miércoles, 11 de abril de 2012

Homilía: “El amor necesariamente se transmite en gestos” – Jueves Santo


En la película que lleva al cine un libro llamado El Conde de Montecristo, Edmond Dantès es traicionado y llevado preso al Castillo de If. Allí lo tienen encerrado en una isla, para que no cuente las injusticias que se están haciendo. Sin embargo, varios años después, ayudado por un hombre mayor, Edmond logra escapar de la isla nadando. Pero cuando llega a la playa, después de haber escapado nadando, es nuevamente atrapado, pero ya no por estos hombres franceses sino por un grupo de bandidos, piratas. Y encuentra ahí, una posibilidad para que haya una pelea, para que todos se diviertan, como algunas veces pasa. En ese momento, Edmond es llamado a pelear por su vida, contra uno de esos malhechores y le dicen: “Bueno, mejor que alguno de ustedes se mate, nos divertimos un rato y me quedo con el que gana la pelea.” La cuestión, es que Edmond, pelea con Bartuccio, ese hombre, y lo vence pero no lo mata. Le dice que si quiere conservar la vida, que se quede callado. Y convence al jefe de estos hombres, para que después de haber visto una buena pelea se quede con los dos: “Han ganado un tripulante”. El jefe acepta, y el hombre que había sido vencido, mirándolo a Edmond a los ojos le dice: “Estoy en deuda contigo, de ahora en más haré lo que me digas, seré tu servidor.”

Más allá del libro o de la película, lo que se muestra es este corazón agradecido de un hombre que descubre en el otro a alguien que le regaló algo para lo cual ni siquiera ve que tenga derecho. Por eso al descubrir eso, se siente con deuda eterna, que su vida tiene que estar el servicio del otro. Podemos decir, que si uno mira la vida de uno, a lo largo y a lo ancho de lo que ha recorrido podría mirar con sinceridad y descubrir todas las personas que han hecho un montón de cosas por nosotros; todo ese corazón agradecido que tenemos que tener por lo que hacen los demás. El problema es que muchas veces nos cuesta, porque vivimos en un mundo donde parece que tuviéramos derecho a todo; o que todo lo que se nos da es porque lo merecemos o porque lo tenemos que tener y no porque otro me lo dio, desde Dios hasta los demás. Y vamos perdiendo tener ese corazón agradecido, que cuando está agradecido quiere servir a los demás. Y esto es lo que nos muestran todas las lecturas, hasta el mismo salmo que acabamos de escuchar hoy.

En la primera lectura, Moisés le tiene que transmitir al pueblo ese agradecimiento que tiene que tener por el paso de Dios por su historia, por esa Pascua que han vivido: “ustedes celébrenlo, un corazón agradecido es un corazón que celebra”. Cuando nos cuesta celebrar algo es porque no estamos tan agradecidos. Por ejemplo, cuando uno está agradecido con la vida, quiere compartir, celebrar el cumpleaños, el aniversario de casados, cualquier celebración. Cuando estamos un poco bajoneados, no queremos celebrar nada. Nos cuesta mucho más hacer fiesta por aquello que no estamos viendo, por aquello que nos cuesta reconocer. Dios le dice su pueblo que siempre tiene que celebrar ese día, esa Pascua, ese paso de Dios por su historia.

Esto mismo canta el salmista: “¿Cómo te pagaremos, todo el bien que nos hiciste?” dice al Señor. ¿Cómo te puedo devolver, todo aquello que me has dado? Esa misma deuda de amor que uno siente cuando el otro hace algo por uno, y uno no sabe como pagarle por lo que ha hecho. A veces hasta nos sería más fácil: cuando me dan un regalo grande, si me lo permite mi economía, lo puedo devolver. Pero hay un montón de gestos, mucho más profundos, que uno no sabe cómo devolver. Cuando uno aprender a agradecer, se siente casi como en una deuda eterna. Muchas veces, los gestos nos pasan desapercibidos. Desde el mismo gesto de la vida, que Dios y nuestros padres nos regalaron, de la misma educación que nos dieron, y de un montón de cosas que día a día los otros hacen por nosotros. Y cuando aprendemos a descubrir esto, muchas veces nuestro corazón queda en deuda: ¿cómo pagamos todo aquello que se nos dio?

En la segunda lectura, Pablo hace sólo lo que puede hacer frente a la obra de Dios: -yo les transmito lo que yo recibí. No es mío. El Señor Jesús dio la vida por nosotros. Hizo esto; dio este paso de amor por nosotros. Yo se los transmito; doy testimonio de ello; pero mi testimonio es intentar servir a aquél que dio la vida por mí, a aquél que hizo este gesto.

Por último en el evangelio, Jesús pone este gesto de amor tan profundo que Juan escribe que Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin, los amó hasta el extremo. ¿Qué hizo?: se ciñó la cintura, agarró una jarra, agarró una toalla y fue lavando los pies de los discípulos, uno por uno. Sin embargo, Pedro dice: - No, Señor, tú no puedes hacer esto -, Pedro no ve que Jesús pueda tener este gesto con Él. No lo entiende. - No es algo que tú tengas que hacer conmigo -. Sin embargo, es tan profundo este gesto de Jesús, que le dice a Pedro que la única manera de que participe de su gloria es que acepte que Jesús haga esto por él.

Esto mismo que muchas veces nos cuesta a nosotros. No sólo a veces nos cuesta ver los gestos que los otros hacen, sino que nos cuesta que los otros los tengan con nosotros. A veces preferiríamos que no hicieran esos gestos; a veces preferiríamos que no se les ocurriera. Y cuando el otro lo tiene, nos cuesta aprender a descubrir que sí es necesario; que es necesario para la vida de los dos porque en el fondo es un gesto de amor. Esto es lo que hace Jesús con cada uno de sus discípulos; esto es lo que van a tener que aprender ellos: que el amor necesariamente se traduce en gestos. En el paso de Dios por su pueblo, en el paso de Jesús por su historia, en el paso de cada uno de nosotros por la vida de los otros. Eso es lo que Jesús nos enseña.

Por eso, en esa noche de la última cena, que Juan narra con el lavatorio de los pies, les dice: Ámense los unos a los otros - ¿cómo?: dando la vida. Y más allá de que a veces sea necesario a través de gestos muy profundos, dar la vida en los gestos cotidianos es lo importante. En lo que nos toca en cada día y en cada momento, pensando: “¿qué es lo que yo puedo hacer por el otro?”

Creo que hoy Jesús nos invita a mirar más qué es lo que podemos dar, a qué es lo que podemos recibir. Porque está seguro de que si nos animamos a dar, vamos a recibir mucho más. Ese es siempre el mecanismo de Jesús, esa es siempre la rueda de la fe. Muchos de los que han podido transmitir la fe, misionando o haciendo un montón de gestos, dicen – “recibí mucho más de lo que dí”, pero primero me tengo que animar a dar, a dar de lo que tengo.

Para terminar, cuenta la historia que en la época del Rey Salomón, había dos hermanos que tenían unos campos, y estaban por cosechar el trigo. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, el hermano mayor dijo: “Bueno, yo no tengo hijos, no tengo familia, mi hermano tiene siete hijos: voy a ayudarlo”. Entonces después de cosechar, agarró parte de lo que tenía en su granero, y de noche lo dejó en el granero de su hermano. Sin embargo, su hermano, después de terminar de cosechar dijo: “Mi hermano está solo, no tiene hijos que lo ayuden, no tiene nadie que le dé una mano, le voy a dar parte de mi cosecha.” Entonces llevó parte de su cosecha y la metió en el granero de su hermano. Para sorpresa de los dos, cuando se levantaron vieron que sus graneros estaban llenos, y se preguntaron qué habría pasado, sin darse cuenta no habrían llevado lo suficiente. Entonces, la próxima noche volvieron a hacer lo mismo, cada uno llevó parte de su cosecha al granero de su hermano. Se volvieron a levantar al otro día, y no sé que habrán pensado, cosa de brujas… -¿qué es lo que está sucediendo acá? Voy a volver a poner ese mismo gesto, porque mi granero sigue estando igual, será un milagro de Dios-. Al tercer día, mientras llevaban parte de la cosecha para el otro, se cruzaron en el camino, y con un corazón agradecido, se dieron un abrazo por lo que significaba su hermano, y por todo lo que hacía por el otro. Esta historia cuenta, que al enterarse de esto, el Rey Salomón, dijo que eso era un ejemplo para todos, y construyó el templo de Jerusalén, diciendo “el pueblo tiene que darse cuenta siempre de lo que Dios hace por él”.

Pidámosle a Jesús, que también nosotros hoy en esto templo, podamos descubrir todo lo que, una noche como hoy, Jesús hizo por nosotros.

LECTURAS:

*Éx 12, 1-8. 11-14

*Sal 115, 12-13. 15-18

*1Cor 11, 23-26

*Jn 13, 1-15

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