún momento de nuestra vida hemos sentido en nuestro corazón cómo la presencia de Jesús trae algo nuevo en nuestro corazón, cómo la presencia de Jesús nos cambia. Es más, aun cuando a veces estamos en un momento duro, vivimos la nostalgia de lo que vivíamos antes: “Quisiera sentir lo que sentía esa vez cuando rezaba en un retiro en ese momento con Jesús”, cuando la presencia de Jesús tocó nuestro corazón. Porque eso es lo que hace Dios en Jesús, que es tocar el corazón de las personas, y por eso la fe se pasa con el testimonio, ¿no? Hay otros que tocan mi corazón, que me muestran esa presencia de Jesús y que es algo muy profundo que, aunque no lo vea de la manera como pensamos que nos vemos nosotros acá, hay un momento donde veo a Jesús, lo descubro presente. Él toca mi corazón y, cuando lo veo, eso me cambia, eso me alegra, eso le da un sentido distinto a mi vida y me invita a vivir de una manera nueva. Tal vez, como primer paso, esa presencia la podemos vivir en la creación, en este Dios que creó el mundo, no solo creó el mundo sino que nos creó a nosotros, nos dio la vida, ninguno de nosotros, creo yo, le dijo “quiero nacer en el año tal, en esta familia, hijo único o diez hermanos…”. Dios me regaló a mi esa familia tan linda, gracias también a mis padres, Dios me dio ese regalo. Y ahí es cuando comienzo a descubrir a ese Dios, con todos esos gestos de amor. Seguramente cada uno de nosotros, con la familia más grande o más chica que Dios nos regaló, descubre esos gestos de amor. Más allá de que, en algún momento, todos vivimos algo difícil en nuestra familia seguramente, si les pregunto “¿Qué quieren agradecer?”, lo que más va a salir acá dicho es “MI FAMILIA”. Ese regalo que Dios me dio, que yo no elegí, pero que descubro que es un don de Dios.

Hoy estamos también celebrando la Pascua y recordamos esa Pascua Judía, ese paso del pueblo de la esclavitud a la libertad. Ese pueblo que, por gracia de Dios, puede vivir en un nuevo estado: Libre. Nosotros hemos nacido libres, pero quién de nosotros no se siente esclavos de muchas cosas, tal vez más pequeñas que no nos dejan ser libres, que nos enojan, que nos ponen mal, que hacen que muchas veces haga lo que no quiera o haga o no haga cosas porque “a ver qué va a decir el otro”; o diga cosas para quedar bien y no lo que pienso o lo que creo y mejor me quedo callado. Y a veces en actos, en palabras, en cosas, en maneras de vivir vamos descubriendo que en muchas cosas somos esclavos, y hay un Dios que continuamente actúa en nuestro corazón para decirnos: Te quiero libre, anímate a ser vos, yo te di la vida y quiero que la disfrutes, que la goces y la única manera en que lo vas a poder vivir así es si te animas a ser libre, amate como sos y vivilo de esa manera.

Ese salto que hace con el pueblo en cada Pascua lo quiere hacer con cada uno de los que estamos acá para que podamos ser más libres, porque cuando no somos libres se podría decir que no la pasamos del todo bien, nos cuesta; y Dios quiere que seamos felices, alegres, que podamos vivir esa libertad. Y no solo eso, sino que esos dones que día a día nos da Dios, esos regalos, que a veces no nos damos cuenta que los tenemos; por más que a veces hay cosas que nos cuestan y tenemos que lucharlas, descubrimos que Dios nos da muchas cosas en el día a día que no valoramos porque siempre estamos peleando por los que no tenemos. Siempre nos estamos comparando con el que tiene más, nunca con el que salió más desfavorecido porque eso hace que tenga que agradecer por lo que tengo. Entonces cuesta, y Dios nos dice: “Bueno, contentate con lo que tenés”, alégrate por todo lo que Dios te da, y si a veces la tenemos que luchas, porque a veces pasamos momentos duros y difíciles en lo económico, en lo familiar, bueno, que lindo luchar por aquello que puede dar vida. Esa es la invitación de Jesús, ¿Por qué luchar? Porque el primero que lucha por nosotros es Jesús, eso fue la vida de él, y lucha por amor, y pone gestos y gestos y gestos y sigue luchando por amor para que nosotros lo descubramos. ¿Vieron cuando uno pone muchos gestos de amor y el otro no responde? Que uno dice:Basta, no tengo más ganas, no quiero recibir tantos cachetazos, no quiero, me cansé.Bueno, Jesús nunca se cansa y sigue y sigue y sigue y está dispuesto a dar la vida, y eso celebramos en la Pascua, porque quiere luchar por nosotros, porque quiere que en algún momento ese amor que nos tiene nos entre en la cabeza y en el corazón y, que a partir de ahí, nos sintamos amados. Porque la vida que Dios crea, la de cada uno de nosotros, es ese regalo y es valioso. Dios no crea algo así nomás, cuando da la vida pone toda su vida y, cuando crea, AMA, y nos dice a nosotros “amate, amate como yo te amo”.

Los que son papás y mamás saben cómo le cambia la vida a uno cuando tiene un hijo, como cambia en el amor uno cuando tiene un hijo. Así ama Dios, y mucho más a cada uno de nosotros y así nos invita a amarnos nosotros. El problema es que, en general, tenemos un montón de quejas para darle a Dios, casi que es como si quisiéramos escribir. En realidad, si nos ponemos a agradecer, podemos escribir como una carilla; si nos ponemos a pedir, vamos a escribir bastante más; pero si nos ponemos a quejar vamos a escribir como una enciclopedia más o menos. Yo me imagino que, si llego al cielo, lo primero que voy a hacer, a parte de varias preguntas que le voy a hacer a Jesús, es, tal vez, quejarme de muchas cosas. Y yo creo que lo que Dios me diría es: Mirá, la verdad que el libro de quejas del cielo está completo, ya varias bibliotecas tenemos acá, así que dejá de quejarte y animate a tomar la vida en tus manos; yo ya di la vida por vos, ya está, todas la quejas fueron a la cruz y resucitaron en la pascua. Hoy viví eso, no esperes al cielo para vivir eso, vivilo hoy, viví la Pascua. No queremos recordar algo, queremos vivirla hoy pero, para eso, tengo que animarme a descubrir este paso en mi corazón. Jesús quiere que mi vida resucite hoy, no que esté tirando, no que ande con piloto automático, no que me queje solamente, y a veces hasta con razón, sino que pueda vivir la alegría de la vida que se me dio, que pueda luchar por ella, que pueda disfrutarla, esa es la invitación, por eso Jesús da la vida, en eso se eleva. Uno cuando se imagina la vida de Jesús, se imagina un Dios que amó, que fue, que caminó hasta dar la vida y aun eso lo hizo con alegría, más allá del dolor. No es que no sufrió, eso es lo que quería.

Hoy nos dice a nosotros: “Viví como resucitado”, ¿qué significa esto? Tomá la vida en tus manos, hacete cargo, luchá por ella y da vida a los demás a partir de ella. Ahora, yo no voy a poder terminar de dar vida si primero no me quiero, si primero no me amo; y esa es la invitación de Jesús.

Los discípulos en el evangelio van al sepulcro porque tiene una intuición. Aun en un momento duro y difícil hay un Jesús que les dio vida, y por eso lo siguen acompañando, y Dios les va a dar mucho más con la resurrección de él. A nosotros nos dice lo mismo, aun si estamos pasando un momento difícil: Mira, yo te voy a dar muchos más, anda a tu sepulcro y descubrí la resurrección de Jesús, y descubrí que da vida. Eso es lo que nos regala en la Pascua, en la Pascua Jesús da vida, vida que desborda, da vida en abundancia; y esa es la vida que quiere que descubramos, que vivamos y sintamos como Iglesia. Hay una Pascua de Jesús, una vida en abundancia que desborda nuestro corazón, y cuando verdaderamente podamos sentir eso vamos a descubrir que esa vida se la queremos dar a los demás, que NATURALMENTE se la damos a los demás, porque desborda. Cuando algo desborda, como la vida de Jesús, se transmite. Cuando nuestra vida desborda de experiencia de Jesús, se transmite.

Abramos entonces el corazón en esta Pascua a este Jesús que desborda vida para que también nuestra vida pueda desbordarse a los demás.

Lecturas
- Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43
- Salmo 117
- Colosenses 3,1-4
- Evangelio según san Juan 20,1-9

miércoles, 8 de abril de 2015

Domingo de Ramos


En la Procesión de RamosHomilía: “Jesús quiere tener un rato con cada uno de nosotros” 


Año tras año escuchamos, el Domingo de Ramos, cómo Jesús entra en Jerusalén, de manera repetitiva. La gran pregunta es, ¿porqué año tras año Jesús nos vuelve a recordar esto? Esta entrada, esta Semana Santa, esta Pasión, esta Pascua. Creo que es porque quiere pasar por nuestras vidas. No para que la cosa pase, como muchas cosas en nuestra vida que simplemente pasan y nos damos cuenta recién después. Decimos, “uh, esto ya pasó…”; “uh, mirá, no me di cuenta”, o tengo que tildar, “me tengo que sacar esto de encima.” Jesús dice: no quiero que sea así nomás, quiero pasar por tu corazón, no que pase de largo. Año tras año nos vuelve a dar esta posibilidad de hacerle un espacio en el corazón a este Jesús que viene, a este Jesús que se quiere hacer presente, a este Jesús que cuando entra en Jerusalén, creo que si alguno le pudiese preguntar, diría: “Entro a Jerusalén porque la ciudad es muy grande, pero me gustaría ir casa por casa, persona por persona, charlar con cada uno, conocer lo que les pasa, lo que viven, sus sentimientos, conocer sus corazones”. Eso es lo que quiere hacer con nosotros. En cada Semana Santa quiere tener un rato con cada uno de nosotros, quiere saber qué es lo que estamos viviendo. Esta puerta de entrada es una puerta de abrirle el corazón a Jesús.



En la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos
Homilía: “Jesús nos invita a que nos animemos a darle el corazón y nos dejemos trabajar por él”.



En la película “Un Sueño Posible” Leigh Anne es la madre de una familia bastante acomodada económicamente. Un día en el que llueve mucho está volviendo con su familia en el auto y un chico muy grandote está caminando bajo la lluvia, con frío. Le pregunta entonces a su hijo quién es y él le cuenta que es un chico del colegio, más grande que él. Ella se acerca a preguntarle si tenía dónde dormir y él le dice que sí. Pero cuando ella le advierte: “No te atrevas a mentirme”, Big Mike, como le decían a él, le confiesa: “No, bueno, duermo en el gimnasio porque está más calentito.” Leigh Anne decide entonces llevarlo a su casa. Va creciendo la relación entre ellos, lo empieza a conocer un poco más pero le cuesta profundizar en el vínculo. En un momento, charlando con su marido, le dice que no puede llegar a su corazón, que le cuesta comprenderlo, que se abra; y su marido le contesta: “Big Mike es como una cebolla, hay que pelarlo capa por capa”.


Creo que esto es lo que repite y hace Jesús con nosotros en cada Semana Santa. Va pelando capa por capa nuestro corazón para encontrarse con lo más profundo, para hacernos cada días más buenos. Por eso, hoy nos preguntamos: ¿por qué todos los años Jesús nos repite y repite esto? Porque quiere ir entrando en nuestro corazón, quiere que vaya calando en nosotros, quiere llegar más a lo profundo, para que podamos abrirnos, para que podamos descubrir los sentimientos profundos en cada uno de nosotros.

Al escuchar esta entrada en Jerusalén y toda la Pasión, vemos un montón de sentimientos de Jesús. El corazón de Jesús queda totalmente expuesto. A veces nos pasan casi desapercibidos, la alegría y el gozo de entrar en Jerusalén, la gente que lo recibe, el gozo de celebrar la cena pascual con sus discípulos, la tristeza de muerte que siente en el huerto de los olivos, en Getsemaní; ese abandono que siente en la cruz. Jesús se expone totalmente en la cruz, su corazón es completamente transparente. No tiene miedo de mostrarse cómo es. No tiene miedo de dar la vida, porque dio el gran paso: quiere darlo todo por amor.

Esa es la invitación que nos va haciendo a nosotros cada Semana Santa, que nos animemos a dar un pasito más. Yo cuando pienso en la Semana Santa, pienso que si Dios pudiera mostrar mi corazón, qué diría, me imagino los carteles que a veces veo en la calle, que dicen: “Disculpe las molestias, estamos trabajando para usted.” Jesús en cada Semana Santa, hace eso con nosotros. Como diciendo: bueno, esto es lo que hay por ahora, pero estoy trabajando por tu corazón, el corazón del Cholo, de cada uno de nosotros, para que cada vez tenga un corazón más bueno, para que cada vez tenga un corazón más entregado, para que cada vez tenga un corazón más servicial, para que cada vez tenga un corazón más generoso; para que cada vez pueda amar más, con mayor intensidad. Pero para eso me tengo que mostrar vulnerable, no hay otra posibilidad. Y esto es un problema porque vivimos en un mundo que es totalmente contracultural. Nos dicen que tenemos que ser fuertes, nada nos tiene que afectar, no tenemos que fijarnos tanto en lo que dicen los demás, tenemos que poder con todo. Jesús dice lo contrario. Fíjense lo vulnerable que es Jesús. Hasta le quitan la vida. Jesús se muestra como es, no tiene miedo de mostrarse. Tal vez el mundo nos dice: no, tené miedo, no te muestres. Pero Jesús dice que lo que te va a hacer feliz es que seas vulnerable, que tu corazón lo puedan conocer los demás, que cada año va a volver a hacer lo mismo. Va a tocar tu corazón para demostrarte que podés ir más a lo profundo, que podés darte más. Pero para eso tengo que animarme a ser vulnerable.

Si yo me quedo durito, con el corazón firme, con un corazón un poco de piedra, que no quiero que nada me afecte. Jesús va a pasar de largo como pasan los demás muchas veces en nuestra vida. En cambio, si me dejo, con un corazón que se deja afectar, que sabe reír, llorar, que sabe contar lo que le pasa, entregarse, escuchar al otro, acompañarse; ahí Jesús puede trabajar. No es una puerta dura que Jesús tiene que tocar, a ver cómo encuentra una grieta para entrar, sino un corazón blando donde Jesús entra con facilidad, donde puede trabajar. Y eso es lo que busca y quiere. Tal vez, y a todos nos ha pasado en algunos momentos, lo más pobre que nos puede pasar en la vida es que nos digan “no te conozco”, “no sé quién sos”, “no sé qué te pasa”; obviamente que hay veces en que eso nos pasa a todos, que nadie pueda conocer nuestro interior. Lo más lindo, lo más gozoso, es lo que puede hacer Jesús. Nos cuenta quién es, nos cuenta quién es el padre, nos muestra cómo es el corazón e invita a los discípulos a que hagan lo mismo.

En la Semana Santa nos invita a cada uno de nosotros a que nos animemos a darle el corazón, a que nos dejemos trabajar por él, a que podamos crecer en esa intensidad en el amor, con la certeza de que cuando le damos el corazón a Jesús, él lo trabaja, él nos devuelve algo mucho más grande, él nos ayuda a profundizar y a encontrar la alegría de poder amar con mayor intensidad. Hoy Jesús está a la puerta y quiere entrar y nos dice a cada uno de nosotros: abrime tu corazón, abrime tu vida, compartila, dame un rato para que yo pueda trabajarte, para que yo pueda moldear tu corazón, para que yo te muestre cómo podés amar mejor.

Animémonos en este domingo de ramos a abrirle nuestro corazón a Jesús, dejémosle a él que lo trabaje para que, con este corazón más maleable, más vulnerable, más dado, podamos amar mejor a los demás.


Lecturas:
*Evangelio según san Marcos 11,1-10
*Isaías 50, 4-7
*Salmo 21
*Filipenses 2, 6-11
*Evangelio según san Marcos 15, 1-39