Homilía: “Permanezcan en Mí” -
V domingo de Pascua
Hace
pocos días, para variar fui al cine, y fui a ver una película muy linda, La Fuente de las Mujeres, del mismo director de El Concierto y Ser digno de ser, una película francesa. Trata de un pequeño
pueblito, entre el norte de África y medio Oriente, donde las mujeres tienen
que subir todos los días un pequeño monte, para ir a una fuente a buscar agua
para poder vivir; aquello tan necesario que nosotros tenemos gracias a Dios, y
casi no nos damos cuenta. Las mujeres empiezan a enojarse frente a esto; sobre
todo Leila, una de las mujeres que está ahí, por ese tener que subir todo el
tiempo, con las complicaciones que les trae: hay algunas mujeres que empiezan a
perder hijos por ese esfuerzo que hacen. Por eso es que deciden romper con esa
tradición, a través de una huelga de amor. Es decir, hacen una huelga de amor
frente a sus maridos para que ellos recapaciten y puedan cambiar eso, y
comienza lo que es una gran tensión. Ellas que luchan por este derecho; y esta
cultura, que es tal vez un poco más antigua que las costumbres más
occidentales, que dice que esta es una tradición de mucho tiempo, que no se
puede cambiar.
Sin ir tan
lejos, nosotros también tenemos en nuestra cultura y en nuestra vida, algunas
cosas que en muchos casos permanecen y otros quieren cambiar. Creo que no hay
que ir muy lejos, hay que mirar una familia, donde vemos que si hay diferentes
generaciones: abuelos, padres, hijos; se vive y se piensa distinto, no sólo
cómo se encara la vida, sino de qué manera queremos vivir. Por poner un
ejemplo, hace cincuenta años, una persona, cuando estaba empezando su juventud,
cuando salía del colegio, ya sabía lo que iba a estudiar. Era muy común que
empezara la carrera y la terminara, y era casi un sacrilegio si uno cambiaba de
carrera: ¿qué es lo que está pasando? Como también era muy común que si uno
empezaba con un trabajo, toda la vida hiciera ese trabajo. Y cuando esto empezó
a cambiar generó una crisis muy importante: ¿qué es lo que está sucediendo? Por
otra parte, también era muy común que uno se casara con la primera mujer u
hombre que conoció, con quien tuvo un noviazgo. Creo que si miramos la vida
hoy, que uno sepa qué carrera estudiar, y que aparte sea la única que estudia
cuando termina el colegio es más complicado; que se case con la primera mujer u
hombre que conoció o estuvo de novio, es verdaderamente más difícil; y que
termine su carrera profesional con la carrera que empezó, creo que directamente
no hay chances.
El paradigma va cambiando, porque cambia la
vida de las personas, cambia la manera de presentarse. Hace poco leí un
estudio de un psicólogo, que hablaba de esto mismo cuando decía: hace cincuenta
años, el paradigma era el conocimiento, uno tenía que saber más, entonces
estudiaba, al terminar una carrera pensaba que tenía que hacer un posgrado, y
buscaba a través del conocimiento crecer en la vida. La segunda dimensión era
el esfuerzo, valía la pena sacrificarse por un montón de cosas, y esperar un
poco para tener el placer y el gozo de otras cosas, para poder gozarlas en el
futuro, siempre y cuando eso me ayudara a crecer. Y por último, se pensaba
mucho en el futuro: aunque en el presente no tuviera lo que quiero, más
adelante lo voy a adquirir.
Sin
embargo, hoy eso se vive desde otro lugar, no siempre desde el conocimiento
sino desde la creatividad: no es tan importante cuánto sepa, sino cuán creativo
soy, de qué manera puedo encarar lo que viene, y las distintas alternativas que
la vida me presenta. En segundo lugar, no el esfuerzo sino el placer, el gozo
de lo que estoy haciendo hoy, vivir más el presente, que es la tercera
dimensión. No es tan importante el futuro, sino que hoy yo esté bien, que hoy
sea feliz.
¿Cuál
paradigma es mejor? Podemos discutirlo toda la noche. No se cual es mejor. Es
diferente, porque somos diferentes. Ambos tienen cosas muy buenas, ambos tienen
cosas que les faltan. Lo central, en cada uno de esos paradigmas, es que en
primer lugar encontremos aquello que nos da vida. En segundo lugar, es que nos
animemos a permanecer, a morar allí, en ese lugar. Y esta es la invitación que
nos hace hoy Jesús en el evangelio, nos dice, permanezcan en Mí, como yo permanezco en ustedes.
Cuando
comienza el evangelio de Juan, y el primero de los discípulos se acerca a
Jesús, Jesús les pregunta: ¿qué buscan? Y dice el evangelio que los discípulos
le preguntaron, ¿dónde habitas?, ¿dónde moras? Que también se podría traducir
como, ¿dónde permaneces? Es decir, ¿dónde estás todo el tiempo? Jesús responde:
“Vengan y lo verán”. Y estamos casi al final ya del evangelio de Juan, ya
cercano a su pasión, y los discípulos han permanecido, han visto dónde
permaneció Jesús, han visto qué es lo que hace Jesús. Y ahora Jesús les redobla
la apuesta, diciéndoles: ya saben donde permanezco Yo, ya saben con quienes
permanezco Yo. Ahora les toca a ustedes. ¿Ustedes
descubrieron algo aquí por lo cual quieren permanecer? ¿Por lo cual quieren
estar? Porque en eso está la felicidad. No es si cambio o no. El cambio tiene
que ser el fin de una búsqueda, voy buscando hasta que encuentro aquello que me
da vida, y cuando encuentro aquello que me da vida, aquello que llena mi
corazón, tengo que animarme a detenerme, tengo que animarme a morar, a habitar ese
espacio y ese lugar, porque eso es lo que puede llenar mi corazón. Pero
para eso tengo que tener un corazón abierto, que aprende a descubrir: esto es
lo que quiero, esto es lo que busco, y me animo a quedarme en ese sitio y en
ese lugar. Esa es la invitación que Jesús hace a sus discípulos, no sólo para
la fe, sino también para la vida. Porque
sólo permaneciendo se puede dar fruto, sólo estando en un lugar es que uno
puede cosechar aquello que va sembrando. Creo que todos tenemos experiencia de
que cuando vamos cambiando un montón de cosas, y un montón de lugares, no
terminamos de ver qué es lo que pasa. Pero cuando permanecemos en un lugar, ahí
empezamos a ver qué es lo que ocurre. ¿Que a veces tenemos dificultades? A
todos nos pasa. Fíjense sino en la primer lectura: Pablo se convirtió en
Damasco, fue a la comunidad, y en la comunidad no saben si aceptarlo o no. No
era tan claro para ellos. Muchas veces hay que discernir cosas: de qué manera
permanecer, cómo, quiénes están ya preparados para entrar en la comunidad,
acogerlos, acompañarlos; pero esa es la búsqueda, ese es el sentido. Dejando
permanecer a Pablo, vaya si pudo crecer en la fe, vaya si pudo hacer camino.
Y
esta es la invitación para cada uno de nosotros. En primer lugar, a que nos
animemos, con un corazón entregado, a buscar aquellas cosas que nos dan vida, a
buscar aquello que le da sentido a nuestra existencia. Y que una vez que
descubrimos ahí ese manantial, ese oasis, en medio del desierto, en medio de
nuestra vida, que muchas veces parece casi imposible, animarnos a frenar, a
detenernos, a descubrir cómo eso es lo que le da sentido a nuestras vidas
cuando permanecemos ahí. Y cómo de a poco eso va dando frutos. A veces habrá
que podar, a veces habrá que esperar el momento de la cosecha, a veces va a
haber que esperar que ese fruto madure, crezca. Pero sólo permaneciendo, lo podremos
descubrir.
Pidámosle a
Pablo, aquél que se animó a buscar en su vida hasta que encontró a Jesús, que
también nosotros nos animemos a lo mismo. A aquél que encontrándolo se animó a
permanecer, que también nosotros nos animemos a permanecer, en aquel que nos da
vida verdadera, y que permaneciendo ahí, nos animemos también a buscar a los
demás, para que encuentren también aquél lugar donde puedan permanecer.
LECTURAS:
* Hech 9,26-31
* Sal 21, 26b-28.30-32
* 1 Juan 3,18-24
* Jn 15,1-8
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