lunes, 29 de junio de 2015

Homilía: “El Espíritu es el que te envía” – Domingo de Pentecostés



En la segunda entrega de la serie de películas Piratas del Caribe, El Cofre de la Muerte, aparece un nuevo personaje que es el capitán Davy Jones. Este personaje tiene la particularidad de que físicamente no tiene corazón, se quitó el corazón. Esto es porque, desilusionado con el amor de su vida, Calipso, quien lo había traicionado, decide no sentir más. Frente a eso que le estaba pasando, frente a no poder estar con la persona que quería, que amaba, prefiere dejar de sentir. Por este motivo se arranca el corazón, lo mete en un cofre y lo tira al mar. Algo similar pasa en una canción de MANA, Amar es Compartir, que dice “Si tú te vas, arráncame el corazón”. Ese sentimiento de no querer estar solo, no querer estar sin aquello que me da vida, sin aquello que me enciende el corazón, sin aquello que para mí es un motor en el día a día, sin aquello que apaga y que me hacer perder el gusto a las cosas, me hacer perder la esperanza, me hacer perder el sentido de lo que yo quiero y busco.

Creo que este es el sentimiento que los discípulos tienen cuando Jesús se va. ¿Ahora qué? Yo dejé todo, me jugué la vida, dejé a mi familia, caminé contigo y vos le diste un sentido a mi vida. Con vos mi vida cobró un gusto, un sabor diferente, se iluminó de una forma insospechada y esto que descubrí y que me movilizaba hoy ya no lo tengo más. Jesús no está. Y eso me trae tristeza y casi, como dice la canción o como hizo este hombre en la película, este deseo de no sentir más. Hasta acá llegué. Sin Jesús, ¿Qué es lo que puedo hacer? Sin Jesús, ¿Hacia dónde voy? Sin Jesús, ¿Qué es lo que me moviliza? Y es ahí cuando ellos están apesadumbrados, casi distanciados, aunque estén cerca unos de otros, reunidos sin saber qué hacer, en ese cenáculo esperando, que las paredes empiezan a moverse, que los vidrios empiezan a vibrar, que escuchan un viento que sopla sobre esa casa. Cuando ellos dejaron de sentir, como muchas veces nos pasa, cuando ellos tienen una aridez muy grande en el corazón y se preguntan “¿Cómo lo vuelvo a encontrar a Jesús? ¿Dónde está?”, hay un Espíritu. Un Espíritu que, no solo mueve los cimientos de esa casa y casi que les hace pensar en qué es lo que está pasando, un terremoto, un temblor; sino que, mucho más profundo, mueve sus corazones, quema sus corazones y les vuelve a dar un sentido a sus vidas. 

Ese Espíritu Santo, que cuando se hace presente en ese primer pentecostés de Iglesia, les dice “Levántense, vuélvanse a mirar a los ojos. Mira a tu hermano y anímate a salir”. Ese Espíritu que es el que nos envía hacia afuera, ese Espíritu que nos saca de nosotros mismos y nos dice “Yo te hago testigo”. Y eso es lo que sintieron los Apóstoles. Nosotros tenemos como al gran olvidado en nuestra vida al Espíritu Santo, muy pocos de nosotros le rezamos. En general le rezamos a Jesús o le rezamos al Padre, muchas veces le rezamos a María, pero el Espíritu es el gran ausente en nosotros. Sin embargo, el Espíritu es el que nos trajo hasta acá, vivimos en el tiempo del Espíritu, en un Espíritu que les enseño al apóstoles a anunciar a Jesús. Este espíritu es tan importante que, como dijimos la semana pasada, Jesús le dice “Les conviene que yo me vaya para que venga ese Espíritu”. Es ese Espíritu que les enseña a los Apóstoles qué es lo que tienen que decir.

Tantas veces nos preguntamos ¿Cómo anuncio el Evangelio? No tenemos que ir muy lejos, por que ir lejos es lo más fácil. Si quieren les doy un ejemplo, por eso todos misionamos lejos, nos vamos a 500 kilómetros a misionar. Porque misionar acá, en nuestra casa, en nuestros barrios, en el conurbano bonaerense es difícil, cuesta. Y el Espíritu es el que te envía, te dice “Animate a los lugares más difíciles, a ir”. ¿Por qué? Porque Espíritu es el que te enseña a hablar. “¿Cómo oímos todos en nuestra lengua a estos hombres que son galileos?” El espíritu les dice qué es lo que tienen que decir, ¿Cuándo? Cuando confían, cuando dejaron de mirar hacia adentro, a sus miedos, a sus angustias, a lo que los diferenciaba, a lo que los distanciaba; cuando dejaron de preguntarse “¿Dónde está Jesús?” Y dejaron que el Espíritu actúe, y dejaron que el Espíritu obre. 

Todos tenemos la experiencia en algún momento de nuestra vida, tal vez hoy, de una aridez en el corazón, nos preguntamos dónde está Jesús. “Antes lo sentía tanto, antes lo descubría tanto, antes me era tan fácil”. La primera pregunta que nos podemos hacer es ¿Invocamos al Espíritu? Le pedimos a este gran artífice de la misión de la Iglesia que nos ayude a volver a sentir, que nos ayude a salir de nosotros, que nos ayude a descubrir a Jesús, que nos guíe: Con qué palabra, con qué gesto, con qué idioma podemos llegar al otro. Creo que en este momento de la Iglesia el Espíritu también quiere movernos a nosotros y nos quiere enseñar de qué manera tenemos que hablar, de qué manera tienen que ser nuestros signos. Creo que el Espíritu quiere venir hoy a romper nuestras corazas, a romper nuestros temores, a movilizarnos, a decirnos “vos también sos testigo”, a recordarnos quién nos envía y hacia quiénes nos envía, a decirnos que también nosotros hemos recibido el Espíritu Santo.

Hoy vuelve a haber Pentecostés, acá en medio de nosotros, eso es lo que estamos celebrando. Pablo nos dice que el Espíritu se manifiesta para el bien común, el Espíritu no es PARA MI, es para NOSOTROS. Es el que nos hace Iglesia, nos hace comunidad, es el que une los lazos, es el que reconcilia, nos dice “Vayan y perdonen” . El Espíritu Santo es capaz de unir aquello que nosotros no podemos, es capaz de llevarnos a aquellos lugares que están lejos o no nos animamos. Abramos entonces el corazón en esta noche con confianza en el Espíritu, pidámosle que este pentecostés haga vibrar los cimientos de nuestro corazón y que también a nosotros, a cada uno, nos envíe hacia donde Jesús nos lleve.

Lecturas:
*Hechos de los Apóstoles 2,1-11
*Salmo 103
*Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,3b-7.12-13
*Juan 20,19-23

viernes, 12 de junio de 2015

Homilía: “Comprométanse a llegar al corazón del otro con la certeza de que hay un espíritu que obró en la Iglesia” - Ascensión del Señor

Hay una película francesa que trata sobre la educación que se llama Entre Muros, en la que sucede casi todo dentro de un aula y el profesor, François, intenta dar lengua francesa a estudiantes extranjeros de bajos recursos. Es una escuela pública muy multirracial, de diferentes lugares. François descubre la dificultad de poder educar, poder transmitir, de motivar a los chicos para que ellos estudien, para poder llegar a ellos, para poder entender su lenguaje. Todo se va trabando, Tal vez, la misma experiencia que tenemos nosotros en muchas cosas. Pero hay uno de los alumnos, Souleymane, que era uno de los que le costaba y François lo logra incentivar aunque, en un momento, tiene un altercado muy fuerte con él y con una de las compañeras por lo cual el consejo escolar se reúne a ver qué es lo que va a hacer con este alumno. La imagen es muy fuerte porque, no solo es lo que a él le pasa, sino que el profesor se entera que en su casa él es el que educa a sus hermanos, el que la lucha un poco para que ellos puedan salir adelante. Va con la mamá frente a todo el consejo escolar, él quiere hablar y la mamá no lo deja y se pone a hablar ella pero el problema es que la mamá habla en su dialecto y los profesores hablan francés claramente. Entonces, a lo que es la dificultad de entenderse se le suma la incomunicación, “yo no entiendo qué es lo que está pasando”. Obviamente el hijo va a ser de traductor entre las partes en una situación no muy linda porque lo están por echar del colegio. Pero esa incomunicación entre la madre y el colegio dejaba plasmada la dificultad de lo que es hoy la educación. Lo que pasaba en el aula, esa incomunicación, aun casi hablando el mismo idioma, era lo que resultaba en dos personas que hablaban un idioma completamente diferente.

Esta dificultad la tenemos también hoy nosotros en nuestro país. Una de las cosas que más decimos es que la educación está en crisis, yo no creo que la educación en sí esté en crisis. Todos creemos que es importante educar, como valor, la educación es importante y eso no está en crisis. Lo que está en crisis es el cómo, la manera, la forma, cómo llegar a los otros, cómo incentivar, cómo cambiar, cómo descubrir esto. Yo me acuerdo que estando con Juan Llach hace diez años, en la parroquia anterior, que fue ministro de educación para los más chicos en la Argentina. Él nos ayudaba en los colegios que teníamos, a ver algunas problemáticas. Él decía esto: “Acá el primer problema es que tenemos edificios del Siglo XIX, profesores del Siglo XX y alumnos del Siglo XXI, esto así no tiene arreglo, esto tiene que cambiar”. Esto muestra una incoherencia muy grande, acá hay un desfasaje, ¿cómo nos encontramos en un desfasaje tan grande? Y si lo que tenemos que lograr es algo, es descubrir cómo se tiene que educar hoy en un colegio, cómo se tiene que personalizar, cómo ocuparse del otro. 

Esto creo que lo tenemos un poco más claro en las familias, no siempre se educa igual a los hijos, uno mantiene, transmite los mismos valores, uno educa con amor pero cada quien es cada cual, desde lo más simple. Yo, hace unos días en casa, que tenemos varios sobrinos, mis hermanos empezaron a preguntar de nuevo “¿y yo cómo era cuando era chiquito? ¿Yo dormía de noche?” y ya desde esa diferencia, más nosotros que somos once hermanos y que lo habrán padecido mis papás, quién dormía y quién no dormía de noche. Cada hijo tuvo su problema diferente, una cosa le costó a uno, otra cosa le costó a otro, lo que me sirvió con uno no me sirvió con otro, tengo que encontrar una manera distinta de llegar. Esa manera distinta de llegar uno la hace porque por amor uno se compromete con el otro y en esto siempre hay una doble responsabilidad. A los que nos toca educar, sean profesores, coordinadores o en el ámbito que me toque acompañar a otros o a veces acompañar a amigos; a mí me toca hacer algo pero al otro también. Yo puedo transmitir algo, educar en algo y el otro tendrá su tiempo, su camino que hacer en el corazón y en eso hay que tener paciencia. La educación no es clonada como muchas veces queremos hacer en los colegios o por fábrica, sino que es una artesanía, un arte, cómo llego al corazón del otro, de qué manera y de qué forma. Eso va mutando, es más, en la medida en que uno va creciendo, hay una parte que tiene que ir dejando lugar para que el otro crezca y llega un momento en el que te toca a vos, y ¿yo que hago? Te acompaño, estoy, no soy yo el que tengo que guiarte.

Esto que en la vida puede ser un poquito más claro, no sé si más fácil porque no es fácil educar, es lo que también pasa en la fe. La fe tiene un camino y tiene un proceso en el cual tenemos que tener paciencia, y si miramos la vida de Jesús algo así sucede. Hoy estamos celebrando la fiesta de la asención como dice la primer y tercer lectura, y en esa fiesta celebramos un cambio que hay en el vínculo con Jesús en los discípulos. Miremos la vida de Jesús: primero Jesús estuvo tres años, tomemos a los discípulos que eran los más cercanos. Los eligió, los llamó, caminaba con ellos, estaba con ellos, comían juntos, dormían, hacían la vida normal que hacemos cada uno de nosotros pero con Jesús ahí y Jesús les iba enseñando, los iba educando. Cada tanto escuchamos que los discípulos se equivocaban y Jesús les decía “no, esto tiene que ser de tal manera…”, les tenía paciencia, les iba mostrando lo que era la fe, quién era Dios. Hasta que, imprevistamente para los discípulos, Jesús vive su pascua que hemos celebrado hace poco y cambia la relación de Jesús con sus discípulos porque ya no está más de la misma manera. No solo sorpresivamente Jesús muere, sino que, aún más sorpresivamente, Jesús se aparece a los discípulos y en este tiempo hemos escuchado esas apariciones. 

Los discípulos se tienen que acostumbrar a un modo de presencia distintos de Jesús, ahora ya no está como antes, va y viene, se aparece, se desaparece, está un ratito. Creo que si le preguntáramos a los discípulos cómo sentían esto hubieran dicho “aunque sea esto zafa, lo tenemos un ratito a Jesús acá con nosotros de esta forma”. Pero cuando se están más o menos acomodando a esta forma y a esta presencia de Jesús, Jesús les dice “arrivederci, me voy para el cielo, hasta acá llegó mi tiempo y viene el tiempo del Espíritu y yo me tengo que ir”. Los discípulos, que se habían aferrado a ese tipo de presencia de Jesús, se van a tener que acostumbrar a otro tipo de presencia de Jesús, a otra forma en la que Jesús está con ellos. Pero ahí, sorpresivamente, hay un cambio en los discípulos: hasta ese momento los discípulos estaban con Jesús, cada tanto Jesús les mandaba alguna prueba de misión, volvían a educar un poquito, pero a partir de ahora ya no lo tienen más. Jesús les dice: “ahora les toca a ustedes hacer este paso”. Lo que uno esperaría de ese duelo, de que Jesús no está, es un cambio en el corazón de los discípulos, y salen ellos a predicar. La fuerza del Espíritu Santo, que muchos la han recibido o la van a recibir ahora, celebrada en pentecostés hace que los discípulos salgan. Hace que sean ahora los discípulos los que quieren educar en la fe, los que quieren transmitir la fe y van a buscar formas, caminos. Hemos escuchado en este tiempo que Pedro predicaba de una manera, Pablo de otra, Juan de otra… buscaban cómo llegar al corazón del otro. Se acostumbraron a eso y se dieron cuenta de que ahora la posta les tocaba a ellos.

Por eso estamos reunidos hoy todos acá. Hubo toda una generación de personas que conocieron a Jesús que lo transmitieron y así fue de generación en generación, y nosotros podríamos mirar quiénes nos transmitieron la fe a nosotros, y para que esto siga, tenemos que animarnos nosotros a transmitir esa fe. Pero no es solo tarea nuestra, es tarea nuestra y tarea de Dios, no nos corresponde todo a nosotros, pero tampoco le corresponde todo a Dios. Eso es a lo que uno tiene que acostumbrarse, a veces uno escucha, así como ese “la educación está en crisis”, también escuchamos el “Dios está en crisis”. Bueno, no creo que Dios esté en una crisis existencial ahí arriba en el cielo, no es ese el problema. Es más, si nosotros pensamos en algunas cosas para transmitir a Jesús y tenemos plan A, plan B, plan C… Dios debe tener todo el abecedario más o menos de cómo llegar al corazón. Seguramente esté recorriendo caminos que nosotros ni sospechamos hoy para lograr tocar el corazón del otro, con la certeza de que eso va a dar fruto, pero si nos comprometemos todos, si tenemos paciencia; si, cuando educamos, buscamos el camino de cómo llegar hoy. Nos dice “quedate tranquilo que soy yo el que toca el corazón de las personas, pero sí comprometete vos a ser testigo, a ser creativo en lo que a vos te toca hoy, en la forma en que te toca hoy”. 

En general, decimos que estamos en crisis porque tenemos que transmitir la fe y, más que la forma, lo que nos da es miedo, ¿Por qué? Porque era mucho más fácil hace un tiempo atrás cuando el mundo era cristiano y ahí ¿cuál era el desafío en un mundo cristiano donde casi todos creen? Dios es evidente, no hay mucho desafío, es mucho más fácil. El desafío está cuando yo tengo que educar o transmitir algo que el otro me lo va a cuestionar y me va a preguntar. Pongamos un ejemplo simple de esto: supongo que, papás, jóvenes y chicos, todos estamos de acuerdo en que la verdad es un valor y lo queremos educar, que nadie educa en la mentira acá, creo. Sin embargo, todos sabemos que no es tan fácil vivir en la verdad, es un proceso. Hay momentos en los que cuesta mucho ser veraces, ser transparentes, ir con la verdad al otro, pero tenemos la paciencia. Pero también hay momentos más normales, donde uno se pregunta, empieza a mirar cosas y uno tiene que tener la paciencia para que lo otro llegue. Bueno, en la fe pasa lo mismo, todos tenemos momentos, todos tenemos la experiencia de que no vivimos la fe siempre igual. A veces me tienen que empujar y otras veces yo tengo que acompañar y educar al otro y tendríamos que aprender que esto es lo normal de los caminos, como los otros vínculos pero acompañándonos los unos a los otros y siendo creativos. 

La Iglesia no puede transmitir como en el siglo I o V, pero tampoco como en el siglo XX, hoy tiene que transmitir a Jesús de la forma en que toca hoy y eso es a lo que nos invita, la ascensión nos compromete a todos y nos dice “yo hago mi parte, yo sigo estando con ustedes, ahora ustedes pongan la suya” ¿Cuál es la nuestra? Sean creativos, busquen los caminos, busquen las formas, comprométanse a llegar al corazón del otro con la certeza de que hay un espíritu que obró en la Iglesia. El día de pentecostés eran muy poquitos y el Espíritu sopló a los once, más Matías que lo habían elegido doce, más algunas mujeres, veinte, cincuenta, no sé cuántos serían, y sopló. Hoy somos muchos más y lo que nos dice es que salgamos, que nos animemos, que seamos testigos. No nos está diciendo que hagamos cosas extraordinarias, tal vez alguno esté destinado a hacer cosas extraordinarias el día de mañana y nos haga famosos a todos nosotros, pero miremos a San Isidro Labrador que lo celebramos hace dos días: San Isidro Labrador tuvo una vida simple, y no despectivamente, simple, ordinaria, y creo que es el mejor ejemplo para nosotros y el es nuestro patrono. San Isidro Labrador es santo porque vivió entregado a Jesús, su trabajo y su familia, eso fue lo que hizo, y eso lo hacemos todos acá. Tenemos familia, tenemos trabajo y es ahí el primer lugar donde se nos invita a vivir la santidad, a cómo yo puedo ser más generoso, puedo escuchar mejor, cómo puedo amar mejor, cómo me puedo comprometer más, entregar más, y tenemos la experiencia de lo que cuesta, en casa, en el trabajo. Después habrá momentos en la vida donde me toque algo más, pero ese es el primer lugar, ese es el primer sitio. Para los más jóvenes es el colegio, la facultad, el espacio en el que estoy, ahí se me pide poner el corazón, y para eso vamos a recibir el Espíritu.

Yo los invito en esta semana en la que nos estamos preparando, a mirar, tal vez, cuál es ese paso que podemos dar en el caminar hacia Jesús, tal vez rezarle al Espíritu que es al que menos le rezamos. Rezarle al Espíritu, hacerle alguna oración y pedirle, decirle “ayudame en esto”, pero como siempre digo, no un súper salto que después no hago y me frustro, sino un salto concreto ¿Qué me está costando hoy? ¿Qué es lo que me cuesta? Esta persona, esta actitud, este gesto en casa, en el colegio, en el trabajo, pensar eso. Pedirle al Espíritu Santo que te ayude en eso, a dar ese paso. Pidámosle a Jesús, a él que envió al Espíritu para que los discípulos sean testigos, que también en este nuevo pentecostés que en una semana vamos a vivir, nos envíe el Espíritu para que hoy en medio de nuestros hermanos podamos ser testigos.


Lecturas:
*Hechos de los Apóstoles 1,1-11
* Salmo 46
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,17-23
*Marcos 16,15-20

viernes, 5 de junio de 2015

Homilía: “Lo que hace salir lo mejor de nosotros es el amor” – Sexto domingo de Pascua

En el comienzo de la película “Diario de una Pasión”, esas películas que les gustan a las mujeres, aparece un hombre caminando por un hogar de ancianos, una persona mayor, terminando su vida acá en la tierra. Se escucha una voz en off que dice: 

“No soy una persona especial, soy una persona corriente con pensamientos corrientes; nadie me ha hecho un monumento en la vida y tampoco van a escribir sobre mi después que muera ni van a recordar mi nombre durante mucho tiempo. Pero, como muchos otros, podría decir que he tenido éxito en mi vida porque he podido amar a una persona con todo mi corazón y eso para mí es suficiente”. 

Podrimos decir que el sentido de la vida de cada uno de nosotros es ese: Cómo podemos crecer en el corazón, cómo podemos aprender a querernos y a amarnos, cómo podemos aprender a amar de una manera especial a alguien. Esto que parece tan sencillo de decir pero es tan difícil de vivir, todos tenemos la experiencia de lo difícil que es aprender a amar y, sin embargo, es como el termómetro de nuestra vida. Cuando nos sentimos queridos y amados estamos mucho más contentos, somos mucho más proactivos, encaramos muchas más cosas. En cambio, cuando no nos sentimos queridos y amados o no podemos amar, estamos de mal humor, no tenemos ganas de nada, no le encontramos sentido a las cosas, todo nos cuesta muchísimo más, porque EL AMOR ES LO QUE DE ALGUNA MANERA ME DEFINE, lo que hace que pueda ser aquello que yo quiero ser. Por eso, la invitación constante en nuestra vida es a crecer en este amor y la invitación de Jesús es a eso. 

El evangelio de hoy, continuando el que escuchamos la semana pasada, sigue repitiendo “permanezcan en mi amor”, casi que como que lo quiere grabar en nuestro corazón por cansancio; lo central es hacer experiencia del amor de Jesús. Pero, como les digo, es difícil amar, es difícil porque siempre implica que yo dé una paso más en el corazón. El problema del amor es que se rompen los marcos, ¿cuál es el marco del amor? ¿Qué es lo que uno tiene que hacer por amor? El corazón siempre invita a algo más, a un paso más; por eso es más fácil, muchas veces, buscar otro camino. Para poner un ejemplo, la segunda lectura que escuchamos está en la misma línea, dice: “Dios es amor y aquel que ama ha conocido a Dios y aquel que no ama no ha conocido a Dios”. No sabe quién es Dios, no es que no ha podido aprender, no ha hecho experiencia en su corazón de quién es Dios. Sin embargo, esto es difícil de explicar, porque explicar lo que es el amor es complejo, es más fácil poner otras imágenes de Dios. Pongamos un ejemplo de una imagen que por mucho tiempo se transmitió: Un Dios que es juez, era más fácil amar de un Dios que es juez; pero ¿Por qué? Porque eso tiene marcos, tiene marcos legales, “si haces eso más o menos está bien”, “si haces esto, está mal, estás condenado”, “si haces esto seguro Dios te va a castigar”. Me da más seguridad, es más fácil. 

Explicar un Dios que es amor, un dios que me invita a vivir una aventura desde el corazón es mucho más complejo, porque me lleva mucho más tiempo, porque me compromete muchísimo más, porque me invita a dar pasos cada día más grandes en mi corazón, porque nunca se termina, porque siempre tengo que caminar y tengo que crecer. Sin embargo, esa es la experiencia de Jesús, lo que cambió Jesús es que, cuando él se hace presente, lo que muestra es un Dios que ama de una manera diferente. La gente que se encuentra con Jesús se siente amado de una manera especial, sobre todo aquellos que no se sentían queridos y amados; y al encontrarse con Jesús, encuentran a alguien que de pronto les dice “yo te entiendo, no te juzgo, te acompaño, me encuentro con vos y te invito a hacer esta historia”. Esa persona, a partir de ese encuentro con Jesús, siente que alguien la valora, que su vida es importante, que hay alguien que se preocupa por él o por ella y que por eso lo invita a algo más. Todos tenemos, como dije antes, la experiencia de que lo que hace salir lo mejor de nosotros es el amor, no que nos tengan cortitos. Cuando nos sentimos queridos, en general, nos sentimos mucho más comprometidos. 

Yo me acuerdo, una pavada no, un día estábamos en lo de mi hermana y era el cumpleaños de uno de mis sobrinos y vino un chico re contento al cumpleaños y le trae un regalo re bueno a mi sobrino. La primera respuesta de mi hermano fue decir “uh, que buen regalo, cuando sea su cumpleaños voy a tener que comprar algo caro”. Pero más allá de esto que es muy simple, es “Bueno, ¿por qué el otro me entrega esto?” “¿Por qué el otro da esto?” Y era una pavada, era un regalo, algo material. Mucho más es cuando el otro me da su vida, “¿Por qué tenés ese gesto conmigo? ¿Por qué hiciste esto? ¿Por qué te la jugaste en esto? ¿Porque me acompañaste en esto?” y eso me compromete mucho más, porque es mucho más profundo, porque da un paso mucho más grande. Esa es la experiencia de Jesús, aquello que sella es cuando yo me siento querido y amado, no cuando tengo que vivir esto o no, eso me hace nadar en la superficie, o quedarme en algo que se puede esfumar muy rápido, pero cuando yo profundizo en el corazón, eso hace como una raíz mucho más fuerte. 

Hay una historia que cuenta que un labrador le estaba enseñando la profesión a su hijo y él estaba plantando y el hijo le preguntó: “¿Cómo hago para plantar esta semilla?”, y el padre le contestó “cava bien, cuanto más profundo sea, más posibilidades tiene la planta de crecer”. En nuestra vida pasa lo mismo, cuanto más profundo hacemos experiencia de amor, más profundos son nuestro vínculos, más estables son nuestro vínculos, vamos caminando y creciendo, o eso deberíamos. Como alguna vez les he dicho, a veces crecemos en un montón de cosas, o se nos invita a eso en el mundo, a crecer estudiando, y uno no termina más, hay que tener formación permanente y un montón de cosas. Nuestra imagen, que cómo me cuido, que tengo que estar bien, flaco, que no sé cuánto, me aparecen las canas, el pelo se me sigue cayendo y así en un montón de cosas; que tener más, que no, porque la imagen… Sin embargo, muchas veces nos olvidamos, que lo central es crecer en el amor y educarnos para crecer en el amor. 

A veces pareciera que el amor se da por arte de magia, cuando es lo central en la vida y eso es lo que me va a marcar a mí y lo que va a marcar al otro, eso es lo que va a transformar nuestras vidas, esta es la experiencia de Jesús. Por eso dice “yo los llamo de otra manera, ya no los llamo más servidores, los llamo amigos ¿Por qué? Porque yo les di a conocer todo, este soy yo, este es Dios”. Uno cuando ama verdaderamente, a los amigos, a los que quiere, a la familia, les abre el corazón, les abre su vida. Cuando uno se siente amado y puede amar, y ¿Qué hace? Y confía, no tiene que estar calculando, a ver, hasta dónde digo, hasta dónde hago, a ver si digo esto y piensan tal cosa, a ver si hago esto y que va a pensar el otro. Que muchas veces lo hacemos en los lugares donde no nos sentimos queridos y amados, o que tengo que mantener mi imagen y no puedo ser yo mismo. También dejo de controlar porque el amor me llama a confiar en el otro, a soltarlo, y no tengo que andar diciéndole qué hacer o tengo que ir controlando que haga tal cosa o tal otra. Sé que puedo confiar y el otro puede confiar en mí, me cambia la mirada, aprendo a mirar de otra manera, una mirada mucho más amorosa, mucho más misericordiosa, que entiende mucho más. 

Uno cuanto más ama aprende, o debería aprender, a perdonar mucho más, a intentar comprender al otro, a escucharlo, a preguntarle primero antes de juzgarlo. Me cambia también la manera en que yo escucho, la profundidad, las ganas que tengo de escuchar al otro, el amor va transformando mi corazón, cuando me animo a ir creciendo. A veces nos olvidamos que este es un camino de toda la vida y yo no puedo tener cuarenta años y seguir amando como cuando era niño o adolescente o joven, se supone que debería haber crecido. Entonces debería ser una persona que, creciendo en el amor, aprendí a tener más paciencia con el otro, a escucharlo mejor, aprendí a ser más generoso, más entregado, a tener un corazón mucho más misericordioso que sabe perdonar y entender al otro, esto es lo que hizo Jesús. 

Jesús fue creciendo en ese amor y creció en un amor tan grande que lo central es que dio la vida, y por eso dice “a mí nadie me la quita, yo la doy voluntariamente, porque quiero, ¿Por qué? Porque amo, y creo que todos tenemos la experiencia de que hay cosas por las que estamos dispuestos a dar la vida, pero es cuando aprendemos a amar. A la persona que amamos, estos dispuestos a darlo todo por esa persona, pero para eso tengo que profundizar en ese amor, esa es la experiencia de Jesús. Esa es la experiencia en las primeras comunidades y esa es la invitación a nosotros en este mundo. Cuando aprendemos a amar, nos miramos de una manera distinta y aprendemos a mirar al otro de una manera distinta, como que nos saca de nosotros mismos. ¿Vieron cuando los chicos están enamorados y uno le pregunta “¿Dónde estás hoy?” porque esta con la cabeza en otro lado? y uno sabe dónde tiene la cabeza, o en quién tiene puesta la cabeza, ¿Por qué? Y, porque el amor me lleva a pensar en el otro, quieren estar con el otro, esa es la experiencia de la vid y los sarmientos. ¿Se puede estar en Jesús? Yo soy la rama, el tronco, ustedes son los sarmientos, la rama, ¿cómo puede estar uno en el otro? Y cuando uno ama siente que esta con el otro, esa es la experiencia profunda. 

Yo me acuerdo una vez, charlando con alguien que había fallecido su marido, me decía “yo siento que se fue la mitad de mi vida” y era esa la experiencia, estar presente en el otro de una manera especial, después de todos esos años, el partió y ella quería partir para allá, quería tener esa experiencia. O la experiencia, si quieren, de santa teresa de Jesús ahora que se cumplen 500 años; ella, después de rezar, dice que escucha en su corazón una pregunta de Jesús que le dice “¿quién eres?” y ella contesta “soy Teresa de Jesús”. No dice “soy Teresa de Cepeda y Ahumada” que es su nombre, no, dice Teresa de Jesús, “yo vivo en él, vivo sin vivir en mi” dice teresa, y uno no entiende esas palabras, ¿cómo alguien puede decir “vivo sin vivir en mi”? Y después dice que escucha que Jesús le dice: “Yo soy Jesús de Teresa, yo soy para vos”. Bueno, esa es la experiencia de Jesús, Jesús es para nosotros y nos invita a ser para él y de esa manera también poder ser para los demás. Cuando uno ama eso sale con naturalidad, cuando uno tiene un corazón que es un poquito más mezquino, como todos tenemos experiencia, eso cuesta más. 

Esto es lo que vive Pedro en la primera lectura, Pedro se tiene que abrir a una nueva realidad. Llega a la casa de alguien extranjero, que se supone que no vive la fe y dice “¿quién soy yo para quitar lo que el espíritu está mostrando? Todas las naciones tienen que recibir esto”. Hoy lo podríamos decir de otra manera, ¿Quién soy yo para decir que el espíritu no se tiene que hacer presente en esta realidad, en esto nuevo? Bueno, si el espíritu me va guiando por ahí, esa es la experiencia de permanecer en el amor, cuando yo permanezco en el amor, crezco, y voy cambiando. Y sin tener una visión inocente, el amor cuesta, amar cuesta, sino pregúntenselo a Jesús en la cruz si amar no cuesta, amar es dar la vida, pero es el amor lo que te hace feliz. Pregúntenle a Jesús si eso lo cambiaría por algo. Esa es la experiencia que nos invita a hacer nosotros, aprender a amar, a ir creciendo en eso, a permanecer en Jesús para ir teniendo cada vez un corazón más grande y entregarlo. 

Animémonos entonces en este tiempo de pascua a permanecer en ese amor de resucitado pidiéndole que transforme nuestras vidas, nuestros corazones, y nos dé cada día un corazón más entregado. 


Lecturas 
*Hechos de los Apóstoles 10,25-26.34-35.44-48 
*Salmo 97 
*Primera carta del apóstol san Juan 4,7-10 
*Juan 15,9-17