En la película “El Hijo de la Novia”, Rafa es un hijo que tiene medio olvidada a
su familia, en especial a su madre que está en un geriátrico. Su padre, Nino,
le pide por favor que vaya a visitarla, y él termina yendo, pero esto le cuesta
mucho, ya que ella ha perdido la memoria, tiene Alzheimer; a él le cuesta verla
en esta situación. En ese momento es que su padre, Nino, le revela que quiere
casarse por Iglesia con su madre. El hijo no entiende nada, le dice, “¿Dónde
están tus convicciones? Vos nunca fuiste un creyente, ni nada.” Y él le
contesta: “Mirá, estamos al final de nuestras vidas, y quiero hacerle este
regalo a tu madre.” El hijo se sigue quejando, hasta que su padre le dice, “¿Me
vas a ayudar en esto o no?”. Así es que termina accediendo, y va a averiguar a
la Iglesia para ver cómo pueden hacer el casamiento. Entonces lo recibe un
sacerdote, y él le dice: “Bueno, vengo a hacer un casamiento…”. “Sí, sí, ¿con
misa?” “No, sencillo, sin misa.” “Bueno, son $500.” “Y ¿querés que haya
flores?” “Bueno, entonces son $700. ¿Con música?”. Y bueno, así empieza a
sumar; $900, $1000… Uno, sobre todo si es un poco eclesial, se empieza a poner
tenso. Al final entonces, le dice: “Hay algo que tenemos que ver porque mi
madre está muy enferma y no tiene conocimiento…” “Ah, entonces si no tiene
conocimiento, si no sabe lo que hace, no la puedo casar.” Y ahí surge toda una
discusión.
Más allá de
esto último, me quiero detener un poco en ese diálogo medio ironizado (a veces
no, lamentablemente), en el que el lugar donde uno espera algo más gratuito, un
lugar donde lo reciban, lo acojan, le den un lugar, y uno pueda entrar así
libremente, uno se encuentra casi con una pared. Entonces cuesta, uno se
pregunta ¿cómo puede ser esto?, ¿cómo puede ser que un sacramento se cobre? Como
digo, lamentablemente, no alejado de prácticas nuestras, o iglesias donde a
veces para entrar te cobran, o lo que fuera… pero no quiero entrar en esa
discusión. Sino en que, aún ahí donde uno esperaría algo mucho más gratuito,
porque como sabemos, el amor de Dios es gratuito, uno no lo encuentra.
Pareciera que estamos en un mundo donde todo termina siendo como una
transacción. ¿Qué tengo que pagar? ¿Qué tengo que comprar? ¿Qué tengo que
hacer? Y esto no solamente en lo institucional de los distintos lugares donde
antes era todo mucho más gratuito, sino a veces en los vínculos también. “Yo
voy a hacer esto, para que el otro haga lo otro…” Y estamos atentos a ver si el
otro responde, y nos vamos olvidando en la vida, de lo que es totalmente
gratuito.
Tal vez, para
darnos cuenta de esto podríamos pensar, ¿cuántas veces decimos “gracias”, en el
día? Algunos lo harán más, a otros nos cuesta un poco más. O sino a quienes. ¿A
quiénes les decimos gracias? Por ejemplo, en casa, ¿somos de agradecer? Con
todas las cosas que para nosotros son como un derecho adquirido. ¿Somos de
agradecerle al otro por lo que día a día nos da? ¿Nos damos cuenta de eso? A
veces nos damos cuenta cuando no estamos más en casa. También los más grandes,
¿nos damos cuenta de lo que los hijos hacen y dan? Podríamos pensar en ejemplos
concretos, porque siempre pensamos que tenemos derecho a más porque pagamos o
porque hacemos tal cosa. No sé, ¿alguien dice “gracias” cuando se sube al
colectivo? O en la facultad, o en el colegio con el profesor que nos da la
clase. ¿Somos capaces de ser agradecidos en el corazón por lo que el otro hace
por nosotros? Porque si no todo se va convirtiendo en un “tengo”, y “el otro
tiene que” hacer. Vamos perdiendo esa gratuidad, más allá de que a veces haya
que desenvolver algún dinero por eso, de aquello que se vive, de aquello que
día a día va pasando. Otro ejercicio que
podemos hacer es ¿Cuánto decimos “por favor”? A mí todavía alguno de los chicos
en la misión me carga, “¡Decí por favor!” A veces también uno siente que es
como un derecho adquirido. No digo por favor porque el otro tiene que hacerlo.
Uno puede decir, “bueno, es una cuestión nominal”, pero también el cómo nos
expresamos implica mucho lo que vivimos en el corazón. Y no sólo nos pasa a
veces al decirlo, sino también al vivirlo. Por eso también a veces nos cuesta
que nos agradezcan, “no, no tenés que decir nada”. Obviamente no tienen que decir nada, porque dicen
“gracias”, el otro lo hace gratuitamente. Y nos cuesta vivir en el día a día
esta gratuidad de lo que pasa, de los vínculos, de las cosas, de todo lo que
sucede. Y esto es lo que quiere dejar totalmente reflejado Jesús en estas tres
parábolas que hoy nos narra.
En la
primera, tan conocida, donde esta oveja se pierde, y el pastor deja las noventa
y nueve ovejas para ir a buscar a esta. Y Jesús incluso pregunta, ¿acaso no
deja un pastor las noventa y nueve para buscar una? Y todos responderían: no.
Ningún pastor va a ser tan loco de perder noventa y nueve para buscar una, mala
suerte. Pero este pastor va, la busca, la encuentra, y no sólo hace eso sino
que cuando vuelve empieza a agradecer. “Alégrense todos conmigo.” Y ellos
dirían, ¿qué le pasa a este pibe que está así?
En el segundo
paso habla de una mujer, un ama de casa, que pierde una dracma. La dracma es
una moneda totalmente insignificante, no valía nada. Sin embargo, la parábola
dice que esta mujer prende la lámpara, busca hasta encontrarla, y no sólo se
alegra sino que va a decirles a todas las vecinas que se alegren con ella. Y
las vecinas pensarían: ésta está medio loca, no es para tanto.
Por último, cuando
este hijo se va de esa casa, le pide la herencia. Explico esto: el hijo menor
no tenía derecho a herencia. Porque como la idea era que la riqueza no se separe
en esa época, porque si no se perdía poder, la herencia era siempre para el
hijo mayor. Por eso después le dice a
este hijo: “si todo lo mío es tuyo”. Todo era para el hijo mayor. Pero a veces,
algunos padres le daban un poco para su vida al hijo menor. Ahora, esto es lo
que se ve que este padre generoso, gratuitamente, porque no tenía por qué
dárselo, le da a este hijo, quién renuncia a vivir en esa casa y se va. Como
sabemos, vuelve cuando tiene hambre, y no sólo renunció a ese ser hijo, sino
que le pide al padre que renuncie a ser padre porque dice que cuando vuelva le
va a decir a su padre: “trátame como a uno de tus jornaleros”. El hijo es el
que vive en la casa, aquél que vive gratis, en la gratuidad del padre. El
jornalero es aquél que trabaja y se le paga por lo que hace. Es totalmente
diferente. Y este hijo le está pidiendo a ese padre que no está dispuesto a
hacerlo. Tu lugar no es afuera de la casa, le dice el padre, tu lugar es
adentro. Y lo deja totalmente claro, cuando el hijo empieza a decir esta frase,
no lo deja seguir. Lo abraza, lo besa, lo viste. Y para que quede claro, no lo
entra por la puerta de servicio para que nadie se dé cuenta, sino que mata el
ternero guardado para la Pascua, hace fiesta. Y así es que el hijo mayor se va
a quejar. ¿Para qué? Para que vuelva a descubrir esa gratuidad de lo que el
padre le daba y que este hijo no descubría. Nos muestra un corazón de un Dios que está siempre dispuesto a buscar
aquello que está perdido. Las tres parábolas muestran esto. Se perdió una
oveja, se perdió una dracma, se perdió un hijo. No importa cuán valioso sea, el
Padre siempre lo va a buscar. Porque eso es lo que llena su corazón. No le
importa mirar como miramos nosotros, sino que le importa encontrar aquello que
se perdió. Va a mover cielo y tierra hasta que esto sea posible. Porque a
partir de encontrar ese lugar, ese hijo, esa oveja, esa moneda, va a encontrar un
lugar en el corazón de Dios.
Esto es
también en lo que nos invita a nosotros como Iglesia, como familia y como
sociedad; a ir al encuentro y a buscar al otro. Pero de manera gratuita. Ahora,
creo que para eso, lo primero que tenemos que hacer es tener un corazón
agradecido. Uno en general hace y da de aquello que recibió y que vivió. No hay
manera de hacer lo contrario. Entonces para poder dar gratuitamente nosotros,
tenemos que en primer lugar darnos cuenta de todo lo gratuito que se nos dio.
En primer lugar, nuestro padre Dios; con nuestra vida, con todo lo que puso a
nuestro lado. En segundo lugar, todos los que están a nuestro lado, que a veces
casi nos pasan desapercibidos. Tan desapercibidos que nos damos cuenta en el
momento que no los tenemos, para que a partir de ahí sí salga de nuestro
corazón generoso, un querer vivir así. Buscar aquel que está más alejado, aquel
que nadie quiere encontrar, aquel que se perdió; insistirle, darle una
oportunidad, abrirle las puertas de nuestro corazón a aquel que lo está
pidiendo y que hoy nos cuesta por diferentes razones de la vida, y no dejar
afuera aquello que parece insignificante. Todo es importante nos dice Dios. En
la vida todos son importantes. Seguí buscando. Eso es lo que hizo Jesús. Si
Jesús hubiera medido hasta donde daba según el éxito, hubiera terminado
bastante pronto su misión, pero siguió, siguió, siguió, esperando que en algún
momento nos diéramos cuenta de esa gratuidad, de ese corazón, y de ese amor
incondicional, que no dependía de lo que el otro hacía, sino de lo que Él
quería hacer.
Tal vez ayer
algunos de ustedes vieron en televisión la beatificación del cura Brochero.
Cuentan que Brochero, a quién le había tocado una superficie de alrededor de
200 km., cuando llegaba a un pueblo, averiguaba quién era la persona más pobre,
más odiada, más borracha, o lo que fuese, e iba ahí. El primero con el que se
encontraba era con ese. Seguramente eso generaría muchos comentarios. Pero
Brochero decía que si él iba al último de los últimos, nadie iba a tener miedo
de hablar con él. “Voy y busco a aquél que está olvidado, para que todos
descubran que en Dios hay un lugar”. Así fue el éxito que tuvo. El primer éxito
fue en su vida, la Iglesia ve en esos gestos, signos de santidad similares a
los que tenía Jesús, y nos invita a nosotros a vivir y a descubrir esto. En el
fondo es lo que descubrió Pablo. Él dice en la segunda lectura: yo, que hacía un
montón de cosas que estaban alejadas de Dios, por su misericordia, por su amor
incondicional, pude estar con Él. Pablo pone una salvedad: no lo hacía por
maldad, lo hacía por ignorancia. “Yo no había conocido ese corazón de Dios.”
Nosotros sí
lo conocemos, se nos ha revelado. Se nos invita primero a descubrirlo, segundo
a vivirlo, tercero a transmitirlo. Pongámonos en camino y hagamos lo mismo que
hizo Jesús.