miércoles, 9 de mayo de 2012


Homilía: ¿Cuál es el camino que Jesús quiere para su Iglesia? – IV domingo de Pascua

Hace poco vi una película francesa excelente, que se llama La Llave de Sara. En ella, Julia Jarmond, una de las protagonistas, es una periodista americana que trabaja en París a quien le piden que se ocupe de investigar todo lo que fue la redada de los franceses contra los judíos en la segunda guerra mundial. Y empieza a inmiscuirse, a mirar y a descubrir lo que es la vida de Sara, de esta niña que es atrapada por ser judía. Eso la va llevando a hacer un camino cada vez más humano de descubrir lo que es otra persona, lo que le pasa, lo que sufre; y quiere seguir profundizando, no se quiere quedar en eso primero que descubrió, sino que quiere mirar lo que es la vida de la otra persona. Pero de a poco eso va cambiando y transformando su vida, y Julia empieza a mirar la vida de otra manera. Empieza a mirar a los que están a su alrededor de otra manera, empieza a mirar lo que le pasa a ella de otra manera. Tal es así que cuando queda embarazada, habla con su marido, Beltrán, y entra en toda una discusión, porque ella quiere tener ese hijo y él no porque son muy grandes. Ella se enoja porque él piensa solamente en él, y empieza a ver cómo sus vidas se distancian: al hacer ella un camino cada vez más humano, de preocuparse y mirar la vida del otro, siente que la otra persona, que antes la sentía tan cerca, cada vez está más lejos. Y cuando sucede esa distancia entre dos personas, salvo que uno tenga la lucidez de poder ponerse en el lugar del otro, y descubrir lo que le puede estar pasando, eso hace que cada vez uno se sienta más lejos, hasta a veces más extraño: ¿quién es esta persona que está al lado mío?
            Y creo que está sensación la tenemos también nosotros. Muchas veces en la vida, cuando vamos descubriendo un camino más humano, de mayor acercamiento al otro, de poder vivir la fe y nuestra propia vida de una manera más entregada; a veces el otro no nos entiende. Desde amigos, y hasta a veces nuestra propia familia, donde nos hacen un montón de preguntas y cuestionamientos. Donde uno dice: pero yo sé que este es el camino que tengo que seguir, esto es a lo que me llama mi propia vida. Y así es como comienza a sentir que de a poco van tomando caminos paralelos.
Algo similar a esto sucede con esta figura que hoy estamos celebrando que es la figura del buen pastor. Esta figura tan conocida por todos nosotros -siempre hemos escuchado hablar de Jesús como buen pastor- pero que sin embargo es una figura casi tardía, por lo menos en lo que son los textos bíblicos. Es más, el único que la tiene es Juan, en el último de los evangelios. Es decir, aparece en la Biblia recién casi 50 años después de la muerte de Jesús. Y aparece ahí porque seguramente empieza a haber estas divergencias: ¿tenemos que seguir a Jesús o no? ¿De qué manera, de qué forma? ¿Qué es lo que está viviendo nuestra comunidad? ¿Qué es lo que nos pide que vivamos Él? Y un problema que tenemos con esto es el léxico porque cuando uno escucha “Jesús, buen pastor”, piensa en que Jesús era bueno, piensa primero en una dimensión moral: la bondad, la compasión, la solidaridad, la generosidad que Jesús tenía. Pero la primera acepción que está palabra tiene desde el griego no es la bondad, sino la autenticidad. Al decir, Jesús es el buen pastor, Juan está diciendo Jesús es el auténtico pastor. Para decirlo más claro, el verdadero pastor, el único pastor, el que se preocupa por todos. Y si queremos vivir el evangelio de Jesús, tenemos que seguir a ese Jesús, a un Jesús que como buen pastor conoce a todas las ovejas, a cada una. Se preocupa por cada una de ellas, las cuida, no las deja de costado, no las abandona. Y esta figura aún sigue profundizando, habla no solamente de esas ovejas que vemos en el rebaño, sino también de aquellas que parecen lejanas. Hemos escuchado muchas veces en el evangelio, cómo Jesús va en busca de la oveja perdida, la acerca, la trae. Esto nos muestra un montón de esas actitudes, que nos llevan a conocer el rostro de Dios. “Miren cómo nos amó el Padre”, nos dice Juan en la segunda lectura. ¿Quién nos muestra eso? Jesús. “Miren como los ama el Padre”, nos dice Jesús. Y al mostrarnos su amor, nos está pidiendo algo que es que crezcamos como comunidad. Cuando dice, los juntaré a todos en un solo rebaño, el camino de Jesús, es ¿cómo puedo caminar y cómo pueden entender ustedes que lo que tienen que hacer es caminar juntos? Aún en las divergencias, aún en la pluralidad, aún en las diferencias, buscar aunar fuerzas, buscar caminar juntos.
            Hoy uno escucha que muchas veces se vive una crisis de fe, que muchas veces nos cuesta mucho creer, que uno tiene crisis profundas, que el mundo mismo tiene un momento difícil en lo que es su religiosidad y su fe. Y creo que si esto es lo que está pasando es justamente un momento de desafío y de cómo podemos crecer unidos, cómo podemos crecer juntos. Sin embargo, muchas veces en vez de ver que intentemos caminar unidos, pareciera lo contrario, pareciera que cada uno camina para un lugar diferente. Pareciera que uno muchas veces, no se preocupa por esa imagen que Jesús nos invita a hacer, empezando en primer lugar por nosotros, los pastores. Ya que hoy estamos celebrando el domingo del buen pastor, en que se nos invita a rezar por las vocaciones consagradas, que muchas veces nos han llamado pastor; podemos empezar preguntándonos, si vivimos como Jesús nos invita, si estamos mostrando eso. Pedro dice en la primera lectura, ¿por qué es que ustedes me están cuestionando? ¿Porque curé a un enfermo? Y eso también nos podemos preguntar los pastores, ¿se nos cuestiona porque hacemos el bien o porque no? ¿Estamos realmente haciendo el bien, mostrando ese amor de Dios? Yo pensaba, ¿conozco a la gente que Jesús me puso para acompañar, para servir? Aunque uno podría decir que son muchos, ¿me preocupo por eso? ¿Busco acompañar? ¿Busco cuidar? Y cada uno de nosotros como pastores, ¿intentamos seguir ese camino? O ¿nos seguimos desviando cada vez más de ese camino que Jesús nos invita a vivir?
Pero no sólo nosotros como pastores, podríamos pensar también dentro de la Iglesia, en los diversos grupos en los que nos toca estar a cada uno de nosotros, en las diversas comunidades, ¿intentamos conocernos, caminar juntos, formar y trabajar por una comunidad mejor? ¿Intentamos vivir eso a lo que Jesús nos invitó? En los distintos movimientos de la Iglesia, que muchas veces pareciera que fuera una camiseta de fútbol: este es de tal movimiento, este es de tal. Y en vez de alegrarnos porque otros viven a Jesús desde otro lugar, casi que, o tiramos para que estén en otro lugar, o nos quejamos porque lo están viviendo desde ese lugar, y no aprendemos a caminar desde esa pluralidad a la que nos invita Jesús.
            Por último, podríamos hablar de nuestra Iglesia jerárquica y de nuestro pueblo. ¿Intentan crecer y caminar en comunidad? ¿O muchas veces sentimos que son dos mundos totalmente diferentes? ¿Que cada vez se aíslan más, que cada vez, los distintos pastores, con las distintas jerarquías que tengan, están cada vez más alejados del pueblo? Creo que hoy Jesús en este domingo y en esta Pascua, nos llama a una profunda conversión, a mirar cada uno, desde la responsabilidad que tiene, ¿cuál es el camino al que Jesús nos invita? ¿Cuál es el camino que Jesús quiere para su Iglesia? Y no la imagen que yo me hago de lo que tiene que ser la Iglesia, que muchas veces está matizada por el miedo, por mis propios fantasmas, sino esa imagen que Jesús pide de una Iglesia, que tiene que aprender a amar, que tiene que aprender a entregarse, que tiene que aprender a jugársela, que tiene que ir por el otro. No cualquier religiosidad es la religiosidad de Jesús. Es más, si uno lee el evangelio, la gran crítica de Jesús, es cuando la religiosidad se aleja de la vida de la gente.
            Creo que nosotros podríamos mirar nuestra Iglesia y decir, ¿la religiosidad que hoy vivimos está cerca de la vida de la gente? ¿Esto es lo que Jesús quiere para su Iglesia? ¿Esto es lo que Jesús está mirando y buscando en su Iglesia? Y dentro de ese espíritu de conversión, animarnos a buscar ese camino. Animarnos a vivir como Jesús nos invita, animarnos a mirar como Jesús mira, animarnos a buscar lo que Jesús busca. Creo que si hay algo claro en Jesús, es esa apuesta por la vida permanente, que hace por encontrarse siempre con el otro. Y en la medida en que como Iglesia no hagamos puentes, no estamos viviendo lo que Jesús nos pide, no estamos amando como el buen pastor ama.
            Creo que hoy podemos animarnos a mirar, como dice Juan, cómo el Padre nos amó, dejarnos penetrar por esa mirada. Y en esa mirada del Padre, descubrir a ese Jesús Buen Pastor, que quiere dar la vida, y que nos invita a cada uno de nosotros a trabajar por eso, a descubrir de qué manera podemos, y estamos llamados, a dar la vida.
Pidámosle a Jesús, Buen Pastor, que convertidos por Él, transformados por Él, podamos siempre trabajar para hacer de ésta comunidad, una comunidad lo más cercana posible a lo que vive Jesús.

Lecturas:
*Hech 4, 8-12
*Sal 117, 1.8-9.21-23.26.28.29
*1 Juan 3, 1-2
*Juan 10, 11-18


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