lunes, 26 de octubre de 2015

Homilía: “Lo central en la vida es perfeccionarnos pero en lo que tiene que ver con el amor” – XXIX domingo durante el año


Hay una serie sobre política que se llama House of Cards en la que Francis Underwood y su mujer Claire son un matrimonio al que no le importa nada con tal de lograr su propósito. Es un drama político lleno con todo lo que es la avaricia y la corrupción. En uno de los primeros capítulos, hay una escena en la que se ve un cuadro con una imagen y Frank está al borde de este y en el medio está el presidente. Él dice que el poder es como una inmobiliaria, lo importante es la ubicación, que, cuanto más cerca de la fuente, mayor valor tiene esa propiedad. “Cuando vean esta foto dentro de siglos y miren a los costados del marco, miren a quien van a encontrar sonriendo”, dice.

En esta imagen tan simple donde él sabe qué camino quiere recorrer para llegar a estar en el centro de la foto, más allá de lo que pase o de lo que tenga que hacer para eso, me resuena un poquito esta imagen del evangelio. Jesús está yendo a Jerusalén para dar la vida y, si hubieran fotos, Santiago y Juan se están peleando por ver quién sale en la foto, quién está a su costado, no entendiendo aquello que está viviendo Jesús, no entendiendo lo que está pasando en el corazón de Jesús. No solo eso, no habiendo visto cuál es el testimonio que Jesús les ha dado. Muchas veces está como inherente a nuestra naturaleza humana, como una herida, esa búsqueda desordenada del poder o del dinero o de un montón de cosas que no terminan de llenarnos el corazón. Lo que es peor muchas veces es que vamos rompiendo limites, vamos en busca de algo y ponemos determinadas reglas pero después decimos “no, para conseguir esto doy este pasito y después este otro pasito…”. Cuando me doy cuenta, he roto casi con lo que nunca pensé que iba a romper o he llegado a límites insospechados que nunca pensé que iba a llegar ¿Por qué? Por eso, porque equivoqué el fin, equivoqué el camino, no voy hacia donde la propia vida me invita.

Lo central en la vida es perfeccionarnos pero en lo que tiene que ver con el amor, eso es lo que llena nuestro corazón y eso es lo que nos trae tranquilidad. Por eso, cuando uno se siente verdaderamente amado y puede amar, eso trae paz al corazón y debería ser el camino que tenemos que recorrer y los otros caminos empiezan a dejar vacíos. Uno dice “quiero llegar a tal puesto en tal empresa”, y cuando a uno ya no le importa nada y quiere llegar a eso y su fin es eso, llega y se alegra pero después quiere llegar a lo otro, y a lo otro y después quiere tener más poder. Pasa lo mismo con la economía, “voy a estar contento cuando tenga eso” y, ¿cuánto tiempo voy a estar contento cuando logre llegar a eso?, una propiedad, una cosa, un celular, una pavada. Al poco tiempo eso ya me deja vacío, no me llena el corazón y entonces tengo que buscar algo más, ¿Por qué? Porque tengo que llenarlo y, como eso no llena porque no es la búsqueda que el corazón tiene que tener, me termina dejando un mal gusto en el corazón y por eso mi mal humor, mi desgano, mi no encontrarle el sentido a las cosas. Es por eso que Jesús les muestra el camino que a él le llena el corazón, que es ese camino de amar ¿Cómo? Sirviendo, poniéndose al servicio de los demás .

Uno no se imagina a Jesús dando la vida en la cruz diciendo “que garrón haber tenido que dar la vida por estos”, o diciendo “no valió la pena, ¿para qué servir? ¿Para qué hice este camino? ¿Por qué lo recorrí?”. Uno, mas allá de lo arduo y de lo difícil, obviamente, porque es una situación complicada, se imagina a un Dios pleno. “Esto es lo que busqué toda mi vida, por esto luché, esto es lo que le da sentido a mi existencia”. Y, ¿Qué es lo que le da sentido? AMAR. Y, ¿amar cómo? Poniéndose al servicio de los demás, eso es lo que llenó su corazón y eso es lo que quiere transmitir. Lo central de Jesús siempre lo transmite, en primer lugar, con su vida, él da testimonio de lo que quiere y, después, ese testimonio lo explica en palabras. Sus palabras toman fuerza porque lo siguen viendo en su vida constantemente, cómo se pone al servicio del que lo necesita, escuchando, dando un consejo, consolando, estando al lado, teniendo una palabra. La presencia de Jesús, un encuentro ocasional con una persona, le cambia la vida, ¿Por qué? Porque encontró a alguien que se puso al servicio del otro. Esa es la invitación para cada uno de nosotros, lo que pasa es que esto es casi contracultural. 

Nosotros a veces cuando imaginamos qué queremos, yo me imagino como si quisiéramos una especie de all inclusive donde todos se ponen al servicio de nosotros y están un par abanicándonos y todos trayéndonos cosas y cuanta más gente en nuestro servicio mejor. Ahora, más allá de que uno pueda pasar un buen rato, no lo niego, ¿eso es lo que llena nuestro corazón? ¿Eso es lo que queremos? ¿Eso es lo que nos hace bien? ¿O tenemos una búsqueda más profunda?

Me acuerdo, hace un tiempo, escuchando a un futbolista, contaba que cuando le empezó a ir bien en su carrera, él había salido de un barrio muy pobre, le dijo al viejo “no quiero que trabajes más, te voy a dar todo lo que necesites”. Le dio su casa, su plata, todo y él dice “a los tres años papá estaba deprimido en casa y me di cuenta que ese no era el camino, que él quería sentir que su vida tenía un sentido para algo. Descubrí que poniéndole un negocio, donde estaba al servicio, eso sí lo llenaba pero que lo otro no”. A veces es como una tentación, parece linda la foto, “estamos en la playa, tirados”, todos necesitamos un rato de descanso, no hablo de eso. Lo central en la vida es cuál es la tensión que mueve mi corazón y qué es lo que llena mi corazón. 

Si miramos, nuestro corazón se llena cuando podemos amar y cuando descubrimos que nuestra vida tiene un sentido para alguien, vivo para alguien. Qué lindo que es cuando uno puede decir “me levanto por alguien”, “trabajo por alguien”, es decir, mi vida cobra un sentido ahí, no “uh, que garrón, hoy me tuve que levantar”, sino “esa persona cambia mi vida y por eso yo quiero hacer esto”. Lo otro podrá ser muy lindo pero lo que llena mi corazón, aun cuando a veces ponerse al servicio de los demás y trabajar por el otro es arduo, es difícil, es exigente, es ese el camino. El camino en el cual uno descubre que esto tiene sentido, esto vale la pena, eso es lo que nos dice Jesús y esa es la invitación para cada uno de nosotros. Por eso nos invita al camino de ponerse al servicio de los demás. El problema que tiene esto es que a veces es arduo, a veces es difícil, a veces es en lo secreto, nadie lo ve, nadie lo valora o lo agradece como lo tendría que agradecer, pero si quieren, hasta esto último, es lo más evangélico. Jesús nos dice que él siempre ve las cosas y nos da la certeza de que aquello que no es premiado o agradecido de la manera que tiene que serlo en la tierra, lo será en el cielo y por eso nos da esta invitación. Por eso nos dice “pónganse al servicio de los demás”. Por eso la vida de Jesús tocó tanto el corazón de las personas, porque no vino a ser servido, esa fue la diferencia, podría haber sido muy exitoso pero no habría tocado el corazón como lo toco. Lo que tocó es que se puso al servicio, por eso nos invita a nosotros.

A mí a veces la gente me pregunta “¿cómo haces Mariano para cuidar 3000 chicos en Pascua Joven?”, o ahora que tenemos el campamento, este año que hay más chicos en confirmación y aparte vienen los de ágora, va a haber más de 800 chicos en el campamento, “¿cómo haces?”, “y, se portan bien”, les digo, sino no puedo hacer nada. Es decir, si me hacen un piquete o se empiezan a portar mal, me tengo que volver, no hay forma. Ahora, así como a veces hay malos hábitos y, como vemos en esa serie, la corrupción y la avaricia pareciera como que contagia y lleva a eso, los buenos hábitos también contagian. Uno va a estos lugares, como a una misión y a un montón de casas y uno ve como los buenos climas, cuando uno pone un clima de amor, de servicio, se transmite, esa es la invitación de Jesús. Por eso saca lo mejor de nosotros, la invitación de Jesús es que eso lo vivamos y lo podamos transmitir a los demás. A veces va a costar, le costó a Jesús en este evangelio, no lo entendían, pero no por eso hay que renunciar. Jesús nos da la certeza de que en algún momento va a dar fruto. Esto seguro que no lo entendieron Juan y Santiago, les llevó su tiempo como a veces nos lleva nuestro tiempo a nosotros pero con la perseverancia, con la paciencia del que se pone a servir, nos da la certeza Jesús de que eso da fruto.

Hoy que celebramos el día de la Madre, creo que el ser madre tiene mucho de esto, que uno trabaja en lo invisible, “¿otra vez vamos a comer esto?” en vez de un “gracias, que rico lo que preparaste”, o “¿todavía no está la comida?” por poner un ejemplo muy simple. Muchas cosas que uno hace quedan en el secreto del servicio del que por amor pone su corazón, eso es lo que nos dice Jesús. Anímense en el servicio a ofrecer su corazón, eso los va a hacer felices. Miremos a Jesús, a aquel que se puso al servicio de todos, aprendamos de él y pongámonos también nosotros al servicio de los demás.

Lecturas: 
*Isaías 53,10-11
*Salmo 32
*Carta a los Hebreos 4,14-16
*Marcos 10,35-45

viernes, 16 de octubre de 2015

Homilía: “La buena noticia a la que nos invita Jesús siempre es un riesgo” – XXVIII domingo durante el año


Hay una película que acaba de salir que se llama Pasante de Moda con Robert De Niro y Anne Hathaway en la que Robert de Niro es Ben Whittaker, un hombre jubilado de 70 años, viudo. Comienza contando su vida, que quedó solo, se jubiló, tiene una hija, nietos, pero se empieza a dar cuenta de que, después de un tiempo de gozar de ese estar jubilado, estar tranquilo, poder hacer lo que quiere, hay algo que le falta. Dice “he viajado, gasté todas mis millas, he leído libros, me anoté en yoga”, es una persona a la que le fue muy bien en la vida e intenta estar ocupado. “Me doy cuenta de que yo necesito más a mis nietos que ellos a mí, tengo un vacío en el corazón y necesito llenarlo con algo y hacerlo pronto”. Es por eso que se anota como pasante en una empresa de Jules Ostin, quien vende ropa.

Se puede decir que en la película se da esta paradoja que hay hoy en día, que de pronto hay gente que, por alguna razón, no puede tener trabajo o ya es mayor y lo jubilan pero siente que todavía tiene mucho para dar. Por otro lado, también se da, que se escucha muchas veces en nuestro mundo, “¿para qué trabajar?”, “¿para qué estudiar?”, “No vale la pena, ¿para qué comprometerse con esto? ¿Para que este esfuerzo?”. En todos los ámbitos, a veces en lo social, en lo político, en lo educativo, también en lo familiar, es más, hasta a veces más fuerte se escucha, “¿vale la pena o es importante hacer las cosas bien? ¿Qué sentido tiene? A veces pareciera que triunfa más el mal que el bien”. Es ahí donde nos preguntamos si nuestro esfuerzo vale la pena entregarlo, darlo.

Sin embargo, creo que siempre es tiempo de sembrar en la vida. Es más, es necesario y es lo que nos mantiene vivos. Todos tenemos la experiencia de a veces tener que descansar, querer estar tranquilos pero, a veces, cuando no hacemos nada, estamos un tiempo largo sin hacer nada, nos queda como un gusto raro, “hoy no hice nada”. Cuando nos cansamos y hacemos cosas por nosotros y por los demás estamos mucho más contentos, mucho más felices, cansados pero felices. Es por eso que lo central en la vida es animarnos a sembrar, ¿Cuál es el problema? Que nunca vamos a tener la certeza de cuánto fruto va a dar, de qué manera, de qué forma, si lo vamos a ver, si va a ser de la manera que nosotros queremos y esperamos. Pero si tenemos la seguridad en el corazón de que tenemos algo para dar, que tenemos algo que aportar, que yo todavía tengo mucho en el corazón que les puede servir a los demás y esa es la invitación constante que nos hace Jesús en nuestra vida y en nuestra fe.

A veces, sentimos que las cosas están muy áridas, que los terrenos no están preparados para sembrar. Sin embargo, podríamos decir que ahí es cuando más vale la pena porque cualquier pasito, cualquier brote que se dé, ya es evidente. Por el contrario, cuando todo está muy florecido, nuestro aporte a veces casi que parece de más, no se ve. Cuando la cosa es un poco más seca y más árida, todo pasito o todo progreso que se da, a uno le trae esa satisfacción en el corazón. Ahora, sembrar, como amar, implica arriesgarse, yo me la tengo que jugar, ¿Por qué? Porque creo en esto, porque en esto pongo mi vida y mi fe. 

Esto es lo que les dice Jesús al final del evangelio a sus discípulos, “Señor, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” le dicen casi como preguntándose “¿valió la pena esto? ¿Vale la pena haberlo dejado todo por la buena noticia, por seguirte, por vivir el evangelio?” Y Jesús les dice que tengan la certeza de que el que dejó todo, recibirá el ciento por uno ya acá, “ustedes lo van a ver”. Creo que uno no se imagina, más allá de la dificultad de algún momento, a Pedro, Santiago y Juan, por nombrar algunos de los apóstoles, a San Pablo, a María Magdalena al final de su vida diciendo “Uh, que garrón, ¿para qué deje todo por Jesús? No, la verdad es que no valió la pena”, uno no se los imagina así. Creo que todos nos los imaginamos felices de haberse animado a vivir esto, lo contrario, “menos mal que me la jugué por esto, menos mal que elegí este camino, menos mal que, cuando la cosa parecía difícil, no me borré, que arriesgué”. Porque la vida implica eso, jugársela y vivir la alegría de lo que uno ve a la larga, el fruto tarda. Lo que pasa es que hoy en día parece que lo único que sirve es cosechar, pero no se cosecha si no hay tiempo, si no se siembra, si no se espera, si no se tiene paciencia. 

El tiempo, muchas veces para todos nosotros, es poder decir, “bueno, ahora nos toca este primer paso, de poner la semilla, acompañarla, de verla de a poquito crecer”, con paciencia, desgastando nuestra vida. Es más, en nuestra vida pasa eso. Vamos a poner ejemplos. En una familia, uno ve los frutos de la familia cuando se arriesgó por amor, se la jugó por una persona que quiere, que ama, que acompaña. El fruto más claro son los hijos, haber trabajado para intentar mantener a la familia junta, ir caminando juntos, haciendo todo lo posible para mantener una amistad. Más allá de que a veces nos peleamos con nuestros hermanos, luchar por eso, intentarlo y después, por más de que fue arduo, cuando uno mira para atrás poder decir “qué bueno que me animé a esto, que resigné esto, que hice esto, que di este paso”. Uno ve los frutos de lo que arriesgó por amor.

Lo mismo en la fe. A veces estamos como cansados, los jóvenes con los grupos “uy, tengo que preparar de nuevo la ficha de confirmación/de post”, “tengo que hacer esto”, “tengo que ir a Ágora, ¿valdrá la pena?”, “Todo lo que preparé, el tiempo que me llevó”. Y creo que después, muchos terminamos diciendo “qué bueno que me la jugué, que arriesgué, que me animé a decir ‘quiero sembrar en la fe y estar con Jesús’”. También los adultos, cuando decimos “Tantas cosas que tengo para hacer y me tomé este tiempo para mí en este retiro, en este tiempo para estar junto a mi familia”, pero ustedes sabrán que terminan diciendo “qué bueno”. Esto es sembrar, sembrar en la vida, con amor, jugárnosla por aquello en lo que creemos, esa es la invitación constante de Jesús para nosotros, pero para eso hay que arriesgar.

Esto es lo que pasa en este evangelio. Se acerca este hombre que le pregunta a Jesús qué es lo que tiene que hacer para heredar la vida eterna, dicho en criollo, qué es lo que tiene que hacer para ir al cielo. Jesús le dice que cumpla con los mandamientos y solo le nombra los mandamientos que tienen que ver con la relación con el prójimo, como diciendo, “este es el primer paso que se te pide”. Este hombre, que se ve que era muy bueno, le dice “esto lo he cumplido desde mi juventud, he hecho todo”, pero espera algo más, su corazón lo llama a algo más. Es un hombre bueno que desea algo mas y es ahí cuando Jesús, sabiendo que le va a pedir un paso que a veces cuesta, que es un desarraigo en el corazón, dice que lo miro con amor ¿Por qué? Porque el amor es lo que nos sostiene. Cuando yo me siento amado me animo a mucho más. Eso es lo que hace Jesús, lo mira con amor para que él se sienta sostenido en eso que le da un poco de vértigo. “Ahora ve, vende todo lo que tienes, ahí tendrás un tesoro en el cielo, y sígueme”. Este hombre, lamentablemente, no se animó a dar este paso, no pudo. Escuchaba un corazón que gritaba y que gemía “quiero algo más”, pero cuando llega el momento, no puede poner ese esfuerzo, no puede dar ese paso.

En los evangelios sabemos lo que pasa en ese momento, es decir, este hombre no pudo dar este paso, poniendo otro ejemplo, el hijo prodigo volvió a la casa y celebró la fiesta. Ahora, ¿Qué pasó después con el tiempo? No tenemos ni idea y seguramente Jesús sigue dando oportunidades. Lo que sí sabemos es que llega un momento en el que tiene la posibilidad de dar un salto, de arriesgar y el hombre no puede. Es acá donde Jesús dice esta frase tan dura, “que difícil será para los ricos entrar en el reino de los cielos”, tan actual hoy como hace dos mil años. Ponemos muchas veces las seguridades en muchas cosas, en este caso en la plata, en las cosas materiales y no ponemos la confianza en Dios. Nos cuesta soltar aquello que muchas veces nos da seguridad aunque no nos deja ser libres. 

Es más, podríamos pensar cada cosa, si hoy Jesús a nosotros nos mirase con amor, a cada uno de nosotros, ¿qué es lo que nos cuesta? ¿Qué es lo que nos diría mirándonos con amor? “Ve y haz esto”. ¿En qué sentimos que no nos la jugamos? ¿Que no arriesgamos? ¿En qué sentimos que estamos como cómodos? Porque creo que muchas veces tendemos a eso, “yo en este metro cuadrado más o menos que estoy bien, lo que busco es una mejor calidad de vida, que nadie me jorobe mucho, que me dejen tranquilo”. ¿Lo importante en la vida es eso? ¿Lo que nos hace felices es eso? Que esté todo bien un ratito, como vemos en la película, “la estoy pasando bien un tiempo, jubilado”, ¿O la vida a uno lo llena y se siente pleno cuando uno arriesga? Cuando uno se manda hacia adelante, cuando uno se juega por algo, en cada edad. En el colegio con lo que a uno le toca vivir hoy, en la facultad, en el trabajo, con mi familia, con mis amigos, un novio/a. ¿Cuál es el salto? ¿Cuál es el paso? Y, ¿Qué es lo que tengo que dejar atrás? Esa es la invitación de Jesús, eso es lo que busca de este hombre. Este hombre se acomodó, “no me digas esto, esto lo vivo dese mi juventud, decime algo más”, pero no se anima, no puede, prefiere quedarse en su seguridad que jugársela por aquello por lo que su corazón llama.

La buena noticia a la que nos invita Jesús siempre es un riesgo, dar algo más, animarse a algo más. Y, si me animo, Jesús me hace una promesa, “tenés la certeza de que yo te voy a dar el ciento por uno, pero recorre el camino, animate”. Esa es la invitación hoy para cada uno de nosotros, para eso tenemos que confiar, tenemos que poner nuestra confianza en Dios. Para eso tenemos que ser hombres y mujeres de esperanzas, animándonos en lo que nos toca, decir “en esto yo puedo aportar, cuando todos me dicen que no, que no vale la pena, yo creo que sí, ¿Por qué? Porque Jesús me da la certeza”.

Pidámosle a Jesús, a aquel que se la jugó por nosotros, aquel que arriesgó hasta dar la vida y eso se sembró en cada uno de nosotros, que hoy celebramos y vivimos la fe, que nos ayude a nosotros a ser testigos de esto. A que poniendo nuestra confianza en él, siendo hombres y mujeres de esperanza, que saben amar al otro, que saben ponerse al servicio, seamos testigos y nos animemos a sembrar.

Lecturas:
*Sabiduría 7,7-11
*Salmo 89
*Carta a los Hebreos 4,12-13
*Marcos 10,17-30

miércoles, 7 de octubre de 2015

Homilía: “Lo único que sacia el corazón del hombre es sentirse querido y amado” – XXVII domingo durante el año


Hay una película cristiana muy linda, no muy conocida, que se llama A Prueba de Fuego que relata una crisis matrimonial entre Caleb y Catherine. Caleb es bombero y, ante la crisis, va y le cuenta a su papá que se quiere separar, divorciar. Su papá lo escucha y le dice que está bien pero le pide que le dé una última oportunidad a su matrimonio, que luche por él, “así como vos, como bombero, luchás, te animás y te metés a las llamas y a un montón de inconvenientes, animate también a luchar por esto”. Le da un librito donde le pide que ponga 40 signos durante 40 días en su matrimonio. Entonces, empieza a vivirlo y se enoja porque ve que nada cambia y vuelve a hablar con su papá y le contesta que también así es el amor de Dios, que muchas veces, a pesar de que uno se aleja o no lo corresponde, Dios sigue luchando. “Yo lo que te pido es que llegues al final del camino”, le dice. 

A lo que lo invita el padre a Caleb es a luchar por aquello que en algún momento llenó su corazón y que es el deseo de todo hombre y de toda mujer, sentirnos queridos, amados. Esto es tan central en nuestra vida que es como nuestro termómetro. En los momentos en los que nos sentimos queridos y amados, valorados, con cualquier vínculo; estamos felices, estamos contentos. Nos animamos a un montón de cosas, le encontramos sentido a la vida. Cuando no nos sentimos queridos, cuando no podemos amar, cuando no nos sentimos valorados en la vida, nada tiene sentido, no tenemos muchas ganas de nada, en general estamos de mal humor, todo nos cae mal y vamos a veces en busca de cosas que no son las que queremos. 

Es por eso que, desde el principio de la creación, Dios nos hizo así, varón y mujer, para que busquemos aquello que nuestro corazón clama, grita, que es sentirse correspondido, amado. Por eso, cuando a Adán se le da la creación, se le da un montón de cosas pero eso no termina de bastar, no llena su corazón. Lo único que sacia el corazón del hombre es sentirse querido y amado, puedo tener cosas, puedo lograr un montón de objetivos, pero eso en algún momento va a pasar. Lo que me sacia es ese amor que llena mi corazón, Dios descubre esta soledad que Adán tiene y por eso busca crearle aquello que lo complemente, aquella persona con la que se sienta amado y puedan caminar juntos. 

Creo que hoy en día encontramos muchas soledades en el mundo, podemos ver muchas personas mayores, uno puede ir a un hogar de acianos pero no hace falta. En las propias casas, cuando las personas están abandonadas, solas. A veces hasta por las propias familias, se han olvidado, los dejan solos y no les muestran ese amor que siempre Dios nos invita a tener. Las personas adultas que están solas, porque están viudos o viudas, porque se han tenido que separar o divorciar, porque se han quedado solteros y no han podido encontrar esa correspondencia en el amor. Pero no solo con los adultos, también vemos con los niños tantas veces en la calle, en muchos lugares, que uno a veces se pregunta por qué están tan solos, tan abandonados, por qué nadie los ama y se preocupa como se tiene que preocupar. Jóvenes también que a veces no le encuentran sentido a la vida porque no se sienten valorados, amados, porque no pueden o no descubren cómo amar de corazón. 

El amor es lo que nos da fuerza. Cuando no lo vivimos, sentimos esa soledad que nos va dejando solos aun en medio de los demás. Aun en medio de mucha gente, necesitamos que nos amen de verdad. Por eso Dios hace esta unión entre el varón y la mujer que es donde, de alguna manera, uno siente esa plenitud en el corazón. Sin embargo, todos sabemos las dificultades para vivir todo vínculo en el amor, de vivir un matrimonio, los hermanos, padres con los hijos, de las dificultades que conlleva el camino, de lo que hay que luchar por esto. Por eso, la invitación de Dios siempre es a animarnos a alimentar ese amor, a cuidarlo, a crecer día a día. 

Acá es donde aparece, ya más claramente sobre el vínculo familiar, una pregunta que se le hace a Jesús, una pregunta un poco tramposa. Ustedes saben que cada vez que los fariseos le preguntan algo a Jesús es para hacerlo caer, es para ver si no cumple o no vive o hay algún problema con la ley. Le preguntan si es lícito al hombre separarse de la mujer y Dios les dice, en Jesús, que eso es por la dureza del corazón de ellos, que no es el deseo de Dios. Por empezar, les muestra que Moisés les da esto cuando ellos no pueden vivir el amor, pero no estamos hablando de no poder vivir el amor, sino de una reciprocidad. Acá, el que puede divorciarse es el varón, casi que por muy pocas razones, la mujer es como un objeto, una cosa más que si quiere se separa. Ese no es el plan de Dios, Dios hizo dos iguales que, recíprocamente, caminen, se complementen, que intenten llevar esa creación de Dios. Por eso serán uno, ¿en que serán uno? En el caminar hacia Dios, “caminen juntos”. Todo matrimonio está también llamado a ese camino de santidad, esa es la invitación de Jesús, animarnos a luchar y a acompañar ese deseo que todos tenemos. 

En todos los vínculos todo lo que queremos es vivir el amor y por eso nos cuesta cuando no lo podemos vivir. Los que se han casado conocen ese deseo con el que se casaron que es poder compartir y vivir toda la vida. Es muy lindo cuando uno ve en un matrimonio, una persona mayor que por la ley de la vida ya se queda solo, el varón o la mujer, y te dice “siento que se fue la mitad de mí, después de tantos años viviendo juntos y de un amor tan fuerte, ya no le encuentro sentido a la vida porque me falta el otro”. Ojalá todos pudiéramos vivir muchas veces juntos ese vínculo al cual Dios nos invitó, pero para eso tenemos que apostar los dos, para eso tenemos que crecer juntos, para eso tenemos que alimentarlo. ¿Por qué? Por la dificultad que hoy vemos y desde todos lados. Desde todos los lugares tenemos que animarnos a trabajar por este vínculo. 

A veces trabajamos por tantas cosas, nos matamos por el trabajo, nos matamos por saber más intelectualmente, por el consumo y tener más y no nos matamos, no luchamos tanto, por el amor, pero aquello que sí es central. Cuando no lo tenemos, vemos lo que nos falta. Dios nos presenta este ideal que es el ideal que todos quieren, que es poder amar y poder amarse. Pero también hay que trabajar por esto, para esto hay que luchar. Dios quiera que la mayoría de los momentos sean los más lindos y sean gozosos pero en otros momentos, como nos dice Pablo, donde habrá que soportar, donde habrá que perdonar, para poder llevar esto adelante. Esa es la invitación de Jesús y desde todos los ámbitos. 

Hoy el papa inauguró este sínodo de la familia y lo hizo juntamente sabiendo la dificultad que hoy hay de vivir en familia, de lo difícil que es y cómo también, desde este lugar, desde la Iglesia, tenemos que acompañar, estar cerca en donde muchas veces tampoco hemos estado presentes. Quiero poner un ejemplo nada más de esto que es un ejemplo objetivo, sobre los sacramentos. Hay dos sacramentos que son más sencillos en la preparación porque son el del inicio y el del final: El bautismo que es la puerta de entrada, se hace una pequeña catequesis porque los que educan en la fe son los papás, y la unción de los enfermos porque no hay muchas opciones de una catequesis, llega el momento y hay que hacerse presente. Pero el resto de los sacramente tienen una preparación, si uno va a tomar la comunión, que va junto con la reconciliación, dos años; la confirmación, un año; el ser sacerdote ni hablar, son como siete, ocho años. Muchas veces, nosotros, para dar el sacramento del matrimonio hacemos una charlita, un momento y no acompañamos lo que significa ese vivir ese matrimonio, con una preparación más a conciencia, acompañar los diversos momentos. Una madurez afectiva, poner ese amor en manos de Dios, acompañarse en las buenas y en las malas, y creo que esa es la invitación hoy de Francisco, como de todos lados, desde la familia, la sociedad, pero en especial nosotros como Iglesia. Podemos acompañar a los jóvenes, podemos acompañar a los matrimonios, podemos ayudarlos a crecer en este amor. 

Lo que no se alimenta en todo vínculo tiene fecha de caducidad y la invitación de Dios es a que, desde todos los lugares, nos animemos a ser signos de ese amor y alimentarlo, ¿para qué? Para poder vivir ese plan de Dios, ese deseo. Esto tan lindo que Dios creó para nosotros porque el sacramento del matrimonio tiene algo muy lindo que es que es figura del amor de Jesús por su Iglesia. Así como Jesús amó a su Iglesia, es como llama a que ustedes se amen, es un desafío, pero que lindo que se use esa imagen. Ese amor entregado que también a nosotros nos invita a tener. 

Pongamos en manos de este Dios que es amor el amor de todos nosotros, pidámosle que nos ayude a poder vivirlo, a poder llevarlo adelante, a hacerlo crecer y madurar cada día. 

Lecturas: 

*Jonás 1,1–2,1.11
*Salmo: Jon 2,3.4.5.8
*Lucas 10,25-37

lunes, 5 de octubre de 2015

Homilía: “Crezcan en comunión desde la diversidad.” – XXVI domingo durante el año

Hay una película que se llama Invictus que está basada en un libro que muestra el fin del apartheid en Sudáfrica y el comienzo de la presidencia de Mandela; cuando tiene que armar su gabinete y la gente que lo va a ayudar. Mandela empieza a hacer una cosa heterogénea con gente que estaba antes y gente que se incorpora ahora al nuevo gobierno. En un momento, hay una imagen en la que está su jefe de seguridad, su guardaespaldas junto con otros guardaespaldas arreglando los horarios y entran otras personas de raza blanca y les dicen “venimos porque también somos guardaespaldas, nos mandaron acá”. El jefe de seguridad va a verlo a Mandela y decirle que es un error, que estos son del gobierno anterior y Mandela le dice “si, yo te lo mande para que trabajen juntos”. Obviamente se empieza a quejar de un montón de cosas y Mandela le vuelve a repetir lo mismo, que van a trabajar juntos y le dice “la nación del arcoíris comienza ahora, empieza el tiempo de la reconciliación y lo que te pido es que lo intentes, que aprendas a perdonar, que aprendan a trabajar juntos, que busquemos nuevos caminos”.

En otra imagen de la misma película, él descubre al equipo de Rugby, los Sprongboks, como algo que puede unir a la nación, pero era muy rechazado por todos los de raza negra. Le dicen “vos siempre estabas muy en contra del rugby, de este equipo” y a eso Mandela contesta: “Si yo no soy capaz de cambiar cuando la situación lo amerita, ¿Cómo se los puedo pedir a los demás?”. Él nos muestra en estas dos imágenes esta grandeza del corazón, del que sabe que la comunión, el dialogo, se hace en la diversidad y que para crecer juntos tienen que aprender a caminar juntos pero en comunión, siendo distintos, siendo diferentes. 

Tal vez, si hoy vemos algo que nos falta a nosotros, y no solo a nosotros sino a muchos lugares de nuestro mundo, es aprender a caminar juntos. Aprender a dialogar, aprender a encontrar puntos de encuentro. Parece que lo que hoy más prima es una intolerancia total donde no podemos sentarnos en la misma mesa, donde lo lamentable muchas veces del futbol es que parece que el otro es un enemigo en vez de que sea una cosa muy simple como lo que es, un deporte, y lo digo como fanático del deporte. Lo podemos trasladar a todas las circunstancias de la vida, empezando en estos tiempos por la política donde nos matamos por cosas muy triviales a veces. Pero no solo en la política, también en los distintos ámbitos en los que estamos, en el trabajo, en un colegio, en la educación. Porque pienso distinto, diferente, en mi misma familia, a veces con los más cercanos no nos podemos sentarnos a dialogar, no nos podemos tener paciencia, no podemos encontrar puntos de encuentro y puntos para crecer en común.

Eso fue, es y será necesario siempre, no es algo de hoy, ¿Por qué? Porque somos distintas personas, porque somos diferentes, porque pensamos diferente, porque vemos la realidad con otros ojos que son los que Dios nos regaló y por eso lo central es aprender a vivir en comunión y la comunión es comunión en la diversidad. A veces lo que nosotros queremos es uniformidad y eso no existe y en general queremos uniformidad en lo que pensamos nosotros, que el otro piense como yo. Que nos sentemos a dialogar y estar en esta posición de qué es lo que el otro me puede dar o qué es lo que el otro me puede aportar. La comunión se hace cuando somos heterogéneos, cuando pensamos de distintas maneras, así se crece.

Cuando nos toca armar los grupos de jóvenes que acompañan, que coordinan, una de las cosas que los chicos siempre me piden es armarlos ellos y les digo que no porque, en general, uno busca estar con sus amigos, el que piensa igual y eso no aporta nada. Yo sé que trabajar con personas diferentes, que es lo que buscamos, que alguien tenga un pensamiento, para decirlo más claro, de derecha, de centro o de izquierda, cuesta un poco más, pero enriquece muchísimo más. Porque miramos las cosas desde distintas realidades, pensamos de distintas formas, tenemos distintos dones y entre todos crecemos. Si no lo podemos empezar a hacer acá, desde la Iglesia, ¿desde dónde lo vamos a empezar a construir esto? Porque la comunión en la homogeneidad, ahí sí, somos todos Gardel, no hay comunión ahí, somos todos iguales, pensamos de la misma manera. La comunión justamente es en la diversidad.

Este es el camino que nos enseña Jesús., por empezar, desde lo que eligió. Si uno mira a Pedro, a Santiago, después a Pablo, son diferentes. Cuando uno lee los hechos de los apóstoles, ve que les va a costar vivir esa diferencia, pero esa es la invitación, que crezcan en comunión desde la diversidad, desde distintas posturas. No solo desde los más intrínseco de ellos sino también, como escuchamos en el evangelio de hoy, “hay alguien que hizo un milagro en tu nombre pero no es de los nuestros, entonces se lo vamos a impedir” casi como que si hacer milagros en la fe fuera propiedad privada, de un grupo reducido. Jesús les dice “el tema no es quién yo elegí, quién es la elite; no, el que no está contra nosotros, el que va en el mismo camino, es de los nuestros”. Esa es la apertura de corazón que él les pide, no importa si es apóstol, si es discípulo, si está viviendo la fe de la misma manera que nosotros o no o si vive; podríamos decir ya siendo más abiertos, otro tipo de fe u otra religión. Lo central es que vamos en la misma línea, que vamos en el mismo camino, pero para eso uno tiene que tenér una apertura de corazón, aprender a crecer en la diversidad, aprender a dialogar y descubrir qué es lo que el otro me aporta.

En la primera lectura pasa lo mismo. Moisés está repleto de trabajo, no da abasto con su pueblo entonces le pidea Dios gente que lo ayude. Dios le dice “llamá a 70 ancianos que yo voy a darles parte de tu espíritu para que ellos puedan también dilucidar las cuestiones, gobernar sobre el pueblo”. Vienen los 70 ancianos, se les reparte el espíritu pero cae sobre dos personas más que parece que no habían sido las elegidas. Entonces, ¿Qué hacemos con esto? Porque estas personas también tienen ese espíritu y Josué le dice a Moisés: “No, impedírselos, no es de los que vos elegiste” y Moisés le dice “pará, no es mi espíritu, es el espíritu de Dios, si Dios eligió que ellos profeticen, ¿Por qué yo se los voy a impedir? ¿Quién soy yo para impedírselos? Si ellos quieren anunciar a Dios, que lo hagan”.
Esto que no empezó con nosotros, el que a veces nos cueste la diversidad, no empezó en el tiempo de Jesús, estamos hablando del tiempo de Moisés, hace más de 3000 años de esto, muchas veces nos cuesta. Aprendamos a escuchar, aprendamos a ser más tolerantes, casi como primer paso y lo siguiente es aprender a crecer en comunión, esa es la invitación de Jesús. Eso es lo que él enseña, eso es lo que él vive y por eso, como sabe que es difícil, nos alimenta. Eso es lo que decimos nosotros, “voy a ser tomar la comunión, quiero ser parte de eso”, pero para eso tenemos que abrir el corazón. Tengo que aprender a salir muchas veces de lo que pienso, de lo que creo, de lo que siento. En general, el problema es cuando me pongo rígido, no es la firmeza en ciertas posturas que a veces uno tiene que tener sino la rigidez del que cree que es la verdad cuando, en general, la mayoría de las cosas son opinables. Hay que saber escuchar, mirar, a veces tener paciencia o hasta soportar, es parte del camino del amor al que Jesús nos invita.

¿Qué es lo central? Lo central es la actitud del corazón, por eso dice “no quedara sin premio aquel que dará de tomar aunque sea un vaso de agua a los demás”. ¿Qué es lo que hizo? Tuvo un gesto frente al otro, fue amoroso, fue caritativo, fue cariñoso y ¿Qué es lo que se va a condenar? “aquel que escandalice”, dice. El que escandalice a uno de los pequeños, en la lectura de Santiago, el que no profetiza, el que no se preocupa por los demás. En este caso, la riqueza económica, podríamos ver la riqueza en los dones que Dios nos regaló, ¿para qué lo uso a eso? ¿Solamente para mí? “Ahí tenés tu premio” dice Santiago, “así Dios te tratará el día de mañana, no te preocupaste por el otro, ¿Por qué se preocuparan por ti?”. La invitación es a cómo actuamos, de qué manera y de qué forma y solo desde ahí se puede construir. La invitación es a esa apertura de corazón.

Si quieren un ejemplo, podemos poner el final de este evangelio que es bastante duro. El final de este evangelio, para los que nos gusta ponernos un poco rígidos, dice “si tu mano es ocasión de pecado, córtatelo”. Si yo me hubiera tenido que cortar los distintos miembros que fueron para mi ocasión de pecado, creo que no queda ninguna parte mía acá más o menos. Si cada vez que le pegué a alguien, que pensé mal de alguien, que actué mal, si nos pusiéramos rígidos y leyéramos el evangelio así, estamos en el horno entonces, no hay muchas opciones. Pero no se lee así, claramente no se lee así, no quiere decir eso Jesús. Entonces, ¿Qué es lo que hay que buscar? ¿Qué es lo que este evangelio dice? ¿Qué quiere decir cuando dice “si tu miembro es ocasión de pecado”? Que más vale hacer opciones fuertes, cambiar, que quedarse con ello que te aleja de Dios y de los demás pero no siendo literales. Sin embargo, ¿Cuántas veces nos ponemos literales con la biblia? “La biblia dice esto, tal texto dice esto”, y somos totalmente injustos porque algunos textos los leemos literales y otros no. Por lo menos seamos coherentes y leamos todo de la misma manera, ¿Cuál es la manera de leer la biblia? Ver qué es lo que cada texto quiere decir, esa es la manera, esa es la forma. Sino, empezamos a elegir, “bueno, esto me queda más cómodo” o “con esto te gano”, o “con esto te pongo entre la espada y la pared”, “con esto soy intolerante con vos”. No, en el fondo es ir a lo profundo y descubrir que muchas veces, para vivir el camino de Jesús, tengo que hacer opciones fuertes, para dejar cierto pecado atrás, tengo que hacer opciones fuertes en mi vida. 

Podemos poner ejemplos de cosas que nos pueden costar, cuando en algo estoy siendo infiel a otro, la infidelidad es algo grave. Para poder dejar eso atrás, tengo que ser fuerte, tengo que hacer una opción drástica, ¿para qué? Para poder vivir el camino al que Jesús me invita. La corrupción tan extendida de muchas maneras en nuestro país; para eso tengo que empezar yo y ver en qué cosas soy corrupto y cómo lo puedo dejar atrás y cómo tengo que ser drástico en eso, ¿para qué? Para poder vivirlo, para poder poner un ejemplo. Para vivir en comunión como nos invita Jesús, qué cosas no ayudan y qué cosas yo tengo que dejar atrás; en qué cosas no soy paciente, en qué cosas no soy tolerante, a quiénes no amo, a quién crítico, quién me cuesta. Esa es la invitación de Jesús para vivir en comunión, para crecer como iglesia y para poder desde ahí ser luz para los demás. Eso es lo que quiere Jesús de cada uno de nosotros y por eso nos invita a vivir en una Iglesia que es católica, que es universal, que tiene que aprender a ser de muchas formas y maneras siguiendo a Jesús. Él es la verdad, no nosotros y él es el que nos invita a caminar en comunión.

Pidámosle entonces en este día a Jesús que nos enseñe la alegría de poder vivir en comunión. Cuando uno está en comunión con los demás, es feliz; cuando no puedo vivir en comunión con los que tengo cerca, eso es lo que me teje un trago amargo en el corazón. Pidámosle a Jesús, que le mostró el camino a sus discípulos para que puedan crecer en esa comunión de la Iglesia que nos lo enseñe a nosotros y que, viviéndolo como familia, como comunidad también, podamos mostrarle el camino a los demás.

Lecturas:
*Números 11,25-29
*Salmo 18
*Carta de Santiago 5,1-6
*Marcos 9,38-43.45.47-48