lunes, 14 de mayo de 2012


Homilía: ¿Estamos dispuestos a dar la vida por amor? - VI domingo de Pascua

            En la película Hace mucho que te quiero, Juliette sale de la cárcel, después de quince años de estar allí; y Léa que era su hermana, decide, después de que los servicios sociales le piden, recibirla en su casa. Pero su situación ha cambiado, cuando Juliette se fue ella era una chica pequeña, y ahora ya es una mujer; está casada con Luc, tiene dos nenas, y tiene una situación totalmente diferente. Sin embargo, decide recibir a su hermana en su casa, y reanudar este vínculo que tenía con ella, con todas las tensiones que eso lleva. Con todas las tensiones que tenemos cuando vivimos bajo un mismo techo, más cuando las situaciones cambian y hasta de forma inesperada. Y van a tener que mirar de qué manera quieren fortalecer y hacer crecer ese vínculo, que no basta solamente con el nombre, sino por el hecho de ser hermanas y tener que seguir creciendo en eso. Y van a tener que ir mirando, junto con su marido, qué pasos pueden ir dando para poder aprender a convivir y a crecer en ese amor.
Esta experiencia que también, de otra manera, todos nosotros tenemos. Todos nosotros vivimos en una familia, y creo que no tenemos que ir mucho más lejos de nuestra familia para ver cómo muchas veces, el vivir el amor no nos es fácil, nos cuesta. Pasamos como distintos momentos, a veces matizados o condicionados por la edad que tenemos, cuando hay ciertas cosas que nos empiezan a costar más, a veces por circunstancias que empiezan a suceder. Pero todos tenemos experiencia de lo lindo que es amarnos en familia, pero la dificultad que muchas veces esto tiene. Y cómo muchas veces ponemos el acento en las cosas que son difíciles, en las cosas que nos separan, en las cosas que no nos gustan del otro, y se nos va haciendo más cuesta arriba. Es por eso que el crecer en el amor, nos implica todo un trabajo, todo un ejercicio.
            Monseñor Romero, que fue obispo del Salvador, después asesinado, en una de sus últimas homilías decía que el amor no era comodidad o pasividad, sino que el amor implicaba aprender a ver qué tengo que entregar en cada momento, implicaba también luchar, implicaba pelear por aquello que quiero y que deseo. Y creo que si verdaderamente nos hemos animado a ir dando pasos en el amor, sabemos que esto es una gran verdad. Para aprender a amar de verdad, yo tengo que ir entregando cosas; para aprender a amar de verdad muchas veces tengo que pelear y luchar por ese amor que deseo en el corazón.
            Y esa es la única forma de poder permanecer en el amor, como escuchamos que Jesús nos decía el domingo pasado, y que continúa en el evangelio que escuchamos hoy: “Permanezcan en mi amor”, y lo repite continuamente. Se ve que tiene experiencia de la dificultad que en cada familia, en cada comunidad y en cada lugar hay de permanecer en ese amor. Y como hablábamos la semana pasada, cómo las cosas van cambiando, y cómo por eso tenemos que luchar, aún por aquello que muchas veces nos distancia y nos diferencia. Un ejemplo de esto es la primera lectura: el pueblo judeo-cristiano que está naciendo a ese cristianismo, a esa nueva Iglesia, tiene que decidir qué hace, si se queda encerrado en lo que conoce, en lo que es seguro, o si se abre a algo nuevo. Y Pedro, frente a Cornelio, este centurión pagano, tiene que decidir: ¿lo bautizo? ¿No lo bautizo? ¿Pasa a ser parte de la Iglesia? Es decir, ¿abro mi corazón a algo nuevo? Bueno, por suerte tuvo una ayudita, en el evangelio dice que el Espíritu Santo siguió presente y Pedro dice: si acá bajó el Espíritu, ¿quién soy yo para ponerme en contra?, y si el Espíritu no hace acepción de personas ¿por qué lo voy a hacer yo? Y a partir de ahí comienza esa apertura a los paganos, comienza a abrir el corazón. Y esta experiencia la tenemos todos, aprender a amar implica un ejercicio, no es solamente un sentimiento -como se escucha en muchas canciones o en muchos lugares- sino el tener que ir haciendo un camino. El tener que descubrir y pasar nuevas fronteras, tener que eliminar las cosas que nos separan, y tener que muchas veces luchar y pelear, como decía antes, por aquello que quiero. Y es por eso que tenemos que aprender a mirar de qué manera ir creciendo en ese amor. Y es por eso que Jesús lo que les pide es, crezcan en ese amor, y aprendan a amar como Yo los he amado. Y esa es la invitación para cada uno de nosotros: aprender a amar como Jesús amó. Ahora, ¡vaya tarea que nos dio Jesús! A veces se pone un poco exigente con nosotros, porque aprender a amar como Jesús amó, implica aprender a amar hasta dar la vida. Ahora, tal vez para ver eso, tenemos que preguntarnos ¿estamos nosotros dispuestos a dar la vida? Creo que una manera de descubrir cuánto amamos al otro es decir ¿por quién yo daría la vida? Para mirar las personar que nos rodean. ¿Yo daría la vida por esta persona? ¿Estoy dispuesto? Y si descubro que no, es que todavía me falta entregar muchas cosas y que todavía tengo muchos pasos para dar en ese amor, todavía tengo muchas cosas en que crecer para amar verdaderamente, como Jesús me invita. Eso es lo que nos muestra Jesús, el amor verdadero implica entregar muchas cosas, y aún muchas veces, mi vida. Y si queremos dar un paso más, podemos mirar al Padre. Porque Jesús tiene que dar la vida, pero el Padre tiene que dar un paso más, que es entregar a aquello que más quiere, tiene que entregar a su hijo. Yo creo que si les preguntase a los papás o a las mamás que están acá si están dispuestos a dar la vida por sus hijos, seguramente la mayoría diría que sí. Ahora, ¿estarían dispuestos a entregar la vida de aquello que más quieren? ¿De aquello que más quieren cuidar y proteger? Y eso nos muestra hasta donde puede llegar esa profundidad del amor, y cómo continuamente tenemos que ir haciendo ese ejercicio en el corazón.
Juan nos dice en la segunda lectura, Dios es amor, y el signo de que vivimos en eso es si amamos. No dice si hacemos un montón de cosas, sino que lo importante si hacemos un montón de cosas que nacen de ese amor. El signo de que lo conocemos verdaderamente a Dios y de que caminamos en Él, es cuánto crecemos en ese amor; en el fondo, cuánto estamos dispuestos a amar. Hoy Jesús nos invita a despojarnos de nuestros egoísmos, de las cosas que nos separan, de nuestras pobrezas, los límites que tenemos y animarnos a dar un pasito más, a descubrir qué es lo que hoy puedo entregar, qué es lo que hoy puedo dar, por qué puedo luchar y pelear. Sin pensar grandes cosas, tal vez en mi casa, en algún vínculo que me cuesta, en algo que no estoy pudiendo vivir, de qué manera puedo dar un paso para crecer en ese amor.
            Pidámosle a Jesús, aquél que amó hasta dar la vida, que también nosotros, transformados por Él, nos animemos a hacer lo mismo.

Lecturas:
*Hech 10, 25-26. 34-36. 43-48.
*Sal 97, 1-4
*1Jn 4, 7-10
*Jn 15, 9-17

viernes, 11 de mayo de 2012


Homilía: “Permanezcan en Mí” - V domingo de Pascua

            Hace pocos días, para variar fui al cine, y fui a ver una película muy linda, La Fuente de las Mujeres, del mismo director de El Concierto y Ser digno de ser, una película francesa. Trata de un pequeño pueblito, entre el norte de África y medio Oriente, donde las mujeres tienen que subir todos los días un pequeño monte, para ir a una fuente a buscar agua para poder vivir; aquello tan necesario que nosotros tenemos gracias a Dios, y casi no nos damos cuenta. Las mujeres empiezan a enojarse frente a esto; sobre todo Leila, una de las mujeres que está ahí, por ese tener que subir todo el tiempo, con las complicaciones que les trae: hay algunas mujeres que empiezan a perder hijos por ese esfuerzo que hacen. Por eso es que deciden romper con esa tradición, a través de una huelga de amor. Es decir, hacen una huelga de amor frente a sus maridos para que ellos recapaciten y puedan cambiar eso, y comienza lo que es una gran tensión. Ellas que luchan por este derecho; y esta cultura, que es tal vez un poco más antigua que las costumbres más occidentales, que dice que esta es una tradición de mucho tiempo, que no se puede cambiar.
Sin ir tan lejos, nosotros también tenemos en nuestra cultura y en nuestra vida, algunas cosas que en muchos casos permanecen y otros quieren cambiar. Creo que no hay que ir muy lejos, hay que mirar una familia, donde vemos que si hay diferentes generaciones: abuelos, padres, hijos; se vive y se piensa distinto, no sólo cómo se encara la vida, sino de qué manera queremos vivir. Por poner un ejemplo, hace cincuenta años, una persona, cuando estaba empezando su juventud, cuando salía del colegio, ya sabía lo que iba a estudiar. Era muy común que empezara la carrera y la terminara, y era casi un sacrilegio si uno cambiaba de carrera: ¿qué es lo que está pasando? Como también era muy común que si uno empezaba con un trabajo, toda la vida hiciera ese trabajo. Y cuando esto empezó a cambiar generó una crisis muy importante: ¿qué es lo que está sucediendo? Por otra parte, también era muy común que uno se casara con la primera mujer u hombre que conoció, con quien tuvo un noviazgo. Creo que si miramos la vida hoy, que uno sepa qué carrera estudiar, y que aparte sea la única que estudia cuando termina el colegio es más complicado; que se case con la primera mujer u hombre que conoció o estuvo de novio, es verdaderamente más difícil; y que termine su carrera profesional con la carrera que empezó, creo que directamente no hay chances.
            El paradigma va cambiando, porque cambia la vida de las personas, cambia la manera de presentarse. Hace poco leí un estudio de un psicólogo, que hablaba de esto mismo cuando decía: hace cincuenta años, el paradigma era el conocimiento, uno tenía que saber más, entonces estudiaba, al terminar una carrera pensaba que tenía que hacer un posgrado, y buscaba a través del conocimiento crecer en la vida. La segunda dimensión era el esfuerzo, valía la pena sacrificarse por un montón de cosas, y esperar un poco para tener el placer y el gozo de otras cosas, para poder gozarlas en el futuro, siempre y cuando eso me ayudara a crecer. Y por último, se pensaba mucho en el futuro: aunque en el presente no tuviera lo que quiero, más adelante lo voy a adquirir.
            Sin embargo, hoy eso se vive desde otro lugar, no siempre desde el conocimiento sino desde la creatividad: no es tan importante cuánto sepa, sino cuán creativo soy, de qué manera puedo encarar lo que viene, y las distintas alternativas que la vida me presenta. En segundo lugar, no el esfuerzo sino el placer, el gozo de lo que estoy haciendo hoy, vivir más el presente, que es la tercera dimensión. No es tan importante el futuro, sino que hoy yo esté bien, que hoy sea feliz.
            ¿Cuál paradigma es mejor? Podemos discutirlo toda la noche. No se cual es mejor. Es diferente, porque somos diferentes. Ambos tienen cosas muy buenas, ambos tienen cosas que les faltan. Lo central, en cada uno de esos paradigmas, es que en primer lugar encontremos aquello que nos da vida. En segundo lugar, es que nos animemos a permanecer, a morar allí, en ese lugar. Y esta es la invitación que nos hace hoy Jesús en el evangelio, nos dice, permanezcan en Mí, como yo permanezco en ustedes.
            Cuando comienza el evangelio de Juan, y el primero de los discípulos se acerca a Jesús, Jesús les pregunta: ¿qué buscan? Y dice el evangelio que los discípulos le preguntaron, ¿dónde habitas?, ¿dónde moras? Que también se podría traducir como, ¿dónde permaneces? Es decir, ¿dónde estás todo el tiempo? Jesús responde: “Vengan y lo verán”. Y estamos casi al final ya del evangelio de Juan, ya cercano a su pasión, y los discípulos han permanecido, han visto dónde permaneció Jesús, han visto qué es lo que hace Jesús. Y ahora Jesús les redobla la apuesta, diciéndoles: ya saben donde permanezco Yo, ya saben con quienes permanezco Yo. Ahora les toca a ustedes. ¿Ustedes descubrieron algo aquí por lo cual quieren permanecer? ¿Por lo cual quieren estar? Porque en eso está la felicidad. No es si cambio o no. El cambio tiene que ser el fin de una búsqueda, voy buscando hasta que encuentro aquello que me da vida, y cuando encuentro aquello que me da vida, aquello que llena mi corazón, tengo que animarme a detenerme, tengo que animarme a morar, a habitar ese espacio y ese lugar, porque eso es lo que puede llenar mi corazón. Pero para eso tengo que tener un corazón abierto, que aprende a descubrir: esto es lo que quiero, esto es lo que busco, y me animo a quedarme en ese sitio y en ese lugar. Esa es la invitación que Jesús hace a sus discípulos, no sólo para la fe, sino también para la vida. Porque sólo permaneciendo se puede dar fruto, sólo estando en un lugar es que uno puede cosechar aquello que va sembrando. Creo que todos tenemos experiencia de que cuando vamos cambiando un montón de cosas, y un montón de lugares, no terminamos de ver qué es lo que pasa. Pero cuando permanecemos en un lugar, ahí empezamos a ver qué es lo que ocurre. ¿Que a veces tenemos dificultades? A todos nos pasa. Fíjense sino en la primer lectura: Pablo se convirtió en Damasco, fue a la comunidad, y en la comunidad no saben si aceptarlo o no. No era tan claro para ellos. Muchas veces hay que discernir cosas: de qué manera permanecer, cómo, quiénes están ya preparados para entrar en la comunidad, acogerlos, acompañarlos; pero esa es la búsqueda, ese es el sentido. Dejando permanecer a Pablo, vaya si pudo crecer en la fe, vaya si pudo hacer camino.
            Y esta es la invitación para cada uno de nosotros. En primer lugar, a que nos animemos, con un corazón entregado, a buscar aquellas cosas que nos dan vida, a buscar aquello que le da sentido a nuestra existencia. Y que una vez que descubrimos ahí ese manantial, ese oasis, en medio del desierto, en medio de nuestra vida, que muchas veces parece casi imposible, animarnos a frenar, a detenernos, a descubrir cómo eso es lo que le da sentido a nuestras vidas cuando permanecemos ahí. Y cómo de a poco eso va dando frutos. A veces habrá que podar, a veces habrá que esperar el momento de la cosecha, a veces va a haber que esperar que ese fruto madure, crezca. Pero sólo permaneciendo, lo podremos descubrir.
Pidámosle a Pablo, aquél que se animó a buscar en su vida hasta que encontró a Jesús, que también nosotros nos animemos a lo mismo. A aquél que encontrándolo se animó a permanecer, que también nosotros nos animemos a permanecer, en aquel que nos da vida verdadera, y que permaneciendo ahí, nos animemos también a buscar a los demás, para que encuentren también aquél lugar donde puedan permanecer.

LECTURAS:
* Hech 9,26-31
* Sal 21, 26b-28.30-32
* 1 Juan 3,18-24
* Jn 15,1-8

miércoles, 9 de mayo de 2012


Nota: Detenerse a celebrar con alegría. Nuestra Fiesta Patronal

            La vida como toda obra de arte necesita que uno se detenga frente a ella, necesita ser contemplada, escuchada; también ella quiere decirse, contarse, pero a su ritmo, al ritmo de la lentitud con la que se crece. Así todo lo que va creciendo también madura, da fruto.
 En la medida en que se la mira, en que medida en que nos detenemos, la vida, las cosas, entregan sus matices, los detalles de lo que todo, grande o pequeño, está hecho. Los detalles que hacen que sea diferente un rostro de otro, una vida de otra vida. Lo que hace que nada sea igual, lo que hace que todo sea diferente, que nada sea insignificante...
Si estás apurado – aconseja un proverbio japonés- camina despacio. Morar, demorarse en la vida, es morar cada paso, estar allí, viviéndolo. No implica inmovilidad, implica morar en lo que uno está, caminar en la vida y no solo correr tras la historia. Caminar, significa poder mirar alrededor, descubrir quienes están presentes y poder celebrar con ellos. Darme cuenta de que no estoy solo. Percibir que camino con otros.
            Nosotros como comunidad queremos detenernos para celebrar lo que vivimos. Por eso en unos días celebramos juntos nuestra fiesta patronal. Tanto la procesión por las calles de nuestro barrio con las imágenes de los santos Santa María de la cabeza y San Isidro Labrador, como la Eucaristía presidida por nuestro Obispo Monseñor Ojea quieren ser dos momentos de mucha alegría, de celebrar que caminamos con Jesús y gozamos de estar con él. Porque cuando nos detenemos a celebrar, Dios irrumpe en el tiempo, se hace presente de una manera especial en medio nuestro.
            Y detenerse a celebrar es también una manera muy profunda de dar gracias. Cuando uno no se detiene a celebrar, a festejar, es que algo esta pasando, es que algo no cierra, casi podría decir: “hoy no tengo nada que agradecer”. En cambio cuando uno se detiene o mejor dicho, quiere detenerse a celebrar, es porque el corazón explota de alegría, es porque tengo algo que compartir con los otros, es porque quiero darle gracias a la vida…
            Hoy queremos darle gracias a la vida por don de la fe. Porque Jesús nos reúne y convoca. Porque podemos ver los rostros de los que están a nuestro alrededor y caminan con nosotros compartiendo una misma fe. Porque descubrimos en cada uno de nuestros hermanos todos los dones que Jesús nos regala.
            Acompañémonos como comunidad, sigamos caminando juntos, detengámonos a contemplar la vida y a celebrarla, para que Dios pueda morar en medio nuestro.
Nota:  Ejercitando la paciencia


Hace dos años les contaba con mucha alegría mi experiencia escalando el Aconcagua. Todo lo que había significado y lo que aprendí. Este verano puedo decir que he tenido también una experiencia muy fuerte pero totalmente distinta que es la experiencia de la enfermedad. 
Terminando mis días de vacaciones, este año muy tranquilas, con varios amigos sacerdotes en la costa Uruguaya, por primera vez en mi vida empecé asentirme realmente mal.  Caminando por la playa comenzó a dolerme la espalda. Al principio, y no teniendo ninguna experiencia anterior de dolor, no le presté mucha atención, pero ese dolor fue creciendo hasta que unos días después se hizo mucho más fuerte   imposibilitándome casi cualquier movimiento. Termine mis últimos 4 días de vacaciones acostado en una cama, sin poder ni levantarme ni sentarme y tampoco reaccionando positivamente a la diversa medicación que me fueron dando. Para resumir me trasladaron en una ambulancia a una salita de emergencias en la paloma donde me dieron morfina para poder venir hasta Buenos Aires.  Llegue acá directo a la clínica austral, donde luego de la resonancia magnética me diagnosticaron una doble hernia de disco y me dejaron internado. Allí pase 5 días internado donde me enviaron a casa con reposo absoluto durante 3 semanas. Viendo lo complicado de la situación volví después de 16 años a la casa de mis padres.
Para hacer corta la historia luego de cumplir con el reposo absoluto me dieron otras 3 semanas de reposo aunque pudiendo estar un rato del día sentado. Las 6 semanas de reposo eran necesarias para desinflar la zona donde tengo las dos hernias de disco.  Al escribir estas líneas y habiendo reaccionado bien a la medicación y cumplido el tiempo de reposo estoy de a poco volviendo a trabajar acá en la catedral pero viviendo en nuestro seminario diocesano para evitar las grandes escaleras que tenemos en nuestra casa de la catedral.
Después de describirles a grandes rasgos como fueron los hechos quería contarles algunas cosas que voy vislumbrando y descubriendo en estos días:
Primero que todo como de un día para otro y sin que haya pasado nada grave (como les conté todo comenzó caminando) te cambia no sólo los últimos días de vacaciones sino también la perspectiva de por lo menos la primera mitad del año. Sin ser algo muy grave, si bien requiere cuidado y paciencia para poder recuperarse bien. Y lo más difícil es que uno comienza a sentirse bien y sin embargo tiene que ir dando pasos muy pequeños.
Segundo y basado en lo anterior el aprender a, como dicen los jóvenes, bajar varios cambios en la vida o dicho más simple hacer menos cosas. Y creo que esto es algo que nos cuesta a todos. Como ustedes saben soy una persona hiperactiva, que me paso haciendo cosas y yendo de un lugar a otro cada día. Y si tengo algún momento libre aprovecho para hacer alguno de los tantos deportes que me gustan. Hoy son muy pocas las cosas que puedo hacer y muchas las que he tenido que delegar o dejar sin hacer durante el tiempo que sea necesario. Y descubrir que esto es lo que hoy Dios me esta pidiendo: que me cuide, que tenga paciencia y que vaya de a poco.
Tercero volver a la casa de mis padres después de 16 años. Ha sido una experiencia muy linda de rencuentro cotidiano en el día a día. Yo me fui de casa a los 22 años para entrar al seminario con 10 hermanos menores y por lo tanto una casa con mucho movimiento. Volví durante 6 semanas con 38 años y 4 solamente 4 hermanos ya más grandes y que no están durante casi todo el dái en su casa. Es decir cadi irreconocible para mi. Y aunque no haya sido por elección mía sino por necesidad quiero volver a darle gracias a Dios por la familia que me dio. Me cuidaron día a día y puede tener la oportunidad de charlar y volver a estar con varios de mi familia mucho tiempo.
Espero que cuando estén leyendo estás líneas siga viento en popa la recuperación.
   

Homilía: ¿Cuál es el camino que Jesús quiere para su Iglesia? – IV domingo de Pascua

Hace poco vi una película francesa excelente, que se llama La Llave de Sara. En ella, Julia Jarmond, una de las protagonistas, es una periodista americana que trabaja en París a quien le piden que se ocupe de investigar todo lo que fue la redada de los franceses contra los judíos en la segunda guerra mundial. Y empieza a inmiscuirse, a mirar y a descubrir lo que es la vida de Sara, de esta niña que es atrapada por ser judía. Eso la va llevando a hacer un camino cada vez más humano de descubrir lo que es otra persona, lo que le pasa, lo que sufre; y quiere seguir profundizando, no se quiere quedar en eso primero que descubrió, sino que quiere mirar lo que es la vida de la otra persona. Pero de a poco eso va cambiando y transformando su vida, y Julia empieza a mirar la vida de otra manera. Empieza a mirar a los que están a su alrededor de otra manera, empieza a mirar lo que le pasa a ella de otra manera. Tal es así que cuando queda embarazada, habla con su marido, Beltrán, y entra en toda una discusión, porque ella quiere tener ese hijo y él no porque son muy grandes. Ella se enoja porque él piensa solamente en él, y empieza a ver cómo sus vidas se distancian: al hacer ella un camino cada vez más humano, de preocuparse y mirar la vida del otro, siente que la otra persona, que antes la sentía tan cerca, cada vez está más lejos. Y cuando sucede esa distancia entre dos personas, salvo que uno tenga la lucidez de poder ponerse en el lugar del otro, y descubrir lo que le puede estar pasando, eso hace que cada vez uno se sienta más lejos, hasta a veces más extraño: ¿quién es esta persona que está al lado mío?
            Y creo que está sensación la tenemos también nosotros. Muchas veces en la vida, cuando vamos descubriendo un camino más humano, de mayor acercamiento al otro, de poder vivir la fe y nuestra propia vida de una manera más entregada; a veces el otro no nos entiende. Desde amigos, y hasta a veces nuestra propia familia, donde nos hacen un montón de preguntas y cuestionamientos. Donde uno dice: pero yo sé que este es el camino que tengo que seguir, esto es a lo que me llama mi propia vida. Y así es como comienza a sentir que de a poco van tomando caminos paralelos.
Algo similar a esto sucede con esta figura que hoy estamos celebrando que es la figura del buen pastor. Esta figura tan conocida por todos nosotros -siempre hemos escuchado hablar de Jesús como buen pastor- pero que sin embargo es una figura casi tardía, por lo menos en lo que son los textos bíblicos. Es más, el único que la tiene es Juan, en el último de los evangelios. Es decir, aparece en la Biblia recién casi 50 años después de la muerte de Jesús. Y aparece ahí porque seguramente empieza a haber estas divergencias: ¿tenemos que seguir a Jesús o no? ¿De qué manera, de qué forma? ¿Qué es lo que está viviendo nuestra comunidad? ¿Qué es lo que nos pide que vivamos Él? Y un problema que tenemos con esto es el léxico porque cuando uno escucha “Jesús, buen pastor”, piensa en que Jesús era bueno, piensa primero en una dimensión moral: la bondad, la compasión, la solidaridad, la generosidad que Jesús tenía. Pero la primera acepción que está palabra tiene desde el griego no es la bondad, sino la autenticidad. Al decir, Jesús es el buen pastor, Juan está diciendo Jesús es el auténtico pastor. Para decirlo más claro, el verdadero pastor, el único pastor, el que se preocupa por todos. Y si queremos vivir el evangelio de Jesús, tenemos que seguir a ese Jesús, a un Jesús que como buen pastor conoce a todas las ovejas, a cada una. Se preocupa por cada una de ellas, las cuida, no las deja de costado, no las abandona. Y esta figura aún sigue profundizando, habla no solamente de esas ovejas que vemos en el rebaño, sino también de aquellas que parecen lejanas. Hemos escuchado muchas veces en el evangelio, cómo Jesús va en busca de la oveja perdida, la acerca, la trae. Esto nos muestra un montón de esas actitudes, que nos llevan a conocer el rostro de Dios. “Miren cómo nos amó el Padre”, nos dice Juan en la segunda lectura. ¿Quién nos muestra eso? Jesús. “Miren como los ama el Padre”, nos dice Jesús. Y al mostrarnos su amor, nos está pidiendo algo que es que crezcamos como comunidad. Cuando dice, los juntaré a todos en un solo rebaño, el camino de Jesús, es ¿cómo puedo caminar y cómo pueden entender ustedes que lo que tienen que hacer es caminar juntos? Aún en las divergencias, aún en la pluralidad, aún en las diferencias, buscar aunar fuerzas, buscar caminar juntos.
            Hoy uno escucha que muchas veces se vive una crisis de fe, que muchas veces nos cuesta mucho creer, que uno tiene crisis profundas, que el mundo mismo tiene un momento difícil en lo que es su religiosidad y su fe. Y creo que si esto es lo que está pasando es justamente un momento de desafío y de cómo podemos crecer unidos, cómo podemos crecer juntos. Sin embargo, muchas veces en vez de ver que intentemos caminar unidos, pareciera lo contrario, pareciera que cada uno camina para un lugar diferente. Pareciera que uno muchas veces, no se preocupa por esa imagen que Jesús nos invita a hacer, empezando en primer lugar por nosotros, los pastores. Ya que hoy estamos celebrando el domingo del buen pastor, en que se nos invita a rezar por las vocaciones consagradas, que muchas veces nos han llamado pastor; podemos empezar preguntándonos, si vivimos como Jesús nos invita, si estamos mostrando eso. Pedro dice en la primera lectura, ¿por qué es que ustedes me están cuestionando? ¿Porque curé a un enfermo? Y eso también nos podemos preguntar los pastores, ¿se nos cuestiona porque hacemos el bien o porque no? ¿Estamos realmente haciendo el bien, mostrando ese amor de Dios? Yo pensaba, ¿conozco a la gente que Jesús me puso para acompañar, para servir? Aunque uno podría decir que son muchos, ¿me preocupo por eso? ¿Busco acompañar? ¿Busco cuidar? Y cada uno de nosotros como pastores, ¿intentamos seguir ese camino? O ¿nos seguimos desviando cada vez más de ese camino que Jesús nos invita a vivir?
Pero no sólo nosotros como pastores, podríamos pensar también dentro de la Iglesia, en los diversos grupos en los que nos toca estar a cada uno de nosotros, en las diversas comunidades, ¿intentamos conocernos, caminar juntos, formar y trabajar por una comunidad mejor? ¿Intentamos vivir eso a lo que Jesús nos invitó? En los distintos movimientos de la Iglesia, que muchas veces pareciera que fuera una camiseta de fútbol: este es de tal movimiento, este es de tal. Y en vez de alegrarnos porque otros viven a Jesús desde otro lugar, casi que, o tiramos para que estén en otro lugar, o nos quejamos porque lo están viviendo desde ese lugar, y no aprendemos a caminar desde esa pluralidad a la que nos invita Jesús.
            Por último, podríamos hablar de nuestra Iglesia jerárquica y de nuestro pueblo. ¿Intentan crecer y caminar en comunidad? ¿O muchas veces sentimos que son dos mundos totalmente diferentes? ¿Que cada vez se aíslan más, que cada vez, los distintos pastores, con las distintas jerarquías que tengan, están cada vez más alejados del pueblo? Creo que hoy Jesús en este domingo y en esta Pascua, nos llama a una profunda conversión, a mirar cada uno, desde la responsabilidad que tiene, ¿cuál es el camino al que Jesús nos invita? ¿Cuál es el camino que Jesús quiere para su Iglesia? Y no la imagen que yo me hago de lo que tiene que ser la Iglesia, que muchas veces está matizada por el miedo, por mis propios fantasmas, sino esa imagen que Jesús pide de una Iglesia, que tiene que aprender a amar, que tiene que aprender a entregarse, que tiene que aprender a jugársela, que tiene que ir por el otro. No cualquier religiosidad es la religiosidad de Jesús. Es más, si uno lee el evangelio, la gran crítica de Jesús, es cuando la religiosidad se aleja de la vida de la gente.
            Creo que nosotros podríamos mirar nuestra Iglesia y decir, ¿la religiosidad que hoy vivimos está cerca de la vida de la gente? ¿Esto es lo que Jesús quiere para su Iglesia? ¿Esto es lo que Jesús está mirando y buscando en su Iglesia? Y dentro de ese espíritu de conversión, animarnos a buscar ese camino. Animarnos a vivir como Jesús nos invita, animarnos a mirar como Jesús mira, animarnos a buscar lo que Jesús busca. Creo que si hay algo claro en Jesús, es esa apuesta por la vida permanente, que hace por encontrarse siempre con el otro. Y en la medida en que como Iglesia no hagamos puentes, no estamos viviendo lo que Jesús nos pide, no estamos amando como el buen pastor ama.
            Creo que hoy podemos animarnos a mirar, como dice Juan, cómo el Padre nos amó, dejarnos penetrar por esa mirada. Y en esa mirada del Padre, descubrir a ese Jesús Buen Pastor, que quiere dar la vida, y que nos invita a cada uno de nosotros a trabajar por eso, a descubrir de qué manera podemos, y estamos llamados, a dar la vida.
Pidámosle a Jesús, Buen Pastor, que convertidos por Él, transformados por Él, podamos siempre trabajar para hacer de ésta comunidad, una comunidad lo más cercana posible a lo que vive Jesús.

Lecturas:
*Hech 4, 8-12
*Sal 117, 1.8-9.21-23.26.28.29
*1 Juan 3, 1-2
*Juan 10, 11-18