lunes, 23 de abril de 2012

Homilía: “Nosotros somos testigos” – III domingo de Pascua



En la película Comer, Rezar, Amar, Julia Roberts hace de Liz Gilbert. Ésta tiene toda una búsqueda personal en un momento de su vida, que entre otras cosas la lleva a meditar, a hacer una búsqueda espiritual, en Bali, para poder descubrir qué es lo que quiere. Pero le empiezan a decir que, en primer lugar, esa búsqueda la tiene que hacer ella misma. Quiere hablar con la persona encargada, pero justo se fue a Nueva York, de donde ella viene, y le dicen que tiene que empezar a buscar en su corazón; pero empieza a encontrar problemas. La primera vez que se pone a meditar se queda dormida, como muchas veces nos ha pasado rezando. Al otro día, busca un lugar más tranquilo, la sala de meditación, se pone a meditar, cierra los ojos, quiere concentrarse, y le aparecen diez mil distracciones en la cabeza, como supongo que muchas veces les habrá pasado a ustedes. Al rato, mira al reloj, a ver cuánto pasó, y pasó solamente 1 minuto. Empieza a darse cuenta de que no es tan fácil, entonces se enoja y se va. Ahí es cuando Richard, una de las personas que encuentra, dice “uh, parece que aparecieron los cocodrilos”, como diciendo: hay algo que te molesta, algo que te enoja. Ella se enoja con él, y empiezan a hablar. Él le dice que tiene que tener paciencia, que tiene que buscar en su corazón, y ella le dice que no puede, que no encuentra la manera, que no encuentra la forma. Él le dice que tiene que intentar dejar de controlar su vida y liberarse un poco más. Ella contesta que eso es lo que intenta, lo que está buscando. A lo que él dice: “bueno, deja de intentar: hacelo. Andá, sentate en el jardín – no importa el lugar – sentate y buscá poder meditar.”
            Podríamos decir que esta búsqueda personal que ella tiene, es en el fondo una búsqueda que cada uno de nosotros tenemos en nuestra propia vida, y que no se acaba en un momento, ni a los 10, ni a los 20 ni a los 30, ni a los 40 años. Lo siento, los más chicos, si creen que la crisis última es la de la adolescencia; los que somos un poquito más grandes, tenemos esa experiencia de que continuamente vamos pasando distintos momentos, procesos, crisis en el corazón donde tenemos que profundizar. Pero eso es toda una búsqueda, para eso primero tengo que liberarme de las cosas que me atan, de las seguridades que tengo, de las cosas que controlo. Tengo que dejar que las cosas fluyan, que las cosas corran.
Pero en segundo lugar, y mucho más importante, tengo que tener paciencia. Tengo que tener paciencia conmigo mismo: las cosas no cambian de un día para el otro; uno mismo no cambia de un día para el otro. Nuestra tentación es que a veces queremos que la vida sea como un “fast food” donde entramos y salimos de la misma manera, ya comimos, ya pensamos de otra manera. Y la cosa no es así, en la vida todo tiene su tiempo, de germinar, de nacer, de crecer, de volver a perder esos frutos, y que los frutos vuelvan a aparecer. Y esto que es algo esencial que sucede en la vida, sucede también en la fe. Un ejemplo son todos estos evangelios que estamos escuchando estos días. ¿Jesús qué hace? Se aparece. Como hablábamos los otros días, nadie fue testigo directo del momento de la resurrección de Jesús. Y es por eso que Jesús se tiene que volver aparecer, tiene que volver a hacerse presente, tienen que poder verlo. Sin embargo, vemos que ninguno lo reconoce: los discípulos de Emaús no se dan cuenta de que está caminando con ellos; María Magdalena tampoco sabe, dice “¿Dónde lo han dejado”; Jesús se aparece en este evangelio y piensan que es un fantasma, les dice “soy Yo, quédense tranquilos, acá tienen mi mano, mi costado”, y se ponen alegres pero igualmente siguen preguntándose, “¿será Jesús o no?”, y Jesús sólo dice “bueno, traiganme algo para comer”. Fíjense la paciencia que Jesús va teniendo. La fe en Jesús, la resurrección de Jesús, no es algo tan evidente para ellos. Y Jesús tiene paciencia en el camino que cada uno de ellos tiene que ir haciendo. Esta misma paciencia que nos pide que tengamos a nosotros, en nuestra vida, en nuestro camino de fe.
La fe, como camino de la vida, también tiene sus momentos, tiene sus etapas. Tiene momentos más eufóricos, donde yo me encuentro, donde siento que estoy más cerca de Jesús, y lo tengo presente. Momentos donde me cuesta más, y me pregunto qué me pasa, donde me entran dudas en mi camino de fe, donde siento una aridez muy grande en la oración. Donde voy de nuevo a un retiro, que me llamó mucho la atención, y me asombro porque no fue igual, por ejemplo, que el año anterior: obviamente, por lo menos pasó un año: fue distinto, no se si mejor o peor, pero fue distinto. Y segundo, tengo que tener esa paciencia del camino que hago, en primer lugar conmigo, en segundo lugar con los demás: el proceso de fe de cada uno de ellos no lo puedo manejar yo. Y tengo tener la paciencia del tiempo que le lleva al otro, el poder creer.
            Creo que todos tenemos experiencias más directas, seguramente de nuestra familia y sino de muchos amigos en nuestro entorno, que algunos creen, otros no creen. Algunos han tenido la misma educación, o han tenido aún más posibilidades, y ¿qué es lo que tengo que tener? En primer lugar, paciencia, eso es lo que nos dice Jesús. Creo que si vemos la vida de Jesús, toda la vida, no sólo las apariciones, podemos ver que tiene esa paciencia de lo que le lleva al otro el camino que tiene que hacer en la fe. Eso es lo que nos pide a nosotros. En primer lugar, paciencia, en segundo lugar, respeto. No soy yo el dueño de la vida del otro, tenga el vínculo que tenga. Y es el otro el que tiene que hacer camino, y si la fe es un don de Dios, tengo que tener el respeto de lo que tarda en madurar ese don de Dios en el corazón de los demás. Y esperar que se vaya dando ese camino, esperar que después eso dé fruto.
            En segundo lugar, como fruto de la Pascua, la Pascua en aquellos que creen, en aquellos que se encuentran con Jesús resucitado, tiene que dejar huella. Y esa huella la vemos en que quieren ser testigos. Pedro, cuando va a anunciar después de haberse encontrado con Jesús, de haber comprendido que resucitó, dice “Nosotros somos testigos”. Jesús, en el evangelio, después de que se dan cuenta, después de un rato, que es Él, les dice “Ustedes son mis testigos”, y cada uno de nosotros acabamos de vivir la Pascua. Pero verdaderamente habremos comprendido que Jesús resucitó, si nos animamos a ser testigos. El primer paso necesario en la fe, es acogerla, es recibirla, pero no habré crecido en mi fe, en la medida que no dé testimonio de ello, en la medida que no quiera anunciarlo. ¿Que es difícil? Bienvenidos al club, obvio que es difícil, no es fácil. Pero en cualquier lugar, de diferentes formas, se nos va a pedir dar testimonio. Muchos son padres, en la propia familia, educando a los hijos. Muchos de ustedes tienen hermanos, amigos, dando testimonio de aquello que vivieron.
De distintas formas y maneras, cada uno verá el tiempo y la forma en que puede llegar al otro, pero hay que animarse a ser testigo de aquello que viví: la resurrección de Jesús, verdaderamente hace mella en nosotros, se hace carne, cuando yo digo: esto no me lo puedo guardar, esto cambia tanto en mi vida, esto me hace tan feliz – como a los discípulos - que quiero que otros lo vivan, que quiero que otros lo compartan. Me puedo animar de muchas formas de llevarlo a los demás, la primera es dando testimonio de eso. ¿Y cómo se da testimonio? Animándome a vivir aquellos valores a los que Jesús me invita. Creo que los valores del evangelio son claros. Y Jesús nos pide que vayamos dejando que nuestro corazón se transforme, que vaya haciendo camino, esa es una manera de dar testimonio. La segunda manera, es ver de qué manera lo puedo llevar, de qué manera lo puedo anunciar a los demás. Cada uno de nosotros tendrá que buscar las formas, porque hay tantas formas como personas que somos. Pero tenemos que animarnos a dar testimonio de ellos. Hoy Jesús nos dice a nosotros: “ustedes son testigos de mi resurrección, ustedes han vivido mi Pascua, ahora les pido a ustedes que den testimonio de ella”.
            Pidámosle a Pedro, aquél que se encontró con Jesús, aquél que vio a Jesús resucitado, que también nosotros, como él, nos animemos a decirle a los demás, que nosotros somos testigos de su resurrección.

Lecturas:
*Hech 3, 13-15. 17-19
*Sal 4, 2. 4. 7. 9.
*1Jn 2, 1-5ª
*Lc 24, 35-48

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