viernes, 8 de mayo de 2015

Homilía: “descubrir la necesidad que tenemos en Jesús” – Quinto domingo de Pascua


Hay una canción de Mercedes Sosa que dice “cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo” y sigue dando ejemplos de cómo las cosas cambian continuamente y en el estribillo repite “cambia, todo cambia”. Creo que resume bien la experiencia de lo cotidiano en este mundo que es un cambio constante, no solo por el devenir de las cosas. Todos tuvimos que abrir los placares y buscar ropa abrigada este fin de semana con el frio, porque van cambiando las estaciones, aunque menos que antes, uno ve como las cosas van cambiando, pero también cambian con la experiencia. Hoy las cosas son muy distintas de lo que antes se vivía. Hace poco estaba reunido con unos amigos cenando y hablábamos de estas cosas y uno que trabaja en recursos humanos contaba que antes, hace un tiempo, unos años, le empezaron a llegar currículums de personas que habían pasado en muy poco tiempo por varios trabajos y él decía, para él, esas personas no tenían estabilidad laboral y descartaba los CVs. Pero decía que ahora son todos iguales, son todos así y, aparte, los mira con detenimiento porque esa es la experiencia de los jóvenes, hoy el trabajo que tienen es temporal, “hoy tengo este trabajo pero después va a cambiar”. Si uno piensa en nuestros padres o en nuestros abuelos, en general cuando comenzaban en un trabajo iba a ser el trabajo donde se iban a quedar durante toda su vida. Eso fue cambiando, fue mutando, el lugar que ocupaba en la vida y también ese “necesito y quiero quedarme acá”.

Podríamos poner también otro ejemplo de otra cosa diferente que se vive hoy, tal vez, no sé bien hace cuántos años, pero muchas veces un gran porcentaje se casaban con su primer novio o novia. Hoy en día, mejor no pregunto, pero no creo que sea la experiencia más prioritaria porque a veces “salen” o no sé; esa experiencia es distinta, es diferente. También, para elegir una profesión, una carrera: hace años, no tantos, uno cuando estaba terminando el colegio ya sabía qué iba a estudiar, después eso fue cambiando y uno cuando terminaba no tenía idea qué estudiar. Hoy no sé hasta cuantos años llega eso más o menos, algunos pasan por dos o tres carreras hasta que dice “esta es la mía”. ¿Es mejor? ¿Es peor? No, no es mejor ni peor, es diferente, cambia el modo de vivirlo. Pero, ¿lo central qué es? Lo central es que yo encuentre mi vocación, “esto es lo que quiero”, más allá del camino que tomen, lo central es que encuentro con quién quiero compartir la vida, más allá de si es el primer novio o no. Yo quiero compartir mi vida con esta persona, lo central es que lo profundo no cambie, lo superficial, siguiendo la canción, puede cambiar mucho pero debería no cambiar lo profundo, eso es lo que deberíamos sostener en la vida.

Tal vez, poniendo un ejemplo, hace poco me toco darle la unción a una señora muy mayor, tenía más de cien años, y me decía “padre, pídale a Dios que me deje partir de este mundo, para que se dé una idea, yo anduve en carreta”. Así que imagínense lo que era para ella vivir hoy en este mundo totalmente diferente, vivió en un mundo que era otra cosa. No hablamos de los cambios tecnológicos, que son continuos, más allá de eso que sería más superficial, también hay un montón de cosas que cambian y que por eso nos cuesta vivirlas. Por eso también con las generaciones de hoy uno se siente tan diferente, uno a veces escucha a los jóvenes, que son muy jóvenes todavía, y dice “bueno esto ya fue” como si hubieran pasado un montón de años. O que pasó un montón de tiempo y, sin embargo, es muy poquito el tiempo y la experiencia de hoy en el mundo es de cambios muy constantes en todo, a veces pareciera que hasta en los mismos valores y en lo que uno ve.

Por eso el mensaje de Jesús hoy en el evangelio suena casi como contracultural: “permanezcan”, y lo repite, casi que pareciera que no conoce un sinónimo porque dice “permanezcan en mí, permanezcan, permanezcan, permanezcan…”, continuamente está diciendo esto. Pero, ¿a qué se refiere Jesús? Jesús se refiere lo profundo, a encontrarle el sentido a la vida, cuáles son los valores importantes en los que yo quiero vivir. En qué es lo que yo quiero, cómo ser feliz podríamos preguntarnos en última instancia, esa es la pregunta, y cómo caminar en eso, en aquello que nos da vida. Y después de que en el fin de semana pasado Jesús nos dijo que él es el buen pastor y que él conocía a sus ovejas y las ovejas lo conocían a él, lo que nos dice es que, para que ese conocimiento crezca, la única forma es permaneciendo. Yo nunca termino de conocer al otro si no me animo a permanecer en él, a permanecer en ese vínculo, a ir pasando distintos momento, distintas etapas donde yo me voy a ir revelando y el otro también se va revelando; pasando tiempo juntos donde conocemos la vida y el corazón del otro. Esta es la invitación de Jesús: “Permanezcan en mí, yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. Sin embargo, si uno escarba un poquito, yo creo que este texto va más allá de una elección, de elegir o no permanecer en Jesús. Es claro que uno elige si permanecer o no, esa elección es nuestra, pero la imagen es mucho más profunda porque el sarmiento no puede elegir o no estar en la planta. El sarmiento es parte de la planta y si deja de ser parte de una plata, porque por ejemplo alguien lo cortó como dice el evangelio, o se fue perdiendo o pudriendo, pero necesariamente se mantiene unida a la planta.

Lo que nos dice Jesús es que, para dar fruto, para dar vida, necesariamente tenemos que permanecer unidos a él. Que va a brotar de una elección propia, seguro, porque no estamos obligados con Jesús, pero él lo que dice es que tenemos que descubrir esa necesidad, “yo te necesito”. Así como necesitamos muchas cosas en la vida, descubrir la necesidad que tenemos en Jesús. Para poder crecer, para poder madurar, para poder ir abriendo el corazón. No es que vamos a ser mejores o peores por estar con Jesús o no, es más profundo: nuestra vida cobra una dimensión, una existencia diferente en Jesús. Pongamos como ejemplo estas lecturas que tenemos hoy. En el primer caso, en la segunda lectura, Juan dice: “No amen de palabra y con la lengua, sino de obras, de verdad, con el corazón, poniendo la vida” y todos tenemos la experiencia de lo difícil que es ese salto. El salto de lo que yo digo a lo que yo vivo es un salto casi que de los más difíciles en la vida, por eso está el dicho “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” porque nos cuesta mucho encarnarnos en la vida. Todos tenemos la experiencia de prometer un montón de cosas y ver después que no lo podemos hacer, de decirle un montón de cosas al otro, que le decimos sinceramente, pero que después, en la práctica, es muy difícil o muy distinto de lo que cada uno de nosotros vivimos.

Anoche tuve un casamiento, y todos sabemos cuál lectura eligieron porque casi siempre eligen la misma lectura, en esa lectura de Corintios que habla del amor, que el amor es paciente y es servicial, es muy linda. Pero si uno la mira con detenimiento, no solo lo que dice sino también la invitación a vivir, es muy exigente. No solo que el amor sea paciente, servicial, que yo me anime a vivir eso, que según cada uno y su personalidad lo podrá vivir mejor o peor; sino que, como yo siempre les digo, que se fijen bien lo que eligieron, que no sé qué tan bien leyeron: “El amor lo soporta todo, el amor lo perdona todo”. Ahora, si yo les pregunto ¿están dispuestos a soportar todo por amor o a perdonar todo por amor? Y estoy seguro que dirían “no mira, esto es imposible, yo tengo mi limite, hasta acá llego yo, hasta acá llega la entrega, el amor que yo puedo dar”. Hay momentos en los que se hace muy arduo, se hace muy difícil, donde uno descubre que se siente muy defraudado, muy desilusionado. O por el contrario, herimos a los otros, y es ahí donde, tal vez, si yo permanezco en Jesús, el amor de Jesús me invita a dar un paso más, me ayuda a, a veces, poder soportar cosas por amor, a poder vivir lo arduo de lo que es el amor, a expandir el límite que yo tengo, a que dé un paso más en mi vida.

En esta primera lectura tenemos el ejemplo de la vida de Pablo quien, como saben, se convierte. Nosotros tenemos la experiencia de Pablo vivida 2000 años después, que Pablo es un crack, Pablo es el misionero más grande que la Iglesia dio. Sin embargo, en un primer momento es difícil que Pablo llegue a eso porque él, como ustedes saben, perseguía a los cristianos, los mataba y, al primero que le dicen, que es a Ananías, “andá a bautizarlo”, le contesta “no señor, ¿adónde me estas mandando? ¿Sabés de quién estás hablando?” Ananías va con un miedo bárbaro a bautizarlo a Pablo, y después Pablo está en una comunidad de Antioquía donde le cuesta. Acá nos dice que lo llevan a Jerusalén y la comunidad en un primer momento no lo quiere recibir a Pablo. Uno diría “¿y el Espíritu caritativo?”, pero ¿nosotros recibiríamos a alguien que nos persiguió o que mato a un hermano nuestro? Creo que por mucho menos nos iríamos de acá si alguien así entra. Y Pablo no lo esconde y muestra el camino que la comunidad tiene que hacer y ¿Cómo es posible que la comunidad haga este camino? Y porque permanecen en Jesús. El permanecer en Jesús invita a un acto de misericordia que seguro va mucho más allá de lo que ellos pensaron, de lo que ellos imaginaron. Con paciencia, teniendo que esperar, con un Bernabé que lo defiende, que les dice “no, yo lo conozco, fue haciendo este camino” y esa es la invitación para nosotros, a que permaneciendo en Jesús él nos vaya dando un plus a nuestra vida.

Si yo me animo a abrirle el corazón a Jesús, él me enseña a mirar las cosas de una manera distinta, me enseña a VALORAR las cosas de una manera distinta, me enseña a ir a lo central y a ir creciendo en esos valores. ¿Cómo se puede tener cada día un corazón más bueno? Eso es lo que busca Jesús, una mayor profundidad en el amor, y esa es la segunda parte de esta imagen de la vid. La vid permanece junta y es esa vida, esa savia la que le da fuerza para que dé fruto, y lo mismo hace con nosotros. Hay momentos en los que necesitamos esa fuerza de Jesús y, permaneciendo en él, en la oración, en la eucaristía alimentándonos de él, él nos va a dar esa fuerza para lo que muchas veces nuestra vida no puede, encuentra su límite. Por eso nos invita, nos dice “anímense”. Ahora, si uno mira la planta, la planta no da frutos todo el año, todo el tiempo, tiene sus momentos para dar frutos. Hay veces que uno la mira y la planta está un poquito más seca, sin fruto, que no es el momento, es más arduo si uno lo mirara ese tiempo, pero necesita todo ese tiempo para después dar fruto. También en nuestras vidas, todos encontramos momentos diferentes, pongamos un ejemplo en el vínculo con Dios: Hay momentos más fuertes, hay momentos de aridez, de preguntas, de dudas pero eso es lo que nos lleva a un momento después donde nuestra vida da fruto pero para eso tengo que permanecer. La tentación más grande es abortar, decir “hasta acá llegue, dejo de vivir esto”, porque cuesta, prefiero cambiar, prefiero hacer otra cosa. “Bueno viví esto con Jesús, Jesús era para este momentos de mi vida” “Viví este valor, este valor era para este momento de mi vida” pero lo que va a dar fruto va a ser el que yo me anime y a veces nos va a costar vivir el amor. Sino pregúntenle a Jesús si le costó vivir el amor, ¿me va a costar vivir la verdad? Y sí, y va a ser arduo y me voy a preguntar cosas pero voy a poder ver la gratificación y el don que me da eso. Me va a costar vivir este vínculo hoy pero si tengo paciencia, si se esperar, voy a tener la certeza de que va a dar fruto, si me animo a permanecer. La permanencia es lo que hace que las cosas lleguen a florecer. Esa es la invitación de Jesús para nosotros.

Animémonos entonces, como estas comunidades, a permanecer en Jesús, animémonos a descubrir esas invitaciones que le hace a nuestra vida cuando le abrimos el corazón, cuando salimos de nuestra manera de pensar y dejamos que Jesús actúe. Animémonos como él a dar frutos de amor, frutos de esperanza, de esa paciencia que siempre llega a florecer.

Lecturas:
*Hechos de los apóstoles 9,26-31
*Salmo 21
*Hechos de los apóstoles 9,26-31
*Juan 15,1-8