miércoles, 23 de diciembre de 2015

Homilía: “Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y descubrir quiénes están a mi lado” – IV domingo de adviento

Hace unos años, un amigo mío se fue a vivir al exterior y la familia se quedó acá. Si bien no habían tantas formas de comunicación como ahora, habían posibilidades de hablar casi todos los días. Entonces iban dialogando y charlando con la mujer pero, como a veces nos pasa a los varones, cuando le preguntaba cómo estaba, él respondía “bien” o, si le preguntaba qué hizo, “lo mismo que ayer”, si tenía alguna novedad “no, ninguna” y cosas así que supongo que algo parecido alguna vez les pasó. Ella le recriminaba un poco que no le contaba nada y entonces él, un día, jorobando, empezó “hoy me levanté a las seis de la mañana, me lavé los dientes, fui a la cocina, me hice tostadas, un café con leche…” y así siguió contando con lujo de detalles todo lo que había hecho. Irónicamente, cuando terminó le preguntó “¿esto es lo que querés?” y ella le contestó “sí”. 

Más allá de mostrar los distintos universos en los que vivimos muchas veces los varones y las mujeres en estas distancias, voy a la búsqueda. ¿Cuál era la búsqueda de ella? El querer sentirse parte de su vida, que, a pesar de la distancia que los separaba, poder compartir y saber lo cotidiano de cada día, lo que vive que es lo que la ayuda a sentirse ahí presente. Es el deseo que todos tenemos, sobre todo con las personas que más queremos, que más amamos, poder compartir tiempo. 

Yo, hoy al mediodía, como hago casi todos los domingos, me fui a comer con mis papas. Estoy un rato, a veces más, a veces menos, depende las actividades que tenga el domingo, y la frase de mamá es “siempre a mil, ¿ya te vas?”. No importa que a veces yo ya ni estoy con ella, ella está haciendo otras cosas pero es ese “quiero que estés acá, cuanto más cerca mejor, y compartir, estar juntos”. Este debería ser el deseo de cada uno de nosotros, el estar y compartir con aquellos que amamos, con aquellos que queremos. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de cómo esto muchas veces se desajusta, que por las exigencias o por lo que fuere, vamos perdiendo los órdenes de prioridades y dejamos de lado aquello que verdaderamente nos da vida, aquello que verdaderamente llena nuestro corazón. 

Si miramos nuestra vida, en general, los momentos más lindos son los que compartimos con los demás, los que tuvimos ese don y esa posibilidad. Aun en los proyectos personales, un examen, una carrera, un ascenso personal o lo que fuera, es lindo cuando lo puedo compartir con otros, cuando el otro se siente parte de eso. A veces nos cuesta ir a la casa de los demás “uh, tengo que ir otra vez allá o lo que fuere”, pero nos encanta, nos gusta, ¿Por qué? Porque lo que cuesta es el primer paso, el primer motor. 

Esto es de lo que hoy nos dan testimonio María e Isabel en el evangelio. María, que tiene que cambiar su vida, para que se den una idea, María tiene doce o trece años en ese entonces. Comparándolo con el hoy, porque no existía la adolescencia, serían unos 19 o 18 más o menos. En medio de un Dios que le cambió, le trastocó la vida, de tener que entender eso, de encontrarse con José, arreglar todo esto, se entera de Isabel y corre hacia allá. Se entera de lo que pasa en la vida de Isabel y, en vez de quedarse con lo que le pasa a ella, dice “no, yo quiero compartir su vida, compartir su alegría, quiero encontrarme con ella” y sale a su encuentro y comparte la vida. 

Isabel, mujer anciana, mayor, que ya no podía tener hijos, que también estaría sorprendida por este regalo y este don de la vida que Dios le había hecho; tampoco se queda ahí adentro con sus cosas como a veces nos pasa. Ella también se da cuenta de lo que pasa en María. Esta con esa panza, con ese niño, ya de varios meses y, sin embargo, dice “feliz de ti por haber creído”, se da cuenta de lo que pasa en María, ¿Por qué? Porque tienen este deseo en el corazón de compartir la vida con los demás y porque saben ir a lo central, a lo esencial. 

Esa es la invitación que en primer lugar hoy nos hace a todos nosotros. Lo que llena nuestra vida y nuestro corazón es encontrarnos con el otro, el otro es el signo de Dios para nosotros y con eso nos invita a valorar esto. A descubrir esto como algo central en nuestra vida y a luchar por esto.

A veces estamos corriendo tanto, tan exigidos, con tantas cosas que lo que tenemos que darnos es tiempo para nosotros. Cuando paramos y nos preguntamos qué es lo central pero, sin embargo, casi que no nos damos cuenta, es como que pasamos de largo y a veces lamentablemente nos damos cuenta cuando pasa algo o cuando quiero volver para atrás y no puedo. Entonces, Dios lo que nos da es esa oportunidad de decir “tengo que frenar un poco para encontrarme con el otro, tengo que bajar un par de cambios para darme cuenta de a quien Dios puso a mi lado y poder encontrarme con él”. Esa es la primera invitación que nos hace. Cuando yo me animo a detener, puedo contemplar la vida y puedo aprender a descubrir quiénes están a mi lado.

Lo segundo es esto que descubre Isabel. Isabel le dice “feliz de ti por haber creído”. Se da cuenta de lo que está pasando en María y se da cuenta que Jesús, Dios, está en medio de ellos. Nosotros también muchas veces tenemos a Dios en medio y nos cuesta darnos cuenta, percibirlo, encontrarlo. Fíjense, esta imagen del evangelio, bellísima, muy linda, si no fuera por Jesús, hubiera pasado desapercibida, no la estaríamos escuchando, pero como Jesús está presente, la imagen cobra otro significado, trasciende los tiempos. Muchas de ustedes han estado embarazadas, han tenido encuentros lindísimos pero no están en ningún libro. Sin embargo, como Jesús está ahí, eso cobra un significado distinto.

En nuestra vida pasa lo mismo cuando nos animamos a poner a Jesús en el medio, nuestra vida cobra una trascendencia y un significado distinto y no es una mirada ingenua o inocente. Nos es que con Jesús no hay problemas o dificultades sino que cobra, toda la vida, las alegrías y las tristezas, los gozos y los dolores, un sentido y una trascendencia diferente.

Dentro de poco vamos a celebrar la noche buena y la navidad, por poner un ejemplo. Seguramente hemos tenido un montón de encuentros familiares a lo largo del año pero en noche buena va a ser un encuentro especial. Ese día, encontrándonos con la familia en Jesús, mas allá de la fe de cada uno de nosotros, es un momento especial, que todos lo queremos vivir diferente, con una alegría diferente, con una predisposición diferente. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace Dios, de lo cotidiano, de lo que parece de todos los días, le da un sentido diferente y me enseña a mí a descubrir lo mismo, ¿Cuándo? Cuando yo lo hago parte de mi vida. Esto es lo tercero. 

La navidad nos muestra un Dios que quiere ser parte de nuestra historia y de nuestra vida. ¿Por qué Dios se hace hombre? Porque quiere estar con nosotros, porque lo que quiere es estar cerca del que ama. Busca trascender todas las barreras para encontrarse con el otro. El amor de Dios hacia nosotros es tan grande que no se banca el estar tan lejos.

En general, en la catequesis, nos han enseñado otra cosa, pero lo que mueve a la historia, a la vida, a nosotros, a Dios, es el amor. Lo que mueve a Dios, a Jesús, a venir a nosotros, es cuánto nos quiere y, por amor, quiere estar con nosotros, quiere ser familia. Lo que busca, no solo con María, con José y con su pueblo día a día y con cada familia, es estar. Va buscando los caminos, los recovecos como hicieron María y José caminando a Belén para que le demos un lugar y eso es lo que quiere y eso es lo que busca. Esa es la invitación especial en esta navidad que nos hace: “yo quiero ser parte de ustedes y de toda la vida”.

Seguramente, si yo les preguntase ahora a ustedes cómo están con Dios, cómo es su relación con Dios, empezarían a pensar cómo están en la oración, si están rezando o no, si están yendo a misa o no, empezaríamos por ahí. Pero Dios va mucha más allá de eso, no es eso solamente lo que le importa, él quiere ser parte de toda nuestra vida. “Quiero estar a su lado en las alegrías, acompañarte, darte una mano en tus problemas, consolarte en tus tristeza, déjame ser parte”. ¿Necesito momentos de intimidad con los demás y con Dios? Sí, y eso es la oración, eso es la misa. Dios dice “yo no me quedo en eso, yo quiero trascender eso y que me descubras presente en tu vida, en lo cotidiano y que descubras como conmigo tu vida cobra una dimensión diferente”. Este es el deseo que tiene para cada uno de nosotros y esta es la invitación.

Hoy podemos pedirles a María y a Isabel que nos ayuden a descubrir esto, la gracia y el don de apostar por la vida. Apostar por la vida es apostar por los que están a nuestro lado, el otro es el que me salva, el que Dios pone a mi costado, ¿Por qué? Porque es el que hace de mi vida una vida diferente y me invita a descubrir todo lo bueno que hay en el otro. Esto es lo que hizo Isabel, Isabel descubre que Jesús esta en el vientre de María. 

En general, en este tiempo que vivimos nosotros tan así, apurados, corriendo, lo que discutimos con el otro es lo que no hace, lo que hace mal, lo que tenemos para quejarnos, lo que nos molesta. Jesús nos dice “trasciendan eso en la vida, encuentren lo bueno que hay en el otro”, porque eso es lo que hizo Jesús. ¿Por qué Jesús quiere salvar a todos? Porque trasciende eso que nosotros primero miramos, va al corazón, y cuando va al corazón ve los dones y lo bueno que cada uno tiene, eso es lo que nos invita a mirar, eso es lo que nos invita a valorar, a querer y a compartir. Pidámosle entonces también esto a Jesús, el poder descubrir todo lo bueno que hay en el otro y que en esta navidad pueda nacer.

Lecturas:
*Miqueas 5,1-4
*Salmo 79
*Hebreos 10,5-10
*Lucas 1,39-45

martes, 22 de diciembre de 2015

Homilía: “Jesús nos invita a dar un paso más, empezando por este sentimiento de alegría que contagia a los demás” – III domingo de adviento

En la película para chicos y no tan chicos Intensamente, Riley es una chica que siente, podríamos decir, muy a flor de piel las emociones que van naciendo en su cerebro, en su conciencia y que van luchando y peleando y trabajando en ella. Estas están representadas por personajes y son Alegría, Tristeza, Miedo, Ira y Desagrado, quienes buscan guiarla en su día a día. A medida que Riley va creciendo, Alegría es la que va guiando al resto de sus emociones, lo que va sintiendo. Ella va creciendo y, como saben, cuando uno crece las cosas se complejizan y no son tan fáciles. Además, se da la situación de que su papa consigue un nuevo trabajo y se tienen que mudar de Minnesota a San Francisco y eso remueve los sentimientos en su interior. 

Cuando empieza a recordar cosas de su antigua vida, estas van de cambiando de color a un azul porque le da tristeza el recordar ciertas cosas. La alegría se empieza a sentir desubicada, ¿Por qué pasa esto? No quiere que pase, quiere seguir siendo la que predomina. Riley en un momento va a la escuela, se larga a llorar en ella, se le arma un poco de lio en la cabeza. Tristeza y Alegría son expulsadas de ahí, de lo que sería la base central donde está la consola de control, y van a tener que comenzar un camino de vuelta.

Esta imagen me venía mucho a la cabeza especialmente este fin de semana donde las lecturas invitan a la alegría. Isaías le grita al pueblo que se alegre, le vuelve a repetir varias veces “está sucediendo algo distinto, vivan esa alegría, compártanla, contágienla”. Pablo dice lo mismo a los cristianos de Roma, “Alégrense, vuelvo a insistir, alégrense, que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres”. Todos, a sus comunidades, les van pidiendo que vivan esta alegría que brota de Jesús, que vivan esta alegría que es signo de poder celebrar la vida y celebrar la fe. 

Sin embargo, todos, desde los más chicos hasta los más grandes, tenemos la experiencia de que vamos perdiendo la fe. No sabemos por qué, casi que la tenemos que buscar al cajón de los recuerdos o nos cuesta vivir y mantener esa alegría. No hablo de reirnos un poquito o que nos saquen una sonrisa que puede ser muy bueno, sino de ese estado en el que estamos felices, en el que estamos alegres por aquello que estamos viviendo.

Alguna vez les conté que, una vez, después de que yo me ordene en el 2003 de diacono, hacía muchas cosas, estaba trabajando. Al poco tiempo de ser sacerdote, una amiga me agarró y me dijo que yo era mejor antes. Cuando le pregunte por qué me dijo “porque antes estabas más alegre”. Obviamente que al principio mucho no me gustó, pero después me sirvió para hacer un camino de conversión en el corazón e intentar mirar qué era lo que me estaba pasando. Lo que me estaba pasando era que quería abarcar muchas cosas, me habían soltado las riendas de cura y yo tenía ganas de hacer todo. Pero por sentirme tan exigido con tantas cosas que a todo tenía que responder, cada demanda, iba perdiendo la alegría. Siempre sentía la presión, siempre algo más, nunca a nada llegaba bien. Iba perdiendo la alegría que creo que era uno de mis dones o mis características, o por lo menos uno de los que siempre más me han marcado. Mi pregunta fue, ¿vale la pena esto? ¿Está bien hacer más pero perder aquello que es contagioso también para los demás? 

Muchas veces, por no decir casi siempre, el cómo tiene que ver con el fin. No es solo el hacer las cosas sino también el cómo las vivo y cómo las hago, porque eso es lo que se transmite a los demás. A veces tendremos que aprender que rendiremos menos, que no haremos tantas cosas, que nos exigiremos menos, que no todo se podrá hacer. Sí intento poder vivir esa alegría que brota del corazón e intento siempre recordar esto, ¿Por qué? Porque, en general, cuando uno es alegre, cuando uno ve la alegría del otro, casi que quiere con celos robársela, quiere arrebatársela. Uno quiere vivirla, quiere contagiarse de eso, creo que a ninguno de nosotros nos gusta, y a veces hasta con muchos justificativos, estar tristes o estar de mal humor, o no poder vivir aquella alegría que brota del corazón.

Creo que eso es lo primero que deberíamos aprender cuando queremos transmitir algo. En muchas circunstancias de la vida y de la fe, lo que le llega más a la gente no es lo que se dice sino el cómo. Por poner algunos ejemplos, cuando uno va a misionar o cuando uno va a un retiro, que se tomó un tiempo y estuvo más tranquilo, o la gente que va a dar una mano a Pascua Joven, lo que más resaltan es la alegría, cómo lo viven. Se acuerdan las primeras comunidades, cómo compartían y cómo vivían. Tal vez eso es lo primero que tenemos que replantearnos en el corazón cuando queremos vivir y transmitirá antes.

Hoy, descubrimos que hay muchas cosas, instituciones y demás que están en crisis y lo primero que tendríamos que mirar es cómo lo estamos viviendo y cómo lo estamos transmitiendo. Pongamos como ejemplo la fe, nuestras comunidades, nuestros grupos, ¿son grupos alegres?

Yo me acuerdo, una vez, una teóloga que decía que a veces cuando salía de misa parecía que en vez de a una fiesta habían ido a un velorio más o menos por cómo la gente salía seria, enojada. A mí me han retado un par de veces por reírme un poco en misa pero, ¿somos alegres? ¿Nos alegra el poder vivir la experiencia de Jesús? ¿El poder compartir la fe? ¿Aquel que viene a nuestros grupos puede descubrir eso? O en lo que queremos transmitir, el sacerdocio, por poner el ejemplo mío, también es una institución que está en crisis y lo primero que tenemos que replantearnos es si lo vivimos con alegría. Porque si yo descubro mi vocación, una de las cosas por las que me quise hacer cura es porque me hacía feliz lo que hacía: iba a misionar y me hacía feliz, iba a confirmación y me hacía feliz y digo “yo eso quiero vivirlo toda la vida”. 

Yendo a lo que hacen la mayoría de ustedes, los matrimonios: vemos que también está en crisis la institución matrimonial, ¿le transmito a mis hijos, a los que me rodean, la alegría mía del matrimonio, de vivir en familia? ¿O solo son quejas, siempre estoy de mal humor, estoy discutiendo con el otro? Creo que el mensaje de Jesús, el mensaje de las lecturas de hoy va justamente a eso, el poder vivir esa alegría del corazón que atrae a los demás, que llama a los demás. Todos tenemos experiencia de esto, de ser causa de alegría muchas veces para los demás y también podríamos pensar qué personas a nosotros nos cambian el humor. Hay personas, hay lugares, a veces hay personas que están de mal humor en la casa, en el colegio en la facultad en algún lugar y cuando va a otro le cambia la cara, está de buen humor con los amigos, con su mujer, con los hijos. Hay personas que tienen esa capacidad y nosotros tendríamos que a veces volver a eso para descubrir esa alegría que brota del corazón.

Los mismo con Jesús, ¿Cuáles son esos espacios que alegraron mi corazón? Hoy tal vez me está costando rezar, vivir mi fe, compartirla. No hay que quedarse con la nostalgia de lo que viví antes, sino, mirando hacia el futuro, cómo puedo volver a encontrarme con Jesús en esos espacios. Cómo volver a ir a aquello que me alegra, aquello que cambia mi corazón. Porque son esos espacios y esas personas los que sacan lo mejor de nosotros.

Fíjense lo que le pasa a Juan el Bautista: Juan está predicando, hace tiempo que el pueblo estaba esperando una voz de parte de Dios y, como profeta, la gente se acerca a preguntarle qué es lo que tienen que hacer. La presencia de Juan que llama a preparar el corazón, a convertirse, saca lo mejor de los demás y van y le dicen “¿qué tengo que hacer para prepararme?”. Tienen ganas, los ha motivado Juan. Me reía cuando escuchaba el evangelio porque hay cosas que no cambian nunca, “conténtense con su sueldo”, creo que lo podríamos repetir hoy. Le preguntaba a cada uno “¿Qué es lo que yo tengo que hacer?”. Podríamos intentar volver a ese sitio, a ese lugar, a ese espacio de nuestra vida y nuestro corazón donde Jesús saca lo mejor de nosotros, donde Jesús nos invita a dar un paso más, pero empezando por este sentimiento de alegría que, como ya les he dicho varias veces, contagia a los demás. 

Esa es la experiencia de María, esa es la experiencia de Jesús, esa es la experiencia de los primeros cristianos que se nos invita hoy también a nosotros a tener y a transmitir. Hoy como comunidad queremos hacer experiencia de esa alegría, queremos poder vivirla y compartirla y queremos que esa alegría contagie a los demás. Podríamos decir que la alegría es lo que trae esperanza aun cuando las cosas no me cierran, están duras, están difíciles, son injustas. Cuando puedo vivirlas con alegría, cuando alguien me trae esa alegría, eso transforma, eso cambia. 

Como gesto, en la misa se repartieron unas estrellitas a todos. Se los invitó a que escriban en estas estrellas quiénes los alegran, quiénes alegran hoy sus vidas, intentando volver a ellos. Después, a proponerse alguna persona a la que la tengan que ayudar en este adviento, alguna persona a la que le tengan que devolver la esperanza, alguna persona a la que le tengan que devolver la alegría, que puedan ser ese testimonio. Anotar esas personas que los ayudan y aquella para las que quieran ser un signo. Estas estrellas después se van a poner junto al pesebre, este deseo de que esto también nazca en nuestro corazón.

Lecturas: 
*Sofonías 3,14-18ª
*Is 12,2-3.4bed.5-6
*Filipenses 4,4-7
*Lucas 3,10-18



lunes, 14 de diciembre de 2015

Homilía: “El fruto es directamente proporcional al tiempo y al proceso que se le da a las cosas” – II domingo de adviento

En el 2007 se retiró Joshua Bell, uno de los violinistas más importantes del mundo, quien se prestó a una prueba social, un experimento social. Agarró su violín, se fue al subte en Washington en hora pico, a las 19hs, y se puso a tocar, él que tocaba en los lugares más importantes del mundo. La gente fue pasando, como pasamos nosotros más o menos cuando andamos en subte, sin prestarle prácticamente atención. Se muestra que solo 6 personas en esos 45 minutos que estuvo se detuvieron a escucharlo, uno de los que estuvo fue un chiquito que la mamá lo sacó rápido. Solo una mujer se dio cuenta de quién era y se quedó ahí. En esos 45 minutos que estuvo juntó, por la gente que le tiraba unas monedas, 32 dólares. 

De esta forma mostraban que lo que uno hace, en este caso una persona con un talento increíble, tiene que ver muchas veces con el contexto, el lugar, del tiempo que nos tomamos, de la atención que uno pone. Creo que todos hemos tenido la experiencia en un momento de decir “la verdad es que no vale la pena esto, hacer esto, decir esto”. O que uno está luchando por un montón de cosas importantes y siente que cae como en un saco vacio o que es muy poco a veces lo que se logra con mucho esfuerzo y poniendo un montón de energía. 

Pensaba en cuando yo estaba en el seminario y una de las materias que tuve fue Orígenes Cristianos que trata de que Jesús resucitó y la historia de la Iglesia. Cuando uno escuchaba y leía como fue creciendo la Iglesia, en ese crecimiento, depende de dónde se lo mire, puede decirse que fue lento en las primeras comunidades cristianas. ¿Por qué subrayo esta palabra “lento”? Porque, en general, uno, por el entusiasmo, por el fervor que los primeros cristianos ponían, piensa en grandes comunidades.

Por ejemplo, en la comunidad de Corintios vivían 250 mil personas, de las cuales 400 eran cristianos, para que se den una idea. Se perdían los cristianos en esa gran metrópolis y así podríamos ir con cada una de las ciudades. Lo que pasa es que ellos estaban tan contentos del camino, de lo que el evangelio les iba abriendo, como semilla en cada una de esas ciudades o comunidades que nos lo transmiten como un fervor. No dicen “uy que garrón, se convirtieron 400 nada más” o “que poquito, mira todo lo que tuve que hacer, me flagelaron, me golpearon”, no. Pablo está feliz y alegre, y así empieza esta segunda lectura, “doy gracias a Dios”, ¿Por qué? “Por la obra que hace en ustedes, porque se mantuvieron en lo que han aprendido, porque con sus parrabas y con sus gestos, quieren dar testimonio de Dios”. Como sabe que eso no es fácil y que mantener la fe muchas veces nos cuesta, dice “rezo por ustedes para que se mantengan firmes en aquello que han aprendido”. Nos deja como enseñanza este descubrir lo valioso de lo cotidiano y lo sencillo de cada día, eso que muchas veces nos cuesta ver.

Creo que esto es así por dos razones, sobre todo en la fe. La primera es porque el punto de partida ya es diferente, nosotros venimos de varios siglos de cristiandad y a veces sentimos que la cosa disminuye más que crecer como era en la época de Pablo. Pero, más allá de esa razón, también porque nosotros vivimos en una época donde tenemos las cosas rápidas, queremos las cosas ya, no solo cuando vamos a McDonald’s o cuando nos toca hacer una fila en un banco o lo que fuere. Cuando tenemos que esperar mucho a veces nos enojamos y nos ponemos mal y nos violentamos pero también hay cosas más importantes. Quisiéramos que los deseos, las ganas que le ponemos y tenemos en ciertas cosas sean más rápido, que los chicos crezcan más rápido, un montón de cosas que quisiéramos que no duren el tiempo que llevan. Sin embargo, el fruto casi que es directamente proporcional con el tiempo y el proceso que se le da a las cosas y todo empieza cuando uno se anima a gestarlo, a hacer germinar. 

Que Jesús se haga presente, no solo lleva los nueve meses del embarazo de María sino también, los treinta años que Jesús va a tardar en salir a predicar. Y uno no dice “uh, todo ese tiempo”, uno sabe que Jesús tuvo que madurar como persona aquel mensaje que tenía que dar. Sin embargo, cada momento y cada paso es importante y desde lo sencillo.

Este evangelio comienza contando un poco el contexto, “en la época del emperador…, siendo tetrarca…” y así todos los cargos importantes y de repente dice “en el desierto, se apareció Dios”. Mientras uno muchas veces espera que Dios se haga presente en lo importante, en lo grande o venga una persona que cambie nuestro ser cristiano y Dios dice que ahí, en los lugares de poder, en los lugares donde están todas las personas importantes no está él presente. Que Dios fue y buscó un hombre en el desierto y que le pidió a ese hombre que vaya y anuncie, que vaya y prepare el camino del señor. Tuvo que empezar desde lo sencillo, desde lo cotidiano, Juan se tuvo que hacer un nombre, tuvo que, de a poquito, ir anunciando. Lo mismo Pablo, y así, le costó muchas veces y lo mismo cada uno de los cristianos. 

Es por eso que en este adviento, la primera invitación para nosotros es aprender a cambiar la mirada, aprender a valorar cada gesto, cada palabra que brota de Dios en mi vida y en mi corazón. Creo que lo primero que podríamos hacer nosotros es descubrir qué dones tenemos que Dios nos dio, qué cosas tengo en mi corazón que son signo de Dios, que pueden dar testimonio a los demás, qué palabras, qué conversaciones. De qué manera yo puedo llevarlo y transmitirlo a los demás y aprender a valorarlo desde lo pequeño y desde lo chico, desde lo que a veces parece que no tiene peso pero así se construye el reino. Para muchas personas, esa palabra y ese gesto van a ser una de las pocas palabras y gestos de parte de Dios que tengan en su vida. Casi que podríamos decir que nuestra vida va a ser el evangelio abierto que el otro va a poder leer. Si nos animamos los cristianos a llevarlo, a transmitirlo, a descubrir que así se va formando el reino y desde ahí nace y este es el ejemplo de Jesús. 

Jesús nace en un establo, en medio de los animales, vive en un pueblito con 250 habitantes como era Nazaret. Desde las pequeñas cosas, se va gestando y por eso nos invita a valorar aquello que desde nuestra humilde vida nosotros podemos dar. Desde el pesebre de nuestro corazón, nosotros podemos llegar a los demás. Si bien el otro es el que va a tener que ir recorriendo el camino, yo lo que puedo hacer es dar testimonio, puedo ayudar.

Tanto en la primera lectura como en el final del evangelio dicen lo mismo “preparen el camino- como si fuera fácil- bajen las montañas, rellenen los valles, arreglen los caminos sinuosos”. Eso lleva trabajo y lleva tiempo pero podemos hacer que en nuestra vida lo logre. Yo a veces cuando pienso en mi persona pienso en cuando vamos por la calle y aparecen los carteles que dicen “disculpen las molestias, estamos trabajando para usted”, pienso que Dios pone lo mismo en mi. Cuando la gente viene y yo hago lo que puedo, dice lo mismo, “estoy intentando que sus gestos, sus palabras, su vida sea un signo para los demás”. Dios hace lo mismo con nosotros si nos disponemos a eso. De esa manera va logrando que el evangelio llegue a los demás, que el evangelio se haga carne en el otro. Esa es la esperanza que brota en el adviento. 

Si me quiero quedar esperando como todos esos primeros nombres que nombra al principio del evangelio, sigan esperando. Si me animo a mirar y descubrir que desde lo pequeño se va gestando y a ser yo parte de eso, ahí el reino se va haciendo presente.

Esa es la experiencia que tuvo María y ese es el ejemplo que nos da a todos nosotros, “¿Quién soy yo?”, le dice María al ángel. Quédate tranquila que vos SOS alguien, ¿Por qué? Porque como dice Pablo a su comunidad, “los llevo a todos tiernamente en el corazón de Cristo Jesús”. Lo mismo nos diría a nosotros, cada vez que ustedes lo intentan, ponen un gesto, uno no devuelve, se calla la boca, pone una sonrisa, ayuda a alguien, vuelve a decir lo mismo, los llevo a todos tiernamente, por eso que buscan, por eso que intentan, por ese ser ese signo de Dios.

Pidámosle entonces a María, a ella que con mucha paciencia fue gestando a ese Dios en medio nuestro, que nos ayude a nosotros a gestarlo en nuestro corazón y a llevarlo a los demás. 


Lecturas:
*Baruc 5,1-9
*Salmo 125
*Filipenses 1,4-6.8-11
*Lucas 3,1-6

viernes, 4 de diciembre de 2015

Homilía: “El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino” – I domingo de Adviento

Hay una película que salió hace unos años que se llama Niños del Hombre o Hijos del Hombre (Children of Men) que muestra un mundo donde no hay más nacimientos. La película empieza cuando el último hombre que había nacido, justamente en Buenos Aires, muere con 18 años de edad. En un momento, hay una persona activa a quien se lo llama y se le encomienda una misión especial porque, milagrosamente, acaban de encontrar una mujer que quedó embarazada y se logró que vuelva a haber vida después de 18 años. Por todas las controversias que hay, le dicen que se tiene que llevar a esa mujer, que tiene que pasar todas las barreras que hay y lograr llegar hasta un sitio donde están llevando a esta gente. 

Hay una imagen en la que me quiero detener que es muy significativa: En un momento, él queda en medio de una guerra de guerrillas donde están el ejército nacional y la subversión, metido en medio de las bombas, las balas y quedan rodeados. Ya no pudiendo saber qué hacer, se van juntos, este hombre con la mujer y su bebe que ya había nacido. Él bebe empieza a llorar frente al ruido y en la película se hace un silencio muy muy grande. Todo se acaba, todo el ruido, toda la gente frena, la guerra, la violencia, para mirar esa vida que en medio de la violencia, de la dificultad, se empieza a abrir camino.

Yo pensaba este tiempo de adviento de la misma manera. El adviento es el que nos invita a volver a poner la mirada en una vida que se abre camino. En una vida que, en medio de las dificultades, de las controversias, de la violencia que sentimos, empieza a cambiar las cosas. Esto es lo que escuchamos en el evangelio. Jesús, hablando de su segunda venida, cuenta todas estas catástrofes, todos estos signos impresionantes y dice “levanten la cabeza y miren, tengan ánimo, hay algo que va a pasar, hay alguien que vuelve a nosotros, hay una vida que se va abriendo camino”.

Vieron que cuando las cosas no salen como queremos o esperamos, perdemos el ánimo, empezamos a bajonearnos. Porque a veces no logramos los deseos, los objetivos que vamos queriendo cumplir y sentimos que fracasamos, nos frustramos y nos vamos poniendo de mal humor, no le encontramos sentido a las cosas. Hasta la propia imagen, nos vamos como encerrando. Cuando uno pierde el ánimo, recién se da cuenta cuando ve al otro, cuando lo miran a los ojos y le dicen “¿Qué te pasa?”, alguien que te conoce bien. O la persona está toda encorvada, mirando para adentro. Entonces, la invitación es a descubrir lo que tenés y animarte a levantarte, eso es lo primero, erguite y volvé a recobrar ese ánimo del corazón, ese ánimo que trae cuando uno se anima a descubrir y a apostar por aquello que nos da vida a todos. 

A veces uno escucha “¿para qué voy a prender la televisión o la radio? Son todas cosas negativas, todas cosas malas, no tiene mucho sentido”, en las reuniones que uno tiene también, “no, nada puede cambiar, nada puede ser diferente, nada puede ser distinto”. Casi como que no vale la pena, muchas veces la pregunta es qué es lo que da sentido y por qué luchar. Pero eso nos pasa también a nosotros, no solamente lo que pasa afuera. Podríamos pensar un poquito, cuando charlamos con los demás, en casa, con un amigo, ¿Qué compartimos? ¿Compartimos las cosas buenas que nos pasan? ¿Les preguntamos qué buenas noticias tuvieron, qué alegría, qué les pasó de bueno? ¿O compartimos todas pálidas, los problemas, las dificultades que tenemos?

Cuando uno se va a dormir, muchas veces nos quedamos pensando todo lo que no hicimos en el día, todo lo que no llegamos a hacer, todo lo que no hicieron por lo que uno quería que hicieran, en vez de mirar y agradecer por las cosas que pudimos hacer. En el mundo en que vivimos hoy, aunque tuviéramos cincuenta horas, no llegamos ni por casualidad a hacer todo lo que creemos que tenemos que hacer. Entonces, si miramos, muchas veces tenemos una carga negativa de ir hacia lo que falta, de ir hacia lo que no tenemos, de ir hacia lo que no se concretó y, por mirar eso, vamos perdiendo nuestra capacidad a veces de luchar y, más profundo, muchas veces de desear, ¿Qué es lo que quiere?

La invitación de Jesús es esa, a descubrir que en medio de las contrariedades de la vida, de las dificultades, de las injusticias, también hay un montón de signos de vida. También hay un montón de cosas que pasan a nuestro alrededor por las que yo puedo dar gracias, en las que yo me puedo sostener, en lo que veo que en la vida se abre camino y continúa. Porque en el fondo es qué voy eligiendo. Podríamos decir que hay una elección que yo tengo que hacer.

¿En la vida suceden cosas injustas? Si, ¿en la vida suceden cosas malas? Si, ¿en la vida suceden cosas que no queremos? Si, ¿no logramos cosas que buscamos, que deseamos? También. Es más, si buscáramos el libro de quejas, hay varios tomos en el cielo de todas esas cosas que nos quejamos. Pero también suceden un montón de cosas lindas, también pasan alrededor nuestro un montón de signos de vida cotidianos de personas que están a nuestro alrededor, que nos acompañan, que luchan, que pelean, que nos sacan una sonrisa, que nos hacen levantar la cabeza, que nos cambian el ánimo. En el fondo, ¿qué es lo que define? Dónde yo pongo el corazón. Algunos momentos serán un poco más duros, con más signos de muerte, algunos serán mucho más lindos, con más signos de vida. La diferencia es por dónde yo dejo y elijo que mi corazón vaya y hacia dónde me animo a ir. 

La invitación del adviento es a, justamente, elegir aquello que me da vida, aquello que trae algo nuevo y este es el camino de la navidad. La navidad tiene una certeza para todos nosotros que es que algo va a pasar y que no depende de nosotros. En general, nosotros tendemos a bajar la cabeza, a perder el ánimo, ¿Por qué? Porque no sabemos cómo vamos a salir de esto, no siento que yo pueda cambiar las cosas, no encuentro los caminos. ¿Qué es lo que yo puedo hacer? La navidad me dice “mirá, vos no tenes que hacer nada, lo hago yo”, dice Dios, “yo me ocupo de esto, yo me hago presente, yo soy el que trae una vida nueva que abre caminos”. Hace dos mil años aproximadamente, en medio de las dificultades, de lo duro que era el camino. En medio de un montón de gente que no lo quería recibir y que le costó encontrar un lugar hasta que encontró uno en un establo. 

Dice "la vida se abre camino, Dios abre camino”, y a lo que nos invita es a apostar por eso, a descubrir ese camino que Dios abre por nosotros y, cuando no tengo respuestas, animarme a dar ese salto con esa esperanza verdadera puesta en Dios. Eso sí es una elección nuestra. Cuando nosotros sentimos que las cosas se van de nuestras manos, a lo que se nos invita es a confiar o, de una manera nueva, a creer. ¿Quién podría creer que un niñito, un bebe nacido en un establo podía cambiar las cosas? Solo María y José, ahí pegando en el palo a último momento, no muchos más. Unos pastores, unos magos se acercaron, eran muy poquitos pero creyeron y confiaron. Con esto pequeño, se pueden cambiar las cosas, y esa es la invitación para nosotros. En este tiempo de adviento, animarnos a apostar por la vida y por aquello que da vida.

A veces, para intentar esquivar esta lucha interior, no vamos por la tangente, empecemos a tapar. La navidad, en vez de ser una vida que se abre, es un regalo, a veces montañas de regalos que tenemos en las casas, que hacemos, ¿tiene algo malo? No me refiero a que es algo malo o bueno, lo central es, ¿me animo a descubrir que viene Jesús? Más allá de eso que a veces es parte de nuestra cultura y difícil de sacarlo de encima, lo central es, ¿eso es lo esencial? ¿En eso se me va a ir el adviento? En mirar que tengo que comprar, que tengo que hacer, cuál es mi amigo invisible, ¿o me animo de nuevo a poner el corazón en Jesús? ¿Me animo de nuevo a descubrir que hay alguien que viene? Porque sin él no hay navidad y puede pasar en nuestra vida como pasó en Belén, desapercibido. 

Jesús está ahí, pasa y, gracias a Dios, se hace presente y va a buscar caminos para llegar a nuestro corazón pero nos da una oportunidad de abrirle el corazón antes, de descubrir que viene a nosotros antes. Esa es una elección para cada uno de nosotros, ¿Cómo? Con cosas pequeñas. En el evangelio dice “recurran a la oración”, podemos rezar un poquito más, demos un paso en este adviento, “hay mil cosas a fin de año”, pero tomémonos un ratito para estar con Jesús. O un gesto, un signo, qué podemos hacer con nuestra familia, con alguien que lo necesita. Abramos el corazón a aquello que verdaderamente da vida y con cosas pequeñas, como un niño, sepamos que la vida va cambiando, que la vida se va haciendo camino.

Esto es lo que hizo María. María se animó a esperar y a confiar en aquello que iba cultivando en su corazón. A veces nos pasa desapercibido pero si hubo alguien que tuvo que cambiar todo lo que pensaba era ella y lo pudo hacer porque seguramente iba esperando en Dios. Cuando se le vino como un tsunami encima de cosas dijo “quiero seguir apostando por aquello que da vida”. Tal vez en un nacimiento no es tan claro para las que son mamás, cuando Jesús muere en la cruz tiene que hacer lo mismo, volver a confiar en Dios. Cuando parece que la vida se cierra, volver a esperar a ese Dios que actué, a ese Dios que, resucitando a su hijo, nos vuelve a traer vida y vuelve a abrir el camino. Esa es la esperanza que tiene María, la confianza puesta en Dios, eso es a lo que nos invita a nosotros.

Pidámosle a María que en este tiempo, en estas semanas previas a la navidad, nos renueve en la esperanza, que nos ayude también a ser signos con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras acciones de nuestra fe, de esa esperanza puesta en Jesús en medio de nuestros hermanos. 


Lecturas:
*Jeremías 33,14-16
*Salmo 24
*Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3,12–4,2
*Lucas 21,25-28.34-36