miércoles, 11 de abril de 2012

Homilía: “La resurrección de Jesús quiere derribar las barreras” – Vigilia Pascual


En la película “50-50”, un chico, Adam Lerner, de 27 años, con una vida dentro de todo cómoda, descubre que tiene una enfermedad grave. Y eso lo lleva a tener que cambiar cómo vivía, y a tener que mirar y replantear su vida. Como a muchos nos pasa, al principio se lo toma más en chiste, hasta que después empieza a darse cuenta verdaderamente lo que eso significa. Y a partir de ahí comienza a mirar toda su vida, a mirar qué es lo que ha hecho, a poder mirar en el corazón. En esto, es ayudado por una psicoanalista, Kathy, que le ponen para que lo ayude en este proceso. Y ella intenta que él se encuentre con sus sentimientos profundos, que pueda ver qué es lo que esto le produce en su corazón.

Después de un tiempo, cuando él puede animarse a quitar todas esas capas, y mirar en el corazón, descubre toda la bronca y todo el dolor que esto le da. Es ahí cuando se pone a llorar y le dice a esta joven psicoanalista, que hay un montón de cosas no ha hecho. Dice “Nunca he visitado ni Canadá ni muchos países; no he dicho nunca a nadie que lo quiero, que la amo…”, y se larga a llorar. Él se sumerge en eso, y la psicoanalista, que es muy joven todavía, no sabe bien como ayudarlo. Pero a partir de animarse a encontrarse con sus sentimientos, puede empezar a mirar de otra manera.

Podríamos decir que la Pascua tiene algo de esto en profundidad. Porque pasamos de vivir lo que es la entrada de Jesús en Jerusalén con toda la alegría, a todo lo que es su pasión y su muerte, con todo el dolor que eso evoca y lleva. Sin embargo, hoy, un tiempo después, vivimos la alegría de la resurrección. Entonces, nos podemos preguntar qué es lo que nos trae la resurrección de Jesús, ¿por qué nos reunimos acá para vivirlo, para celebrarlo? ¿Por qué queremos compartirlo comunitariamente?

Uno podría mirar el mundo y decir, bueno, en realidad hay un montón de cosas que con la Pascua de Jesús no cambiaron. No es que no hay hambre, que no hay injusticia, no es que no hay guerra, no es que las familias o nosotros, no discutimos, no nos peleamos. Ahora, ¿cuál es la diferencia? ¿qué es lo que trae? Creo que lo que nos marca y lo que nos muestra Jesús, no es que las cosas van a cambiar, sino que nosotros podemos cambiar, y que podemos decidir tener un estilo, una forma de vida diferente. Una manera de vivir distinta a la que muchas veces el mundo nos muestra.

En primer lugar, podríamos tomar la primera lectura, que nos dice que Dios, cuando creó las cosas, cada vez que creaba algo, decía que eso era bueno. Miró lo que hizo, y se alegró de lo que hizo, vio la bondad de lo que había hecho. Ahora, ¿tenemos esa capacidad nosotros? ¿Tenemos la capacidad de mirar lo que hacemos, lo que trabajamos, nuestras familias, y decir: qué bueno que es esto? ¿Tenemos esa capacidad de alegrarnos por la vida que damos y por la vida que nos dan los demás? Vivimos en un mundo que nos exige muchísimo, en un mundo que cada vez nos “tira” más, y nos lleva a ver todo con mucha exigencia, nos lleva a ver todo de una manera perfeccionista, y eso nos hace perder la bondad de las cosas. Más que bueno, pareciera que todo es malo. Bueno, el estilo de Jesús es otro. El estilo de Jesús es el que es capaz de profundizar, que es capaz de traspasar esas pequeñas fachadas que no nos dejan ver lo bueno. Eso es lo que hacía Jesús. ¿Cuántas veces vemos que Jesús, frente a hombres y mujeres pecadores, alejados, ve algo distinto? ¿Por qué? Porque mira al corazón. Porque ve lo bueno que vio Dios, ese es el estilo de Jesús. Ese es el estilo de Dios que nos invita a vivir a nosotros.

En segundo lugar, le dice al pueblo: escuchen y vivirán, escuchen y vean lo que está pasando. A nosotros también nos invita a escuchar de una manera distinta. Nos invita a escuchar su palabra. Nos invita a escuchar al que grita, al que gime, al que está solo, al que tiene dolor, al que no tiene quién lo acompañe. Nos invita a estar ahí y a poner los signos de Jesús. ¿Que muchas veces no tendremos palabras? Muchas veces no hay que poner palabras, hay que estar, hay que acompañar. Ese es el estilo de Jesús: el animarse a escuchar a aquél que lo necesita, y el decir: “yo quiero estar a tu lado”; “yo te quiero acompañar”. Esa es la pasión de Jesús. La pasión de Jesús es decirle, aún en los momentos de dolor, quiero que sepas que yo también lo entiendo, que yo lo viví. Muchas veces cuando nos pasa algo, decimos “vos no me entendés, vos no comprendés”. Creo que Jesús vive la pasión para que no le podamos decir eso, para que Dios nos diga: “miren, aún lo que yo más amo que es mi hijo, lo tuve que dar, lo tuve que entregar”. Y para que Jesús nos diga: “mirá, aún el dolor que vos tengas, yo lo entiendo, yo te acompaño, yo estoy contigo”.

Por eso es que Pablo, vive la alegría de la resurrección, la alegría de que siempre se puede empezar de nuevo. Y eso es lo que se nos invita a vivir en esta Pascua; la alegría que estamos festejando que Jesús está vivo; la alegría que estamos festejando que nosotros estamos vivos. La alegría de que lo podemos celebrar como comunidad y como familia. La alegría de que hay algo que puede derribar las barreras. Los otros días hablábamos con Fran, que es fanático de la música y que se fue a ver Roger Waters -todo lo que es The Wall- de que ahí se derriba toda una pared. Fran quedó medio “flasheado” con todo eso. Y la imagen que nos venía, es cómo la resurrección de Jesús quiere derribar las barreras, quiere derribar los muros, quiere traer algo nuevo. Donde parece que hay algo que ya no se puede quebrar, Jesús nos dice: “yo lo puedo quebrar, basta que creas, basta que quieras, basta que te animes”. Que nos animemos como esas mujeres del evangelio. ¿Por qué esas mujeres fueron ahí al sepulcro? ¿Porque lo querían a Jesús? Seguro. ¿Pero por eso nada más? ¿No tendrían una intuición más profunda que la nuestra? Una intuición de que ahí donde parece que no hay nada, de que ahí donde parece que todo murió, puede haber algo más. Y por eso voy, por eso espero, aunque no entiendo, aunque no comprendo, sabiendo que Dios, aún donde parece que todo se acabó, puede traer algo nuevo. Eso es la Pascua. El creer que algo puede pasar. Eso es lo que significa pascua. El paso, un paso. Donde creo que me quedé, donde parece que todo acabó, algo nuevo surge. Esto es lo que nos dice Isaías: la lluvia no vuelve al cielo, sino después de mojar la tierra, y eso da fruto. Hoy nuestra celebración, nuestra pascua, no vuelve a Dios, sino después de haber tocado nuestros corazones. Para esto tenemos que dejar que lo moje. Para eso tenemos que dejar que los transforme. Para eso tenemos que dejar que los transforme. Que sea Él el que nos traiga algo nuevo. Pidámosle a Jesús, que viviendo y celebrando esta Pascua, podamos abrirle el corazón, podamos mirarlo, podamos seguirlo, y vivir según el estilo que Él nos invita.

LECTURAS:

*Gen 1,1 – 2,2

*Éx 14,15 – 15,1

*Is 55, 1-11

*Rom 6, 3-11

*Mc 16, 1-8

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